En la primera parte de estas antologías hablábamos de León Felipe y de sus Versos y oraciones del caminante como uno de los libros que nos permitía establecer nexos y continuaciones entre aquellas primeras dos décadas del siglo XX y los años posteriores, hasta 1939. De sus páginas, rescatábamos «Quiero mi traje» y «Glosa», dos poemas que, en palabras de Joaquín Marco, ejemplificaban los excesos sentimentales y modernistas que brotan de una ideología todavía cercana al Machado anterior a los años veinte (1986: 26). Para volver a encontrar referencias medievales, hemos de trasladarnos hasta El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, finalmente publicado en México en 1938, en el que la estética de León Felipe y su ideología literaria han virado hacia un compromiso con la causa revolucionaria. Las temáticas y la dicción se alejan de los modelos de sus primeros libros: los versos se rompen o se alargan hasta devenir poema en prosa, como sucede con «Don Quijote no es una entelequia», en el que aparece una breve alusión al Amadís de Gaula, que relaciona la locura quijotesca con el platonismo y la situación de la España en los años del periodo bélico. En Español del éxodo y del llanto, también publicado en México (exilio en el que fallecería en 1968), Felipe toma la no celebración de la feria de Medina como metáfora de la muerte de España a manos del franquismo. Finalmente, ese sentimiento revolucionario, aunado con el dolor del exilio, se plasma en el fragmento de «El hacha» que hemos recogido, en el que se vincula al franquismo con la traición del infante Diego Carrión en el Cantar de Mío Cid, y al comunismo con la valentía de Pedro Bernúdez, que vence junto a Antolínez a los infantes tras la Afrenta de Corpes.

 

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