La obra de Ricardo Gil se desarrolla, en su mayoría, en el siglo XIX y su importancia, aunque no ha sido extensamente tratada por la crítica, es trascendental «en el paso de la literatura decimonónica a la del siglo XX, como uno de los paladines avanzados de la modernidad, junto a Salvador Rueda y Manuel Reina, porque, en definitiva, su poesía se mueve entre el mejor romanticismo (Bécquer) y las nuevas influencias, que él recibe muy tempranamente, del simbolismo francés» (Díez de Revenga, 2008: 71). El único poemario que vio la luz en el siglo XX fue El último libro, publicado póstumamente en 1909 y, a la postre, recogido en sus Obras completas de 1931, quizás demasiado tarde, señala Díez de Revenga, cuando en España los gustos literarios iban ya por rumbos diferentes (2008: 91). El último libro es un volumen desigual, que no guarda la coherencia temática y estilística de sus obras anteriores (De los quince a los treinta, de 1885, y La caja de música, de 1898). Los elementos medievales, presentes en estos volúmenes del siglo XIX, que preceden el gusto modernista que será central en la poesía española de principios del XX, sí tienen continuidad en El último libro. Ello se aprecia, por ejemplo, en «Envidida», que narra cómo el alarife Hasán corta la mano al alarife Omán, la condena de aquel siguiendo la máxima del «ojo por ojo», el perdón de Omán segundos antes de que se cumpliera la sentencia y, finalmente, el suicidio de Hasán. En «Noche mil y dos», por su parte, se relata un exemplum basado en las narraciones de Las mil y una noches y que guarda relaciones, por el carácter didáctico, con recopilaciones medievales como el Calila e Dimna y El conde Lucanor, y que, de nuevo, focaliza sobre elementos orientalistas. «Milagro» relata una leyenda milagrosa medieval (de la cual desconocemos su fuente) a partir del recurso literario del manuscrito encontrado. El franciscanismo, que también orilla las obras de otros autores (como Valle-Inclán [Sánchez Moreiras, 2005]) se materializa en el poema «Dicha completa», que plasma, a partir de una base dialogada, algunas de las principales doctrinas de San Francisco de Asís. Finalmente, «El trovador» es un breve poema con tintes humorísticos, ácido y mordaz, en el que se utilizan las alusiones medievales a Guzmán el Bueno e Isabel de Segura para mostrar una suerte de desacralización de la poesía.

 

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