La relevancia de Enrique de Mesa, a pesar de recibir el Premio Fastenrath por El silencio de la cartuja en 1917, se debe más que a su poesía a su labor como crítico teatral en numerosos diarios (recogidos en Apostillas a escenas, de 1929) y a sus trabajos como secretario del Ateneo de Madrid (Olmo Iturriarte y Diáz de Castro, 2008: 291). En su poética, plasmada en cuatro poemarios (Tierra y alma, de 1906; Cancionero castellano, de 1911; El silencio de la cartuja, de 1916; y La posada y el camino, de 1928), lo narrativo prima sobre lo sentimental en una peculiar formulación del paisaje y la cultura castellana que se combina con la influencia de Rubén Darío y con la reacción frente a la tradición clásica, dos detalles que permitieron a Federico de Onís considerarlo como el restaurador de la poesía rústica (2008: 292). Ello es sin duda apreciable en poemas como «Camino de Navafría» o «Piedras viejas», cuyas acciones se ubican en la Sierra de Guadarrama, merced a unos versos que explicitan perpetuas intertextualidades con el Juan Ruiz de El libro del buen amor (Rivas, 1956: 152). «La glosa del prior», también de El silencio de la cartuja, está atravesado por numerosos elementos medievales: desde el Monasterio de Santa María del Paular (al pie del Peñalara), hasta la referencia constante a las glosas a las Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, que realizara fray Rodrigo de Valdepeñas. En resumen, lo que prima en la obra de Enrique de Mesa es el tratamiento de la historia, los paisajes y los personajes de Castilla, no desde un punto de vista exótico, sino desde la observación directa (ver la nota inicial de «La glosa del prior»), cuya resolución estética «pasa por el filtro de la tradición literaria de la Edad Media (el Cantar de Mío Cid, Berceo, el Arcipreste de Hita, los poetas del cancionero de la corte de Juan II, el Marqués de Santillana, el romancero o Juan del Encina)» (Olmo Iturriarte y Diáz de Castro, 2008: 291). Se trata, continúan, de un espacio arcádico de paz virgiliana, nombrado con precisión arcaizante y sobria sensorialidad impresionista, poblado por pastores, zagalas, serranas y mozos contemplados idílicamente en su faenar o en su ocio (2008: 292).

 

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