La obra de Emilio Carrere, desde su primer poemario, Románticas, de 1902, transita habitualmente algunos elementos medievales debido, principalmente, a la enorme influencia que tienen en sus composiciones primero, el romanticismo y, posteriormente, las estéticas modernistas de Darío, cierto parnasianismo manuelmachadiano y el tratamiento del paisaje de autores como Unamuno o Antonio Machado. Así, en aquellos poemas recopilados en la primera parte de la antología (de sus libros Románticas, El caballero de la muerte, Dietario sentimental y Nocturno de otoño) se aúnan cierto devenir orientalista arcaizante («Zahara» o «La morisca de Valencia») con una buena dosis del medievo castellano (el Cid, Doña Jimena, los castillos de España). Años después, Emilio Carrere se aproximó a la ideología falangista y franquista e, incluso, llegó a ser nombrado cronista de Madrid. De esta época, concretamente de 1939, son «El desfile de la victoria» y  «Dieciocho de julio», que aquí recogemos y en cuyas formas de expresión los ecos modernistas (que jamás abandonó el poeta, lo que acabó por traducirse en una poética reiterativa en lo formal y repetitiva en lo conceptual [Puértolas, 1986: 392-393]) sirven para trazar un panegírico en verso del levantamiento fascista, en el cual aparece el Cid, a quien el bando franquista había puesto en relación con Franco desde 1936, buscando emparejar a ambos por el rótulo de caudillo y por sus labores de «conquista»: aquel, en el imaginario franquista, expulsando a los musulmanes de España; este, expulsando a los «rojos».

 

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