Escritora asturiana nacida en Corao (Cangas de Onís) en 1823. Únicamente se conserva su Romancero de Covadonga, fechado en 1899-1900, y que fue publicado en Gijón con el objetivo de donar los beneficios a la basílica de Covadonga. El poemario, escrito principalmente siguiendo los metros del romance castellano, está conformado por composiciones de corte narrativo que transitan sobre elementos legendarios e históricos de las tierras asturianas. «La estrella de Enol», en primer lugar, nos presenta la leyenda de la creación del famoso lago y funciona a modo de pórtico y marco para los poemas posteriores, ya focalizados en diversos episodios mítico-legendarios sobre Don Pelayo y la Batalla de Covadonga, como vemos en «El esbarrión de la mula» (leyenda asturiana), «Don Opas convertido en piedra» (leyenda asturiana), «La riega de la Guxana» (leyenda asturiana que explica el porqué del nombre de la Riega Gusana), «El re-Pelao» (leyenda sobre la coronación de Don Pelayo), «El campo de la jura» (reformulación de un pequeño episodio de la Batalla de Covadonga) o «Santa Cruz de Cangas» (leyenda de sobre la Cruz de la Victoria). El hablante lírico bien se ubica en el espacio-tiempo del poema, en casos como «Santa Cruz de Cangas» o bien en el presente, desde el que rememora las viejas historias y leyendas de los montes asturianos con la finalidad de explicar por qué determinados espacios (como el molino del «Roi-roi» o la piedra del resbalón de la mula) reciben tales nombres. El Romancero de Covadonga es un poemario que, por lo tanto, nos traslada a geografías a caballo entre los histórico y lo legendario ubicadas en los momentos iniciales de la Conquista (s. VIII), sobre las que tanta literatura se ha escrito y sobre las que tantos relatos orales han llegado hasta nuestros días. Ello, por lo tanto, ha influido en la comprensión popular de aquellos primeros compases de la creación del Regnum Asturorum, de la cual beben directamente los poemas de Antonina Cortés Llanos que son, en definitiva, la plasmación en papel de las leyendas e historias narradas por los asturianos a lo largo de generaciones. No responden, así pues, a la veracidad de los hechos históricos, sino al sentir popular, que ha modificado las leyendas con el caer de los años. Precisamente, a finales del siglo XIX José Amador de los Ríos se percató de ello en su recopilación Poesía popular de España: romances tradicionales de Asturias y, en esta línea, afirmaba lo siguiente:

Para que Vd. comprenda hasta qué punto llega el extravío de las tradiciones relativas a la monarquía primitiva asturiana, me bastará notar aquí, que el palacio tenido en el camino de Cangas de Onís a Covadonga, cual morada de don Pelayo, es un edificio del siglo XV, declinante, y que la torre inmediata al Campo de la jura (Camino de Corao), en que se dice que el mismo don Pelayo se fortificó y tuvo su residencia, es cuando más de mediados del siglo XIII. En cuanto al resbalón de la mula de aquel rey y de la peseta columnaria que dio a su paje en premio, ¿qué podré decir a Vd. formalmente? Semejantes tradiciones gozan no obstante de gran prestigio entre los aldeanos (Amador de los Ríos, 1861: 16)

Así pues, la poesía de Antonina Cortés Llanos no puede más que brotar de lo popular (de cuyo sustrato recoge las leyendas) y materializarse, también, en formas populares (romanceadas, habitualmente). Desconocemos si la autora de Romancero de Covadonga escribió y/o publicó en vida más composiciones o si, por el contrario, fueron estas las únicas que vieron la luz.

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