Karolina Zygmunt – SWPS, Uniwersytet Humanistycznospołeczny

 

Resumen

Este estudio se centra en el análisis de la novela gráfica de Nieves Rosendo Embajada de Rui, texto inspirado en el viaje de los embajadores castellanos a la corte del gran caudillo mongol, un suceso histórico importante de principios del XV cuyo testimonio quedó plasmado en el relato de viajes medieval Embajada a Tamorlán. El objetivo de este trabajo es examinar en qué medida y por qué esta obra contemporánea se aleja de la fuente medieval, así como analizar cuáles son los rasgos que comparte con el testimonio original y qué visión del viaje medieval pretende mostrar a sus lectores. El análisis llevado a cabo nos permitirá ver cómo el Medievo sigue siendo una época idealizada por la mirada nostálgica de los contemporáneos, quienes lo ven como un periodo lejano y fascinante que hacía posibles verdaderos viajes y descubrimientos.  

Abstract

This study is focused on the analysis of the graphic novel Embajada de Rui by Nieves Rosendo, a text inspired by the travel of the Castilian ambassadors to the court of the great Mongolian leader, an important historical event in the early 15th century whose testimony was reflected in the medieval travelogue Embajada a Tamorlán. The goal of this work is to examine why this contemporary novel differs from the medieval source, as well as to analyze what are the features that it shares with the original testimony and what is the vision of medieval travel that intends to convey to the readers. The analysis carried out allows us to see how the Middle Ages continues to be an idealized period to the nostalgic gaze of contemporaries who see in it a distant and fascinating era that enabled true travels and discoveries.

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Introducción

En el mundo actual la dicotomía entre el viajero y el turista es una de las más arraigadas en el discurso viático.1 Los críticos coinciden en que, en el imaginario colectivo, se trata de dos figuras cuyos principios y maneras de relacionarse con el mundo se oponen radicalmente (Urbain, 1991; Antón Clavé, 1998; Onfray, 2007; Kinsley, 2016). En este contexto son famosas las afirmaciones del historiador estadounidense Daniel Boorstin (1964), que se lamenta de la pérdida del arte de viajar. Según este estudioso, el desplazamiento turístico no tiene nada que ver con los viajes antiguos, las únicas experiencias plenas que le permitían al sujeto descubrir la verdad sobre el mundo y sobre uno mismo. Para Boorstin, a lo largo de la historia, el viaje ha perdido su quintaesencia, se ha banalizado, simplificado y trivializado, y los que se desplazan hoy en día parecen tan solo una pálida sombra de los verdaderos viajeros. Pero ¿quiénes son estos verdaderos viajeros? ¿Quiénes han poseído el arte de viajar? ¿Quiénes han captado su esencia?

En esta búsqueda nostálgica de la experiencia pura del viaje los contemporáneos dirigen su mirada hacia la Edad Media, algo que no resulta sorprendente, dado que la tradición de ensalzar el Medievo viene de mucho más lejos. Recordemos que se trata de una época que fascinó a los románticos. Según Rodrigo Gutiérrez Viñuales, en el XIX la Edad Media se trataba como «uno de los periodos elegíacos, conservador del nuevo espíritu que se quería promover» (2010: 7). Asimismo, María Eugenia Góngora Díez habla del «carácter originario que tantas veces se ha atribuido a ese largo período de al menos diez siglos, tanto desde la historiografía como desde el estudio de la literatura y las artes» (2016: 223). En una era de nacimiento de nuevas naciones y de búsqueda de los orígenes comunitarios, los románticos centraban sus anhelos en esta época lejana y fascinante. Paul Verlaine, en el décimo canto de Sagesse, confesaba: «hacia la Edad Media enorme y delicada/Debería navegar mi corazón fatigado/Lejos de nuestros días de espíritu…ˮ con lo que confirmaba la visión de la Edad Media como “un tiempo casi mítico de los orígenes» (en Góngora Díez, 2016: 223).

Asimismo, la escritora polaca Olga Tokarczuk, hablando de las diferencias entre viajar ahora y en el pasado, habla de un lejano «tiempo abierto para la imaginación, […] un mundo de unas fronteras apenas esbozadas, lleno de lo desconocido. [Un mundo que] exigía relatos nuevos y nuevas formas, [que] irisaba ante nosotros y se creaba una y otra vez ante nuestros ojos» (2020: 10).2 Se podría decir que esta visión también remite, de alguna forma, a la Edad Media como una época de espacios blancos en los mapas del mundo y en la que el conocimiento se mezclaba con la fantasía, mientras que los lugares nuevos estaban poblados de hormigas gigantes u hombres con la cara en el pecho.3

En este contexto no resulta extraño que los viajeros medievales sean asiduamente considerados unos privilegiados que han podido experimentar este ya perdido verdadero arte de viajar. Miguel de Unamuno veía en el viaje lento una forma de experiencia auténtica y la relacionaba, directamente, con la figura del romero o peregrino medieval: «cuando era más lento viajar, se viajaba más de verdad, se recorría más de veras el camino. El romero o peregrino medieval conocía mucho mejor el país porque viajaba más que un turista moderno» (en Salcines de Delas, 1996: 101). Este oponer el viaje moderno a la experiencia medieval, siempre idealizada, nunca problematizada, parece algo constante en el imaginario colectivo.

Tampoco parece casualidad que Marco Polo se presente siempre como el ejemplo del viajero por antonomasia. La figura del veneciano resulta muy importante en la industria cultural y editorial, ya que «se ha convertido manifiestamente en una mina de oro para algunas secciones del mundo editorial» (Boulnois, 2004: 336). Tal y como comenta Luce Boulnois, el relato de este mercader veneciano:

ha producido gran cantidad de obras de divulgación, historietas dibujadas y libros para la juventud […] y también ha sido inspiración para los guiones de películas románticas y con magníficas imágenes (en las que siempre hay una indispensable intriga amorosa del joven Marco con alguna princesa) (2004: 336).

Al mismo tiempo Marco Polo sigue siendo un modelo de viajero para los que hoy en día deciden embarcarse en una aventura viajera. Una mirada rápida hacia algunos de los relatos de viajes contemporáneos y la relación de sus protagonistas con este referente confirma esta admiración, podríamos decir casi ciega, hacia lo medieval. Pablo Strubell, autor de un relato de viajes de significativo título, Te odio, Marco Polo, considera el viaje del veneciano como «vivencias que todo viajero quisiera vivir» (2009: 8) y asocia al mercader con unas experiencias únicas convertidas en objeto de deseo del viajero actual. También otro viajero contemporáneo, Martínez de Campos, en su obra Los caballos alados de la Ruta de la Seda, se fija en el relato del mercader y su influencia en los viajeros contemporáneos, en los que el veneciano supo despertar «la curiosidad y el deseo de viajar y conocer» (2006: 168).

No obstante, Marco Polo no es el único ejemplo a seguir para los contemporáneos y, en el ámbito hispánico, cabe destacar a otro personaje que también hoy en día sigue presente en el imaginario colectivo. Se trata de Ruy González de Clavijo, uno de los embajadores del rey Enrique III ante el gran caudillo mongol Tamorlán. Clavijo formó parte de una misión diplomática llevada a cabo en el 1403 cuyo objetivo era la búsqueda de alianzas políticas y militares con los mongoles frente a la creciente amenaza turca. Los detalles de esta historia han llegado a nosotros gracias al testimonio literario de este acontecimiento titulado Embajada a Tamorlán, considerado uno de los libros de viajes medievales más importantes.4 Ruy González de Clavijo se considera, tradicionalmente, el autor del famoso testimonio y se revela como el personaje más importante de la embajada. Por esta razón, los viajeros contemporáneos vuelven, en sus relatos, justo a esta figura medieval.

Miquel Silvestre, un funcionario público que deja su oficio para convertir el viaje y la escritura en su principal modus vivendi, confiesa recorrer las huellas de Clavijo tanto en su obra La emoción del nómada (2013), como en Nómada en Samarkanda (2016). También Patricia Almarcegui, viajera, escritora y profesora universitaria, tiene muy presente la embajada medieval de Clavijo, lo que se refleja en su obra Una viajera por Asia Central. Lo que queda de mundo (2016). Ambos autores, en sus relatos, mencionan al viajero medieval y su periplo, comentan y valoran su recorrido e incluso, como en el caso de Almarcegui, citan algunos fragmentos del testimonio original de Clavijo.5

Parece innegable que los relatos de viajes medievales funcionan como una invitación para empezar el camino, mientras que sus protagonistas e itinerarios constituyen un modelo a seguir para los viajeros contemporáneos. No obstante, la influencia de lo medieval no se limita tan solo al mundo de los relatos de viajes, entendidos como testimonios verídicos de las experiencias vividas.6 Los autores de ficción, mucho más libres a la hora de idear sus narraciones, no tienen que conformarse tan solo con el recuerdo de lo medieval y pueden convertirlo en el telón de fondo de sus fabulaciones. Por esta razón, tal y como ha estudiado Antonio Huertas Morales, el Medievo llena la literatura, el cine, la televisión, así como los videojuegos o los programas de radio, ya que constituye un «periodo suficientemente extenso, alejado e ignoto como para erigirse en el centro de las más truculentas narraciones» (2015: 26). Se trata de una época compleja, durante la cual tienen lugar cambios drásticos tanto en el ámbito cultural y filosófico como en lo referente a la política y al mundo militar, mientras que la gran cantidad de lagunas documentales de la Edad Media deja a los autores la posibilidad de llenar con materia novelesca lo que no está claro, aparece borroso o de lo que no se tiene ninguna noticia. Una vez más la época contemporánea no es la primera que utiliza lo medieval como materia para sus creaciones, puesto que «[…] la recuperación de la Edad Media está vinculada directamente con el nacimiento de la novela histórica durante el Romanticismo. Tanto Walter Scott como sus seguidores europeos y españoles vieron en la Edad Media la época propicia para ambientar sus ficciones» (Huertas Morales, 2015: 26). Resulta que el interés de los autores por incorporar en sus textos temas, personajes y acontecimientos históricos referentes a lo medieval, más que una moda pasajera, puede entenderse ya como una tendencia fija en la literatura contemporánea y se relaciona directamente con el propio desarrollo de la novela histórica.7

Embajada a Samarcanda, Fernando Martínez Laínez

En este contexto, la ya mencionada historia de la embajada a Tamorlán es materia de inspiración para los escritores contemporáneos y tiene sus representantes dentro del gran abanico de la novela histórica. Tal vez, el texto más conocido en el que se vuelve a este acontecimiento, reescribiéndolo y actualizándolo, es la novela histórica de Martínez Laínez titulada la Embajada a Samarcanda (2003). En la historia ideada por este autor, una profesora de Historia Medieval llamada Laura, durante su viaje a Estambul, compra un antiguo manuscrito escrito en castellano que resulta ser, nada menos, que los apuntes personales de Ruy González de Clavijo.8

2. La Embajada de Rui

 

La obra de Martínez Laínez no es el único texto contemporáneo que vuelve al famoso periplo de los embajadores. La historia del viaje de la comitiva castellana se recrea también en una novela ilustrada cuyo título, La embajada de Rui (2011), ya nos remite al mundo de la misión medieval. Asimismo, en la contraportada de la obra se comenta que esta «está inspirada, en parte, en el viaje que unos embajadores castellanos hicieron a Samarcanda en 1403 y que quedó registrada en Embajada a Tamorlán». El libro, cuya autora es Nieves Rosendo, forma parte de la colección editorial Macmillan Infantil y Juvenil y le acompañan numerosas ilustraciones de Miguel Navia.9

La embajada de Rui, Rosendo y Navia

El hecho de que la autora de una obra juvenil se haya inspirado en un acontecimiento medieval para crear su ficción puede constituir una prueba más de lo atractiva que resulta esta época para el público actual. No obstante, este fenómeno da lugar a múltiples preguntas sobre el porqué de esta atracción y el uso de lo medieval en la narrativa contemporánea. Por esta razón, en este estudio, por un lado, examinaremos hasta qué punto el texto contemporáneo sigue el original medieval, qué elementos comparte con este testimonio antiguo y dónde difiere de su fuente y, por otro lado, nos centraremos en la visión del viaje medieval que se pretende plasmar en el texto, es decir, en aquellos rasgos que se consideran genuinos de las travesías del Medievo y sus relatos, y que se rescatan en la narrativa contemporánea.

2. 1. Cuando la fidelidad al testimonio medieval pierde importancia

Tal y como ya se ha mencionado, tanto el título de la obra, en el que aparece la mención a la embajada y el nombre de su protagonista, como la información de la contraportada, relacionan la novela gráfica con un acontecimiento histórico concreto. Este vínculo entre la obra y el original medieval también se ve confirmado en las primeras páginas del libro. Rui es un joven soldado, vigilante de un puesto fronterizo, que un día recibe la orden de presentarse en la Corte. Ya allí, de la conversación entre el Secretario y el Mayordomo de la Corte, nos enteramos del apellido del protagonista que coincide con el del embajador medieval: «“¿Este es Rui?”»,  «»Sí, el más joven de los Clavijo”» (2011: 13). Asimismo, el objetivo de la misión, a primera vista, parece ser el mismo que el de la comitiva histórica, ya que al soldado se le encomienda «la dirección de una embajada al lejano reino de Tamerlán» (2011: 13).10

La embajada de Rui, Rosendo y Navia

Sin embargo, también ya en estas primeras páginas, vemos cómo el texto se aleja de su fuente de inspiración. En la novela de Nieves Rosendo se insiste en la juventud del embajador, lo que no parece casual teniendo en cuenta el público al que va dirigida la obra. El hecho de que Rui sea un joven, todavía inexperto, pero con ganas de vivir grandes aventuras y con ilusión de realizar largos viajes, puede acercarlo a los lectores y permite que estos se identifiquen con él. Asimismo, a diferencia del original medieval, que pretendía ser lo más objetivo posible, en el texto actual se hace hincapié en la subjetividad del protagonista, que narra su historia en primera persona. Cuando, después de haber pasado mucho tiempo en su puesto fronterizo, el soldado es llamado a la gran urbe donde está la Corte, comenta las impresiones que le acompañan:

Las aglomeraciones de gente siempre causaron en mí dos sentimientos encontrados: por una parte, disfrutaba del anonimato, de la condición de mero observador, de sentirme libre de miradas inquisitivas; por otra, terminaba con cierta sensación de acoso, de vacío, de entrechocar con demasiada gente que parecía toda la misma (2011: 7).

Asimismo, Rui valora los distintos acontecimientos que está viviendo. Al recibir la orden comenta que «[…] el breve viaje hacia la Corte fue, en sí mismo, casi un premio» (2011: 7), pero ya no se muestra tan positivo respecto a la propia embajada que le habían encomendado: «interiormente, me rebelaba contra aquella orden, que me parecía irrealizable…» (2011: 17).

Esta narración en primera persona y la aparición de la subjetividad del protagonista constituyen, por un lado, un rasgo propio tanto de los relatos de viajes contemporáneos como de la novela actual en general, pero, por otro lado, hacen posible que el lector conozca todavía más al joven embajador y con esto se sienta más relacionado con él.

La embajada de Rui, Rosendo y Navia

Los conocedores del original medieval también se dan cuenta de que el sentido de la embajada encomendada al joven Rui es solo aparentemente igual al de la comitiva medieval. Lo primero que llama la atención es que en la novela se añade un objetivo nuevo para esta misión, inexistente en el testimonio original, consistente en «comprar un gran cargamento de lapislázuli» (2011: 15). Al mismo tiempo, el joven soldado se entera de que el verdadero objetivo de su viaje es abrir una ruta directa de mercancías desde las tierras de Tamorlán hasta el reino de Castilla para, de esta forma, no tener que contar con la mediación de los genoveses que en aquella época controlaban estas rutas comerciales.

Por lo tanto, aunque en ambas embajadas (la histórica y la libresca) se trata de dirigirse hacia la corte del gran kan mongol en busca de alianzas, su carácter resulta distinto. En la novela, el objetivo de carácter militar y político de la misión, se ve sustituido por uno de índole comercial. Esta modificación puede ser otro guiño hacia el joven lector que, al ignorar el contexto histórico del acontecimiento real (la amenaza por parte de los turcos), podría no entender el objetivo de la comitiva. La visión comercial parece más lógica y abarcable. Además, esta nueva meta de la embajada le permite a Nieves Rosendo introducir elementos narrativos no existentes en el texto medieval y así hacer más atractivo su libro. Como es de suponer, los genoveses no están nada interesados en que otros países establezcan sus contactos comerciales con el imperio mongol, por lo que intentarán impedir el éxito de la misión de Rui.

La embajada de Rui, Rosendo y Navia

Dadas estas circunstancias, el verdadero motivo de la embajada se mantiene en secreto, hecho que permite introducir en el texto elementos de peligro, aventura, intriga y suspense, es decir, los ingredientes que puede buscar un joven lector en este tipo de lecturas. La sensación de que algún peligro amenaza al protagonista aparece ya desde las primeras páginas de la novela. El joven Rui, al llegar a la Corte, se siente observado. Luego, en la ciudad de Gadir también le parece que alguien le está siguiendo. Sus sospechas se ven confirmadas por su compañero Blasco que también se ha dado cuenta de que un grupo de gente, «unos extraños vestidos con capas añiles» (2011: 98) persiguen la comitiva. Ya en Bizancio, los jóvenes notan el cambio de comportamiento de sus perseguidores: «era cierto que las capas añiles que nos seguían mantenían una actitud mucho más agresiva que en las ocasiones anteriores: se dejaban ver con claridad, y en lugar de seguirnos en grupo, los individuos estaban diseminados a nuestro alrededor» (2011: 99). La tensión narrativa crece, lo que se evidencia en el diálogo que Rui mantiene con Misia, la alquimista de la embajada:

−Misia, escucha− […]. Vamos a salir de aquí rápido, muy rápido. Tenemos que salir corriendo entre la gente.

[…]

−¿Puedo preguntarte por qué?

−Si nos perdemos […], nos reuniremos en el salón de la posada. Nos siguen. Llevan capas azules (2011: 99).

Los viajeros, fingiendo la huida, quieren conocer el número de sus perseguidores, así como conocer sus rostros para poder identificarlos en el futuro. Asimismo, al escuchar la lengua que utilizan entre sí sus adversarios, se dan cuenta de que son genoveses. La persecución sigue también por el desierto, por lo que el enfrentamiento entre ambos grupos parece inevitable. Rui y sus compañeros paran a sus enemigos cuando estos intentan sobrepasaros y toman preso al jefe de estos, Gioacchino Doria. A partir de este momento los genoveses dejan de constituir un peligro para los embajadores.

La amenaza por parte de los genoveses, sin embrago, no es la única estrategia narrativa que mantiene al joven lector con curiosidad por el desarrollo de la acción. Los protagonistas, durante su trayecto marítimo, son atacados por los piratas y la autora dedica varias páginas de la novela a describir tanto la preparación para afrontar el ataque, como el propio enfrentamiento.

La embajada de Rui, Rosendo y Navia

Cierta tensión acompaña al lector también durante la visita de los protagonistas al castillo de Dorile, perteneciente a Cabasica, un señor genovés. Quedarse en este lugar resulta muy arriesgado, pero a los embajadores no les queda otro remedio ya que necesitan agua para la siguiente parte de la travesía. En un momento de la cena el protagonista reconoce: «Blasco, como yo, empezaba a desconfiar de tanta amabilidad por parte de Cabasica» (2011: 124) lo que crea ya una sospecha de la posible trampa y un futuro enfrentamiento en el castillo. Sin embargo, finalmente no sucede nada grave ya que los viajeros tan solo tienen que pagar al señor del castillo un donativo por su estancia.

El cambio en el objetivo de la embajada y la consiguiente libertad argumentativa respecto al original medieval que desde el principio hemos observado en la novela, también permiten a la autora introducir en su universo narrativo personajes nuevos, entre los cuales destaca la presencia de dos mujeres. Por un lado, a Rui le acompaña Misia, una alquimista especializada en lapislázuli, encargada de probar la pureza de la materia que recibirán del Tamorlán. Por otro lado, a la comitiva se une también Malka, embajadora temúrida y conocedora no solo de la lengua, sino también de las costumbres y normas del imperio.

La presencia de los personajes de Misia y Malka junto a dos jóvenes soldados podría dar lugar al surgimiento del tema amoroso. No obstante, la autora decide no explotar esta posibilidad y tan solo insinúa un posible vínculo sentimental entre Malka y Blasco.11 Una vez llegados a la capital del imperio mongol, Rui menciona que la embajadora, en vez de estar contenta por haber regresado a su país, parecía más bien turbada «sentada en una esquina del sofá donde Blasco dormitaba» (2011: 159). Asimismo, aunque Blasco, en principio, iba a quedarse en Samarcanda solo para recuperarse, al final de la historia le confiesa a Rui que ha decidido establecerse en la famosa urbe.

Aunque el papel que estas dos mujeres desempeñan en la novela es bastante significativo, será la introducción de otro personaje la que resultará clave para el desarrollo de la trama. Se trata de Aspuleyo, un traductor escogido por la propia reina que acompaña a los jóvenes en su trayecto.12 Este personaje, a lo largo del relato, se presenta como un anciano quejica, muy distraído, nervioso y acostumbrado al mundo de los libros y las bibliotecas, por lo que parece incapaz de llevar a cabo una travesía tan larga. Nadie puede sospechar de su importancia para la misión, que se revela tan solo al final de la novela. Una vez llegado a la Corte del gran caudillo mongol y tras presentarse ante sus ministros, Rui se entera de que no es la persona adecuada para llevar a cabo las negociaciones que le habían encomendado. Ante su gran sorpresa y desilusión se le informa que «no es un interlocutor válido. Solo es un soldado que ha traído hasta aquí unos regalos y una carta» (2011: 158). La confusión del joven es enorme, ya que durante todo el trayecto entendía que era él a quien se le había encargado el papel de negociador. Además, al saber que no les acompaña ningún diplomático de la Corte, Clavijo se lamenta del evidente fracaso de la misión. Cuando Aspuleyo se entera de lo ocurrido, le pide a Rui que lo lleve consigo ante los ministros de Tamorlán. El protagonista no entiende de qué manera el anciano podría ayudarle, pero es en este momento cuando se da cuenta del cambio de comportamiento del traductor. Comenta que su voz de repente «tenía muchísima más profundidad y era más armoniosa» (2011: 160), mientras que «su figura parecía haber cambiado, como si su caminar encorvado hubiera sido una farsa todo el tiempo» (2011: 160).  El joven empieza a sentirse intrigado por el personaje del traductor y reconoce: «yo no había logrado dormir en toda la noche, preguntándome quién era Aspuleyo, qué era lo que esperaba que hiciera al día siguiente, y cómo se iban a solucionar las cosas» (2011: 161).

Al día siguiente resulta que el viejo traductor es en realidad «un representante plenipotenciario de su Majestad la Reina, con facultades para hablar en su nombre sobre los asuntos comerciales que pueden existir entre su reino y nuestro imperio» (2011: 162), gracias al cual se consigue llegar a un acuerdo comercial en el que el joven Clavijo es propuesto como el enlace entre el reino de Castilla y el imperio mongol.

Esta gran sorpresa final es otro de los elementos de la estrategia narrativa visible en la novela. El lector, preparado para un desenlace concreto, de repente se ve confundido y finalmente asombrado por el desarrollo de la acción. Rui, que parecía ser el líder de la embajada, en realidad no desempeña un papel tan importante, mientras que Aspuleyo, quien durante toda la travesía no era más que un anciano achacoso y quejica, resulta ser un personaje fundamental para toda la trama.

2. 2. Intentando rescatar la esencia del periplo medieval y su relato

Como hemos podido observar, la fidelidad hacia el testimonio medieval no es, ni mucho menos, el objetivo de la autora. El original antiguo tan solo le sirve a Nieves Rosendo como un telón de fondo para su narración. Sin embargo, en la novela se pueden apreciar ciertos ingredientes del viaje y del relato medieval que se deciden rescatar en el texto contemporáneo. Al fin y al cabo la historia que le interesa contar a la autora es un periplo medieval, así que podríamos preguntarnos cuáles son los elementos que dan su carácter genuino a estos recorridos y qué es lo que les hace atractivos para el público actual.

Sin lugar a dudas, en el imaginario colectivo, un trayecto medieval se presenta como un viaje largo y peligroso, un camino hacia lo desconocido, hacia lugares fascinantes y llenos de seres extraños y sorprendentes. Esta visión del recorrido medieval es la que parece seguir cautivando hoy en día y cuyo carácter se pretende plasmar en la novela.

La embajada de Rui, Rosendo y Navia

Por esta razón, no sorprende que en la obra contemporánea, al igual que en los relatos medievales, se insista en las dificultades del viaje emprendido por la comitiva y en las penalidades por las que tienen que pasar sus integrantes. El trayecto de Rui se divide en dos partes: la marítima y la terrestre, ambas penosas para los protagonistas. En el texto se menciona tanto el peligro que constituyen los piratas durante la travesía por el mar, como lo complejo que resulta el viaje por el desierto. En cuanto a este último, el protagonista reconoce que «el viaje por el desierto fue extremadamente largo y peligroso» (2011: 133) y enumera las dificultades de esta travesía: «a nuestro paso la arena dorada era tan dura como la tierra de un camino, o tan ligera que se deslizaba bajo los pies» (2011: 116). Asimismo, las inclemencias del clima son omnipresentes: «durante el día el calor y la luz nos mortificaban, y por la noche el frío nos paralizaba a pesar de las hogueras, que encendíamos también para alejar a las alimañas que nos rondaban» (2011: 133), pero estas no constituyen los únicos peligros del viaje: «los enemigos no solo eran el desierto y el sol, sino también los bandidos y, en ocasiones, otros viajeros» (2011: 133). Rui comenta que, durante el recorrido, los integrantes de la caravana fueron asaltados tres veces por los bandidos y algunos enfermaron por beber agua contaminada, también perdieron varios animales y tuvieron que dejar una parte de la carga al resultar demasiado pesada.

Los viajes medievales eran no solo travesías difíciles y peligrosas, sino también muy largas, tal y como reflejan claramente los relatos de la época. Por esta razón, las menciones a las jornadas de viaje y al trayecto recorrido plasmadas en la novela pueden recordar a las presentes en los textos medievales. Al principio del recorrido, todavía en el Reino de Castilla, Rui comenta: «viajamos a caballo por los principales caminos que llevaban al sur. Seis días después de partir de Toletum llegamos a Calatrava, ciudad donde descansamos una noche» (2011: 35). Luego, ya en la última parte del trayecto, señala: «partimos de Bizancio a mediados de septiembre, con la intención de llegar a Samarqand a final de año» (2011: 111), para finalmente comentar: «habíamos llegado a Samarqand tras medio año de viaje entre la travesía por mar y la caravana por el desierto» (2011: 138).13

Al igual que en los textos medievales, también en la novela se refleja la admiración de los protagonistas por las grandes urbes de su época. Entre las ciudades que reinan en los relatos de viajeros del Medievo se encuentran, entre otras, las míticas Constantinopla y Samarcanda, y justamente de estos lugares hablará también el protagonista de la novela.14 Cuando Rui llega a Bizancio, después de una larga travesía marina, comenta la importancia de la urbe: «esta antiquísima ciudad, rodeada por el mar, ha sido siempre un lugar de comunicación de muchas naciones, y el punto de conexión de todas las caravanas que viajan de Oriente a Occidente» (2011: 90) y se fija en la belleza de sus bazares, así como en los productos que estos ofrecían. Como él mismo reconoce:

me encontraba maravillado por todas las mercaderías que podían encontrarse en aquel lugar […]. Aquellos géneros, pensaba yo entonces, provenían de todos los puntos del mundo. Habían realizado un viaje aún mayor del que nosotros íbamos a iniciar. Los mercaderes habían obtenido aquellos enseres en los confines del mundo y los traían allí, a Bizancio (2011: 97-98).

El protagonista no puede ocultar su asombro por el mercado que constituye para él un «aluvión de colores y olores brillantes, lleno de gente procedente de mil sitios» (2011: 98).

No menos fascinante le resulta a Rui la ciudad de Samarcanda. Esta mítica urbe, capital del imperio mongol de Tamorlán, se revela en la novela de Nieves Rosendo incluso más atractiva de lo habitual. Durante el recorrido por el desierto, el guía de la caravana habla de ella como una ciudad invisible y cuando los viajeros llegan a su destino son testigos de una escena insólita:

En aquel lugar, el chacatai jefe se inclinó e hizo una serie de gestos sobre la arena que no alcancé a adivinar, al tiempo que pronunciaba una letanía incomprensible. Inmediatamente, un enorme estrépito llenó el aire caliente del desierto y asustó a nuestras monturas. Pero aquel ritual fue solo el anuncio de algo que apenas podía creer aunque estaba sucediendo ante mis ojos: la tierra se abría y nos daba paso a su interior, recibiéndonos con una brisa de aire fresco y perfumado de especias, plantas y árboles en flor, de maderas exóticas (2011: 138).

En el universo de la novela, la mítica ciudad se encuentra bajo las arenas del desierto, lo que le da un aire todavía más seductor y misterioso. Samarcanda ya no es tan solo un lugar lleno de esplendor, sino que parece una urbe mágica, oculta ante los que no saben cómo llegar a ella. Estos elementos irreales hacen más atractiva la novela y la envuelven en un ambiente inquietante que atrae al joven lector. Conocer la famosa ciudad y pasar sus fronteras es una aventura más grande de lo que se podría suponer al principio de la lectura.

La embajada de Rui, Rosendo y Navia

Sin embargo, no nos olvidemos de que la aparición de lo maravilloso es uno de los rasgos de los relatos medievales, llenos de criaturas fantásticas, animales exóticos y seres extraños. Estas creencias, así como el saber libresco que formaba parte del bagaje de los viajeros medievales, también se ve reflejado en la novela. En Gadir, Misia y Rui ven a un hircano, es decir «habitante de una lejana región del norte» (2011: 39) característico por su pequeña estatura y por ir montado en un tigre de nieve. Asimismo, Aspuleyo les cuenta a sus compañeros de viaje la historia de un pulpo gigantesco, de una gran cabeza y de patas de más de 15 metros. Como animales insólitos en el texto se menciona a los grifos y se cuenta la leyenda del caballero Bernardo de Blancofuerte que dejó una garra de un polluelo de grifo en el gran templo de Lutecia. En el castillo de Dorile los viajeros escuchan historias sobre los espíritus del desierto que «no tienen cuerpo, sino que están formados por un fuego que no hace humo ni quema» (2011: 124). Finalmente, ya en Samarcanda, el traductor se dispone a hablar a los viajeros de los pueblos del Este, entre los cuales enumera a los cinocéfalos y a los hombres con un solo pie, tan típicos de los relatos medievales.

3. Conclusiones

 

A modo de conclusión, se podría decir que Nieves Rosendo, en su Embajada de Rui, se inspira en un acontecimiento histórico descrito en un relato medieval, pero no se limita a seguirlo fielmente. Los rasgos de la misión antigua se ven transformados en este texto contemporáneo para poder contentar al lector joven al que va dirigida la obra. La novela gráfica, al igual que cualquier otro género actual, depende de las leyes del mercado y de las convenciones narrativas de su época. La obra tiene que resultar atractiva, al ser un producto más que se ofrece en el mercado editorial. Junto a la parte gráfica de la obra, con ilustraciones sugerentes que evocan mundos lejanos y desconocidos, también el componente narrativo tiene que corresponderse con los gustos de sus lectores. Recordemos que el libro forma parte de la colección Macmillan Infantil y Juvenil y, en la contraportada de la obra, se recalcan justamente todos estos ingredientes del texto que pueden hacerlo atractivo para su público. Se habla de un «viaje fascinante», «el lejano reino de Tamerlán», mientras que el recorrido se clasifica como «misión secreta», «emocionante aventura» que a su vez está llena de «descubrimientos, curiosidades, enemigos ocultos», así como «ciudades perdidas en el tiempo».

La coartada de la ficción le permite a la autora introducir temas inexistentes en el original, actualizando la obra y haciéndola más atractiva para el lector contemporáneo. La aparición de la intriga, el suspense y la sorpresa, así como el surgimiento de personajes nuevos, hacen posible dotar el texto contemporáneo de la tensión narrativa inexistente en la fuente medieval. Asimismo, el cambio del objetivo militar-religioso por uno comercial puede resultar más interesante o al menos más fácil de entender, asimilar y abordar para un lector adolescente.

Al tratarse de una obra juvenil se trata de crear una narración amena e interesante cuya lectura resulte fácil y agradable. Por esta razón no aparecen en el texto algunos elementos característicos de los relatos medievales como son una gran carga de información enciclopédica, descripciones detalladas o referencias religiosas.

No obstante, no podemos olvidarnos de que la obra está ambientada en la Edad Media y la autora rescata tanto ciertos elementos de la poética medieval del relato de viajes, como algunos rasgos propios del periplo medieval. Tal y como hemos comentado al principio de este trabajo, en el imaginario colectivo actual, siguiendo con la herencia romántica, la Edad Media se revela como una época de grandes aventuras, viajeros intrépidos y recorridos llenos de peligro y dificultad. Por esta razón, en el texto contemporáneo, al igual que en los relatos antiguos, se insiste en las penalidades de un viaje muy largo y hacia territorios desconocidos. Asimismo, los viajeros se sienten cautivados por las maravillosas urbes que visitan y en su historia no faltan menciones a monstruos o seres fantásticos.

En la novela se ha buscado y explotado este Medievo oscuro, lejano, lleno de lagunas y misterios, donde el terror se entremezcla con la fascinación. Por esta razón, la Embajada de Rui puede ser otra confirmación de que en el mundo actual, dominado por el turismo de masas, se sigue añorando este verdadero arte de viajar y, para experimentarlo, las narraciones contemporáneas se trasladan una y otra vez a esta Edad Media «enorme y delicada» de la que hablaba Paul Verlaine, hacia esta Edad Media mítica y lejana que sigue cautivando tantos siglos después.

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