José Guadalajara – Escritor e investigador

Resumen

La microhistoria, en su vertiente literaria, es una modalidad de microrrelato que amalgama un tema extraído de la Historia y un enfoque estético y creativo del mismo. José Guadalajara se adentra en el análisis de este término y en sus relaciones con el microrrelato y la propia microhistoria social. Asimismo, el autor desgrana la vinculación que mantiene con la novela histórica y desarrolla los rasgos característicos de la microhistoria literaria, a raíz de la publicación de su libro Cien microhistorias de la Historia.

Abstract

Microhistory, in its literary aspect, is a form of micro-story that merges a theme drawn from History with an aesthetic and creative approach to it. José Guadalajara delves into the analysis of this term and its relationships with the micro-story and social micro-history itself. Moreover, and with regards to the publication of his book One Hundred Microhistories of History, Guadalajara reveals the link that literary microhistory maintains with the historical novel and develops its characteristic features.

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1. Introducción

El arte del microrrelato tiene sus pautas. No me resultaban desconocidas, por supuesto, cuando hace unos años abordé la creación de un conjunto de cien microrrelatos a los que por su tema y rasgos específicos preferí denominar microhistorias (Guadalajara, 2020).

No hay que perder de vista este término y, antes de que yo mismo me afirme en su uso, es necesario acotar su extensión y significado, pues, en principio, define un modo peculiar de abordar la Historia que, según Carlo Ginzburg, empleó por vez primera en 1959 el historiador y novelista George Rippey Stewart en su libro Pickett’s Charge: A Microhistory of the Final Attack at Gettysburg, July 3, 1863, en el que ya se adentraba además en un planteamiento y perspectiva diferentes en el modo de concebir el estudio histórico.

El queso y los gusanos, Carlo Ginzburg

No obstante, la consolidación de la microhistoria como una rama de la Historia social fue obra en los años setenta del propio Ginzburg y de una serie de historiadores italianos como Giovanni Levi, Carlo Cipolla, Simona Cerutti o Piero Camporesi, al margen de que unos años antes de 1976 –año de publicación del clásico de Ginzburg El queso y los gusanos– nos encontremos con Luis González y González, que sentó plaza de microhistoriador con un libro singular titulado Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, en el que extrapoló su estudio de este recóndito pueblecito mejicano, lugar de su nacimiento, al conjunto de todo el país en un tiempo que cubre cuatro siglos.1

 

 

2. Microhistoria

Antes de penetrar de lleno en el meollo de este artículo, conviene que establezca unos límites imprescindibles entre este uso del término microhistoria que hace la Historia, y que pertenece por lo tanto al ámbito historiográfico, y el que hago yo en mi libro de referencia, y que ha de incluirse necesariamente dentro del ámbito literario. Entre ambos creo adivinar unos espacios coincidentes, y otros que ofrecen una marcada divergencia. Por cierto, la misma mención de estas dos disciplinas, la Historia y la Literatura, anuncia ya de por sí, tal como sucede en la novela histórica y sus diferentes formas, una confluencia de rasgos y unas fronteras muy definidas.

La microhistoria, por otro lado, guarda una estrechísima relación con el término que ya empleara Miguel de Unamuno en 1895 al diferenciar la historia de la intrahistoria. Nadie mejor que él para definirla en este pasaje tan conocido de su ensayo La tradición eterna, incluido dentro de su libro En torno al casticismo.

Las olas de la Historia, con su rumor y su espuma que reverbera al sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo nunca llega el sol. Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del «presente momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así, una capa dura no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre las que se alzan islotes de la historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia (2000: 41).2

Ese «fondo marino», en la metáfora empleada por Unamuno, representa la esencia de la microhistoria: una manera de analizar y comprender la Historia a partir de lo anecdótico, lo cotidiano y lo local, como hizo el propio Ginzburg al tomar como protagonista a Menocchio, molinero del siglo XVI sentenciado por la Inquisición, en su libro ya citado.

La microhistoria, como se deduce de todo esto, es una suerte de visión microscópica, un análisis de plaquetas, glóbulos rojos, leucocitos, hematíes o basófilos, si se me permite ahora esta metáfora sanguínea, para diagnosticar el estado de un organismo vivo que, en este caso, no es otro que el propio devenir del mundo en sus diversos momentos históricos. De ese modo, desde lo elemental, podemos adentrarnos a su vez en el conocimiento de lo genérico, de lo universal, y obtener así una diversidad y riqueza que no nos aporta el exclusivo estudio de la Historia a secas.

Junto a la microhistoria de los historiadores, propongo la microhistoria de los literatos. Trato con ello de ofrecer otra perspectiva al fundir en un texto la Historia y la Literatura, una perspectiva diferente, no obstante, a la de la novela histórica o a la poesía épica, que también participan de estos dos mismos ingredientes. Este objetivo es el que me ha guiado para escribir mis 100 microhistorias de la Historia.3

Pero el hecho de compartir un mismo término no implica de modo necesario la semejanza de contenido, propósitos, punto de vista, estructura, extensión y estilo, pues la microhistoria literaria guarda relación en primer lugar con la brevedad en la transmisión (esto no sucede en la microhistoria de los historiadores), ya que se trata, sobre todo, de un derivado del microcuento o microrrelato (la terminología para definirlo es muy variada y existen otras muchas denominaciones: yo he optado por la segunda),4 caracterizado por esa brevedad esencial, aunque no haya un límite predeterminado que la encierre: lo mismo cabe un microrrelato de cinco palabras que otro de quinientas. En esta línea, vemos cómo con muchísima frecuencia se convocan concursos literarios donde se solicita en sus bases un número variable de palabras para su composición que, por regla general, suele oscilar ente las cien y las doscientas cincuenta. Para abundar más en ello, y añadir otros aspectos caracterizadores, ofrezco la definición de microrrelato de Ginés S. Cutillas (2016: 19), uno de los teóricos de este género: «Texto breve en prosa de naturaleza narrativa y ficcional que, usando un lenguaje escueto y preciso, se sirve de la elipsis para contar una historia sorprendente a un lector activo».5

Concuerdo con esta definición, mucho más exacta y completa, por ejemplo, que la del Diccionario de la Academia, que se limita a definirlo como «relato muy breve» (con lo cual parece además que lo encasilla como una forma de relato y no como un género independiente) y que se me antoja harto insuficiente y nada precisa, aunque, si nos servimos de una sana ironía, tratándose de microrrelatos, no puede encajar mejor y más a propósito, ya que parece hacer gala del famoso dicho gracianesco: «Lo bueno, si breve…».

Más curioso es, no obstante, el caso del Diccionario de términos literarios de Demetrio Estébanez Calderón, magnífico, pero que no incluye entre sus más de mil páginas dicho término, ni siquiera en la entrada correspondiente a «relato». Hay que recurrir a los teóricos del género –como tal lo concibo, y no como una variante o subgénero del relato o cuento, asunto que ha suscitado no pocas páginas– para profundizar en su definición y concebirlo como un «producto de la tensión entre la voluntad de expresión, por una parte, y la intensidad y concisión imprescindibles en el narrar, por otra» (Valls, 2015: 27).

3. Microrrelato y microhistoria

Establecido el parentesco o dependencia de la microhistoria literaria con respecto al microrrelato, me gustaría fijar ahora sus diferencias, evidentes por otra parte, ya que el tema histórico, el carácter documental y, por lo tanto, su verismo son las claves que definen la microhistoria y que siempre he tenido en cuenta para su elaboración, al margen de otros elementos y rasgos de estilo.

La microhistoria literaria es, por consiguiente, una modalidad del microrrelato. Su existencia no resulta, sin embargo, novedosa, ya que cuenta con numerosos autores que han escrito microrrelatos de tema histórico. Su desarrollo, según María Isabel Larrea, que emplea la expresión «microcuento histórico» para definirlo, arranca de los años setenta en Hispanoamérica a raíz de una reflexión crítica sobre el Descubrimiento y las dictatoriales condiciones sociopolíticas imperantes en esos años en numerosos países del continente: «Los microcuentos históricos se escriben con el propósito de denunciar, parodiar, testimoniar y elogiar, en breves anécdotas, a los personajes cotidianos o a aquellos que se han mantenido apartados o ignorados por la cultura del poder» (Larrea, 2006: 116).

Esta intencionalidad, apropiada para ese contexto, no encaja sin embargo con todos los supuestos, porque el espacio del microcuento histórico se orienta hoy en día en otras direcciones de estilo, propósitos, temas, épocas y personajes. No es frecuente, sin embargo, la composición de microrrelatos históricos (en cambio, cada vez abundan más los libros de microrrelatos en general), si bien esto no supone que no se escriban o publiquen microrrelatos históricos, pues los encontramos de forma aislada o en algunos concursos o certámenes que, por ejemplo, se convocan anualmente en España.6

Por eso, esta colección representada por mis cien microhistorias resulta novedosa, al igual que el uso de este término sintético para definirlas, más preciso, según creo, que los de microcuento o microrrelato histórico. No se trata de un hecho casual, puesto que además es la primera vez, si no me equivoco, que se presenta una colección unitaria de estas características, una idea que surgió hace ya unos cuantos años en una conversación con el profesor Sergio Guadalajara, si bien no se ha convertido en libro hasta el año pasado.7

Pero volvamos ahora al planteamiento inicial de este apartado y reformulemos la pregunta: ¿Qué diferencias plantea la microhistoria con respecto al microrrelato? En realidad, bastaría con suprimir el rasgo «ficcional» de la definición de Cutilllas y sustituirlo por el de «histórico» para que esta encajara de molde con el término microhistoria. No obstante, como texto literario que es, no debe olvidarse la dosis de ficción que, en mayor o menor medida, puede darse también en una microhistoria.

Y así es, en efecto, ya que en todo lo demás es un microrrelato en el que la brevedad, el carácter narrativo, el uso de la prosa, la precisión en la palabra, la elipsis, la intertextualidad y la sugerencia interpretativa son sus señas de identidad. No tengo por lo tanto inconveniente alguno al afirmar que las microhistorias de mi libro 100 microhistorias de la Historia son una modalidad de microrrelato, tal vez un subgénero de este. En este sentido, podríamos hacer todo un listado de subgéneros y hablar así de microrrelatos humorísticos, amorosos, de ciencia-ficción, policiacos, etc., pero es este un tema complejo que requeriría de un estudio más riguroso.

Para completar sus características habría que añadir el fragmentarismo de los textos o, mejor dicho, la fijación en el detalle, lo anecdótico o lo local, porque, en consonancia con la microhistoria de los historiadores, he pretendido que cada microhistoria sea una «fotografía en movimiento», centrada, unas veces, en un hecho relevante; otras, en un aspecto de vida o en una impresión personal motivada por la observación o estudio de un episodio histórico concreto. Así, por ejemplo, en una de las microhistorias del libro –la titulada Amenpnufer, 1111 a. C.– se narra el saqueo de una cámara funeraria por parte de unos ladrones, la destrucción de las momias, la huida con el tesoro y la captura posterior de los responsables, empalados entre atroces suplicios, y privados, por lo tanto, de su ka y su ba, esenciales para lograr la inmortalidad, creencia fundamental de la religión egipcia.

Esta microhistoria parte, como puede advertirse, de un hecho singular y concreto que gira en torno a la existencia documentada de un saqueador de tumbas como fue el tal Amenpnufer, hombre insignificante y sin relevancia para una Historia escrita con letras mayúsculas. Sin embargo, sus hechos pueden proyectarse hacia un espacio de totalidad que nos permite abarcar y comprender aspectos esenciales de la civilización egipcia. La brevedad de la microhistoria delimita su propio alcance, pero estimula en el lector la capacidad analítica y lo dirige hacia un campo de intertextualidad historiográfica.

4. Microhistoria y novela histórica

Dado el carácter de la publicación en la que se inserta este artículo, abierta a que los escritores puedan exponer en ella las claves de su mundo creativo, me gustaría hacer un breve excurso personal que, relacionado con mi dedicación a la literatura e investigación de tema histórico, informe al lector sobre mi aterrizaje en la microhistoria.

Signum, José Guadalajara

Testamentum, José Guadalajara

Soy escritor de novela histórica y me siento en deuda con ella. Tras realizar una tesis sobre el mito y literatura del Anticristo y su repercusión en la Edad Media hispánica, y publicar numerosos artículos sobre este tema,8 recalé en el año 2004 en la novela histórica, con Signum, localizada en la época del rey Juan II de Castilla y en la que pesó más mi faceta de investigador que la de novelista, un aspecto que corregí ya en mi segunda novela, a la que titulé Testamentum. Desde entonces he escrito más de media docena de obras adscritas a este subgénero narrativo, varias de ellas desarrolladas en el mundo medieval, como La maldición del rey Sabio y El alquimista del tiempo, si bien en otras he recreado temas y ambientes de los siglos XIX y XX: La reina de las tres muertes y Un tango llamado Ramón Franco.

La maldición del rey Sabio, José Guadalajara

El alquimista del tiempo, José Guadalajara

En esta línea de creación no resulta por lo tanto extraño que haya desembocado en la minificción, que, entre otras modalidades como el poema en prosa, greguería, aforismo, leyenda, fábula, etc., incluye por supuesto el microrrelato, un minúsculo y exigente «molde de oro» en el que me he atrevido a verter los temas históricos. Esta idea se me presentó hace unos años como un reto fascinante, como una posibilidad de construir breves piezas literarias en las que la materia histórica fuera su protagonista, un modo de fundir sin fisuras la historia y la ficción al que, como novelista, ya estaba acostumbrado.

Decidí así introducirme no en la escritura de microhistorias aisladas o independientes, sino en un proyecto más ambicioso que consistió en crear un conjunto de microhistorias que cubriera un amplio arco cronológico: desde el Homo erectus hasta la actualidad. Bien es cierto que, al principio, estuve tentado de componer un volumen más concentrado temporalmente –en la Edad Media, por supuesto–, pero deseché pronto esta idea y me aventuré en una visión de totalidad, seleccionando aquellos episodios o pasajes de la Historia más significativos, imprescindibles otras veces, o dotados de un componente anecdótico que se prestaba muy bien para la composición literaria.

Evidentemente, hay una distancia considerable que separa la novela histórica de la microhistoria, no solo por su distinta extensión narrativa sino por su diferente técnica de escritura, inserción de personajes y tratamiento del espacio y el tiempo. Sin embargo, en ambos géneros se da un elemento compartido: la necesidad de la documentación. Este proceso exige tiempo y es previo (y también, en muchos momentos, simultáneo) a la escritura. Sobra decir que la exigencia documental es mayor, o al menos requiere de más profundidad y extensión, en la novela histórica que en la microhistoria, donde predominan la anécdota, el detalle, el episodio o la circunstancia.

La reina de las tres muertes, José Guadalajara

En todo caso, hay otro compartimento común en el tren de la narrativa histórica que también –dejo ahora de lado el cuento o relato histórico– comparten la novela y la microhistoria. Se trata de la ficcionalidad, o más bien del grado de ficción que en un texto de contenido histórico puede permitirse el novelista o el escritor de microhistorias. Hace unos años ya escribí sobre los diversos tipos de novela histórica con los que podemos encontrarnos en el mercado editorial a tenor de la dosificación historia/ficción de la que cada autor, según el caso o el predominio de la intencionalidad artística o comercial, hace uso en sus escritos.9

En la microhistoria no caben tantos distingos, dada su brevedad e intensidad, pero, bajo el respeto de los principios de la verosimilitud y la fidelidad en los datos, la microhistoria se ofrece como un campo abonado para un tratamiento literario original con el que conjugar diferentes temas y perspectivas. Así, en varias de las microhistorias de mi libro he puesto en práctica otros procedimientos y enfoques en la forma de abordar este binomio historia/ficción, ya que en algunas de ellas he incluido, por ejemplo, matices subjetivos que no cabrían en una novela histórica, como sucede en el caso de la microhistoria titulada «Estatua sin cabeza» y que tiene como protagonista al prefecto de los trabajos públicos de Segóbriga, Munius Octavio Novato, un desconocido sin trascendencia histórica al que presento de una manera muy peculiar.10

Por otro lado, el axioma narrativo del planteamiento, nudo y desenlace, que es propio de la novela, no ofrece una línea divisoria muy marcada en la microhistoria. Lo expresa muy bien Fernando Valls (2015: 32) al referirse al microrrelato, del que afirma que es «puro sprint que debe estallar en los tacos con el pistoletazo de salida sin perder un instante, para progresar con fuerza y soltura, y concluir al cabo de un suspiro». En relación con esta brevedad e intensidad, quiero recordar unas palabras del Microprólogo de mi libro en las que, a modo de broma y flirteando con la ironía, trato de constatar una realidad evidente acerca de la fuerza y consistencia de la literatura breve: «Nunca se escribió nada semejante. Salvo novelas históricas de mil y una páginas», afirmo en referencia a las microhistorias.

Un tango llamado Ramón Franco, José Guadalajara

Por último, la composición de una novela histórica es un proceso largo y exhaustivo, de meses o años, un tiempo que se abrevia considerablemente en la construcción de una microhistoria, aunque es cierto que tanto en una como en la otra, al igual que en cualquier otra creación artística, siempre hay un espacio para un nuevo retoque, descarte o pincelada. En el caso de mi libro, hubo momentos en los que escribí varias microhistorias en un mismo día, si bien lo ordinario fue mantener un ritmo más pausado: periodos continuados de escritura combinados con otros de alternancia, también tiempos muertos y recorridos baldíos. Es cierto, sin embargo, que no he descartado ninguna microhistoria de las escritas: así que son cien y nada más que cien.

5. 100 microhistorias de la Historia

¿Por qué cien? ¿Y por qué no? Cien años son un siglo y, al fin y al cabo, la Historia la computamos generalmente en siglos o, si es muy extensa y casi inabarcable, en milenios o millones de años.

El aspecto simbólico del número cien es en este caso un criterio subjetivo, y resulta palmario que una materia como esta habría dado para componer un millón de microhistorias sobre las huellas de los seres humanos en este minúsculo planeta del sistema solar. Estoy en ello.

Siendo justos en el razonamiento, el número además me pareció redondo y, por qué no, comercial, así que decidí limitar su composición a esta cifra, intentando a la vez que cada microhistoria ocupara una sola página en el volumen publicado.

Con respecto a la denominación de microhistoria, al margen de las explicaciones dadas en las páginas precedentes sobre su relación con la microhistoria (histórica) y el microrrelato, me gustaría resaltar que el término encaja a la perfección con la materia tratada y con la brevedad de su extensión, porque, ciertamente, una microhistoria es una micro-Historia, no solo por el carácter mínimo y esencial que proclama el prefijo micro, sino porque su temática es puramente histórica. Prefiero, por lo tanto, esta terminología, mejor que la de microrrelato histórico, que, no obstante, constituye un logrado sinónimo.

100 microhistorias de la Historia, José Guadalajara

Aunque cada microhistoria es autosuficiente –tiene que ser así cuando hablamos de un producto artístico– y no debería precisar de más explicaciones, he considerado oportuno incluir una serie de cien paratextos o referencias históricas que contextualicen estas microhistorias literarias. Cada una de ellas lanza un dardo informativo de carácter pragmático para circunscribir el texto y agrandar su espacio semántico. No brilla en ellas la originalidad, sino su contenido didáctico. Es evidente que, de cara al lector, que puede conocer en mayor o menor grado la Historia, suponen un soporte para la comprensión y el establecimiento de las coordenadas espaciotemporales. Si bien se encuentran al final de cada microhistoria, su lectura a priori o posteriori influirá de manera distinta a la hora de encararse con la propia microhistoria.

La microhistoria, sujeta a una importante base documental, lo mismo que la novela histórica, es ante todo un texto literario, como lo son la Ilíada, el Poema de Gilgamesh, el Cantar de mio Cid, Los tratos de Argel o Trafalgar, por poner algunos ejemplos antiguos. Esto motiva que no sea el contenido histórico de la misma lo único a tener en cuenta, sino que su dimensión artística ocupe una posición de privilegio como motivadora del aspecto lúdico, la evasión y el goce estético. Esta es la finalidad propia del docere delectando (viejo adagio horaciano del enseñar deleitando) y que constituye la espina dorsal de cada una de mis microhistorias. Por eso, y en cierto modo, la selección de los temas se ajusta a tres criterios, que han sido abordados desde diferentes perspectivas y procedimientos estilísticos:

  • Episodios históricos ejemplares.
  • Episodios históricos anecdóticos.
  • Episodios históricos subjetivos.

En los primeros predominan los episodios clave y generalmente conocidos por todos (batalla de Roncesvalles, ejecución de Juana de Arco, viajes de Marco Polo, Viriato, la toma de la Bastilla, Día D…); los segundos alientan un sesgo menos tratado y se focalizan sobre aspectos más tangenciales (Evémero y los dioses, La otra fe, La Calderona, El taumatropo, Librería de viejo…); por último, la subjetividad del autor se combina, en una aproximación a la actualidad, con matices, impresiones y sugerencias de interpretación (Un dios humano, Batalla de Visby, El hallazgo, Por los tiempos de Lepanto, El día en el que yo nací…).

En todo caso, la captación histórica no se hace nunca desde un punto de vista central sino desde un ángulo que apela al detalle, la anécdota y lo curioso, ya que la microhistoria tiene en la elipsis, como modalidad del microrrelato, una de sus principales características. Además, los tres anteriores criterios se mezclan, se funden y se disuelven sin resquicios, en mayor o menor grado, en un modelo híbrido, sin líneas puras, ya que el componente literario y estilístico ejerce un poder omnímodo sobre la materia histórica. Un ejemplo puede ser la microhistoria titulada «Troya»:

Ya todos conocemos la historia: Aquiles y Ulises se inventaron a Homero, y Eneas escribió sobre Virgilio en perfectos hexámetros dactílicos. Todo lo demás es mentira, un enredo de los dioses, un envoltorio de palabras, un gigante colocado a las puertas de Troya de donde salían caballos de madera.

Más tarde llegó Schliemann con su pico y su pala para buscar el lugar de la guerra. Cavó un hondo agujero y halló las cenizas de Paris y el corazón entristecido de Helena. Había tanto polvo allí dentro y tanta Troya enterrada que se quedó mudo, lo mismo que Homero.

Hechos del pasado, mezcla de tiempos, inversión de ideas, leyenda y ficción conviven en este texto en el que historia conocida, anécdota y subjetividad se fusionan para crear una pieza artística con una fuerte carga de sugerencia y ambigüedad. En cambio, en otras microhistorias, como la titulada «Entrega secreta», predomina el elemento histórico.

Granada dormía aún cuando Boabdil recibió al comendador mayor de los Reyes Católicos. Bajo la noche estrellada, Abén Comixa y Casim el Muley habían guiado en secreto a Gutierre de Cárdenas desde el campamento cristiano hasta la torre de Comares. Sus hombres habían tomado posiciones en los alrededores.

El frío de enero no se sentía en aquella estancia cuadrada cubierta con alfombras, cortinas y tapices. La luz tenue del amanecer comenzaba a penetrar por las celosías, aunque numerosas luminarias hacían resplandecer en las alturas el rico artesonado de los siete cielos. Gutierre de Cárdenas se aproximó hasta Boabdil para besarle las manos.

Cuando el comendador mayor recibió poco después las llaves de la Alhambra, un golpe súbito de emoción le ascendió desde el estómago. Diez años de sangre y miseria se habían necesitado para llegar a ese momento.

Ya con las luces del nuevo día, tres cañonazos advirtieron a los reyes que Granada estaba en poder de los cristianos.

He querido, por otra parte, que este conjunto de cien microhistorias se abriera a un amplio abanico de posibilidades temáticas extraídas de la Historia universal, dando así cabida a batallas, ejecuciones, crímenes, conquistas, descubrimientos, inventos, experiencias artísticas, sucesos, catástrofes, amores regios, brujería, superstición, vida cotidiana y seres humanos singulares.

Este macrocosmos, como si fluyera a través del alambique de un alquimista, se destila en una microhistoria que irradia un enorme potencial de conexiones y una alta concentración de significados. A tenor de esto, en busca de la máxima densidad semántica y de otras perspectivas en el marco de una narración histórica, estoy ensayando otro modelo de microhistoria caracterizada por una mayor brevedad y un punto de vista diferente, que se presenta como un modo mixto de abordar el hecho histórico. Son microhistorias con una enorme carga de subjetividad, conectadas con el presente en muchos casos, abiertas a múltiples interpretaciones y que buscan plasmar en un solo trazo un complejo entramado histórico. Se trata de un paso más en el espacio de la microhistoria, en el que cada día me siento más cómodo y, sobre todo, más motivado.

Ahí radican la clave y el misterio de la literatura breve.

Bibliografía

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