Un
cavallero era el postrero de todos, valeroso, que avía por
nombre Masilino, el qual propuso desta manera:
"Muy poderosa señora, porque la novela y las
quistiones dichas sean más graciosas, yo quiero dezir una que
será muy ligera de determinar. Sabed que fue un cavallero en
nuestra ciudad que tenía por muger una muy hermosa dama, a la
qual amava sobre toda manera. Y por ser ella tan hermosa, otro
cavallero la amava mucho, sin comparación, mas ella no se
curava de su amor ni de sus cosas. Este cavallero jamás pudo
aver de[l]la una buena palabra, ni menos respuesta a cosa que
ni otro por él le dixesse, por lo qual él bivía
muy desconsolado y desconfiado de su amor.
Acaeció que este cavallero
desuso nombrado fue elegido y llevado para governador o corregidor de
una ciudad muy vezina de la nuestra, para la qual se
par/[eviijv.]/tió a regir su oficio, y aviendo
residido en ella casi la más parte del año,
vínole un día acaso un mensajero, el qual, entre otras
nuevas que le contó, le dixo: "Sabed, señor, que la
dama a quien vos tanto amáys, queriendo oy en nuestra ciudad
parir, murió, y en mi presencia la enterraron." Como el
cavallero oyó la nueva, dissimuló el pesar, no
mostrando por ello en su gesto mudança alguna, diziendo entre
sí: "¡O muerte villana, maldito sea tu poder, porque
tú me has privado de la cosa que yo más amava e
más desseava servir, aunque contra mí la conocía
cruel! E, pues assí ha sucedido, lo que amor no me quiso
conceder en su vida, agora que es muerta me converná
buscallo."
E assí, esperó que
viniesse la noche y tomando consigo uno de sus más fieles e
secretos criados, se fue para nuestra ciudad derecho al lugar donde
la dama estava enterrada y con osado coraçón,
esforçando a su criado que no temiesse, abrió la
sepultura y entró dentro en ella; e llorando con
lágrimas de piedad començó de abraçar a
la dueña; e poniéndola en sus braços y no
hartándose de besalla, començó de tocalla
metiéndole las manos por sus fríos pechos, tentando sus
eladas tetas; e baxando la mano por las más secretas partes,
su cuerpo con el ardor encendido que tenía, tentándole
el estómago descubriéndola toda, sintió que le
bullía el vientre, de lo qual se maravilló quedando muy
espantado.
Mas el amor, que le hazía ser
osado, le hizo tornallo a mirar con mejor sentido, e conociendo que
no estava muerta, sacóla de la sepultura embuelta en los
mismos paños que tenía y poniéndola encima de su
capa, travando él de una parte y su criado de otra la llevaron
muy secretamente a casa de su madre del mismo cavallero, a la qual
tomó juramento que en ninguna manera los descubriesse. Y
entrados en casa, encendieron el fuego y pusieron a la dama cerca que
se deselassen sus fríos miembros. E como con esto no tornasse
en sí, hízole aparejar un baño de muchas yervas,
e bañándola en él, e haziéndole muchos
beneficios, tornó en sí muy desacordada, y preguntando
/[eixr.]/ y rogando que le dixessen en qué lugar
estava. A lo qual el cavallero respondió que ella estava en
buen lugar, por ende que se conortasse y esforçasse.
En esto, plugo a Dios que, invocando
el nombre de nuestra señora, parió un muy hermoso hijo,
y quedó libre de la congoxa en que estava, e muy alegre con el
fijo nacido, el qual dio luego el cavallero a una ama para que lo
criasse. La dueña, tornada en sí e libre de su trabajo,
como amanecía vido delante de sí al cavallero y a su
madre muy diligentes en servirla; e como no vido ninguno de sus
hermanos ni servidores de su casa, maravillóse y quedó
muy pensativa, entre sí diziendo: "triste de mí,
¿dó estoy que ventura me ha traydo aquí ado
jamás estuve?" El cavallero, conociendo su pensamiento, le
dixo assí: "No os maravilléys, señora, y
esforçaos que lo que veys voluntad fue de dios." E
començando del principio al fin le contó todo lo hecho,
concluyendo que ella y el hijo eran bivos por su causa, por lo qual
para siempre le quedavan en obligación.
Conociendo esto la dueña e
visto que por otra manera no podía venir a manos del cavallero
su servidor sino por la quél le avía contado,
agradeció a dios principalmente y después a él,
dándole gracias por ello, confessando serle en
obligación. A la qual el cavallero dixo: "Pues
conocéys, señora, el cargo en que me soys y
dezís que haréys lo que yo quisiere, pidos en
galardón de lo que por vos he hecho que os consoléys,
alegréys e sufráys aquí hasta que yo buelva de
mi oficio, que será muy presto; e quiero que me
prometáys que ni a vuestro marido ni a otra persona os
descubráys sin mi licencia." La dueña respondió
que ni esto ni otra cosa que más fuesse le podría negar
que assí lo haría, e juróle de jamás
darse a conoscer sin su voluntad. El cavallero, como vido alegre e
consolada la dueña, fuera de todo peligro, acordó de
tornarse para su oficio, que dos días avía que
allí se detenía sirviendo a la señora, e
dexándola muy encomendada a su madre se partió.
Dende a pocos días, cumplido su
oficio, se bolvió honrada/[eixv.]/mente para su casa a
do fue graciosamente recebido de la dueña. Y después de
passados algunos días, el cavallero aparejó un muy
solemne banquete e combidó a comer al marido de la
dueña con otros muchos parientes e amigos. Los quales estando
para assentarse a la mesa, salió la dueña con licencia
del cavallero e sentóse junto con su marido y el cavallero de
la otra parte; y teniendo en medio al marido començaron a
comer sin que ella hablasse palabra al marido ni a nadie de los que
en la mesa estavan, y tenía la dueña vestidas aquellas
mesmas ropas e joyas que a la sepultura llevó. Y el marido
mirávala con admiración, y los vestidos y joyas que
tenía, y parecíale que era aquélla su muger, y
los vestidos traen por semejante los con que la avía
enterrado, mas porque sabía que muerta la metió en la
sepultura, no creya que uviesse resucitado. Por lo qual no se
alteró, dudando no fuesse otra que se pareciesse con ella,
juzgando que más ligera cosa es de hallar persona y vestidos
que se pareciessen a los de su muger que no resucitar un cuerpo
muerto. E ni por esto dexó con diligencia de bolverse al
cavallero a preguntarle quién fuesse aquella dueña. El
cavallero le respondió que se lo preguntasse a ella, que
él no lo sabía más de avella traydo de un lugar
desplaziente, y preguntándoselo a ella, respondióle:
"Yo soy trayda por este cavallero aquella vida gloriosa que de todo
es desseada, e tráxome a donde estoy por una vía no
conocido." Mucho más se maravillava el marido de oyr estas
palabras, e crecióle el admiración, quedando suspenso
hasta que acabaron de comer sin saber la determinación.
Después que ovieron comido,
levantáronse todos, y el cavallero, tomando por la mano al
marido y a los otros, se fue con ellos a su cámara, en la qual
los estava esperando un ama con el niño en braços que
la señora parió. Y el cavallero, poniendo al marido en
los braços al niño, le dixo: "Éste es tu hijo."
Y dándole la mano derecha de la dueña, díxole:
"Ésta es tu muger e madre deste niño." E contando por
orden al marido e a todos cómo allí la /[exr.]/
avía traydo, hizieron todos por tan gran maravilla muchas
alegrías, mayormente el marido con la muger e la muger con
él, y agrandóse con el hijo. Y dando gracias al
cavallero por la merced recebida se fueron para su casa contentos y
alegres.
Guardó el cavallero a esta
dueña que tanto amava, en tanto que en su poder estuvo con
aquella fe y amor como si fuera su hermana. E por esto, yo
querría saber quál destas dos cosas fue mayor: la
alegría del marido, que cobró la muger e hijos que
tenía por muertos, o la lealtad del cavallero, que sin tocar
en ella, la restituyó al marido amándola como la
amava."
Quien tuvo por quien ganó
su señora bien ganada
y sin tocar la tornó
al marido, cierto obró.
Gran virtud en estimada
y el de aver ya recebido,
la muger que avía perdido,
su plazer fue muy entero.
¿El hecho del cavallero
o su plazer del marido
quál tenéys por más crecido?
Grandísima creo que fue el alegría del marido cobrando la muger y el hijo. Y por el semejante fue muy grande e notable la lealtad del cavallero, mas porque es cosa natural alegrarse el hombre cobrando las cosas perdidas e no podría ser de otra manera, mayormente cobrando una cosa muy querida, juntamente con un hijo de que no se podía fazer tanta alegría quanta avenía, no reputamos que sea tanto como fazer una cosa a que es costreñido por virtud y esto es ser leal. Pero /[exv.]/ porque es possible serlo y no serlo, digo que de quien procedió ser leal en cosa que tanto amava, que este tal hizo grandíssima e innotable cosa. E aprovando la lealtad, juzgo que en gran cantidad excede en sí la lealtad del cavallero al alegría del marido.
Puesto que sea como vuestra alteza dize, gran cosa me paresce que se pueda poner comparación en cosa que yguale con el alegría del marido, conocido está que no ay mayor dolor de sufrir que aquel que cobra por muerte de la cosa que mucho queréys. E si el cavallero fue leal, como ya se ha dicho, él hizo lo que devía, que todos somos obligados a obrar virtud y quien haze lo que es obligado haze bien, mas no se le ha de tener en mucho lo que haze. E por esto, yo digo que se podría consentir que fuesse juzgada por mayor el alegría del marido que la lealtad del cavallero.
Vos os contradezís a vos mismo en vuestras palabras, pues dezís que assí deva el hombre de alegrar por causa del bien que Dios le haze como por obrar virtud. Mas si ser pudiesse ser triste en el un caso como en el otro ser desleal, podíase según vuestro parecer seguir las leyes naturales que no se pueden huyr. E no es gran cosa seguillas, mas obedecer a las positivas es virtud de coraçón, y las virtudes del ánimo por grandeza e por toda otra cosa hanse de preferir a las obras corporales, y las obras virtuosas quando hazen digna compensación, exceden en grandeza a toda otra operación. También se puede dezir que el aver sido leal el suso dicho cavallero, dura perpetuamente para siempre jamás en /[exjr.]/ essencia, y el alegría puédese bolver en súbita tristeza a tornarse después de poco tiempo en poca o ninguna, posseyendo la cosa, por cuya causa fue alegre. E por esto, dígase quel cavallero fue más leal que el marido alegre. Y esto que dezimos dirá qualquier persona que derechamente juzgar quisiere.
Todas las cosas avidas,
queridas o por querer,
en menos o más tenidas,
después de ser poseydas
enflaquecen su querer.
La lealtad no adolece,
antes, de contino, crece
porque de todos se alaba,
luego, lo que no se acaba
más gloria le pertenece.