Y quando el Cavallero de la Rosa quiso entrar en el campo con los otros cavalleros, los fieles d’él le dixeron la condición; y como el rey vido que le detenían, embió a mandar que lo dexassen, pues bastava y le sobravan prendas en lo que avía fecho en las justas passadas.
Y, assí como entraron, avía bien mill cavalleros entre todos, y hiziéronse dos partes antes qu’el torneo se començasse. Y quedó de la una el Cavallero de la Rosa y todos los ingleses, que eran diez cavalleros, y el príncipe de Escocia y el de Armenia y el Cavallero Bravo se passaron a su parte. Y assí como fueron divididos, en tocando las trompetas y atabales se fueron los unos contra los otros con mucha ferocidad y ánimo; y, a causa de ser tan señalada persona el Cavallero de la Rosa, se quebraron en él de aquel encuentro tres lanças. Pero como Dios tenía su persona para más cosas en que se avía de ver, guardóle d’este peligro, aunque le fue duro de comportar tales y tantos encuentros juntos como sufrió. Él quedó a cavallo y derribó por su lança el que le salió delante, y muchos cavalleros quedaron a pie, y salieron algunos mal tratados y tropellados, y algunos d’ellos fincaron muertos. Y luego los cavalleros que a cavallo quedaron se rebolvieron con sus espadas en las manos, y otros con estoques, y algunos con hachetas y maças, y se començó el torneo o, hablando a lo cierto, voluntaria batalla, más cruda y espantable que en tal número de cavalleros jamás se vido, porque todos eran de hermosas dispusiciones y grandes ánimos, y todos ellos personas generosas. Y donde quiera que el Cavallero de la Rosa andava, bien se hazía lugar. Pero, como esta embidia en toda parte tiene su nido, muchos eran los cavalleros que del un costado y del otro contra él acudían, y pocos de los que con él una vez topavan le tornavan a buscar. Mas también alguna vez ovo menester sus amigos, los quales le fueron muy ciertos y fieles el príncipe de Armenia y el príncipe de Escocia y el Cavallero Bravo, y así mismo los diez cavalleros ingleses, los quales algunas vezes le sacaron de grandes priesas. Y este día hizo el Cavallero de la Rosa cosas tan señaladas quanto nunca hombre las pudo hazer, porque de su espada y armas fueron muertos sobre diez cavalleros y derribados más de veynte, y otros muchos hirió.
En fin, aqueste torneo duró quatro horas, en las quales no podían ser despartidos, según la orden que en ello se avía de tener o postura, ni el rey quiso que más durasse esto por el peligro de muchos, y assí los mandó retirar afuera y que descansassen, que bien lo avían todos menester, y mandó curar los heridos y sepultar los muertos. Y con esto cessó el torneo por aqueste día, y el Cavallero de la Rosa salió bien cansado y herido, aunque poco, de una punta de espada. Y salieron con él todos sus amigos, y rogóles que se fuessen con él, y assí lo hizieron. Y a todos ellos hizo apossentar en aquel monesterio, que muy buen lugar avía para todos, y a los que estavan heridos los hizo muy bien curar.
Dexó admirado al rey y a quantos le vieron a- /43-v/
-quel día con las proezas que hizo, que en ninguna otra cosa se
hablava sino en el Cavallero de la Rosa y en su esfuerço y valentía,
y en su gentil comedimiento, porque no tenía fin a hazer tanto daño
como pudiera, porque liberalmente perdonava al que se le rendía
o él tenía ventaja. Y d’esta causa todos le loavan y hablavan
muy bien en él, y aun porque en la verdad sus hechos eran de manera
que no podían con verdad dexar de loarle por el mejor cavallero
del mundo.
Capítulo XLII: De lo que suçedió en el segundo día de los torneos a cavallo, y en los otros tres días siguientes.
El segundo día d’estos torneos, en esclareciendo, estovieron en el campo a cavallo el Cavallero de la Rosa y el príncipe de Escocia y el de Armenia, y los ocho cavalleros de Inglaterra, porque los otros dos y el Cavallero Bravo estavan heridos, y no los quiso dexar salir al torneo el Cavallero de la Rosa. Y él con aquestos diez cavalleros bien aderesçados y con otros cavallos y armas, porque los del día passado no eran ya de provecho, se pusieron a una parte. Ovo aqueste día más de quatrocientos cavalleros menos qu’el passado, porque, o algunos muertos o otros heridos, o otros tan cansados que no se atrevieron, quedó el campo con pocos más de quinientos cavalleros, los quales el rey mandó partir en dos partes. Y luego se fueron los unos contra los otros con tanta yra y fuerça quanto sus ánimos y cavallos bastavan. Cosas maravillosas passaron en este segundo día, y tan grandes que dize el coronista que le paresce qu’es ofensa grande a la memoria del Cavallero de la Rosa no aver mill escriptores de sus hechos, porque no parescía que ante él ninguno tuviesse manos para se defender de sus golpes. E assí como el tiempo passava, assí parescía que le crescíe el aliento y fuerças. Más estremadas cosas hizo en este segundo día y más cavalleros derribó, y más matara sino que muchas vezes podía en él mucho la compassión y le hazía perdonar al que debaxo del espada tenía; y assí mismo parescía que los cavalleros que con él andavan hazían cosas maravillosas. Y quando fueron passadas las quatro oras (las quales muchos de los del torneo quisiera[n] ver passar antes), el rey los mandó retirar, haziendo señal con las trompetas, y assí cessó el furor de la batalla d’este día, y cada uno entendió en reparar su persona o curarla, y el rey muy largamente en esto lo hazía proveer todo.
Y el Cavallero de la Rosa se partió del campo y se fue al monesterio con sus diez cavalleros que primero se dixo, entre los quales yva muy malherido el prícipe de Escocia, y otros tres de los de Inglaterra, y también yva herido el cavallero de Armenia, pero poca cosa, y no para que dexasse de salir el siguiente día al torneo, por manera que ya el terçero día eran seys cavalleros los que quedavan para acompañar al Cavallero de la Rosa. Y por no detener los lectores en esto, digo que el terçero día hizo el Cavallero de la Rosa tantas y tan señaladas cosas como en am[b]os a dos días, los primeros de torneo, y que le mataron cerca d’él a uno de los cavalleros ingleses; y por esto cresció tanto en él la yra que hizo gran daño y mató más de veynte cavalleros.
Y en el quarto día de los torneos serýan ya menos de trezientos cavalleros los que en él se hallaron; y como ya era el número de los combatidores menos, avía más lugar de señalarse su persona del Cavallero de la Rosa, y assí lo hazía, porque ni por /44-r/ pocos ni muchos nunca dexó de passar a una parte y a otra; y este día mataron al príncipe de Armenia, lo qual sintió el Cavallero de la Rosa en ygual grado de la muerte, y hizo grandíssima vengança por él, porque los que le mataron eran tres cavalleros franceses, y ninguno d’ellos quedó con la vida.
Y, finalmente, en el último día de los cinco d’estos torneos a cavallo, salió el Cavallero de la Rosa con siete cavalleros, que eran el Cavallero Bravo, que ya estava bueno, y el príncipe de Escocia, y cinco de los ingleses, porque los otros tres estavan malheridos, y los otros dos eran muertos. Y aqueste día no quiso quedar Laterio en el monesterio, como hasta estonçes el Cavallero de la Rosa le avía fecho quedar porque diesse recabdo a los otros cavalleros y cosas que convenían; y Laterio se devisó de la misma manera que su señor por escusarle parte del trabajo y afrenta, y que todos los que con él tenían yra no acudiesen a él. Y como el Cavallero de la Rosa le vido assí, pesóle d’ello, y rogóle que por amor suyo tomasse otras devisas, que bien vía que, aunque su fin fuesse bueno, que le era a él afrenta, y que se diría que era ordenado por él. Y assí no pudo hazer otra cosa, y Laterio mudó la devisa.
Y en fin salieron al campo a la hora acostumbrada, y ya el rey tenía mandadas traer allí ciertas azémilas en que estavan cargados los dos mill marcos de oro, y los veynte cavallos encubertados, y otros veynte arneses del prescio. Mas no se hallaron en este día postrero cient cavalleros en el campo, aunque muchos avía de los que primero avían torneado en los otros quatro días antes, que salieron a mirar. Y como fueron apartados cada cinquenta cavalleros a cada parte, embió el Dalfín de Francia a dezir al Cavallero de la Rosa que mirasse por su persona, que el Dalfín le buscaría para vengar la muerte del Duque de Urliens y del almirante de Francia, sus primos, que él avía muerto el día antes, y que él estava todo vestido de blanco y traýa un penacho negro, y enfrente d’él, para se yr a encontrar con él, que se aparejasse.
Y el Cavallero de la Rosa le embió a dezir que mucho le pesava de aver muerto a aquellos cavalleros, pero que bien se lo avían merescido, porque avían muerto ellos al príncipe de Armenia, que era uno de los mayores amigos qu’él tenía; y que, pues él quería vengar sus muertes, que él estava allí para se defender de quien le quisiesse ofender.
Y, dicho esto, movieron los unos contra los otros; y del primero encuentro cayó en tierra el Dalfín de Francia, herido del encuentro que le dio el Cavallero de la Rosa; y él mismo tuvo cuydado de le defender después de caýdo y, si presto no le socorriera, ya Laterio estava casi sobre él. Y él se lo encomendó, y Laterio lo asió por el braço y sacó al Dalfín de la priessa, y él dixo a Laterio:
-Cavallero, ¿quién soys?
Y Laterio dixo:
-Quien os tiene preso por mandado del Cavallero de la Rosa, que os derribó, y tuvo cuydado de salvar vuestra vida, y estuvo en su mano que la perdiésedes.
Y él dixo entonces:
-Por cierto, assí es.
Y estando en esto vinieron de través dos cavalleros del Dalfín, y encontraron a Laterio, y lo derribaron en tierra, y dieron presto un cavallo al Dalfín, y tornó a la priesa del tornero. Y como lo vido el Cavallero de la Rosa, bien pensó que los franceses avrían muerto a Laterio y quitádole al Dalfín. Y fuesse para él otra vez, y dióle tanta priessa que le hizo rendir, y dixo qu’él se dava por su prisionero, y le dava su fe de acudirle como hombre vencido d’él. Y, con estas palabras, le dexó. Y hizo tantas y tales cosas que el rey y /44-v/ quantos este día vieron al Cavallero de la Rosa dixeron que sin duda devía ser para quien Dios avía guardado el Espada de la Ventura y el prescio de los torneos también, como el de la justa.
Y con estos hechos y hazañosas cosas passaron las quatro oras del término acostumbrado, y quedaron bien treynta cavallero allí muertos, y salieron heridos más de otros quarenta, y el Cavallero de la Rosa salió del campo el postrero. Pero él y los más de los que con él se avían hallado estavan heridos, y mandó buscar a Laterio, que mucho desseava saber si era bivo; el qual estava malherido, y mandóle llevar al monesterio.
El rey mandó llamar al Cavallero de la Rosa y, como llegó a par d’él, le dixo:
-Cavallero, por juyzio de todos los que estos días os han visto avéys ganado el prescio d’estos torneos. Veysle aý : recebilde por amor mío, y Dios os dexe ganar el de est’otros cinco días. Y yo quisiera, si os pluguiesse, que vos aposentárades más cerca, por poderos mejor visitar y honrrar.
Y el Cavallero de la Rosa dixo qu’él aceptava la merçed del prescio que Su Alteza le dava, y que passados los otros cinco días, si vida le quedasse después d’ellos, él se vernía donde más cerca estoviesse, para servir a Su Alteza.
Y con mucho triumpho, llevando delante los cavallos y arneses y el oro que avía ganado, se fue al monesterio donde possava, y el príncipe de Escocia y el Cavallero Bravo con él, y los otros cavalleros ingleses. Y, assí como llegó al monesterio, mandó guardar todo aquello al prior.
Antes qu’el Cavallero de la Rosa se desarmasse, entró el Dalfín a sse le ofrescer y presentar por su prisionero. Y él lo rescibió y le dixo:
-Señor, yo soy servidor de una dama que os tiene deudo, que es la princesa de Inglaterra; y todos los cavalleros que yo venço se han de yr a presentar delante d’ella con ciertas condiciones. -Y díxoselas; las quales eran aquellas con que se avían presentado el Cavallero Bravo y el príncipe de Armenia-. Y assí lo avéys vos de hazer.
Y el Dalfín dixo que era contento, pero que le
diesse licencia a que pudiesse estar allí los cinco días
siguientes, hasta ver si le dava Dios la Espada Venturosa, como él
se creýa y todo el mundo. Y el Cavallero de la Rosa dixo que era
muy contento, con tanto que luego el otro día adelante se partiesse
para Inglaterra. Y assí prometió el Dalfín de Francia
de lo hazer.
Capítulo XLIII: En que se contiene lo qu’el Cavallero de la Rosa hizo el primero día de los torneos que se hizieron a pie.
Y assí como llegó el primero día de los torneos, a la ora que se ovieron de començar, el rey y la reyna y las damas y innumerable gente concurrió a ver estos cavalleros. Mas, como de las justas y torneos passados algunos avían quedado malheridos y otros fueron muertos, y algunos tan cansados que, aunque quisieran hazer algo, no podían, los que el primero día se hallaron en este último desamen de la Espada de la Ventura no fueron ciento y cincuenta cavalleros, ni aún fueran ochenta, sino que muchos de los cavalleros estranjeros se guardaron para esto, por ser cosa de más importancia y honrra, y no quisieron entrar en las justas y torneos passados.
Estos cavalleros que se hallaron para tornear a pie fueron partidos en quatro partes hechos cruz X, y todos se fueron a herir en el medio término que entre todas quatro esquadras avía; en la una de las quales el más principal era el Cavallero de la Rosa, y en la otra el príncipe Alberín; y en la otra estava Florencio, su hermano, a causa que todos los sabios dezían que aquella espada avía de venir y se guardava para uno muy cercano en sangre al rey Ardiano. Y él, pensando que uno de sus hijos sería, a am[b]os a dos los hizo armar y que entrassen en el torneo. El principal que estava en el quarto esquadro era el infante de Chipre, valeroso cavallero y gran persona en fechos de armas, el qual no se avía hallado en lo passado.
Y después qu’el rey y la reyna y las damas y todos los cavalleros que avían de pelear o tornear fueron venidos, y entr’ellos departidos como es dicho, al tiempo que las trompetas y atabales se tocaron, movieron los unos contra los otros. Y como la cosa era de nuevo arte ordenada, o assí quiere dezir que estava escripto que los ordenasen, ovo tantos encuentros de través y tantos caýdos que fue cosa para notar, y de tal manera se juntaron que paresció bien cosa no oýda ni vista, y en breve espacio no avía cinquenta cavalleros e[n] pie (30), que los otros todos eran caýdos por tierra o muertos, o se avían salido del combate sin esperança del prescio ni de perseverar por ganarle.
Este día entró el Cavallero de la Rosa en este torneo con su persona y el príncipe de Escocia, y Laterio, y el Cavallero Bravo de Yrlanda, y con tres cavalleros de los ingleses, que para ello estavan. Y hizieron tales y tan señaladas cosas que hizieron rendir la mayor parte de todos los otros cavalleros.
Y de allí salieron muy malheridos am[b]os a dos los hijos del rey, por lo qual resultó que el rey pensasse que no era cierto que avía de quedar el espada en persona de su sangre, y mucha tristeza d’esto tenía. Quando las dos horas passaron, ya el Cavallero de la Rosa tenía tanta ventaja en el campo que casi no hallava con quien hazer armas.
Y d’esta manera cessó aquel día este torneo; y porque no se conoscían assí los cavalleros, porque todos estavan armados sin devisas, y el rey y todos tenían los ojos en quien mejor lo avía fecho, el rey se abaxó del cadahalso de donde mirava con ciertos cavalleros y juezes, que consigo tenía para juzgar lo que viessen, y se fue al Cavallero de la Rosa y le dixo:
-¿Quién soys, cavallero?
Y él dixo:
-El de la Rosa.
Y estonces el rey dixo:
-Yo lo jurara, y aún assí lo traýa yo pensado /45-v/ quando llegué a conosceros, que vos avíades de ser. Oy vos soys señor del campo; Dios os dé la ventura en los otros quatro días que os quedan, que en verdad digno soys d’ella.
Y con esto los cavalleros se fueron a sse curar y descansar,
y el rey entendió en hazer dar sepolturas a los muertos conforme
a la calidad de sus personas. Y con esto se passó el primero día
del torneo a pie, del qual salieron malheridos el príncipe d’Escocia
y el Cavallero Bravo, que más no pudieron tomar armas en estas fiestas;
y también quedó muerto uno de los cavalleros ingleses en
el campo.
Capítulo XLIIII: De lo que suçedió al Cavallero de la Rosa en el segundo día de los torneos a pie y en los otros tres días siguientes.
El segundo día que estos torneos a pie se hizieron, el Cavallero de la Rosa no llevó consigo sino a Laterio y uno de los cavalleros de Inglaterra, porque no avía otros que compañía le hiziessen, y muy de mañana se armaron. Y, como fue tiempo, después de comer todos tres se fueron al lugar donde el torneo avía de ser, y ya hallaron que los estavan esperando, porque, como hasta entonces el Cavallero de la Rosa era el que a todos hazía ventaja, al rey se le figurava que sin él la fiesta no se podía hazer. Y llegaron estos tres cavalleros, y no avía cinquenta y cinco otros que pudiessen hazer el torneo. Pero aquellos que se hallaron lo hizieron, y fueron partidos de la manera que el día antes. Y como el caso era tan honrroso y substancial, aunque cada día el número menguava, assí la virtud y furor crescía en los cavalleros. Y fue tan rezio este segundo torneo que, de todos los cavalleros que en él entraron, no quedaron veynte y cinco cavalleros para hazer hecho de armas el siguiente día. Y en fin, aquel día quedó el Cavallero de la Rosa tan copioso de honrra como lo avía seýdo en todos los passados. Y este día le hirieron muy mal a Laterio y al inglés.
Y por dar final conclusión en esto, Listario, cronista, dize que en el terçero y quarto días el Cavallero de la Rosa salió solo, porque ya no avía quien le hiziesse compañía, sino sólo uno de los cavalleros ingleses, y que aun aquél no quiso llevar, porque curasse de Laterio y de los otros cavalleros que heridos estavan. Y que solo salió los otros días que quedavan, y en cada uno d’ellos ganó mucha honrra, y hizo a todos grandíssimas ventajas.
Pero en el último día del torneo se halló solo, y no eran ya todos los que este día tornearon quinze cavalleros, y que en éstos hizo tal estrago el Cavallero de la Rosa que en fin del torneo no quedaron siete o ocho cavalleros los que e[n] pie (31) se tenían, porque los otros eran muertos y malheridos. Y que, passadas las dos horas del término que para esto avía, el rey mandó salir del campo al Cavallero de la Rosa y a los otros cavalleros que quedaron en el campo, y les dixo allí:
-Cavalleros, quien ha de dar este final juyzio ha de ser la misma Espada Venturosa; vamos donde está y quien la sacare será señor d’ella, y a ésse gela tiene Dios guardada.
Y el Cavallero de la Rosa y los otros cavalleros fueron con el rey. Y assí como llegaron donde la Espada Venturosa estava, todos los cavalleros que quedaron del torneo, que fueron ocho sin el Cavallero de la Rosa, provaron primero a la sacar, y no pudieron. Y entonces el Cavallero de la Rosa se hincó de rodillas y dixo, bolviendo el rostro hazia el cielo:
-Señor, si tu voluntad es que yo sea aquel para quien esta espada se guarda, suplícote sea para que con ella mejor te sirva.
Y di /46-r/ cho esto, se llegó a la espada y puso la mano en ella, y la sacó tan sin premia como si ninguna cosa hiziera. Y luego el rey dixo:
El Cavallero de la Rosa le dixo:
-Señor, pues Dios me dio el espada, pensad que es para que con ella os sirva, y mañana yo compliré lo que os tengo prometido, que será dezir quién soy.
Y el rey se lo gradesció mucho, y quedó muy alegre en averle dicho el Cavallero de la Rosa qu’el Espada Venturosa era para servirle con ella. Y el rey le dixo:
-Cavallero, antes que mañana me digáys quién soys, yo mandaré poner en el monesterio donde posáys cinquenta mill marcos de oro para que dedes cada cinco mill d’ellos a diez damas, las que vos quisiéredes escojer en el mundo; y ruégo’s que mis hijos dos y una hija que tengo sean de los del número que casáredes de vuestra mano.
Y el Cavallero de la Rosa le dixo:
-Señor, en esso y en todo lo demás se complirá vuestra voluntad.
Y el rey se lo gradesció mucho. Y le dixo el cavallero:
-Señor, más justo es que los cavalleros sean combidados que no que se combiden; pero yo quiero hazerlo al contrario. Mañana, después que vuestra Alteza me aya embiado essa suma de oro que dezís, yo yré a comer con vuestra Alteza, y llevaré comigo algunos cavalleros amigos míos, que son de real sangre. Y después de comer se destribuyrá con vuestra licencia y voluntad el oro, y se dará a quien fuéredes servido.
El rey le dio muy complidas gracias por lo que dezía
y, muy alegre d’esto, mandó luego aderesçar el combite para
el Cavallero de la Rosa y los que con él avía de llevar.
Y él se fue aquella noche a su monesterio con su Espada Venturosa
y muy acompañado de todos sus amigos, a lo menos de los que ya le
quedavan, y de otras muchas gentes. Y assí passó aquella
noche con mucho plazer, y no con tanto sueño que le escusasse de
dar infinitos loores a Dios por averle dexado conseguir tan señalado
triumpho y vitoria, y averle dado la Espada Venturosa, la qual en más
tenía que si le diera Dios la mayor parte del mundo. Y assí
toda aquella noche casi passó en oración y en dar infinitas
gracias a Dios, como agradescido cavallero.
Capítulo XLV: Cómo el rey le embió al Cavallero de la Rosa todo el prescio que estava puesto; y de cómo lo repartió y se dio a conosçer al rey y a sus padres, y no a otra persona.
Y luego cavalgó, como ovo fecho oración, y llevó consigo al príncipe de Escocia y al Cavallero Bravo, y cinco cavalleros de los ingleses, que estovieron para yr con él; porque, de los otros cinco, los tres murieron en los torneos, y los dos y Laterio estavan heridos. Y antes qu’el Cavallero de la Rosa entrasse en la ciudad, salieron a [le] rescebir el rey y sus hijos y Ponorio, padre del mismo Cavallero de la Rosa, el qual nunca lo conoçió. Y entre el rey y Ponorio pusieron al Cavallero de la Rosa, y un intérpetre allí cerca, para entenderse con él. Y con mucho triumpho entraron en la ciudad.
Y se apearon en palacio, donde la reyna Grisolpa y la infante Cresilonda, su hija, y muchas señoras y damas estavan. Y junto con la reyna estava la duquesa Clariosa, madre del Cavallero de la Rosa, y Liporenta, su hermana, la qual excedía en hermosura a todas las mugeres de Albania, y aún de gran parte de Grecia. Y como llegaron, ya era casi ora de comer. Mas, porque el rey desseava que el tiempo le durasse para hablar largo con el Cavallero de la Rosa, quiso que el combite se començasse temprano, y assí se hizo, que luego se sentaron a la mesa el rey y la reyna; y mandó que el Cavallero de la Rosa se sentasse entre el rey y Ponorio, y luego la duquesa, su madre del Cavallero de la Rosa, y tras ella la infante Cresilonda y Liporenta, hermana del Cavallero de la Rosa. Y de la otra parte de la mesa estavan el príncipe Alberín y, a par d’él, el príncipe de Escocia; y luego el infante Florencio y luego el Cavallero de Yrlanda; y a par d’él los cinco cavalleros ingleses.
Y d’esta manera sentados las personas que es dicho, comieron con mucho plazer. Y en aquel tiempo muchas maneras diversas de música ovo. Pero, porqu’el tiempo no se ocupe relatando cosas superfluas, digo que, alçadas las mesas, se retruxeron el rey y el Cavallero de la Rosa y su padre, Ponorio. Y suplicó al rey que, antes que ninguna cosa hablassen, mandasse llamar al prior del templo donde el Cavallero de la Rosa possava, y assí se hizo. Y, venido, estando todos quatro solos, porque para esto no quiso que oviesse intérpetre, como quiera que sabía la lengua como natural d’ella, el Cavallero de la Rosa dixo assí:
-Señor, yo vos hize promesa de deziros quién soy, y quiero agora hazerlo: sabed que soy don Claribalte, vuestro sobrino.
Y hincó la rodilla por besarle la mano, y el rey lo levantó con los braços y le besó muchas vezes. Y luego hincó la rodilla delante de Ponorio, su padre, y jamás se quiso levantar hasta que le dio la mano y su bendición. Y el padre lo hizo de grado y le besó muchas vezes. Y le mirava, y aún no lo creýa. Y fue tanto el gozo del rey y de Ponorio que assí ellos como el Cavallero de la Rosa no pudieron tener los ojos tan endurescidos que no vertiessen algunas lágrimas.
Y luego les dixo:
-Yo no tengo de darme a conosçer a otra persona ninguna en este reyno, sino a la reyna y a la duquesa, mi señora, a las quales yo hablaré antes de mi partida. Ni vosotros, señores, por el amor que me tenéys, no avéys de descobrirme, porque a mí y a vosotros conviene que esto se haga assí, y avéys de tener por determinado que, si no lo /47-r/ hiziéssedes d’esta manera, para siempre me perderíades, y yo vos juro que en toda mi vida os viesse. Y tened sufrimiento que Dios guiará las cosas de manera que presto gozaréys de mí más largamente, con todos nuestros deudos y amigos.
Y el rey y Ponorio le prometieron de lo hazer assí y le tener secreto, y lo hizieron sin le dar a conosçer a persona del mundo, ni dezir que aquel cavallero era don Claribalte. Mas, paresciéndoles al rey y a Ponorio qu’el Cavallero don Claribalte quería aún continuar la vida aventurera, pues no quería ser del todo conoscido, am[b]os a dos le dixeron su paresçer, acordándole que, pues Dios le avía fecho en tan poco tiempo el más señalado y venturoso cavallero del mundo, que era bien que reposasse y gozasse de sus victorias y renombre.
Y demás d’esto le dixeron que ya sabía cómo el emperador Grefol, su tío, hermano de Ponorio, no tenía legítimo suçessor, sino al mismo Ponorio, de quien era primogénito el mismo don Claribalte, a quien de derecho le venía el imperio; y que el dicho emperador Grefol tenía un hijo bastardo que se llamava Balderón, a quien, contra derecho y la verdadera suçessión, pensava dexar eredero; y que, por parte de los del imperio, muchas vezes avían seýdo requeridos Ponorio y el rey Ardiano que no lo consintiessen. Y que ellos, por ausencia de don Claribalte, avían dexado de yr al imperio para escusar que Balderón no suçediesse en su perjuyzio en aquel estado, y les avían dado esperança de día en día. Y que quanto más se dilatasse era peor, y darían más lugar que la mala intención del emperador Grefol hiziesse lo que quería, y el bastardo se quedasse con todo. Por ende, que assí para el remedio de aquesto como para consuelo de la vejez de sus padres y tíos y deudos y de todos aquellos reynos donde era tan desseado, devía darse a conosçer, y reposar.
Y según esto le dixeron muchas cosas, y el prior ta[m]bién (32) hablava conforme a lo que es dicho, el qual era muy sabio y de grande autoridad. Y el Cavallero de la Rosa les dixo:
-Yo conosco que todo lo que puede ser razón que yo haga me avéys dicho. Pero yo sé que, assí para el bien de sus mismas cosas en que avéys hablado y para escusar los inconvinientes que me avéys puesto, es necessario que yo no sea conoscido. Y assí, como con verdad dixeron grandes tiempos ha muchos sabios que la Espada de la Ventura avía de venir a las manos de cavallero de vuestra sangre, y lo avéys visto, assí tened por cierto que con ella se ha de estorvar que en perjuyzio de Ponorio, mi señor y padre, que está presente, y en el mío, passe el imperio a quien no le pertenesce.
>>Y porque presto veréys el remedio d’ello, y yo no tengo de hazer otra cosa, entendamos en lo que mandáredes que se haga de los marcos de oro, y destribúyanse como os paresciere atenta vuestra real voluntad, porque el tiempo no se gaste sin provecho, y yo pueda yr donde más me conviene.
El rey porfió mucho qu’el Cavallero de la Rosa lo repartiesse, y él dezía que no, sino el rey, el qual nunca lo quiso hazer, sino que lo repartiesse quien tan bien lo avía ganado.
Y luego lo destribuyó en aquesta manera: mandó cinco mill marcos de oro al príncipe Alberín, y que casasse con ellos con Liporenta, hermana del Cavallero de la Rosa, y el rey y Ponorio le loaron mucho aquello. Y luego dixo que otros cinco mill marcos fuessen para Florencio, hijo bastardo del rey, y que casasse con la duquesa Baldença, prima del Cavallero de la Rosa. Y otros cinco mill mandó que se diessen a la infante Cresilonda, hija del rey Ardiano, y que casasse con el príncipe de Escocia, su amigo. Y todas tres cosas le fueron muy loadas y gratas al rey y a Ponorio.
Mandó que se diessen cinco mill marcos a Lucrata, prima de la princesa de Inglaterra, a la qual él desseava sa- /47-v/ -tisfazer las honrras que avía rescebido d’ella quando por Francia passó, para que los oviesse quien con ella casasse. Mandó otros cinco mill marcos a la princesa de Inglaterra, con la qual dixo que él se pensava casar, si Dios y su ventura lo consintiessen, y que aquestos estoviessen en depósito en el mismo monesterio hasta que él los mandase de allí sacar. Mandó otros cinco mill marcos a la dama que casasse con el Cavallero Bravo de Yrlanda, su amigo, y que éstos se embiassen al rey de Inglaterra para que él le diesse una dama de su casa y sangre. Mandó otros cinco mill marcos de oro a Laterio, y que casasse con Fulgencia, camarera de la princesa de Inglaterra. Mandó que se diessen otros diez mill marcos a dos señoras, las más cercanas de la sangre del rey y de la reyna, que eran una hermana de la reyna, que se llamava Sulpir, y y otra prima del Cavallero de la Rosa, que se llamava Assironda, para conque se casassen a voluntad del rey Ardiano. Y mandó que los otros cinco mill marcos restantes de los dichos cinquenta mill se estuviessen assí mismo en depósito para que se diessen a otra dama a voluntad de la princesa de Inglaterra y del Cavallero de la Rosa.
De los otros tres mill marcos que avía ganado en el prescio de las justas y de los torneos a cavallo, mandó que los quinientos d’ellos se comprasen de renta para el dicho monesterio y ciertos ospitales que mandó hazer para que perpetuamente se rescibiessen pobres y se celebrassen oficios divinos por las ánimas de todos aquellos cavalleros que en los torneos y justas murieron. E de los otros dos mill y quinientos marcos de oro que quedavan, repartió largamente mucha parte d’ellos con los siete cavalleros ingleses que avían quedado bivos, y assí mismo repartió todos los cavallos y armas que el rey le avía dado. Y, finalmente, todo lo que tenía dio y repartió desde allí antes que de la cámara saliessen; y quedóle un memorial al prior, firmado del rey y de Ponorio y del Cavallero de la Rosa, para que assí lo diesse como lo avía ordenado.
Y, fecho esto, luego se habló en los casamientos del príncipe Alberín con Liporenta, y del casamiento del príncipe de Escocia con Cresilonda, hija del rey; y aquel mismo día se concluyeron y despossaron, y el siguiente los velaron, y se hizieron muchas fiestas y justas; pero el Cavallero de la Rosa no se armó más en Albania por algunos tiempos. Y el príncipe de Escocia fue muy alegre de su casamiento, y mucho más lo fuera si pensara que su muger era tan cercano deudo del Cavallero de la Rosa. Y aquel mismo día de las bodas se publicó la manera de cómo se avían destribuydo todos aquellos thesoros, y a todos les paresció muy bien, y cada uno de aquellos a quien avía de caber parte le dio las gracias, y infinitas el Cavallero Bravo y Laterio, como lo supo.
Y passadas estas bodas y fiestas, las quales duraron otros tres días, todos aquellos cavalleros estranjeros se tornaron a sus tierras, o donde les plugo. Y el Dalfín de Francia, de quien antes se dixo que avía quedado por prisionero del Cavallero de la Rosa en los torneos, assí como vido qu’el Cavallero don Félix avía ganado la Espada Venturosa y el prescio que es dicho, por no complir la pleytesía ni lo que era obligado, se partió secretamente sin licencia ni hablar con el Cavallero de la Rosa, y con pensamiento de no conosçerse por prisionero de la princesa de Inglaterra ni de otra persona, aunque era muy notorio averle vençido el Cavallero de la Rosa. Mas don Félix dissimuló su descortesía, y no le oyó persona ninguna hablar en ello; mas la hystoria dirá en su lugar en lo que paró aquello, y cómo le salió al Dalfín no aver compli- /48-r/ -do su promesa y pleytesía.