Capítulo XXXVI: De lo que se hizo con el príncipe después que se leyó la carta.

Así como el rey acabó de leer la carta del Cavallero de la Rosa, antes que de allí se partiesse el príncipe de Armenia, la princesa dixo que ella lo rescebía por su prisionero, y que en lo demás él sería tractado como quien era. Y assí el príncipe se partió para el aposentamiento donde el rey y la reyna mandaron que estoviesse y lo curassen. Y quedó el rey y la reyna y la princesa y todos los más de los cavalleros y señores loando la persona y proezas del Cavallero de la Rosa, y dezían y afirmavan que era el más valiente cavallero que nunca se vido, y más dino de toda alabança.

Y con esto el rey y la reyna y la princesa se retraxeron, y embiaron a buscar a Laterio, que a esta plática no fue presente, ni el gran sacerdote tampoco; y desde a muy poco que el príncipe de Armenia se avía presentado según es dicho, entró el sacerdote en el retraymiento que sus hermanos y sobrina estavan, y Laterio con él. Y fue tan grande el plazer que todos tenían y los abraços que davan a Laterio como si fuera el mismo Cavallero de la Rosa. Y cada uno d’ellos le dezía palabras de mucho gozo y regozijo de la buena fortuna de don Félix. Y Laterio les dezía:

-Ya yo, señores, os avía dicho la esperança que yo tenía d’este negocio, y lo mismo que yo avía dicho a Vuestras Altezas me dixo después el Cavallero Bravo, a quien ayer yo le di ocho cavallos y todas las otras cosas y atavíos de la persona y casa del Cavallero de la Rosa, mi señor, porque así me mandó que lo hiziesse. Y, hablando con él en esta batalla, me dixo que no tenía ansia ninguna /38-r/ d’ella, porque creýa por cierto qu’el Cavallero de la Rosa sería vençedor, y assí me paresçe que lo ha hecho Dios.

Y allí se habló entre todos de quán gran gentileza avía fecho don Félix en darle aquellas joyas y ropas y cavallos al Cavallero Bravo, que bien parescía que le quería conservar en gracia y amor de todos.

Y luego Laterio les dixo que escriviessen para el Cavallero de la Rosa, porque antes que el día fuesse partiría a buscarle, que bien sabía dónde le avía de hallar. Y luego el rey y la reyna y princesa començaron a entender en su despacho, y el rey escrivió por sí y por la reyna, y la princesa le escrivió por ella y por el gran sacerdote; y assí mismo escrivió con Laterio al Cavallero de la Rosa el Cavallero Bravo de Yrlanda, cuyo tenor de todas tres cartas, una e[n]pos (19) de otra dezían de aquesta manera:

La carta del rey

"Ninguna cosa pudiera en vuestra ausencia mitigar mi pena sino la nueva de vuestra victoria; y aunque aquesta no me acabó de sacar del cuydado que ha d’estar comigo hasta que os vea, pudo hazerme contento, y tener esperança que siempre os dará Dios semejante triumpho de vuestros adversarios, y a nosotros cierta confiança que presto bolveréys a esta casa vuestra para que yo y la reyna bivamos alegres en vuestra compañía, porque sin ella no lo esperamos.

>>De la princesa, mi hija, no digo lo que siente, porque debéys tenerlo conoscido, y ella os escrive. Bien sé que han de hazer en ella mucha impresión los cuydados en que vuestra memoria la dexa puesta porque, como hasta agora no supo qué cosa era desseo, ni por ella passó cosa que le diesse congoxa, justo es que creáys el estrecho en que la porná vuestro olvido, el qual yo no lo sospecho de cavallero tan comedido y de tan alto nascimiento. Y por esto os pido y ruego como a hijo os acordéys de bolver muy presto, si queréys que yo tenga vida para gozar de vos y de la princesa, y del trato que de entr’am[b]os nuestro Señor me diere.

>>La reyna no escrive, porque yo lo hago por ella y por mí; entr’am[b]os os damos nuestra bendición y rogamos a Aquel que es en todo poderoso os dé la suya, para que seáys librado de vuestros enemigos y de los infinitos peligros de aquesta vida a quien todos los mortales somos sujetos".

 
La carta de la princesa

"En tal estremo sentí vuestra partida que ningún sentido me dexó para poder acordarme que me podía Dios hazer tanto bien, como después me hizo con saber vuestra victoria. Ésta y todas las que os diere se han de comprar con mis lágrimas, y pagar las he adelantadas y muy de grado porque todo os suçeda como con el príncipe de Armenia. Pído’s, señor, por lo que a vuestra persona devéys, que ningún descuydo tengáys para escrevir siempre y acordaros que la vejez de mis padres no meresçe larga ausencia, ni les queda vida para esperaros mucho tiempo; y por tan corta tened la mía si vuestro camino se dilata.

>> El cavallero de Armenia me dio vuestra carta y cumplió con vuestro servicio y su pleytesía; y en la prisión que le metistes será tratado como lo mandáys, y restituýdo en su libertad con las condiciones y respecto que queréys que tengan los que por vos son vençidos a la gente de Inglaterra.

>>Laterio ha consolado parte de mi congoxa, porque en verle aquí siempre he pensado que estáys cerca de mí. Por lo que mi voluntad os meresçe, es razón que la vuestra no me falte, ni os fallezca desseo para tornar a Inglaterra, donde tan desseado soys, y seréys, todo el tiempo que no la hiziéredes digna de vuestra persona.

>> El reverendo gran sacerdote no escrive, porque su /38-v/ letra es como su edad, y me mandó que yo lo hiziesse por él. Bien sé que siente no veros lo que se puede sentir con la muerte, y que jamás no cessa de rogar a nuestro Señor por vuestra vida y victoria, la qual Él haga tanta y tan próspera que a todas las del mundo exceda en grandeza y triumpho".

 
La carta del Cavallero Bravo de Yrlanda al Cavallero de la Rosa

"A vos, el mejor de los cavalleros, doy infinitas gracias por las señales y obras de amor que de vuestra liberalidad he rescebido; y con todas éstas no estoy sin quexa de vuestra persona, pues no os acordastes de llevarme en vuestro servicio en tan honrrada jornada como hazéys, de la qual os saque Aquel que es señor de la fortuna con el loor y gloria que os sacó de la sobervia del cavallero de Armenia y de la mía. Ninguna sinrazón fuera que algunos cavalleros con vos llevárades d’estos reynos, donde soys tan querido, y que yo fuera uno d’ellos, porque, según acá se suena, las nuevas afirman que en aquel torneo se hallarán más de mill cavalleros, y que ninguna vez tornearán menos de ciento. Y las fuerças de un hombre basta que se prueven con otro hombre, y el esfuerço pruévese con todos. Mis palabras no son dignas de consejaros, pero mi desseo basta a dessear que todo os suçeda prósperamente.

>> Y pues yo tengo libertad de vuestra mano y de la princesa, mi señora, para usar las armas contra todas las naciones de fuera d’estos reynos, por no caer en mal caso he pedido por merçed a algunos cavalleros, que me dizen que van a estas fiestas, d’esta casa real y d’estas partes, que me den a conosçer en qué pueda yo conoscerlos en los torneos de Albania. Y todos me paresçe que van de una devisa y manera, los quales son diez cavalleros, porque todos llevan cubiertas las armas de damasco raso carmesí, y en los pechos y espaldas una rosa blanca; y d’esta misma manera entiendo yo yr y ser el onzeno d’ellos, por ver si acertare a serviros en esta jornada. Yo me parto de aquí a tres días tras vos, que bien sé que os conosceré doquiera que os viere, aunque vuestras armas y devisas de la rosa no fuessen tan conoscidas. Y con esto acabo, con pensamiento de nunca acabar de serviros las merçedes que de vuestra largueza he rescebido".
 

Capítulo XXXVII: Cómo Laterio se partió de la corte de Inglaterra con las cartas susodichas a buscar al Cavallero de la Rosa, y le halló; y de cómo fueron por París, y lo que le acaesció con madama Lucrata, a quien llevava una carta que la princesa le escrevía, en re[s]puesta de otra que le avía llevado el Cavallero de la Rosa.

Laterio tomó las cartas del rey y de la princesa y se despidió de todos; y assí mismo tomó la carta qu’el Cavallero Bravo ya tenía escrita y se partió para Dobra, a donde halló al Cavallero de la Rosa, al qual dio las cartas que le llevava, y se holgó mucho con cada una d’ellas, porque /39-r/ estava perdido de amores de su esposa. Y mucho holgó de saber que yrían a los torneos los cavalleros de Inglaterra, que el Cavallero Bravo le escrivía, y que él yría con ellos.

Y ta[m]bién (20) le dixo Laterio cómo ya el príncipe de Escocia estava de camino, y el infante de Dinamarca y Urial, hijo del duque de Milán, el qual era con quien primero justó en Londres el Cavallero de la Rosa. Y todos los otros cavalleros estranjeros que en la corte avía se partían para Albania, y que, si allí se detenía, que muchos d’ellos lo alcançarían.

Mas como el Cavallero de la Rosa desseava ser de los primeros que llegassen, luego esse día que Laterio llegó passaron en Calés, de la otra parte de la mar, y de allí por sus jornadas fueron a París, donde hallaron qu’el Dalfín de Francia y otros cavalleros de aquel reyno se avían partido cinco o seys días avía.

Y el Cavallero de la Rosa quiso y procuró ver a madama Lucrata, prima de la princesa, por le dar la carta que d’ella traýa en re[s]puesta de la otra que él le avía llevado. Y el siguiente día que estuvo en París la habló dentro en el palacio del rey de Francia; y como ella le vido, lo conosció luego, y le besó y abraçó, y le dixo:

-Cavallero, muy buen mensajero soys; mas parésceme que andovistes más a la yda que agora avéys andado a la batalla.

Y, dicho esto, el cavallero le dixo:

-Señora, la verdad es essa, mas yo no puedo pensar cómo lo sabéys.

Y Lucrata dixo:

-Yo lo sé porque los correos andan más que los cavalleros; y veys aquí una carta de la señora princesa, en que me dize que érades partido de Londres, y ha cinco días que la rescebí. Y en ella me (21) dize todo lo que de vuestra cavallería y gentileza queda magnifiesto, y cómo vencistes las justas y al Cavallero Bravo, y me manda que os haga muchos servicios, porque ella no pudo.

Y, dicho esto, el Cavallero de la Rosa se lo tuvo en merçed, y dixo que a la señora princesa besava las manos por lo que le avía escrito, y que Dios se lo dexasse servir, y a Lucrata la voluntad que para hazerle merçedes mostrava. Y dióle la carta de la princesa, la qual ella luego abrió; y solamente dezía: "Ninguno lo será si éste no fuere".

Y assí como la leyó, se la mostró al Cavallero de la Rosa, y él dixo:

-Señora, yo bien lo leo, pero no lo entiendo.

Y entonces ella le dixo la causa y lo que avía escrito a la princesa, y el cavallero dixo:

-Si tan buena fortuna yo he de tener, ningún hombre nasció de más ventura, y tengo por muy grande la que Dios me ha hecho en conosceros.

Lucrata le rogó que cenasse con ella, y el Cavallero de la Rosa lo hizo de grado, y cenó con ellos Laterio. Y nunca Lucrata cessava de hablar y holgarse de verle, y le dixo que por tener compañía a la princesa Dorendayna se quería yr muy presto en Inglaterra. Y el Cavallero de la Rosa le tomó la fee que lo hiziesse assí, y ella le prometió de partir dentro de ocho días. Y como algun[a]s (22) vezes tornó a repetir que avía andado más quando el cavallero yva que a la buelta, Laterio dixo:

-Señora, salióle un lobo al camino, como el Cavallero Bravo, después que la señora princesa os escrivió.

Y ella le rogó que le dixesse qué era aquello, y Laterio le dixo muy sumariamente cómo avía fecho armas con un cavallero de Armenia, y que presto sabría quién era, y cómo le avía acaescido, pues dezía que avía de yr presto a Londres.

Y con mucho plazer y fiesta cenaron. Y, passada la cena, se despidió de Lucrata y de las otras señoras y damas que allí cenaron, y ella le pidió por merçed que todas las vezes que escriviesse a Londres le escriviesse a ella, y hiziesse memoria d’ella en sus cartas, porque assí lo haría ella. Y el Cavallero de la Rosa se lo prometió assí.

/39-v/

Capítulo XXXVIII: Cómo se partió el Cavallero de la Rosa de París a más andar para el reyno y corte de Albania, y de las condiciones y posturas de los torneos y de los precios que avían de ganar los vençedores.

Luego otro día, bien de mañana, salió de París el Cavallero de la Rosa, y dióse la mayor priesa que pudo en su camino. Y llegó en Albania, pero dende en quatro meses después se avían de començar los torneos. Era muy grande el número de los cavalleros de aventura que eran venidos quando don Félix llegó, y los que cada día venían; y el rey Ardiano era muy liberal y muy gentil príncipe, y uno de los más ricos que a la sazón se hallavan, y tenía mandado basteçer muy bien la ciudad y todas las comarcas de muchos mantenimientos; y assí mismo tenía mandado traer muchos arneses y cavallos, y todas maneras de armas, para que cada uno pudiesse hallar lo que le fuesse nescessario.

Y como avía días que don Félix avía partido de aquella corte y Ponorio, su padre, jamás avía sabido d’él, quiso hazer mucha diligencia en procurar de conoscerle, si caso fuesse que a aquellas fiestas quisiesse venir de manera que no le conoçiessen, porque bien sabía en su coraçón era desseosso de altas cosas y que, pues de muchas partes del mundo avía cavalleros, que sería muy possible que su hijo viniesse a esto si bivo fuesse. Este mismo cuydado tenía el rey, aunque le dezía siempre a Ponorio que no toviesse pena, que presto tornaría.

Mas, por no dilatar la hystoria en cosas superfluas, se ha de notar que el rey Ardiano en todos los pregones que por todas las partidas y provincias estrañas hizo dar para que los cavalleros que a ellos quisiessen venir supiessen la postura y condiciones de los torneos, se pregonó y dixo que aquellos torneos durarían quinze días, y que en los cinco primeros cada día justarían y avría seys mantenedores en seys telas; y que quien mejor lo hiziesse en seys carreras ganaría el prescio, el qual sería mill marcos de oro.

Y que en los otros cinco días siguientes torn[e]arían a cavallo, armados de todas armas con lanças, y, rompidas aquéllas, con todas las otras armas ofensivas y defensivas que los cavalleros suelen traer en las batallas campales. Y que el que mejor lo hiziesse en estos cinco días y más señaladas hazañas obrasse, ganasse el prescio, que serían veynte cavallos encubertados con otros tantos arneses y dos mill marcos de oro.

Y que en los cinco días postreros tornearían a pie, armados de todas pieças; y que el que mejor lo hiziese ganaría una espada que estava metida en una peña, junto con la casa real del rey Ardiano, que se llamava la Espada de la Ventura, y todos los sabios de Grecia dezían que avía seýdo allí metida por arte mágica, y que no la avía de sacar de allí sino el que venciesse los torneos que en tal año señalado avían de ser fechos en Albania, que era el (23) siguiente d’estos pregones, y que aquel tal cavallero avía de /40-r/ ser el mejor de todos los de aquel tiempo, y avía de ser de la sangre del rey Ardiano, y el que avía de sojuzgar grandes potencias y quebrantar la sobervia de muchos. Y demás d’esto, que el rey daría, para diez donzellas de alta guisa que el tal cavallero de su mano casasse con quien le pluguiesse, cada [una] cinco mill marcos de oro.

Y d’esta manera se pregonaron estos tres prescios en muchas partes del mundo. Y assí, a la sazón que ovieron de ser, se allegaron muchos cavalleros y toda la flor d’ellos de diversas partes y lenguas. Mas, assí como don Félix llegó a la corte del rey Ardiano, acordó de se quedar en un monesterio de monjes, [a] dos millas, que es media legua de la ciudad de [] (24), donde el rey residía. Y habló con el prior o principal sacerdote, y secretamente le dixo quién era, y le rogó [que le] (25) diesse un aposento donde secretamente estoviesse, [porque] (26) desde allí quería salir a las justas y torneos; y assí se hizo, y el prior, como sabía bien quién era don Félix, le hizo todos los servicios que él pudo, y con grandíssimo secreto le tuvo en aquella casa; y todo lo que él pedía lo hazía comprar y traer mucho a su voluntad. Y allí, en aquella casa qu’es dicha, estuvo todo el tiempo que tardó de llegar el plazo.

Y un día antes que las justas se començassen, don Félix y Laterio se encomendaron devotamente a Dios, porque en una cosa tan señalada y tan peligrosa, y donde tantos cavalleros de diversas nasciones avían de concurrir, le paresció al Cavallero de la Rosa que era bien menester que oviesse quien le aguardasse, a causa de los que podrían venir a le ferir por el través. Y bien supo a quién encomendava su persona, porque Laterio era uno de los animosos y diestros cavalleros del mundo. Mas en las justas no se armó Laterio, que solamente entendió en le servir al Cavallero de la Rosa.
 

Capítulo XXXIX: El qual tracta de las justas que se hizieron en los primeros cinco días, y de los maravillosos y hermosos encuentros que hizo el Cavallero de la Rosa.

El primero día de la justa, luego por la mañana, el rey y la reyna muy temprano comieron, porque, como los cavalleros eran muchos que avían de correr lanças, era nesçessario que con tiempo se començasse; y luego se pussieron en las seys telas los seys mantenedores, los quales eran: el príncipe Alberín, hijo del rey Ardiano; y Sogonso, tío suyo, hermano del mismo rey; y el príncipe de la Morea; y el adelantado de Servia; y el infante de Ungría; y el Cavallero Blanco. Los quales seys cavalleros eran de los más famosos justadores de toda Grecia y del mundo.

Y como el Cavallero de la Rosa no dormía, fue el primero que a la plaça vino, aunque no tenía la possada tan cerca como los otros. Y luego corrió la primera carrera con el príncipe Alberín, su primo, al qual derribó del cavallo y lo lançó por las ancas d’él, y quebró la lança en muchos pedaços. Y el príncipe le encontró al Cavallero de la Rosa, y rompió en él su lança muy bien, pero no le hizo hazer desdón más que si no le encontrara. Y d’esto que- /40-v/ -daron todos muy maravillados.

Y luego corrió la segunda lança con Sogonso, hermano del rey, el qual era muy más rezio qu’el príncipe Alberín. Y diole tan grande encuentro en la vista que le hizo dar dos cabezadas sobre las ancas del cavallo, y atormentóle de tal manera qu’él no pudo más justar por aquel día. Y, aunque assí le avino, rompió bien su lança en el Cavallero de la Rosa.

Y luego el rey Ardiano le embió a dezir al Cavallero de la Rosa que si quería seguir su consejo, que para aquel día harto avía fecho, y que en los otros quatro días devía correr las otras quatro carreras que le quedavan; y que, en pago d’este consejo, le pedía que le dixesse su nombre.

Y el Cavallero de la Rosa le embió a dezir que por el consejo besava las manos de Su Alteza, y le suplicava que, pues traýa buena mano, le diesse licencia de correr las otras quatro lanças con los otros quatro cavalleros mantenedores. Y que, en dezirle su nombre, a su Alteza le yva poco, y por esso lo callava, porque no paresciesse sobervia dezirlo en aquel punto; pero que no passaría mucho tiempo sin que lo supiesse.

Y como lo avía fecho ta[n]bien (27), plúgole al rey que corriesse las otras quatro carreras.

Y la terçera passó con el príncipe de la Morea, con el qual él tenía el mismo deudo que con Ardiano. Y diéronse tan grandes encuentros que am[b]os a dos cavalleros se apartaron de la tela más de cada quatro passos. Mas el Cavallero de la Rosa no hizo ningún desdón, y encontró en la vista al príncipe de la Morea, el qual del encuentro oviera de caer del cavallo. Y d’esto todos dieron gran grita, que, viendo lo que este cavallero avía fecho en las tres carreras, luego le juzgaron por señor del prescio.

Y luego le tornó el rey a embiar a rogar que le dixesse quién era, y él dixo:

-Dezid al rey que soy su servidor y su amigo, y que lo demás que no lo ha de saber dentro d’estos quinze días; y que le suplico que aya por bien de no mandarme más que lo diga.

Y en esta razón entraron en la plaça el príncipe de Escocia y el Cavallero Bravo, y los diez cavalleros ingleses, y el infante de Dinamarca, y el príncipe de Armenia, al qual, luego que fue sano, le avía dado licencia la princesa de Inglaterra para yr a las fiestas de Albania y donde quisiesse, con las condiciones que la historia ha dicho. Y como vieron al Cavallero de la Rosa en la tela para correr la quarta carrera, luego le conoscieron en la devisa de la rosa y en su persona, y holgáronse mucho de saber lo que avía fecho en las otras tres carreras que avía corrido.

Y en esto el Cavallero de la Rosa batió las piernas a su cavallo para correr la quarta lança con el adelantado de Servia, el qual dio al Cavallero de la Rosa muy grande encuentro en la vista, y le hizo hazer algún desdón, aunque poco, y esta lança se rompió muy bien. Y el Cavallero de la Rosa encontró en el pecho sobr’el bolante al adelantado, y aquella lança deviera ser algo verde, y por esso no fueron muchos los pedaços que se hizo. Pero fueron el adelantado y el cavallo por tierra y, si no lo socorrieran, lo matara el cavallo, porque lo tomó debaxo.

Muy maravillado estava el rey y todos los que avían visto estos quatro encuentros; y algunos de los cavalleros que estavan para justar perdían ya la esperança, y otros lo querían hazer. Y todos aquellos cavalleros ingleses, que bien conoscían al Cavallero de la Rosa, no se espantavan d’esto, antes dezían a los otros cavalleros, que cerca d’ellos estavan, maravillas d’él y de su cortesía, y lo que avía fecho en Inglaterra.

Mas, por abreviar el processo, dize la historia que corrió la quinta carrera con el infante de Ungría, y que aqueste cavallero era el que en aquellos tiempos de más fuerças se hallava. Y que le embió a dezir al Cavallero /41-r/ de la Rosa si quería que corriessen con cada dos lanças. Y el Cavallero de la Rosa le embió a dezir que, si tal licencia avía, que él era contento; pero que, aunque fuessen dos, que se avían de contar por una carrera, porque no perdiesse por inorancia de correr con el sesto mantenedor. Y el rey no quiso que se ynovase ninguna cosa más de lo que estava en la postura; y estonces el Cavallero de la Rosa le embió a dezir que corriesse la una y que fuera del prescio él haría después todo lo que quisiesse.

Y luego tomaron sendas lanças bien gruessas; y el infante le dio tan grande encuentro al Cavallero de la Rosa que le llevó un guardabraço en la punta de la lança, y al tiempo que se le arrancó le hizo apartar de la tela más de quatro passos, y aún no le sacó aquella pieça sin darle mucho dolor en el braço y en su persona, y no rompió la lança. Y el Cavallero de la Rosa encontró al infante de Ungría por debaxo del costado, y çevó de tal manera la lança que le passó las armas, y le quedó un gran troço d’ella metido en el cuerpo, por el qual le salía infinita sangre; y, por presto que fue socorrido, antes que le desarmassen, murió.

Y el Cavallero de la Rosa, que aún no pensava que tanto mal avía fecho, se passó a la sexta tela, y tomó otra lança para la correr con el Cavallero Blanco. Y como el infante de Ungría era tan principal señor, mucho ruydo y gente concurrió luego allí; pero el rey tenía mill cavalleros armados a cavallo en la misma plaça, y él subió a cavallo y sossegó toda la gente y escándalo que sobre la muerte de aquel cavallero andava, y dixo a todos:

-Cada uno se ha de parar a lo que le viniere, y todos los que exercitan las armas andan en aquesa aventura. Por eso, sossegaos todos, y fenesçerse han las justas. Y cada uno haga lo que pudiere por su honrra, que a quien más le duele d’esto yo soy, porque tenía más deudo con el infante.

Y como el rey andava sossegando la gente y a los que les pessava d’este caso, que eran assaz muchos, y quisieran afrontar al Cavallero de la Rosa, assí como lo entendieron los cavalleros de Inglaterra y el príncipe d’Escocia y el de Armenia, y el Cavallero Bravo, se llegaron cerca del Cavallero de la Rosa y le dixeron:

-Señor, aquí están vuestros servidores y amigos, y a tiempo me paresçe que avemos llegado, que os servirán nuestras personas.

Y aún en esto el Cavallero de la Rosa no pensava qu’el infante avía seýdo tan mal herido, y dixo:

-Por cierto, señores, con vuestra compañía yo pienso que ninguna adversidad me podría venir, y en merçed os tengo vuestra voluntad, aunque yo creo que no será menester; y nunca Dios me dexe aver día de plazer si no es aqueste uno de los mayores de dolor para mí que yo passé, porque no quisiera que aquel cavallero perdiera la vida, y más quisiera yo perder el prescio d’esta justa y quanto tengo que no averle muerto.

Y en esto llegó el rey y dixo:

-Cavallero, el infante de Ungría es muerto, porque no tenía más vida. Corred la sexta carrera, que si esso mismo acaesciera al príncipe Alberín, mi hijo, que corrió con vos la primera lança, la misma paciencia oviera. Éste acavó en su oficio y, aunque no pueda sino dolerme por el deudo que con él tengo, no ha de turbar esto las justas y torneos, que antes que se acaben an de passar d’esta vida otros cavalleros de los que agora están sanos, que assí está escrito por muchos sabios, y para ganar la Espada de la Ventura no puede fazerse sin sangre y vidas de algunos. Y si vuestra ha de ser, Dios sabe que la meresçéys, según vuestro propósito.

Y, dicho esto el rey, el Cavallero de la Rosa, sin le responder, tomó una lança y se fue para el Cavallero Blanco, al qual hasta entonces ningún cavallero le avía sacado de la silla; y dióle tan grande encuentro que le echó por las /41-v/ ancas del cavallo, y rompió en él su lança en muchos pedaços. Y el Cavallero Blanco le encontró muy bien al Cavallero de la Rosa, y rompió su lança en él. Y, fecho esto, el Cavallero de la Rosa se salió de la plaça, y con él salieron todos aquellos cavalleros ingleses, y el Cavallero Bravo y el de Armenia y el de Escocia. Mas, assí como salieron un poco con él, él se paró y les pidió por merçed que se tornassen a la justa y que hiziessen lo que pudiessen, y que Dios les diesse buena ventura.

Y el rey mandó que fuessen dozientos cavalleros de los suyos a le acompañar al Cavallero de la Rosa hasta su posada; y como él los vido en torno de ssí, les dixo:

-Cavalleros, tornaos a la plaça, que yo no he menester guarda, y dezid al rey que le beso las manos por su comedimiento, y que yo sé que en sus reynos no suele aver quien se atreva a desservirle, y que los cavalleros de aventura no han menester guarda, que la fe de los príncipes asegura de la moltitud. Y seguro d’ésta, de los particulares mi persona se defenderá, con ayuda de Dios.

Y no quiso partir de allí hasta que los hizo tornar. Y como bolvieron, dixeron al rey lo qu’el Cavallero de la Rosa les avía dicho, y el rey dixo:

-Por cierto, él mira muy bien mi honrra en lo que dize, y él deve ser cavallero de grandes fechos. Y yo creo que es para quien Dios tiene guardada el espada venturosa. Dexadle yr, que seguro puede yr do quisiere, que quien le pensasse enojar, a mí me ofendería primero.

Después qu’el Cavallero de la Rosa se fue de la justa, llegó al monesterio, y el prior lo rescibió muy alegremente, y le hizo mucho servicio y buen tractamiento, y le preguntó cómo le avía ydo. Y él dixo:

-Padre, Laterio os lo dirá, que estava para mejor mirarlo que yo; él os lo diga.

Y el prior le dixo:

-Señor Laterio, merçed rescibiré en saberlo, pues veys que de cosa no he de holgar tanto como de saber lo que oy se ha fecho.

Y él gelo dixo todo por estenso, y ta[m]bién (28) le dixo:

-Padre, muchos cavalleros quedavan en la plaça, y no sabemos lo que harán, o si alguno nos passará y hará ventaja.

Y el prior dixo:

-Por cierto, señor, bien podéys reposar est’otros quatro días seguramente, y tened el prescio por vuestro, que cosas son las que he oýdo nunca vistas.

Y bien lo podía dezir assí el prior, porque avía seýdo cavallero y muy gentil cortesano, y aún avía tenido assaz buena persona y parte de cavallero. Y junto con aquesto dezía:

-Tened, señor, por cierto que la Espada Venturosa ha de ser vuestra, y assí lo espero yo en Dios, pues os dio tal persona que para vos la guarda.

Y, dexado esto aparte, después que el cavallero salió de la justa, muy grandes cosas passaron, porque ovo muchos cavalleros derribados y muy hazañosos encuentros fechos; mas el que hazía uno herrava otro, y d’esta manera les acaescía lo que es cotediano en estos fechos tales. Y uno de los que mejor aquel día lo hizieron fue el cavallero de Armenia y don Silvario, hijo del rey de Esclavonia.

Y d’esta manera passó la justa del primero día, hasta que fue hora que cessasse, y qu’el rey se quitó de verla, espantado de lo que aquel día avía fecho el Cavallero de la Rosa. Y bien se creýa él y todos que el siguiente día no saldría más a justar, ni ninguno de los que quedavan, y desde entonçes todos le juzgavan por señor del prescio.
 

Capítulo XL: De lo que se siguió el segundo día de las justas y en los otros tres días siguientes, y de los grandes fechos que en todos ellos fizo don Félix, por otro nombre llamado el Cavallero de la Rosa.

El segundo día de la justa, assí como amanesció, ya havía fecho oración don Félix y estava armado, y fue uno de los que aquel /42-r/ día primero salió al campo o plaça. Y halló qu’el Cavallero Bravo estava puesto ya en la tela para correr la primera carrera con el primero mantenedor.

Este día no fueron mantenedores los seys que lo avían seýdo el día antes, sino que assí mismo eran otros muy gentiles cavalleros, nombrados Lazerol, cavallerizo mayor del rey Ardiano; y Clariando, su mayordomo mayor; y el Varón del Estrella; y Florencio, hermano bastardo del príncipe Alberín, y hijo del rey Ardiano; y Valternio, mariscal de Esclavonia; y Crispalino, su hermano; todos seys muy excelentes cavalleros y personas señaladas, y muy diestros.

Y assí como el Cavallero de la Rosa llegó a la tela y halló puesto en ella al Cavallero Bravo de Yrlanda, bien quisiera que el Cavallero Bravo corriera; mas él no lo quiso hazer, porque luego se apartó y le dio lugar al Cavallero de la Rosa, aunque él se escusava de lo tomar. El Cavallero Bravo dixo:

-Señor, vos avéys de correr primero, que aquesta mejoría yo os la devo y os la tengo conoscida.

Y como vido que el tiempo se les passava en cortesías, dióle las gracias al Cavallero Bravo y tomó la lança el Cavallero de la Rosa, y fuesse contra Lazerol; y diole tan grande encuentro que le hizo apartar de la tela cinco o seys passos, a él y a su cavallo, y hazer algunos desdones. Y rompió muy bien su lança, y assí la quebró también por muchas partes Lazerol, pero no hizo mudança ninguna el Cavallero de la Rosa. Y ya era fecho aqueste encuentro quando el rey salió y, como le fue dicho, quedó maravillado, porque tenían al cavallerizo mayor por uno de los más rezios justadores de Grecia y llevava un cavallo de los mejores qu’el rey tenía.

Y luego corrió la segunda carrera con el mayordomo mayor, y le encontró de manera que él y el cavallo fueron a tierra, y él perdió la lança, y no pudo más justar aquel día, porque le atormentó mucho el golpe que avía rescebido. Y el rey dixo estonces que no era possible ser hombre el Cavallero de la Rosa, sino más que hombre, porque en dos días uno tras otro aver fecho tales cosas era para no se creer sin lo aver visto.

Y de allí passó adelante, y corrió la terçera lança con el Varón de la Estrella. Y encontróle en la vista y çevó la lança, y sacóle el yelmo de la cabeça; y, al salir, le quebró dos dientes y le descalabró muy bien, aunque quedó en la silla, y quebró su lança en el Cavallero de la Rosa; cosa fue de que todos los miradores quedaron espantados.

Y de allí passó a correr la quarta carrera con Florencio, su hijo bastardo del rey, y primo del mismo Cavallero de la Rosa; y porque le conoscía muy bien y era muy mançebo, no le quiso encontrar de manera que daño le hiziesse. Y dióle en la gran pieça el encuentro, y rompió la lança en él muchas en pieças. Y hízolo de manera que conoscieron los miradores y juezes que le avía fecho cortesía, porque primero dixo dónde le avía de encontrar; el infante Florencio le encontró muy bien y rompió su lança.

Y de allí passó a correr con Valternio, mariscal de Esclavonia, y dióle tal encuentro en la vista que le hizo yr dando muchas cabeçadas en las ancas del cavallo a una parte y a otra fasta e[l] fin (29) de la carrera; y aún allí cayera, si no le socorrieran. Pero no pudo justar más, que luego lo desarmaron y quedó muy malo del encuentro por hartos días. Y la lança se quebró hasta el arandela, y el mariscal quebró la suya muy bien. Y d’este encuentro tovieron mucho que dezir, porque fue muy grande.

Y assí le cresció la yra a su hermano Crispalino, que fue con quien corrió el Cavallero de la Rosa la sesta lança; y del encuentro que le dio le derribó en tierra y al cavallo assí mismo, y rompió la lança en muchos pedaços, y Crispalino rompió la suya en dos partes.

Y, fecho esto, el Ca- /42-v/ -vallero de la Rosa bolvió las riendas y se fue su passo a passo a la casa de los monjes, donde él possava. Y llegó muy temprano a comer, porque en todo esto que es dicho que hizo no passaron dos horas. Y todos los otros cavalleros quedaron justando y haziendo cosas dinas de ver; pero si davan, rescebían, y ya su justa era desconfiando del prescio, y más por su passatiempo que por otra cosa, hasta que passó aquel día.

Y por abreviar la historia, dize el coronista Listario que en los otros dos días siguientes derribó cinco cavalleros y echó de la tela tres, y llevó pieças de los arneses a otros y quebró todas las lanças que corrió maravillosamente. Y que, en el quinto día, que derrivó tres cavalleros, y dos d’ellos con cavallos y sus personas, y sacó un yelmo de la cabeça a otro, y echó de la tela a otros dos. Y, hecho esto, ninguno quiso justar más, y algunos hizieron voto de no lo hazer en toda su vida.

Y el rey le mandó llamar y le dixo:

-Cavallero, si os pluguiesse dexar las armas, daros híamos el prescio, que muy bien merescido le tenéys; y digo que las dexéis, porque sepamos quién lo ha ganado, o, a lo menos, os veamos el rostro.

Y estonçes el Cavallero de la Rosa dixo al Cavallero Bravo, que cerca d’él estava, que le quitasse el yelmo. Y como se lo dixo en lengua inglesa, y el rey le vido hablar de aquella manera, preguntó a los intérpetres que cerca de ssí tenía que qué lengua era aquélla, y dixéronle que inglés. Y el rey le hizo dezir por un intérpetre que avría mucho plazer de saber su nombre y su linaje, que razón era que se supiesse. Y acordávase de don Félix, su sobrino; pero como traýa crescida la barva, y con la lengua estraña que hablava, ni el rey ni otra persona de quantos allí avía le conoscieron, aunque algunos dezían que le quería parescer a don Félix. Y el Cavallero de la Rosa dixo al faraute o intérpetre:

-Dezid al rey que le tengo en merçed el prescio de que Su Alteza me ha querido hazer dino, y que mi nombre su Majestad le sabrá passados los diez días que quedan de los torneos, y que yo no partiré de su corte sin que Su Alteza lo sepa, si en esta empresa no muero; y que no me lo pregunte más, porque esto es lo que tengo de hacer, y que assí se lo suplico que lo aya por bien.

Y el rey quedó muy agradado de aquella re[s]puesta, y mandó que le preguntassen dónde quería que le llevassen los mill marcos de oro, y él dixo que a aquel monesterio donde él posava, y assí se hizo luego aquel día. Y más le embió el rey seys cavallos muy excellentes y muy bien aderesçados, y el príncipe Alberín le embió tres cavallos y tres arneses muy singulares; lo qual todo el Cavallero de la Rosa rescibió y les embió las gracias devidas. Y dio a guardar aquellos marcos de oro al prior, y que los tuviesse a buen recabdo; de los quales se hizo lo que adelante dirá la historia, porque el Cavallero de la Rosa nunca desseó ni quiso tesoros sino para repartirlos.

Capítulos XLI-XLV