"Desseo
ver en vos si vuestras fuerças y cavallería son tales en
el campo, donde no tengáys padrinos, como en el estrado, donde los
cavalleros deven hablar menos que vos. Y porque lo demás es perder
tiempo, digo que yo os espero quatro leguas fuera d’esta ciudad de Londres,
en la ermita que está en el camino derecho que desde aquí
va al passo de Dobra. Y si vuestro cavallo llegare cansado, allí
podrá reposar, y vos también, lo que quisiéredes,
antes que en la batalla entremos. Y si quisiéredes, de dos cavallos
que yo comigo llevo podéys escojer el uno, y también podréys,
si os paresciere, hazer y elegir que nuestra batalla se haga a pie, porque
vuestra condición yo quiero que no diga que se hizo cosa a mi sabor,
sino al vuestro. Y d’esta manera, este debate y difinición de cavallería
de vuestra persona a la mía, si acordáredes que se llegue
al cabo, desde oy hasta tres días me hallaréys donde os he
dicho".
Capítulo XXXII: Cómo se partió el Cavallero de la Rosa, y de cómo Laterio cumplió y hizo todo lo que dexó su señor ordenado.
-Cavalleros, seréys testigos cómo doy esta carta del Cavallero de la Rosa, mi señor, al señor príncipe de Armenia, por la qual le avisa y declara dó[n]de (18) le hallará esperándole, como ayer se lo prometió delante del rey y de vosotros, señores. Por esso, señor príncipe, de aquí adelante podéys yr a buscar el cavallero que os la escrive, que él os esperará tres días en aquel lugar que en esta carta os dize.
Y el príncipe abrió la carta luego y leyóla para sí. Y como la ovo leýdo, y vido que Laterio se yva, le dixo:
-Gentil hombre, aguardadme, y guiarme eys, que yo yré con vos luego.
Y Laterio le dixo:
-Señor, yo no sé dónde está el Cavallero de la Rosa, ni tengo de yr con vos. Él va solo; assí devéys yr.
En esse punto el príncipe de Armenia se despidió de los otros cavalleros y se fue solamente con los suyos a su possada, y en continente se armó y se fue a buscar al Cavallero de la Rosa por aquel camino que le avía escrito qu’él yva.
Y Laterio se fue luego a palacio, y procuró de hablar con Fulgencia, pero no pudo hasta cerca de mediodía, y ya el príncipe era partido. Y como Fulgencia le vido, holgóse mucho y díxole:
-¿El Cavallero de la Rosa partirá oy, o quándo?
Él /36-r/ le dixo:
-Señora, anoche a media noche partió, y a estas oras bien creo que se han visto él y el príncipe de Armenia, porque yo le di oy bien de mañana una letra que le escrevía el Cavallero de la Rosa, en la qual le dezía dónde le esperava. Y yo creo que él deve ser ydo a le buscar, y que se deven aver visto.
>> Y también traygo aquí otra carta para la princesa, mi señora. Si ay lugar que yo se la dé, vedlo, señora.
En esse punto entró Fulgencia a la princesa, y le dixo lo que Laterio dezía; y fue éste tan gran sobresalto para ella saber que era partido de Londres y que devía estar ya combatiéndose con el príncipe de Armenia, que cayó amortescida, y no fuera mucho echar lo que tenía en el vientre. Pero, como su saber y cordura era muy grande, dissimuló y esforçóse lo mejor que pudo, y dixo a Fulgencia que hiziesse entrar a Laterio.
El qual entró y la halló muy demudada y triste, y dióle la carta. Y como la ovo leýda, cayéronsele las lágrimas por el rostro, sin poder hablar palabra; y Laterio la començó a consolar, y le dixo:
-Señora, no temáys, y tened por fe que antes de mañana, a estas oras, veréys el cavallero de Armenia en vuestra prisión, o sabrés que es muerto, porque la virtud y el esfuerço de don Félix no sabe ningún hombre del mundo como yo qué tal es, ni para quánto; y quantos sabios ay en Grecia tienen notado este cavallero que Dios os ha dado por marido por la más venturosa persona que ha so el cielo en los fechos de armas, y todos afirman que jamás será vencido, salvo una vez en la mar, y essa, sin peligro de su persona. Y esto sé yo muy bien desde antes que él supiesse hablar, y assí lo he visto por espiriencia después que él se ciñe espada. Y básteos aquesto para tener seguridad de su vida y por muy cierta su victoria.
Y en este tiempo entró la reyna a ver qué hazía la princesa, y halló a Laterio con ella. Y, aunque holgó de verle, sintió en el alma saber que era ydo el Cavallero de la Rosa, y començó de llorar, y Laterio la consoló assí mismo, y les puso mucha confiança.
Y como ya era hora de comer, y la reyna ni la princesa no salían, el rey entró donde estavan, y hallólas en aquella pena llorando. Y como vido a Laterio, dixo el rey:
-Cavallero, ¿es partido mi hijo?
Y Laterio le dixo:
-Sí, señor, que anoche partió y me mandó quedar, y que le vaya a buscar después de mañana, porque no quiso que yo fuesse con él. Y mandóme traer una carta a la princesa, mi señora, y otra al príncipe de Armenia, el qual creo que es ydo a buscarle, y espero en Dios que él le hallará, por mal suyo.
Y el rey dixo:
-Mucha pena me ha dado su partida, y nunca seré alegre hasta que Dios me dexe verle. Mas, pues otra cosa no puede ser, Él le guíe como yo se lo desseo.
Y la princesa dixo entonces:
-Señor Laterio, por amor mío que digáys al rey, mi señor, essas palabras y prenósticas que los más sabios de Grecia dezís que han notado del nascimiento y fortuna del Cavallero de la Rosa.
Y estonçes tornó a dezir al rey cómo afirmavan por cierto que don Félix no podía ser vencido, y todo lo que demás d’esto se dixo de suso lo tornó a dezir.
Y con esto el rey y la reyna y la princesa quedaron muy consolados, y dixeron a Laterio que lo que allí estoviesse , pues avía de ser tan poco tiempo, o no más de aquel día y el siguiente, que los viesse, y assí dixo que lo haría.
Y se despidió de aquellos señores y se fue
al Cavallero Bravo de Yrlanda, y le llevó ocho cavallos muy singulares,
y muy ricos aparejos y atavíos de paz y de guerra para todos ellos.
Y le dio assí mismo catorze ropas de brocado y de sedas de diversas
maneras, y algunas d’ellas muy bien bordadas, y otras joyas y atavíos
de casa, que todo ello valía grandíssimo prescio. Y le dixo
que el Cavallero de la Rosa le embia- /36-v/ -va aquello y le pedía
que por amor suyo lo rescibiesse, y que le hazía saber que era partido,
y creýa que ya se avrían combatido él y el príncipe
de Armenia. Y el cavallero de Yrlanda rescibió todo aquello y dixo
que rogava a Laterio le llevase una carta en que se quería embiar
a quexar d’él, porque en su compañía y servicio no
le avía llevado, y que en lo demás que dezía que ya
aquella sazón creýa que se avrían combatido, que él
no tenía ansia d’esso, porque tenía por cierto qu’el Cavallero
de la Rosa sería vençedor. Y Laterio le dixo que toviesse
escrito, porque, al tiempo que se oviesse de partir, el vernía por
la carta. Y con esto se despidió d’él.
Capítulo XXXIII: En que se cuenta lo que hizo el cavallero de Armenia después que salió de Londres y de cómo halló al Cavallero de la Rosa, y de lo que entre aquestos dos cavalleros passó.
-¡Subí a cavallo, no digáys que con ventaja os venço!
Y a mucha priessa cavalgó el Cavallero de la Rosa. Y tomó su lança, y se fueron el uno contra el otro, y el príncipe de Armenia le dio un muy grande encuentro en medio de los pechos, y quebró su lança en él muy bien, pero las armas que traýa eran tales que a mayor cosa resistieran. Y el Cavallero de la Rosa le encontró de tal manera que dio con el príncipe de Armenia en el suelo, y quebró su lança por muchas partes. Y de la gran caýda estuvo casi sin sentido en tierra, pero luego se levantó. Más bien tuvo lugar el Cavallero de la Rosa para matarle, si quisiera; antes desque lo vido assí pensó que estava muerto, y se paró a mirarlo, teniendo la espada en la mano. Y como vido que se movía, esperó que se levantasse, y díxole:
-Señor príncipe, algún espacio avéys estado sin sentido; y si ya le tenéys, sea para confessar aquellas condiciones con que sabéys que aquí venistes, y yr por prisionero a la princesa, mi señora.
Y el príncipe le dixo:
-Antes he de morir que aquesso veáys; y no confiéys que por verme a pie soy rendido, mas hazed lo que pudiéredes.
Y el Cavallero de la Rosa le dixo:
-Pues, ¿cómo, con tan gran ventaja como veys que os tengo, queréys que esto se acabe?
Y el príncipe dixo:
-No ay ventaja do s’espera ventura.
Y el Cavallero de la Rosa dixo:
-Pues no plega a Dios que vuestra sobervia me haga estar a cavallo.
Y apartóse un poco y apeóse, y fuesse para el príncipe con la espada en la mano, como él estava, y el príncipe lo rescibió muy bien. Y diéronse tan grandes golpes que bien parescía la virtud que en cada uno d’ellos avía; y del tal manera peleavan que no se podría pensar el furor con que andavan. Y porque al Cavallero de la Rosa le paresció que tenía bien entendida la manera /37-r/ de lo que bastavan las fuerças el príncipe, y que era gran ardid temporizar con él y sufrirle dilatando la batalla, assí lo hazía.
Y quando vio que ya era tiempo, abraçóse con él y derribólo en tierra. Y quiso su fortuna que cayó sobre el braço derecho, de manera que tan quedo lo tenía como si estoviera atado. Y assí como lo derribó, le dio dos heridas por las escotaduras del braço siniestro.
E como esto vido el cavallero de Armenia, dixo:
-Cavallero, yo me riendo por vençido.
Y luego cessó don Félix de le herir, y le dexó levantar. Y al tiempo que se llevantava, le quitó la espada y le dixo:
-¿Conocéys todas aquellas cosas a que me obligué de os hazer confessar por vuestra boca delante de la princesa de Inglaterra, mi señora?
Y el príncipe de Armenia dixo:
-Sí, por cierto, y yo no pensé que tanta vitoria Dios os tenía guardada y para mí tan gran vencimiento. Yo soy en vuestro poder; hazed de mí lo que vos pluguiere, porque assí lo hiziera yo si de vos oviera vitoria.
Y en esse tiempo mucha sangre le salía, y se desmayava. Y el Cavallero de la Rosa le dixo:
-Vamos a la hermita, y por ventura hallaremos ende quien vos cure, o algún aparejo para vos poder socorrer, y allí vos diré lo que avéys de hazer en Londres.
Y el príncipe le dixo que assí se hiziesse. Y don Félix le ayudó a subir sobre el cavallo, y él se subió en el suyo y fueron a la hermita. Y hallaron en ella un hermitaño muy buen hombre, el qual, como vido herido el cavallero, sacó presto todo aderesço para le curar, porque avía seýdo hombre que en su joventud exercitó las armas, y sabía en qué caýa aquello. Y curóle muy bien, y ospedólos aquella noche lo mejor que pudo.
Y luego, otro día de mañana, se partió para Londres el príncipe de Armenia, y prometió primero al Cavallero de la Rosa de se presentar como yva por prisionero de la princesa, y de dezir y confessar allí delante de los que ende se acertasse todo aquello qu’el Cavallero de la Rosa avía dicho y, ofrescídose, de le hazer conoscer. Y assí mismo, de le dar una carta qu’el Cavallero de la Rosa le escrivió con él.
Y el Cavallero de la Rosa se fue su camino para la villa
de Dobra, donde estuvo esperando hasta que Laterio llegó.
Capítulo XXXIIII: Cómo el príncipe de Armenia se fue a Londres después que fue vençido, y se presentó por prisionero delante de la princesa de Inglaterra, assí como lo avía prometido.
-Andad acá al palacio del rey y allí lo sabréys.
Y nunca otra cosa dixo ni pudieron saber d’él. Y assí como se apeó en palacio, el rey y la reyna y la princesa estavan juntos, y muchos cavalleros presentes. Y entró el príncipe de Armenia y, hincadas las rodillas delante de la princesa, dixo:
-Señora, mi libertad es vuestra y en vuestra mano; y digo que soy vençido del siervo de la mejor y más hermosa dama del mundo y la que /37-v/ más mereçe en él, y me presento por vuestro prisionero con mi persona y armas vençidas. Y vos juro y prometo en ningún tiempo del mundo de no tomar armas contra ningún cavallero ni persona de los reynos de Inglaterra, y en vuestro escojer será de aquí adelante abilitar mi persona o no para que yo pueda contra otras nasciones usar la cavallería. Y vedes aquí una carta que os embía quien me vençió y me truxo por fuerça de armas a estado que yo hiziesse aquesto, que es el Cavallero de la Rosa, y el mejor de todos los cavalleros del mundo.
Y diósela; y, al tiempo que la princesa tendió la mano para la tomar, el príncipe se la besó. Y ella lo hizo levantar y mandó que lo llevassen a cierto apossentamiento dentro de palacio. Y el rey mandó luego que todos sus médicos y cirujanos lo curassen con mucha diligencia, tractándole no como prisionero, sino como a príncipe y persona tan grande como lo era. Mas, antes que el príncipe de allí saliesse, la princesa abrió la carta y la leyó, y la dio al rey, su padre, el qual la tornó a leer públicamente, de manera que todos los que allí estavan lo pudieron muy bien oýr. Y, así como la acabó de leer, dixo:
-Razón es, hija, que se haga lo que el Cavallero de la Rosa os suplica, y esso mesmo os ruego yo que hagáys.
Y lo que la carta dezía es lo siguiente:
Capítulo XXXV: De lo que contenía la carta que truxo a la princesa del Cavallero de la Rosa el vençido príncipe de Armenia.
"Sereníssima señora:
Este cavallero cumplió su palabra y, si su ventura no le fue favorable, no quedó por su esfuerço y cavallería, porque, en verdad, muchas vezes dudé de mi victoria. Mas, en fin, la justa causa de mi empresa le hizo a él prisionero, y a mí me tiene obligado a bivir y morir en esta demanda hasta que vuestra voluntad se tenga por servida de mis trabajos. Y, si los de hasta aquí son dignos en alguna parte, con lo que mi desseo piensa más mereçeros, os suplico que el señor príncipe de Armenia halle en vuestra benignidad la liberalidad que es razón que con tal persona se tenga".