Y ya estava fecho el estacado o circuyto dentro del qual avía de ser el combate d’estos dos cavalleros, y en torno de muchos cadahalsos donde la reyna y la princesa y sus damas y otras muchas señoras estavan para ver esta batalla y lid. Y dentro del campo solamente entró el rey con los fieles; el qual, por los más honrrar, quiso ser el principal fiel entr’ellos. El rey no traýa armadura de cabeça, pero todas las otras armas tenía, en las quales él era muy diestro y gentil cavallero. Y con él entraron assí mismo doze cavalleros, los que él mandó. Y alrededor del palenque se pusieron todos los otros gentiles hombres y gente d’armas del rey.
Y en esto llegó primero el príncipe de Armenia, muy bien armado y ricamente guarnescida su persona y cavallo, y muy acompañado de muchos cavalleros que desde Armenia con él venían, y de otros muchos aventureros. Y a su costado venía el infante de Dinamarca por su padrino.
Y desde a muy poco vino por otra parte el príncipe de Escocia, muy bien acompañado y muy singularmente armado y guarnescido de muchas riquezas su persona y cavallo. Venía con él a su costado el Cavallero de la Rosa, que no era menos mirado que todos, el qual avía armado al príncipe de Escocia y era su padrino.
Y con ygual cerimonia los metieron en el campo y les partieron el sol, y les dieron sendas lanças yguales, y se miraron todas las otras cosas que en semejantes trançes se suele hazer, a tal que ninguno toviesse ventaja al otro en más de su propia virtud y derecho.
Y el rey con los doze cavalleros se apartaron afuera, y estos valerosos príncipes se fueron el uno contra el otro con toda la furia que las fuerças de sus cavallos bastavan; y diéronse muy grandes encuentros, porque el príncipe de Escocia le llevó la gran pieça, y al arrancarle desguarnesció el guardabraço y rompió su lança en muchos pedaços. Y el príncipe de Armenia le encontró en la vista, mas, como çevó poco la lança, no fue peligroso el golpe; mas rompió la lança en él, y passó cada uno d’ellos a la otra parte del otro, y en continente se revolbieron con mucha presteza y coraje, puestos sendos estoques de encuentro en las manos. Mas, como tornaron a rrevolberse desde muy cerca, no tovieron lugar de se /32-v/ encontrar con ellos, mas jugavan d’ellos como mejor podían. Y era tanta la priessa qu’el uno al otro se dieron en muy poco espacio que fue cosa de maravilla, y muchas pieças se desguarnescieron el uno al otro. Y por aquellas partes se herían y les salía mucha sangre, y todos los que miravan creýan que estavan heridos de muerte.
Y en esto duraron sobre dos grandes horas; y como el uno y el otro eran de grandes ánimos y desseava cada uno llevar la victoria, diéronse tanta priessa que ya los cavallos no se podían mover a una parte ni a otra por espoladas. Y viendo esto, el príncipe de Escocia se apeó muy presto, porque entendió aprovecharse mejor de sus pies y fuerças que de las de su cavallo. Y en continente el príncipe de Armenia hizo lo mismo, y am[b]os casi a un tiempo, porque bien conosció que el otro le ternía ventaja si le esperava a cavallo. Y estonces se començó muy más fiera la batalla entre aquestos cavalleros.
Y en essse punto, el rey mandó apearse a los doze cavalleros que con él estavan dentro del campo, y quedó solamente el rey a cavallo. Y ya los que se combatían, cuando se apearon los doze cavalleros, avían soltado los estoques y se davan muy rezios golpes con las espadas. Pero no se contentaron d’esto, porque cada uno pensava hazer ventaja al otro en las fuerças; y vinieron a los braços, en lo qual estovieron sobre otra media ora grande, provando sus mañas y fuerzas, sin que en todo lo que es dicho se pudiesse conoçer la ventaja del uno al otro.
Y en esto se puso el sol, y el rey se apeó del cavallo y los despartió, y les dixo:
-Cavalleros: sin duda avéys cada uno de vosotros fecho lo que yo nunca pensé de ver ni oýr de dos cavalleros. Am[b]os quedáys yguales en honrra y assí lo avéys de quedar en amistad, porque assí me lo prometistes antes que a esto viniéssedes. Yo espero en Dios que las heridas (16) que tenéys no serán de peligro.
Y dicho esto, hízolos abraçar, y sacólos del campo con ygual cirimonia, y llevólos al palacio real. Y dentro en él les dieron sendos apossentos, donde fueron curados como tales personas y muy visitados del rey y de la reyna y de la princesa y las damas. Y todo el mundo quedó muy gozoso de aver quedado estos dos cavalleros tan yguales en honrra y amistad, porque eran muy amados y bien quistos de todos, y personas de grandes estados. E como las heridas que en la batalla rescibieron no eran de peligro, en muy poco tiempo fueron guarescidos d’ellas. Y siempre el Cavallero de la Rosa visitava mucho al príncipe de Escocia, su amigo; y como ya estava casi sano y se levantava, estando un día solos, le dixo el príncipe:
-Muy desesperado estoy comigo, porque quiso Dios que yo me hallasse obligado y prendado a ser amigo del príncipe de Armenia, sin poder tornar a satisfazerme d’él. Y no quisiera aver fecho tal postura como se hizo antes de la batalla, y nunca me saldrá esta manzilla del coraçón.
Y el Cavallero de la Rosa le dixo:
-Señor, yo miré muy bien vuestra persona y la suya quando en la batalla estovistes, y lo que de vosotros noté es que el cavallero de Armenia en el principio es furiosa persona, y que quien le pudiere comportar algún espacio se aprovechará d’él. Y assí creo que hiziérades vos si las armas se difinieran. Pero, aunque salistes yguales en honrra y cirimonia, digo qu’el rey lo hizo como prudentíssimo, por ser dos personas tan señaladas como soys en el mundo. Y aun antes que llegárades tan adelante como llegastes, fuera bien que él os despartiera, aunque el sol no fuera entrado. Pero la postura se guardó bien, y el rey lo hizo me- /33-r/ -jor. Básteos que havía muchos cavalleros que notaron bien lo que passó y, si no fuesse por no hazer malo el juyzio del rey, no faltaría quien defendiesse que vos lo hezistes mejor que el príncipe de Armenia; porque, aunque no fuera otra cosa sino averos vos apeado primero, despreciando ya vuestro cavallo y el suyo, fue muy gran acto y esfuerço; no obstante qu’el adversario presto se reconosció y hizo lo mismo, a tiempo que le valió darse priessa. Assí que d’esto no tengáys pena.
Y, dicho esto, el príncipe de Escocia quedó muy consolado, y le dixo:
-Pues vos, señor, estáys satisfecho, no tengo en nada que ninguno satisfaga; y de oy más, que ya me paresçe y le plaze a nuestro Señor de me dar mejoría, razón es que pongamos todos en obra el camino de Albania.
Y el Cavallero de la Rosa le dixo:
-Esse entiendo yo hazer muy presto.
Y el príncipe le dixo que sería bien que se fuessen am[b]os ; pero no lo quiso conceder el Cavallero de la Rosa, porque dixo que avía de yr a cierta parte primero, lo qual él hazía por cierto respecto.
Y con esto dieron fin a su habla. Y aquellos días
que estos dos cavalleros en aquella corte estovieron, mucho se visitaron,
porque era muy grande el amor que se tenían.
Capítulo XXVII: Cómo el Cavallero de
la Rosa tomó licencia del rey y de la reyna y princesa de Inglaterra
para se yr a las fiestas y torneos de Albania secretamente.
En
tanto que aquestos dos cavalleros se curavan, el Cavallero de la Rosa tuvo
la mejor y más aplazible vida del mundo, porque secretamente ningún
día passava sin ver a sus suegros y esposa. Y tuvo tan largo lugar
para todo lo que quiso como se dixo en el capítulo .xxv., pues la
princesa quedó preñada de un hijo. Y como vido ya que el
cavallero de Armenia andava fuera más havía de diez días,
y muy sano y rezio, acordó, antes que le dixesse lo que en adelante
se dirá, de sse despedir del rey y de la reyna y de su esposa secretamente.
Y una noche que él y Laterio fueron allá, estando todos quatro,
y Laterio y Fulgencia, el príncipe don Félix dixo:
-Señores, de mi grado yo no saliera de aquí en toda mi vida, mas no ha de poder más la voluntad que la razón. Muchos cavalleros comiençan a se yr d’esta corte a Albania, y en cosa tan señalada razón es que yo me halle, en especial seyendo natural de aquellos reynos. Si la voluntad vuestra es, yo entiendo partirme muy presto, y será tan aýna que en este lugar secreto no entiendo veros más hasta que Dios me haga dino de la tornada.
Y hincadas las rodillas, suplicó al rey y a la reyna le diessen licencia. Las lágrimas de la princesa fueron tantas que ninguna persona pudiera verla sin hazer lo mismo, y assí lloravan como ella su madre y Fulgencia. Pero el rey, aunque lo sentía en el ánima, le dixo:
-Hijo, pues estáys determinado de hazer esse viaje, razón es que se ponga por obra, porque, como es largo el camino, más vale que vays de espacio y a vuestro plazer que trabajando vuestra persona, pues assaz bastarán los trabajos que en los torneos avréys, de los quales y de todo otro peligro os saque Dios con la vitoria y triunfo que yo desseo.
Y, dicho esto, le besó y echó su bendición, y dixo a la reyna:
-Señora, hazed lo que yo he fecho, porque en fin aquesto ha de ser.
Y luego la reyna, sin le poder hablar palabra, le besó y abraçó y echó su bendición, y le dio la mano. Y la princesa, quasi finada, estuvo muy grande /33-v/ espacio con él abraçada y, rompiéndosele las entrañas, le dixo:
-Señor, por Dios os pido que tengáys memoria del dolor que vuestra ausencia ha de dar al rey y a la reyna, mis señores; que el mío no será tanto, porque creo que no me queda vida para comportarlo. Y, si alguna cosa ha de poder sostenerme, han de ser vuestras cartas y las nuevas que de vos me diéredes.
Y dicho esto, don Félix la besó y le prometió de les hazer saber siempre de sí, todas las vezes qu’el tiempo diesse lugar a ello. Y quitóse del cuello el joel del diamante prescioso, y echósele a la garganta a la princesa, y díxole:
-Señora, por amor de mí que rescibáys esta joya, pues es sola en el mundo, y vos en todo él quien mejor le mereçe.
Y arrasados los ojos de agua, se salió, y dexó
a todos con muchas lágrimas. Y con ellas se despidió Laterio
de todos ellos, y el rey y Fulgencia salieron con él hasta la puerta
de la huerta con este exercicio.
Capítulo XXVIII: Cómo el Cavallero de la Rosa se despidió del gran sacerdote y del príncipe d’Escocia secretamente, hablando a cada uno d’ellos por sí.
Y assí se despidió secretamente del gran sacerdote, y le dixo:
-Señor, mañana me entiendo despedir públicamente del rey y la reyna, y de mi señora, la princesa, y de vuestra señoría y toda la corte. Y porque yo quiero pedir una merçed al rey, suplico a vuestra señoría que estéys presente a ello y seáys el intercessor que espero.
Y el gran sacerdote se lo prometió.
Y desde allí se fue a ver al príncipe de Escocia, y le dixo:
-Señor, yo estoy de partida y tengo mañana de pedir licencia al rey, y tengo de pedirle una merçed. Yo la rescibiré de vos si quisiéredes estar presente.
El príncipe se maravilló de la aceleración de su partida, porque pensava partir él primero, y le dixo:
-Señor, yo estaré allí y doquiera que fuéredes servido, y Dios sabe quánta buena ventura fuera para mí poder llevar vuestra compañía. Mas, pues me dexistes estos días pasados que os cumple yr a cierta parte, pído’s por merçed que me digáys si en los torneos de Albania daréys lugar que os conozca si por caso mudáredes la enseña o devisa de la rosa.
Y el cavallero le dixo:
-Señor, si vos me quisiéredes /34-r/ conoscer, en vuestra mano será, porque en essa devisa yo he hecho professión, y nunca dexaré de traerla todo el tiempo que armas truxere.
Y, dicho esto, se despidió el uno del otro; y luego
don Félix y Laterio dieron principio a aderesçar su camino
y sus armas para se despedir el día siguiente públicamente,
como es dicho.
Capítulo XXIX: Cómo el Cavallero de la Rosa se despidió públicamente, y de lo que passó con el príncipe de Armenia.
-Poderoso señor: porque yo estoy de camino, y quiero con vuestra licencia yr a Albania y a otras partes que me conviene, a muy gran merçed os ternía lo oviéssedes por bien, y que, en presencia de la reyna y de la princesa, estando presentes todos los príncipes y cavalleros que aquí están, me oygáys.
Y luego el rey dixo que de muy buen grado lo haría, y mandó a un cavallero que entrasse a llamar a la reyna y a la princesa. Y como fueron allí venidas, el Cavallero de la Rosa dixo a la princesa:
-Señora, yo os embié los días passados al Cavallero Bravo, que aquí está, por vuestro prisionero. Y porque yo le amo de coraçón, digo que suplico al rey y a la reyna, vuestros padres, que ende están, que vos pidan su libertad; y, dada ésta, yo salgo por el Cavallero Bravo, que siempre os será a todos tan leal y cierto servidor y amigo en todos los tiempos del mundo como yo, que me tengo por vuestro.
Y luego el rey y la reyna y el gran sacerdote le dixeron a la princesa:
-Señora, razón es que se haga lo que el Cavallero de la Rosa demanda.
Y assí luego la princesa dixo que ella le otorgava toda su libertad con las condiciones y pleytesía qu’el Cavallero de la Rosa quisiesse que en ello oviesse. Y en esse punto el Cavallero de la Rosa dixo assí:
-El Cavallero Bravo de Yrlanda dize, y yo con él, que él conosce y conosçerá desde oy en adelante, y después d’él sus fijos y suçessores, a Vuestras Altezas y a sus descendientes por soberanos señores de los reynos de Yrlanda; y en señal d’esta señoría y obidiencia vos dará en cada un año dos mill marcos de oro; y todas las vezes que fuere llamado verná en servicio de la Corona de Inglaterra con su persona y poder, de paz y de guerra, como le apercibieren, y que en todo y por todo hará como leal servidor y vasallo. Y assí lo jura y promete en las manos sagradas del reverendíssimo señor, el gran sacerdote, como príncipe espiritual, y en las mías, como en manos de cavallero.
Y assí dixo el Cavallero Bravo que lo jurava y prometía según y en la manera qu’el Cavallero de la Rosa lo avía dicho. Y luego el rey le dixo que él le rescebía por amigo y vassallo y deudo muy cercano, con las con- /34-v/ -diciones ya dichas, y le prometía por sí y por todos los reyes venideros de su casa de serle muy buen amigo y deudo, y de poner, por su honor y estado, su persona y real casa. Y, assentado esto, luego dixo el Cavallero de la Rosa:
-Señores, yo me partiré dentro de tres días los primeros d’esta corte, y suplico a Vuestras Altezas me déys licencia y tengáys por de vuestra casa y servicio.
Y, dicho esto, hincó las rodillas delante del rey y de la reyna y de la princesa y pidióles la mano; pero no se la dio ninguno, mas abraçáronle muy de grado, y la princesa mucho más. Y assí mismo tomó licencia del gran sacerdote; y todos le dixeron que le guiasse Dios y acrescentasse su buena ventura.
Y como passó esto, bolvió al príncipe de Armenia y díxole:
-Cavallero, al tiempo que os concertastes de hazer armas con el señor príncipe d’Escocia, que está presente, en presencia del rey y de la mayor parte de los que aquí están dexistes que, si fuéssedes vencedor, que no saldríades d’esta corte sin combatiros comigo. Y yo os dixe que saliéssedes del trançe en que estávades y entonçes hablaríamos en est’otro, y me dexistes que vernía tiempo en que más hablásemos en esta plática. Y, no contento d’esto, ya sabéys que algunos días después que aquesto passó, de vos a mí me dexistes que holgárades de hazer armas comigo más que con el príncipe, pero que, si le vencíedes, que luego érades comigo y, hecho esto, siguiríades vuestro camino para Albania. Y lo que a esto os respondí no quiero dezirlo, pues vos lo sabéys.
>> Mas, porque yo os ofrescí de acordároslo si no quedássedes vituperado de la batalla que esperávades, y Dios vos hizo tan señalada merçed que saliéssedes con la misma honrra que en la batalla entrastes, agora os digo que yo me voy de camino para los torneos de Albania, y que, si vos fuéredes cavallero para hazer armas comigo, que quando yo me parta, que será dentro del término que he dicho, este cavallero que aquí está (diziendo por Laterio) os dará un renglón de mi mano, en el qual os avisaré dónde os espero a cavallo con las armas que los cavalleros aventureros suelen andar, y defenderos he que soy siervo de la mejor y más hermosa dama del mundo y la que más mereçe en él. Y si me venciéredes, seréys señor perpetuo de mi libertad, para que yo de allí delante no me pueda ceñir espada. Y si fuéredes vencido, avéys de tornar a esta corte a os presentar por prisionero de la princesa, mi señora, que presente está; y presentarle eys vuestra persona y arnés y espada vencida, y no avréys de poder tomar armas dende en adelante contra ningún cavallero ni persona de los reynos de Inglaterra. Y en su mano de la princesa será habilitar vuestra persona y daros licencia para que contra otras naçiones podáys exerçer las armas, y no de otra manera.
>> Y porque si yo este voto quebrantare con justa razón se me pueda afear, digo que hago voto solemne como cavallero de real sangre, delante del rey y la reyna y de la princesa, mi señora, y de todos los cavalleros y señores que aquí estáys, de mantener lo que es dicho por un año complido, y dende en adelante, todos los días que yo biva hasta ser vençido o muerto, o hasta que la princesa sea servida de mis trabajos. Y si con aquestas condiciones vos me siguiéredes, yo compliré lo que es dicho, y esto mismo sosterné a todos los cavalleros del mundo que sobre aquesto quisieren hazer armas comigo.
Y con esto calló el Cavallero de la Rosa, y el príncipe de Armenia le dixo:
-Por cierto, cavallero, estrecha regla y orden avéys tomado; mas, si vos me avisáys como dexistes en qué parte os hallaré, yo espero que antes d’esse año de la professión que dexistes avréis renunciado el ábito militar, y troca- /[ 35-r] / (17) -do las palabras de agora por otras de más humildad. Y pues assí es, tocadme la mano y, como cavallero, cumplid lo que dezís.
Y assí se dieron las manos y quedaron prendados para complir sus promesas.
Y como esto passó, mucho pessar sintió el rey y la reyna, y mucho mayor la princesa, y el gran sacerdote muy grande, por las causas que para ello avía, y aún a todos los más de los cavalleros que allí estavan pesó mucho de aver quedado las cosas segú[n] es dicho.
Y cesando la plática, puso en obra el Cavallero de la Rosa de se salir de la sala; y el gran sacerdote se fue con él, y muchos de los cavalleros que allí estavan, y lo llevaron a su possada. Y allí se acabó de despedir de todos ellos, y les dixo que dentro de tres días primeros se partiría de Londres.
Y el rey quisiera estorvar que este desafío no
passara, y puso por obra de entender en [e]llo;
pero, como las palabras avían seýdo de afrenta, y venían
ya preñadas de muchos días antes, parescíale que esto
no se podía hazer sin mucha afrenta y vergüença de entr’am[b]os.
Y por esto acordó que lo mejor era encomendarlo a Dios y, con su
confiança, esperar que a don Félix le avía de dar
victoria, pues en el principio de aquestas cosas el cavallero de Armenia
y su sobervia avía sido causa que aqueste negocio llegasse en tal
estado.
Capítulo XXX: Cómo se partió el Cavallero de la Rosa y dexó escrito una carta para la princesa y otra para el cavallero de Armenia, y dexó allí a Laterio para que se las diesse.
Aquella misma noche en su possada escrivió el Cavallero de la Rosa a la princesa y al príncipe de Armenia en diferentes materias, y lo demás que le quedó del tiempo gastó en aderesçar sus armas. Y quando le pareçió hora, se armó y tomó el mejor de sus cavallos, y hizo que le llevassen otro adelante de diestro, y dixo a Laterio:
-Amigo, por amor mío que le dedes aquesta carta que aquí os dexo al príncipe de Armenia; y procurad de dársela delante de hombres principales, y dezilde que en aquella carta verá dónde le espero, que vaya a complir lo que deve.
>> Y, hecho esto, dad ess’otra que escrivo a la princesa, mi señora, y llevadme la respuesta, que hallarme eys en Dobra si oviere escapado de la sobervia del príncipe de Armenia, donde os esperaré para passar en Calés, o me hallaréis muerto donde nuestra batalla se hiziere. Y essos cavallos y otras cosas que aý quedan, darlo eys todo al Cavallero Bravo de Yrlanda, y rogarle e[y]s de mi parte que lo resciba. Y veníos lo más presto que pudiéredes. Por la mañana ni el siguiente día no salgáys de Londres, porque no quiero compañía de nadie hasta que Dios determine lo que fuere servido entre mí y el cavallero de Armenia.
>>Y conforme a lo que escrivo a la princesa, le podéys dezir quánta pena me da aver salido de aquí de la manera que voy y la dexo en pena, pues lo que suçederá d’esta batalla sólo Dios lo sabe; y que ninguna victoria yo puedo aver que yguale con lo que siento lo que siente. Y dadle cierta esperança para que tenga por cierto que, en quanto en mí fuere, mi ausencia será poca. Y todo lo que conforme a esto os pareçiere que le puede dar plazer se lo dezid y certificad, porque ninguna cosa me puede hazer contento sin verla. Al rey y a la reyna no les escrivo por no les renovar la pena que mi partida les dará, y por esto mismo no escrivo al gran sacerdote.
Y como le ovo dicho esto y todo lo demás que le paresció, puso en obra su camino con tantos sospiros como en persona muy enamorada suele aver.