Capítulo XXI: Cómo la princesa se vio la segunda vez con el Cavallero de la Rosa en el templo, y allí conçertaron de verse en la cámara y apossento de la princesa, donde el cavallero avía de yr secretamente. Pero no se hizo por estonçes a causa de lo que suçedió, como c[o]ntará (13) la historia.
 

El día siguiente de la victoria de don Félix, en esclaresciendo, la princesa y Fulgencia se fueron a aquel templo que es dicho, y am[b]as a dos desconoçidas, porque ya yvan todos conosciendo al cavallero a causa de sus obras. El qual, con Laterio, madrugó, y se fueron al templo, no con pensamiento que la princesa allí vernía, mas creyendo que Fulgencia yría y le traeríe nuevas de la princesa, o alguna carta. Y como las vieron atapadas luego las conoscieron, y primero oyeron la oración, que todos eran muy devotos.

Y, acabado el oficio divino y yda toda la gente, se quedaron los quatro solos, y el cavallero y Laterio se sentaron a par d’ellas. Y allí no pudo tanto sufrimiento tener el comedimiento, ni la vergüença ser parte para que no se bessassen y tomassen las manos el uno al otro (y d’esto no es de maravillar, porque en aquellas partes oy día se tiene esto por cortesía, y assí se haría entonçes por essa misma y por la buena voluntad que ya se tenían). Y Laterio y Fulgencia, aunque lo entendían, lo dissimulavan.

Y assí estovieron bien una hora con mucho plazer hablando en lo que les plugo; y ya que la princesa se quería yr, porque, como aquesta negociación andava tan adelante, temía que sus padres la llamassen o que no suçediesse otro inconveniente para la echar de menos, el Cavallero de la Rosa dixo:

-Señora: según Dios, ya sabéys que soys mi esposa, y que por tal os me otorgastes aquí donde estáys; y, pues ay razón que de mí os fiéys, bien sería, si os pluguiesse, que yo os viesse en vuestra cámara con solos estos testigos que aquí tenemos, o sin ellos, pues de mí podéys estar cierta que sin vuestro grado no sabré tomar parte de vos que os ofenda ni enoje; y aunque no lo quisiéssedes, sino porque conoscáys quánto descanso me es veros, lo devríades querer, pues yo sé de cierto qu’esto mismo es la cosa del mundo de que vos más /28-v/ holgáys, y es razón que holguéys.

La princesa dixo:

-Señor, oy avéys de comer con el gran sacerdote y, al tiempo que yo podría veros, es forçado que estéys con él. Porque ninguna hora ay para que se haga lo que dezís, sino en la siesta, y entrando por un jardín que está a las espaldas de palacio, el qual sale a mi aposento, mañana yo os le haré abrir a aquella hora, y os esperaré con Fulgencia, y vos podréys venir solo. Mas avéys de darme la fe que assí me trataréys como dezís, y que sin mi voluntad no querréys cosa que yo no quiera; quanto más que todo esto es escusado, porque de la habla del sacerdote resultará que, con voluntad del rey y la reyna, me podáys ver, si vos quisiéredes.

El Cavallero de la Rosa le dio las gracias por su respuesta, y le prometió que assí sería como lo dezía, y que en la habla del gran sacerdote ella vería o sabríe quán aparejado estava de hazer y responder lo que am[b]os desseavan.

Y con muy dulçes besos, se despidió el uno del otro, y se tornaron a su aposento la princesa y Fulgencia, y el cavallero y Laterio se fueron a su possada.

 

Capítulo XXII: Cómo se fue este día el Cavallero de la Rosa a comer con el gran sacerdote, y el príncipe de Escocia fue a lo mismo, y de la habla y cosas que passaron el sacerdote y este cavallero después que ovieron comido.

Este día se fue el Cavallero de la Rosa a comer con el gran sacerdote, el qual y el príncipe de Escoçia, le estavan ya esperando. Y como entró, le dixo el sacerdote:

-Pareçe qu’el trabajo de las armas más da sueño que apetite al comer. El señor príncipe d’Escocia y yo avemos esperado ya ha buen rato, y todo el tiempo avemos passado en acordarnos de cómo hizo Dios ayer vuestras cosas y las nuestras que, según lo que el príncipe os quiere y yo, señor, os amo, por propias las tenemos, y assí las reputamos como cosas de nuestra misma honrra.

El Cavallero de la Rosa le dixo:

-Señor, no ha sido todo sueño el tiempo que oy ha passado por mí; porque, como el Cavallero Bravo era amigo de conclusión y quiso que en pocas horas aquello se hiziesse, assí han sido pocas las horas que han sido menester para descansar, puesto que, por cierto, él es de tan buenas fuerças y presto que en aquel espacio que a los braços andovimos, mucho me apretó. Y de aver hecho Dios mis cosas en esto a sabor de vuestra señoría y del señor príncipe, ninguna duda yo tengo, ni para pensar que las tenéys am[b]os por propias, pues assí tengo yo mi persona y la vida para vuestro servicio. Yo me he tardado en ver mis armas y repararlas, y descuydé en pensar que vuestra señoría comería tarde; y assí vengo yo, y no quisiera averos hecho esperar.

Y con estas palabras y otras de burlas y plazer se sentaron estos señores a comer, y con ellos el cavallero mayor del rey; el qual tenía mucho cuydado de seguir la persona del Cavallero de la Rosa, porque veýa que el rey holgava de aquesto, y porque él le era muy aficionado, y cada día lo era más.

Después que ovieron comido y estado sobre la mesa algún tanto platicando, el príncipe de Escoçia dixo al gran sacerdote y al Cavallero de la Rosa:

-Ya sabéys, señores, cómo de aquí a la batalla que espero del príncipe /29-r/ de Armenia quedan pocos días de espacio. Yo tengo bien que hazer y exercitar; dadme licencia, que yo quiero llegar a ver en qué término están mis armas y otras cosas que para la jornada he menester.

Y el Cavallero de la Rosa le dixo:

-Señor, pues yo seré de aquí a una hora con vos, que quiero ver vuestras armas y serviros en todo lo que yo pudiere.

Y el príncipe le dixo que él le suplicava que fuesse allá, y que le estaría esperando. Y el gran sacerdote tomó luego de la mano al Cavallero de la Rosa y le metió a una huerta que en su casa tenía; y solos se començaron a passear por ella. Y después de aver hablado en algunas cosas, el gran sacerdote guió al cavallero a un hermoso estanque que en medio de la huerta avía, con muchos çisnes y un cenadero a par d’él, muy maravilloso. Y allí, que le paresció lugar más remoto de compañía, y, aparejado para dezirle lo que quería, dixo assí:

-Cavallero: parésceme que, assí como van passando los días, assí con vuestra conversación y virtuosas obras hazéys más obligados los hombres a quereros; y porque sepáys quánta prosperidad es la de vuestra persona y buena fortuna, bien conoçéys y avréys notado la casa y poder qu’el ceptro real de Inglaterra en el mundo tiene, y quán valerosa es la persona del rey, mi hermano, y quán grande es su riqueza. Él os es muy aficionado, y la reyna os tiene el mismo amor, y yo os tengo el que a mí mesmo, assí por lo que vuestra persona es como por el bien que a todos nos avéys hecho con la vitoria que ovistes contra el Cavallero Bravo de Yrlanda.

>>Y por esto queremos todos pagároslo en daros toda nuestra honrra y bienes, lo qual todo anda junto y es del patrimonio de la princesa, mi sobrina, en pediros que con ella os caséys, pues es notorio que ningún príncipe oy ha en el mundo que no diesse loores a Dios por esta buena ventura con que yo os requiero. Y es verdad que, si Dorendayna no fuesse hija de tan altos señores y su universal eredera, que por sola su persona y hermosura, y tantos millones de excellencias como en ella caben, meresce ser señora del mundo.

>>Y con aquesto os digo que sus padres pensarán que Dios les da buena vejez, con tanto que ha de aver en esto estas condiciones. La primera, que vos no estéys prendado con otra dama; y la segunda, que no seáys bastardo; y la terçera, que seáys de estirpe real. Y, assegurándonos d’esto, se hará lo que he dicho. Mas también es menester que prometáys de hazer vuestro assiento en Londres y en estos reynos, pues veys que tan grandes estados no se podrían sostener sin vuestra presencia, si Dios fuere servido que esto aya efeto.

>>Y demás de lo qu’el rey y la reyna tienen para su hija, yo tengo algunos bienes temporales, y mueble de joyas y tesoro que algún rey se ternía por rico con ello. Todo es y lo quiero para mi sobrina. Y no tengo más que deziros, pues sabéys lo que es esta muger, y lo que tiene y lo que meresce. De aquí adelante respondedme lo que entendéys hazer en ello, que gran sinrazón haríades a mis hermanos y a mí, y muy mayor a vos mismo, si pudiéssedes hallar escusa para huýr o desviaros de cosa que ta[n] bien (14) os está.

El Cavallero de la Rosa con mucha atención y sossiego oyó todo lo que el gran sacerdote le dixo. Y después que acabó de hablar le respondió esto:

-Yo he, señor, muy bien oýdo y entendido todo lo que vuestra señoría me ha dicho, y conozco que quien más gana en ello yo soy, y que con servicios ni merescimiento no pudiera la Fortuna hazerme tan dichoso como de poder absoluto quiere Dios por su grandeza que yo sea en hazerse este matrimonio. Mas ay en ello un muy grande inconviniente; y es que, en la hora que en mi tierra se supiesse, mis padres ternían en mucha aventura sus estados; y, aunque aquesto no oviesse, según allá estiman estas cosas, yo no ternía /29-v/ en mucho que aqueste despecho les hiziesse echarme su maldición, que sería la cosa del mundo que en quanto yo biviesse más pesar me daría. Y si de aquestos inconvinientes esta negociación se puede apartar, vuestra señoría lo piense.

>>Y para que creáys que no es mi intención dexar de hazer lo que vuestra señoría me ha dicho, y el rey y la reyna querrían, pues es tanto bien para mí, debaxo de vuestra verdad y pecho, y en foro consciencie os descubro, para que en vos sólo quede la verdad y secreto d’esto para satisfación de las condiciones que me pedís: yo soy sobrino de Ardiano, rey de Albania, y soy hijo de Ponorio, hermano del emperador de Constantinopla, y su universal heredero. Y el rey ha querido mucho que yo me case con su hija, la qual, si Dios dispusiesse del príncipe Alberín, su hermano, sería eredera y proprietaria de aquellos reynos. Y yo he seýdo muy molestado sobr’este casamiento, y, rehusándole, me aparté de aquella tierra y vine a ésta, a fama de essa señora, sobrina vuestra. Y en esto podréys ver que lo desseo más que nadie. Piense vuestra señoría la manera que podría aver para seguridad de lo que he dicho, y en lo demás disponed de mí a la voluntad d’essos señores y vuestra.

Y luego el gran sacerdote le dixo:

-Cavallero, ninguna cosa pudiera yo oýr que tanto plazer me diera como aver sabido quién soys. Muy bien me paresce lo que dezís, y el remedio para todo ello claro está, y yo os le daré: esto se puede hazer tan secreto que ninguna persona lo sepa, sino la princesa y sus padres y vos, y yo, que seré quien os despose. Y esto estará encubierto hasta tanto que en lo demás se tome el medio que os paresciere para que quando se publique tengamos la voluntad de vuestros padres, y también venga en ello el rey vuestro tío, que muy justo es lo que pedís.

Y el Cavallero de la Rosa le dixo:

-Señor reverendíssimo, d’essa manera yo soy contento, y os lo suplico, porque sin estar bien en ello Ponorio, mi señor, y la duquesa, mi madre, muy dino sería yo de reprehensión, puesto que sea notorio quán bien me está lo que me avéys dicho y mandado.

Y con esta respuesta el gran sacerdote quedó muy gozosso.

Y essa misma noche fue a palacio a dar la respuesta al rey y a la reyna y a la princesa, y con esto se acabó la habla. Y el Cavallero de la Rosa, que quissiera verlo ya en obra y efecto, se partió con licencia del sacerdote para la possada del príncipe de Escocia, al qual halló aderesçando sus armas y atavíos, los quales tenía muy luzidos y ricos. Y el Cavallero de la Rosa los miró todos, en especial sus armas, que era lo que hacía más al propósito, y parescióle que la gran pieça de armas no era tan fuerte como le convenía. Y aquella misma noche le embió una muy singular, que el príncipe sacó después a la batalla.

Y de allí en adelante, nunca el uno sabía estar sin el otro, porque se amavan y eran muy conformes en la edad, y cada uno d’ellos muy sabio y valeroso. Y ningún día passó de los que quedavan del término para complirse el plazo de la batalla que el Cavallero de la Rosa no le hiziesse al príncipe armarse en esclaresciendo, y salir fuera de Londres, y correr lanças y contornear su cavallo, y exercitar su persona lo mejor qu’él podía, y cómo el Cavallero de la Rosa le dezía que bien conoscía el príncipe que le desseava ver vençedor.

Habla agora la hystoria en cómo el gran sacerdote aquella noche dio la respuesta al rey y a la reyna y a la princesa, y les dixo la voluntad del Cavallero de la Rosa, y el inconviniente que tenían y el medio que avía pensado. Y no les dixo quién era, más de significarles que era de tan alta sangre que él quedava satisfecho, y que assí lo estoviessen ellos. Y otras cosas muchas passaron, como se dirá en el siguiente capítulo.

 

/30-r/
Capítulo XXIII: De la re[ s] puesta que el gran sacerdote de Apolo dio al rey y a la reyna cerca de lo que habló al Cavallero de la Rosa, y cómo aquella noche los despossaron.

 

Poco antes que de noche fuesse, el gran sacerdote se fue a palacio; y luego se retruxeron el rey y la reyna con él, y hablóles todo lo que avía dicho al Cavallero de la Rosa y lo que él le respondió, salvo que, aunque les certificó que era de muy alta sangre y tal que por ella no devía ser desechado de ninguna persona por alta que fuesse en el mundo, no les dixo de quáles parientes. Mas díxoles el inconviniente qu’el cavallero hallava para la conclusión d’este matrimonio, y el medio que el sacerdote en ello dio, que era ser secreto, y assí les paresció muy bien al rey y a la reyna. Y acordaron de dar luego conclusión en ello, y mandaron venir allí a la princesa para le dezir lo uno y lo otro, y que oviesse por bien de querer lo que sus padres y tío querían. Y, venida, le dixeron todo lo que después del combite el gran sacerdote avía passado con el Cavallero de la Rosa, y lo que él respondió, assí como ya lo avía dicho al rey y a la reyna, y lo que todos tres avían acordado, que era dar fin y conclusión en ello, y que avía de ser muy secretamente; pero que querían saber si ella lo avría por bien y que, aviéndolo, que les parescía que aquella misma noche se desposassen, no aviendo otra persona más de ellos quatro y el Cavallero de la Rosa.

Y assí como la princesa oyó todo lo que sus padres y tío dixeron, ella respondió:

-Señores, como otra vez que en esto respondí dixe, yo no he de tener ni querer otra voluntad sino la vuestra; hazed y ordenad, que mi voluntad es de obedescer vuestro mandamiento, aunque este cavallero fuera el más baxo hombre de vuestros reynos, quanto más con tal persona. Y pues la reverendíssima persona del gran sacerdote, mi tío, dize que todas las otras cosas que d’este hombre se dudaban están satisfechas, yo quiero lo que Vuestras Altezas y Vuestra Señoría quieren.

Y dicho esto, se hincó de rodillas y les besó las manos.

Y acordaron que, después de haver cenado y aun ser passada buena parte de la noche, por el jardín de palacio entrassen el gran sacerdote y el Cavallero de la Rosa, y que en cierto apossento baxo que en él avía no estoviesse persona ninguna sino el rey y la reyna y la princesa, y que allí se les tomarían las manos y se celebraría este real talasio. Y a todos paresció muy bien este acuerdo.

Y el sacerdote se fue luego de palacio, y con un camarero suyo embió un renglón al Cavallero de la Rosa, con el qual le pedía por merçed que, después que oviesse cenado, se llegasse a su possada o le esperasse él en la suya, y que más holgaría que se fuesse a cenar con él. Y el camarero del gran sacerdote le dio la carta cerrada, y el cavallero la leyó y dixo:

-Dezid a su señoría que yo haré lo que me embía a mandar.

Y assí se dio la respuesta al sacerdote, el qual cenó y aguardó al cavallero; el qual con Laterio se fue con sendas espadas y capas. Y el sacerdote, assí como el Cavallero de la Rosa entró, se levantó a él, y se entraron los dos en otra cámara más secreta, y le dixo:

-Señor, ya /30-v/ yo os quiero hablar como a hijo y deudo. Yo hablé al rey y a la reyna, mis hermanos, y a mi sobrina, la princesa, lo que oy con vos passé, y ellos están en esto como yo. Y está acordado que esta noche se haga el despossorio, si por vos no queda, y que aquesto sea con tanto secreto y silencio como vos lo pedís y queréys, por donde conosceréys si os aman, pues, teniendo vuestra palabra por cierta, sin otra información ni seguridad quieren que se haga. Y, si vos lo queréys, en vuestra mano está, y creo que viene de la de Dios, pues tanto ha podido en nuestras voluntades que todos estamos en esto tan conformes como en salvarnos.

El Cavallero de la Rosa le dixo:

-Señor, pues yo dixe a vuestra señoría que lo haría, y yo lo desseo, no he de mudar propósito en cosa que tanto me va. A la hora que vuestra señoría mandare, y como lo quisiéredes y ordenáredes, se haga. Y también me pareçe que yo haría maldad si a Laterio, mi camarero, que es muy buen cavallero y muy deudo mío, y me ha criado y le devo más que nunca señor devió a amigo ni criado, le encubriesse cosa como ésta. Si a vuestra señoría le paresce, razón es que se le dé parte, pues de su fidelidad y secreto yo estoy tan satisfecho como de mí mismo. Y aun si alguna persona como él oviese cerca de la princesa o del rey y la reyna en quien assí se pudiessen fiar, yo holgaría que se le diesse parte, siquiera para que, como fuessen personas tan fiadas, quando yo quisiesse ver o hablar a essos señores o a la princesa sin terçeros estraños o otras gentes, se concertasse por medio d’éstos.

El gran sacerdote le dixo:

-En verdad, señor, muy bien es lo que dezís, y muy bien me pareçe que le gratifiquéys a Laterio, porque deve ser muy buen cavallero, y bien paresce su generosidad en su criança y gentileza.

Estonces dixo el cavallero:

-Pues muy mejor os parescería en hechos de armas, porque es uno de los hombres del mundo que mejor las manda, y haze lo que con ellas se deve hazer.

El sacerdote dixo:

-Pues llamémosle.

Y assí, lo hizieron entrar donde ellos estavan, y el sacerdote tomó la mano y le dixo:

-Señor Laterio, descubierto es vuestro nombre porque el señor don Félix me lo ha dicho, y quién soys. Y por esso os tengo y terné de aquí adelante por hijo y verdadero amigo, assí por lo que vuestra persona es como por las causas que agora se os dirán.

>> [H]a plazido a Dios y está acordado que don Félix se desposse en mis manos con la princesa Dorendayna, mi sobrina, con voluntad y consentimiento de sus padres, mis hermanos, y con la suya. Y porque sería largo de dezir lo que todos ganamos en esto, y quán bien a este cavallero le está hazello, como vos os lo tenéys conoscido, no hay nesçessidad que en esto se gaste tiempo replicándo’slo, pues es notorio lo uno y lo otro. Está ordenado que esta noche se haga y celebre este desposorio; y este señor, como persona que os deve mucho, no quiere que se le increpe a ingratitud no hazéroslo saber, como es razón, aunque pensávamos qu’esto solamente era bien que lo supiessen don Félix y la princesa y mis hermanos y yo. Mas, como digo, él quiere que se os dé parte y estéys presente con nosotros, y yo lo tengo a buena dicha. Hágooslo saber, y esto es para lo que os llamamos.

Laterio dixo:

-Reverendíssimo señor y no menos illustríssimo: las manos beso a vuestra señoría por tan señalada merçed como para mí es tal nueva, y doy muchas gracias a Dios, que en tal estado ha traýdo esto. Don Félix, mi señor, haze como quien es en quererme por testigo de su buena ventura, y mi fe y servicios le meresçen que assí lo haga. Por mí nunca será manifestada cosa d’este negocio si no me fuesse mandado por él solo.

Y con esto concluyeron su habla. Y, como fue tiempo, el gran sacerdote y don Félix y Laterio solamente salieron por cierta puerta secreta a media no- /31-r/ -che y se fueron a la puerta del jardín, a la qual hallaron al rey solo y a escuras. Y como entraron el gran sacerdote y don Félix y Laterio, el mismo rey cerró la puerta, y todos quatro se fueron hazia el apossento que antes se dixo, donde estavan la reyna y su hija solas, esperándolos sin otra compañía, demás de ciertas velas que ardían. Y luego qu’el sacerdote entró, se llegó el rey a él y le dixo:

-Hermano, ¿cómo venís tres?

Y él le dixo:

-Señor, este otro es su criado del Cavallero de la Rosa, y aún cercano deudo; y pues huelga él que sea testigo d’esto, holguemos todos.

Y el rey dixo:

-En verdad, a mí me plaze que tal persona pareçe que se puede hazer toda confiança.

-Mejor lo podréys, señor, dezir -dixo el gran sacerdote-, desque ayáys sabido qué tal es.

Y con estas palabras entraron a la sala donde estavan la reyna y la princesa, y allí abraçó el rey a Laterio y le dixo:

-Cavallero, el gran sacerdote, mi hermano, me ha dicho quién soys, y por esto y por las otras causas que para ello ay, yo os he de tener de aquí delante por muy cercano deudo; y quede esto para más oportunidad.

Y Laterio besó la mano al rey, y el sacerdote dixo:

-Aquí no se puede dezir cosa que cada uno de los que aquí están no la aya en este caso sabido. A lo que este cavallero viene es a despossarse con la princesa, mi sobrina, que presente está, con vuestras voluntades y la suya.

Y diziendo esto y tomándolos de las manos, los desposó él mismo, y les hechó su bendición. Y don Félix y la princesa se besaron luego. Y tras esto, él se hincó de rodillas y besó las manos al rey y a la reyna por hijo, y ellos le dieron la mano y lo besaron en el rostro, y el gran sacerdote hizo lo mismo, y luego la princesa por la misma forma. Y Laterio besó las manos al rey y a la reyna y al gran sacerdote, y luego a don Félix y a la princesa. Y todos ellos le abraçaron como a cercano deudo, porque assí lo era de el Cavallero de la Rosa.

Y fecho esto, se sentaron la princesa y su esposo al un cabo del estrado, y al otro, cerca d’ellos, sus padres y el sacerdote, y hizieron sentar allí cerca con ellos a Laterio, con el qual grandemente holgaron, porque era muy valerosa persona y muy sabio, y bien demostrava aver criado a tan gentil cavallero como don Félix. Y después que cerca de una hora en esto estovieron, se despidió el gran sacerdote y el despossado del rey y la reyna y de la princesa, y se fueron, y Laterio con ellos. Y el rey y la reyna y su hija, la princesa, se quedaron con aquel mismo gozo que padres muy contentos podían quedar, hablando en las gracias del Cavallero de la Rosa, y teniendo a muy crescida ventura aver cobrado tal hijo o yerno, como en la verdad él era el más acabado príncipe que ser podía en el mundo. Y davan todos tres gracias a Dios.

Y el sacerdote se fue con su ahijado y sobrino y con Laterio; y desque fueron llegados a su possada, ya que avían dexado al sacerdote en la suya, davan las mismas gracias a Dios con estremada alegría y gozo de su buena ventura.
 
 

Capítulo XXIIII: De cómo se dio parte d’este secreto despossorio a Fulgencia, de consentimiento de don Félix y de todos los que aquesto sabían.
 

Mucha sinrazón se le hazía a Fulgencia en no darle parte d’este secreto, pues todo se lo sabía; pero, porque el rey y la reyna y el sacerdote no sintiessen que la princesa antes d’esto era ya esposa /31-v/ del esposo que le dieron, usavan estas cautelas y secretos. Y puesto que cada día entravan ya don Félix y Laterio donde la princesa estava, en presencia de su madre o del rey, o de otros señores y cavalleros con el recogimiento y dissimulación que antes que fuessen despossados, y como d’esto tenían pena am[b]os a dos, acordó don Félix de dezir al sacerdote lo que le avía dicho antes cerca de la otra persona de que en esto se fiasse, para que él pudiesse más continuamente ver y hablar secretamente a su esposa y suegros, y el gran sacerdote le dixo:

-Señor sobrino, yo he pensado en esso, y hágo’s saber que la princesa tiene una camarera que se llama Fulgencia, la qual la ha criado y es su cuerpo y ánima, y es de muy nobles parientes y de los mejores de Inglaterra, y deudo de la reyna, mi hermana. Y si vos holgáys d’ello, la princesa y sus padres lo avrán a buena dicha, porque tienen tanta confiança d’ella como de sí mesmos. Y si queréys que aquesta quepa en esta poridad, ella os podrá meter de día y de noche por aquella puerta del jardín al apossento donde vos os desposastes, todas las vezes que quisiéredes holgaros como hijo con vuestros suegros y esposa. Y no passará oy sin que yo lo hable al rey y a la reyna, y vos daré la re[s]puesta.

Y el Cavallero de la Rosa dixo que le haría señalada merçed en ello; y esse día el sacerdote lo habló al rey y la reyna delante de la princesa, y todos lo ovieron por bien y holgaron d’ello. Y mandaron venir allí a Fulgencia, y le dixeron todo el negocio y despossorio ya fecho como si ella no lo supiera, y le dixeron que el príncipe don Félix h[o]lgava (15) que ella cupiesse en este secreto, y que ella gelo gradesciesse la primera vez que él viniesse a ver la princesa. Y assí ella besó las manos a todos quatro por esta merçed que le hazían en fiarle esto, y el sacerdote le dio después, esse mismo día, la re[s]puesta al Cavallero de la Rosa, que fue dos días después que passó el despossorio. Y quedó muy alegre d’ello don Félix, porque podría ver más vezes a la princesa.

 

Capítulo XXV: Cómo se vieron muchas vezes estos dos enamorados o despossados en aquella sala donde se despossaron, y de lo que les suçedió de aquestas vistas.
 

Ya que estos hechos con licencia del rey y de la reyna andavan de aquesta manera, no passava terçero día sin verse el príncipe o Cavallero de la Rosa y la princesa en aquella sala donde se despossaron. Y con la continuación y crescido amor que se tenían, fue la vergüença dando lugar para que de despossados fuessen marido y muger, o, a lo menos, passassen obras de casados. De manera que con aquellas visitaciones, y con hazer Laterio que no veýa y Fulgencia que no sentía, la princesa se empreñó de un hijo; y esto estuvo algunos meses secreto, hasta que el Cavallero de la Rosa fue partido de Londres, como adelante se dirá en su lugar. Mas en esta continuación y vistas no passaron muchos días, ni el Cavallero de la Rosa los estuvo en la corte después que la princesa se empreñó, ni él supo que ella quedava preñada; y assí no ovo lugar después de saber don Félix si tenía hijo, ni si no, hasta que el tiempo que da lugar a lo que a Dios aplaze lo permitió. Mas, porque en este medio tiempo y cosas que passaron y están dichas se llegó el plazo de la batalla del príncipe de Escocia y del de Armenia, razón es de dezir en lo que aquello paró.

Capítulos XXVI-XXX