Capítulo XVI: Cómo la princesa fue, disimulada en manera de criada de Fulgencia, al templo con ella, y de lo que passó con el Cavallero de la Rosa y con Laterio; y cómo se dieron las manos y se despossaron, según la historia en este capítulo recuenta.
Llegado aquel día que tanto desseavan estos dos enamorados para verse en aquel templo que es dicho, cada uno d’ellos fue muy de mañana. Y luego se dixo la primera oración que en esclaresciendo se dezía allí todos los días del mundo. Laterio fue con su señor y la princesa yva como criada de Fulgencia, y llevava una tovalla delante del rostro, porque nadie la pudiesse conoçer.

Y sentadas en aquel lugar que Fulgencia solía ponerse, assí como la oración fue dicha, toda la gente se fue del templo y se quedaron todos quatro casi solos. Laterio y el Cavallero de la Rosa se llegaron a Fulgencia, y ella se levantó a ellos y hizo sentar entre ella y su compañera al cavallero, y de la otra parte de ssí hizo s[e]ntar a Laterio.

Y sentados, dixo:

-Cavallero, en mucho cargo soys a Dios más que ningún hombre de quantos yo he visto, porque no ay persona de quantas os veen que no dessee vuestra amistad y conversación. Y vos soys tan bien quisto en esta corte que, como el rey mi señor, podríades disponer en la voluntad de la mayor parte d’ella. Yo rogué a este gentil hombre vuestro que me hiziesse conoçer con vos, porque desseo mucho ser vuestra, y porque querría saber la costumbre que los cavalleros y señoras tienen en vuestra tierra; y maravillada estoy mucho en querer vos encubrir vuestra sangre y nombre. Porque, aunque seáys de la estirpe de los emperadores, pareçe que negarlo pone sospecha en vos, y que lo hazéys con alguna cautelosa maña. Y también, por otra parte, quien mira vuestra persona y el poco perjuyzio que a nadie hazéys en hazerlo assí, tiene os por descul- /20-r/ -pado. La princesa, mi señora, me dixo que le avíades prometido de dezírselo antes que fuéssedes una jornada fuera d’esta corte, y dessea mucho saberlo. Y no devríades negárselo, porqu’es persona a quien vos devés procurar todo contentamiento, pues ya os ofrecistes por suyo y ella os reçibió por su c[a]vallero.

Don Félix le dixo:

-Señora, yo tengo a muy gran ventura vuestro conoçimiento. Y téngolo en tanto que, si me viesse ya vençedor en los torneos de Albania, donde se han de llegar los más notables cavalleros del mundo, o la mayor parte d’ellos, no sentiría tanto contentamiento ni gloria, porque, de más de lo que vuestra persona y meresçimiento me tienen obligado, saber quánta familiaridad con mi señora la princesa tenéys es mucha causa para que yo os adore y a todo lo que su señoría tiene por suyo.

>>La costumbre que queréys saber de los cavalleros y señoras de mi tierra es servir ellos como leales, y las damas remunerar como ingratas. Y esta costumbre creo que se guarda en la mayor parte del mundo. Dezidme, señora, si acá lo usan así.

>>Yo callo mi nombre porque ya propuse de hazerlo así, y querría que mis obras me nombrassen y no lo que por mi sangre o antecesores yo mereçiere. Y no acertaría quien toviesse la sospecha que dezís, porque ni yo me prescio de cautela de que a ninguno pueda venir daño, ni tengo para qué quererla. Yo, señora, os he dicho la verdad, y también la diré quando a la princesa mi señora le diga lo que prometí. Y no sabría yo faltar a mi palabra a ninguno que la diesse, quanto más a quien sola en esta vida ha de ser, y es, mi señora. Y porque entro en nueva religión, y he de perseverar en ella, tengo pensado, pues de su mano tengo joya y señal de quererme por suyo, que desde aquí ha Albania, y después de passadas aquellas fiestas, todo lo que yo biviere, hasta que la princesa mande otra cosa, yo he de defender que soy siervo de la mejor y más hermosa dama del mundo, y la que más mereçe en él. Y el primero cavallero que sobr’esta razón me vençiere, podrá quitarme la vida, pero no hazerme confessar lo contrario. Y todos los que yo venciere, si con la vida quisieren quedar, ha de ser con tal condición que vengan a Inglaterra desde a doquiera que comigo se combatiere, y se presentarán por prisioneros de la princesa, y de allí adelante no han de poder hazer armas contra ningún cavallero de los reynos de Inglaterra, y presentarán sus arneses y personas vencidas a la princesa, en cuya mano ha de ser habilitarlos y darles licencia para que contra otras naçiones puedan exercitar las armas, y no de otra manera. Este voto, porque se me pueda acusar, yo le haré delante cavalleros y de personas que d’esto puedan dar fe, porque se sepa y no ynore quien topare comigo las condiciones con que he de andar algún tiempo por el mundo.

Estonçes dixo Laterio, antes que Fulgencia le respondiesse:

-Señor, a mucho os obligáys; y, antes que delante de cavalleros os ofrezcáys a lo que dezís, devéyslo muy bien mirar, porque cosa tan ardua grandes inconvinientes podría traer a vuestra persona.

Y luego Fulgencia, arrasados los ojos de agua, le dixo:

-Por cierto, señor, yo no querría que en tanto peligro entrássedes. Ni aún la princesa, por cuyo servicio vos queréys hazer lo que dezís, holgara d’ello; antes le pesara mucho desque lo sepa, si vos en esso porfiáredes.

Y, como la paciencia de Dorendayna no pudo ya sofrirse más encubierta, aunque hasta allí ninguno la avía conoscido, abaxó el reboço que delante de la cara tenía, y le dixo:

-Cavallero, más testigos tenéys de los que pensáys; yo me he determinado de hablaros aquí para ver si tengo en vos la parte que creo. Y, si os quise por mi cavallero, no es para que yo sea causa de poner vuestra persona y vida en la aventura y peligro que agora dezíades por dos cosas: la principal, porque me pessaría de vuestros trabajos, y la segunda, porque essa demanda no podría bastar /20-v/ a daros victoria, pues no es justa ni bastante a hazeros vençedor. Antes que otra cosa diga, veys aquí la respuesta de la carta que me distes de madama Lucrata, mi prima.

Y tomóle de la mano y díxole que le diesse su palabra de no abrirla ni leerla si ella misma no se la mostrase o dixesse lo que en ella dezía. El cavallero dio la fe de lo complir assí y, antes que le soltasse de la mano, se la besó.

Y luego dixo la princesa:

-Por cierto, ninguna razón ay para que vos queráys encubrirme quién soys, sino con pensamiento de algún fin que, al parescer, trae sospecha, aunque en sí sea bueno. Y caso que con todas las personas del mundo fuese bien que vos assí lo hiciésedes, comigo no se devría hazer, pues os quise por mío, lo qual ningún cavallero de muchos que en el mundo andan con pensamiento de servirme con sus trabajos y cavallería tal alcançó de mí hasta agora. Y si acordáredes que es bien que os merezca esto que os pido, no os lo tengo de creer ni quedar satisfecha si solenemente en esta casa que estamos no me lo juráys, para que yo piense que me dezís lo cierto. Y pues vos ya me ofreçistes de no salir jornada d’esta corte sin certificarme de vuestro ser y persona, justo es que, por aver yo venido aquí a pediros esta gracia, no dexéys de hazerlo, y lo que avéys de dezirme adelante, que lo sepa yo desde agora.

-Señora -dixo el Cavallero de la Rosa-, yo soy contento de hazer lo que me pedís, mas para que solamente vos lo sepáys. Y esta señora me terná por muy escusado si no lo oyere, porque en fin en vuestra mano será dezírselo quando quisiéredes, si acordáredes de descobrirme.

Y la princesa le juró de no dezírselo a ella ni a otra persona sin su grado del cavallero. Y Fulgencia, no desdeñándose, sino muy alegre d’esto, se apartó cinco o seys pasos de la princesa y començó a departir con Laterio.

Y luego don Félix dixo:

-Yo nunca pensé ser tan sujecto de persona de quantas biven que sin libertad me viesse para hazer mi voluntad; pero yo estoy de manera que no puedo seguir sino la vuestra, y no en sólo lo que mandáys que diga, mas en todo lo que os paresçiere que de mi vida se haga.

>>Mi nombre ya, señora, os le dixe la noche de las fiestas que es don Félix. Soy hijo del duque Ponorio, hermano del emperador de Costantinopla, que es primo de Ardiano, rey de Albania. Y como mi padre fue segundo hijo del emperador Barbendo, quedóle por patrimonio una gran señoría en diversas partes de Grecia, pero haze su abitación en Albania, porque allí casó con la duquesa Clariosa, su prima, y hermana del mismo rey Ardiano, la qual es mi madre.

>>Estando yo en aquella corte del rey mi tío, no menos tenido y acatado como Alberín, mi primo, que es príncipe hijo del dicho rey y eredero de aquel reyno, oý a muchas personas, que en esta corte de vuestros padres han estado, grandes loores de vuestra persona. Y desseando conoçer tan loada muger como soys en el mundo, y vençido de las nuevas que de vos por todo él andan, yo propuse esta jornada, y en ella aventurar mi vida hasta saber si podría ser possible que me hiziesse Dios tan dino que en vuestra gracia y amor cupiese.

>>Y aunque estavan aplazados los torneos de Albania quando partí, quise salir de aquella tierra por estas causas en tal sazón. Lo uno porque mis padres desseavan, y el rey y la reyna mis tíos querían, que yo me casasse con mi prima Cresilonda, hermana del príncipe Alberín, la qual es muy gentil dama, y la que suçedería en aquellos reynos si el príncipe no oviesse hijos. Sus padres y los míos, porque aquel estado no viniesse en otro suçessor que de su sangre saliesse, dávanme mucha prissa; y como yo estava más puesto en veniros a buscar que en conçeder tal matrimonio, busqué manera para salir de aquel reyno y venir a éste a veros, y ver hasta do corre mi ventura. Movióme también a buscaros desseo de conoçer para lo que es mi persona, porque, aunque tenemos los partos y otras /21-r/ belicosas nasçiones por enemigos y son nuestros vezinos, ya yo sé para lo que son, y no desseava ser conoçido en aquellas partes, sino en éstas, donde por causa vuestra tantos cavalleros y tan señalados cada día vienen. Bien sé que mi ausencia ha de hazer cortos los días de mis padres, y esto es de lo que tengo pena, porque les devo mucha obidiencia, y salí de aquella corte sin que ellos supiessen de mí, porque solamente el rey supo mi partida, y esse criado mío, que fue mi ayo, y es la persona del mundo a quien yo más devo, y aún es cercano deudo mío.

>>Y porque el tiempo corre y cada día se açerca el término de aquellos torneos, y desde lexos yrán muchos cavalleros a ellos y los que son naturales de aquella tierra deven mostrar en tal trançe que no es falta de cavallería (en especial a aquellos que tanta parte les cabría (9) de la honrra o infamia d’ella), si vos, señora, oviéredes por bien, yo me partiré después que sea passada la batalla del príncipe d’Escoçia y del de Armenia; porque, si el de Armenia es vençedor o salen a la yguala de su lid, yo quedo obligado a dezirle a Arlont algunas palabras que no quise el otro día delante del rey, vuestro padre, dezir, por verle ya prendado con otro cavallero. Y hecho esto, si en mi libertad yo quedo, con ayuda de Dios y no sin vuestra licencia, yré mi camino a Albania, donde no entiendo darme a conoçer a deudo ni amigo ninguno por ningún caso, hasta que las fiestas sean passadas.

Diziendo esto se le acordó muchas vezes de las palabras qu’el rey Ardiano, su tío, le dixo quando d’él se partió, acordándole quán gran pérdida es la del tiempo, y que no sabía si podría tener otro tan aparejado para dezirle a la princesa lo que más le convenía. No interrompiendo su habla, tras lo que arriba se ha contado, dixo:

-Señora: porque en ningún tiempo me pueda dar culpa de lo que dexé de hazer, por mí mismo os suplico que, si viéredes que en sangre os merezco, que la indinidad de mi persona la ayáys por escusada, y penséys que, aunque es poca por sí mesma en respeto de la vuestra, que de oy adelante que estáys en mis entrañas, ningún cavallero puede aver en el mundo que ventaja me haga. Y si pensáys tener marido, y viéredes que es possible hazerme Dios y vos tan dichoso que yo lo sea, que no fiéys en terçeros tan ardua negoçiación, porque siempre truecan las palabras y engañan al uno o a entr’am[b]os. Vos y yo, nos, tengamos la culpa o el premio. Y porque a tan alta señora no convernía que sin licencia de vuestros padres públicamente esto se hiziese, ni aun a mí me estaría bien sin licencia y bendición de los míos ser público esto, aquí está Dios por testigo: ponedlo en sus manos y en obra, que ningún tiempo hallarés contradición ni discrepançia en cosa de quantas me avéys oýdo. Y para esto bastarán por testigos Fulgencia y Laterio. Y si no quisiéredes que lo sean, basta que am[b]os lo seamos.

Y con esto calló el Cavallero de la Rosa, y la princesa le dixo, con seguro y onesto semblante:

-Señor, yo os tengo en señalada merçed la que me avéys hecho en dezirme tan por istenso vuestra generosidad y casa y vuestro nombre y el de vuestros padres y deudos, que tan señaladas personas son. Y también me hallo muy obligada, pues por mi causa en tal tiempo os apartastes d’ellos y de su compañía por conosçerme. Y no me pareçe cortesía descomplazer a vuestros padres y tíos en dexar de casaros con Cresilonda, vuestra prima, y venir a buscar otra muger tan apartada de la voluntad de vuestros deudos y del conoçimiento de vuestros naturales. Y para conosçer vuestra persona para lo que es, no teníades neçessidad de venir a Inglaterra, pues doquiera que vos estuviéredes está toda la cavallería del mundo. /21-v/ Sin duda podéys creer que me da mucha pena la soledad que a vuestros padres hazéys, y muy bien me pareçe que tornés presto, assí para los torneos que allá se han de hazer como para consolar vuestros amigos y deudos, y no para callarles quién soys ni desconosçeros entre ellos; y aun también porque tan buen cavallero como vos es razón que por la honrra de su tierra se halle en ella en tales casos.

>>La licencia que dezís que os dé después que passe la batalla de los dos príncipes, yo os la doy, si poder tengo para ello. Mas mucho querría que no hiziéssedes armas con el cavallero de Armenia ni con otro, porque todo lo que os ha de poner en trabajo me ha de pesar en el alma, y básteos esta palabra. Por esto desseo que éste fuesse vençido y oviesse la vitoria el escociano.

>>En lo demás, que es requerirme que con vos me case, yo os quiero dezir lo que en esto passa: mis días y vergüença me requieren que sin respuesta os dexe; y por otra parte, no sé en qué manos caería si a vos os perdiesse, pues no puedo negar que os amo. Y no me tengáys a soltura lo que digo, ni me menospresciéys por lo que dixere, aunque tengáys razón para ello, viendo que dexo vençerme de vos.

>>Mis padres me han hablado dos vezes en esto, porque ellos quieren que casés comigo; y la segunda vez, el gran sacerdote, mi tío, con ellos; y me han apretado que les diga si soy contenta d’esto. Y después que me ove escusado de dar pareçer en ello, les dixe que de vuestra persona yo estava satisfecha, si las otras partes eran tan bastantes en vos para que se hiziesse, assí como ser de alta sangre y de buen saber para la governación de aquestos estados; y que para esto era bien que yo os hablasse, y assí está acordado que se haga, y para esto son las danças que esta noche ha de aver; en la qual habla que comigo ternéys ha d’estar presente el gran sacerdote, mi tío, porque quiere conosceros y certificarse de vuestro juyzio, porque el sacerdote es uno de los más sabios cavalleros y señores del mundo. Esto se hará oy; y si de allí él queda contento, pocos días passarán sin que se os hable de parte de mis padres en lo que me pedís y yo desseo.

>> Mas, porque veáys quán determinada estoy en quereros por señor y esposo, pues dezís que esto mismo desseáys, y yo no hago en hazerlo más de acortar pocos días que podrían passar hasta la conclusión d’esto, por daros más contentamiento no quiero que se haga más de lo que queréys. Y puesto que aquesto sea secreto hasta que os plega que se publique en tiempo que mejor parezca, conozco que hago lo que no devo en llegar a tal estado una cosa en que tanto va a la honrra de mis padres y mía, sin que ellos lo sepan.

Y dicho esto, se tomaron de las manos y se otorgaron por esposos, conforme a lo que en aquel tiempo se usava, y teniendo Dios y aquella santa casa, y delante por testigos de Laterio y Fulgencia, los quales quedaron muy espantados de ver aquello.

Y porqu’el tiempo no dava ya lugar para que la princesa estoviesse fuera de palacio más tarde, se despidieron los unos de los otros, y don Félix y Laterio se quedaron en el templo, y ellas se fueron a palacio.

Y allí don Félix le dixo a Laterio lo que avía passado, y la princesa dixo a Fulgencia lo mismo, después que fue llegada a su cámara.
 

Capítulo XVII: Del consejo que Laterio dio a su señor, y de las danças que se hizieron, en las quales la princesa con el gran sacerdote hablaron con el Cavallero de la Rosa para conoçer su saber. Y de cómo el sacerdote aprovó por muy sabio al cavallero, y cómo acordaron qu’el sacerdote le combidasse y le hablasse en el casamiento con la princesa de parte de sus padres.

/22-r/
Como don Félix ovo dicho a Laterio lo que avía passado con la princesa, Laterio le dixo:

-Señor, muy bien me pareçe lo que avés hecho, pues es camino de creçer vuestra persona en estado y loor; y lo que por vos adquiriéredes os será más dulçe que lo que vuestros padres os dexaren, pues ya va camino de veros señor de tan excellente estado y corona como es la de Inglaterra. Mucho devés a Dios y a las oraciones de vuestros padres y de los que os aman, pues assí guía vuestros hechos. Los fines sean conformes a estos principios y seréys el más venturoso cavallero de vuestros tiempos, y para esto vuestra cordura y sofrimiento lo han de hazer, y con muy poco trabajo os podéys conservar. Y pues la princesa, mi señora, os dixo que os han de hablar en la fiesta el gran sacerdote, su tío, y ella este día, sabed responder sin dar señal de lo que avés hecho, y encomendaldo a Dios, que yo espero en Él que ha de ser para su servicio.

Y d’esta manera y con mucho regozijo am[b]os a dos platicaron grande espacio.

En este tiempo la princesa y Fulgencia estavan en estas mismas cosas, platicando muy gozosas, hablando la una y la otra en la cordura y saber y hermosura del Cavallero de la Rosa, don Félix, que ya entre ellas dos bien se podía nombrar assí. Pero, porque no se les fuesse la lengua a este nombre, no le nombravan sino por el Cavallero de la Rosa.

Como llegó este día la ora de las danças y todos los señores y cavalleros fueron a la fiesta, començaron a dançar assí como y con quien el rey lo mandava. Y porque Fulgencia era muy gentil dançadora, el príncipe de Armenia dançó con ella y mucho bien, y como galán. Y luego dançó el rey con la princesa, su hija, y el Cavallero de la Rosa con Ariana, la qual era dama de la princesa, y muy hermosa, y a quien ella mucho quería, y la más açepta le era después de Fulgencia.

Y andando la fiesta y las danças casi en el medio tiempo de lo que duraron, entró el sacerdote. Y con su venida se tornó a ynovar el regozijo y danças, y se sentó a par del rey, su hermano, y allí le habló el Cavallero de la Rosa, y le dixo:

-Reverendíssimo señor, y assí illustríssimo: como hombre estranjero soy disculpado en no averos hecho reverencia hasta agora, assí porque yo no sabía que en aquesta corte vuestra señoría estava, como porque los cavalleros que aquí ay han tenido poca comunicación comigo para avisarme de mi ynorancia. Mas desde agora hasta siempre podrés, señor, tenerme por muy cierto servidor, assí como lo soy d’estos señores, vuestros hermanos, a quien yo devo servicio por las merçedes que en este poco tiempo que estoy en su corte me han hecho. Y esta confiança podrés, señor, hazer de mí como de persona que conoçéys, y no como de cavallero aventurero y no conoçido o estraño.

El gran sacerdote se holgó mucho de le aver oýdo y le abraçó dos o tres vezes, y le dixo:

-Cavallero: el rey y la reyna, mis hermanos, me avían dicho lo que merescéys y os quieren por lo que vuestra persona es. Y assí os quiero yo como ellos, porque es mucha razón, pues todo es una cuenta y un querer lo que sus altezas y yo queremos, y una misma /22-v/ voluntad. Yo desseava mucho esta ora de vuestro conoscimiento, porque tal persona como la vuestra mucho devemos todos presciarnos de honrrarla y amarla, y en mí ternéys lo que en padre propio y en el más cercano deudo vuestro.

Y dicho esto, el gran sacerdote le hizo sentar a par de ssí, y desde a poco dixo a la princesa:

-Señora, ¿avéys dançado?

Y el rey dixo:

-Sí, que yo y ella dançamos.

-En verdad -dixo el sacerdote-, que avés de tornar a dançar y, por amor mío, sea con el Cavallero de la Rosa.

A esto no respondió palabra la princesa, mas el rey y la reyna le dixeron:

-Hija, hazed lo que manda el reverendíssimo señor.

Y ella se levantó luego. Y el Cavallero de la Rosa, con liberal acatamiento, se fue a la princesa y la tomó de la mano. Y dançaron muy bien, fueron mucho mirados y loados cada uno de ellos, porque lo hazían bien en estremo; aunque, en la verdad, si alguna vez parescía que salían del tiempo, luego lo cobravan, puesto que los nuevos cuydados o amor que en ellos estavan a vezes les hazía exceder en los passos o cuenta de lo que dançavan, pero no tan desacordadamente que dexasse de pareçer bien aquello, porque luego tornavan a tomar el tiempo. Antes los que los miravan creýan que adrede se hazía, por mostrar cada uno d’ellos quán gentil dançador era.

Mas, acabada la dança y llegados hasta el estrado, el rey y la reyna se levantaron a ellos, y el gran sacerdote los hizo sentar cerca de sí, de manera que la princesa y el cavallero se pudiessen muy bien hablar; y el gran sacerdote a entream[ b] os, porque éste era el fin de la fiesta, aunque el príncipe de Armenia la tenía por suya.

Y dexando de contar en este passo todo lo superfluo, por venir a dezir lo que haze a la historia, assí como el sacerdote los tuvo sentados como es dicho, movió la plática y dixo:

-Cavallero, ¿qué tanto ha que usáys las armas? Que, según lo que muestra vuestra edad, no debe aver mucho tiempo. Y también me dezid si soys enamorado en estos reynos o en vuestra tierra o fuera d’ella. Y dezidme, por lo que devéys a leal cavallero, quitada vuestra afición a parte: ¿la dama cúyo soys es más hermosa que mi sobrina, la princesa?

-Señor -dixo el cavallero-, pues mi edad dezís que muestra lo poco que ha que las armas uso, respondida está essa pregunta; y así es que muy presto avrá seys años que en una batalla campal fuy armado cavallero de mano de un poderoso rey, donde Dios le dio mucha vitoria y a mí me quiso hazer dino de ser numerado entre los cavalleros que en aquella jornada fueron bien mirados.

>>Los amores que tengo, harto tiempo después se començaron, y se acabarán más tarde que el exercicio de las armas, por mucho que me dure. Y yo soy enamorado en estos reynos y en mi tierra y fuera d’ella, sin hazer ofensa ni poder llamarme desleal amador. Y, quitada mi afición aparte, sino diziendo verdad digo que la dama cúyo soy no es más hermosa que la señora princesa, mas es tan hermosa como ella. Y porque no es razón que os parezca ofensa tal palabra, yo lo ossaría defender a qualquier cavallero. No quisiera responder a esto, porque es fuera de mi condición, y pensará la señora princesa que es ultraje loar ninguna muger del mundo de hermosa en su presencia, y yo conozco que no es cortesía. Pero vuestra señoría me conjuró para que os dixesse verdad, y yo lo he hecho.

Y estando diziendo esto, el cavallero tenía a la garganta una muy delgada cadenica de oro, y d’ella colgava una ymagen de Venus que traýa metida en los pechos, entre la camisa y la carne. Y mientras dava la respuesta que es dicha, el gran sacerdote le sacó el hilo y la ymagen, y la tomó en la mano, y la estava mirando en tanto qu’el Cavallero de la Rosa hablava. Tenía esta ymagen al pie d’ella /23-r/ un muy grande y hermoso diamante que el emperador, su tío, avía embiado a su madre del Cavallero de la Rosa quando le parió. El qual era de grandíssimo valor, y era tal y resplandescía tanto teniéndole el gran sacerdote en la mano, que era cosa maravillosa.

Y el rey y la reyna, como lo vieron, dixeron al gran sacerdote:

-Señor, mostradnos esse joyel, si esse cavallero lo ha por bien.

Y entonçes el cavallero se quitó del cuello la cadenica, y le quedó con el joyel en la mano al sacerdote; el qual lo dio al rey y le dixo:

-Señor, no he visto yo jamás tal pieça. Essa sola basta para creer qu’este cavallero no nació en casa desnuda.

Y el rey y la reyna y los otros príncipes y señores que allí estavan tovieron bien que loar el diamante, y todos afirmavan que era el mayor y mejor y de más valor que nunca vieran. Mas, en tanto qu’el diamante se loava y las danças duravan todavía, estos dos enamorados hablavan, y el gran sacerdote con ellos.

El qual dixo a la princesa:

-Señora, ¿por qué no respondéys por vos? Que este cavallero dicho os ha porque hablés.

Y ella dixo:

-Señor, yo creo qu’el cavallero ha dicho la verdad, y no me ha hecho a mí ofensa ninguna en dezir que su señora es tan hermosa como yo. Y a mí me pareçe muy bien que lo defienda a quien otra cosa le porfiare. Mas no puedo pensar cómo puede ser possible lo que ha dicho, pues ser enamorado en estos reynos y en su tierra y fuera d’ella, sin que se pueda llamar desleal amador, pareçen cosas que se podrían contradezir.

A esto dixo el sacerdote:

-Señora, yo os lo diré después de vos a mí.

Y dicho esto a la princesa, y aun al Cavallero de la Rosa, se les mudaron las colores, de manera que quien en ello mirara bien conosciera que temían ser entendidos. Pero el gran sacerdote lo dixo al fin que adelante se dirá, y el Cavallero de la Rosa le dixo:

-Señor, también será razón que me lo digáys a mí, por que yo sepa si sabéys mi secreto.

Y el sacerdote le dixo:

-No es menester que se os diga lo que [v]os sabéys.

Riéndose con estas pláticas y otras muchas que passaron, bien quedó el gran sacerdote certificado qu’este cavallero era de gentil entendimiento. Y la princesa quedó muy bien satisfecha de lo que avía dicho al sacerdote y a sus padres que desseava saber del Cavallero de la Rosa.

Y como fue ora de cenar, el rey y la reyna se levantaron, y el gran sacerdote y la princesa con ellos; y se entraron en su cámara, donde todos aquellos cavalleros y señores principales tomaron licencia.

Y al tiempo qu’el Cavallero de la Rosa se despedía del rey, le echó al cuello su joyel, y le dixo:

-Éste es el mejor diamante que yo he visto, y assí creo que lo soys vos entre los cavalleros.

Y el cavallero le hizo una muy baxa reverencia y le suplicó que se sirviesse d’él; pero el rey no quiso tomarle, mas dióle las gracias como si lo reçibiera.

Y, ydo el Cavallero de la Rosa y los otros cavalleros de la fiesta como es dicho, el sacerdote cenó aquella noche con sus hermanos y sobrina y, después que ovieron çenado, se retruxeron a otra cámara más secreta todos quatro sin otra persona, y començaron a hablar en este cavallero.

Y el sacerdote les dixo lo que avía passado con él delante de la princesa, y dixo:

-¿Sabéys, sobrina, por qué le dixe que os diría después de vos a mí que podía ser possible lo qu’el cavallero dezía, y no aver en ello contrariedad ninguna, como vos lo apuntastes? Porque, a mi paresçer, éste deve ser devoto de Venus, y assí trae su ymagen consigo, como la vistes en el qual joyel del diamante. Y esta señora puede ser de quien él sea enamorado en estos reynos y en su tierra y fuera d’ella, sin que se pueda dezir desleal amador, pues es medianera y madre y señora de amor. Y si dixo que era tan hermosa como vos y no más, fue por no ser mal cria /23-v/do, pues callava quién era. Pero, si es assí como yo digo, aunque dixera que era más que vos, también dixera verdad, pues la madre del Cupido no tuvo par ni semejante en su ser y hermosura. A esta fin juzgo yo sus palabras.

>>O, si esto no fuesse, podría ser que vos misma fuéssedes la que mejor le paresce, y por cúyo se tiene. Pero esto no me pareçe que podría ser, pues dixo que era enamorado en su tierra y fuera d’ella y en estos reynos; assí que veys aquí lo que yo sé comprehender de sus palabras.

El rey y la reyna y la princesa loaron el entendimiento qu’el gran sacerdote avía dado sobre la respuesta del cavallero, y les paresçió que la verdad devía ser qu’el cavallero lo avía dicho por la venerable Venus, o por alguna santa dea con quien toviesse devoçión.

Y tras esto saltó la plática en lo que hazía al caso para qu’este matrimonio se hiziesse si este cavallero fuesse de alta guisa y no estoviesse casado o prendada su palabra con otra muger. Y determinadamente allí se acordó de consenso de todos quatro que este hecho se concluyesse. Y la princesa dixo a sus padres que ella quedava satisfecha de la duda que tenían, y que en lo demás hiziessen d’ella su voluntad.

Y el gran sacerdote tomó cargo de le hablar, y para esto tomaron por medio que sería bien que de allí a dos o tres días o quando al sacerdote le pluguiesse, combidasse al Cavallero de la Rosa; y que, después que oviesse con él comido, sin que de su casa se fuesse, le hablasse en este casamiento y le dixesse la voluntad del rey y de la reyna, y lo que más le paresciesse con que se certificase de su sangre y de no ser bastardo, que es cosa muy aborreçida en Inglaterra, y en que mucho se mira.

Y con esta plática y difinición que en esto tomaron, el gran sacerdote se fue de palacio, y el rey y la reyna reposaron, y la princesa se fue a su aposento tan alegre que no se conoscía, porque le parescíe que Dios hazía esto muy a su contentamiento.

Y después que fue acostada y cerrada su cámara, en la qual solamente ella y Fulgencia dormían, la princesa la llamó y le dixo todo lo que avía passado. Y muchas vezes truxeron a la memoria la respuesta qu’el cavallero le avía dado al sacerdote, y cómo avía dicho en todo verdad; porque, pues ya era desposado con la princesa, bien pudo dezir que en su tierra era enamorado, y fuera d’ella, y en estos reynos, que eran los de Inglaterra, que también tenía por suya.

Y allí se acordó entre am[b]as que otro día fuesse Fulgencia a le ver de su parte al templo, porque no podía bivir la princesa ni sosegar sin verle o buscar otra recreaçión con él, y porque mientras no le hablasse le parescíe que en hazer aquello sentiría mucho descanso.

El Cavallero de la Rosa, después que se fue de palacio, comunicó con Laterio lo que avía passado con el gran sacerdote, y no descansava poco su pena hablando con tan fiel criado. El qual, como era cuerdo, siempre le dezía muchas cosas y avisos para que mejor se conservasse en este negocio que traýa entre manos, y siempre le amonestava que midiesse sus palabras, de manera que sólo él y la princesa se entendiessen. Y con este exercicio ningún tiempo sentían ni le gustavan en otra cosa en tanto que en su possada estavan.
 

Capítulo XVIII: De cómo otro día Fulgencia habló al Cavallero de la Rosa de parte de la princesa, y de la respuesta que él le dio.

/24-r/
El día siguiente, en el dicho templo donde estos principios se principiaron, Fulgencia halló al Cavallero de la Rosa; y, después que fue dicha la primera oración, él se llegó a ella; la qual como a quien ya tenía por señor lo rescibió y, començando a platicar, le dixo:

-Señor, si a la princesa le quedara libertad para que pudiera passar sin veros, o embiarme a que en su nombre os viesse, pensara que le quedava alguna; mas, como no tiene otro descanso ygual de saber de vos, vengo de su parte a traeros a la memoria quánta ofensa le haríades si este mismo cuydado no tuviéssedes. Házeos saber que las palabras que al gran sacerdote dexistes anoche fueron muy altercadas, y sobre ellas diversos juyzios echados. El entendimiento y determinación fue buena, pero la más cierta mejor la sintió quien más os quiere. Lo que la princesa os pide y yo os suplico es que ningún día passe sin que la veáys, pues fácilmente lo podréys hazer, en especial conosciendo qu’el rey y la reyna de cosa no resciben ygual plazer. Ved qué hará quien tanta razón tiene como la princesa, mi señora: mandóme que os dixesse que se os aperçibe un combite qu’el sacerdote, su tío, entiende hazeros muy presto, en el qual se os dirá, de parte del rey de la reyna, lo que vos y la princesa desseáys. Començad desde agora a dess[e]ar qu’esto aya fin, o a rrehusar la conclusión d’ello, y ved lo que queréys que en vuestro nombre le diga; pues, como primero os dixe, ningún descanso tiene ni espera más del que quisiéredes que tenga.

El Cavallero de la Rosa le dixo:

-Tan señalada merçed como la princesa, mi señora, me haze en todo lo que, señora, dezís, avía de ser estando mejor mereçida. La propia liberalidad sin prendas ha de ser, puesto que, si mi fe resçibe, en cuenta ofrescida se la tengo, y ésta le meresce qualquier merçed que me haga. Ninguna nescessidad avrá de acordarme lo que yo desseo, ni terné descuydo para responder al sacerdote en el combite que dezís lo que me pareçiere que puede ser más al propósito de mi ventura. Y no avrán menester juyzio las palabras que le dixere para que se entiendan como en las passadas. Yo yré cada día a palacio por complir lo que se me manda, y porque esso es lo mismo que a mí me da plazer.

Y con esta respuesta, y como yva satisfecha del cavallero, se fue Fulgencia a palacio, y se lo contó a su señora.

Pero, porque pareçe prolixidad rescitar las cosas de particularidades y cartas que entre estos dos amantes se ofrescieron hasta que fueron desposados con voluntad del rey y la reyna, como en su lugar se dirá, haze la historia su discurso tocando lo sustancial de la corónica lo (10) más brevemente que ser puede.
 

Capítulo XIX: De las palabras qu’el príncipe de Armenia y el Cavallero de la Rosa ovieron del uno al otro sin oýrlos otra persona, mirándolos desde una ventana la princesa y Fulgencia, sin que ellas fuessen vistas.

Así como Fulgencia se tornó para la princesa, el Cavallero de la Rosa se fue para su possada y, como le paresció que era hora de yr a palacio y començar a complir lo que la princesa le rogava, por poderla ver cavalgó en un muy hermoso cavallo, y Laterio con él en otro.

Y en una gran plaça delante de la casa del rey topó al príncipe de Armenia, que salía de palacio, y hiziéronse mucha cortesía el uno al otro, y començaron a hablar en lo que les plugo. Y, como el príncipe deviera de tener pensado de dezirle lo que en este razonamiento passó, le dixo:

-Señor Cavallero de la Rosa: passeémonos un poco por esta plaça y podrá ser que veamos las damas que /24-v/ suelen pararse por las ventanas que salen de sus aposentos a esta plaça.

Y el Cavallero de la Rosa, sin más dezir, bolvió la rienda y començáronse a passear.

Mas ya la princesa y Fulgencia los veýan muy bien, desde que am[b]os se toparon, por una ventana que tenía delante una jelosía, y ellas podía muy bien verlos sin que fuessen vistas; y Fulgencia le contava lo que aquel día avía passado en el templo con el Ca[v]allero de la Rosa. Y en este tiempo que ellas estavan en esto mirándolos, no les faltava pena, porque sabían que aquestos dos cavalleros no se amavan a causa de las palabras que entre ellos avían passado, según que antes se dixo, y cómo el príncipe era naturalmente sobervio. Y el Cavallero de la Rosa, aunque sofrido y de gran cortesía, no comportava que ninguno ganasse honrra en palabras ni hechos con él.

De lançe en lançe, platicando sin aver entre ellos otro terçero ninguno, dixo el príncipe:

-Cavallero: yo quisiera más que la batalla que espero con el príncipe de Escoçia se hiziera con vos que no con él porque, aunque es muy buen cavallero, a mejor ventura toviera vençeros a vos que a él. Mas yo os doy mi fe que, si con él quedo victorioso, como en Dios espero, de ser luego con vos. Y también pienso yr luego en Albania a aquellos torneos que están aplazados, donde muy grandes personas me dizen que se hallarán.

A todas estas palabras el Cavallero de la Rosa se sonrreýa de manera que, como le pesava de lo que escuchava, los otros cavalleros que los miravan y los que por allí se passeavan, aunque estavan algo desviados, conosçían que la plática de entre aquestos dos cavalleros no devía ser aplazible. Y Laterio, que mejor lo notava, y conosçía muy bien a su señor, estava temeroso que viniessen a las manos; y como el príncipe tenía allí más cavalleros y criados que no el Cavallero de la Rosa, Laterio estava aperçebido para que, si viesse mover a alguno, hazer como cavallero lo que pudiesse, ca lo era, y muy valentíssimo.

La princesa y Fulgencia, que sabían que avían passado los días atrás las palabras que la historia [h]a contado en presencia del rey y otros cavalleros, estavan con mucha congoxa, porque temían lo que en aquella plática podía passar o suçeder, que sería más para su congoxa que para otra cosa.

Mas el Cavallero de la Rosa, con muy gentil semblante y sossiego, le respondió, como hombre que no tenía en mucho lo que el príncipe de Armenia dezía:

-Por cierto, si vos no tuviérades certificado al príncipe de Escoçia de hazer armas con él, ya yo las oviera hecho con vos. Y si vos me venciérades, no pudiera ser sino que lo sintiera más que la muerte. Y si yo os venciera, no lo tuviera por la mayor prosperidad que espero, ni sé por qué tenéys tanta confiança en vuestra fortuna y persona que penséys vençer al príncipe de Escocia y a mí, y llegar a Albania a ganar honrra en aquellos torneos que allí se esperan. Una cosa os sé dezir, y tenedla por cierta: que si salís con vitoria del trançe que esperáys, que yo os acordaré lo que desseáys, que es provar vuestra persona con la mía. Pero, si vençido fuéredes, yo nunca os responderé ni buscaré, porque yo no he de tomar armas contra vos si no fuesse para defenderos; porque, según la costumbre de mi tierra, gran vituperio es a los nobles lidiar ni debatir con los rendidos.

A esto dixo el príncipe:

-Bien me pareçe lo que dezís, si assí lo hazéys.

Y el Cavallero de la Rosa le dixo:

-El tiempo os lo dirá.

Y con estas palabras, sonrriéndose el uno y el otro, y con la cortesía que entre tales personas se requiere, se apartaron; y la princesa dio muchas gracias a Dios de verlos desviados, mas no quedó sin sospecha, porque era sabia; y quien ama, es fuerça que tema.

/25-r/
Capítulo XX: Cómo el gran sacerdote combidó a comer al Cavallero de la Rosa y al príncipe d’Escocia, y de las armas y combate con el Cavallero Bravo de Yrlanda; el qual venció y lo embió por prisionero a la princesa. Y del triumpho y victoria con que entró en Londres.

Con muchas cartas que se escrivieron passaron tiempo el Cavallero de la Rosa y la princesa Dorendayna todos aquellos días que tardó el sacerdote de combidarle, porque nunca la princesa permitió de verse con este cavallero aparte, como él lo desseava y se lo acordó muchas vezes, hasta que este negocio estoviesse más seguro para su honrra y la de sus padres, puesto que ella desseava lo mismo que el cavallero, que era muy familiar y continuamente hablarle y verle.

Mas, assí como al gran sacerdote le paresció, un día que salió al campo a se passear halló juntos al príncipe de Escocia y al Cavallero de la Rosa, que mucha amistad tenían. Los quales estavan platicando en la forma que el príncipe devía tener en el hecho d’armas que esperava con el cavallero de Armenia. Y el gran sacerdote se fue para ellos y ellos a él, y cada uno puso a su lado.

Y después que un rato ovieron hablado en burlas y otras cosas, porque el sacerdote era muy gentil cavallero y de muy buena conversación, les rogó a entr’am[b]os qu’el día siguiente se fuessen a comer con él estos dos cavalleros. Y ellos dixeron que assí lo harían.

Y estando en esto llegó un gentil hombre a cavallo, y dióle una carta al Cavallero de la Rosa, muy cerrada y sellada; y dezía en el sobrescripto: "Al Cavallero de la Rosa, en su mano propia y delante las personas más notables que ser pudiere". Y al tiempo que se la dio, le dixo:

-Cavallero: por lo que devéys a vuestro honor, complid lo que se os escrive por essa letra, que yo complido he lo que en el sobrescrito d’ella dize y me fue mandado, pues delante de dos personas como el gran sacerdote y el señor príncipe de Escocia os la he dado.

Y luego el cavallero abrió la carta y la leyó antes que al mensajero d’ella ninguna cosa respondiesse. La qual dezía assí:

"Cavallero: con las armas que los aventureros suelen seguir sus empresas, fuera de Londres, donde esse hombre mío os mostrará, os atiendo y digo que por noble sangre ningún príncipe ni señor me puede rehusar, y por cavallería creo que estoy aprovado, y assí lo sabréys en fin de nuestra batalla. Mi nombre no se os dize porque soy devoto de callarle, como vos. Mi empresa es defender que la dama que más quiero es más hermosa y valerosa que la vuestra y quantas biven. Esto, si vos lo confessáredes de buen grado, cessarán las armas. Y si no, en verdad de mi justa demanda y d’ellas, entiendo hazéroslo conoçer por fuerça, como lo he hecho dezir a mu- /25-v/ -chos cavalleros de más edad y espiriencia que vos. Si acordáredes de venir, sea solo y luego. Y si truxéredes compañía, pensaré que me teméys. O escrevidme por qué causa lo dexáys, que ninguna puede aver justa para vuestra desculpa".

Assí como el Cavallero de la Rosa ovo leýdo la carta, dixo al gran sacerdote y al príncipe que les pedía por merçed le diessen licencia para una hora, porque le complía mucho responder a aquella carta y despachar aquel mensajero.

Y el gran sacerdote y el príncipe, como vieron el sobre escrito, y aquel hombre que truxo la carta los avía hecho testigos de cómo la avía dado, luego pensaron lo que podía ser; en especial que, como sabían las palabras que los días atrás avían passado el Cavallero de la Rosa y el príncipe de Armenia, y como ya se rugía que también se avían tornado a hablar solos, entendieron que él devía ser quien escrivía aquella letra. Pero también sospechavan que no haría tan grande error como éste, pues estava desafiado con el príncipe d’Escocia.

Y estándole rogando al Cavallero de la Rosa que se la mostrasse, y él escusándose d’ello, llegó el cavallero de Armenia, y hablólos a todos tres, y ellos a él, y assí çessaron las sospechas.

Y el Cavallero de la Rosa se despidió d’ellos y se fue a su possada, y llevó consigo a aquel hombre que le dio la carta, y le dixo:

-Amigo, aguardadme, que yo yré con vos a buscar esse cavallero que m’escrivió.

Y el hombre assí lo hizo.

Y luego el Cavallero de la Rosa dixo a Laterio que le mandasse aderesçar uno de sus cavallos, los quales él tenía tales como para semejantes cosas convenían, y que le armasse luego. Y Laterio se espantó y le dixo que dónde yva, mas él le respondió:

-Laterio, de quantas cosas hasta oy por mí han passado nunca os negué ninguna. Ésta es menester que no la sepáys hasta el fin d’ella, que plaziendo a Dios será presto; y, por mi amor, que no me preguntéys más cerca de aquesto, sino que os quedéys en la possada. Que, si por bien ha de ser, no me deterné mucho donde voy.

Como Laterio le vido tan determinado, acordó que era muy mejor encomendarle a Dios que importunarle sobr’esto, y entendió luego con mucha diligencia de hazer lo que el Cavallero de la Rosa le mandava.

El qual, con muy alegre semblante mientras se armava, hablaba con el mensajero. Y como era tan maravillosamente hablado en diversas lenguas, y aquel mensajero no hablaba tan bien ynglés que se dexasse de conoscer que era estraño de aquella lengua, el Cavallero de la Rosa se llegó a la oreja de aquel escudero que le truxo la carta y le dixo:

-En vuestra lengua y habla he conoçido que, si esse cavallero que os embía es de vuestra nasción, am[b]os soys de Yrlanda.

Y assí era la verdad, mas el hombre lo negó y dixo:

-Jamás estuve donde, señor, dezís.

Mas lo cierto era que el Cavallero Bravo de Yrlanda, persona de sangre real y señor de aquella ysla, muy diestro en las armas y sonado por muchas partes del mundo, era el que estava aguardando al Cavallero de la Rosa, y el día de antes havía llegado a Londres y avía sabido de la persona del Cavallero de la Rosa. Y no se avía dado a conoscer porque el rey de Inglaterra era su enemigo, y aquel cavallero le tenía quitada la obidiencia que sus antecessores solían dar a la casa de Ynglaterra. Y éste passava por Londres pensando de ver las armas que de allí a pocos días havían de hazer el príncipe de Escocia y el de Armenia. Y desde allí, el Cavallero Bravo se avía de yr derecho a los torneos de Albania. Mas, assí como supo del Cavallero de la Rosa y de los favores que el /26-r/ rey de Inglaterra le hazía, pensando que honrrándose d’él haría gran pesar al rey, y que en esto crescería mucho más su fama, acordó de escrevirle aquella carta y poner en obra la essecución d’ella.

Mas el Cavallero de la Rosa, como dicho es, conosció de cierto que el mensajero era yrlandés, y qu’el Cavallero Bravo devía ser quien le escrevía, porque era muy nombrado, y muy loadas sus fuerças. Y assí como fue armado, qu’el cavallo le sacassen fuera de la ciudad a la puerta qu’el mensajero le dixo, y cubiertas las armas y llevándole lo que más ovo menester, assí tomó su lança y armadura de cabeça secretamente. Assí como fue en el campo, dixo a Laterio:

-Bolveos y mostrad esta carta al príncipe d’Escocia y al gran sacerdote de Inglaterra.

Y diole la carta qu’el mensajero le avía dado. Y, assí como Laterio se tornó con la carta, el hombre guió por otro camino al Cavallero de la Rosa, y le dixo:

-Señor, bien será que aguijemos, si embiastes a dezir con aquel vuestro a lo que ys (11), porque, si algunos cavalleros vienen antes que lleguen a las manos, mal contado sería a vuestra honrra.

El Cavallero de la Rosa le dixo:

-No creáys que verná ninguno, que no es costumbre de cavalleros estorvar a nadie en cosa que tanto va a la fama de los buenos.

Y, dicho esto, andovieron bien una hora, porque el Cavallero Bravo estava más de una legua apartado de la ciudad esperándole.

Justa cosa paresce dezirse que, como llegó Laterio con la carta, ya el gran sacerdote y el príncipe se avían apartado el uno del otro, y assí tardó más de dos horas en poderlos ver para les mostrar la carta. Mas no les quiso dezir por qué parte avía ydo el Cavallero de la Rosa, mas de quanto les dixo cómo yva, y que le avía mandado que les dixesse que, pues avían seýdo testigos del sobreescrito, que les hazía saber que él era ydo a complir lo que dentro en la carta le requerían, y por esso se la embiava.

Luego en esse punto el gran sacerdote fue a palacio con Laterio, y quisiera mucho que el rey embiara a buscar el Cavallero de la Rosa. Y el rey assí lo quería hazer, y el príncipe de Escocia llegó en esta razón y dixo al rey:

-Señor, si yo no estoviera para hazer armas y obligado como estoy, desde que vi la carta yo fuera armado y ydo a buscar al Cavallero de la Rosa, y assí lo devéys, señor, mandar a vuestros cavalleros, porque no sea el Cavallero de la Rosa afrontado, ni con ventaja ninguno se aproveche d’él. Y devéys mandar a este cavallero que no encubra por qué parte va su señor.

Y Laterio dixo:

-Esso no lo mandará su Alteza, ni yo lo haré, porque más quiero la honrra del Cavallero de la Rosa que su vida.

Y por esto cessó el rey de embiar a buscar el Cavallero de la Rosa, y assí gelo suplicó Laterio, su leal criado.

Mucha alteración pusieron estas nuevas en el rey y la reyna, y más en la princesa, porque ya començavan a mezclarse sus plazeres con alguna parte de angustia, la qual ella tenía muy entera, y desseava yrse de la cámara del rey por dar parte de su trabajo a sus lágrimas y a Fulgencia.

Pero no lo pudo hazer hasta el tiempo y término que se tardó de saber del Cavallero de la Rosa, que sería quatro horas, en las quales todos estovieron assí suspensos entre pesar y esperança, y echando diversos juyzios sobr’el caso.

Dexado aparte esto, y tornando a hablar en la conclusión de la batalla, el Cavallero de la Rosa llegó donde el otro cavallero le esperava, y lo vido desde a trecho de dos carreras de cavallo. Y en esse punto començó a se aperçebir en la silla y reconoscer su persona como hombre de hecho.

Y el hombre le di- /26-v/ -xo:

-Cavallero, veys allí quien os espera. De aquí adelante mirad por vos, que entre manos tenéys la más dura batalla y afrenta en que podréys averos visto jamás.

Y el cavallero dixo:

-Bien podría perder; mas, ni las palabras del siervo ni las obras del señor no me harán temer, y yo espero en Dios que antes de mucho veréys lo que digo.

Y, dicho esto, se paró y caló la vista del yelmo, y puso su lança en el ristre y batió las piernas al cavallo, el qual era tan poderoso que parescía que hundíe la tierra por do passava.

Y ya el otro cavallero venía contra él de la misma manera, y diéronse muy grandes encuentros, porque el Cavallero Bravo, con astucia, no quiso encontrar al Cavallero de la Rosa, sino al cavallo, y hirióle por los pechos en descubierto, y echóle más de una braça de lança por la barriga. Y luego el cavallo y el Cavallero de la Rosa cayeron en tierra. El Cavallero de la Rosa encontró tan reziamente al Cavallero Bravo en medio de los pechos que le passó el bolante, y hizo muchos pedaços su lança en él. Y del grande encuentro quebró el arzón postrero, y el Cavallero Bravo cayó por las ancas del cavallo.

Y assí como am[b]os fueron en tierra, cada uno d’ellos se levantó con mucha priessa y esfuerço, y muy más aýna el Cavallero de la Rosa, porque, como el encuentro no avía sido en su persona, sino en el cavallo, con más aliento y feroçidad llegó al Cavallero Bravo; el qual apenas avía puesto mano a la espada cuando le havía dado dos o tres golpes el Cavallero de la Rosa, y en especial le avía dado por la vista una herida de que mucha sangre le salía. Mas por esso no paró la batalla en esto, porque am[b]os a dos quebraron las espadas de los grandes golpes que se dieron, y vinieron a los braços. Y el Cavallero de la Rosa le derribó en tierra, y como le avía dado otras heridas sin la del rostro, salíale mucha sangre, y estava casi desmayado.

Y el Cavallero de la Rosa le quitó el armadura de la cabeça y tomó una daga que traýa en la cinta, y se la puso a la garganta y le dixo:

-Cavallero, a punto soys llegado que tenéys tiempo de arrepentiros de lo que m’escrevistes, y de confessar que soys vencido de mejor cavallero que vos. Y también me avéys de dezir vuestro nombre, y conoscer que la dama cúyo soy es más hermosa y valerosa que la vuestra y quantas biven. Y si esto no hiziéredes, vuestra vida lo pagará, pues la tenéys en mis manos.

Estonçes el Cavallero Bravo dixo:

-Sin duda, mejor sería morir que hazer lo que dezís para mi honrra. Mas, por servir a tan buen cavallero como vos, yo digo que me pesa de haveros escrito y provado para lo que soys, y no creo que bive otro cavallero en armas más valeroso que vos, pues ninguno de quantos yo he topado por el mundo, que han seýdo muchos, nunca pudo traerme a este passo, y yo os conozco que me hazéys ventaja.

>> Yo me llamo el Cavallero Bravo de Yrlanda, y assí conozco que la dama cúyo soys tiene ventaja a la que en este essamen me puso y a quantas biven, pues en la virtud de vuestra persona y armas, y en la suya, Dios lo ha mostrado assí, y podéys loaros que vençistes a quien nunca fue vencido, y a quien el rey de Inglaterra, vuestro amigo, más desama en este mundo. Y esto es lo que siento más que la muerte: aver venido yo donde él se pueda vengar de mi honrra y persona, si vos lo quisiéredes.

En todo este tiempo qu’el Cavallero Bravo dezía esto, su criado estava hincado de rodillas con muchas lágrimas suplicando al Cavallero de la Rosa que se oviesse con su señor como cavallero, y le diesse la vida.

Y dicho esto, el Cavallero de la Rosa le dixo:

-Pues vos confessáys /27-r/ todo lo que a mi honrra conviene, yo os otorgo la vida; mas ha de ser con tal condición que, assí como estáys, avéys de entrar en Londres y hincaros de rodillas delante de la princesa Dorendayna, y dezirle: "Señora, yo soy vencido del que es siervo de la mejor e más hermosa dama del mundo, y la que más mereçe en él; y desde aquí juro y prometo de ser vuestro prisionero, y de no entrar en armas contra ningún cavallero ni persona de los reynos de Inglaterra; y aquí os presento mi persona y armas, pues en vuestra mano ha de ser abilitar mi persona y darme licencia quando servida fuéredes para que contra otras nasçiones yo pueda exercitar las armas, y no de otra manera".

Y el Cavallero Bravo dixo que assí lo haría. Y luego lo puso por obra, y cavalgó en el cavallo que su escudero tenía, porque el suyo quedó para el Cavallero de la Rosa. Y fuesse derechamente, como estava, a la ciudad, y se apeó en el palacio del rey, y delante d’él y de la reyna y princesa, y el gran sacerdote, y muchos señores y cavalleros, entró en la sala y, sin hazer otro acatamiento a más de sola la princesa, hincó las rodillas ante ella y le dixo todo lo que el Cavallero de la Rosa le mandó. Y dicho esto, le besó la mano a la princesa, porque era costumbre de dar la mano las damas a los prisioneros que sus cavalleros les embiavan; y, assí como se la ovo besado, dixo:

-Señora: con esta condición el Cavallero de la Rosa me otorgó la vida, y yo la tengo de su mano; y antes que yo le concediesse de ser vuestro prisionero, hizo mi persona y fuerças todo aquello para que bastaron. Mas mayor fue su ventura, la qual, y mi desdicha, le dieron de mí victoria.

Assí como el Cavallero Bravo ovo dicho esto, la princesa le mandó levantar, y el rey y la reyna y el gran sacerdote, que presentes estavan, y los príncipes de Escocia y Armenia, y los más principales cavalleros de la corte, holgaron tanto de ver aquesto como si cada uno d’ellos oviera la vitoria.

Y el rey le dixo luego al Cavallero Bravo, el qual tenía todas las armas sangrientas, y era cosa de notar verle, porque era de gran persona y muy feroz dispusición:

-Cavallero, yo doy muchas gracias a Dios porque os [h]a traýdo a Londres a arrepentiros de algunos sinsabores que me havéys hecho, mas aquí no se mirará con vos ninguna cosa d’éstas. Y pues soys de la princesa, mi hija, ella y todos nos avremos con vos como con deudo y amigo, que por ser vençido de tan acabado cavallero como el de la Rosa ningún vituperio queda en vuestra persona, pues la suya se puso en la misma disputa y aventura que la vuestra, y seyendo llamado y requerido por vos.

Y el Cavallero Bravo le dixo:

-Señor, pues Dios assí lo hizo comigo, aunque me pesa, me plaze de arrepentirme si os he desservido, puesto que todo lo que hasta aquí hize fueron obras de cavallero.

Y, dicho esto, el rey mandó luego que curassen con mucha diligencia del Cavallero Bravo como si su persona fuesse.

Y en esse punto cavalgó, y salieron él y el gran sacerdote y todos aquellos príncipes y señores y muy gran cavallería a le rescebir fuera de la ciudad por donde venía. Y entró por la misma puerta que havía salido; el qual venía encima del cavallo del Cavallero Bravo, porque el suyo quedava muerto en el campo. Y assí como avía hecho las armas, assí venía armado de todas ellas. Y traýa en la mano la espada quebrada del cavallero vencido, y assí lo estava la suya propia, aunque en la vayna la traýa.

Y quando el rey y el gran sacerdote y todos aquellos cavalleros le vieron, con muchos abraços y alegría le rescibieron, dando todos muchas /27-v/ gracias a Dios de su victoria, y loando su persona y el esfuerço.

Y assí entró con este triumpho en Londres, lo más honrradamente que cavallero antes ni después entró. Y yva el Cavallero de la Rosa entre el rey y el gran sacerdote, y a los otros lados d’ellos yvan los príncipes de Escoçia y Armenia, y otros señores, y con muchos menestriles altos y toda la cavallería que en aquella corte se halló. Assí fueron hasta palacio, y por el camino el Cavallero de la Rosa les fue contando cómo avía passado la batalla, lo qual él dezía antes loando al Cavallero Bravo y su esfuerço, que no su persona misma, y atribuyendo su victoria a Dios y no a su cavallería.

Y con esto llegaron a la casa donde la reyna y la princesa estavan esperándolos con muchas damas. Y assí como el cavallero llegó, hincó la rodilla y pidió la mano a la reyna, la qual le abraçó y besó en el rostro, y le dixo:

-Cavallero, mucho os devemos todos, pues avéys dado oy en las manos al rey mi señor la persona qu’él más desseava tener en su poder.

Y de allí llegó delante de la princesa y, hincada la rodilla, le dixo:

-Señora, perdonadme el atrevimiento que hize en embiaros prisionero sin saber que holgaríedes de rescebirle.

Y la princesa le dixo:

-Señor, mucha merçed me hezistes, y yo por muy grande la tengo.

Y luego el rey y la reyna y la princesa y el gran sacer[dot]e (12) se sentaron, y los príncipes a par del Cavallero de la Rosa. Y le miraron todas las armas, las quales traýa con muy grandes golpes, assí que se podía bien creer que el Cavallero Bravo avía procurado todo lo possible de mostrar su persona en aquella batalla.

Y el Cavallero de la Rosa dio la espada del vencido a la princesa, y ella la reçibió; y el rey le dixo:

-Cavallero, mostradnos la vuestra.

Y, como la sacó de la vayna, no tenía sino hasta la mitad d’ella, porque se le avía quebrado. Y aquello que quedava, todo era lleno de mellas, que parescía sierra.

Y estonçes el rey mandó traer una espada qu’él tenía muy maravillosa; y, traýda, la dio a su hija y dixo:

-Hija, dadla vos al Cavallero de la Rosa, pues en vuestro servicio se quebró la suya, y en hazernos a todos tan buena obra como oy nos ha hecho en darnos pacíficamente el reyno de Yrlanda.

Y assí lo hizo la princesa, y le dio la espada. Y él la rescibió de grado y dixo:

-Señora, gran sinrazón sería si no me diesse Dios mucha victoria con espada de vuestra mano.

Y luego el rey le rogó al cavallero que se desarmasse allí y cenasse con ellos; y el Cavallero de la Rosa dixo que él acostumbrava no quitarse tan presto las armas de todo punto, y el rey dixo que dexasse las que le pluguiesse. Y assí, dentro en una cámara de palacio, su amigo y leal servidor Laterio, que por propia tenía la victoria de su señor, y su amigo, el cavallerizo mayor, le desarmaron el yelmo y las otras pieças que quiso dexar. Y quedó con el arnés de piernas y la coraça blanca; y, echada una ropa larga encima, se tornó a la cámara donde el rey y la reyna y princesa y todos aquellos señores estavan esperando.

Y el rey combidó assí mismo a çenar con ellos a los príncipes de Escoçia y de Armenia, y a los otros señores más principales. Y así çenaron todos con mucho plazer y alegría.

Y acabada la çena, paresciéndoles qu’el Cavallero de la Rosa avía menester reposo, le hizieron yr más temprano de lo qu’él quisiera, por no dexar de ver a la princesa, que era lo que más contentamiento le dava que la victoria que avía ganado.

Y el gran sacerdote y todos aquellos señores más principales y otros muchos cavalleros fueron con él hasta su posada; y en el camino le tornó el gran sacerdote a acordar que otro día avía de ser su combidado; el qual no veýa la hora que hablarle en el casamiento de la princesa, su sobrina. Y aún, en tanto que en palacio el caval- /28-r/ -lero de la Rosa se avía retraýdo a quitar la armadura de cabeça y otras pieças de sus armas, el rey y la reyna avían dicho al gran sacerdote que hablasse otro día al Cavallero de la Rosa en lo que tenían acordado que le dixesse de su parte y la suya.

Y assí lo dexaron con su Laterio en su possada; el qual, como fue desarmado, se acostó y reposó aquella noche con algún sueño, más que tuvo la princesa, porque toda la noche passó con Fulgencia sin poder dormir un momento, hablando en el Cavallero de la Rosa y en la aventura de aquel día. Y muchas veces tomó la péñola y el papel en las manos para escrevirle; y quantas vezes lo començava, tantas lo tornava a borrar, y dezía que su alegría la tenía tan ufana que no acertava a dezir cosa de las que quería. Y acordó que sería muy mejor yrse otro día de mañana a aquel templo acostumbrado, como otra vez lo avía hecho, con Fulgencia, y que vería y hablaría al Cavallero de la Rosa más a su grado. Y así lo puso por obra.

Capítulos XXI-XXV