Capítulo XI: De lo qu’el Cavallero de la Rosa y Laterio conçertaron, y de los razonamientos que entre am[b]os aquella misma noche passaron.

Después que el Cavallero de la Rosa quedó en su possada, se retruxo con Laterio, su fiel amigo y criado, y le dixo:

-¿Avés mirado bien, Laterio, la princesa? ¿Vistes ni oýstes jamás que cosa loada, después de vista, fuesse en tanto grado ygual a lo que primero se publica como esta señora, que es más acabada que lo que puede ninguna lengua mortal dezir ni espresar en su alabança? Grande es su majestad y estremada su hermosura. ¡Qué gravedad y sossiego! ¡Qué bien hablada y comedida! ¡Qué onestidad tan preminente, que obliga a reverencia quantos la acatan! ¡Qué poca edad tan largamente dotada por Dios! Por cierto, Laterio, yo la he visto para no me ver más libre, y si mi dicha a tanto se estendiesse que yo meresciesse açertar a servirla, muy dulçe galardón de nuestro camino me avría dado la Fortuna. Hágo´s saber que yo he sido reçebido por suyo, y en esta fe se an de acabar mis días. Pues me criastes y avés servido y seguido y consejado como verdadero padre y con la fidelidad y sangre que con mi casa vos y vuestros padres tenéys por deudo, y largos méritos y tiempos, como a tal persona y amigo os ruego que como libre para ello me confeséys y digáys qué medio os paresce que yo podría tener para hablar a la princesa sin tantos testigos. Pensadlo vos, y yo también lo miraré si la pena que siento me dexare; que sin duda, si mi congoxa no acierta el camino por donde se alivie, yo me veo alcançado de todo reposo y con pensamiento de que, si por vuestra industria no viene, jamás le terné.

Y con estas exclamaciones y otras muchas palabras que dixo de hombre lastimado pudo muy bien conoscer Laterio que salían del ánima. Mas como era cuerdo, dióle la respuesta que allí convenía, y como cessó el Cavallero de la Rosa, sin responder, su ayo estuvo gran rato sin dezir palabra.

Y desde a algún espacio començó su habla diziendo:

-Señor, no quiero poneros culpa en lo que me avés dicho, porque ay causas que os desculpan, y son éstas: yo os he servido desde que naçistes, y nunca supe ni sospeché que ninguna dama ni señora del mundo os enamorase hasta agora (puesto que siempre os vi favo- /12-v/ -rescerlas y servirlas, pero no para que os diessen pena). Y pues començáys a provar los dardos de Cupido, no me maravillo que se os assienten en el coraçón y os pongan la vida en aventura. Esta nueva religión de amor que tomáys, en hombres de más hedad an hecho gran imprensión, y a los fuertes ha sojuzgado y a los sabios y prudentes vencido, quánto más en la vuestra, que es aparejada para esto; y, aparejada la hermosura y otras partes que la señora princesa tiene para ser adorada, yo os ternía por hereje si essa fe no creyéssedes. Vos salistes de vuestra tierra a mostrar quién soys y vuestro valor. La orden de los cavalleros aventureros son amores, unos vanos y otros lícitos y onestos; y assí como por vía d’estas dos maneras andan éstos religiosos por muy estrecha regla y passos, assí les acuden las vitorias a unos, venciendo y acrescentando su ser y personas, otros perdiéndolas con la honrra. Por uno d’estos dos caminos avíedes de seguir; gran bien os ha hecho Dios en dexaros así emplear vuestro cuydado, y, aunque os dio tanta parte de buen juyzio como a ningún mortal y mucho más de lo que suele permitir en la edad que tenéys, y yo no tengo el que sería menester para consejaros, el amor y criança larga que en mí están jubilados son causa para que tenga yo esperança que podría ser possible acertar en lo que os dixesse.

>>Mi parescer es que procuréys de hablar a la princesa solo, que no es possible que ella está apartada d’estas asquas que os queman, pues os dio tan grandes palabras y señal de lo que os quiere. Y para que esto se haga, digo que en estos pocos días que ha que estamos en Londres, he visto venir cada uno d’ellos a orar a un templo que está aquí junto una señora, que he visto oy muy çerca y como privada o p[er]sona favorescida de la princesa. Yo yré mañana al mismo templo y me informaré de quién es; y, si fuere p[er]sona tan açebta como yo creo a aquella señora, procuraremos por su medio de venir a vuestro remedio. Y si de arriba está qu’esto aya buen fin, guiarálo Dios como os cumple, y yrán vuestros hechos por la mejor vía de las dos que primero os dixe.

>>Y para que aquesta açertéys, os suplico que hagáys dos cosas. La una es que el amor d’esta señora no os desacuerde de el de Dios, para que dexés de ser tan devoto como soléys y que ningún día perdáys de hazer oración a Dios Todopoderoso, y Él hará que veáys siempre lo que os cumple. Y la otra, que no deys parte de vuestra pena a quien no os ha de sacar d’ella, o a lo menos sentir vuestro trabajo. Ningún dolor me pareçe que ay ygual, ni más enconada inorancia, que dezir ninguno su secreto a quien no le sale fiel. Cosa es la que tenés entre manos, o entre las entrañas, de tanto pesso como cada ora mejor sabréys, y assí es menester que lo peséys y midáys con perseverante ánimo y no menguada solicitud, con larga paciencia y moderado reposo, pues de ser el caso tan grande es el peligro notorio.

>>Reposad ya, señor, que estos ardores en los mançebos de vuestra edad mucho mal acarrean si no se tiemplan los desseos con la cordura; y en estas dolencias lo que primero enferma es la razón. Servíos d’ella para fundar bien los principios, que antes que del todo se pierda se conoçen los medios por donde se alcançan los loados fines. A tiempo soys llegado que se podrá ver lo que sabéys y el fruto que ha de hazer en vos la doctrina de Solarne, philósofo excellente y maestro vuestro, y lo que vuestro natural juyzio más principalmente podrá aprovecharos en quien con ayuda de Dios yo tengo buena esperança.

Mucho consuelo rescibió el Cavallero de la Rosa d’este consejo de Laterio, y como calló le dixo:

-Amigo, gran fuerça tienen las /13-r/ palabras de tan leales entrañas salidas, y muy sano es vuestro consejo y seguro, y mucho descansado me avés tenido oyendo tan justas y aprovadas razones. La manera que tenéys pensada me paresce muy bien. Por amor de mí que tengáys cuydado de hazer mañana lo que dezís, y pensad en lo demás, porque yo conozco de mí que, aunque quiera, no podré juzgar ni obrar cosa que bien m´esté sin que mi afición no la turbe, porque ésta es la misma razón, y am[b]as son ya un ser y una cosa, y si yo pudiesse dividirlas, libre estaría, mas estonçes me ternía por peor librado.

Y dicho esto, el Cavallero de la Rosa se acostó, con tantos sospiros por ver ya el siguiente día para yr a ver a su señora, que Laterio quedó espantado, y aún no contento de verle tan adelante en este juego. No durmió el cavallero ora ni reposó momento, y assí passó la noche en esta vigilia, y la dio tan negra a la princesa como él la tenía, según antes se dixo, y por lo que en este capítulo que viene la historia afirma.

 
Capítulo XII: Por donde paresce que la princesa descubrió este secreto a Fulgencia, su camarera, y le dixo lo que con el Cavallero de la Rosa avía passado, y lo qu’el rey y la reyna, sus padres, le avían dicho; y de los razonamientos que entre am[b]os a dos passaron, y del concierto que quedó entre la princesa y la camarera.

A la sazón qu’el Cavallero de la Rosa y Laterio, su camarero, estavan en la plática qu’es dicha, la princesa llamó a su camarera, que avía nombre Fulgencia, a quien ella mucho quería; y era la más principal en amor que ella tenía, y aún casi aya o puesta por sus padres para estar siempre cerca de la princesa; y dormía en su cámara. Era persona muy sabia y devota y de generosa sangre. Y como la Fortuna sigue para bien o para mal a cada uno, dize Listario, coronista, que la devoción d’esta Fulgencia nasció para efecto d’esta pendencia; porque tenía por costumbre todos los días del mundo, antes que la princesa se levantasse, de yr al templo al punto del día, a las horas como Laterio avía dicho según en el capítulo passado se dixo.

Pues llamada por la princesa después que acabó d´escrevir la carta para Lucrata, le dixo estas palabras:

-Fulgencia, bien me avréys oýdo dezir muchas vezes que he de ser casada con un hombre estranjero d’estos reynos, el más acabado y valeroso cavallero del mundo, en quien la Fortuna maravillosas gracias pusiesse. Y porque ya creo que aqueste término de mi matrimonio se acerca, os quiero preguntar qué os ha pareçido este día passado de aquel Cavallero de la Rosa, pues le vistes con las armas en la justa y sin ellas en la sala, y yo os vi muy puesta en verle y notar sus palabras y manera. ¿Qué me dezís d’él?

Fulgencia dixo:

-Señora, verdad es que yo procuré de mirarle muy bien; y parésçeme que en todos los que he visto no tiene semejante, ni creo que en el mundo le ay. Y vos, que tanta parte alcançáys de los movimientos del cielo y de las artes liberales, y tan ciente os hizo Dios, creo que avés menester muy bien lo que sabéys para poder comprehender tal persona, quánto más un simple juyzio como el mío. Por cierto, si Dios ha de hazer qu´éste sea el que esperáys, no pienso que en el mundo se vieron tales dos personas. No veo mayor dificultad que no saber si éste cavallero es de sangre real, puesto que sus obras y disposición no es de creer qu’están sin ella. Desde que le vi os le desseé, si con voluntad de vuestros padres y con la vuestra se hiziesse; porque, quitada esta /13-v/ dubda que he dicho, no me paresçe que bive hombre en el mundo tan dino de ser señor d’él.

La princesa se holgó mucho de lo que Fulgencia dixo, porque era muy cuerda y gran persona y, como la ovo oýdo, dixo:

-Sin duda, amiga, la verdad es lo que avés dicho, y muy bien notastes y consideráys esse hombre, y por esto creo que viene de Dios este hecho. Yo os digo y os confiesso como a mis entrañas, porque ha días que sabéys mi condición, y desde que nascí me criastes: ninguna persona de quantos cavalleros hasta oy vi me paresció bien para dessearle sino éste. Yo tengo creýdo que es aquél que desde mi nascimiento me tiene Dios prometido, y yo le miro como a espejo y norte de mi ventura, si ésta ha de ser que mis padres estén en ello como yo. Y de verdad creo qu’están en lo mismo, porque esta noche, en el tiempo qu’estuvieron retraýdos, como en sólo esto me hablaron, y en mandarme que les dixesse lo que d’este hombre me parescía, yo tomé plazo para darles la respuesta, y ésta les daré mañana como a vos os paresciere. Y más querría que fuesse para el siguiente día, porque desseo hablar más largamente con el Cavallero de la Rosa por informarme más de su saber, pues en lo demás estoy certificada de lo que los ojos pueden dar testimonio. Y para esta habla no sé qué medio se tenga; pído´s de gracia, por el amor que me tenéys, que me ayudéys con vuestro paresçer, porque el mío ya yo le tengo por sospechoso, y temo que podría engañarme en este caso.

Estas palabras no pudieron salir del coraçón tan enxutas que no dexassen los ojos arrasados de agua a la princesa. Y maravillada Fulgencia, porque sabía que jamás quiso ni amó otro hombre, y como la vido en aquel estado, con mucha compassión le dixo:

-Señora mía, muy lexos os veo de vuestra costumbre, y el ánima se me sale de veros en tal laberinto, porque ya yo conozco que començaýs a ssentir pena por este cavallero, y lo que pensáys que puede ser remedio será doblar vuestra pena y hazeros sujeta a mucho dolor y trabajo; porque, si aqueste hombre habláys sin terçeros, partes tiene para prendaros tan complidas que nunca Dios assí hizo otro hombre. Y assí creo yo que es su saber estremado, y que por mucho que sea vuestro entendimiento y sotil, bien conoçéys que la flaqueza de las mugeres no es bastante a rresistir todos tiempos lo que mal les está. Y que devéys ver y temer lo que se podría recrescer dessa habla oculta que dezís o queréys. Yo digo que vuestra bondad no consiente que en público ni secreto vuestra persona en hecho sea ultrajada. ¿Quién podrá refrenar los ardores que vuestra ánima sentirá en presencia de aquél, si con él os veys sin compañía? ¿Quién resistirá la fuerça de dos voluntades, aunque aquél fuesse de piedra? ¿Quién le escusará de sentir lo mismo? Y al uno y al otro, ¿qué os hará tan ynocentes que os escuse de entenderos los desseos? Verdad sea que todo tiene haz y envés, y que podría ser que caresciesse del saber que yo pienso no le falta, y juzgasse por otro fin las cosas.

>>Yo he dicho mi pareçer, y no quiero ni quise jamás mi vida ni la desseé sino para vuestro contentamiento, como he dicho lo uno quiero dezir otra cosa. Si vos avés de tener marido, ninguno puede ser para vuestra satisfaçión ygual d´éste, porque su persona y gentil dispusición y gracias, si están acompañadas con esse saber que d’él querés saber y con ser de alta generación, gran yerro sería que no le supiésedes conoçer teniéndole presente. Y gran culpa de vuestros padres, que por tantos mágicos, excelentes y sabios varones están avisados que os han de casar en poca más edad de la que agora tenés /14-r/ con el mejor cavallero del mundo, y que ha de ser estranjero, si teniéndole presente le perdiessen. Sabed que las venturas se acaban como otra cualquier lavor. Encomendadlo a Dios y mostraos a sofrir, que la misma pasciencia os enseñará a vençer. Yo suelo yrme a este templo que está aquí çerca de palacio cada mañana, y allí he visto a la primera vigilia del día que viene un gentil hombre que vi oy en las justas muy continuo y çercano del Cavallero de la Rosa, sirviéndole como hombre diestro y como persona açebta a aquel cavallero. Si os pareçe, señora, que yo le hable y sepa si es suyo, vedlo, y por ventura yo sabré d’él de qué tierra es este cavallero, y también si quisiere de lo hablar al Cavallero de la Rosa. Si caso fuere qu’éste que he dicho sea suyo, podríase tener manera cómo sin disputa de vuestro honor ni peligro de su persona se hiziesse.

La princesa dixo:

-Ninguna cosa se pudiera pensar tan conviniente para mi desseo como el medio que me days. Pído’s tan encareçidamente como puedo que luego de mañana pongáys en effecto lo que dezís, porque si d’esta manera no se acierta, por otra ninguna no le espero. Y porque esta noche yo le prometí de le embiar una carta para Lucrata, mi prima, en respuesta de otra qu’él me truxo, llevadla; y si esse gentil hombre es compañero o criado del Cavallero de la Rosa, él le hará venir a esse templo a hablaros para que le deys la carta y le roguéys qu’el día siguiente se venga aý; y yo podré, dissimulada como servidora vuestra, yrme con vos para oýrle y notar lo que os dixere, que en pocas palabras y breve tiempo yo quedaré fuera de la duda que tengo.

Fulgencia dixo que assí lo haría como el día viniesse, y le suplicó que, como persona que tanto saber alcançava, templasse este nuevo cuydado, porque no suçediesse en él algún gran inconviniente que le diesse trabajosa vida, pues Dios le avía dado padres tan poderosos y que tanto la querían. Y también le rogó que le mostrasse la carta qu’el cavallero le avía traýdo de Lucrata, que bien conosçía (4) su letra.

La princesa se la mostró luego; y, como leyó aquellas palabras que dezían "Si ha de ser éste, yo le vi primero", dixo:

-Señora, yo conozco qu’esta letra es de madama Lucrata, vuestra prima, mas no entiendo esto que dize.

La princesa le dixo:

-Sabed que Lucrata y yo nascimos en una hora, y todos los estrólogos que han sacado el juyzio de mi nascimiento se conforman y afirman que yo he de ser casada con el mejor cavallero del mundo y más acabado, y que ha de venir de muy lexos a buscarme, y que en el camino le ha de hablar y ver primero que yo una persona que será dentro del quarto grado de mi sangre, que nasció en la misma ora que yo nascí. Vos sabéys si Lucrata y yo naçimos en una ora y en una casa, y que es mi prima carnal, y cómo se crió comigo. Sabe qu’este juyzio se ha notado muchas vezes de mí y, passando este cavallero por Francia, la habló; y con él me escrivió essas palabras solamente. Assí que ved si se deve sospechar algún buen indiçio d’esto.

Fulgencia quedó espantada y dixo:

-En verdad muchas vezes oý que avía de ser assí como avéys dicho, y un gran sabio de Grecia assí lo escrivió al rey; y yo lo tenía olvidado y agora lo tengo por cierto, y creo que aqueste ha de ser vuestro marido, y que Dios le ha traýdo para que se cumpla vuestra buena ventura y la suya. Plega [a] Aquél que sobre todo tiene poder qu’estos hechos suçedan a su servicio y prósperamente.

Y con esta plática passaron la mayor parte de la noche, y con mucho desseo qu’el día viniesse para poner en efecto lo que avían conçertado.

/14-v/
Capítulo XIII: Cómo Laterio y Fulgencia fueron al templo qu’es dicho, cada un d’ellos con intención de tomar lengua del otro, y cómo Laterio movió la habla, y del razonamiento que entre am[b]os passó.

Luego, otro día de mañana, Laterio se levantó en esclaresciendo y se fue al templo que muy cerca de palacio estava, donde todos los días a la primera ora del día venía Fulgencia, que era muy privada y camarera de la princesa Dorendayna.

La qual, por la continuación que Laterio tenía de yr cada día a orar a aquel templo y averle visto muy cerca del Cavallero de la Rosa el día antes serviéndole en la justa, conosció que devía ser suyo. Fulgencia traýa la carta que la princesa escrivió en respuesta de la que le dio el cavallero de Lucrata, creyendo que yría allí o vería a Laterio, porque sospechava que era suyo, para poder dar la carta sin sospecha.

Y no madrugó tanto Laterio que pudiesse ganarle ningún tiempo a Fulgencia, porque casi entraron a una sazón en el templo. Laterio entró solo, y Fulgencia con dos mugeres que la acompañavan. Y como se ovo dicho la oración, toda la gente que la oyó se fueron, y quedaron solos Laterio y Fulgencia con las suyas. Am[b]os desseavan hablarse, y cada uno d’ellos rehusava el principio de la plática y dexava passar algún espacio, comidiendo por qué palabras sería.

En fin, como Laterio era un hombre de muy gentil criança, de muy buena p[er]sona y auctoridad, de edad de cuarenta y cinco años, de real sangre, tan diestro y esperimentado en el arte de la cavallería como desembuelto y audaçe en las cosas del palaçio quanto todos los de aquel tiempo, de muy linda habla y afábile, no le faltó manera para quitar el empacho a Fulgencia y dar comienço a la negociaçión que am[b]os desseavan principiar.

Como le paresció que avía oportunidad grande, se llegó a Fulgencia con mucha cortesía y le dixo:

-Señora, parésceme que ayer en la justa y anoche en la fiesta os vi tan çerca de la señora princesa que es razón de suplicaros, como a persona que lo sabrá mejor que nadie, me digáys qué es lo que a Su Alteza y a vuestra merçed paresció del Cavallero de la Rosa, porque, aunque yo estuve çerca d’él serviéndole, el amor que le tengo no me ha dexado juzgar lo que hizo, como lo podrán hazer los ojos que no tuvieren passión en lo que le toca. Y porque aqueste mançebo, tras el nombre y desseo de conoscer a la señora princesa, se ha desterrado de su tierra y apartádose de la conversación de su sangre y naturaleza, y para este camino que él en mucho tiene, assí por lo que él me ama, como por averme elegido entre quantos cavalleros y criados en casa de sus padres ay para que le toviesse compañía, desseó que mi dicha fuesse tal que doquiera que se hablasse oviesse nombre y gloria ésta ni otro gran triunfo en ninguna parte del mundo le podría venir tan al /15-r/ propósito de su voluntad y de la mía como en esta corte.

Y d’esta manera, o por este tenor, le dixo muchas palabras, no discrepando de la intençión a que se endereçavan. Como Fulgencia era muy entendida y aperçebida, y conosció que aquél devía ser hombre de suerte y assí lo mostrava, le dixo:

-Señor, mucho se deve alegrar esse cavallero y vos, por lo que dezís que os toca su buena andança, de la honrra que ayer ganó con tan señalados cavalleros como son los que con él justaron, y de la qu’el rey y la reyna y la princesa, mis señores, le hizieron; porque podéys tener por cierto que, si fuera el más alto rey del mundo, no se hiziera más con él, ni aún tanto. Plega a Dios que a hombre que tan favorescido es de la Fortuna, Él se la dé siempre tan próspera como yo se la desseo, que gran sin razón sería que éste no fuesse muy gran príncipe, pues tan principal se muestra su persona doquiera qu’está. Mucho deseo saber de vos, cavallero, y ruégo’s por gentileza que me digáys qué tanto tiempo ha que estáys en su compañía o serviçio, y qué grado tenéys çerca de su persona, no digo en esta tierra, sino en la vuestra; y todo lo que quisiéredes saber de mí, sed cierto que os lo diré con entera voluntad y verdad. Y si d’esto os escusássedes mucho me pesaría, porque yo tengo creýdo que persona que con el Cavallero de la Rosa toviere familiaridad no puede ser descomedido ni lisonjero, ni rehusaría de dezirme esto que os pido.

-Señora -dixo Laterio-, assí Dios me dexe ver con prosperidad el fin d’esta peregrinación, que desde antes que nasciesse el Cavallero de la Rosa yo servía a su padre y nasçí en su casa; y mi padre crió al suyo. Y desde que este mançebo nasció yo no me he apartado d’él, y en nuestra tierra en su niñez de ayo, y después de camarero le serví siempre; y aquí le sirvo de compañero, porque andamos solos, y fuera de exercicio de estado [de] su casa, pues no trae consigo sino a mí. Y porque le quiero más que me quiero, quiso hazerme dino d’este trabajo, aunque havía otros muchos que de más espiriencia y para mejor servirle pudiera él sacar de su casa y tierra. Yo, señora, he dicho la verdad, y assí os lo juro a las virtudes que están en aqueste templo. Y por la misma autoridad y merescimiento que vuestra persona representa, os suplico que aquesto mismo que avéys querido saber de mi persona me digáys de la vuestra, para que, a lo menos, yo sepa con quién hablo.

-Gentil hombre -dixo Fulgencia-, yo me crié desde niña con la reyna, mi señora; y después que la princesa nasçió, Su Alteza me mandó que estoviesse con su hija y en su cámara y toviesse cargo de su persona y servicio. Sírvola de camarera, y no creo que en su voluntad y amor estoy sino como si yo la pariera, porque nunca tuvo persona más querida ni que más la quisiesse. Ningún passo va sin mí, en su cámara persona ninguna duerme sino yo, ni en su secreto otra comunicaçión ay sino la mía. Sé más de lo que mis padres me dexaron, que fue harta parte d’estos bienes de Fortuna; por su interçessión estos reyes me han hecho muchas merçedes, y cada día me las hazen ella y ellos. De ninguna cosa tengo falta ni siento mengua, sino de ver esta señora casada tan altamente como ella lo meresce. Podés creer que, si este Cavallero de la Rosa fuesse hijo de alguna persona real, que no ternía en mucho qu’el rey y la reyna le tomassen por hijo y yerno, y por eredero de su real casa. Pero, no aviendo en él esta sangre, creed que en ninguna manera lo harían, porque en esta tierra más se mira esto que en parte del mundo.

Laterio le dixo:

-Señora, yo no quiero negar que el Cavallero de la Ro- /15-v/ -sa sería el mejor librado si Dios a tanta prosperidad le truxesse que alcançasse tal compañía. Pero quiero hazeros saber una cosa, y es que no bive ningún cavallero sobre la tierra a quien yo no defendiesse, que si por merescimiento y sangre de persona alguno la avía de llevar y mereçer, que avía de ser este cavallero y no otro, porque, de más de ser de la más alta sangre del mundo, le compuso Dios de tal persona como veys, y le dio tantas gracias y tan cientes letras, tanta bondad y tanta humanidad, tan complida liberalidad y esfuerço y tan acabadas excelencias que, con lo que a éste le sobra, podrían ser estimados muchos hombres. Con todas estas partes, nunca se vio varón tan humilde, ni tan comedido, ni tan gradescido.

>> Yo os certifico, señora, que no solamente lloran sus padres y deudos y criados su ausencia, mas muchos reynos, porque ni saben d’él, ni él está de voluntad de avisarlos dónde se halla. Y porque es muy conoçido en el mundo, y en la ora que en nuestra tierra se suene que un cavallero ha hecho en esta corte lo que ayer vistes, le vernían a buscar muchos cavalleros de su casa. Assí que, cuando Dios fuesse contento que la princesa tuviesse tal compañía, y este cavallero tal muger y señora, ninguno d’ellos se podría llamar engañado ni descontento. También os confiesso que, para lo que él ha sentido aver visto esta señora, que yo quisiera que no oviera venido a Londres, porque sin duda él la adora. Y si la vida no se le acaba temprano, antes de mucho tiempo sabréys las proezas y grandes hechos que hará, y en los peligros que su persona se verá y donde la porná por su amor.

Fulgencia no estava poco contenta de lo que avía oýdo y sabido rodear para que Laterio le dixesse lo que es dicho; pero, con gentil dissimulación y gradeciéndole su habla, dixo:

-Cavallero, yo tengo por cosa averiguada y cierta todo lo que de la persona y gracias y illustre sangre del Cavallero de la Rosa me avés dicho, y assí lo creo como lo dezís. Mas, porque quiero teneros entera amistad, y assí la desseo aver con él, merçed me haríades si mañana le hazéis que venga aquí a la primera oración que se dixere, a la ora que ésta de oy se ha dicho, porque yo le desseo conoçer mucho y ser su servidora. Que yo me verné sola con estas dos mugeres mías, o con la una d’ellas, y holgaré mucho de hablarle y saber d’él algunas cosas que desseo preguntarle; que bien sé, según quién es, que no me dexará quexar de su cortesía. Y porque es ora que la princesa se levante, y yo me tardo ya, Dios quede, señor, con vos, y vos os quedad, que yo nunca quiero que comigo vaya persona, en especial que en esta corte mucho se miraría si comigo os viessen tener conoscimiento, porque por la familiaridad y lugar que con la princesa mi señora yo tengo, y la que vos tenéys con esse cavallero, no sería bien juzgado. Pído’s por merçed le digáys que, aunque no me conosce, le plega conoçerme por lo que le desseo servir.

Laterio le dio las gracias que a esto se devían responder, y quedósse en el templo. Y no quiso porfiar de yr con Fulgencia ni hazer más de lo que le mandava.

Y assí ella se fue a palacio y se tornó la carta que la princesa le avía dado, porque le paresçía que sería mejor darla otro día al mismo Cavallero de la Rosa.

Y Laterio se fue para su señor, y no con pequeño plazer, porque le paresció que estava hecho gran principio para lo qu’el Cavallero de la Rosa desseava.

 
Capítulo XIIII: Donde se dize lo que Fulgencia dixo a la princesa y Laterio al Cavallero de la Rosa, y cómo, por medio d’estos terçeros, el día adelante todos quatro se vieron en el mismo templo, y de lo que allí /16-r/ passó. Y cómo este día se desafiaron los príncipes de Armenia y Escocia, y de lo que delante del rey passó entre el príncipe de Armenia y el Cavallero de la Rosa.

 Las cosas que de Dios vienen no tienen necessidad las gentes de ninguna diligencia para que se cumplan; mas, a lo menos, para no quedar quexosos de sí mismos siempre se deve tener solicitud en las cosas necessarias, y assí en estos amores se hazía. Porque Laterio, como era muy cuerdo y tenía en mucho lo que tocava a su señor, temía que algún desastre le suçediesse, visto de quánto peligro era esta negociación. Y d’esta causa, como temeroso de los infortunios que semejantes casos suelen tener, pensava siempre y desvelávasse en cómo se podría traer este hecho a seguro fin.

No estava fuera d’este cuydado Fulgencia, porque debaxo de su guarda y compañía estava la princesa, encomendada de sus padres a esta señora. Pues como llegó a palacio, tan grande fue el contentamiento que levava que no pudo dissimular, ni dexar de conoscer la princesa su alegría; la qual estava aún en la cama y, como la vido, mandó salir fuera las donzellas de la cámara, y quedaron solas.

Fulgencia dixo:

-Señora, sed cierto que lo que yo sospechava assí salió verdad: aquel gentil hombre que yo dezía es criado del Cavallero de la Rosa, y es cuerpo y ánima de sus secretos, y su camarero y hombre muy principal cerca d’él, y con mucho merecimiento, porque es la persona que yo he visto mejor hablada. Ha criado al Cavallero de la Rosa, y por esto verés qué tal puede ser. Si le conoscéys, ninguna duda tengo sino que le serés aficionada. Bien paresce hombre de mucha suerte y buena sangre; yo vengo certificada de lo que es el Cavallero de la Rosa, y con juramento solemne que me hizo este suyo me dixo que es de la más alta sangre del mundo (la qual deve ser de la casa de los emperadores de Costantinopla), y aún a lo que yo supe conoçer y congeturar, éstos deven ser griegos, que es la gente del mundo que oy mas sabe y de la más valerosa.

Y contóle por orden todo lo que avía passado con Laterio; aunque ninguna le sabía tampoco el nombre, dixo que no le avía dado la carta porque sería mejor dársela ella, y que se fuessen am[b]as el día siguiente a aquel templo para hablar al cavallero y que no fuesse otra muger ni persona alguna con ellas.

Dicho esto, la princesa quedó tan ufana que, sin responder a Fulgencia, le echó los braços ençima y la besó muchas vezes, saltándosele las lágrimas de alegría. Y luego le dixo:

-Amiga, bien pareçe que os pena mi pena. Lo que vos avés oy hecho no oviera otra persona que lo açertara a hazer con tanta astucia y secreto. A mí me pareçe que es muy bien lo que dezís, y que vamos mañana, y yo yré dissimulada y como criada vuestra, y en el templo podremos sentarnos en parte que aya la menos claridad que ser pueda, porque ninguno nos conozca sino el Cavallero de la Rosa.

Y con estas palabras y otras, que a este propósito hazían, estovieron mucho espacio departiendo.

En el mismo tiempo que ellas esto hazían, Laterio refería a su señor todo lo que avía passado con Fulgencia. Y después que largamente le dio cuenta de lo que la corónica ha dicho y el concierto que quedava con aquella señora para que otro día se viessen, el cavallero quedó muy ufano, y dixo:

-Laterio, yo espero en Dios qu’estos hechos acabarán gloriosamente, porque Él los guía por términos tales que no se espera mala nueva. Si d’esta habla de mañana sale fruto para que yo pueda ver y hablar a la princesa sin terçeros, no quiero más bien ni le puede aver para mí. Y hecho esto, /16-v/ razón es que sigamos nuestro camino para Albania, donde con la ayuda de Dios querría hallarme en los torneos y fiestas que allá se han de hazer, pues sabés que en cosa tan señalada se hallarán los mejores cavalleros de toda Grecia y de la mayor parte del mundo. Y allí avremos menester mucho concierto y secreto para no ser conoçidos más que en otra parte, pues somos naturales de aquellos reynos, y avemos de ser mirados desde el pie a la cabeça, y en conoçer al uno conoscerán a entr’am[b]os, porque saben que otra persona no truxe comigo sino a vos. Y porque en el tiempo se tomará el consejo que os parezca, tornando a hablar en esto que más me va, dezid qué persona es essa señora con quien avéys hablado, que bien creo que muger que tanto lugar y privança tiene con la princesa que no es sin méritos suyos.

Sin falta dixo Laterio:

-Ésta es una de las acabadas señoras y más bien hablada que yo hasta agora he visto, porque ninguna señal de liviandad ni sospecha de mal juyzio pude conosçer d’ella, sino claro indiçio para tenerla por maravillosamente sabia y onesta. Es de linda dispusición y muy agraciada, no es fea ni por cabo hermosa, pero de harto buen parescer. Podrá aver veynte y seys o veynte y siete años y, aunque dize que ha criado a la princesa, como creo que deve ser assí, no tiene rostro ni meneo sino de fresca y hermosa dama, y no de aver criado a la princesa. Pero verdad es que la princesa es de tan pocos días, según dizen y aún a mi juyzio, que no ha diez y siete años; y, caso que los aya, hedad es ésta para alcançarla ess’otra en la cuna. Ésta es muy excellente muger y muy sabida y, pues el rey y la reyna assí la estiman y tienen en compañía de su hija, de creer es que ay mucha razón para ello.

Y con estas palabras, y otras muchas al propósito d’esto, estovieron hasta que fue ora de yrse el Cavallero de la Rosa; el qual y Laterio fueron al mismo templo, y le mostró el lugar donde aquella señora se solía assentar y él la avía hablado. Y después que ovieron fecho oración, se fueron a palacio por ver al rey.

Y como entró en la cámara del rey el Cavallero de la Rosa, el rey lo reçibió con mucho plazer, y le hizo sentar çerca de sí. Y ya estava allí presente un cavallero que se llamava Arlonte, hijo del rey de Armenia, el qual era aventurero, y avía diez años que andava discurriendo por el mundo haziendo hechos de armas, y estava muy triste y descontento por no se aver hallado el día antes en las justas. El qual sería de quarenta y tres años y avía vençido a muchos cavalleros y muy señalados; y, según las proezas que avía oýdo dezir del Cavallero de la Rosa, estava muy desseoso de verle y de provar su persona con la suya.

Y como llegó el Cavallero de la Rosa y le vido, paresciéndole que era muy mancebo, crescióle la sobervia a Arlonte, y dixo:

-Cavallero de la Rosa: el señor rey, que presente está, y todos estos cavalleros, os son muy aficionados por vuestra persona y cavallería, y assí lo soy yo. Yo he venido a esta corte, donde tan nobles cavalleros siempre huvo y de tanto curso en armas, y principalmente en busca del príncipe d’Escoçia, que presente está, el qual tan famoso cavallero es en el mundo, a pedirle que quisiesse hazer armas comigo. Y como no sabía d’esta justa, quando vino a mis orejas yo me hallé muy lexos d’esta tierra, y llevava enderesçado mi viaje a Escocia, pensando hallarle en ella. Supe que era passado a estas justas que agora se hizieron, y procuré de darme toda la prisa que pude por romper mi lança en la justa con él, o con el cavallero que me paresciesse que más honrrado quedava. Y por su dicho y de quantos aquí están dinamente me pareçe que vos ganastes y se os dio el prescio y mucha honrra, con los más escogidos cavalleros que oy se hallan en Europa, o con /17-r/ la mayor parte d’ellos.

>>Yo soy hijo del rey de Armenia y príncipe d’ella. Llamánme Arlont; soy servidor de la más hermosa dama del mundo y de la que más mereçe, y assí lo devéys creer todos, pues porfiando y defendiendo yo esto me ha dado Dios muchas victorias contra muchos cavalleros y altos hombres; pero no puede hazer armas comigo ninguno que de bastardía descienda, ni carezca de ser real de todos quatro costados, salvo si él lo confiessa y afirma que es gentil hombre, fijo d’algo, porque no deva ser desechado por ello. Mas, en tal caso, hago armas con los que son de menos suerte que yo dándoles alguna ventaja, o en el puesto o en otra diferencia en que se conozca, o en dexar alguna arma de las mías, defensiva o ofensiva.

>> Y, pues vos y todos me avés oýdo y entendido, si con estas condiciones el Cavallero de la Rosa quiere que su persona a la mía se combata, lo que he dicho, en su mano será de aquí adelante.

Todos los cavalleros que ende se fallaron callaron, que ninguno respondió, porque parescía que aquesto tocava al príncipe d’Escocia y al Cavallero de la Rosa. Y esperando el uno al otro que respondiesse, estovieron un poco; mas, como las palabras de Arlonte fueron como es dicho y avían ya encendido alguna yra en los ánimos de muchos de los que allí estavan, y mucha más en el príncipe de Escocia y en el Cavallero de la Rosa, el príncipe tomó la mano para la respuesta y dixo al Cavallero de la Rosa:

-Señor, pues yo soy el que aqueste cavallero dize que ha venido a buscar, razón es que ayáys por bien de me dar lugar que yo hable por mí.

Y el Cavallero de la Rosa dixo que él holgava [de lo] (5) que dixesse. Estonçes el príncipe dixo a Arlont:

-Cavallero, vuestra fama muy notoria es, y vuestros hechos en muchas partes suenan. Justo me pareçe, pues dezís que soy el que andáys a buscar, que no os atravesés con el Cavallero de la Rosa hasta que comigo provés si podrés salir con la empresa que traéys. Y con licencia del rey, que presente está, y delante de Su Majestad, yo espero en Dios de mostraros que no defendéys justa demanda. Y essas ventajas que dezís que solés hazer a otros cavalleros que son menos que vos, guardadlas para con ellos. Que comigo, que soy hijo de rey como vos, no ay necessidad de aqueso. Y la señora cúyo soy conoçerá y sabrá, después que la batalla de entre mí y vos fuere finida, quánta ventaja haze a la que en este trabajo os ha metido. Yo no tengo más que dezir, sino qu’el rey, que presente está, señale el campo y el tiempo; y las armas sean las que quisiéredes.

Arlont dixo que le gradescía lo que dizíe, y qu’él tenía por açebtada su requesta. El rey quisiera que esto no viniera a conclusión y pensó estorvarlo, diziendo que le pessaría que dos personas tales y tan señaladas estoviessen en aquellos términos, y que mucho holgaría en que am[b]os dexassen aquel debate en sus manos y estoviessen por lo que él determinasse.

Pero como el rey dixo esto, el príncipe d’Escocia dixo luego:

-Señor, si os escudáredes de darnos campo, am[b]os le buscaremos en otros reynos fuera de los vuestros. Mirad qué grande ultraje sería para mí que d’esto no fuéssedes consentidor; antes os suplico que luego determinéys el día y elijáys el campo, o tenedme por escusado porque, si no lo avés por bien, yo digo que antes de veynte y quatro oras yré a buscar donde esta diferencia y mi afrenta queden sin cargo mío.

El rey dixo que, pues assí lo querían, que la batalla fuesse dende en cinquenta días, porque cada uno d’ellos toviesse tiempo de aderesçar su persona y armas, y las otras cosas que les fuessen necessarias. Y que las armas con que avían de combatirse, que él las quería señalar; y dezía que fuessen a cavallo con cubiertas y cuello y testera, y sus personas armadas de todas armas según /17-v/ los cavalleros se ofresçen a las batallas campales. Y que las lanças fuessen yguales y el sol se partiesse entr’ellos justamente, y desde dos horas después de medio día hasta el sol puesto durase el campo, y no más. Y que en este espacio cada uno d’ellos procurasse de aver la victoria, porque aquél passado no avían de llegar al cabo sus armas, ni avían de ser más en ningún tiempo el uno contra el otro.

E assí lo concedieron am[b]os y lo juraron y firmaron en manos del rey. Assí como la cosa estuvo en este estado sin passar tiempo ni razón entre medias, Arlont dixo:

-Si yo fuere vençedor, no entiendo salir d’esta corte hasta qu’el Cavallero de la Rosa y yo nos veamos en lo mismo.

Estonces el Cavallero de la Rosa le dixo:

-Si no fuera por ser yo cometido con el señor príncipe y holgar que él os respondiesse, primero provárades vuestra fortuna comigo; mas pareçióme que yo devía callar, pues al principio de vuestra habla confessastes que le veníades a buscar. Procurad salir de esse trançe, que bien tendrés dificultad en ello, aunque según vos mostráys, pues desde agora me aperçebís para adelante, por vuestra debéys de tener la vitoria. Y esso al cabo lo juzgará la ventura y los que os miraren. Y si vos saliéredes tal que yo deva traeros a la memoria lo que aquí avés dicho, al tiempo que convenga yo os lo acordaré. Cierto, yo os he oýdo loar a cavalleros, y tengo a buena dicha averos aquí visto, y a mejor la contara si vuestra habla a mí solo se hiziera. Tampoco quisiera que vos os loárades de vuestras hazañas, aunque las tengo por ciertas, porque siempre engendran sospecha y dan a entender qu’el cavallero que recuenta sus fechos no careçe de sobervia, porque la honrra de los cavalleros es muy delgada, y todos los juyzios que contra ella están aparejados no son de la misma professión. Bien será que aquesto se quede hasta ver cómo quedáys con el príncipe d’Escoçia, y, al tiempo que a mí m’estuviere mal no tornar a despertar estas palabras, yo os diré las que agora callo. Vos tenés, cavallero tan valeroso y tan señalado y muy espirimentado, con quién provés vuestra ventura, o con quien se os acabe.

Y, dicho esto, calló.

Y Arlont dixo:

-Cavallero, vos dezís que paresçe sobervia lo que he dicho, y assí lo sería si no fuesse cierto. Y porque en vuestras palabras he conosçido vuestros pensamientos, tiempo verná, como dezís, si a Dios le pluguiere, para que en esta plática más hablemos, y muy bien es que para estonçes se dexe.

Y el rey se levantó y se assentó a comer. Y aquellos cavalleros, algunos se fueron luego, en especial estos príncipes que avían de combatirse, y de aquella ora en adelante cada uno se dio el mejor recabdo que pudo en aderesçarse para la difinición de la batalla, ca muy valientes eran el uno y el otro.

Con el príncipe d’Escocia se salió el Cavallero de la Rosa, y le dixo que, por amor suyo, holgasse que él le armasse aquel día que oviesse de combatir. Y el príncipe le dixo que antes él se lo suplicava y se lo tenía en señalada merçed. Y am[b]os comieron juntos aqueste día en casa del príncipe, y de aý en adelante siempre fueron muy grandes amigos.

El príncipe de Armenia se fue de palacio, como es dicho, muy acompañado, porque venía muy aderesçado y con muchos cavalleros de su casa. Fuele acompañando el infante de Dinamarca, el qual no quería bien al príncipe d’Escocia.

Assí como estos cavalleros fueron salidos de palacio y el rey se sentó a comer con la reyna y la princesa su hija, allí se tornaron a repetir algunas palabras de las que arriba se dixeron, y todo lo passado. Y muchos cavalleros que allí avía loavan mucho a estos dos cavalleros que estavan desafiados, porque sus hazañas de cada uno d’ellos avían seýdo muchas y muy señaladas, y creýan que aquesta batalla avía de ser la más reñida y /18-r/ porfiada del mundo.

Y el rey dixo:

-¿No mirastes lo qu’el Cavallero de la Rosa respondió a Arlont? Sin duda lo habló como hombre de alta sangre, y yo le tengo por uno de los mejores y más bien hablados y corteses cavalleros del mundo, y mucho le desseo honrrar por las virtudes que en él veo. Y según lo que d’él pareçe, yo creo que él deve ser hijo de algún gran príncipe.

Allí se trató bien d’él, y todos los cavalleros que ende estavan le loaron mucho y repitieron en su alabança todas las palabras que avía dicho a Arlont, y les pareçió que avía ganado honrra en ellas. Y como vieron qu’el rey y la reyna hablaban [ tan bien] (6) en este cavallero, todos le honrravan y acatavan de allí adelante, como si fuera hijo del rey o príncipe eredero de aquel reyno.

No dexava él por esto de ser tan humilde y bien criado con todos como si fuera el más baxo gentilhombre de aquel reyno (y assí era tenido en más).

Dexa agora la historia de hablar en aquellos príncipes por tornar a los principios y discurso de la historia y propósito de las vistas qu’el día siguiente avía de aver entre el Cavallero de la Rosa y la princesa. Y dize que como la princesa ovo comido, se retruxo en su cámara a dar gracias a Dios porqu’el Cavallero de la Rosa no era el que avía de hazer armas con Arlont; porque, aunque pensava que era el más valiente que se podía hallar en ellas, no desseava ver su persona en aventura ni peligro, como si no le estovieran guardados otros mayores. Desseava qu’el príncipe de Escoçia vençiese, porque con hombre vencido el Cavallero de la Rosa no se combatiría. Estando en estas meditaciones, el rey y la reyna la embiaron a llamar, que aún no tuvo tiempo para hablar con Fulgencia.

 
Capítulo XV: Cómo el rey y la reyna hablaron a su hermano, el gran sacerdote, y él en nombre de todos tres habló a la princesa en el casamiento del Cavallero de la Rosa; y lo que respondió, y cómo se acordó que oviesse la noche adelante fiestas de danças, y que la princesa hablasse al Cavallero de la Rosa en presencia del sacerdote, su tío, en lo que le pluguiesse, para conoçer si tenía tal saber como dispusición y gentileza.

Como se dixo en el fin del capítulo antes d’éste qu’el rey y la reyna embiaron a llamar a la princesa, ella fue a ver lo que sus padres la querían; porque a aquella ora, sin aver alguna cosa de mucha importancia, la princesa no salía de su retraymiento.

Halló al rey y a la reyna, y con ellos al gran sacerdote, hermano del rey, hombre de grandíssima prudencia y autoridad. Y como la princesa entró, el sacerdote su tío la tomó de la mano y la sentó entre sí y sus padres; y, sentados, él dixo al rey que le dixesse para qué la querían o la avían mandado llamar, y el rey dixo que él se lo dixesse. Y assí el sacerdote començó su habla:

-Señora sobrina: bien creeréys que los que aquí estamos tenemos cuydado de veros colocada y en compañía de marido conforme a vuestra persona y edad, y conviniente al honor y propósito d’estos señores vuestros padres, mis hermanos, y al mío, /18-v/ que pienso que os amo como ellos, y desseo, antes que Dios me lleve d’esta vida, veros casada; pues lo que Dios me ha dado d’estos bienes temporales, vuestro es, y para vos están allegados. Y mucha culpa sería de todos tres si nos descuydássemos, viéndo’s ya en edad conviniente de buscaros la compañía que vos avríades menester, y aquestos reynos y señoríos que Dios os ha de dexar gozar y poseer después de los días d’estos señores (7).

>>Y como vos sabéys, ningún rey ni príncipe ay, de muchos que os an pedido, a quien vuestros padres os ayan querido dar, ni aun a mí no me ha pareçido jamás que sería bien alexaros de su compañía ni sacaros fuera d’estos reynos; y que, si casássedes con rey que os oviesse de llevar a su tierra y señoríos, que no haríamos más cuenta de vos que si nunca naçiérades para nuestro descanso y que, pues aquesto es assí, qu’el mejor consejo es tomar persona que aya por bien de quedar en estos reynos con vos y con nosotros; y que, aunque no tenga tanto como vos en señoríos y reynos, basta que tenga generosidad de sangre y persona con ella que a todos nos satisfaga y a vos os contente. Y como quiera que aquestos señores y yo ha muchos días y algunos años que en esto nos desvelamos, y tenemos muchas informaciones de assaz príncipes y cavalleros de alta guisa, siempre nos las han embiado confussas y faltas de algunas cosas, y esto házelo que muy pocos hombres o ninguno se halla perfeto o a nuestro contentamiento. Del que dizen que es de alta sangre y gentil dispusición, dízennos que no es animoso ni liberal; y del que dizen que es animoso, dizen que es atrevido y no sabio; y del que dizen que es sabio y prudente, dizen qu’es covarde y que tiene otros defectos. De manera que, si una cosa tiene buena, otra o otras dos tiene por el contrario. D´esta causa avemos estado temerosos en la eleçión de los tales, y es mucha razón que, padres que an de dar una hija y tal y [tan bien] (8) dotada de dones del cielo, y tan grandemente eredada en la tierra, y a quien tanto aman, que se mire muy bien primero que la enajenen. Yo siempre les he acordado que se satisfagan por su vista del que ovieren de tomar por hijo y marido vuestro, y ésta ha sido la causa de grandes gastos exçessivos que se an hecho en mandar hazer quantos torneos y justas y fiestas vos vedes que de cinco o seys años a esta parte en Londres se an fecho.

>> Agora yo he visto este Cavallero de la Rosa que a esta corte vino, y vuestros padres me han dicho lo que ayer hizo en la justa, y lo que oy habló y dixo al príncipe de Armenia. Y, passando algunas vezes por mi posada, me le han mostrado, y me ha paresçido muy bien y mejor que todos los hombres que jamás vi, y este mismo contentamiento tienen estos señores d’él. Y nos ha paresçido que, si Dios fuesse servido, y como ha dado tantas partes de valeroso y gentil cavallero a este hombre, le ha fecho de real sangre, que vos estaríades bien casada con él si seguros estoviéssemos que reposaría en este reyno y señorío. Y todos tres estamos conformes en esto si vos estáys bien en ello. Junto con esto, si verdad han dicho los estrólogos y sabios que en vuestro naçimiento han hablado, estraño ha de ser vuestro marido y el mejor cavallero del mundo. Y el tiempo se açerca en que le avés de tener. Demás d’esto, en mis vigilias y oración el soberano Dios me ha satisfecho y puesto en la mente que os está muy bien este cavallero. El rey y la reyna os mandan (como otra vez que sobre esto mismo me dizen que os han pedido vuestro pareçer), y yo, señora sobrina, os lo ruego afectuosamente, que digáys lo que en esto os satisfaze. Y si en ello alguna dificultad sentís, no lo callés, que en fin vos soys a quien más principalmente ha de estar bien o mal este fecho. Y si ay más que dezir en ello, dezildo, señores, y la princesa di- /19-r/ -rá y hará lo que mandáys.

El rey y la reyna dixeron que todo lo qu’el gran sacerdote avía dicho era lo que se podía dezir, y lo que ellos mismos dezían; y mandaron a su hija que dixesse lo que le paresciesse.

La princesa Dorendayna, mudando colores y casi turbada, les dixo:

-Señores: escusado me pareçe a mí dar voto en esto ni pedírseme, pues ningún efecto se devría tomar en tal caso de lo que yo dixere donde Vuestras Altezas y Señoría Reverendíssima y muy illustre estáys. ¡Qué puedo yo pensar, ni hablar, que no lo alcançéys y sintáys mejor que yo! Si por esta obidiencia filial que, como hija, os devo, todavía mandáys que hable en esto, digo qu’es verdad que muchas vezes me han pedido príncipes y cavalleros muy señalados, y lo que estonçes tenía propuesto es lo que agora tengo de hazer, que será escojer vosotros quién ha de ser mi marido, y yo obedeçerle como a tal, aunque fuesse el más pequeño siervo del mundo.

>>Mas, porque lo que queréys saber de mí no es aquesto, yo he mirado en este cavallero con el fin que devía, y no con el que le mirara si pensara en esto. Lo que d’él he visto que hizo en la justa, Vuestras Altezas lo vieron y mejor juzgaron que yo lo pude juzgar, aunque fui quien determinó su vitoria y le dio el prescio d’ella. Y también me pareçe que su persona es de muy gentil dispusición y criança; y dado que yo le he hablado (como ningún hombre en poco tiempo se puede conoçer, menos se sabe derechamente juzgar), de los que yo he visto hasta oy, el que mejor me ha pareçido es.

>>Mas ta[m]bién desseo hablarle primero, porque estaré en lo que dixere con más aviso, por ver si sabré entender lo que sabe, si para esto Vuestras Altezas dan la manera que se deva tener. Y querría que, quando yo le hablasse, estoviesse cerca de mí quien le preguntasse lo que yo no hiziesse o no se me acordasse, y que fuesse persona de alto entendimiento. Y si este juyzio o saber, que es la más noble cosa del hombre, aquéste le tiene tan acabado y loable como conviene y, junto con esto, no careçe de la generosidad que pedís y del sossiego que es necessario que tenga quien ha de ser rey de Inglaterra, mi paresçer sería que éste toviéssedes en más, y para más propósito vuestro, que a ninguno de los otros que hasta oy se han hablado o querido hablar en esto.

>> Mas, para final conclusión, digo que yo no quiero ni he de querer que sea sino el que, señores, quisiéredes. Y no va más que sea agora que de aquí a algunos años, pues Vuestras Altezas bivirán muchos años, para que con más acuerdo y más a vuestra voluntad haga Dios de mí lo que más sea servido, y más a vuestro contentamiento.

Muy bien les pareçió la respuesta de la princesa, y sabiamente habló; y paresciéndoles que ella estava muy conforme con lo que hiziessen, el gran sacerdote dixo:

-Señores, mucha razón demanda la princesa, y muy justa cosa es que ella hable a su guisa a este cavallero; y para esto mandad que aya mañana fiesta de damas y danças; y como el Cavallero de la Rosa venga a ellas, la princea le hará qu’esté cerca d’ella, y le hablará lo que quisiere, que yo fío que le sepa bien interrogar y entender mejor que otra persona. Y, pues quiere que aya terçero con ellos, yo lo quiero ser, por mejor conoçer y mirar este hombre, si a todos os pareçe.

La princesa dixo luego que ella se lo tenía a muy señalada merçed, porque sabría bien comprehender lo qu’el cavallero supiesse y ella no alcançasse. El rey y la reyna dixeron lo mismo, y quedaron que assí se hiziesse, y que después tornarían a la habla en su tiempo conviniente, porque era muy bien que la princesa fuesse satisfecha de lo que pedía.

Y en este acuerdo todos quatro quedaron conformes, y el gran sacerdote se fue de palacio, y la princesa se passó a su aposento. Este mismo día el rey embió dezir al príncipe de Armenia que le avían dicho que era muy gran dançador, que por amor suyo /19-v/ que mañana viniesse a la fiesta que se haría, y que se aperçibiesse que todas las damas le esperavan y estavan desseosas de ver cómo lo hazía. El príncipe embió dezir al rey que assí lo haría como Su Alteza mandava, y qu’él yría y dançaría, pero que no estava bien informado el rey ni las damas, porque nunca avía dançado a la manera de Inglaterra, ni aún en la de Armenia no lo hazía tan bien como otro; mas que satisfaría su mandado con lo que supiesse.

Esto hizo el rey porque oviesse lugar la habla del Cavallero de la Rosa y de la princesa su hija delante del gran sacerdote, como estaba entr’ellos acordado, para que se supiesse mejor lo que aquel cavallero sabía, porque el sacerdote era uno de los más sabios hombres que en el mundo se hallavan, y por tal era tenido.

Mas, después que la princesa se fue a su cámara, se retruxo con Fulgencia, y le contó todo lo que sus padres y tío y ella avían passado, y lo que quedava concertado. D’esto començó Fulgencia a dar muchas gracias a Dios, y le dixo:

-Señora, yo espero que todo suçederá como Dios se sirva, y vos estéys muy contenta y la mejor casada de todas las que biven.

Y con esta plática, todo el tiempo que d’este día y noche les sobró, o podían estar sin otra compañía, lo passaron hasta el día venidero.

 Capítulos XVI-XX