Capítulo VI: De lo que passó el día de la justa y de las cosas y maravillosos encuentros que don Félix hizo, y cómo salió devisado, y por qué se llamó dende en adelante el Cavallero de la Rosa, y cómo ganó el precio. /7-r/

Llegado el día de la justa, que fue muy claro y aplazible para verse tanto número de cavalleros principales ta[n] bien armados y tan diestros, don Félix como hombre de hecho se armó, y salió vestido de negro, y los paramentos de sus cavallos de lo mismo, y tomó por devisa y çimera sobre sus armas y atavíos una rosa blanca (porque aquésta era la devisa y enseña de la princesa y del rey, su padre); y sobre los paramentos yvan sembradas muchas rosas, puestas por tal concierto y manera que, aunque no yva tan rico como otros que a la justa salieron, era el más luzido y más mirado de todos.Y assí como fue de día se encomendó a Dios y le suplicó que le guiasse y favoresçiesse, y comió dos bocados e[n] pie ya, siendo armado con poco reposo de ánimo, porque desseava verse en el hecho. Y como supo qu’el rey y la princesa eran salidos a ver la justa, y que esperavan a los cavalleros aventureros, luego don Félix tomó el yelmo y le dieron un muy hermoso cavallo. Y su persona armada de todas las armas a punto de guerra, porque assí se avía de hazer la justa, la qual con el preçio d’ella se ganava por quatro carreras las primeras, y los juezes d’esto avían de ser el rey y la princesa.

Y assí se fue a la tela solo, porque, como era estranjero, no tuvo quién le hiziesse compañía, y púsosse al un cabo de la tela como hombre apartado de conversación, puesto que su disposición y armas y el gentil semblante que en ellas mostrava y aquella devisa de la rosa fueron causa para que todos en él mirassen mucho, y la princesa mucho más. Y como el rey lo vido estar solo, mandó a su cavallerizo mayor que fuese al Cavallero de la Rosa (y así lo llamaron de aý adelante) y supiesse d’él si era del reyno o estranjero, y le dixesse que le rogava le embiasse a dezir su nombre. Y el cavallerizo, compliendo el mandado del rey, llegó al Cavallero de la Rosa y le dixo:

-Cavallero: el rey, mi señor, os ruega por lo que devéys a cavallería que le embiéys a dezir si soys d’estos sus reynos, y cómo es vuestro nombre, que en gran servicio os lo terná, y assí os lo digo de su parte.

El Cavallero de la Rosa le respondió:

-Cavallero, dezid a Su Alteza que yo soy estranjero en verdad, y que, pues de dos cosas le he dicho la una, que suplico a Su Alteza no quiera saber ni nombre hasta que el nombre sea digno de que se sepa.

Y con esta respuesta el cavallerizo se fue al rey y a la reyna y a la princesa, y les dixo lo qu’el cavallero dezía. Lo qual fue muy notado, y al rey y a todos los que aquello oyeron les pareçió que aquel cavallero devía ser de alta guisa y mucha cordura, y que bien lo mostrava en lo que dezía; y no le quiso importunar. Mas mandó al mismo cavallerizo que le sirviesse de la lanças y le acompañasse, porque, aunque no oviesse otra causa sino ser estranjero y averse presciado de se armar y señalar sobre sus armas de la empresa de la rosa, le parescía al rey que le era obligado, y que aquel cavallero devía ser aficionado a él y a su casa, o ser de su misma sangre. Y, visto el mandado y voluntad del rey, el cavallerizo mayor se fue al Cavallero de la Rosa y le dixo:

-Cavallero, podés vos dezir que el rey, mi señor, vos comiença a hazer más favor que a cavallero estranjero él suele hazer sin le aver conoçido, porque en verdad grande es el amor que Su Alteza muestra teneros. Hame mandado que como a su persona os siga y acompañe en esta justa, y cierto assí lo /7-v/ haré. Y yo desseo que vuestra fortaleza o ventura fuessen oy tan conformes que os diessen la vitoria, y que vuestra destrez fuesse tan bien mirada como lo es vuestra persona y dispusición.

El Cavallero de la Rosa dixo que besava los real[e]s pies y manos a Su Alteza y a él se lo tenía en merçed, y que bien creýa que, si la Fortuna en este trançe no le era contraria, que con tan señalado favor y merçed y con tal compañía avía de llevar lo mejor de la justa.

Y en este tiempo llegaron luego a la tela el príncipe de Escoçia y el infante de Dignamarca y un hijo del duque de Borgoña, y otros muchos cavalleros estranjeros, y también otros de aquel reyno. Y como avía algunos días que se esperava esta jornada, aunque eran estranjeros, todos se avían dado a conoscer los unos a los otros y se reconoscían ya en sus armas y criados y en sus devisas, pero ninguno conoscía al Cavallero de la Rosa; y como le vieron ser el primero en el campo, y llegaron casi a un tiempo el príncipe de Escoçia y el infante de Dinamarca, entre ellos ovo alguna contención sobre quál correría su lança primero con el Cavallero de la Rosa.

Y, como el rey quiso saber sobre qué debatían, embióles a dezir que, pues la princesa su hija era juez y avía de dar el prescio, que no avían de correr sino por la orden que ella lo ordenasse. Y al príncipe y [al] infante y a los otros cavalleros les plugo tal difinición, y la princesa dixo luego que corriesse con el Cavallero del la Rosa el que antes avía seýdo armado cavallero de los que estavan allí. Y por esta razón corrió primero un cavallero llamado Urial, hijo del duque de Millán, y muy señalado en cavallería. (Era tal costumbre en las justas de aquel tiempo, o a lo menos en aquel reyno estonçes, que, aunque fuesse el prescio a ciertas carreras, quedasse por mantenedor en la tela el que mejor lo hazía, hasta que otro por buena justa le sacasse de la tela; y por esta orden justavan, puesto que para el preçio se contassen las quatro carreras primeras y no más, aunque fuessen más señaladas las otras, o mejor corridas).

Assí como la princesa declaró que Urial avía de correr primero y después según cada uno viniesse a la tela, Urial tomó una gruessa lança, que bien le pareçió que la avía menester. Y el Cavallero de la Rosa ya tenía otra bien gruessa, porque en el peso cada uno tenía licencia de hazerla tan gruessa y cargada como quisiesse, con tanto que todas fuessen de una medida. Y luego se fueron el uno contra el otro quanto bastava la fuerça de los cavallos, y el Cavallero de la Rosa le dio tan grande encuentro a Urial en la vista que le sacó la alta pieça de la cabeça y rompió la lança en muchos pedaços, y le hizo quedar tan atónito del encuentro que sin sentido lo llevaron de la justa. Puesto que Urial rompió su lança muy bien, pero no hizo más mudança en el Cavallero de la Rosa que si no le oviera encontrado, de lo qual se maravilló mucho el rey y quantos lo vieron, porque era de grandes fuerças Urial y llevava muy poderoso cavallo, y aún dize el ystorial que no sólo fue loado el encuentro qu’el Cavallero de la Rosa avía fecho, pero que fue causa de ser temido de los otros que esperavan correr con él.

Para la segunda carrera no ovo contención entre el príncipe de Escocia y el infante de Dinamarca. Y el príncipe corrió tras Urial, y como todos desseavan llevar lo mejor, así como el uno partió contra el otro con sendas lanças muy rezias -porque assí lo eran las fuerças de am[b]os y casi de una edad- diéronse tales encuentros que fue juzgado por todos los que allí se hallaron que en una carrera nunca tan grandes encuentros avían visto. Porque el príncipe le encontró al Cavallero de la Rosa en la buelta del escudo, y le hizo tomar tal revés que se le apartó el cavallo de la tela más de cinco passos, y rompió su lança en muchas pieças. Mas no hizo desdón su persona: el Cavallero de la Rosa encontró al príncipe en medio del escudo y dióle tal encuentro que dio con él y con el cavallo en tierra, y le quedó hincado /8-r/ un troço de lança en el escudo, el qual le passó; y si debaxo no llevara muy buenas armas le matara.

Muy maravillada quedó la princesa de aquello, y así mismo el rey y todos los cavalleros, porque hasta entonces este príncipe d’Escocia era tenido por el mejor justador que jamás se vio en aquel reyno, y demás d’esto era muy valeroso varón, y en esfuerço se avía muy bien señalado en muchas partes. En este punto començaron el rey y la reyna y la princesa y toda la corte a una boz a loar el Cavallero de la Rosa y dezir que era el más diestro y rezio y más hermoso justador que en el mundo avía; y todos desseavan que fuessen acabadas las justas por ver su rostro. Y rogavan a Dios que no quisiesse que su persona fuesse menos acabada y gentil sin arnés de lo que su dispusición armado se mostrava. Y la princesa estava ya tan aficionada al Cavallero de la Rosa que nunca assí le paresció otra persona, y por su onestidad no osava loarle todo lo que ella quisiera, y también porque no paresciesse que vituperava o desdeñava a los otros cavalleros estranjeros y de aquel reyno que la pedían y la desseavan servir.

Urial ni el príncipe d’Escocia no justaron más, ni pudieran aunque quisieran. Antes, assí como el príncipe cayó de su cavallo con él, puesto que no quedó herido, se fue a desarmar y tornó luego a las justas, y se subió a par del rey y començó a dezir tanto bien del Cavallero de la Rosa que en otra cosa no hablava sino en loores de su persona.

El terçero que corrió contra el Cavallero de la Rosa fue el infante de Dinamarca; éste no era tan rezio como diestro, y como este exerçiçio quiere lo uno y lo otro, el Cavallero de la Rosa le derribó de la silla y le quebró el arzón postrero, y quebró en él su lança por muchas partes, y hizo poner al cavallo del infante las ancas en tierra, y el infante le herró al Cavallero de la Rosa.

Vistas estas tres carreras, todos los que allí se hallaron quedaron muy admirados y dezían que aquel cavallero era el más acabado y el más dino en armas de aquel tiempo.

La quarta carrera que corrió fue con su hijo del duque de Borgoña, el qual era muy cursado en tal exercicio, y pensava llevar lo mejor d’esta jornada quando allí vino. Pero como avía visto lo passado, otra cosa le pareçíe. Era varón de gran fortaleza y traýa muy singulares armas y cavallo, y con esto entera confiança de salir mejor que los tres que avían corrido; y por esto embió a dezir al Cavallero de la Rosa que oviesse por bien, después que passassen sendas lanças, que se diessen ciertos golpes de espada, porque en ello era uno de los que hasta entonçes en aquellas partes mijor lo avían fecho. El Cavallero de la Rosa le embió a dezir que a él le faltava una lança por correr; que le pedía por merçed que con él o con otro se la dexasse romper, y que, hecho aquello, si el rey y la princesa oviessen por bien que de justa se tornasse en torneo, que él holgaría d’ello, porque desseava complir su requesta.

Como en estas palabras passó algún intervalo de tiempo, aunque fue poco, el rey y la princesa, que eran juezes, bien vieron los mensajeros que del uno al otro yvan, y quisieron entender aquello. Y como les fue dicho lo que aquellos dos cavalleros se avían embiado a dezir el uno al otro, loaron la respuesta del Cavallero de la Rosa, porque les paresçió que devía ser muy sabio y cortés. Y en esse punto embiaron a dezir al cavallerizo mayor que dixesse al cavallero, su ahijado, que quien tan bien lo avía hecho en las tres carreras no se excusasse de correr la quarta.

Y luego tomó una lança gruessa y el cavallero borgoñón tomó otra tal, y diéronse muy grandes encuentros porque el Cavallero de la Rosa perdió gran pieça. Y el cavallero borgoñón gela llevó del encuentro y rompió su lança muy bien; y el Cavallero de la Rosa le encontró en la vista y le metió dentro del yelmo la punta de la lança, y le dio /8-v/ una herida en el rostro. Y si poco más en lleno le encontrara, ningún remedio tuviera; y quedóle el hierro con más de dos palmos de asta metido por la vista. Y le hizo dar cinco o seys cabeçadas en las ancas del cavallo; y por el troço de la lança salía mucha sangre, puesto que la herida no era mortal, ni los miradores pensavan que dexava de serlo, antes creýan que lo avía muerto, y todos tenían pena d’esto, porque era muy buen cavallero éste de Borgoña y bien quisto en aquella corte, y cercano deudo del rey, porque era hijo de su prima.

Y como andava assí desatinado del grande encuentro, el rey lo mandó socorrer, y muchos se llegaron presto a él y lo apearon y desarmaron luego, aunque mucho trabajo en ello tovieron; pero como vieron que hablava, túvose esperança que la herida podría tener remedio. Y sin duda el que más pena d’esto tenía era el mismo Cavallero de la Rosa, porque, aunque desseava honrra, no la quisiera con la muerte de nadie. No quiso correr más lança hasta saber qué tal estava el cavallero de Borgoña; mas como le desarmaron y se vido que la llaga no era de peligro, todos quedaron regozijados de la vitoria del Cavallero de la Rosa y muy aficionados a él. El cavallero de Borgoña le embió dezir que le tenía en merçed la pena que avía tenido, y que holgasse, pues no era de peligro, como a él le plazía de aver rescebido aquel encuentro de la mano de tan gentil cavallero.

La re[s]puesta del Cavallero de la Rosa fue tenerle en merçed lo que dezía y embiarle a dezir que ninguna cosa le pudiera suçeder de que tanto holgara como de saber qu’estava bueno y que lo demás, cosas eran que guiava la Fortuna; y que a él le parescía sentía su persona más el encuentro qu’el cavallero de Borgoña le avía dado que no sentiría él el suyo.

Y porque sería largo d´escrevir las proezas y cosas qu’el Cavallero de la Rosa en esta justa hizo con todos los que con él justaron, dize la hystoria que derribó nueve cavalleros y cinco cavallos, y que quebró treynta y seys lanças sin errar ninguna ni hacer desdón ni cosa que se le pudiesse afear. Y tan rezio y bivo anduvo en el fin de la justa como en la primera lança que aquel día rompió, de guisa que assí los cavalleros que justaron como los que miravan la justa dixeron qu’el preçio de aquel día y de todos los cavalleros que jamás justaron le avía ganado el Cavallero de la Rosa. Y todos desseavan saber qué prescio le daría la princesa, y mucho más desseavan verle y conoscerle.

Como la noche dio término a la justa y cessó, todos aquellos cavalleros se fueron a desarmar, y el Cavallero de la Rosa se fue al mesón donde possava, contra la voluntad del cavallerizo mayor, que no quisiera dexarle apear allí, sino llevarle a su casa, pero no lo pudo acabar con él. Y como vido que de aquél lo holgava no quiso más porfiarlo; mas apeósse con él y ayudóle a desarmar por le ver y hablar fuera del yelmo. Y como le vido, quedó espantado de ver tan complida disposición y hermosura, y tan gentil criança y cortesía, puesto que todo esto estava en edad de .xxii. años que el cavallero avía. El cavallerizo mayor le pidió por merçed que no se fuesse a la fiesta sin él y que le esperasse, porque él quería venir a le acompañar, como después lo hizo. Y el Cavallero de la Rosa le prometió de hazerlo así.

 
Capítulo VII: Cómo el cavallerizo mayor del rey, después que dexó al Cavallero de la Rosa en su posada, se fue al rey y a la reyna y a la princesa y les dixo quán gentil hombre era el Cavallero de la Rosa quitadas las armas, y de cómo bolvió por él para traerlo a la fiesta; y de lo que el rey le embió a dezir con el cavallerizo, y le hizo llevar una ropa y un collar de mucho prescio y valor./9-r/

El cavallerizo mayor no se fuera de la possada del Cavallero de la Rosa tan presto sino porque conosçía la voluntad que le tenía el rey. Quiso ser el primero que le diesse noticia de la estrema y hermosa dispusición de aquel cavallero; y a esta causa se fue derecho a palacio y entró donde el rey y la reyna y la princesa estavan retraýdos vistiéndose para salir a la fiesta de las danças. Y cada uno d’ellos le preguntó que qué persona era el Cavallero de la Rosa y qué dispusiçión tenía fuera del arnés, porque con él ya le avían juzgado por la más hermosa persona del mundo.

El cavallerizo mayor les dixo:

-En verdad, señores, no creo que Dios ha hecho tal cavallero, ni en una persona se vieron tantas partes a loar, porque es el más lindo y dispuesto y el más cortés y más grave en sus palabras, que la umanidad ha mostrado en él lo que más pudo obrar naturaleza. Paréçeme, pues Dios le hizo tan acabado, que si su sangre es conforme a lo que en este hombre se vee, que ninguno ay tan dino de ser señor de mucha parte del mundo como éste. No tiene ser ni manera para que ninguno pueda, loándole, acabar de dezir lo que es.

Mucho se holgó el rey de oýr estas nuevas, y la reyna asimismo, y más la princesa, aunque callava, y más regozijo tenía, y no veýa la ora que salir a la fiesta por ver al Cavallero de la Rosa. En esse punto mandó el rey al cavallerizo que luego tornase al Cavallero de la Rosa y le llevase de su parte una ropa muy rica y un collar con muchas perlas y piedras de mucho valor; y embióle dezir que por amor suyo lo rescibiesse, y que no se entendía que era el preçio de la justa sino señal del amor que le tenía; y que el precio, pues le avíe también ganado, que viniesse a rescebirle, que la princesa su hija era la que le avía de dar.

Y con esto el cavallerizo se fue a la posada del Cavallero de la Rosa, que l´estava esperando. Y como le dio la ropa y el collar que el rey le embió y le dixo lo que el rey dezía, no tuvo desde esta ora por mal empleado su camino ni su pensamiento, y con mucha cortesía y reposo dixo al cavallerizo que el rey hazía como liberal y gratificava sin obligación a los cavalleros que le desseavan servir, y que assí creýa que hazíe crecidos galardones a los que le tenían obligado, y que lo que con él hazía era para hazerle continuar el desseo que a su servicio tenía, aunque para acrescentar su voluntad muchas merçedes le sobravan, pues no pensava qu’el tiempo ni la vida le podrían sacar de deuda tan manifiesta, ni de dessear mereçer a Su Majestad tanto favor. Y que este mismo desseo le quedava para qu’el cavallerizo conosciesse en quánto tenía su amistad y conoçimiento.

Y con estas palabras acabaron su habla y se fueron a palacio.

 

Capítulo VIII: En que se contiene cómo el Cavallero de la Rosa fue a la fiesta de las danças, y dançó con la princesa, y rescibió d’ella el precio del mejor justador; y ella le rogó que le dixesse su nombre, y el cavallero le prometió de no salir de aquel reyno sin dezírselo, y le dio la carta que para ella le avía dado Lucrata en Francia, y la princesa lo rescibió por su cavallero. Y de otras cosas que aquella noche passaron en estas vistas dinas de hystoria.

/9-v/

Passadas muchas palabras y cortesías entre el Cavallero de la Rosa y el cavallerizo, se vistió la misma ropa que el rey embió y se puso el collar; y en lo demás del atavío de su persona ninguna cosa le faltava para yr galán y ricamente vestido.

Y fuéronse a palacio acompañados de muchos cavalleros de casa del rey que a esto venían; y antes que allá llegasse toparon a muchos de los que avían justado. Cada uno d’ellos llegó a le hablar y ofresçer su persona y su amistad, y el Cavallero de la Rosa los rescibía con tanto amor y cortesía que todos le quedavan obligados y espantados de ver su hermosa dispusición y gentil criança.

Y d’esta manera llegó a la sala donde el rey y la reyna y la princesa, su hija, con muchas damas estavan esperando la fiesta, y más al Cavallero de la Rosa, al qual el rey y la reyna y la princesa se levantaron, y le hizieron gran cortesía, como si fuera rey o príncipe que tanto estado como ellos tuviera. Todos los grandes y señores que allí se hallaron s´espantaron de tanta cortesía, y alguno de los privados del rey ovo que dixo:

-Señor, ¿qué cortesía le hiziérades a este cavallero si fuera rey?.

El rey dixo:

-Si fuera rey, tratárale como a rey; y así trátole como hombre que meresce ser rey.

Mandóle asentar cerca de sí, y en el lugar que se sentaría si ya fuera su yerno, porqu’estava muy junto con la princesa. Y luego el rey le dixo:

-Cavallero, yo huelgo mucho de favoreçer los cavalleros estranjeros, en especial los que veo dinos de ser honrrados; y comoquiera que esto es de mi costumbre, mucho mejor cabe en vos que se os haga toda cortesía por vuestra persona y valor. Y, aunque aquí no sabemos quién soys en sangre, a mí me paresce que si de los más baxos hombres del mundo viniéssedes, por vos meresces tanto como los más altos. Yo ternía a muy buena dicha saber quién soys, puesto que ternía mi juyzio por ciego si no os toviese, según lo que de vos he visto, por ombre de alta guisa. Y desde agora os tengo por muy deudo y amigo para todo lo que yo pudiere favoresceros, y esta misma voluntad tened por cierta en la reyna y en la princesa mi hija; y teniéndola en nosotros así lo hallares en todos nuestros reynos para ser mirado como muy propinco a nuestras personas en amor y deudo. Ya he sabido que vuestro nombre querés qu’esté secreto; deseo saber qué os movió a poner en vuestras armas y devisas la rosa que es nuestro apellido y enseña, porque sospecho que a esto os daría causa tenernos amor o ser de nuestra sangre.

El cavallero, como era de sotil entendimiento y muy sabio, con mucho sosiego y gentil gracia respondió al rey:

-Señor, poca es la vida para serviros tantas y tan señaladas merçedes como vuestra grandeza me ofresce y de vuestra liberalidad he rescebido. Lo que no pudiere satisfazer mi persona, vuestra misma amplitud y mi desseo lo suplen para todo lo que bastare mi ser, el qual ofresco a vuestro servicio y de la reyna y princesa, pues todo es la misma cuenta. La causa que me movió a intularme de la devisa de la rosa no es la sangre, porque yo soy de parte muy estraña d’ella, mas es la voluntad que me á traýdo desde muy lexos a conoçerla y preçiarme de ser invencionado y devisado de vuestra devisa. Bien conozco que hize atrevimiento en ponerla sobre mi cabeça y armas sin vuestra licencia; mas agora, señor, os la pido para la traerla hasta que muera, si veys que soy dino de aquesta merçed.

El rey y la reyna y la princesa se holgaron mucho de ver su cortesía, y el rey tornó a dezirle que en verdad él le gradeçía todo lo que dizíe, y avía por bien que truxese la rosa y de tener[le] por muy entrañable y çercano deudo.

Y dicho esto bolvió a la princesa y dixo:

-Hija, todos estos cavalleros esperan que juzguéys la justa y déys el precio d’ella a quien /10-r/ le meresce.

La princesa dixo:

-Señor, visto está quién le ganó.

Y diziendo esto, sacó del dedo quinto de su siniestra mano una sortija con un diamante muy bueno y de gran valor, y dióle al Cavallero de la Rosa. Y dándosele, tom[ó]le de la mano para dançar con él. Y el cavallero hincó la rodilla y porfió por besarle la mano, mas la princesa no lo consintió; y besó el anillo, y púsole encima de la cabeça. Y como am[b]os a dos se apartaron del rey y de la reyna por la sala adelante para dançar, en aquellos passos que dieron mano a mano antes de lo començar, la princesa le dixo:

-Cavallero, por lo que devéys a vuestro hábito militar me avéys de dezir quién soys antes que d’esta corte os vays.

Y el cavallero dixo:

-Señora, vos me avés traýdo a Ynglaterra; yo no saldré d’ella sin conplir vuestro mandado, aunque esté aquí pocos días por ser forçado que vaya a Albania, donde están llamados y se esperan los más valerosos cavalleros del mundo para los torneos y justas que allí se han de hazer. Y antes que comiençe este camino, yo compliré mi palabra; terníame por dichoso si tal jornada en vuestro nombre hiziesse, y pensaría ser siervo y cavallero de la más alta y acabada dama del mundo.

Pues como el tiempo no les dio oportunidad para más palabras, solamente le dixo la princesa que, aunque el rey y la reyna se retruxessen, no se fuesse de la sala el cavallero, porque le quería preguntar otras cosas.

Y con esto començaron luego a dançar. Cada uno d’ellos lo hazía bien estremadamente; y como ya sus voluntades estavan prendadas y se amavan, olvidávanse los passos y tornavan al tiempo, no sin parescer bien aquel descuydo a los miradores. Y así andovieron una dança a la costumbre de Inglaterra. Y la princesa se tornó a sentar donde primero estava, y el rey rogó y mandó al Cavallero de la Rosa que se sentasse más çerca de la princesa; a él ni a ella no desplugo, y, en tanto que los otros cavalleros y damas dançavan, la princesa preguntóle muchas cosas al Cavallero de la Rosa sin ofensa de su onestidad y graveza. Pero, como hablava con quien la entendía, llevava la respuesta no fuera del propósito; y tanto quanto más la plática les duró, tanto más cresció el afición en am[b]os para que los desseos del uno y del otro en congoxa los pusiesse, trocando colores. Y aquélla (3) con su cordura poniendo en disimulación no pudo bastar la razón en ella ni ser parte para qu’el cavallero no conosciesse que avía plazer de hablarle; ni ella quedó ynocente de quán prendado y sujeto le tenía.

Después qu’el rey y la reyna estovieron çerca de dos horas en la fiesta se retruxeron, y mandaron a la princesa que quedasse allí lo que le pluguiesse, y hiziesse mucha onrra y cortesía al Cavallero de la Rosa; el qual, dando al rey y a la reyna las devidas gracias por aquella merçed, desque los huvo dexado a la puerta de la cámara de donde le hizieron bolver, se tornó a la princesa y huvo más de dos oras d´espacio para la hablar a su voluntad.

Y le dixo:

-Señora, yo yva a buscar mis aventuras por el mundo; y en la corte de Francia acaso hablé a una señora que es vuestro deudo y muy aficionada; y, aunque yo me venía de camino a veros, ella me dio más prisa, y una carta que os escrive.

Y diziendo esto, se la dio. Dezía la carta solamente: "Si ha de ser éste, yo le vi primero". La princesa la rescebió; mas, porque los ojos no ofendiessen a su desseo ni otro exercicio la apartase de mirar tal mensajero, la guardó para la leer en su cámara; y dixo:

-Cavallero, yo la veré y os daré la respuesta, o os la enbiaré con persona fiada si me days la fe de no la abrir ni querer ver, si aquesa dama que os la dio no os la mostrare. Y porque no quiero, pues dezís que fuy causa de vuestra venida a este reyno, que tanto trabajo sea embalde, hasta agora ningún cavallero de todos los /10-v/ que ay en el mundo se puede llamar mío con mi grado; y con éste quiero que lo seáys vos. Y en señal d’esto podéys tener el mismo diamante que aquesta noche por mejor justador os di, porque como prenda mía y manifiestamente dada y tan bien ganada la podéys traer.

>>Dezís qu’es forçado hallaros en las fiestas y torneos de Albania; lo que os pido, si parte en vos tengo, es que passado aquello os tornéys a esta corte tan presto como el tiempo os diere lugar, porque yo tengo en mucho teneros por mi cavallero, pues vuestra persona es para ser mucho estimada. Antes de vuestra partida holgaré veros, y así holgarán el rey y la reyna, mis señores, todas las vezes que nos visitáredes, porque enteramente os aman.

El Cavallero de la Rosa, a tan dulçes y agradables palabras, dixo:

-Yo conozco que las merçedes que oy el rey me ha hecho y las que de vuestra señoría he reçebido ni se pueden servir ni mereçer, hechas de tanta alteza a tan pequeño cavallero. Esto no escusará de tenerme yo por vuestro; y, viendo que me tenéys por tal, es para mí más estado que ser señor del mundo. Desde aquí os juro y prometo de no romper lança ni entrar en torneo ni otra afrenta en nombre de otra señora. Y el desseo d’esta professión me hizo desterrar de mi tierra y ser aventurero; ya que la Fortuna en tal grado me puso, bien puedo tener por felicíssima aventura y por próspera mi fortuna.

La princesa, con mucha gravedad y sossiego, dixo:

-Cavallero, yo’s agradezco lo que dezís, porque sé que assí lo manternéys. Y si en tanto estimáys mi servicio, mucha sinrazón me hazés en no dezirme quién soys; y mucho me devés, pues sin estar yo certificada d’esto os quise por mío. No lo hago tan sin prenda que en vuestras obras y persona no aya conosçido que cabe en vos toda la cortesía que os hago, porque en mi pensamiento ningún cavallero del mundo se çiñe espada tan dignamente.

A todo esto el cavallero estuvo tan atento como enamorado; y, paresciéndole que sin género de villanía él no podía dexar de dezir quién era, dixo:

-Señora, aunque mi fin ha sido de callar quién soy, nunca pensé que podía aver nescesidad que me forçasse a descobrirme a persona de las del mundo. Yo no pienso negaros esto ni otra cosa, mas quiero suplicaros que sobre vuestra palabra mi nombre esté callado, que es el infante don Félix. Antes que d’esta corte salga también diré lo que más quissiéredes saber de mis antecessores y sangre. Una cosa quiero certificaros, y es que no avés rescebido por vuestro a cavallero villano ni de baxo nascimiento. Y, antes que jornada yo salga d’esta cibdad, también diré lo demás que vos quisiéredes o yo pensare que os puede ser grato.

La princesa se lo agradesció con muy dulçes palabras y le prometió de no descubrirle en ningún tiempo del mundo sin su consentimiento.

Y como ya era tarde y el rey quería çenar, la princesa se levantó y se entró en la cámara donde sus padres estavan, y con ella el Cavallero de la Rosa y otros señores que allí eran. Y el Cavallero de la Rosa pidió licencia para se yr. Mas el rey no se la quiso dar; antes le rogó que çenasse con él, y así lo hizo, y también hizo cenar con ellos al príncipe de Escoçia. Y por más onrrar al Cavallero de la Rosa, le mandó comer en un plato con la princesa. Y así cenaron con mucho triumpho y plazer, porque en ninguna manera el rey y la reyna podían encubrir quán satisfechos estavan de aquel cavallero y de su hermosa dispusición y cavallería.

Después que la cena passó, no desde a mucho espacio, porque ya era ora qu’el rey reposase, se despidió el Cavallero de la Rosa y se fue a su possada, y hasta ella con el príncipe d’ Escoçia y muchos cavalleros y señores. Bien quisiera el príncipe llevarle consigo, mas el cavallero no quiso hazerlo, escusándose con muy corteses palabras de agradesci- /11-r/ -miento. Esto hazía él porque quando quisiesse salir de aquella corte pudiesse hazerlo más secretamente.

 
Capítulo IX: De la habla qu’el rey y la reyna hizieron a su hija la princesa, y cómo le dixeron que les parescía qu’estaría bien casada con el Cavallero de la Rosa si él fuesse de noble sangre y ella lo quisiese. La qual les pidió que le diessen término para que ella respondiesse a esto, y sus padres lo ovieron por bien.

Así como el Cavallero de la Rosa y los otros cavalleros se salieron de la cámara del rey, mandaron que se saliessen los oficiales y continuos criados de la casa. Y el rey y la reyna y su hija, la princesa, quedaron solos sin otra persona, y el rey dixo assí:

-Hija, después que en la sala te dexamos esta noche con el Cavallero de la Rosa (y los otros gentiles hombres y damas que allí avía), la reyna y yo havemos largamente hablado y notado lo que nos ha parescido d’este cavallero. Y, pues eres en todo tan sabia y Dios te hizo tan entendida que para ti y para quien te le pidiere ternás consejo, ¿qué es lo que a ti te ha parescido de aquel cavallero? Que nosotros bien estamos en creer por lo esterior que tantas virtudes y criança y gentil dispusición no lo pornía Dios en persona que no fuesse real. Y si éste lo fuesse, seyendo tu voluntad, tenerte ýamos por bien casada con él. Porque, aunque no tuviesse lo que tú tienes, tu subçesión y patrimonio es tan grande que seríades am[b]os poderosos reyes. Y si d’estos bienes de Fortuna él toviesse tanta parte, en caso que con él casasses, llevarte ýa a sus reynos, y sería para nosotros grave cosa comportar la vida sin tu compañía. Y de otra manera él avría por bien de estar contigo donde nosotros estoviéremos, para que con am[b]os fuese nuestra vejez tan próspera como lo ha sido toda la otra edad que avemos passado.

Palabra no habló más el rey, esperando lo que la princesa le respondería. La qual, en manera de turbada y en diversas consideraciones, consigo estuvo un pequeño espacio, bacilando en su juyzio muchas cosas. Mas, como su espíritu era grande, los ojos puestos en el suelo, con el semblante que las buenas deven responder en tales casos, dixo:

-Yo soy la hija que más deve a sus padres de todas las que biven, y sé que soy la más amada d’ellos de quantas nacieron. Sé que la mayor congoxa que a vuestras personas reales ocurre es dessearme ver colocada en aquel grado y compañía que más conviniente les sea, assí para satisfación de sus reales estados y voluntad como la mía, que es la suya. Pues en cosa que tanto a Vuestras Altezas les va, conoscido está que muy mejor miraréys tan arduo negocio que sabré yo pensarlo. Este hecho es de calidad que yo no quiero voto ni parescer en él; porque a mi onestidad y a la obediencia que a Vuestras Altezas se deve, y por muchas razones que se podríen dezir, mejor me está todo silencio y obedescer en todo lo que de mi vida y persona dispusiéredes, que hablar en tal materia. Mas, si todavía vuestra real determinación fuere que en esto yo diga lo que siento, no querría tan poco espacio, ni requiere cosa de tal peso sumario acuerdo. Reposen Vuestras Altezas, porque gran parte de la noche es passada, y pensad bien esto, y yo terné más lugar para ver lo que devo responder. Y con el gran sacerdote, mi tío, se podrá comunicar aquesto, pues dexada aparte su persona, autoridad y la parte que le toca, su saber es tan grande y su consejo tan aprovado que, juntamente con lo que a Vuestras Altezas os paresciere, lo que se deter- /11-v/ -minare d’esta manera será mejor açertado.

Muy bien les pareçió al rey y a la reyna lo que su hija dixo. Y con este pareçer se conformaron y cessó la plática, y el rey y la reyna se retruxeron. Y la princesa se passó a su apossento con harta compañía de nuevos cuydados, assí de los que ya ella se tenía después que al cavallero habló, como con los que sus padres le pusieron con el razonamiento qu’es dicho.

 

Capítulo X: En que la historia dize cómo la princesa estuvo toda la noche en diversas estimulaciones y pensamientos, y de lo que determinó. Y de cómo vio la carta de Lucrata, qu’el Cavallero de la Rosa le dio, y escrivió la respuesta.

 

La princesa se retruxo en su cámara; y no tuvo tanto poder el sueño que la transcordasse ni adormeciesse para no acordarse de lo que avía passado con el Cavallero de la Rosa, y de lo que sus padres sobre él le avían hablado, y cómo el cavallero le avía pareçido muy bien. Aunque era muy sabia, temía la determinación de su juyzio, reçelando que su afición la podía engañar. También pensava que podría ser possible averle dicho sus padres lo que le hablaron por tentarla y saber d’ella lo que muy bien la princesa supo dissimular. Conoçía quánta razón avía para que tal cavallero fuesse querido; acordávasele que la voluntad de sus padres era que tuviesse marido, y la suya no estava fuera de tenerle. Pareçíele que no podía hallar otro hombre tan a su voluntad y propósito de sus padres; veníale a la memoria quántos reyes y príncipes avía desechado, y por esto el rey le avía dicho que quien tan mal se contentava seríe peor de casar que de criar. Veýa que claramente el rey y la reyna la amavan y desseavan suçessores d’ella, y junto con esto de parte de todo el reyno muchas peticiones todos los días del mundo se davan para que la casassen con persona que quedasse con ella en aquellos reynos.

Tras esto, hallava mucho inconviniente en ser este cavallero estraño y no conoçido, y que estava en aventura, ser o no ser de real sangre, y quán desconviniente cosa sería suçeder en tan alta silla y reynos hombre de baxo linaje.

A pro y a contra estuvo toda la noche trastornando y pensando muchos acuerdos, como muger a quien tanto le yva en saber elegir lo mejor.

También dexó de dezir a sus padres lo que le mandavan por ver lo que dezía la carta qu’el cavallero le dio de la dama françesa. Y estando en estas cogitaciones la abrió. La qual venía muy bien çerrada y sellada y dezía: "Si ha de ser éste, yo le vi primero". En este punto la princesa sintió grande alteración en su ánima, mezclada con alegría grande. Y dixo entre sí:

-Yo creo que Dios se acuerda de mí sin merecimiento mío, al qual yo refiero infinitas gracias por ello; y pienso que aqueste cavallero ha de ser mi marido y señor, y no otro. Yo dixe algunos tiempos a Lucrata, mi prima, que según la razón de la estrología y las partes qu’están por muy cientes hombres notadas de mi naçimiento assí se avía de complir, y que aqueste cavalle- /12-r/ -ro la avía de ver y hablar primero que a mí. Sin duda tengo por cierto que el tiempo se va açercando; mas, junto con este plazer que tengo, grande es la pena que siento, porque sé que él y yo nos avemos de ver en grandes trabajos, y nunca pude alcançar qué tal ha de ser el fin d’ellos. Guíelo el soberano Dios de aquella manera que Él más se sirva de am[b]os ; yo me determino que aqueste cavallero sea, y no otro. Y si tanto pudiere mi desdicha qu’esto escuse, ninguno terná parte en mi voluntad y persona, ni yo seré subjecta a otro varón, pues, fuera de toda parçialidad, está conoçida quánta ventaja a todos haze su persona en dispusición, saber y cavallería.

Con estos estímulos de amor y muy determinada en esto passó toda la noche; y también escrivió la respuesta de la carta qu’el cavallero le avía dado, que dizíe sólo esto: "Ninguno lo será si éste no fuere". Y porque en aquella carta no quiso más dezir, acordó que, como el Cavallero de la Rosa fuesse partido a los torneos de Albania, embiaría un correo propio a Lucrata, su prima, como después lo hizo, para lo que adelante dirá.

Y passa agora la hystoria al cavallero, y dize lo que hizo y acordó después que tornó a su possada aquella noche de la fiesta ya dicha.

Capítulos XI-XV