Capítulo LXI: Cómo tornó Laterio al reyno de Inglaterra, y de las nuevas que dieron ciertos mercaderes de los grandes fechos qu’el Cavallero de la Fortuna avía hecho en la conquista del imperio de Constantinopla; y de cómo dixeron que después se avía ydo por la mar con cierta armada.

La historia dexa agora de hablar en el Cavallero de la Fortuna y en el almirante Litardo para tornar en su lugar a ello. Y dize que, después que don Félix se partió de Albania tan secreto y calladamente como se ha recontado, todos aquellos cavalleros que avían ydo a los torneos, o que avían escapado d’ellos se tornaron a sus tierras assí como passaron las fiestas y bodas del príncipe de Escocia y del príncipe Alberín. Y el Cavallero Bravo de Yrlanda se tornó a Inglaterra, y los otros cavalleros ingleses. Y el rey y la reyna de Inglaterra y el gran sacerdote nunca hazían sino preguntar a todos por el Cavallero de la Rosa, y ellos dezían miraglos de los hechos hazañosos que avía fecho en Albania, y de los prescios y thesoros que avía ganado, y de quán largamente los avía repartido. Y ninguno de quantos le loavan llevava carta ninguna d’él, y la princesa hazía muchas pesquisas y diligencias por muchas vías por saber del cavallero, porque públicamente no ossava. Y sin duda estava para desesperar, porque demasiadamente le amava, y demás d’esto su preñez cada día yva adelante, y temía verse en mucha vergüença, porque en aquel tiempo assí era tenida por mala una muger que se empreñava antes de ser velada, como si hiziera trayción a su marido, y mucho más en aquella tierra que en parte del mundo.

Mas assí como fue partido el Ca- /59-r/ -vallero de la Rosa de Albania, luego tuvo Laterio mucha memoria; y quando el prior le vido sano dióle las cartas que el Cavallero de la Rosa le dexó. Y como ovo leýdo la que a él le escrivió, sintió la ausencia de su señor más que oviera sentido la muerte. Mas como era cavallero muy sabio con su cordura mitigó su pena, y puso en obra lo que su señor le mandava, que era yr a Inglaterra con la carta que dexó escrita para la princesa, y a dezirle lo que avía passado después que de Londres partieron, y todo lo que más le mandava dezir por su carta.

Y como la diligencia de los buenos servidores acorta el camino, pocos días tardó en él, aunque es largo. Mas a la sazón que llegó fue muy bien recebido de la princesa, y del rey y la reyna y del gran sacerdote, que mucha pena tenían todos por saber del Cavallero de la Rosa, y ningún ora passava sin recontarles los grandes fechos que por don Félix avían passado hasta que partió de Albania. Pero quando vino a dezir que no sabía dónde era ydo y mostró su carta que le dexó escrita, en mucha pena y trabajo los puso certificarse que Laterio no sabía d’él, y más a la princesa que a nadie, como era razón.

Muchos días y algunos meses passaron después que Laterio llegó sin saberse cosa ninguna del Cavallero de la Rosa, y estando esperando en Dios y haziéndose por el rey y la reyna y la princesa muchas oraciones y sacrificios. Por esta causa aportaron ciertas naves en aquel reyno, las quales venían de Levante. Y éstas dixeron cómo un cavallero aventurero avía avido batalla con el emperador de Costantinopla y lo avía vençido, y en la batalla muerto a su fijo y quedado vençedor, y que no le avía quitado el imperio de todo punto, mas que se lo avía dexado por sus días, porque era el verdadero y legítimo subçessor del imperio. Y como el rey tuvo noticia d’esto mandó a Laterio que se informasse de aquellos mercaderes que venían de Levante cómo avía passado aquello del imperio de Constantinopla, y que por aventura sería el Cavallero de la Rosa el que lo avía fecho.

Laterio tomó a uno de los mercaderes aparte y le preguntó muy largamente cómo avía passado aquella batalla de Constantinopla, y por la persona del que avía seýdo vençedor. Y el mercader era hombre de buen entendimiento, y avíase hallado presente en Constantinopla, y díxole qu’el cavallero que avía ganado el imperio públicamente avía dicho que se llamava don Félix y que era hijo de Ponorio. Y contóle muy largamente todo lo subçedido, y también dixo cómo después de aquello avía partido por mar con ciertas naos y galeras, pero que ninguno sabía dónde era ydo, salvo que avía prometido de tornar brevemente en el imperio.

Y con aquesta nueva, muy regozijado, se fue Laterio a la princesa y le contó todo lo que el mercader le avía dicho, y assí lo dixo también al rey y a la reyna y al gran sacerdote. Con estas nuevas algunos días tuvieron mucha esperança que las cosas del Cavallero de la Rosa yrían de bien en mejor, y con mucho plazer estovieron desseándole.

Pero no sin mucha congoxa estava la princesa por se ver tan preñada, puesto que Lucrata y Fulgencia mucho aviso tenían en la consolar y darle esperança de la venida del Cavallero de la Rosa, porque Lucrata, luego que él passó por Francia quando a los torneos de Albania yva, se fue para Inglaterra por complazer a la princesa y al Cavallero de la Rosa, que bien sospechó que se amavan y que avían de casarse.

Mas como el tiempo no cessó de hazer sus cursos, no se pudo ya encobrir la preñez de la princesa con su pesadumbre y encerramiento, y al cabo vínose a saber y dezir públicamente que estava preñada.

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Capítulo LXII: Cómo fue la princesa acusada por alevosa, y de cómo la defendió de la muerte por batalla un cavallero no conoscido.

Era tal costumbre en aquellos tiempos en el reyno de Inglaterra y en otros muchos que la donzella hija del rey que se hallava preñada, si fuesse heredera del reyno y no se conoçiesse su marido y públicamente no fuesse desposada, la tenían por aleve. Y el mismo reyno avía de dar cavallero que la reutasse de tal fecho y lo defendiesse por armas; y la tal diesse cavallero que por ella hablasse y defendiesse en el campo su onor, y si el tal fuesse vençido ella fuesse quemada, y si vencedor, quedasse libre. E assí acaesció que el mismo reyno y comunidades d’él se juntaron y, aunque les pesó de aqueste desamen porque el rey y la princesa eran bien quistos, acusaron públicamente a la princesa como a alevosa, y pidieron al rey que, no obstante que fuesse su fija, hiziesse justicia y guardasse las leyes y privilegios del reyno. Y aunqu’el rey la amava como a ssí y la desculpava, diziendo que su hija era desposada en su presencia y qu’el gran sacerdote, su hermano, avía celebrado el matrimonio con cavallero que era muy digno de ser su marido, no aprovechó ninguna cosa, porque dezían qu’el padre y la madre y el tío por la escusar de la muerte y a ellos propios de infamia y vergüença lo dezían. Y en fin, el rey no pudo hazer otra cosa, porqu’el reyno no se levantasse contra él, sino mandar prender su hija y ponerla en prisiones y a buen recabdo. Y con ella siempre estavan Lucrata y Fulgencia, no cessando de consolarla y darle buena esperança.

Desde a muy pocos días después le pusieron la acusación, y el rey asignó término y día señalado para que se hiziesse justicia de su misma hija si cavallero no oviesse que la defendiesse. E como esto fue notorio en todo el reyno en mucho dolor puso a todos, y más a sus padres. Y el día que la avían de sentenciar los juezes del reyno, estando en la principal plaça de Londres encendido gran fuego para quemar a la princesa, y delante armado en blanco y a cavallo un cavallero que se llamava Terendo, el qual defendía que la princesa era mala, assomó por el otro canto de la plaça armado y a cavallo un cavallero que quería defender la limpieza de la princesa. Y assí como entró en la plaça batió las piernas al cavallo con mucha furia, y con no menos lo fue a rescebir Terendo. Y diéronse tan grandes encuentros que am[b]os a dos cayeron de los cavallos. Y luego fueron e[n] pie (36) y echaron mano a las espadas, y diéronse los mayores golpes del mundo, y con más saña. Mas el cavallero no conoçido que defendía a la princesa le dio un golpe por la vista al otro que lo çegó con la mucha sangre que le salía de la herida, y del tal manera lo turbó que pudo muy a su salvo juntarse con él y derribarlo en tierra. Y no tan presto cayó quanto le tenía ya desenlazado el yelmo y cortada la cabeça. Y tomóla por los cabellos y lançóla en el mismo fuego que para la princesa se avía fecho, y dixo a altas bozes:

-¡Ved si ay algún cavallero que pida otra cosa a la princesa!

No ovo /60-r/ ninguno que respondiesse, sino todos los que miravan esto començaron a dar bozes diciendo:

-¡Libre es la princesa, y Dios y la verdad sean loados!

Aquel cavallero que la quiso infamar y acusar era francés, y uno de los que se avían hallado con el Dalfín en los torneos de Albania.

Assí como el cavallero no conoscido ovo fecho esto, subió donde el rey y la reyna y los juezes estavan, y les dixo:

-Señores, dad por libre a la señora princesa y a mí por vençedor del campo, pues Dios ha mostrado con quánta sinrazón era acusada.

Y luego el rey dixo a los juezes que hablassen, y ellos dixeron que la princesa era libre y el cavallero havía seýdo vencedor, y rogáronle que les dixesse quién era. Y él dixo:

-Esso dirá el tiempo, y no yo.

Y assí se descendió del cadahalso y llegó donde estava el cuerpo del cavallero muerto, y tomó el almete, que era muy hermosa y rica pieça y muy conosçida, y quitóle la espada de la mano. Y subió sobre su cavallo; y fuesse sin saber persona del mundo quién era.
 

Capítulo LXIII: En que se cuenta quién fue el cavallero no conosçido que defendió la princesa y cómo desde a muy pocos días después de la batalla susodicha la princesa parió un hijo que llamaron Liporento.

Dize la historia qu’el cavallero no conoçido que por armas libró de muerte a la princesa, según es dicho, fue Laterio; el qual como se fue del campo con la victoria y llevó el almete y espada del cavallero francés que mató en la batalla nunca cessó de andar, creyendo que alguno le seguiría por le conoçer. Y como se començó a hazer de noche se tornó para Londres y entró en su possada secretamente.

Y assí como Laterio se ovo desarmado, vino desde a muy poco espacio como hombre lloroso de regozijo donde el rey y la reyna y su hija y el gran sacerdote y Lucrata y Fulgencia estavan, dando todos a Dios muchas gracias por la libertad de la princesa. Y holgóse mucho con ellos y todos con él desque lo vieron, y començaron a loar el cavallero que avía defendido de muerte la princesa, y dezían que pensavan que devía ser el Cavallero de la Rosa, y preguntavan a Laterio que de dónde venía, y dónde avía estado. Y él dixo que venía de buscar a aquel cavallero, pero que no avía podido hallarle ni saber quién era, y que a mala ventura tenía no le aver conoçido, y que cierto parescía algo al Cavallero de la Rosa, y tenía esperança que podría ser él.

Y luego desde a dos días le dieron los dolores del parto a la princesa, y parió un hijo tan hermoso como era razón que fuesse de padres tales. Y el rey le hizo secretamente criar, aunque era ya público el parto y pública la desculpa de la princesa. Y pidió consejo a Laterio que cómo lo llamaría, y él dixo que lo llamassen Liporento, porque assí se avía llamado su bisabuelo de don Félix; y que los sabios de Grecia tenían por muy cierto, y assí lo avían dicho muchos años havía, que el segundo Liporento, emperador de Constantinopla, avía de nascer a la parte de la tramontana y avía de sojuzgar la mayor parte del Oriente, y que sin duda creýa que aqueste niño avía de ser. Y por esta causa muy alegre el rey de lo que dezía Laterio, mandó llamar Liporento a su nieto.
 

Capítulo LXIIII: Cómo fue conoscido el almirante de Constantinopla en Londres; y de cómo se hablaron él y Laterio, y lo que passó entre aquestos dos cavalleros.

En aqueste tiempo que la princesa fue acusada, el almirante estuvo en Londres y vido el campo que sobre esto se hizo. Y como era /60-v/ sabio y de claro entendimiento y vido que tan ahincadamente muchos cavalleros la desculpavan, y supo que al niño que d’ella avía nascido le avían puesto por nombre Liporento, y que aquel nombre le avía tenido su abuelo de don Félix, su señor, y demás d’esto avía conoçido la voluntad con que avía salido de Constantinopla a buscar la princesa, y él le avía dicho que la venía a ver porque le avían dicho que era la más hermosa muger del mundo, y ver que avía fecho armas por ella un cavallero que no sabían quién era, claramente sospechó y le dio el ánimo que aquel niño era hijo del Cavallero de la Fortuna. Y procuró de darse a conoçer con Laterio, porque le pareçía que en su ayre era griego, y aún en la lengua, que muchas vezes le avía oído hablar y, aunque hablaba inglés, bien conoçía el almirante que en los acentos mostrava ser natural de Grecia; mas no para que el almirante se le diesse a conoçer diziéndole quién era. Y un día que Laterio andava cavalgando, el almirante se llegó a él y le dixo:

-Cavallero, ¿podría yo alcançar de vos tanta gracia que me dixéssedes si soys griego?

Y Laterio le dixo:

-A lo menos, si no soy griego, sé muy bien a Grecia, y criéme en ella, y esto os baste. Ved si queréys saber otra cosa de mí.

Y el almirante le dixo:

-Señor, yo serví a un cavallero griego, con el qual me perdí en la mar, y vengo a saber si en este reyno an aportado algunos navíos o gente de Levante, para saber si por ventura se sabe de aquel cavallero.

Y Laterio le dixo:

-¿Cómo se llamava esse vuestro señor que dezís?

Y él dixo que se llamava el Cavallero de la Fortuna, y Laterio le dixo:

-Pues, ¿cómo le venís a buscar en Inglaterra, si vosotros soys griegos?

Y estonces el almirante le dixo:

-Si vos me tuviéssedes poridad como cavallero, que creo que lo soys, yo os diría por qué le busco aquí más que en otra parte, y por qué os lo pregunto a vos y vos quise hablar más que a otro hombre.

Y Laterio le dixo:

-Seguramente podéys hablar comigo lo que quisiéredes, y yo os terné secreto, y vos doy mi fe de no vos descubrir ni hablar cosa que vos me digáys, si primero no me diéredes licencia para ello.

Y tomada esta seguridad, el almirante dixo:

-Sabed qu’el cavallero que busco se llama don Félix y es hijo de Ponorio, y es verdadero subçessor en el imperio de Constantinopla, el qual ganó y sojuzgó muy poco tiempo ha.

Y contóle muy por ystenso todo el caso.

-Y después qu’esto ovo fecho, él salió de Constantinopla y se perdió, él y los que con él ývamos, en la mar. Y entre los otros cavalleros que para su servicio escogió me hizo a mí digno de quererme para su compañía. Y después que la Fortuna me apartó d’él nos hallamos quatro naos, pasada la tormenta, de aquéllas que en su armada veníamos; y éstas acordamos que no cesassen de buscarle. Y las dos tornaron en Constantinopla en busca d’él, de las quales hasta agora no he sabido. Y con las otras dos yo he venido a buscarle a esta ysla, y algunos días ha que estoy en estan corte por ver si podría entender nueva d’este señor. Y en este tiempo que aquí he estado se ha ofrescido este caso de la princesa, y vi las armas que sobre su libertad se hizieron. Y es público que parió un hijo y le pusieron Liporento por nombre; lo qual me ha dado esperança que es hijo de don Félix, porque a su abuelo assí le llamaron, y fue emperador. Y pregúnto’s a vos y descúbro’s mi trabajo y demanda porque me avéys parescido griego, y me paresçéys cavallero y persona de quien me puedo fiar.

Y luego Laterio, sin responderle palabra, se le arasaron los ojos de agua, y le habló desde a poco espacio en griego, y le dixo:

-Cavallero, vos me pareçéys hombre de linaje; y porque quiero hablaros más largo cerca d’esta demanda que traéys, porque a mí me toca en el ánima y en las entrañas todo esso, /61-r/ vámonos a mi posada, si lo avéys por bien, y allí hablaremos más largo, porque este negocio vuestro yo le tengo por propio, y me importa a mí tanto saber d’esse hombre que buscáys como a quien más le va. Vos avéys acertado bien en hablar comigo y, si con el mismo que dezís, no con otra persona ninguna tan fiadamente en este caso pudiérades hablar.

Y dicho esto tomóle a las ancas y llevólo a su posada. Y entráronse en una cámara solos; y con pleyto, omenaje y sacramento que primero el uno al otro se hizieron, el almirante le dixo y descurbió qu’él era el almirante de Constantinopla, y se llamava Litardo; y le dixo todo lo que don Félix avía passado después que salió de la ciudad de Trolda hasta que en la mar se perdieron, y cómo él le havía dicho que le guiassen a aquella ysla, y cómo avía conoçido que era enamorado de la princesa. Y Laterio le dixo:

-Sabed que yo le crié a don Félix y qu’es mi señor, y que después que venció los torneos en Albania me mandó venir aquí, donde le estoy esperando. Y nunca he sabido otra nueva d’él sino lo que vos, señor, dezís, y lo que dixeron ciertos mercaderes levantiscos los días passados, los quales dixeron lo de la guerra y batalla del imperio, y cómo se avía partido por mar. Y pues vos soys arribado aquí, yo la tengo por muy buena nueva, y espero en Dios que presto lo veremos en este reyno. Y sabed que él es enamorado de la princesa y es su marido, y el que nasçió es su hijo. Y es deudo vuestro, y assí lo soy yo, y bien puedo hablar con vos como con don Félix. Y yo les tengo de dezir a la princesa y a sus padres de vos, y holgarán mucho de veros; y mandad que essos gentiles hombres que son con vos que se vengan a esta casa, que aquí estaremos todos esperando que Dios por su bondad nos alegre. Y mandad poner recabdo en vuestras naves, y vos no os partáys de aquí, que sin dubda yo espero que muy presto veremos a don Félix.

>> Mas mirad que a ninguna persona de aquessos que con vos vienen no deys parte de cosa de quantas avemos platicado. Y en tanto que vos traéys los vuestros y embiáys a vuestras naos, yo voy a dar esta nueva de vos al rey y la reyna y a la princesa, nuestra señora.
 

Capítulo LXV: De cómo Laterio dixo al rey y la reyna y al gran sacerdote y la princesa, en presencia de Lucrata y Fulgencia, lo que el almirante le avía dicho, y de cómo después le llevó a los hablar y conoscer.

Muy tristes estavan el rey y la reyna y su hija con no saber nueva del Cavallero de la Rosa, y sabían que avía partido de Constantinopla, según los mercaderes dixeron. Y aunque el alegría del infante Liporento mitigava alguna partezilla de su congoxa, no les podía quitar del todo tan crescido desseo como todos tenían de saber d’él.

Y estando juntos todos tres y el gran sacerdote con ellos, y en presencia de Lucrata y Fulgencia, entró Laterio y les dixo:

-Señores, una nueva os traygo de don Félix, mi señor, que es buena y es de trabajo /61-v/; porque avéys de saber que dos naves de las que con él partieron de Constantinopla, con ciertos cavalleros suyos, y entre ellos el almirante de Constantinopla, que es muy principal cavallero y de la sangre imperial y cercano deudo de don Félix, [han] aportado en este reyno; y pienso que en algún otro puerto d’él deve estar en esta ysla don Félix.

Y desde aquestas palabras les dixo enteramente la manera de cómo el almirante le avía hablado y todo lo que le avía contado, y cómo lo tenía en su possada secretamente, y que assí lo traería aquella noche a que les hiziesse reverencia.

Mas el término que Laterio tomava para levar el almirante a palacio se les hizo largo a todos, y mucho más a la princesa, la qual le hizo yr luego a Laterio por él. Y así lo hizo, y lo levó consigo. Y estando retraýdos todos los que es dicho, lo resçibió el rey como a quien era, y lo besó en el carrillo, y no le quiso dar la mano. Esto mismo hizieron la reyna y el gran sacerdote, mas el almirante nunca se quiso levantar de delante de la princesa hasta que ella se la dio. Y luego lo abraçó, y todos lo rescibieron como a deudo.

Y allí les contó muy por estenso la conquista de Constantinopla, y cómo don Félix era jurado por eredero del imperio y assí se intitulava, y todo lo que más en el imperio y conquista d´el avía passado. Y dicho esto les dixo cómo se avía embarcado con los navíos y galeas que la ystoria ha dicho para venir en Inglaterra, y cómo les avía fecho tan gran tormenta en la mar océana que las galeas se avían perdido y algunos navíos, y que creýa, con ayuda de Dios, que don Féli[x] sería bivo, porque llevava el mejor navío. Y que les avía durado quatro días la fortuna y que, como yva más en alta mar la nao capitana donde don Félix yva, tenía menos peligro, porque tiníe más mar para correr. Y que, después de passados aquellos temporales fortuosos, se avían recobrado quatro naves de las que yvan en la flota, que eran la en que yva el mismo almirante y otras tres; y que él avía mandado yr las dos d’ellas al Levante y hasta Constantinopla para que supiessen si havía tornado don Félix al imperio. Y que él con las otras dos avía querido venir a Inglaterra a buscar si avía aportado en aquellos reynos, y que havía ya mucho que navegava y hasta entonces no avía sabido de su señor (y en este passo ni el almirante ni los que le oýan no tuvieron los ojos enxutos); pero que confiava en Dios que devía estar ya en aquel reyno, o vernía muy presto a él. Y tras aquesto les dixo las causas que le avían movido a hablar a Laterio, assí como a él se las avía dicho, y con esto dio fin a su habla.

Mucho contentamiento dio a todos el almirante Litardo, aunque mucha pena también los dexó con lo que les dixo que en la mar avía suçedido, por ser las cosas d’ella tan dudosas y de tanta aventura. Mas dexólos con buena esperança; y como el almirante era muy bien dispuesto y no menos cortés y sabio, aunque era mançebo, mostrava bien ser persona de mucha suerte, y el rey y la reyna y la princesa y todos le dixeron quántas causas avía para holgar con su venida y conoscimiento; y le hizieron tan complidos ofrescimientos como era conviniente a tal persona. Y de allí adelante en mucha estima lo tovieron por quien era, y muy a menudo con todas estas personas reales tenía comunicación y habla larga, y les recontava cada día muchas cosas particulares de lo que en el imperio passó don Félix con el emperador, su tío, y de cómo le adoravan y amavan todos como a sí mismo.

Y después que estos razonamientos cessaron, en los quales se passó lo que de aquel día quedava y parte de la noche, el almirante y Laterio se tornaron a su possada.

Capítulos LXVI-LXX