Así como es dicho, en rescibiendo el Cavallero de la Fortuna la carta del emperador, la abrió y leyó públicamente en presencia de muchos cavalleros y señores que allí havía. Y los embaxadores le dixeron cómo el emperador havía echado presos al rey de Egipto y al de Candía, porque le consejavan la verdad, pensando que eran aderentes contra él; y que también avía prendido a otros cavalleros que se conformaron en el parescer con los reyes. Y el cavallero dixo entonces:
-Señores, parésceme que las palabras y mensajes
que entre mí y el emperador avía de aver que ya son passados,
y que de aquí adelante no conviene sino obras; y que la virtud de
vosotros con mi derecho le muestre quán mal consejado ha sido, y
quán bien lo fuera en hazer lo que yo le escreví y supliqué,
y lo que el rey de Egipto y el de Candía le consejavan; y que es
razón que todos tengamos especial cuydado de la libertad de aquellos
dos reyes, pues padeçen sin culpa y a nuestra causa por dezir verdad.
De aquí adelante lo que yo entiendo hazer, pues a Nuestro Señor
ha plazido de darme tan honrrada compañía para seguir esta
empresa, será ordenar los capitanes y oficiales de la hueste, y
poner en obra nuestro camino. Y porqu’el emperador es viejo y su bastardo
hijo atrevido, no le hagamos trabajar en que venga a buscarnos como escrive,
mas démosle a conoscer que aquesta ciudad y los que somos amenazados
d’él le vamos a buscar y reçebir con las armas en la mano,
porque de acometer a esperar gran diferencia ay. Y cada uno de vosotros
haga copia del número de la gente que tenéys de pie y de
cavallo, y quáles son espingarderos, y quáles vallesteros,
y qué género de gente ay en todos de pie y de cavallo. Y
assí ordénesse todo mediante Dios como conviene para que
adquiramos la vitoria, pues tenemos la justicia de nuestra parte.
Capítulo LVII: De cómo el Cavallero de la Fortuna ordenó los capitanes y oficiales de la hueste y fue con su exército contra el emperador, y se dio la batalla en la qual fue vencido y preso el emperador, y en ella fue muerto su hijo Balderón. Y de lo que suçedió después d’este vencimiento.
-Señores, pues ya sabemos los que somos, y quán diestra y dispuesta gente toda la que tenemos, hágo’s saber que en todo el mundo es costumbre jurar a los capitanes, y que ellos juren la empresa y buen tratamiento del exército, para que los caudillos y los acaudillados tengan cuydado y diligencia para hazer lo que son obligados. Pero yo no quiero otro juramento de vosotros sino conosçer vuestras voluntades; porque, si jurásedes, sería tener en duda vuestra lealtad y virtud, y otro juramento no se [h]a de hazer. Mas yo quiero jurar y hazer lo que veréys.
E luego tomó la mano a Risponte, cavallero de los más principales de aquella ciudad, y dixo assí:
-En manos d’este cavallero os prometo y juro a Dios que yo soy el que escreví al emperador, como vistes, y soy su sobrino, hijo de Ponorio, su hermano, y que mi fin no es sino escusar que la subçessión del imperio no se quite a los herederos legítimos y se ponga en el bastardo; y de nunca hazer partido ni pazes con el emperador sin vuestro consejo y voluntad. E, pues me avéys dado la copia y cuenta de la gente que tenemos, digo que desde agora hago mi capitán general a Risponte.
Y assí nombró todos los otros capitanes inferiores, y hízolos de los más aprovados y principales, y mandó apercebir la partida para dentro de cinco días, los primeros.
E assí la puso por obra, con el más luzido exército que jamás pudo ser visto, según el número, y guió su camino derecho hazia Constantinopla. Y todo quanto anduvo y passó, todo lo sojuzgó, y se le dio sin lançada ni contradición.
Y como el emperador, desde la ora que despidió los embaxadores, entendió en juntar sus gentes y salir luego muy poderosamente contra el Cavallero de la Fortuna, no passaron veynte y cinco días de intervalo en verse los unos a los otros. Pero doblado era el número de la gente del emperador, aunque no tal; y vinieron en un día a ssentar sus reales media legua el uno del otro, teniendo entremedias de am[b]os exércitos un pequeño río que se podía bien vadear. Y como se vieron los unos y los otros, y la noche les escusó de no pelear aquel día, cada qual d’estos dos reales y gentes se puso y assentó como le paresció que podía estar más seguro de sus contrarios, e con sus guardas y espías como buenos guerreros.
Pero como el Cavallero de la Fortuna no veýa la ora que llegar a las manos, no quiso esperar a que la gente del emperador pasasse el río, y acordó de les dar la batalla de la otra parte, e de dar en ellos entre las dos luzes del siguiente día. Y assí lo hizo, y puso en la avanguarda a Risponte, su capitán general, con seyscientos hombres d’armas y dos mill cavallos ligeros. Y el Cavallero de la Fortuna fue en la segunda batalla con mil hombres de armas y tres mill cavallos ligeros. Y toda la otra gente restante de cavallo puso en la retroguarda, de la qual hizo capitán a Litardo, hombre de la sangre imperial y muy buen cavallero. Y partió en dos batallas toda la gente de pie, en medio de las quales llevavan toda el artillería con mucho concierto y como gente de guerra.
Y assí como ovo passado el río, començó de ferir por tres partes en la gente y real del emperador y, como dieron a desora en ellos, pusiéronlos en huýda y /56-r/ mataron muchos d’ellos. Pero como la gente del emperador era doblada que la otra, y él muy buen cavallero en las armas, tuvo saber y maña para recoger su gente, y movió con mucha furia contra los contrarios en dos batallas, la una en que yva el emperador y la otra en que yva Balderón, su fijo, el qual era hombre de fecho. Y tanta priesa dieron en la gente del Cavallero de la Fortuna que la hizieron por fuerça retraer, y recogiéndose en buen son yvan assí ordenados que pudieron jugar con el artillería y hazer gran daño en los contrarios. Y en esse punto tornaron a rebolver sobre ellos y los pusieron en rota, y los desbarataron con mucho daño de la gente del emperador, y con gran victoria de los otros.
Y allí fue preso el mismo emperador, y su fijo Balderón fue muerto de mano del Cavallero de la Fortuna; porque Balderón le andava llamando por el campo a bozes, diziendo:
-¡Venga el tirano a mí, venga el tirano a mí!
Y el cavallero encontró con él, y se combatieron de cuerpo a cuerpo, y le mató con aquella Espada Venturosa, a la qual ningunas armas defensivas podían hazer resistencia.
Y duró el alcançe cinco leguas hasta un castillo muy fuerte que se dezía Torre Hermosa. Mas, porque se sepa de quánto prescio y triumpho fue aquesta victoria, dize el cronista Listario que passaron de veynte y cinco mill hombres los que murieron de la gente del emperador, y fueron presos más de quinze mill. E de la gente del Cavallero de la Fortuna no murieron dos mill.
Essa noche y todo lo restante de aquel día estovieron los vencedores en el campo. E, como quedó por ellos, acordó el Cavallero de la Fortuna de se yr derecho a Constantinopla y seguir al emperador, porque aún no sabía que estava preso, ni que su hijo era aquél que él avía muerto como es dicho. Y mandó que todos los prisioneros que avía bivos los traxessen luego delante d’él para los mandar curar y hazer llevar a Trolda. E entre los otros vino el emperador, assaz mal parado y viejo, y con una herida pequeña en el rostro. Y el que lo tenía por su prisionero no lo conoscía, ni el emperador avía querido darse a conoscer. Y como fue preso y el que lo tomó lo halló caýdo, y le vido ta[n] bien (35) aderesçada su persona y con tan luzidas armas, por mucho que le interrogó no le dixo sino que era un gentil hombre de casa del emperador. E assí como lo truxeron delante del Cavallero de la Fortuna luego le conoscieron muchos, y dixeron:
-Por cierto, señor, el emperador es aquéste, y mayor ha sido vuestra vitoria de lo que pensávades.
Y assí como el Cavallero de la Fortuna se certificó d’ello, se apeó en tierra y hincó la rodilla, y le pidió la mano. Y el emperador dixo que no era razón que hombre vencido diesse la mano al vençedor; pero que, porque tenía en más la vida de su hijo Balderón que la propia, le rogava que, si era preso, lo mandasse traer allí. Y como todos los presos eran presentes y no se halló, pensó luego que devía ser muerto. Y por esto creyó el Cavallero de la Fortuna que él le avía muerto, y que devía ser aquél que en la batalla le llamava tirano. Y assí fue ello y, como el emperador vido que no parescía, començó a llorar fuertemente y dixo:
-Agora, don Félix, es complido lo que desseáys, y mis días. E pues la Fortuna tanto os ha querido y a mí me fue tan contraria, no me queda por qué darle gracias, pues me dexó bivo para que en mi vejez me viesse sin libertad y preso, y mi hijo muerto; grande es vuestro triunfo y grande mi desventura; grande vuestra victoria, gran- /56-v/ -de y no menor mi desdicha.
Mas assí como el emperador esto dezía, el Cavallero de la Fortuna le consolava mucho, y le dixo que sin libertad él no se podía llamar, porque nunca él dexaría de le servir y honrrar como a señor y verdadero padre, ni le escusaría de tener y posseer su imperio si él quisiesse que en ello oviesse el concierto y forma que fuesse razón. Y mandó luego que con diligencia se buscasse el cuerpo de Balderón, el qual se halló entre los muertos.
Con muchas lágrimas del emperador y con devidas obsequias se celebró su fin, y lo llevaron a enterrar en una villa nombrada Frémola, que estava tres leguas de donde fue la batalla, en la qual fueron tresladados todos los cuerpos que murieron en aquella jornada. E esto se hizo el siguiente día después de la difinición de las armas.
Y luego, el otro adelante, el Cavallero de la Fortuna se fue para Constantinopla, y llevó consigo al emperador, muy triste y aflegido con la muerte de su hijo Balderón, más que de todo el revés de su fortuna. Mas el cavallero don Félix, como no era crudo ni desconoscía su sangre, procuró de contentar al emperador en todo lo que pudiesse, y lo llevó con el acatamiento que a su persona se devía, muy más enteramente que si fuera propio hijo. Pero como se supo la presión del emperador todo se le hizo llano, y de unas partes y de otras venían a le dar la obidiencia. Y el Cavallero de la Fortuna los rescebía a todos con mucha voluntad y amor.
Y desde a siete días llegó en Constantinopla, en la qual lo rescibieron por amor. Mas lo primero que hizo el mismo día que en la ciudad entró fue yr a ver al rey de Candía y al rey de Egipto a la pressión donde aún estavan, y los sacó de la cárçel, y los puso en libertad. Los quales y todo aquel imperio davan gracias a Dios porque tal señor les avía dado, y tan noble y tan valeroso cavallero, y tan dino de ser señor del imperio y del restante del mundo.
Mas assí como se ovo apoderado del imperio, en lo qual no passaron tres meses ni más tiempo de lo que tardavan sus mensajeros y letras, mandó juntar a todos los principales señores d’él y a los procuradores de las comunidades y a los reyes que le eran subjectos, assí como los sobredichos de Egipto y Candía, que sacó de la pressión, como el de Chipre y el de la Morea, y el de Salónique, y el rey de Dardania, y otros muchos reyes y señores sujectos al emperador; los quales dentro de los tres meses dichos se allegaron.
Y hizo cortes con ellos en la misma ciudad de Constantinopla.
Capítulo LVIII: De las cortes que en Constantinopla se hizieron y de cómo fue jurado por suçessor del imperio para después de los días del emperador el Cavallero de la Fortuna, y por universal y proprietario eredero del imperio.
En este tiempo que los cavalleros y reyes y príncipes y otros señores y gentes que fueron llamados para las cortes se juntavan, nunca el Cavallero de la Fortuna dexó de servir y contentar mucho al emperador Grefol, su tío; y era tan buena su gracia y tan aplazible su conversación que ya el emperador le yva queriendo bien, así porque él era dino de ser querido como porque no podía hazer otra cosa, y porque en lo passado ningún remedio avía.
Complido el plazo a que eran llamados los del imperio para las cortes se començaron, las quales duraron veynte días, y en ellos se con- /57-r/ -cluyeron todas las cosas que eran convinientes para el buen govierno y pacificación de aquel estado.
En el primero le juraron todos por eredero y señor natural, y se intituló universal heredero legítimo único, para que después de los días de Grefol y de Ponorio, padre del Cavallero de la Fortuna, fuesse emperador. Esto se hizo de común consentimiento y entera voluntad de todo el imperio.
En el siguiente día instituyó y ordenó la gente de armas que de pie y de cavallo avía de aver continuamente para conservación del estado, y nombró los capitanes, y dexó por capitán general a Risponte.
En el terçero día confirmó algunos alcaydes y puso otros, y todos le hizieron omenaje de todas las fuerças del imperio.
En el quarto día ordenó el consejo y disputó veynte y quatro personas notables en él y de grandes letras y autoridad, entre los quales avía ocho cavalleros y quatro perlados sacerdotes y doze letrados, y hizo presidente al rey de Egipto.
En el quinto día ordenó la armada de la mar y hizo almirante a Litardo, el qual era muy buen cavallero y de la casa y sangre imperial, y se avía muy bien señalado el día de la batalla. Y declaró el número de las naves y galeas y fustas que ordinariamente havía de aver para guarda de las costas del imperio.
En el sesto día mandó restituyr todo lo que injustamente su tío avía quitado a muchos, y que aquello se viesse brevemente por justicia.
En el séptimo día ordenó la casa y servicio que havía de quedar al emperador, lo qual se hizo tan largamente como él lo quiso pedir, y mandó que le acudiessen con todos los frutos y rentas del imperio sin le menguar ninguna cosa, y assí le obedesciessen y serviessen como antes, salvo que en las fortalezas no se ocupasse, ni en las cosas de la justicia y gente de armas, ni en la governación, sino con parescer del consejo de los que para él quedavan señalados.
E en el otavo día armó muchos cavalleros y dio y hizo grandes merçedes a muchos, y dotó muchos monesterios, y casó muchas donzellas pobres, y hizo soltar todos los que en la batalla fueron presos.
En los otros días proveyó muchas cosas nescessarias a la buena governación, fasta ser complidos los dichos veynte días de las cortes, los quales passados se despidió de todos los del imperio y les dixo que le convenía yr en poniente, y que con la ayuda de nuestro Señor él vernía muy presto. Y consolólos a todos de su partida, dándoles presta esperança para su tornada con muy dulces y amorosas palabras. Y mandó aparejar ocho naves y diez galeras para su camino, porque no quiso llevar más; y hecho todo aquesto según es dicho, todos los del imperio quedaron muy alegres por la merçed que Dios les avía fecho con tan acabado señor.
Y cada uno de aquellos señores y reyes y procuradores
de las comunidades del imperio se tornaron a sus tierras, loando la bondad
y justicia y liberalidad del Cavallero de la Fortuna. E el emperador, su
tío, le amava ya de coraçón y atribuýa a sus
propias culpas lo passado, y creýa que Dios le avía querido
castigar en esta vida por le dar gloria en la otra, y no entendía
en otra cosa sino en aquello que tocava a su conciencia y ánima.
Y mucho le pesó de la partida del Cavallero de la Fortuna, su sobrino.
Capítulo LIX: De la armada qu’el Cavallero de la Fortuna mandó hazer, y cómo se partió de Constantinopla, y de lo que en su camino se le siguió.
Y no dexó poca tristeza su partida en todo el imperio, porque casi era adorado. Y tomó su viaje endereçado por sabios y diestros pilotos a la puerta y angostura del gran mar Océano, que agora se llama estrecho de Gibraltar, porque por allí avía forçado de salir para yr por mar hasta Inglaterra, aunque hasta cerca d’ella bien podía acortar camino por tierra.
Y después que ovo salido de entre la muchedumbre de las yslas del arcipiélago y entrado en el mar Mediterráneo, al tiempo que salió en la grande mar Océana sobrevino tan grande viento septentrional y con tan tempestuosas y altas ondas y tormenta que desparzió los unos navíos de los otros, y algunos corrieron a la parte de África, y con mucha fatiga cobraron puertas. Y algunas galeas se perdieron y otras nunca jamás parescieron.
Y la nao en qu’el Cavallero de la Fortuna yva, como se halló más metida en la mar, fuéle forçado correr hazia la parte austral del mediodía. Y aportó en una de las yslas perdidas que agora llaman de Cabo Verde, y tomó puerto en la Ysla del Fuego. Y quando allí pararon, ya la nave ni llevava gavia ni árbol ni cosa sana, y fazía mucha agua por baxo. Avía que era partido de Constantinopla quando llegó a este puerto quarenta días. Y como se vido surgido y a salvamiento hizo sacar el batel, y el Cavallero de la Fortuna y todos los que con él yvan salieron en tierra. Y estonces la ysla no era poblada, y no hallaron qué comer sino yervas y agua, y no tanto d’éstas como quisieran. Y del trabajo de la mar muchos o la mayor parte murieron dende en pocos días a causa del mal reparo que en la ysla hallaron, y no sabían a qué partido venir ni qué consejo seguir. Y en esta tierra estovieron cerca de tres meses haziendo penitencia los que quedaron bivos con el Cavallero de la Fortuna, el qual, como era de gran coraçón y nascido para grandes cosas, acordó de hazer reparar el navío lo mejor que pudo antes que la gente se le acabasse, y parescióle que sería muy mejor tornar a la mar y procurar de yr a morir entre gentes que no de estarse perdido y solo en aquella ysla.
Y como tuvieron la nao para poder navegar se tornó a embarcar en ella. Y desde a dos días que era a la vela toparon con él dos naves de cosarios, y vinieron a la nao y pelearon con ella; y en fin, por fuerça la tomaron, puesto qu’el Cavallero de la Fortuna y los que con él estavan se defendieron todo lo possible, pero como el número de los enemigos era mucho más y muy grande el artillería que traýan, y la nao en que el Ca- /58-r/- vallero de la Fortuna estava venía muy mal aderesçada a causa de las fortunas y tormentas que avía passado, no se pudo escusar de ser preso con hasta cinco cavalleros que de la batalla naval avían quedado, y no más, y él y ellos muy heridos. Y los cosarios repartieron entre sí el despojo, y al uno d’ellos cupo por prisionero el Cavallero de la Fortuna y el uno de los suyos, y el otro cosario tomó los otros tres.
Y siguieron su camino adelante estos ladrones sin saber la honrrada persona que llevavan. Y andovieron por la mar algunos días, en los quales se murió el que havía quedado al Cavallero de la Fortuna por compañía, y mucho dolor sintió de verse tan solo. Y como no era hombre de la mar estava muy lastimado de su dicha y fortuna. Pero él tuvo forma como nunca en este tiempo ni en todas estas tribulaciones perdió las dos sortijas o anillos que los nigrománticos le dieron, ni las otras dos que la princesa, su esposa, le dio; ni la Espada Venturosa, porque la traýa siempre mal guarnescida, y no tan limpia y bien tractada como ella lo merescía; ni tampoco perdió el espejo.
Y a cabo de cincuenta días después de aver andado estos cosarios discurriendo por una parte y otra, aportaron con sus dos navíos en el cabo del ocidente, que es el que agora se llama de Finisterre, en España. Y como el cavallero servía muy bien a su capitán y avía dado a entender a todos los otros de las dos naves que él no era el principal de aquella nave en que avía seýdo preso y que su capitán avía seýdo muerto en la batalla de la mar, creyéronlo, y no le tenían en la estima que le tovieran si supieran lo cierto. Él agradava a todos y era muy diligente a los complazer, y fiávanse d’él como de los otros marineros.
Y un día salió con ciertos compañeros de la nao en un batel por agua con su espada en la mano y con otras cosas que es dicho que él tenía en mucho presçio, las quales traýa consigo en parte que vérselas no podían. Y como fue en tierra se apartó en manera de querer proveerse de lo que los hombres no pueden escusar, por un trecho de la costa y de donde los compañeros del navío estavan. Y como era muy suelto púsosse en huýda, y ninguno de los marineros que contra él fueron no le pudo alcançar, ni ossaron seguirle mucho porque, como era de nao de cosarios, temieron de entrar mucho la tierra adentro tras él.
Y el cavallero se fue al primero lugar que halló,
y allí le dieron de comer y se reparó, y estuvo tres días.
Y preguntó si avría en algún puerto cerca de allí
algunos navíos que fuessen en Inglaterra. Y supo que en un puerto
que se llamava La Curna, que es el que agora se llama La Coruña,
hallaría siempre navíos que yvan a la ysla de Inglaterra
y a la de Yrlanda, y para aquellas partes. Y fue derechamente a aquel puerto,
en el qual halló dos naos muy buenas que yvan a Londres, y entróse
en la una d’ellas por passajero. Y dende en siete días que navegavan
se desembarcó en la ysla Duyç, que es en la costa de Inglaterra,
y de allí passó a la grande ysla, y entró en un pueblo
que se llamava Tona, que agora llaman Antona. Y desque se vido en aquel
reyno túvose por muy dichoso y contento, y dava muchas gracias a
Dios.
Capítulo LX: De lo que hizo el almirante Litardo y los que escaparon en las otras naves de la flota o compañía del Cavallero de la Fortuna.
De todos los navíos que salieron de Constantinopla con el Cavallero de la Fortuna solos quatro se salvaron, porque todos los otros o fueron perdidos en la mar o presos donde aportaron; y toda la más de la gen- /58-v/ -te se perdió, aunque algunos, a cabo de largos trabajos, dende algunos años bolvieron a sus tierras. Pero el navío que llevava el almirante y otros tres corrieron a las yslas de los Canes y tomaron puerto en la mayor d’ellas, que es la que llamamos Gran Canaria, y allí hallaron mejor reparo que el Cavallero de la Fortuna en la Ysla del Fuego. Y allí descansaron casi dos meses por reparar los navíos y la gente. Y como vieron tiempo tornaron a la mar, y acordaron que los dos navíos bolviessen en Constantinopla a saber si el Cavallero de la Fortuna avía allí tornado. Y el almirante con los otros dos fue a Inglaterra por saber si avía hecho aquel camino, porqu’él le avía dicho al almirante, y no a otra persona, que yva a Inglaterra por ver la princesa, que le dezían que era la más hermosa y acabava muger del mundo, mas no le avía dicho que era su esposa. Y como quier que todos quatro navíos según a donde determinaron de yr pusieron toda diligencia en su camino y dar fin a su propósito, como las cosas de la mar son inciertas, bien tardaron los que fueron a Levante más tiempo de lo que pensaron en llegar a Constantinopla. Y no hallaron ninguna nueva de su señor, y dieron causa estas dos naves de mucho dolor y llanto en todo el imperio con las nuevas que del Cavallero de la Fortuna llevaron, hasta que dende a mucho tiempo supieron que era bivo, como en su lugar se dirá.
Las otras dos naves, en que el almirante yva, no tardaron menos en llegar a Inglaterra, a causa de muchos reveses y contrariedades de los tiempos; mas al cabo aportaron en la costa de aquella ysla debaxo de Dobra, donde dizen las dunas. Y allí surgieron, y el almirante se fue con tres cavalleros a Londres, donde algunos días estuvieron buscando y pesquisando si podrían saber nuevas del Cavallero de la Fortuna; y aún en todo este tiempo él no era venido a la ysla, como la hystoria dirá.