Capítulo LI: Cómo el Cavallero de la Rosa se soltó de la cárçel en Mecina, y del camino que llevó desde allí.
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Aquella noche qu’el Cavallero de la Rosa fue preso él se vio en mucho trabajo, y muy pensosso estuvo cerca de lo que le convenía hazer. Y como el carcelero lo vido de tan linda dispusición y bien hablado, mucha lástima le avía, porque sabíe que, en llevándole al emperador, le avía de mandar descabeçar. Y el Cavallero de la Rosa le preguntó que qué era la causa porque le avían prendido, y el carcelero le dixo:

-Sabed que en todo este reyno está mandado que quantos estranjeros entraren este año en aquesta ysla los prendan y los lleven al emperador a Costantinopla, porque dizen que teme que le ha de quitar un cavallero el imperio, y los sabios le han dicho que en este año en que estamos ha de venir a esta ysla y ha de ser preso en ella. Y por eso tiene mandado que a todos los que prendieren por estranjeros se los lleven. Y en llegando allá, sin ninguna remissión los manda descabeçar. Y por cierto, yo he mucha compassión de vos, porque ningún remedio tiene vuestra vida.

Y el Cavallero de la Rosa respondió muy mansamente y dixo:

-Por cierto, el emperador es mal consejado, porque bien vedes vos que d’essa manera muchos padesçerán sin culpa, y en fin no querrá Dios que esse cavallero de quien se teme vaya a su poder, ni ta[m]poco (34) que él quede sin castigo, que Dios no quiere tanta sinrazón. Y yo espero que, si la vida me ha de costar aver entrado en esta tierra, que no faltará quien mi muerte y las de tantos vengue.

Y con esto el carcelero le echó unos grillos y lo metió en una cámara, a la qual echó por de fuera dos candados muy fuertes; y lo dexó solo, sin ninguna compañía.

Mas, como su buena ventura del cavallero no avía de ser atajada tan presto, siguiósse que aquella misma noche él provó a sse desferrar, y diosse tal maña que lo pudo bien hazer. Y desquiçió las puertas y salió de la cámara do estava preso. Y tomó un cavallo del carcelero, y él y otros presos quebrantaron las otras prisiones y puertas y salieron fuera de la ciudad sin ser sentidos. Y como él se vido en el campo y a cavallo, apartósse de los otros que con él se avían soltado, y anduvo todo lo que pudo corriendo y galopeando. Y la siguiente noche tornó hazia la costa de la mar poco antes que el sol se pusiesse, y vido estar surta en una cala (como puerto pequeño) una caravela, ni más ni menos que la que los nigrománticos le avían dicho, y fue hazia donde estava. De la qual luego partió una barca con diez marineros para tomarle; y entró en ella, y el maestre de la caravela le dixo:

-¿Queréys, señor, que enbarquemos el cavallo?

Y él dixo que sí, y assí se hizo luego. Y como en aquello se detovieron algo, aún no era embarcado casi quando llegaron muchos cavalleros y gente de pie que venían tras el Cavallero de la Rosa por lo tornar a prender, y davan bozes a los marineros, requeriéndoles que tornassen a tierra aquel hombre. Mas el maestre no se curó d’ellos, y dixo al Cavallero de la Rosa:

-Señor, ¿dónde mandáys que os lleve, que yo aquí os estoy esperando desde anoche? Y no queráys saber quién me embía, sino sabed vos mandar lo que quisiéredes, que aquí se complirá todo.

Y el Cavallero de la Rosa le dio las gracias y le dixo qu’él le agradescía mucho lo que dezía, y que si sabía la Ysla Prieta que lo llevasse a ella. Y el maestre dixo que sí sabía muy bien, y en continente se hizieron a la vela, porque el tiempo era muy al propósito para la navegación que mandava hazer. Y dentro de tres días y medio llegaron a surgir en un puerto de la misma Ysla Prieta. Y allí salió el cavallero en tierra, y dixo al maestre que por amor suyo le prestasse un arnés, y él se lo dio de muy buena gana. Y se armó con él, y no parescía sino que para él se avía fecho. Y ciñóse su Espada Venturosa y dixo:

-Señor /52-r/ maestre, avéysme de atender hasta que yo torne.

Y él le dixo:

-Yo tengo de esperaros seys días; por esso mirad que, si más os detenéys, no puedo esperaros.

Y el Cavallero de la Rosa le dixo:

-Yo tornaré presto, porque en esta ysla está aquel gran gigante que tanto espanto da su fama en el mundo, y yo espero en Dios aver victoria d’él. Y no passarán los seys días que dezís sin que yo le aya visto, y sabré hasta dónde alcança mi ventura.

Y el maestre de la caravela le dixo:

-Señor, pues vuestros desseos son tan loables, agora vos digo que vos esperaré ocho días, y plega a Dios de daros victoria.

Y luego hizo que le sacassen de la nao el cavallo del carçelero de Mecina, el qual era muy bueno, y cavalgó en él, y fuesse por la ysla adentro a buscar el gigante. Pero ningún día se le passava al cavallero sin exercitar sus anillos y usar d’ellos de la manera que los nigrománticos le avían dicho, porque, si assí no lo hiziera, no fuera possible llegar a tal estado sin mucho peligro y grande estorvo de lo que emprendía.
 

Capítulo LII: Cómo el Cavallero de la Rosa se combatió con el gigante de la Ysla Prieta y lo venció y mató; y lo que hizo después que le ovo muerto.

Así como el Cavallero de la Rosa se vido armado y a cavallo, se encomendó a Dios y caminó bien tres leguas sin que persona ninguna topasse. Y a cabo de las tres leguas, llegó a una pequeña población en que avría hasta quarenta casas, pero era muy aplazible villaje, y a par d’él passava un hermoso río. Y como entró en el lugar vido algunos hombres, los quales vinieron a él a mucha priessa a le dezir que se desarmasse, y no supiesse el gran gigante que avía ningún estranjero tenido tal atrevimiento, porque en la hora lo haría muchos pedaços. Y el Cavallero de la Rosa, no espantado por aquesto, les dixo:

-Dezidme, ¿dónde está el gigante? Que esse que os espanta es a quien yo vengo a buscar y a castigarle de las muchas crueldades que en muchos ha fecho.

Y como los del lugar le oyeron assí hablar, le dixeron:

-Cavallero, el gran gigante es señor de aquesta ysla; y aunque ay algunos pueblos buenos en ella, él no bive en ninguno de todos ellos, salvo en aquella montaña alta que vos podéys ver desde aquí, y algunas vezes se viene por este lugar a caça. Mas, si vos queréys lidiar con él, compañía avíades menester, y que fuessen más de dos mill cavalleros con vos, para escapar de sus manos. No sabemos qué atrevimiento es el vuestro, que pensáys con vuestra persona resistir a la de quien un grande exército deve temer.

Mas el Cavallero de la Rosa, assí como le mostraron la montaña, él dio de las espuelas al cavallo sin responder otra cosa. Y una legua de aqueste lugar que es dicho, antes de llegar a la sierra, halló al gigante a par de un río; el qual, como vido al Cavallero de la Rosa, le dixo:

-Cavallero, ¿soys mío o estranjero?

Y el cavallero le dixo:

-Soy estranjero, y no vuestro, y vengo a buscaros.

Y en esse punto el gigante ar[r]emetió a un árbol y lo arrincó, y dio con él tan gran gol /52-v/ pe en las ancas del cavallo que se lo derribó muerto en tierra. Y el Cavallero de la Rosa muy presto se levantó, pero bien pudiera el gigante darle otro tal golpe a él, si quisiera; mas no le tuvo en tanto que quisiesse hazer cabo d’él. Y el cavallero se fue a él con su Espada Venturosa en la mano. Y como era muy suelto saltando al un cabo y al otro, andava dando golpes en las ramas del árbol que en las manos traýa el gigante; el qual, como veýa qu’el cavallero tanto se le defendía, quiso herirlo ya con saña, y cargó con am[b]as manos para le dar un golpe. Y fue tan grande la fuerça que en éste puso que cayó juntamente con el golpe en tierra. Mas el Cavallero de la Rosa en esse punto fue sobre él, y le dio muchas cuchilladas y muy grandes en la cabeça y pescueço. Y aunque con todas ellas se tornó a levantar, luego cayó sin sentido en tierra por la virtud de la espada. Y, assí como tornó a caer, le cortó la cabeça. Y bien quisiera levarla consigo, mas era tan grande que no la pudo traer.

Pero luego le sacó la lengua, y llegó con ella a la caravela el siguiente día. Y no curó de detenerse en la ysla en cosa ninguna, sino seguir su aventura adelante. Y como llegó a la caravela, se entró dentro, y hizieron a la vela.

Y otro día en la noche llegó al puerto de Galípoli, el qual es en el imperio de Constantinopla, y allí saltó en tierra. Y se despidió del maestre de la caravela, y nunca más lo vido.

Y lo primero qu’el Cavallero de la Rosa hizo fue encender muy gran lumbre y de mucha leña; y, después que fue ardida toda, echó dentro la lengua del gigante, la qual se quemó y hizo cenizas. Y como vido que era ya quemada, entendió en matar aquel fuego, y halló en las cenizas d’él el espejo que los nigrománticos le avían dicho. Y entonces conosció que los nigrománticos le avían dicho verdad en todo. Se tuvo por muy venturoso con el espejo, y luego començó de usar la misma virtud porque, en mirándose a él, conosció lo que aquel día le avía de venir.

Y desque ovo fecho aquesto, se fue para una ciudad que cerca de allí estava, que se llamava Trolda, a la qual el emperador avía fecho muchas vexaciones y males, porque sabía que desde allí se le avía de hazer la guerra y se avía de principiar su perdición.

Y en aquella ciudad avía un sabio que llamavan Durbal, el qual les avía dicho a los de la ciudad que saliessen otro día seys cavalleros, los más principales, hazia la mar, y que hallarían un cavallero que venía a pie armado, el qual avía de ser caudillo y señor de todo el imperio, y avía de sojuzgar al tirano y crudo emperador Grefol y quitarle de la silla, y avía de matar su hijo, y avía de vengar las injurias de los ciudadanos de Trolda y tenerlos en paz y en justicia; y que aquel era el verdadero señor y proprietario de aquellos reynos, y que no dexassen de lo honrrar y rescebir por señor, que sin dubda hallarían ser cierto lo que les dezían.

Y luego, en esclaresciendo, salieron de la ciudad los seys cavalleros que Durbal el sabio avía dicho, y fueron hazia donde les mandó. Y llevaron consigo un par de cavallos muy singulares para qu’el Cavallero de la Fortuna, que assí le pusieron nombre, tomase el que quisiesse para se venir con ellos. Y aún no avía andado dos leguas quando le toparon, y los cavalleros le dixeron:

-Señor cavallero, a vos somos embiados de parte de la ciudad de Trolda, la qual con gran desseo os espera muchos años ha, en especial después que el emperador Grefol la quiere maltratar, y la ha querido del todo dissipar, porque, como es hombre que alcança mucha ciencia, ha hallado por ella, y assí lo han dicho muchos sabios, que desde aquesta ciudad ha de salir poderosamente contra [él] el Cavallero de la Fortuna, a quien de derecho el imperio perte- /53-r/ -nesçe; y d’esta causa la ha puesto en mucha perdición. Y cierto sabemos que vos soys el que ha de sanar nuestras molestias y las de todo este imperio, y assí lo ha certificado siempre el sabio Durbal, que oy día vos está esperando, y siempre nos ha dado esperança que presto vos veríamos.

Y, dicho esto, el Cavallero de la Fortuna les dixo:

-Cavalleros, muchas gracias os doy por vuestro ofrescimiento a todos los que en la ciudad de Trolda bivís; y si yo soy a quien esperáys, Dios lo guíe todo como sea más servido. El emperador cercano deudo tiene comigo, y no consentirá Dios que después de sus días suçeda en la silla imperial sino cúya fuere de derecho. Yo no seré en le desposseer en sus días, mas seré en que después d’ellos no quede el imperio enajenado, sino en poder de cúyo es, y de quien os trate como amigos y leales vasallos. Y si con esta condición me quisiéredes rescebir en vuestro pueblo, yo entraré en él, y con otra ninguna no lo haré. Y porque yo he oýdo loar mucho el saber de Durbal, por amor mío que os tornéys a vuestra ciudad y refiráys mi re[s]puesta. Y si d’esta manera me quisiéredes, yo vos ampararé y defenderé del emperador y de todos los del mundo. Y dezid a esse sabio hombre que yo le ruego que él venga con vosotros a darme la re[s]puesta de lo que entendiéredes hazer.

Los cavalleros acordaron de tornar a la ciudad con lo qu’el Cavallero de la Fortuna les avía dicho; y no fueron sino los quatro, y los dos d’ellos se quedaron con él por le tener compañía; el qual, con los dos que quedaron, en una ermita adonde le fue dada la re[s]puesta por Durbal el Sabio, porque él tornó con los quatro cavalleros y le dixo que con las mismas condiciones qu’el Cavallero de la Fortuna quisiesse rescebirlos, que con aquéllas la ciudad se ponía en sus manos; y entrasse en ella, y dispusiesse de las vidas y haziendas de todos los de aquel pueblo como de cosa suya, porque tenían por fe que era divinamente embiado para su remedio. Y acordó el Cavallero de la Fortuna, por consejo de Durbal, de quedarse aquella noche en la ermita, y que otro día entrasse en Trolda y se le hiziesse el rescebimiento que a tal persona convenía.

Y assí se hizo, porque, al tiempo que otro día entró el cavallero en aquella ciudad, salieron sobre dos mill de cavallo y seys mill hombres a pie a punto de guerra, todos a le rescebir con tanta alegría como nunca gente rescibió a príncipe; y aposentáronlo en las casas imperiales, y allí fue muy largamente servido como quien era. Pero, aun en todo esto, no se sabía más de pensar y tener por cierto que éste era el que esperavan para librarse de la tiranía del emperador, y assí lo afirmava Durbal el Sabio, al qual se dava en aquella cibdad y en todo el imperio grandíssimo crédito.

Y dende en quinze o veynte días que por muchas ciudades y villas del imperio se supo lo que la ciudad de Trolda avía hecho, se revelavan todas contra el emperador, y dezían que se determinavan de hazer lo que Trolda hiziesse.

Y luego qu’el emperador Grefol supo esta nueva temió mucho, porque ya avía sabido qu’el gran gigante era muerto, y avía ya perdido el espejo, y su anillo no le dava el aviso que solía, y creyó sin duda que el tiempo se acercava de su caýda. Pero, como era /53-v/ muy poderoso y riquíssimo, y amava en estremo al hijo bastardo Balderón, determinó de perderse en el campo como cavallero, y mandó juntar sus gentes para yr a cercar la ciudad de Trolda, donde le dixeron que ya estava con gran poder su adversario, y que era un cavallero que aún no le sabía ninguno el nombre, mas de quanto la gente vulgar le llamava el Cavallero de la Fortuna.

Y en este tiempo que el emperador juntava su exército, también el Cavallero de la Fortuna juntó mucha gente de pie y de cavallo, y acordó de embiar dos embaxadores al emperador. Y lo que le embió a dezir primero lo comunicó con muchos hombres del consejo de Trolda, y principalmente con Durbal, porque en mucho amor y privança lo tenía, y a todos les paresció que era bien que assí se hiziesse. Y como por esta embaxada que con los de Trolda comunicó vinieron a conoscerle y saber quién era, dieron grandes gracias a Dios, porque les paresció que Dios les avía traýdo su señor verdadero, y que su empresa estava justificada. Y quedaron d’esto muy alegres todos los principales y comunidades que con el Cavallero de la Fortuna avían juntado. Y lo que contenía la embaxada era esto, lo qual le escrevió al emperador, y mandó que los embaxadores le dixessen aquello mismo:
 

Capítulo LIII: De la embaxada que el Cavallero de la Fortuna embió al emperador Grefol, su tío, después que fue reçebido por señor en la ciudad de Trolda y se alçaron con él otras comunidades del imperio de Constantinopla.

"Poderoso señor Grefol, emperador de Constantinopla:

Notorio es a vuestra grandeza qu’el emperador Barbendo, de felicíssima memoria, vuestro padre, por cuya fin y suçessión derechamente venistes a posseer la imperial silla de Constantinopla, tuvo otro hijo varón, hermano vuestro, llamado Ponorio, que casó en Albania con la duquesa Clariosa; el qual Ponorio, si os venciere de días, ha de ser señor y verdadero proprietario d’este estado que tenéys, y no Balderón, vuestro hijo, por ser, como es, ylegítimo.

Y porque ya vuestra edad está muy vezina a los noventa años, y no acordándo’s quánto cargo de consciencia sería para vuestra ánima dexar en posessión de lo que no le pertenesce a Balderón, y contra la verdadera y legítima subçessión de vuestra sangre procuráys en vuestros días apropiarle y aposissionarle este imperio, yo, don Claribalte, hijo y primogénito eredero del mismo Ponorio, vuestro hermano, y nieto legítimo del claríssimo y de santa memoria emperador Barbendo, y sobrino vuestro, vos digo que, doliéndome de los trabajos que estos leales vasallos del imperio por culpa vuestra passan, queriéndolos enojar y maltratar de muchas maneras y enajenarlos contra justicia en el dicho Balderón, desseando que vuestra mala intención no aya efeto en tan abominable hecho como sería quedar esta imperial casa enajenada y fuera de su verdadero señor, y por mi propio interesse, vengo a suplicaros que a esse vuestro no legítimo hijo le dedes hazienda que le baste y él merezca, y la principal silla después de vuestros días quede y ordenéys desde agora para Ponorio, cúya es; y después de sus días para mí, en quien derechamente suçeder puede. Y si assí queréys permitirlo, pues toda razón y derecho esto quiere, yo os seré obidiente servidor y sobrino, si, juntamente con esto, dié- /54-r/ -redes orden cómo vuestros súbditos y naturales sean mejor tratados que hasta aquí, pues solamente Dios vos los dio para que seáys usufrutuario, y no destirpador para los venideros.

Y si otra cosa quisiéredes hazer, desde agora os apercibo que no cesaré de hazeros muy cruda guerra hasta tanto que la necessidad os apremie a conceder por fuerça lo que de grado os pido, pues es lo que vos mismo devríades querer. Y entre vos y mi derecho, pongo a Dios por testigo, y a quantos cavalleros y nobles personas han visto esto, que os escrivo con estos embaxadores míos, que no van a más de apercebiros que se ha de complir lo que he dicho, y a notificaros todo esto. De lo qual se principia, y en vuestra mano está, la paz o la guerra, con las condiciones dichas."
 

Capítulo LIIII: De la re[ s] puesta que el emperador dio a la embaxada del Cavallero de la Fortuna.

Así como llegaron los embaxadores del Cavallero de la Fortuna a la corte del emperador, fueron muy bien rescebidos y aposentados, y el siguiente día que el emperador quiso oýr su embaxada dixeron que mandasse llegar los altos hombres de su imperio, y que dirían a lo que venían. Y luego el emperador los mandó llamar, y estovieron ocho días esperando que se juntassen. En el qual término vinieron los más principales, y ya también avía en la corte muchos d’ellos. Y el emperador oyó con sus grandes y pontífice[s] y sacerdotes la embaxada en la qual se contenía lo mismo qu’el Cavallero de la Fortuna le escrivía. Y el emperador les dixo que él consultaría aquel negocio con los altos hombres de sus reynos y prelados, y con los del su consejo, y muy brevemente les respondería.

Y assí como este día passó, luego el otro adelante se platicó entre el emperador y los grandes del imperio y perlados y personas de su consejo lo que se devía responder a la embaxada. Y allí ovo muchas opiniones, porque algunos dezían que lo qu’el Cavallero de la Fortuna dezía era justicia en todo lo que pedía, y otros, vencidos de passión o por contentar al emperador, dezían lo contrario, y que era bien que el emperador saliesse en campo, y que en sus días no parecía bien que ninguno se pusiesse en limitarle.

Y casi los más fueron d’este acuerdo, pero algunos ovo que mucho porfiaron otra cosa, y dezían que era muy mejor que el emperador quisiesse paz y se quitasse de contención, pues aquél era su sobrino, y él y su padre los derechos subçessores del imperio; y que, avida entr’ellos paz, el emperador podría dexar gran señor y muy bien eredado a Balderón, su hijo. Y en esto se afirmaron mucho el rey de Egipto y el de Candía, que eran vassallos del emperador y se hallaron a la sazón en la corte.

Y con esto cessó el consejo por aquel día hasta el siguiente, que se determinó la re[s]puesta que se les devía dar a los embaxadores.Y luego hizo prender al rey de Egipto y al de Candía y, visto esto, algunos que tenían pensado de allegarse al parescer de los reyes mudaron de propósito, y algunos no curaron de yr al consejo, pues vían claro que el emperador no quería que se le dixesse lo cierto. Y assí como en el consejo se determinó aquella re[s]puesta, más al propósito de la voluntad y apetite del emperador que no de justicia, embió por los embaxadores. Y el emperador les dio una carta en re[s]puesta de la que le dieron, ordenada por él y por los que siguieron lo que él quería, y les dixo:

-En esta carta va respondida vuestra embaxada, y no tenéys otra cosa que hazer aquí, mas departiros luego, y no estar una ora más en mi corte. Y dezilde a esse, vuestro señor, que el mejor consejo que él podría escojer será salir luego del /54-v/ imperio por no causar tanto mal y castigo sobre su persona y las de quantos traydores con él se juntaren.

Los embaxadores dixeron:

-Señor, ni Dios ni el mundo ternán por traydores los que siguieren al Cavallero de la Fortuna, ni lo pueden ser, pues lo que nosotros en su nombre os pedimos no es para quitaros a vos ninguna cosa, pero es para que no enajenéys el patrimonio de los legítimos subçessores del imperio.

Y, dicho esto, bolvieron las espaldas y fuéronse delante del emperador. Y en la misma ora cavalgaron y se fueron al Cavallero de la Fortuna, al qual hallaron en la ciudad de Trolda con infinita gente que se le avía ya allegado, y tan buena de pie y de cavallo que él estava bien puxante para poder dar la batalla al emperador, su tío. Y como estos dos cavalleros, sus embaxadores, llegaron, le respondieron lo que el emperador dezía, y le dieron la carta que les dio; la qual el cavallero leyó, en dándosela, en presencia de muchos cavalleros. Y dezía assí:
 

Capítulo LV: De lo que contenía la carta qu’el emperador embió al Cavallero de la Fortuna, en re[ s] puesta de la qual le escrivió.

"Cavallero de alta sangre, si soys el que en vuestra carta dezís (lo qual yo no creo, porque oviera en vos tanto comedimiento que lo que agora me escrevistes de vuestra persona a la mía se comunicara sin poner el fuego y escándalo que avéys puesto en el imperio); mas, como los más potentes desde que el mundo es mundo nunca estovieron sin molestias ni les faltaron trabajos, digo que doy gracias a Dios porque antes de mi fin aya suçedido vuestra locura, si después d’él avía de ser esto, porque de mi mano y con la justicia que tengo para castigaros seáys punido vos y los que vuestro mal acuerdo siguieren.

Barbendo, de gloriosa recordación, mi padre, me dexó por su hijo y universal eredero y suçessor en este imperio, y es verdad que mi hermano fue Ponorio, y hijo suyo. Pero ya le dexó eredado y apartado de la suçessión imperial; y caso qu’él fue legítimo, vos no soys su hijo ni suçessor; y, ya que lo fuéssedes, vuestro padre avía de pedirme lo que vos sin razón me pedís. Balderón, mi hijo, es muy digno de suçeder en el imperio, assí porque Dios le hizo mi hijo como porque le dio persona digna de grandes estados. Y si mi edad está vezina a los noventa años, como dezís, más vezina está la vuestra al fin de vuestros días. Con muy justo título y conciencia puedo yo dexar el imperio a mi hijo, y los otros reynos que yo en él he acresçentado.

Y en lo que os doléys de los trabajos y vexaciones que dezís que he dado a mis vassallos, todos los que aquesso dizen no cuentan verdad, y serán de los que han seýdo castigados de mi justicia por sus méritos. Y el propio interesse vuestro, que también dezís que os mueve a embiarme a dezir tan vanas palabras, se convertirá en propio daño vuestro y en [e]xemplo a los venideros. La hazienda que dezís le dé a mi hijo que le baste y él merezca, esso es todo lo que yo tengo con el restante de toda Grecia, que Dios le dará y dexará adquerir por el justo título que tiene.

Las condiciones con que me ofrescéys vuestra obidiencia yo las desecho, y tengo por lo que ellas son, y mis vassallos serán tenidos en justicia como hasta aquí, y los que merescieren castigo le avrán. Y la guerra que me significáys no avréys menester de passar de Trolda, porque dentro de veynte días primeros dentro en ella seréys castigado de vuestro atrevimiento. Y sea Dios el testigo de vuestros escándalos, y no dé lugar a que cosa tan injusta como pedís passe adelante."

Capítulos LVI-LX