En el Libro V, Discurso I, en relación con las enfermedades que pueden causar brujas y brujos, se hace referencia a la historia relatada por un consejero del Tribunal Parlamentario de Burdeos, de quien se omite el nombre por discreción.
Este hombre vivió en sus carnes un caso poco común. Él se encontraba aquejado de unas fiebres palúdicas, por los que sufría mucho. Una vecina suya le explicó que si quería curarse, ella había encontrado a un joven de 25 años que aseguraba poder sanar estas dolencias. El hombre accedió, cansado de soportar una enfermedad tan molesta.
El día acordado, el muchacho, acompañado de la señorita, entró a la casa por la puerta trasera y comenzó a describir círculos y a pronunciar conjuros. El consejero, hombre temeroso de Dios, viendo además que era de día y la luz lo inundaba todo, no mostraba ningún rechazo por estos rituales, en los que, a priori, creía poco. Así que no dudó en entrar en el círculo cuando el joven se lo indicó. Pero cuando el brujo le preguntó por alguna persona de la que se quisiera vengar, el protagonista de este relato no supo mencionar a ninguna, puesto que no tenía enemistad con nadia; mas era necesario señalar a quien se pudiera traspasar la enfermedad. El hombre, finalmente, se decidió por el propio brujo, pues era capaz de sanar. El joven comenzó entonces a gritar, pues, al parecer, el mal le había sido transferido, ante los atónitos ojos del consejero. El brujo pidió, al menos, que le dejaran morir allí, ya que no tenía un lugar en el que hacerlo. El hombre se lo permitió, dudando mucho del hecho de que, realmente, ahora él padeciera las fiebres; pero, en efecto, murió pocos días después.