En el Libro V, Discurso I, Lancre hace referencia a un saludador que resultó ser un farsante. Antes de comenzar la presente historia, el inquisidor advierte al lector de que no debe confiar en los saludadores, porque la mayoría no poseen su don por gracia divina. Acto seguido, refiere el ejemplo de Don Pedro, oriundo de Pamplona, que se afincó en Hisatsou y allí afirmó poder curar las llagas de los soldados por gracia de Dios y, más adelante, también indicó que era capaz de reconocer a los brujos.
Una vez tenía delante a un presunto brujo, lo hacía ponerse de rodillas y rezaba en voz muy baja; si declaraba que era brujo, cobraba un escudo; si lo confesaba el propio implicado, medio escudo. Y así estafó a muchas personas y a las autoridades. Finalmente, la justicia fue a buscarlo, pero él ya había puesto pies en polvorosa y no lograron prenderle.