En el Discurso II del Libro III, Lancre utiliza el supuesto testimonio de una bruja, Marie de la Ralde, para introducir el tema de la marca diabólica.
Marie afirma haber visto cómo en el Sabbat se acercaba un hierro caliente para marcar a los niños. Ella no sabía si esto lo hacía el diablo o ciertos brujos en su nombre. A partir de ahí, Lancre diserta sobre esta marca, que en ocasiones se imprime (imitando las llagas que Dios estampaba en alguno de sus servidores) en partes del cuerpo muy concretas (para parodiar la presencia de dichas llagas), como el ano o los genitales, aunque también en lugares nobles y preciosos como ojos o boca. De ahí el autor pasa a narrar una experiendia presuntamente real, la de la Morguy, una muchacha que sabe reconocer a cualquier brujo o bruja, porque fue una de ellas y lo hace introduciendo una larga aguja en la marca, que es (al parecer) indolora. También acompañaba a este inquisidor un cirujano para tal efecto.