En el Discurso I del Libro III, se exponen diversos casos de pacto diabólico. Entre ellos, destaca el de una señorita de buena casa y familia que, habiendo perdido todo su dinero, cae en la más profunda desesperación. El diablo aprovecha ese estado para personarse ante la mujer y prometerle unas cuantiosas sumas, que le serán proporcionadas por una planta de mandrágora, siempre y cuando ella pacte previamente con él. Así lo hace la mujer, pero todo no es de color de rosa, pues le cuesta muchísimo hallar la planta de mandrágora, y lo hace en medio de la noche, en el campo, portando solo una candela de pez o resina. Los vecinos, que la ven vagar de noche, deciden conducirla ante la justicia, pues aquello huele a brujería, mas la protagonista de este relato argumenta que padece una dolencia solucionable solo por medio de la mandrágora; de ahí sus salidas nocturnas. El hecho de que pertenezca a una familia de buen nombre hace que sea creída y liberada. Pero esta fémina arrastrará una existencia desdeñable, pues, según Lancre, el pacto diabólico no puede asegurar una existencia plena y feliz.
Lancre muestra que una de las principales causas que conduce al pacto es la desesperación del pactante.