En el Discurso I del Libro III, el autor habla de un equilibrista italiano, con quien mantuvo una conversación en 1600 en Florencia. Él explicaba que se había convertido en equilibrista porque se lo pidió un día a la Virgen y al día siguiente tenía increíbles destrezas para ello; por esto, no teme nunca caerse ni hacerse daño.
Lancre duda que la Virgen o Dios sean los artífices de estas capacidades y piensa que este hombre había cerrado un pacto con el diablo y que podía ser brujo.