En el Discurso I del Libro III, el autor presenta otra ejemplo, bastante descabellado, sobre un tal Leger Rivasseau, quien se declaró brujo y dijo que visitaba habitualmente el Sabbat, pero sin participar en él y sin renegar de Dios. Como quería aprender a curar, el demonio se comprometió a dotarlo de esta capacidad, si aceptaba deshacerse de dos dedos y medio de su pie, que, como comprobaron los inquisidores, faltaban al pobre hombre. Si hubiera querido aprender a hacer el mal, habría tenido que darle los cinco dedos, por eso solo se dedicaba a la sanación.
Esta historia no posee ninguna verosimilitud, incluso dentro de los parámetros brujeriles, dado que los brujos y brujas no se caracterizaban por su poder para sanar, sino para ejecutar maleficios. Del mismo modo, es poco creíble el caso de un brujo que asiste al Sabbat pero no reniega de su fe, ni que el mismo demonio se contente con que uno de sus secuaces se dedique a curar a los demás.