En el Discurso IV del Libro II, el autor da cuenta de la confesión de un supuesto brujo, Isaac de Queiran, que posee la estructura de un relato de ficción.
Este joven, de 25 años de edad, que trabajaba como sirviente, después de servir a varios amos se instaló en Burdeos. Allí es donde tuvo lugar el grueso de la historia, mas también se narra cómo se convirtió en brujo, ya que fue iniciado a la edad de 10-12 años, por una vecina suya que pensó que podía agradarle formar parte de la secta. Lo untó con un poco de ingüento y el pequeño comenzó a elevarse por los aires. Lo condujo al aquelarre, pero el niño apenas participó en la reunión, aunque sí conservó el recuerdo de que allí se congregaba gente que bailaba al son de un tamboril.
A partir de ese momento, en concreto al día siguiente de su primer viaje al conventículo, se le apareció un hombre grande y negro que le recriminó no haber participado del aquelarre y le propinó un golpe detrás del hombro con una vara (podría ser la impresión de la marca diabólica). En otra ocasión se le apareció nuevamente en un puente, junto a un molino, seguido de una fila de gente, y como el muchacho no quería acompañarlo, intentó ahogarlo en el río; lo que lo salvó fue que, al gritar, los habitantes del molino salieron y el hombre grande y negro, y sus acompañantes, desparecieron.
El acoso continuó y una noche el demonio volvió a buscarlo y lo llevó por los aires al aquelarre, y otra vez a los tres días, ocasión en que hubo de besar al diablo en una nalga.
Posteriormente, el joven marcha a Burdeos y entra como mozo de caballerizas de una familia. También se encargaba de, en ocasiones, acompañara a la escuela al hijo mayor, con el que tuvo bastante contacto. Así que después de dejar el servicio del hombre para el que trabajaba, volvió a aparecérsele el diablo y lo instó en repetidas ocasiones a que regresara a casa de su antiguo patrón y diera una droga al niño. Así lo hizo ayudada por Satán, quien lo asistió para que entrara por una chimenea. En la habitación dormían varias personas y el niño en cuestión, y como tenía la boca entreabierta le colocó la droga y salió por donde había entrado. El pequeño estuvo mudo desde entonces.
También se cuenta que tiempo después su antiguo patrón estuvo dispuesto a perdonarlo (una vez confesó haber sido el culpable de la enfermedad del niño) si era capaz de sanar al infante. El joven convocó nuevamente al diablo para que este lo auxiliara, pues se hallaba encerrado en una habitación mientras preparaba el compuesto herbal que habría de solucionar la mudez. El demonio se mostró dispuesto a ayudarlo; lo cual resulta extrañísimo en este relato. No se debe obviar que este mismo diablo, en ciertas ocasiones, quiso volver a conducir al muchacho al conventículo y, como él se negaba, intentó ahogarlo en el río. Se salvó de morir a manos de Lucifer gracias a sus invocaciones a Dios.
Es esta una confesión bastante completa, una de las que más se acercan a la estructura del relato, con un planteamiento, un nudo y un desenlace, aunque hallamos alguna incoherencia y, en ciertos momentos, faltan datos concretos que faciliten la comprensión de ciertos acontecimientos.
Solo recordamos que, realmente, nos hallamos ante una confesión cuando se explica que se utilizó el tormento para extraer información al imputado, aunque Lancre afirma que, finalmente, reconoció ser verdad todo lo que había expresado bajo tortura. Se trata de un relato llamativo que ha de ser tomado, como el resto de ejemplos y confesiones brujeriles, como un texto totalmente ficcional.