En el Discurso IV del Libro II, se puede observar cómo Lancre, a partir de ciertos retazos de las confesiones de los brujos y brujas que ahora detallaremos, muestra cómo se puede construir el gran relato de la brujería como si de un cuento popular se tratara. De hecho, el autor levanta todo el armazón sobre el que se sostiene el aquelarre recurriendo a varias voces, que apuntarían a la creación colectiva.
Las personas a las que se alude son: Petri Daguerre, Léger Rivaffeau, Jeanne Dibasson, Marie de la Ralde, Marie de Aspilcouette, Jeanette de Belloc, Jeanette de Abadie, Marie de Marigrane, Margueritte...
Sus palabras, obviamente manipuladas por Lancre, dibujan la imagen del Sabbat que conocemos: las brujas acuden volando por los aires, tras untarse, y en ocasiones son conducidas por el mismo diablo, que las capitanea; el diablo, una vez en el conventículo, puede aparecer en diversas formas, de entre las que destaca la de Macho Cabrío, y puede comparecer en apariencia humana; el demonio puede dar la facultad de curar a quien realice el sacrificio oportuno, pues un brujo le dio parte de su pie izquiero con esta finalidad. Muchas brujas, aunque en esta reunión suceden cosas terribles, acuden con mucha alegría, pues el diablo les tiene el corazón totalmente cautivado y afirma que en el infierno serán mucho más felices que en el cielo. En el baile se escucha el son de los tamboriles, trompetas y violones; para cada uno este acto es distinto, pero siempre la danza se da de un modo extraño, disparatado e incluso histérico. De los sapos que allí se cuidan en forma de rebaños se extrae un líquido que sirve, por una parte, para fabricar el unto del vuelo y, por otra, para los venenos que permiten realizar todas las maldades de los brujos, tales como estropear cosechas. Del mismo modo, el aquelarre es el lugar de la abjuración de las personas que se integran por primera vez en la secta, ya que es crucial renunciar a la fe. Se hace hincapié también la adoración al diablo, que incluye siempre un beso en las partes pudendas y el ano, la ofrenda de corazones de niños no bautizados, y en la orgía. El banquete es motivo, igualmente, de admiración por todas las viandas que se ofrecen, tales como carne de niños asesinados, manjar que no podía faltar.
No faltan menciones a las metamorfosis de los brujos y brujas en animales ni al vampirismo.
En la sucesión de confesiones fragmentarias que presenta de Lancre se halla materia prima muy interesante (no ya de carácter histórico, sino literario) acerca de lo que hemos denominado el gran relato de la brujería.