En el Discurso II del Libro II, se relata el caso de un brujo que, al parecer, se hizo muy famoso. Todo tuvo lugar en el 1609 y el autor asegura que el protagonista de esta historia fue condenado a muerte sin pruebas, solo a partir de su propia confesión, por un presunto maleficio, ya que supuestamente había proporcionado una droga a un niño de buena familia (a la que sirvió durante un tiempo), en una avellana.
Lancre detalla los sucesos explicando que Isaac, cuando ya servía a otra familia, volvió una noche a casa de su antiguo amo, desde el tejado entró por la chimenea, acompañado de un demonio que le asistía, y colocó, mientras el pequeño dormía, la avellana en su boca, con intención de drogarlo y ofrecerlo al demonio. Una vez hecho esto, lo condujo al sabbat.
El niño, tras los acontecimientos, quedó mudo y también estuvo durante algún tiempo muy enfermo, al borde de la muerte.