Argumento de la scena xxxj

 

Ydo el Despensero, concierta con Grisindo de matar a Fulminato. Justina, leyendo la carta de Polytes, véesela Belisea y tomada sabe sus casamientos. Tractan las dos de la entrada de Floriano. Y Belisea tracta a solas de hazer casar a Justina y Polytes delante de ella y Floriano essa noche, para tomar mejor occasión a sus desseos y mejor color a sus hablas.

Despensero. Grisindo. Justina. Belisea.

 

Despensero.- Agora que voy en mi cabo, será bien pensar cómo salir a mi honra con lo que me encargué, porque el hombre ha de mirar quántas bueltas y cifras tenga un sí antes que le diga, y después quántas razones oviere para no le faltar, pues ‘al buey tienen por el cuerno y al hombre por su palabra’.

Grisindo.- ¡O, gracias doy a Dios que te hallo, que peor eres de hallar que un abogado!

Despensero.- ¿Dízeslo porque ay muchos?

Grisindo.- No, por otra cosa. ¿Pero dónde has estado, que no te he podido sacar de rastro?

Despensero.- Tengo ‘la condición del rey, que donde no está no le hallan’.

Grisindo.- Ansí lo hazía mi padre. ¿Pero dónde has estado, que toda la calle ha andado en tu busca?

Despensero.- También fuy yo en la tuya en casa de Marcelia, y creo que te me negaron.

Grisindo.- Y aun no sería mucho, porque encerrado me tuvieron un rato por unos yentes y vinientes. Que, por Dios, diez puertas havrían menester para entrar y salir negociantes en aquella casa.

Despensero.- Presto la conosciste. Mas dime, por tu vida, ¿y encerráronte?

Grisindo.- Y aun por la de en- /fol. cviij r/ -trambos, porque estando parlando con la que sabes, vino la madre; y luego otro diablo, Centurio baladrón; y finalmente que la muchacha me tuvo como thesoro tras la llave hasta que menguó la cresciente.

Despensero.- Maravíllome cómo no me oyste.

Grisindo.- Antes te vi y te oy preguntar por mí. Y después de ydo tú e yda la madre, vino aquel comesiete, un panfarrón de un Fulminato. Y él, queriendo subir, yo púseme a punto a le defende la escalera, porque ya me havían sacado de tras llave para botarme fuera.

Despensero.- Pues, ¿cómo os departistes?

Grisindo.- No sé más de que la muchacha baxó a él, queriendo yo baxar a verme con él. Y no sé si huyó o qué fue, pero sé que tomó el passo bien largo.

Despensero.- Agora me sacas de una duda.

Grisindo.- ¿Qué tal?

Despensero.- Que no le tenía por tan hablador y por tan lebrón. Pero lo que no heziste entonces de tentarte con él, tienes agora tiempo, si te atreves a me acompañar esta noche.

Grisindo.- Ponme tú en qué y verás si me atrevo.

Despensero.- Pues sábete que él ha afrontado oy a la madre y a la hija. Y yo les di mi palabra de vengarlas esta noche; y ellas me dieron avisos de cómo le conosciesse y dónde le encontrasse y a qué hora le hallasse, porque andará solo. Por esso, si te contentó la muchacha, agora tienes tiempo de ganarla por tuya; y yo con la madre, seremos ‘dos a dos...’

Grisindo.- Sin más causas de saber que tú te pones en ello, me llama quando mandares. Y aun, si quieres, llevaré tres o quatro de los escuderos, que holgarán de acompañarme.

Despensero.- Basta que vamos los dos, yendo bien armados. Por esso, duerme a prima noche, que yo te llamaré a la una.

Grisindo.- Pierde cuidado, que yo voy arriba. Y tú, desembaráçate de tu officio.

Justina.- Agora que estoy a solas quiero leer otra vez este papel de mi Polytes, porque nunca a mi contento le he podido de espacio bien acabar de leer gustosamente.

 

Carta de Polytes a Justina

Señora de mi coraçón, aunque he recebido de vos más favores que jamás ni pensé merescer ni osé confiar de recebir, pero mi voluntad que os ama y mi entendimiento que en sola vuestra meditación se occupa han levantado tanto todas mis potencias y con ellas son ya mis desseos tan altivos que os oso dezir que soy ya tan malo de contentar quanto sé estimarme en más por ser tan vuestro y tan favorescido. Ansí os suplico, vida mía, que pues vuestro gracioso me hizo vuestro esposo, y yo en ello tuve y tengo y tendré tanta hufanía /fol. cviij v/ y tan próspera ganancia en recebiros por mi señora y muger, en lo qual torno a retificarme con nuevo , que vos tengáis cuidado de mirar por mí como por cosa vuestra. Y de nuevo os suplico que tengáys por bien de querer que aya fin mi tormento antes que, no le haviendo en él, le veáys vos en mí. Todo esto digo, mi señora, porque como la noche passada yendo a veros con vuestra licencia y mandado me paresció que me comunicastes por menos tiempo vuestra vista, que no havía desseosamente aguardado por os hablar. Y junto a esto me embiastes con algún sobresalto de algún descontento que tengáis de mí, pues suplicándoos me mandássedes para hora cierta que os hablasse, y parescióme que como desganada no me quesistes dar sí determinado. Y aunque me mandastes esperar vuestra determinación, yo vine tan lleno de congoxas que con ella se me ha passado lo poco que me quedava de la noche. Por tanto, suplícoos que, perdonando mi importunidad, me mandéys para quándo, con toda brevedad, queréis que os vea, porque si os dilatáys y cresce mi pena, yo soy perdido.

  Porque yo vivir no puedo
sin os ver presto, señora,
pues os sé dezir que quedo
tal, que me perderé cedo,
si vos me olvidáys un hora.
  Por tanto mirad por mí;
no por mí, sino por vos.
Mirad que a vos me offrescí,
por donde si muero ansí
a vos lo pidirá Dios.
  Y ansí os torno a suplicar
que, ansí como os obedezco,
queráys vos a vos forçar
para mi mal remediar
por vos, porque os perezco.

 

Belisea.- ¿Qué hazes? ¿Di, Justina, qué papel es ésse que te tenía tan occupada que ni a mí sentiste baxar ni agora aun miras que estoy hablando contigo? Amuestra esse papel, que en ver que te turbas y le procuraste absconder me pones sospechosa y ganosa de ver qué sea.

Justina.- ¡Ay!, perdóname, que ando algo mala; y el descontento me quitó el adevertencia en caer en mala criança de no me levantar luego.

Belisea.- Si esso te escusó el descuido, ¿qué te escusa del no hazer lo que te digo en darme esse papel?

Justina.- No mires, señora, en esso, que son unas gracias de chocarrería.

Belisea.- Ya sabes, pues, que aunque fuesse carta de requiebros que más obligación tienes a me la haver ya dado, pues la has de dar al cabo, que no yo tenía de te haver descubierto quantos secretos tengo.

Justina.- Más quiero que sabiendo tú mis culpas me las ca- /fol. cix r/ -stigues, que eres mi señora, que por encubrirte algo con enojo de mí te olvides de mi remedio, aunque con harta confusión mía. Pero pues este papel me ha de culpar, yo te quiero, confesando mi atrevimiento, suplicarte que mires que soy muger y moça y poco experimentada y menos avisada, y que como atrevida podré haver hecho lo que esse papel te dirá. Y piensa que el no haver caydo en más de lo que ay hallarás declarado ha sido por mirar a tu bondad y a lo que te devo y a la honra mía. Y aunque fui desmandada en lo que ay verás, sin otra cosa de más haver de por medio, poniendo mi honra y todas mis cosas en tu misericordia, te pongo en las manos el papel de la información de mi liviandad, esperando la sentencia que contra mi poco miramiento con misericordia pronunciares.

Belisea.- ¡Ay, ay, ay, Justina, qué te paresce d’esta carta, que sobre leyda dos vezes aún no puedo persuadirme que sea para ti, porque el crédito que yo de tu bondad tenía no me dexa ser fácil a creer que tú pudiesses caer en esto! Dime, Justina, ¿qué fruto te da agora esta tan gran confusión? ¡O, Justina, Justina, que essas lágrimas que agora tú derramas por lo que yo te digo, que soy una flaca donzella como tú, uvieras de haver tú derramado viendo la llaneza con que yo te recibía tus palabras suaves, que tan llenas de ponçoña para mi quietud y mi honra y mi salud venían! ¡O, qué mal pago has dado en andar en piel de oveja, hecha un lobo contra mí, al viejo de mi padre que te ha criado, y a mí mesma en venderme, amándote tanto y fiando mi llaneza de tu malicia encubierta! Dime, Justina, ¿qué has visto en mí que te desenfrenasse a soltar tu limpieza y aventurar ansí la perdición de mi honra? Dime, ¿qué has ganado en perder a ti, perder a mí y perder los canos y afanosos días de la postrimería de mi viejo padre, de mí tan confiado y de ti él y aun yo tan descuydados? Agora veo bien que quando Dios alçare la mano de los más buenos, que bastaran los más flacos tentadores para hazerlos caer. Y agora veo también que al que el occulto juyzio de Dios le tiene permitido a que caya en algún mal, que montan poco ni palabras de buen predicador ni buenos exemplos de justo obrador si Dios no le da acorro y obra en él tal. Pues es assí que todo lo vio el perverso de Judas en el Redemptor del mundo, pues vio buenas obras de exemplos, buenas palabras de doctrina y buena potencia de mila- /fol. cix v/ -gros, y aun desseos en su Señor de quererle perdonar si él endurescido le pidiera con la enmienda perdón. Pero ni lo uno le retraxo de que no le vendiesse ni lo otro le apartó de que no se desesperase. Pues tú, Justina, aunque no en comparación del que agora referí, ¿pero qué has visto en mí, quanto ha que vives, que no te aya sido ayuda para la virtud y muy para estorvarte de lo que has hecho? Pero pues ya tú, o que por ignorancia no viendo el mal que me hazías o que por malicia por querer tu gozo, con sagacidad cautelosa y con cautela maliciosa me has enlazado a donde, si Dios no o por la muerte sobrevenir, no puedo ser libre, a lo menos quiero que mi nobleza se aproveche contigo para en lo de adelante. No en el amor que te devo tener para me fiar fiar más de ti, pero en la voluntad que te he tenido y obras de bienquerencia que de mí tienes hasta agora, para que a esto mirando como generosa te perdone como poco avisada y no te condene por maliciosa. Y en esto verás la differencia que ay de mí a ti, que donde tú buscaste mi cayda quiero yo sacar tu levantamiento, y donde tú buscaste y occasionaste mi muerte y captiverio, buscaré yo en mí razones no sólo para perdonarte, pero también para no aborrescerte.

Justina.- La culpa mía me pone muda al escusarme y tu bondad me da confiança de tu promesa. Pero en todo te suplico que como señora me corrijas y como sabia, mirando a mi ignorancia, no tengas dubda de mi limpieza, puesto que seas cierta de mi yerro.

Belisea.- Anda ya, que basta que ni en ti ay satisfactión para tu escusa por tu yerro ni en mí fuerças para te castigar por mi piedad. Y por la limpieza tuya que has guardado, me quiero persuadir a levantarte. E ansí quiero que no hagas cosa de oy más sin que me des parte. Y digo que me fiaré de ti no menos, pero más que antes, y que tractes cómo lo que está concertado se haga. Y concluyo, para que veas en lo que te tengo, que me voy dexándolo todo a como tú lo ordenares. Y con tanto, nos subamos arriba, no venga alguien que piense otra cosa de te ver a ti llorosa y a mí demudada. Pues en lo hecho no ay enmienda, remédiese lo por hazer para servir a Dios.


 

 

Argumento de la scena xxxij

 /fol. cx r/

Venida la hora señalada, aparejado Floriano se carea con Belisea en el jardín, entre los quales passan razones muy sabrosas. Desposan a Justina con Polytes Floriano y Belisea, y después Justina haze a los dos amantes prometerse palabras de matrimonio.

Floriano. Polytes. Fulminato. Felisino. Pinel.

Despensero. Grisindo. Justina. Belisea.

 

Floriano.- Dime, Polytes, ¿essos moços que han de yr conmigo están levantados?

Polytes.- Señor, bien havrá media hora que están los tres que me mandaste apercebir en la sala a punto.

Floriano.- ¿Y la gente de casa, si está recogida toda?

Polytes.- Señor, como les dieron de cenar temprano y el mayordomo, como mandaste, entendió en hazer recoger la casa, todos están agora a los braços con el sueño, los que no les cabe parte del cuydado de nuestro camino, que en casa lo baruntan bien pocos.

Floriano.- ¿Pues el reloxito de mi recámara en qué punto está?

Polytes.- Un quarto passa ya de las doze.

Floriano.- Pues si ésse, como perezoso, no ha dado más de doze, y los grandes del pueblo han dado la una, y mi señora como presta a me hazer merced salió ya a buscar por mí, yo como tardío me he descuydado en yr a tiempo. ¿Qué será de mí si mi señora se torna como burlada y yo quedo como perdido?

Polytes.- Señor, yo he estado bien en vela y aun andan algo más perezosos, que ha menos que dieron las doze que este chiquito.

Floriano.- Pues tráeme esse montante y sin ruydo vamos. Y di a éssos que vengan juntos y dexen las puertas todas apretadas. Y tú echa la llave a mi cámara y trae tus armas y vamos.

Fulminato.- ¡A, hermanos!, ¿qué os paresce quál va agora Fulminato?

Felisino.- Vas más para ruar de día que para peligros de noche.

Fulminato.- ¿Dízeslo porque no llevo armas secretas?

Felisino.- ¿Y no es harto esso? Sí, que no es bien yr hombre a discreción de qualquier que encontréys, que al primer tiento os quede ayslado y después de que os aya enclavado os dirá: .

Fulminato.- No he menester yo más de que me conozcan para que aun la espada y capa me será peso para el no alcançarlos, y a ellos que huyrán de mí les plazerá que lleve yo estorvo que me quite el bien correr para cogerlos.

Pinel.- Yo más quiero llevar mi /fol. cx v/ cota y guante y caxco y broquel y espada con algún tanto de ventura que esse tu yr en condiciones si me conoscen o no. Y aun más querría no ser conoscido, porque si lo hago yo bien, a mis contrarios les tiene de yr mal, y si lo hago yo mal, menos affrenta me es a mí solo, quedando sano y no siendo conoscido, que no llevar los caxcos quebrados y que a la mañana me puedan, señalando con el dedo, dezir: .

Felisino.- Yo soy de voto que de noche: secreto y seguro.

Floriano.- ¡Hola, moços! ¿Por qué no estáys calla[dos]?

Fulminato.- El gozo, que lleva la persona de yr donde se pueda hazer conoscer, haze con la risa desmandarse la voz.

Floriano.- Pues antes que salgamos de la sala quiero ver cómo va cada uno. Todos vays a mi contento y bien a recaudo. Pero tú, Fulminato, ¿cómo vas tan de fiesta y sin armas?

Fulminato.- Señor, la color del colorado demuestra el alegría que llevo en yr a estas estaciones, y el no llevar armas es por yr más suelto, para que los que a los armados se os fueren por pies, esta espada los castigue con mi soltura.

Polytes.- Mejor le ahorquen al lebrón, que es si no para huyr mejor, porque el d’esto [no] nos ha de aprovechar allá. [Ap.]

Floriano.- Salid todos passo y vamos juntos sin ruydo. Tú, Felisino, torna [a] apretar esse postigo. Y tú, Fulminato, pues quieres yr desembaraçado, te ve delante de nosotros siempre, porque yrás como cavallo ligero a descubrir campo. Y si no oviere embaraço, ya sabes por qué calles y adónde has de guiar.

Fulminato.- Agora lo verás quién va delante, que yo os aseguro que no topéys quién os llegue a la ropa.
(Pero agora que voy apartado quiero mirar por mí, que estos necios bien pensaron hazer a Fulminato prueva de peligros. Pues yo voto a la munición de la carraca de la sancta religión de Malta que al primer gruxir de malla yo les lleve tanta delantera que lo ayan a solas. Y aun porque avisen con quién lo han, que al primer silvo esté yo en la cama al lado de Marcelia, porque al fin allí havrán de parar mis estaciones si no me sale algún avieso, porque agora la tengo tal que temblando me baylará delante. Y no havré llamado, quando le parezca que es tarde para me abrir y temprano para enojarme, y bastante causa para le dar otra tunda. Porque al fin, ‘el fuego y la muger a coçes se han de hazer’).

Despensero.- Ya dio, hermano, la una.

Grisindo.- ¿Pues qué aguardas a la puerta de la calle? Anda, guía, que más /fol. cxj r/ vale que por antevenir caçemos que por retardar nos arrepintamos y perdamos tiempo.

Fulminato.- Ya estoy en par de Sanctiago y aún ellos quedan tan atrás que podré yo sin que me vean, hurtándoles el cuerpo, baxar por esta armería a la plaça y bolverme a la cal Nueva. Pero al fin, pues no ay peligro, quiero yr hasta que me vean allá, que después podrán lo haver a solas, que burlando ni de veras no quiero bregas con la gente de Lucendo, mayormente que en estos negocios todo tiempo se les haze poco, y será de día y pensarán que es la una y aún ellos estarán dentro. Pero, por las reliquias de Constantinopla, que me paresce que viene gran tropel de gente de pie.

Grisindo.- ¡A, hermano!, cata que me paresce que vi meterse uno agora a la sombra de la iglesia, de las señas del que tú buscas.

Despensero.- Él paresce. Ve tú atrás d’essas casas y atájale el passo de la plaça. Y presto, no se nos vaya, que él es. Y yo envisto con él.

Fulminato.- ¡Sancta María, valme, que muerto soy! Por todas partes me han cercado. Más son de diez. Esto, a los pies y a Dios se ha de encomendar. Y, sus, hazia la plaza, que ay más anchura para escapar.

Grisindo.- ¡N’os monta huyr, que aquí dexaréys la vida!

Despensero.- ¡O, pese a tal, que todavía se le coló! Yrsele tiene. ¡O, hi de puta, pues y qué determinadamente le sigue el moço! ¡Por Dios, que es un Héctor! Cata, cata, ésta es la capa del esforçado que aún le cargava al huyr. Bien está, tras ellos sigo, que a peor librar ya terné con qué crea Marcelia que hize algo y que me le libraron los buenos pies, pues me dexó la capa en las uñas. ¡O, mal empleada tan rica grana de capa, ni pan que aquél come aun de borona!

Grisindo.- ¡O, hi de puta, y qué pata tiene!

Despensero.- Mas, ¿que se te fue, el bravón?

Grisindo.- ¡Alcançárale el diablo!

Despensero.- Pues vamos derechos en casa de Marcelia y si desembarcó allá, pagarálo, y si no a lo menos daremos la capa del Héctor a la Marcelia, contándole lo que pasa.

Grisindo.- Pues llevas su capa, guía, que lo que agora no ovo effecto havrálo otro día, pues ya le sabrá hombre las mañas.

Floriano.- Ya estamos acá. Y pues a esta puerta no me responden, guía tú, Polytes, donde es lo más baxo del muro. Pero, ¿qué fue de Fulminato?

Polytes.- Asuadas, que él está agora en casa o donde yo me bar[r]unto, porque en querer yr él delante y en verle sin armas me dio el alma lo que havía de ser.

Felisino.- Hazia Sanctiago endenantes oy yo un ruydo y me /fol. cxj v/ paresce que reconoscí su voz.

Pinel.- No será mucho que aya hecho alguna cavalgada de las que suele, o quiçá se dio priesa a correr y estará ya acá dentro.

Floriano.- Sea lo que fuere, que él bolverá.

Polytes.- Por aquí, señor, podremos subir el muro, que es lo más baxo. Pero por de dentro está tres tanto de alto.

Floriano.- Subamos sobre la pared, que está bien segura que es de piedra. Y essos moços tengan essa cuerda desde fuera, que por ella nos guiaremos allá dentro. Y después al salir, o nos la tornaréys a echar de la mema manera o si no buscarse ha remedio.

Polytes.- Pues estamos, señor, sobre la muralla, oye, veamos si ay bullicio dentro.

Justina.- ¡O, válame Dios, que ya ha dado la una y no vienen ni han echo señal a la puerta! Y mi señora, que estará esperando por mí, que la entré a llamar, pensará o que yo me he dormido o la hemos burlado. Pero gente veo sobre la pared al puesto de la otra noche. Dos son. Voy a llamar a mi señora para que vea cómo quiere hablarlos o que los ayudemos a baxar.

Floriano.- Tened la cuerda vosotros que yo baxo, que ya he visto por qué.

Felisino.- Baxa seguro.

Belisea.- ¿[De] dónde vienes tan despavorida?

Justina.- Anda, señora, que ya es tiempo, que están sobre el muro aguardando.

Felisino.- Pues ya están dentro, guardemos, hermanos, el cordel para la buelta; que de Fulminato bien podemos descuydar por esta noche.

Justina.- Ea, señora, cata que será mala criança hazer esperar tanto aquel cavallero.

Belisea.- Ve tú, Justina, por tu vida, y háblale como vieres, que yo no puedo acabar conmigo tal maldad y atrevimiento tan fuera de mi costumbre y tan contra mi condición.

Justina.- En esso, señora, me havrás de perdonar, porque ay personas y lugares adonde no caben bien burlas, mayormente que pues este señor viene en tu nombre no es como la plática del paje de la noche passada, que hemos de andar con disfraçes y una por otra. Que pluguiera a Dios que fuera yo tú en esse caso, dexando aparte los merescimientos, que ya ovieras visto quán liberalmente y aun sin quiebra de honra ni bondad lo uviera hecho con quien tanto me amasse como él a ti; y adonde los estados ni condiciones de las personas no desvían mucho los que el sólo amor havría de bastar a ligar más y más. Pues el amor no se paga sino con amor, so pena de ingratitud; y el amor no consiste en las buenas palabras, pero como dizen: ‘obras son amores, que no buenas razones’. Ansí que, por mi vida, que has de /fol. cxij r/ yr, y luego, y muy doblada de tu condición natural y muy halagüera, y muy de palacio y muy llena de muestras de amor, pues sé bien que por mucho que te esfuerçes a mostrar que le amas, no te pagarás a ti mesma en la satisfación de lo medio de lo que en el coraçón yo sé que tienes de su amor. Y perdóname en lo que atrevidamente te digo, pues ya lo posiste todo en como yo lo guiase, que por mi salud, que si otra cosa hiziesses, que a él ayudando y a ti no obedesciendo, pues ya ni es tiempo ni ay sazón ni cumplen alteraciones ni encogimientos, que a tu cama que tú fuesses, a él llevasse por la mano; y hasta cumplir tu palabra que le mandó venir, y el como yo lo encamine que te hablasse, que yo le dexasse contigo solo. Y en lo que toca al hazer tú o no, allá hiziesses como Dios te ayudasse. Pero mira, mira si es perezoso en buscarte que dentro están los dos; y él viene ya hazia acá. Mas huelgo que en tal caso que te arguyan de perezosa, a la verdad. Pero mira que en hablarle y saberte haver con él, como dicho tengo, te noten de sabia y buena, y honesta y del palacio, antes que de encogida y turbada, como quien deseando temes.

Belisea.- ¡Ay, mi Justina, que todo lo que me dizes y persuades lo entiendo y lo desseo! Y con quererlo y parescerme bien ansí, estoy tan turbada y tan temblando que no sé de mí.

Justina.- Pues ya él nos ha visto, que vienen para acá, yo quiero como en Prado abrir el camino a tu turbación y a su buena mesura.
- ¡A, cavallero! ¿Quién os ha traydo a las manos nuestras fiándoos de quien no conoscéys?

Floriano.- La potencia de essa señora, que conmueve mis potencias según su libre querer, me ha traydo a que agora, como su captivo, me humille a le suplicar con atrevimiento que perdonando mis demasías me dé las manos para que se las bese, como siervo a su señora.

Belisea.- Bien quisiera, señor Floriano, que me hallaras con aquella furiosa indignación que mi honestidad y honra y gravedad requería tener para en tal caso, para que ansí pudiera y osara reprehender tu atrevimiento en esta entrada, y mi descuydo de quien yo soy en mi venida a te oyr a tal hora. Pero pues para esto, por tú me haver salteado primero y yo acudir tarde a mirar por mí, no ay lugar ya, bástete que sin dezirte las causas que me havían movido a lo que agora he hecho, sepas que vengo muy determinada de te oyr, pues con tan importunos medios lo has desseosamente procurado. Y en el darte las /fol. cxij v/ manos ni pedirte las tuyas, hasta que veamos por qué, te descuyda y me perdona. Y porque primero quise oyrte que començarte a pedir, pues ya te he oydo publicar tan por mío, agora te quiero como a tal començar a mandar, y sea lo primero que te tornes a poner en pie luego. Agora que te hallo buen obediente, determino, para hazer más por ti, mandarte lo segundo, y es que en este cenadero al sonido d’estas fuentezicas te sientes en este poyo. Y luego, porque vaya cumpliendo mi palabra de hazer algo por ti, me quiero yo sentar en el mesmo poyo, par de ti. Peo mira que el verme sentar tan cerca de ti pienses que es más para mejor oyrte y responderte sin sonido de voz que para despertar en ti algún atrevimiento de los que soléys tener los hombres en semejantes trances puestos que agora tú, porque como a cavallero, a quien se deve todo acatamiento y cortesía, no te tendré apartado para oyrte. Y también, como a mi enfermo, según te publicas, te quiero tener más a mano para te curar el mal que en ti yo hallare ser culpable. Y ansí te aviso que con esto, que a tu parescer llamas gran favor, no buelen con juveniles alas de mancebo los tus pensamientos a hazer asiento en alguna liviandad, ni tus manos salgan de la compostura exterior que mi honestidad les mandare. Pues en lo primero, te havrás contigo mesmo como amante mancebo; y en lo segundo, te havrías conmigo como desmandado siervo; y en nivelar tu compostura y gravedad con la mía, harás como generoso, noble y sabio y virtuoso cavallero. Y sepas que tanto estaremos sentados ansí juntos quanto no salieres punto d’estas reglas que te he leydo, sacadas de toda glosa que les puedas poner para en escusa si excedieres, ni para culpa en mí si cumpliere lo que digo de te dexar como libre, no obedesciendo tú como siervo que se dize ser de amor.

Floriano.- Tu tan suave razonamiento oviera bastado a me hazer conceder en quanto me mandas y adelante mandares, aunque no uviera en mí la obligación que ay a no salir punto de tu querer. Por tanto, como cavallero, tu siervo por merescimiento y esclavo por tu amor, te prometo de no tomar de tu voluntad más de lo que me manifestaren tus palabras. Porque a tan grande merced, como me hazes en darme audiencia, no se puede ni deve servir con menos servicio.

Belisea.- Pues en esto verás, señor Floriano, cómo -atendiendo a lo que algún día te dixe ya- te /fol. cxiij r/ amo con muy sano y llano y hermanable amor, pues que creyendo la palabra que agora me diste me descuidaré de recatarme, fiándome en todo de ti. Y verlo has, en que huelgo que a solas me propongas tu razonamiento.
-Tú, Justina, apártate a essa entrada del cenadero; y esse gentil hombre, por venir con quien viene, yo huelgo que habléys los dos, con que sea a vista mía, sin perjudicar al crédito que de entramos se deve tener.

Polytes.- Por mi parte te beso las magníficas manos por tan buen principio de las grandes mercedes que de ti esperamos.

Belisea.- Agora me di, señor Floriano, qué es lo que de mí quieres, pues tan al cabo me dizen que te ha puesto la necessidad de hablarme. Y sepas que si cosa me pidieres que dentro de los límites de la razón, mi honra en pie, te pueda y deva otorgar, ansí sabré sin gran encarescimiento cumplirlo; como si también fuere por avieso camino de virtud, para hurtarlo y rechaçarlo y negarte con un muy libre cortés lo que tu descomedido pidiere. Y junto con esto, quiero que sepas de mí que viendo en ti por qué, te sabré amar y mostrar toda obra de limpio y casto y llano amor.

Floriano.- Bien quisiera, mi señora, que no me ovieras limitado los meneos para poder y osar hincarme de rodillas a te pedir las manos, las quales aun ansí sentado por te obedescer te besaré si me las das por tales favores y mercedes como de mi señora.

Belisea.- De esso aparta el cuyidado. Y dime si quieres algo más hablarme, que pues tú vienes a esto, yo quiero primero oyr tu razonamiento antes que tú de mí sepas el intento de mi baxada a te oyr, como agora estamos, en tal tiempo y lugar. Porque sepas que primero quiero oyr el cabo de tus razones, que te riña tus demasías y importunidades passadas y atrevimientos en tantas cartas y mensajerías tuyas a mí, que no te he dado alguna occasión a ello, mas de la que tú te has querido occasionadamente tomar. Porque a te començar a reñir antes de oyrte, quiçá que la passión despertara en mí la gana de no te escuchar y en ti atajaría la osadía en el proponer, por donde ni tú dirías lo que quieres ni yo te respondería lo que devo. Por tanto, con brevedad, según lo pide el tiempo, y manso, según lo pide el lugar, y libremente, según te es concedida la occasión, di lo que quisieres. Y ten las manos muy metidas en toda obediencia, según te he pedido.

Floriano.- ¡Ay, ángel mío, y mi /fol. cxiij v/ señora Belisea!, la más acabada y más perfecta en todo género de perfectión, de mí la más amada, la más temida, la más reverenciada, ¿qué os podré dezir de mí? Porque en verme delante vos, vuestra majestad ata mi lengua, vuestra alteza desvanesce mi juyzio, vuestro valor despide mi baxeza, vuestro merescer entierra mi atrevimiento. ¿Que os diga que soy vuestro?, injurio vuestro gran merescer. ¿Que os diga que me tenéys muerto?, heos confessado por vida de mi vivir. ¿Que os llame mi señora?, no sé aún si me acceptáys por vuestro. ¿Que os diga que estoy enfermo?, hago agravio a vos, que sois mi salud, ante cuyo acatamiento no puede en cosa vuestra por amor parar mal. Pues deziros, alma mía, que estoy sano, no me dexará mentir este mi vuestro coraçón, ni los mortales sospiros concederán conmigo ni las vertientes de mis ojos permitirán que os engañe. Porque dado que yo huelgue en penar y morir y passar todo tormento por el vuestro amor, y aun teniéndome en ello por ganancioso en dichas y dichoso en suaves tormentos, no creo que querrá consentir el coraçón, que pues es vuestro y de la dorada flecha del vuetro amor está herido, sino que se diga y se publique y manifieste su pena, con [el] qual suffrir gana muy gran cumbre de gloria; ni aun tampoco querá dezir, ni sabrá hablar la lengua, sino en el idioma y plática que supo hablar quanto ha que yo supe amaros. Porque después que comencé a os querer, como luego se descubrió vuestro merescimiento y mi baxeza, luego con la demasiada fuerça de la occasión, cresciendo más y más la passión, nunca la lengua supo sino loaros y temeros y quexarse del mal del coraçón. Por tanto, señora de mi libertad, pues hasta en esto bien sé deziros que soy tan vuestro que en mí no tengo parte sin vos, suplícoos que ansí como en cosa que es vuestra vos pongáys aquello que vuestra voluntad quisiere hallar en mí, y entonces digo que no os callaré cosa. Mandad vos a mis sentidos y potencias interiores que buelvan en sí, robados de la majestad de la gloria vuestra; no para que se les sea hecho tanto agravio que del todo dexen de ser vuestros y del todo sean míos, pero para que en mí sean instrumentos de vuestro querer y entonces os sabré dezir qué quiero. Aunque bien sé que no sabré jamás dezir sino de vos, ni sabré qué pueda querer, sino sólo bien quereros y siempre quereros. Pero mirad, señora mía, /fol. cxiiij r/ que en lo que os pido no miréys al dezir de mi lengua sino la governades vos, pero a lo que dessea mi voluntad. Porque si yo sin vos me hallasse, no sería mío, pues me he renunciado y dedicado todo por vuestro; y el querer vos apartarme de ser vuestro es por demás, excepto si no me apartáys de la vida, y aún allí, si querer tuviesse, siempre sería vuestro. Y ansí, pues, que tan ajeno estoy de mí y tan vuestro soy de vos, no me preguntéys a mí de mí, pero preguntaos a vos de mí y en vos sabréys qué es lo que os quiero pedir. Porque si pregunta me hiziér[e]des a mí, ha de ser de vos, pues sabré dezir, no lo que ay, pero lo que mi lengua bastare a explicar de vuestro merescimiento, hermosura, bondad, majestad, alteza de gloria.

Belisea.- Agora que, señor Floriano, has concluydo tu largo razonamiento, y a tu propósito muy bien hablado por cierto, te quiero dezir, y digo, que quisiera que la muestra tan al descubierto que te he mostrado del amor que te tengo con la occasión que a conoscer esto de mí tienes en haverte permitido venir, o, por mejor hablar, en haverte mandado y querido que viniesses a este lugar, me dieran libre rienda para te hablar lo que la razón me mandava y yo sé que deviera dezirte. Pero porque veo bien ya que es por demás ni bien absconderse el fuego en el seno ni aun yo tampoco poder encubrirte que te amo y quiero y estimo tanto, que ni yo te lo sabré dezir ni sería a mí lícito dezírtelo, ni tú deves inquirirlo de mí, vistas las muestras tan al descubierto del favor presente que tienes de mí como de mucho más merescedor. Pero basta, que tan en aventura de mi honra y tan despedido otro todo temor, he venido forçada a oyr tu querellas. Y porque sepas que te amo, digo que no digo bien en dezir que vine forçada, porque ni en ello merescería delante ti, si ansí fuesse, ni tan poco, si culpa en mi venida ay, la quiero echar sino sobre mí, pues a solas me atreveré a poner por ti a toda pena. Pero mira, como sabio cavallero, que todo este gran camino de amor que en mí te voy descubriendo no es otro del que te prometí la primera vez que me hablaste y te hablé; aunque, porque veas quánto tienes en mí, si lo sabes conservar en ti, te quiero descubrir un punto de amor más que tienes en mí, y es que dado que te ame, como entonces te dixe por hermano, por agora la corriente furiosa del amor continuando su curso ha hecho en mí /fol. cxiiij v/ un tal remanso, donde hallo en mí un más profundo ser de amor que entonces, el qual ha venido por aguaduchos tan secretos que, aunque casi siento que me voy anegando en la tal cresciente, no alcanço el cómo ni por dónde cresció tanto este río de agua tan suave de amor en mi tan obscuro y amargoso coraçón.

Justina.- ¡Ay, por un solo Dios, que seas, señor, comedido! Que si uviera mirado en ello mi señora, no me fuera bien d’estos tus retoços y burlas; y también hasme hecho desadvertir de las más bien habladas razones que jamás pensé de oyr de entramos a dos.

Polytes.- Altamente ha hablado ella, y en tanto favor d’él, que no sé que más espera, sino tiempo arrepentido y occasión perdida.

Justina.- ¿Y qué más havía de hazer?

Polytes.- Yo te lo mostrara luego a faltar terceros. Pero con todo esso, algo se han rebullido desque callaron. Pues callemos nosotros, porque piensen ellos que están solos, porque la soledad suele ser una de las más emparentadas hermanas de Cupido.

Justina.- Si no tornaran a hablar, yo te demostrara cómo te he calado por muy malicioso y por más atrevido. Pero, por amor mío, que te reposes un rato y oyamos.

Belisea.- Cata, hermano y amigo mío en sano amor, que me paresce que deves querer perderme antes de tener por cierto el tenerme ganada. ¿Y cómo, no te bastava lo que hago contigo, ni te basta a vedar lo que te tengo avisado, para que no me anduviessen tus manos con mis tocas?

Floriano.- Ángel mío, la sobrada gloria en que me hallo me tiene tan fuera de mí para mejor gozar de vos que no tengo a mucho haveros injuriado sin saberlo yo. Porque a certificarme vos que os he enojado y dándome licencia vos para ello, como señora de mi vida, yo con este puñal por mi mano me castigaré luego en vuestra presencia. Aunque temo que no podría yo matarme por mí; por tanto, pronunciad el sí de que lo aceptáys y veréys cómo más viviré en morir vuestro que viviré en vivir mío.

Belisea.- ¡Ay, torna luego el puñal a la vayna, que me turbas!
-Ven acá, Justina. Yrnos hemos, que me paresce que es tarde y aun también que he oydo ruido arriba.

Floriano.- No me quieras quitar, mi señora, tan presto de la gloria.

Belisea.- Por agora te contenta con lo hecho, con saber que no lo tendrás otro día si más no estás subjecto a lo que te yo mandare.

Justina.- Dime tú qué castigo meresce este cavallero, que aunque más armado venga te vengaré yo d’él.

Floriano.- /fol. cxv r/ Si vos truxéssedes el mandado de mi señora, no havría hazero de Milán que os resistiesse, ni aun de vos me osaría yo defender.

Polytes.- Cata, señor, que es más brava esta donzella de lo que paresce.

Justina.- Pues, aun vos no sabéys bien quien soy.

Polytes.- Pluguiesse a Dios, y a mi señora Belisea, que lo pudiesse yo saber como yo desseo.

Belisea.- Pues por cierto, paje, que si el señor Floriano quiere que yo os la entregue devida y libremente.

Floriano.- Que se haga todo lo que mandares.

Belisea.- Pues luego quiero que me des de tu mano a esse paje, que le quiero yo gualardonar los trabajos que ha passado en sus mensajerías, y penas en suffrir mis ásperas respuestas.

Floriano.- Pues él ya hizo lo que devía en ponerse de rodillas en tu poder, también con él te besaría yo las manos si me las diesses por la merced que a mí me hazes en hazerl[o] a cosa mía.

Belisea.- No te las daré yo a ti las mías. Pero quiero que hagas que estos dos se las den el uno al otro y los cases de tu mano en mi nombre.

Floriano.- Dad acá, Justina hermana, essa mano, que por vengarme de vuestras amenazas quiero luego que se haga lo que mi señora os manda. E yo os le doy como a sangre mía, pues lo es, de mi mano por marido, con quedar en obligación, porque os lo devo, de os dar -allende del proprio patrimonio y mayorazgo que el paje tiene- con qué viváys honradamente, como vos lo merescéys. Y luego quiero, pues tengo licencia de padrino de mi señora Belisea, que os abracéys como desposados y beséys las manos a mi señora por la merced que os ha hecho.

Polytes.- Pues en todo he cumplido lo que se me ha mandado, os suplico, mi señora y a ti mi señor, que me deys las manos, pues confío en Dios de os las besar por mis señores a entramos en la mesma unión.

Belisea.- Levantaos, galán, que agora os tendré yo en más, que al fin bien reluzía en vos ser de tan alta sangre en vuestro seso y prudencia, y agora quiero que venguéys a vuestro señor de essa leonaza.

Justina.- Porque la turbación de lo que me ha sido mandado en presencia de tanto merescimiento me escusa en hablar en lo hecho, callando en ello como obediente, os pido luego a entramos un don que acompañe a la merced passada.

Floriano.- No sería razón negaros rezién desposada la primera cosa que pedís; yo os le otorgo por mí y por mi señora.

Justina.- Pues tú, mi señora, no has de ser menos liberal en el concederme el tu /fol. cxv v/ sí que fuiste en me mandar.

Belisea.- Que digo [que] también te doy el que me pides, pues tengo de ti crédito que no pedirás cosa que no sea buena.

Justina.- Pues el don ha de ser que tú, mi señora, des esse que me diste agora al señor mío, Floriano, en la manera que me le mandaste dar a mi esposo Polytes. Y tú, señor Floriano, al tanto te pido en don que te otorgues por esposo y marido, según la ordenación de Dios y de la Sancta Iglesia, de mi señora Belisea.

Floriano.- A mí me paresce que havéys jugado a luego pagar. Pero pues del tal juego yo salgo solo el ganancioso, digo que os obedezco y doy el de la palabra que me pedís, en cuya señal os doy mi mano derecha. Y también suplico a mi señora, que pues es mi favor lo que pedís, que os obedezca.

Justina.- Anda, señor, que el de mi señora yo te quedo por él. Por tanto, confirma el vínculo del tal sí con las pazes del rostro, según a mí me lo mandaste en el mesmo caso.

Polytes.- ¡O, hi de Dios, y quán hambriento abraço y beso que la dio! Y ella que se lo desseava, y aun quiçá lo trayan ellas dos ansí urdido entre sí. [Ap.]

Belisea.- ¿Paréscete, Justina, que has dado buena cuenta de mí?

Justina.- A la fe, señora, nadie ha de pensar: ‘d’esta agura no beveré’, como dizen. Y mira que lo que está de Dios, Él lo encamina. Y pues él es ya tu esposo y tú su muger, de oy más tractad de vuestros cuydados, que nosotros dos nos entenderemos en los que nos mandastes tomar. Y agora como a mis señores os quiero hablar libremente. Ya veys que comiençan a salir arreboles del alva, y pues esto lo governó Dios sin lo pensar nosotros, y el tiempo ni lugar no os dan espacio para más, aprovando entramos lo hecho, búsquese medio para en lo de adelante; tú, mi señora, le manda venir otro día, que yo y el mi Polytes nos avendremos. Y pues, señora, como dizen: ‘qual por ti, tal por mi’, habla ya algo, y con el que digo los manda yr, que si te pesa que se vayan a mí no plaze mucho. E al fin, acá nos quedaremos llorando a medias y esperando a las parejas, pues ‘cada qual ama su ygual y siente su bien y su mal’.

Belisea.- Véote, Justina, tan desembuelta y yo me hallo tan cortada, que con un que he dado no sé que te diga, mi señor Floriano, sino que pues ya el día nos amenaza, que es despartidor de semejantes obras y Dios lo ha querido encaminar de manera que te aya de llamar mi señor, digo que hol- /fol. cxvj r/ -gando y teniéndolo por bueno, pues ya quedo por tuya, me buelvas a ver mañana en este lugar a la hora de esta noche. Y porque de lo hecho la turbación me quita el saber, ni bien lo que hago ni de poder dezir bien lo que quiero, te ve luego con Dios. E tú, Justina, toma essa llave y ábreles aquella puertezilla del jardín, y muy passo, porque no tornen a saltar las paredes con peligro y bullicio.

Floriano.- Pues, mi señora, me voy por obedesceros. Lo ángeles queden en vuestra compañía.

Belisea.- Y a ti, mi señor, lleven seguro. Anda, Justina, y desembuélvete, que aquí te aguardo.

Justina.- Mi señor Floriano, pues el tiempo no da lugar a largas pláticas, la buelta será por esta puerta, que yo estaré a punto en tocando con el dedo para abrir. Y cata que vengas muy a buen recaudo y no vengas solo.

Floriano.- No osaré venir sin el vuestro Polytes. Quedaos a Dios. Yd luego a mi señora, que paresce que quedava penada.

Justina.- Esto está concluydo y bien hecho, pues agora mi señora y yo jugaremos dos por dos al descubierto, y resto abierto.

Belisea.- ¿Fuese ya aquel cavallero?

Justina.- Señora, sí fue.

Belisea.- Pues dime agora, ¿paréscete que me has puesto buena? E di, ¿no fuera razón que miraras más por mi honra y de la casa de tu señor y mi padre, en que aunque yo quisiera errar no me dexaras tú?

Justina.- Anda, señora, que ni agora ha havido deshonra donde interviene Dios ni esta estada es ya cumplidera. Por eso éntrate, cerraré la puerta.

Belisea.- Pues sea muy passo. Y presto me da la mano por esta escalera que no puedo de cortada andar; y callando nos vamos a mi cámara.


 

 

Argumento de la scena xxxiij

 

Saliendo Floriano y Polytes por la puerta del jardín les acometen Felisino y Pinel, pensando ser otros. Vanse todos a casa de Floriano [y] tracta con Polytes a solas de lo passado.

Felisino. Pinel. Floriano. Polytes.

/fol. cxvj v/

Felisino.- ¡O, pesar de la casa sancta de [la] Mecha, con tal gente tan emboscada, que ya la hermana de Phebo comiença a manifestarnos el día y aún ellos buena que buena! ¡Aun qual haría si por nuestros peccados los han empastelado allá dentro! Porque de mugeres toda trayción se puede presumir. ¿Qué haremos, hermano Pinel?

Pinel.- Ya al principio me determiné de guiarme por ti. Pero mira si no has oydo lo que poco ha que oy, menear la puerta falsa de aquí del jardín.

Felisino.- Pues, hermano, vamos a ellos. Y si ay otra gente fuere, saldrán mis sospechas ciertas y si no ya por demás es atender al passo por do entraron, que no hazen bullicio por aquí de querer salir.

Pinel.- Pues vamos y muramos; o venguemos a nuestramo, si otros son.

Floriano.- Mira si parescen essos moços. Pero, daca este montante, que aquellos que allí vienen me paresce que nos quieren acometer.

Polytes.- Está quedo, señor, que si no son más d’estos dos que han asomado, poco mal nos pueden hazer.

Pinel.- ¡A ellos, hermano; mueran o entremos en la casa con ellos!

Polytes.- ¿No oyes, señor, qué denodados vienen Felisino y Pinel?, que Fulminato estará guardando la posada.

Floriano.- Anda, guarda essa capa y déxame entrar en ellos, que no deven ser los que piensas.
-¿Quién viene? Hablad. ¿Quién sois o defendeos?

Felisino.- ¡A, hermano, que Floriano es éste!
-¡A, señor, repósate, que tuyos somos hasta la muerte!

Floriano.- ¿Pues qué venida es éssa? ¿Venís huyendo o havéis visto otra gente?

Pinel.- Señor, nuestro huyr era venir en vengança de tu persona, pensando que eran otros los que salían, estando nosotros en vela al puesto de tu entrada aguardándote. Pero, loado Dios, que todos estamos seguros.

Floriano.- Pues Fulminato, ¿qué es d’él?

Felisino.- Señor, si esse valiente no estava dentro contigo, no lo hemos visto.

Polytes.- Vamos, señor, que aclara el día, que Fulminato estará durmiendo, porque sus hazañas no son para en compañías, sino para solo.

Floriano.- ¿La cuerda no la dexássedes en el muro?

Pinel.- Yo la llevo, señor.

Floriano.- ¿Vistes si queda rastro en la pared para poner sospechas con la claridad?

Felisino.- Señor, no, porque el muro es de fina argamasa. Quanto más que, quien algo supiere pónganos la demanda.

Floriano.- No lo he por esse temor, pero porque si oviesse sospecha, en ser en casa de mi señora, temo el menor sonido en su quiebra.

Polytes.- Señor, el lugar por donde vamos, que es la calle, no guarda secreto; por esso, andando y callando, no se suelte palabra de que se coge sentencia. Porque en la pared, aun- /fol. cxvij r/ -que quede huella, si no queda çapato, más se dirá que entravan a hurtar fructa que a escalar la casa, que está después por sí con buenas paredes.

Floriano.- Sea lo que fuere. Pues estamos en casa, tractemos de otra cosa. Tú, Polytes, súbete conmigo. Y vosotros yos a reposar, y por el día buscadme a Fulminato y habladme todos tres juntos. Y en lo hecho, aya todo silencio.

Felisino.- Señor, en todo pierde cuydado.
-Pero agora, hermano Pinel, me di, ¿qué tienes determinado de ti?

Pinel.- Yrme [a] desarmar y dormir un rato.

Felisino.- Pensé que me salieras a otra cosa; por esso también quiero yo hazer lo mesmo, que Fulminato, si es vivo, él nos buscará con alguna hazaña o patraña suya.

Pinel.- Diga lo que se pagare. Vamos de aquí.

Floriano.- ¿Qué te parece, Polytes, cómo la fortuna, que otras vezes me tornava muy atrás su rueda, agora tan sin pensarlo me encumbró tanto?

Polytes.- A la fe, siempre fue ansí, que ‘al que Dios quiere bien, la casa le sabe’, porque vemos que encaminando el hombre sus cosas por consecución de algún fin, si el tal es de Dios y Dios lo encamina, ni ay barranco que lo quite ni estorvo que lo desvíe. Porque Dios da siempre al hombre como lo meresce, y le inclina para lo que es y le da saber y fuerças para lo que Él le crió, por donde cada día acontesce que vemos un hombre muy constante, muy orgulloso, muy importuno, muy desvelado tras alguna cosa y otros tiempos le veremos luego tan dexativo, tan mortezino, tan olvidadizo, ten descuydado, que no sabiendo el por qué nos espantamos de tal estremo de vivir. Y esto es a mi ver porque de primero la naturaleza le empellava hasta venir al punto de aquello a que Dios le tenía. Y havido, como se quiera su natural inclinación, buelve al proprio ser suyo, porque el desseo de una cosa haze al hombre avivar por haverla en tanto quanto la estima y la ama, y después en más la tiene quanto más amándola la ovo con mayor difficultad; y ansí con tales variaciones que vemos en el hombre, dizen que ‘es mal animal de conoscer de los hombres’. Y aunque perdones mi largo razonamiento, digo que en lo que ha passado esta noche devemos de admirarnos de los grandes secretos juyzios de Dios. Y como no sabe el hombre a la mañana lo que será d’él al medio día, y por tanto siempre cumple andar en vela y siempre tan aparejados al querer de Dios, que se haga su voluntad en nosotros más por su curso natural de virtud que por resistencia contra natural de vicio.

Floriano.- Has hablado tan compendioso que me has de- /fol. cxvij v/ -spertado a mirar si eres tú Polytes. Pero concluye la aplicación de tu plática al por qué de la materia en que tractamos.

Polytes.- Mi señor, como toda la sabiduría es de Dios, no es dificultoso a su potencia dar noticia de sus cosas, o por sabios o por idiotas. Porque como para ello les basta poner por instrumento la lengua, y aun aquélla se la govierna Dios a lo que Él les manda dezir, ansí es que en baxos supuestos puso Dios muy grandes cosas, porque en sí pusiessen más admiración y levantasen los juyzios de los que las oyan y vían a tener más atención a la potencia y sabiduría del Hazedor. Pero dexando si esto acontesció en mí agora o no, o que si me dio Dios alguna centellica de su saber para dezir como idiota lo que a ti, tan sabio, pusiesse en admiración, no me hallando capaz de tal infusión de Dios, digo que lo dicho me ha platicado la experiencia, que es muy sabia, madre de los hombres.

Floriano.- Ansí es, que dize la Scriptura que en los antiguos está la sabiduría; y el por qué, es porque ay la larga experincia. Pero como tus días no pidan esto en ti, quiero que declares la experiencia que tienes.

Polytes.- Muy al juego del descubierto te víamos, señor, hasta agora descartar de una inquietud que tenías contigo, Víamoste con un levantamiento de juyzio; víamoste enfermo, triste, quexándote de llaga donde no víamos herida. Y víamoste lo que más era, muy puesto en parescer contra el común parescer de Dios, manifestado en las ordenaciones de su iglesia y sancta ley. Víamos haver dexado tu tierra, tu estado, tu reposo, tu governación de señoríos a que la consciencia te deverían obligar en muchas cosas. Víamoste seguir por buenos y malos medios, muy a costa de la honra, del alma, de la salud, de la vida, de la hazienda y del reposo de tu casa. Y como todo está visto en ti, mirando el por qué, víamos ser sola una muger que, aunque de grandes partes de merescimiento al parescer de los que te víamos, nos parescía que davas mucho más de lo que valía la joya. Y pensávamos que según quien tú eras, a menos costa hallaras quién te rogasse; y con todo, víamos que a más costa querías rogar. Y a todos, finalmente, los que algo nos dolíamos de tus daños, nos parescía que yvas muy agua arriba. Pero, concluyendo mi plática según lo que oy he visto yo sólo de los tuyos, digo yo solo que lo que hazías lo obravas tú y lo encaminava Dios, que de malos medios saca buen fin. Y ansí lo va començando Nuestro Señor en tus negocios, /fol. cxviij r/ pues tan súbita y no pensadamente lo ha hecho Dios como jamás tú lo imaginaste. Y aun creo [que] con menos de lo hecho te dieras tú de antes por pagado, y bien pagado de tus afanes passados. Pero, al fin, Dios da quando da, como quien Él es.

Floriano.- Ha dicho tan grande verdad que, según lo que tú has dicho, has bien mostrado ser tu lengua más intrumento de Dios que de tu proprio entendimiento. Porque te digo que por tan sólo que mi señora me quisiera hablar diera, por poco, todo lo que me ha costado de costa temporal y spiritual y trabajo de la propria persona. Y agora, viendo que van las obras en mi favor más de lo que supo imaginar mi entendimiento ni dessear mi desseo, aún dubdoso pienso que ha sido sueño lo que por mí en realidad de verdad ha passado. Pero, dime tú si es imaginado o fue ansí, que con dezirlo tú se asossegará mi espíritu affligido.

Polytes.- Difficultosa cosa me pides, porque ¿cómo creerás a mi palabra si no crees a lo que en hecho ha passado por ti? ¿Y cómo tendrás mi por no mentiroso, pues tienes el de Belisea verdadero por dubdoso? ¿Cómo creerás a mí que fuy testigo, si no crees a tu señora, a quien y de cuya boca oyste tú mesmo que quedava y se otorgava por tuya? Dime, ¿cómo creerás a mí que te diga que fue sueño, si no crees a los abraços y besos que como a tu esposa le diste con su aplazimiento? Torna sobre ti; mira que agora te has de tener en más; mira que te has de tractar mejor; mira que ya Belisea tiene jurisdictión sobre ti; mira que te mandó bolver a verla la noche que viene, y que si no duermes la parte del día no podrás suffrirlo ni estarás para que ella goze de ti. Por tanto, da un rato de sueño al cuerpo y después, despierto, será instrumento de lo que tanto dessea tu voluntad, como es que ya fuesse hora y nunca se acabasse la hora de verte con tu señora.

Floriano.- En todo veo que govierna oy Dios tu lengua. Yo quiero hazer tu parescer; yo me quiero yr a dormir porque tú hagas lo mesmo. Porque de oy más como por cosa que me fue encomendada de mi señora tengo de mirar más por ti. Y bien me acuerdo ya que por su mandado te dio de mi mano muger; y ansí por mi señora como por mí tengo gran obligación a te favorescer. Y con esto te ve a dormir y verme has antes de comer; y aunque no me aya levantado, no dexes de entrar a verme.

Polytes.- Señor, reposa, que ansí lo haré con el ayuda de Dios que nos govierna.


 

 

Argumento de la scena xxxiiij

  /fol. cxviij v/

Luego de mañana va Fulminato a Marcelia y cuéntale lo que le acontesció, haziéndola creer que dexó muerto al Despensero y a Grisindo. Y pide la plata que havía dexado el día antes llevando la cena. Vase Fulminato. Viene Felisino y Pinel, de los quales se informa mejor de lo que passó.

Fulminato. Marcelia. Liberia. Felisino. Pinel.

 

Fulminato.- ¡O, quán a mi contento y sabor he dormido, que ya son más de las siete del día y no he visto oy ningún bullicio de gente de casa! Que aunque la cama no ha sido la mejor ni la más blanda del mundo, pero el desseo con que de dormir me eché en ella y el gran temor con que me acogí anoche me hizieran no sentir, aunque fuera cama de galera. Pero con todo esso, ¿a Floriano y a los que yvan con él, si los han ya muerto? Toda la casa está muy en paz; no deve de haver mal ninguno. Quiero antes que nadie me gane por la mano yr en casa de Marcelia, en achaque de yr por la plata que allá qued[ó] ayer y antes que otro la avise de lo que passó anoche. Haréla yo encreyente [de] lo que quisiere, y quiçá hallaré rastro de mi capa de grana, que perdí por ganar la vida a bien correr anoche, que por ser tan conoscida por mía me pesa más que por sólo perderla. También, si a dicha tomo lengua de quién eran los que anoche me ojearon, miraré cómo me cumple andar y de quién me devo guardar. Y si mucho fuere, que diga que dexé la capa. Como no yva conmigo quien me desmienta, todo será dezir que por alcançar los que me huyeron se me cayó. Y con esto [me] encamino a la mano de Dios.

Marcelia.- ¡O, qué mal he dormido esta noche, que con el ruydo que anoche oy a la puerta no he podido sosegar de cuydado temeroso! Pero tú, Liberia, nada bastó a ponerte cuydado que te quite sueño.

Liberia.- ¡A la he, bien que no! Por mi salud, que ove harto miedo; pero como turó poco el ruido, tornéme a dormir, aunque todo se me ha passado en unos sueños pesados y desvariados.

Marcelia.- Pues, por tu vida, hija, que yo soñé que oya dar vozes al Despensero de Lucendo y que después le vía tendido muerto a estocadas, embuelto en su sangre.

Liberia.- Quasi lo mesmo fue de mi sueño, que soñé que vía yr huyendo a Fulminato y después le vía quedar muy mal herido. Y esto, madre, /fol. cxix r/ me paresce que lo vi tan claro que, a no ser malo dar crédito a lo sueños, lo tuviera por verdad.

Marcelia.- Dios quiera que no sea algún mal agüero, porque ayer yo vi de mal talle al Despensero en contra de Fulminato, que tampoco huelga mucho de que él entre en esta casa. Y como Floriano havía de yr esta noche a ruar, Fulminato iría bien a punto y bien acompañado, y el Despensero si le encontró, siendo los otros muchos, matarle hyan en favor del Fulminato. Y después los malhechores vendránse a mi casa para pensar de hazerme plazer. De donde las gentes sospechosas tomarán esto por indicio para se determinar a juzgar y a dezir que d’esta casa salió el por qué del mal; y si esto es ansí, yo soy perdida. Y lo que más me confirma en estos escrúpulos es que ordinariamente tras los mayores plazeres d’esta vida miserable suelen salir unos desaguaderos por donde con algún mal presente se olvide todo el bien passado.

Liberia.- ¡Ay, calla! ¡Ay, madre, no seas, como dizen, ‘la judía de Çaragoça que, llorando duelos agenos por venir, cegó’! Cata que lo que de Dios estuviere ordenado se hará, y a lo que Dios hiziere o permitiere, hemos de humillar la cabeça y subjectar nuestra voluntad. Pues si es cosa que Dios haga, nunca será sino para nuestro bien; y si Dios la permite, es por algún por qué que no alcançan los entendimientos humanos a escudriñar sin errar.

Fulminato.- ¡Boto a mí, que aún no deve ser en pie esta gente! ¡Aun, aun si se urdió acá la tela de anoche y ansí se trasnocharon y entréganse agora que son cerca las ocho! Quiero llamar, que quiçá tendremos algún pece en la nasa. Y aun, boto al sancto calendario romano, que tengo de llamar con tanta priesa que no les dé lugar de tras paramentos ni de ascondrijos, sin que se sienta luego en la turbación que havrá en las señoras.
-Ta, ta, ta.

Marcelia.- Corre, hija, pues estás vestida, que quiebran la puerta. Y algún mal ay; quiera Dios no sea la justicia. Pero mira primero quién es antes que abras, porque si no fuere cosa que nos cumpla, mejor le diremos con cortesía y por bien que se vaya estando en la calle que no llamando vezinos para tornarle fuera, hecho algún mal recaudo.

Liberia.- ¡O, vengáys quienquiera sea mucho en noramala más luenga que mayo, que tal priesa traéys tan de mañana! ¡Y no vistes el diablo que importunar tiene a despertar vezinos! ¿Quién está [a]y?

Fulminato.- Abre, hermana Liberia, que vengo de /fol. cxix v/ priesa un poco.

Liberia.- Pues si hablaras con tanta furia como llamavas, pudiera ser que como acá no tengamos gana de haver enojos, ovieras de dezir tu mensaje desde la calle o aguardar que bien nos vistiéramos.

Fulminato.- Buenos días, que oy poco madrugáys, pues ya han quedado de prima.

Liberia.- Acá no medimos el sueño al son de badajos ni andamos tan a punto al tin, tin de campanas, pues no esperamos ganar distribuciones. Pero esto te digo, y sube, que torno a cerrar, que nos has dado harta turbación.

Fulminato.- ¡Subo, subo, que ya deven de haver acudido por acá las nuevas!

Liberia.- Sube, que allá nos contarás esso.

Marcelia.- Buena hora venga contigo. ¿Qué pláticas son éssas?

Liberia.- A la fe, que a la mañana y a la tarde anda lleno de malicias. Pero dile que nos cuente no sé qué nuevas que trae.

Marcelia.- ¡Ay!, dilo, porque veamos si nuestros sueños se absuelven.

Fulminato.- Grandes soñaderas soys las mugeres quando dormís solas, aunque con todo esso aun no sé si acierto en esto agora.

Liberia.- Bien digo yo que todo eres malicias.

Marcelia.- Anda, hija, que ‘la piel mudará la raposa, pero su natural no despoja’. Déxale dezir lo que le pedimos.

Fulminato.- Ya pensé yo que lo sabríades por acá, porque ya havrán tañido las campanas.

Marcelia.- ¿Y a qué?

Fulminato.- A finado.

Marcelia.- ¡Ay, Dios! ¿Y por quién?

Fulminato.- Por los que perdone Dios el alma, que el cuerpo esta espada y braço se le castigó anoche.

Liberia.- Y dinos ya qué es.

Fulminato.- Que descreo de los quiciales de la puerta del cielo si aún hasta este punto no pensé que havía salido d’esta casa la celada.

Marcelia.- ¿Qué celada? Cata que en esta casa se tracta toda verdad y llaneza con quien la ama.

Fulminato.- Que huelgo de hallaros tan sin poderse sospechar de vuestro sosiego nada de la alteración grande que creo que havrá oy en el pueblo, y aun de la passión que yo tengo de unos dos locos vellacos. ¿Pero qué digo mal? Perdónelos Dios, pues ya a mí me pagaron y agora están pagando a Dios. Dexemos lo que ya será público y dime qué se han hecho los platos de plata que quedé este día acá, que ya me muele el repostero.

Marcelia.- Anda, que en mi casa seguros y guardados estavan y están. Y dime ya, ¿estotro qué fue? Porque la alteración de los sueños d’esta noche, con lo que agora tú propones, me tiene turbada.

Fulminato.- No te turbes de pocas cosas, que quien ha de tractar conmigo ha de acostumbrar los oydos a oyr destragos que este braço /fol. cxx r/ suele hazer. Pero sabréys que yendo anoche acompañando a Floriano en cierto negocio de harto peligro, mandándome yr delante para asegurar el camino, y al cabo de toda la calle par de Sanctiago saliéronme unos no sé quántos, y pensando que lo havían con otro, finalmente de todos a los que menos corrieron alcançé unos dos. Y tengo por mí que murieron entramos.

Marcelia.- ¡Ay, perdónelos Dios, si ansí es! ¿Pero cómo osas andar por las calles? Pues sabes que a lo menos se ha de temer la justicia, que anda muy executora.

Fulminato.- Bien paresce que aún no me conosces. Sí, que la justicia huelga de contentarme y dissimular mis cosas, quanto más que en este pueblo el padre no conosce al hijo, y más siendo de noche y con la presteza que yo lo hize, que quando salió gente a los alaridos, ya ellos quedavan dando cuenta a Dios y yo estava en la posada.

Liberia.- Y dime, ¿conocístelos?

Fulminato.- Hize tan poca mención de ellos que tuve por poco saber a quién dexava tendido, pues no eran más de dos los que pude coger. Pero o yo mal conoscí o eran criados de Lucendo, que pensaron oxearnos de su casa.

Marcelia.- ¡Ay, cuytada yo, si ansí es!

Fulminato.- ¿Escozióte? Pues espera, que yo te la armaré de veras.

Liberia.- ¿Y cómo te parescieron de aquella casa?

Fulminato.- Porque como al apellido de los que traya heriendo caydos, como salieron candelas me paresce que era el ya muerto el Despensero de Lucendo; el otro apenas le conozco. ¿Pero qué es esso, señora Marcelia? ¿Qué tubación tan de presto nacida? ¿Era tu pariente o enamorado alguno de los muertos?

Liberia.- Y no digas ya malicias, que no caben en todo tiempo en burlas. ¿No quieres que llore en sólo oyr dezir muertes de hombres, en especial de aquella casa, cuyo pan comió mi padre toda su vida?

Fulminato.- Agora te digo que tienes razón. Pero pues te veo, señora Marcelia, tan triste, fuera de lo dicho y venir por la plata, no te diré lo más que traya que te dezir de mi venida tan de mañana, que me preguntaste y con tanta priesa.

Marcelia.- Di ya lo que te pluguiere, pues no abres boca sin malicia y dende arriba. ¿Pero qué buscavas tan de priesa?, que también tengo yo que hazer.

Fulminato.- Venía en busca de Felisino y Pinel, y aun Polytes y Floriano, que los dexé solos anoche adelantándome a hazer lo que en summa te he dicho. Y después bolví en su busca y ni los hallé entonces ni en casa hallé rastro de al- /fol. cxx v/ -guno d’estos quatro.

Marcelia.- ¡Ay, que no querrá Dios que a Floriano y a tales criados como aquellos aya succedido algún mal! Daca, daca, Liberia, mi manto, que luego me voy a ver a Floriano o [a] saber qué es esto.

Fulminato.- Mas quédate tú en tu casa que yo voy con esta plata, y allá lo que oviere después te avisaré. Y también porque aperciba a los continos y gente para librar a Floriano por la punta del espada. Y tú cierra tu puerta, que ‘a río buelto, havrá oy grandes desmanchos’; que yo pienso que se ha de poner a cuchillo y saco medio pueblo si luego no hallo a Floriano. Y con esto te queda hasta la buelta.
(Allá quedaréys, diablos, que agora con el temor en casa les dexo y aun la señora que le escozió el golpe del Despensero. Pues aun yo [o]s boto a tal que le ha de amargar si mejor no pisa. Y con esto aguijo a buscar esta gente en casa).

Felisino.- Qualquiera cosa de essas que me has dicho, hermano Pinel, podrá haver sido de Fulminato. Por esso, marchemos allá, que aún estará en folga. Y luego daremos la buelta con él, que nos contará alguna valentía suya de las que suele. Y presentarnos hemos a Floriano, que con lo que devió de gozar anoche en su tardada en el jardín de la dama deve de estar con gana de hazernos mercedes. Y como dizen, ‘quando nos dan la vaquilla, acudir luego con la soguilla’.

Pinel.- Pues vamos presto y bolvamos ayna, que aun no daría yo la parte de mi ganancia por dos doblas, en especial que el ademán que hezimos del denodado acometimento quando él salió del huerto le obligará a nos hazer particulares mercedes a nosotros dos. Y por esso, no perdamos por postreros lo que merescimos por primeros.

Marcelia.- ¡Ay, mezquina yo, desmamparada, si qualquiera cosa de aquellas que aquel diablo ha contado es verdad!

Liberia.- ¡Ay!, calla, madre, no te congoxes ansí por el dicho de aquél, que no es possible que tanto reposo oviesse en el pueblo si a un tal cavallero oviessen muerto ni a ninguno de los otros; mayormente, pues ello no acontesció -si ansí es- lexos d’esta calle y no bulle justicia ni nadie. Tenlo por de las que suele Fulminato forjar.

Marcelia.- ¡Ay, triste yo, que mis sueños no fueron en balde!

Liberia.- Y calla, madre, no te oya esso persona de juyzio, mayormente que según nos dizen los confessores es gran peccado creer en sueños.

Pinel.- ¿Qué te paresce qué passo de frayle combidado hemos traydo?

Felisino.- Subamos, pues está todo abierto.

Pinel.- /fol. cxxj r/ Anda, que un descuydo presto se haze. Llama antes que saludes porque no te reciban con nora mala, y aun no veas por ventura lo que no querrías, en epecial que quiçá el dexar la puerta abierta es haziendo del ladrón fiel por asegurar el campo, porque ya sabes que muchas vezes ‘vale más buena cautela que mal consejo’.

Felisino.- Antes buena cautela yguala a buen consejo en muchos casos. Pero subo llamando y hablando, pues la madre y la hija hablan.

Liberia.- ¿Quién sube por la escalera?

Pinel.- Gente de paz que andan a robar.

Liberia.- Si halláredes qué, será esso.

Pinel.- Buenos días, señoras.

Marcelia.- ¡O, bendito Dios, que mejores nuevas veo que oy de vosotros!

Felisino.- ¿Y qué tales?

Marcelia.- ¡Ay!, que ya tenía el manto para yr allá, que me acabó Fulminato de dezir que él se apartó anoche tras no sé que gente y que como os quedó solos, temiendo de vosotros ser vivos, os buscó esta mañana y no halló ni allá ni acá nueva de vosotros. Y allá va medio corriendo otra vez en vuestra busca, diziendo que ha de poner a cuchillo el pueblo. E aun me aconsejó que tuviesse a buen cobro mi puerta cerrada porque no me saqueassen la casa a río buelto.

Liberia.- Y calla, madre, que bien te digo yo que ‘quien de ligero cree, de ligero se arrepiente’, mayormnte de boca de quien por jubileo habla verdad. Porque dixo que dexava hechas muertes y destroços que no son para contar.

Pinel.- Agora me guarde Dios de tal hombre.

Floriano.- ¿Mas no viste, hermano, forjar aquél? ¿Cómo nos pudo él ver matar, pues que luego nos dexó y se puso en cobro? Y tanto que agora veníamos en su busca porque después nos mandó Floriano buscarle, y que todos le va[ya]mos luego a ver. ¿Pero qué armas traya?

Marcelia.- No más de la capa negra buena cubierta y la espada en la mano y la cuera colorada rica vestida.

Pinel.- ¿Aun quál hará si le tomaron la capa de grana anoche?

Marcelia.- Dexando esto en que va poco, me dezid ¿cómo le fue a Floriano y qué tal está?

Felisino.- ¿Cómo le fue?, él lo sabe, que estuvo dentro veynte horas. ¿Qué tal está? Quedó bueno, porque según lo mucho que él y Polytes estuvieron dentro, y nosotros dos que aquí estamos hartos de aguardar ya fuera, bien me paresce que tuvieron tiempo para dexar las damas de manera que a los nueve meses nos publiquen lo que anoche estotros negociaron, porque este tal no es juego que usándole no se pregone a sus tiempos ciertos.

Marcelia.- Pues dezidme, ¿havéys de tornar otra /fol. cxxj v/ vez?

Pinel.- Señora, no nos pida de esso que no sabemos. Pero pedímoste licencia y perdón porque andamos en busca de Fulminato. Y es bien que le va[ya]mos a alcançar en casa antes que amonte a sus negocios, que tiene más que un abogado.

Marcelia.- Pues yo me voy a oyr missa y dar gracias a Dios que quedastes buenos. E tú, hija, cierra tu puerta y alaba a Dios. Y vosotros tomad vuestro camino, que yo voy por acá; y avisadme de lo que passa, si algo más succediere.

Felisino.- Ansí lo haremos. Ruega allá a Dios por todos, pues vas tan sancta. Y tú, hermano Pinel, anda acá, demos buelta a negociar lo que nos cumple.

Pinel.- Encamina, que no te desmampararé.


 

 

Argumento de la scena xxxv

 

Belisea se quexa de sí mesma por lo que ha hecho. Marcelia va a visitar a Belisea por también saber del Despensero, al qual encuentra saliendo de ver ya a Belisea. El Despensero y Grisindo dan relación a Marcelia de lo que se hizo de Fulminato y conciertan de yr los dos essa noche a cenar en casa de la Marcelia.

Belisea. Justina. Marcelia. Despensero. Grisindo.

 

Belisea.- ¿O, alta providencia divina, quán altos son tus secretos juyzios! ¿Quién me dixera a mí que havía yo de disponer del estado de mi persona sin el consentimiento de mi padre? ¡O, amor ciego! ¡O, amor niño! ¡O, amor falso! ¡O, amor lleno de dulce muerte y breve suavidad gustada con remate de grandes bascas! ¡O, plazer leve y veloce y breve de sensualidad, con muy largo escozimiento del arrepentir de la razón! Dime, amor, hasta agora de mí tan olvidado y no sabido ni entendido, ¿quién te me dio a conoscer dento de mi encerramiento? ¿Quién te hizo tan amado de mí? ¿Quién a ti y a tus adalides y negocios te metió por las puertas tan cerradas de mi voluntad? ¿Quién te tractó tanto de mi amistad con la tuya tan travada que, propuesta la del que me engendró y tanto me ama, aya /fol. cxxij r/ yo hecho lo que tú me mandaste desobedesciendo a mi buen viejo padre? ¡Ay, captiva de mí, que si te quiero negar no puedo; si te sigo, niego a mí [y] olvido a mi padre! E ya que en mi daño por te ser affectionada te quiera seguir, ni sé quién eres ni sé dónde te hallo ni tengo señas para te conoscer, mas de en quanto a mí no me conosciere. ¿Dónde ha estado la castidad, de mí tan amada compañera? Porque aunque ni te he dexado ni pienso dexarte, a lo menos he dado gran rotura en el recogimiento de tu casa. ¡Torna, torna por ti sobre mis descuydos! Y si quieres no perderme o desseas que del todo no me pierda yo de ti, no me tractes ya como a bien mandada tuya con sola señal de lo que quieras, pero con agro castigo de lo que errare, con fuerça me compelle ya a hazer tu voluntad sin dexarme en cosa hazer la mía. Cata que ya no me dexes salir de la compañía de las tus familiares sirvientes: la quietud, la taciturnidad, la modestia, la temperancia, la occupación de virtuoso exercicio, la prudencia, la simplicidad virtuosa, la buena y sincera sagacidad, con el ayo y guarda que a todas ellas tienes puesto, que es el recogimiento. Porque si como con haver dado pocos passos sin ellas me hallo ya tan lexos de tu casa que apenas y sin particular guía sabré tornar a ella, ¿qué será de mí?, ¿dónde iré a parar? Si te acordares que fuy tan tuya y me quisieres tornar a ver, ¿dónde me podrás hallar si ansí me dexas desmandar como libre? Pero, ¡ay de mí!, ¿qué es esto que digo? Pues si me buelven a mi passado encerramiento, con pensar de me apartar un momento del mi Floriano, ¿cómo será possible vivir un hora? ¡Ay, qué suya soy! Pues él me quiere, yo le busco, yo le amo, yo le desseo, yo le contemplo y su memoria me da descanso y poco me paresce el tiempo que le veo y mucha la tardança de su absencia. Y pues ya yo por él me he olvidado a mí, y con razón, no tengo por mucho poder olvidar lo que la propria malicia aparta del hombre, que es la virtud y su tan amigable compañía, de que yo algún tiempo fuy solazada, querida y acompañada y honrada. No es gran inconveniente olvidar o negar el amor natural paterno, pues son otra cosa ya distincta de los hijos, después que los engendran por seguir aquello que más el amor haze unos en voluntad, como son el marido /fol. cxxij v/ con la muger y la muger con el marido. Pues ansí lo dize la historia verdadera y sagrada: que por la muger dexará el hombre el padre y la madre; y lo mesmo la muger por el marido, pues en estos dos que hazen un estado siempre deve haver unidad de voluntarioso amor. Pero, ¡o, cuytada de mí, y cómo estoy perdida, que ni duermo ni velo ni sé qué me hago, porque tengo los pensamientos tan esparzidos que con grande difficultad los puedo combidar a recogimiento! Quiero, si pudiere, ponerme a lidiar con el sueño, para que tras este mi spiritual cansancio me dé algún poco de reposo.

Justina.- ¡O, cómo he dormido a mi seguro! ¡O, cómo tengo cuydados a parte con estar hecho lo que se ha hecho! Quiero agora, levantándome, yr a dar orden en lo por venir con mi señora Belisea.

Marcelia.- ¡O, bendito Dios, que acá estoy y sin que me aya visto nadie! Quiero encaminar para arriba, pues veo abierto el aposento de Belisea. Entraré a ver qué haze, aunque por ser de mañana no será levantada con el trasnochar passado, mayormente que como primeriza en estos saltos, o quedará engolosinada o al menos espantada, si más no ovo de sola vista y habla; aunque según yo los vi a entramos en voluntad de picadillos, y según la edad los ayuda a ello, ya se havrán travado los parentezcos.

Justina.- ¡Cata, cata, qué buen encuentro el mío! Aquella me paresce la commadre, nuestra Marcelia. Algunas nuevas visitas deve de haver, que ésta no da passo sin por qué. Quiero hablarla, pues con me haver ya visto no lo escuso.
-¿Dónde buena tan en buenos días?

Marcelia.- Por tu vida, y ansí te gozes, que no por más de ver a tu señora y a ti, porque por acá no tengo otras ovejas que guardar.

Justina.- Pues a nosotras bien guardadas nos tienes para lo que te cumpliere. Pero ya que veniste, anda acá un rato conmigo a mi cámara; hablaremos a solas mientras que mi señora se levanta. Y agora que estás sentada, me has de dezir en breve qué es lo que buscavas, y claramente la verdad.

Marcelia.- ¡Ay, maldita seas, cómo desembueltamente y con gracia dizes todo lo que quieres! Brevemente, vengo a veros; y claro, vengo a saber qué tal os fue anoche del juego. Y la verdad es que vengo a pediros las albricias de las nuevas bodas.

Justina.- ¿Qué llamas bodas? Esso me paresce, como dizen, ‘hija no tenemos y nombre le ponemos’. ¿Y cómo, aún no está bien puesto a assar y ya tú quieres llevar empringadas? Sí, que basta, pues que ya lo adevina- /fol. cxxiij r/ -ste, palabra sola de desposorio, que llaman clandestino.

Marcelia.- Anda, hermana, que por ay van allá, quanto más que ‘Çamora no se ganó en un hora’ ni Roma se fundó luego toda. Pero, y dime ¿que ya os podemos llamar desposadas?

Justina.- Por esso te avisé que hablases claro. Has dicho de bodas y desposorios y lo que has querido dezir que sabes, ¿y agora preguntas de lo que passó?

Marcelia.- Pues ansí nos ayude a entramas Dios, como si en algo he acertado, que lo hablé por lo que tú me dixiste, que no porque sepa otra cosa.

Justina.- Agora te digo que soy poco avisada, pues pensando que allá te lo avían dicho lo que passamos, y más lo que quisieron, yo por encubrir secretos descubrí la celada.

Marcelia.- Y anda ya, que a mí, que las urdo y tramo, no ay qué me encubrir, pues al fin lo he de saber. Por esso, en breve me di lo que passó.

Justina.- Pues ya te abrí el camino, quiero que lo sepas de mí, porque teniendo qué me agardescer, tengas obligación a callar. Sabrás que Belisea y Floriano nos desposaron a Polytes y a mí; y yo los desposé a ellos por una buena cautela. En summa es esto y no passó más hasta que ellos se fueron y nosotras nos quedamos con más de que han de bolver la noche que viene. E créeme que no havrá más que te contar para otro día ni otros días, aunque más vengan a menudo.

Marcelia.- Muy espantada y alegre me has puesto con lo que me has contado. Pero espántome de que no sólo no ovo más, pero que aún respondes por lo de adelante. Pues cata que los tiempos y aun las compelxiones y las condiciones se varían a las vezes. Pero no mira[s], mi Justina -que entre nosotras puede passar-, cómo sale verdadero lo que los hombres dizen de las mugeres, que ‘aquélla casta, que no es rogada’ y ‘aquélla no es havida, que no es combatida’ de la importunidad del varón. Porque si bien miras en ello, ¿quién pensara que todo el mundo derrocara a Belisea? ¿Quién algún tiempo la osara hablar de amor de varón? ¿Quién presumiera pensar inclinarla a la menor de las desembolturas que agora haze? ¿Qué rey ni cavallero pensara hallar la audiencia que agora Floriano, con las circunstancias que tú más havrás visto? ¿Qué te paresce? ¿Qué me dizes a esto? Cata, que estas y otras cosas tales hazen hinchir a los sueltos escrivientes los libros de las inconstancias de nosostras las mugeres. Y, pues, haziendo lo que te mandó tu señora, no tie- /fol. cxxiij v/ -nes culpa. Dime, dime, ¿no estoy en lo cierto?

Justina.- Doy a la maldición esta muger, que tan calada y ciertamente dize lo que es la mesma verdad. [Ap.]

Marcelia.- Anda ya, no te me corras por lo que acierto ni me hables entre dientes. Dime si ay en qué me retracte por mentirosa.

Justina.- Que no sé qué te dezir en contra de lo hablado, porque te prometo que pocos días ha que tanto miedo tenía yo de nombrarle el nombre de Floriano que me temblavan las carnes en pensar que ante ella se oviesse de hablar palabra que no tractasse de cosa de sanctidad y virtud. Y aun para hazerla dezir el de lo que le pedí, aunque ella lo amasse, no fue tan fácil que no lo ove yo de otorgar por ella. De manera que no creo que ay muger de su suerte, porque con ser yo cierta que le ama y le quiere, no querría quererle fuera de amor virtuoso. Ansí que quiere y no quiere; busca y teme hallar; goza y huye el gozo.

Marcelia.- Anda, que todo es ‘no lo quiero, no lo quiero, etc.’ Y muchas vezes las mugeres negamos lo que se nos pide, desseando que se nos pida. Y esto es porque, aunque sea a costa nuestra, queremos que nos compren caro a quien rogándonos nos querríamos entregar, si la vergüença y gravedad y la honra, y en algunas el temor, no anduviesse de por medio. Y ansí muchas querríamos que nos tomassen por fuerça -por desculpa nuestra- aquello que rogándonos y pidiéndonos, o lo negamos o no lo concedemos dissimulando. E si te paresce que no digo bien, enmiéndame.

Justina.- Dizes tanto y tan bien en nuestro mal que por mi parte no quisiera que nos oyera algún hombre por mucho, porque no aprendiesse a cómo nos tener en poco.

Marcelia.- E aun porque no le ay que nos oya, hablo yo a rienda suelta, porque más verdades se han de saber que dezir en todo tiempo. Pero dexando esto, mira si duerme Belisea y si querrá que la vea.

Justina.- Anda acá y verl[a] hemos entramas; porque si no duerme, esto sé de mi señora, que podrás entrar sin portero, lo que no todos tienen con ella. Pero oye, que hablando está y quiçá será entre sueños, como los negocios importantes suelen quedar en los fantasmas y soñarlos y aun hablarlos la persona entre sueños.

Marcelia.- Pues entra passito. Oyamos, porque si duerme sería lástima quitarle el sueño, de que deve ella y aun tú andar hambrientas.

Belisea.- ¿Dime, dime, pues, ya, mi señor padre, qué piensas hazer de mí, tan mala hija, tan de- /fol. cxxiiij r/ -scuydada, tan mal governada, tan sin acuerdo de sí mesma, en dar el suyo a nadie para siempre sin el tuyo tener primero? Pero mira, mi buen piadoso viejo, que yo no lo hize; salteada fuy, requerida fuy, pidiéronme palabra de lo que no pensé; y aun también yo tengo el suyo de ser mío, pero él no tiene mi de ser aún yo suya. ¿Pero qué digo? Grande pena meresce la culpa que agora cometí en dezir esto, que si no le di el de palabra, di el consentimiento y complacencia de la voluntad. Y entonces lo hize y agora lo apruevo, y agora y siempre soy tuya, mi buen Floriano. Que de Floriano soy, por suya me confiesso y suya seré, y por suya quedé y por suya me glorificaré hasta la muerte. Perdóname, mi bien querido, en haver puesto en plática por duda lo que confiesso y confessaré hasta la muerte. Pero, ¡ay de mí!, que si tú, mi Floriano, me olvidas yo soy muerta, y si doy el gualardón que tu buen amor me pide y meresce, yo soy perdida. Pero pues, menos daño será en que yo muriendo por ti gane honra tu fiel amante, que no en dar deshonra de mi linaje en hazer lo que el mundo dirá, que me amengüé y abatí, aunque yo pensé que ganaría. Espérame, señor mío, recibe contigo este spíritu y voluntad dexando este cuerpo para mi padre límpio y sin quiebra, y mandando y encomendando el alma a Dios que me la dio y compró. ¡Ay, que aunque me llama la muerte, la espero y recibo muy alegre por saber que les queda a mis parientes su sangre en mí limpia y mi cuerpo entero, y tú me llevarás esta voluntad! Ruégote que quando vengas a me ver, que si me hallares muerta sin ti, pidas y lleves este mi coraçón, que por tuyo lo tengo, y a ti le mando entregar y restituyr, pues muriendo digo que soy de mi Floriano.

Marcelia.- ¡O, qué razones de amante tan delicadas! ¡O, con qué sospiro tan del coraçón a callado!

Justina.- ¡Ay, mezquina yo, qué mal tan grande!
-Llega, llega, que tan muerta está como su madre. ¡Ay, mi señora! ¡Ay, mi bien! ¡O, desmamparada yo!

Marcelia.- Calla, calla, no hagas alboroto, que desmayo es, que si miras le está saltando el vivo coraçón, que paresce que se le quiere yr para donde está Floriano.

Belisea.- ¡Ay!, ¿quién me ha llamado de la lucha de la muerte con el nombre de aquél que me da la vida?

Justina.- Esfuérçate, señora, mira que está aquí Marcelia.

Belisea.- ¿Estás ay, Marcelia?

Marcelia.- Aquí estoy, mi señora. ¿Dime /fol. cxxiiij v/ qué tal te sientes? Y mira si mandas algo para Floriano, porque en dándome licencia tú le voy luego a ver y a dezirle qué tal quedas.

Belisea.- ¡Ay!, no le digas que me viste mala, porque le darás pena.

Marcelia.- Pues por tu vida, mi ángel, que si no te muestras más solazosa que le diga como te vi, tal que temí de tu vida. Y con esto, el que tanto ama, dale por muerto, y serás tú la causa por no te esforçar.

Belisea.- Yo me esforçaré. Calla, que buena estoy y sana me hallo. Que no te espantes que tanta furia obre tanto en un tan flaco supuesto como el mío. Pero dime, ¿qué buscas por acá y si sabes qué tal está aquel cavallero a quien tú deves mucho?

Marcelia.- Bueno está al que devo mucho y de quien espero de haver muy mayores mercedes después que tú le des una deuda, que de amor y esposo que le eres obligada.

Belisea.- ¡Qué deuda es éssa, para salir d’ella? ¿Y cómo sabes tú que la devo en essa manera de contracto?

Marcelia.- A mí, que sé muchas cosas de muchos que ellos no me descubrían de su buena voluntad, no me preguntes cómo sé esto, pues sabes que la sé. La deuda que le deves, si ya no me entendiste, temo el dezírtela.

Belisea.- Si es porque está Justina presente, ella se saldrá luego fuera; aunque no ay cosa que a mí se me pueda dezir que ella no pueda bien oyrla.

Justina.- Señora, antes será bien que yo salga a guardar que no entre nadie, porque yo huelgo que te alegres a solas con Marcelia.
(Como que yo no entendí ya la deuda del matrimonio, que ella entendió también que le dixo la otra. Y aun, asuadas, que si Belisea toma los consejos de la que tiene delante, que presto sane en la sensualidad la concupiscible y aun enferme la razón en la voluntad con la obra de fuera. Pero ‘allá lo aya, su alma en su palma’. No diga después de resfriado el gozo: , de manera que salida la preñez a luz lo pague Justina en tinieblas de prisión o muerte, o deshonra o malaventura, porque la soga ha de quebrar por lo más flaco. A la fe, allá se lo aburugen en secreto, que de tales secretos ganancia es perder la parte).

Belisea.- Ea, pues estamos solas, ¿por qué no me dizes qué deuda es la que devo a Floriano?

Marcelia.- Dévesle grande amor, grande voluntad, grande fe.

Belisea.- ¡A!, todo esso le tengo pagado con otro tanto, porque si me ama como a sí, yo a él más que a mí; si me tiene voluntad, yo se la di toda la mía; si me tiene fe, yo me negué a mí y negué a /fol. cxxv r/ mi padre y negaré todo el mundo por solo su amor.

Marcelia.- Pues para coser esse vestido de amor falta el hilo de las obras.

Belisea.- ¿En qué más obras?

Marcelia.- En, en darle… En darle tu…

Belisea.- Y dilo, dilo. Acaba ya.

Marcelia.- No oso.

Belisea.- ¿Luego algún mal deve ser lo que dizes que le devo de dar, pues con te lo rogar no lo quieres dezir?

Marcelia.- ¡Ay, ángelito, que no es sino la mejor y mayor y más estimada joya que oy de ti se le podría dar! La qual él haviendo y tú gozando, él sería el más felice amante de la casa de amor y tú una de las gozosas del mundo. Pero agora tú, enfermando más y más, él es el más penado de los penados, y con razón penado hasta que le des…

Belisea.- ¿Dime ya el qué?

Marcelia.- La joya preciosa de tu cuerpo.

Belisea.- Con razón lo dudavas dezir. Pero dime, quien le da del cuerpo el coraçón y le da las entrañas y le da la memoria y le da el entendimiento y le ha dado la voluntad, y le dará la sangre toda y le dará la vida, ¿qué don le daría en darle el desmamparado muerto cuerpo de tierra? ¿No te paresce que le haría injuria darle en muestra de amor el cuerpo muerto, teniendo él en mí por suyo todo lo que en el cuerpo vive?

Marcelia.- ¡Ay, la mi señora, que más muestran sentir tus respuestas vivas de mis dichos que saben dezir mis palabras! Pero mira que el que da parte al amante y reserva para sí parte, muestra que no le ama en todo.

Belisea.- No te entiendo. Porque si dizes de la communicación de los que se aman, no es muestra de defecto en amar el no communicar lo que no suffre communicación dentro los límites del tal amor.

Marcelia.- ¡O, qué plazer es hablar contigo, pues avivas al entendimiento de quien te habla para que sepa hablarte! Y ansí quiero dezir, pues dizes que no me entiendes, que o a Floriano, que tanto te ama, ¿le amas como a hombre o como a ángel?

Belisea.- Ámole por hombre, y parésceme más que ángel.

Marcelia.- Pues luego hasle de communicar como a amado hombre lo que la amante muger tiene communicable en el tal amor con el tal amado. Y el amante hombre, por consiguiente, ha de communicar con la amada muger lo que el tal amante hombre tiene debaxo el tal amor communicable.

Belisea.- ¿Pues essa reflexiva communicación en qué consiste?

Marcelia.- ¿Que aún hazes de la bova? Pues espera. Los amantes entre sí han de communicar las voluntades, las haziendas, las ha- /fol. cxxv v/ -blas, las conversaciones y las personas, siendo -como dicho tengo- el amor de entre hombre y muger. Porque si son, o entramos hombres o entramas mugeres como tú y yo, mal podríamos communicarnos en todas estas maneras de communicación, pues faltava el vínculo de la unión natural de los cuerpos. Pero de ti para Floriano y de Floriano para ti, faltando alguna de las sobredichas condiciones, no ay communicable cierto amor, y muy menos si la communicación ha de ser de amores, como la de vosotros -Dios os guarde tan para en uno- [no] se permite faltar la principal, que consiste en la communicación de los cuerpos y personas, de donde resulta la gloria ygual en los amantes. Y pues ya no creo que dexarás de haverme entendido, si quieres entenderme y tú sanar, digo concluyendo que, pues toda tú te llamas de Floriano y Floriano es todo tuyo, tú le deves a él dar quanto tienes y él a ti quanto puede. Porque esta ventaja tiene la muger en el mostrar el tal amor, que ella amando puede dar quanto tiene y él quedar certificado de que se le da todo lo exterior; pero él puede dar quanto él puede en tal caso y no quanto ellas quieren. Y esto mejor te lo declarará la experiencia communicándolo, que no mi lengua parlándolo. Pero créeme, mi amor -mira, Dios te guarde de que eres niña y yo ya tengo muchas experiencias en esto que tracto y muchas lazerías en lo que vivo- que mientras te picares de estar tan entera toda tu vida, que entera te quemarás y entera te dessearás y entera te desharás y entera te comerá la tierra. Y al cabo al cabo, pues no ay quien nos oya, esso que tú ya me entiendes, para communicarlo con el varón te lo dio Dios a ti y a mí y aun a la reyna. Pues allende de ser natural la tal communicación para el augmento de las razonales criaturas, dizen -y aun digo que sé que es ansí- que en esto naturalmente dessea la muger al varón como la tierra seca el agua para produzir, y la materia a la forma para ser informada de ser perfecto. Y si tú quieres ser sana de todas tus indisposiciones interiores y exteriores, haz lo que te digo y cúlpame si mal te fuere y mal te supiere. Y con esto, callo.

Belisea.- Tanto dizes y tanto rodeas, que aunque no quieran te han de entender los que te escucharen y aun creerte los que te en- /fol. cxxvj r/ -tendieren y precipitarse los que te creyeren. Pero di, Marcelia, ¿y la honra de la donzella?

Marcelia.- Que la ponga en poder y guarda de su marido, cuya es más al proprio.

Belisea.- Peligrosa estás. Y porque veo que me derruecan tus persuasiones a creerte, y del tal creer saldría la obra y de la tal obra mi perdimiento, porque no tengo por muy limpias tus palabras ni por en todo sanos tus consejos para mí, cesse esta plática. Y porque huelgo que sepas con todo esso que amo y quiero a Floriano más que podría dezirte, vémele a visitar y la visita sea de mi parte. Y no le digas que estoy mala, pues si lo estuve fue hasta que me dixiste que él estava bueno. Y llévale este anillo que yo me quito del dedo del coraçón para ver si con traerlo él tornará a cobrar la virtud que esta piedra solía tener para el mal de coraçón, aunque no de los males y de la qualidad del mío, cuya rayz del mal procede de la infeccionada voluntad, herida del sensual querer. Y digo que le digas que se le doy en señal que quedo por suya, atendiéndole para el quando me prometió; y yo le atenderé la palabra que de mí tiene y agora de nuevo le torno a dar por ti. Y tú toma por la vista, y porque te hago embaxadora de gran entidad, que es del crédito de mi voluntad. Y quiero que de mi mano lleves esta cadena de oro con esse joyel de piedras ricas, y que pues le quito yo de mi cuello, le pongas tú al tuyo. Y ve con Dios, que vendrá mi padre como suele. Y llámame luego a Justina, que m’[h]e de vestir.

Marcelia.- Yo voy con tu gran merced y con mucha mayor esperança a cumplir tu mandado, pues sé que seré bien recebida y aun gualardonando mi camino allá.

Justina.- ¡Buena sales, hecha dama con tu joyel!

Marcelia.- Porque sé que no te pesa que me la hayan dado, le saqué ansí como me lo pusieron, hasta que le viesses tú, y luego doy con él en la bolsa. Y tú entra a dar vestido a Belisea; y alégrala y alégrate, que también daré tus encomiendas hasta que veas al tu joyel, que tú tienes en tanto y más y con razón que yo éste. Pues éste cumplirá mis necessidades y aquél cumplirá tus plazeres. Y pues ansí me acoges de vergüença, ve con Dios.
(Agora digo que no creo en sueños, pues tan al contrario me salieron en bien de tanto mal como ellos me representaron. Pues aun yo seguro que el anillo que no me rente poco. He allí /fol. cxxvj v/ el Despensero; mi sueño del todo mentira y aun la de Fulminato salió más aprovada. Visto me ha; quiero guardar estas joyas porque quiçá no las conozca, ni aun no presuma cobdiciarlas como el otro necio mis ganancias, porque dizen que ‘ojos que no veen, coraçón no dessea’.

Despensero.- ¡A, señora! ¿Y por acá estava tanto bien?

Marcelia.- ‘Bien o mal -como dizen-, mi casa le sabe’. Pero gran rato ha que entré a ver a Belisea.

Grisindo.- Yo bien te vi, señora, pero pensé que eras otra, como andáys las mugeres quando queréys tan arreboçadas, que aun el marido no conoscerá a su propria muger.

Marcelia.- Ni aun con todo esso a vosotros los hombres espantamos para que nos dexéys, ni aun ansí nos podemos encubrir de los ojos placeros vuestros.

Despensero.- Los ojos para mirar los dio Dios al hombre.

Marcelia.- Dexemos essas pláticas agora. Y digo que huelgo, que me mintieron de vosotros unas ruynes nuevas.

Despensero.- ¿Qué tales?

Marcelia.- Que os havían muerto a entramos esta noche; y aun yo que avía soñado un sueño que salía a ello.

Despensero.- Por esso dizen que no creas en sueños. ¿Pero quién te pudo dezir tal?

Grisindo.- El valiente de la capa de añoche sería.

Marcelia.- ¿Quién era ésse?

Despensero.- Fulminato, que si le preguntas a Grisindo qué pies tiene, havrás plazer.

Grisindo.- Pregúntenlo a él, que le valieron los pies que no le ancançasse, aunque me tengo por suelto. Pero de su valentía dará testimonio la capa que arrojó al Despensero, pensando que era toro.

Despensero.- Callemos en esto, que tengo pena porque no le cogí.

Grisindo.- Por Dios, que según corre que no le tomen sino es con lazos. Pues dezir que él esperará a un rapaz que le haga rostro, es por demás.

Marcelia.- No acabo de espantarme de ver sus embustes, que oy me dixo que le avían salido un tropel de ellos y que a los dos que alcançó dexó muertos, y que al uno conosció con las candelas que sacava la gente al ruydo por las ventanas, y ésse dixo que eras tú.

Despensero.- Pues porque para que rías bien lo que passó y comiences a creernos, muchacho baxa essa capa de grana que está sobre essa mesa. Y otro día conosce quién es cada uno; y tómala, señora, o mira si mandas que te la lleve este moço. Y esta noche nos ten por combidados a cenar, que yo mandaré llevar todo reca[u]do a tiempo. Y sobre cena oyrás lo que passa, y aun con determinación, que si le cojo de ca- /fol. cxxvij r/ -mino, que él me pague hecho y por hazer.

Marcelia.- No cures de enojos. Pero ve quando mandares, con que no vayas con gran tropel.

Despensero.- Grisindo y yo solos. Por esso ve con Dios.

Marcelia.- Yo me voy y llevo la capa so el manto, porque si la veen al moço es conoscida y descubrirse ha la celada.

Despensero.- Hágase como mandares. Ve con Dios.

Grisindo.- ¡Qué aguijar lleva el diablo! Grandes tramas deve de urdir con Belisea.

Despensero.- Allá se lo haya. Mugeres son, ellas se entienden. Subamos, si quieres, que se nos enfriará el almuerzo que nos aguarda sobre la mesa.

Grisindo.- Vamos luego y acuérdate de la cena que sea con tiempo.

 


Escenas 36-40