Argumento de la scena xxvj

 

Entrando Justina, halla a Belisea desmayada y llena de congoxas. Y concertando el cómo hablar a Floriano essa noche, entra Lucendo y tracta con la hija de lo que otras vezes le ha propuesto.

Belisea. Justina. Lucendo.

 

Belisea.- ¡O, soberano Dios, y quán rodeada me veo de congoxas, que cada una de ellas basta a ponerme a las manos de la muerte, porque lo que tracto al presente es muy contra lo que devo a la virtud y al estado de mi recogimiento y a las costumbres de donzella, al crédito que de mí es tenido, al tierno amor de mi cano padre y a la antigua nobleza de mi sangre! ¡Ay de mí, que no sé cómo ya puede estar segura la virtud en un tan combatido y flaco supuesto como el mío! ¡Ay, mi viejo padre, que si tú no pusieras en mí más crédito del que mi flaqueza y poca experiencia requería, ni la libertad a mí me uviera dado occasión a desmandarme ni la honra de tu casa y el sosiego de tu vejz esperara de mí el pago que agora tracto de te dar! Porque bien sé que hago mal en admitir sin tu licencia estas mensajerías de parte del que espero hablar esta noche; pero pues ya no puedo no amarle ni en lo hecho ay tanto yerro que no pueda ser todo guiado en bien, quiero leer esta carta para ver si él quiere amarme en aquel amor que yo en Prado le dixe. Porque si con amor limpio me ama, estenderé yo las velas de mis desseos en quererle; pero si todavía guía como antes desordenadamente, yré yo con el divino acorro teniendo la rienda a su passión con la guarda de mi honestidad, aunque no podré menos de mostrarle aquellas muestras de amor que me meresce su perseverancia.

Carta de Floriano a Belisea

/fol. xcj v/

Ha querido vuestra misericordia, ángel mío y mi señora Belisea, hazer tanto por mí en haver querido verme y oyrme y tener memoria d’éste tan enfermo de vuestro amor y tan preso de vuestra hermosura y tan subjecto a vuestro poder, que mi ningún merescimiento sabe ya más qué os pedir. Pero puesto que para mí es sobrado lo que hasta aquí avéys hecho, [y] para vos es tan poco, que si más no hazéys por este vuestro paciente, haviendo començado a poner la mano en su cura, él no puede dexar de tornar a empeorar y a morir en la empeora. Porque dado que para mí sea el favor muy sobrado, como mis desseos sean los más nobles y encumbrados de todos los amantes, aún el favor no ha allegado a les dar cumplido remedio, porque toda cosa que sea menos que vos no puede suplir la mínima necessidad de mis desseos. E suplícoos que, pues vuestro poder no suelta mi coraçón, que vuestra misericordia y hermosura lo acabe de sanar o vuestra justicia de castigar. Allá os lleva essa mensajera vuestro anillo, no porque no le aya bien menester en vuestra absencia para sustentar la penada vida como reliquia vuestra, pero como él no me sana sino da fuerças para esperar de vos la salud, ansí os lo embío para que allá no haga falta; y para que vos sepáys qu’el vuestro enfermo no queda sin peligro de muerte y ansí tornéys por vuestra honra en que no se os muera el que vuestra mano començó a dar salud. Essotra joya que os lleva la mesma mensajera no os la embío por servicio, sino para que [en] vos torne a recobrar la piedra tan rica y buena la virtud natural que en mí perdía. Y sepa yo, mi señora, de vuestra salud para que la mía torne a avivarse. Y no me atrevo a pediros que me mandéys que os vea, pero mirad que la presencia de la vista del sabio y poderoso médico es gran parte para el alivio del paciente. E perdonadme si excedo de lo que me mandastes en mostrar que os amo, no como me distes licencia, porque si en ella os doy pena sabed que ni de mí se puede sacar sino pena, ni puedo -obviando a mi contentamiento- guiar por el aranzel de vuestro casto amor. Y pues, si esto es peccado y yo no puedo arrepentirme d’él, concluyd con matarme o perdonad mis importunidades. Y socorred a éste, que más lágrimas echa escriviendo que letras lleva este papel, pues tras estas lluvias vienen los rayos del coraçón que me ponen a la muerte.

Belisea.- ¡O, la más sin ventura de las mugeres! ¡Ay, que muero!

Justina.- Y calla, no quiero más estar escuchando, que cierto ha hablado altamente.
-¡A, /fol. xcij r/ señora, señora! ¡O, sin abrigo, mezquina yo, que está muerta! Pero, ¿qué papel es éste? Carta deve ser de Floriano; y en estos papeles le deve aquella Marcelia traer algún mal. ¡O, qué traspassada está! Quiero echarle d’esta agua rosada en el rostro. Ya comiença a tornar en sí. ¡A, señora, esfuerça, por un solo Dios! Cata que te tractas mal. Yo quiero yr a llamar a mi señor Lucendo, porque ya no cabe en razón dissimular con este tu mal, porque tengo temor que alguna vez te quedes ayslada.

Belisea.- Buelve acá, no me dexes, que yo me esforçaré. Dame de vestir, que no me va bien en la cama.

Justina.- De carmesí te tengo aparejadas aquí las ropas, porque me paresce que has bien menester acorro para alegrarte oy.

Belisea.- Ya bien pienso que me dexará primero el vivir que esta tristeza. Cierra essa puerta de essa quadra y vestiréme. Pero dime, ¿diste lo que te mandé a aquella dueña?

Justina.- Sí, señora, y luego se fue.

Belisea.- ¿Y tú oyste lo que ella y yo passamos a solas?

Justina.- Señora, no sé más de que por mucho que le pregunté lo que la querías no pude sacarle más de que me encargó que te regozijasse y te hiziesse tomar todo el más plazer que pudiesse. Y aun me encomendó que te vistiesse vestiduras de colorado.

Belisea.- ¿Y para qué fin?

Justina.- Porque muchas vezes de la alegría exterior redunda alegría y alivio al triste de coraçón. Y el spíritu alegre haze enmocescer los viejos y refresca a los moços; y por el contrario, el spíritu triste consume el vivir no sólo del hombre pero de los sensible brutos.

Belisea.- Pues dime, ¿y ella no te dio parte de lo que me quería?

Justina.- Díxome tan solamente que yva muy alegre con el don que le diste y con el que le prometiste.

Belisea.- ¿Qué ?

Justina.- De que holgavas que aquel buen cavallero Floriano te viniesse a hablar de media noche arriba en el jardín.

Belisea.- ¡Ay, que nunca tal le di! Y pues ella no lleva las palabras como se las dizen, tampoco yo le atenderé aun a lo que le prometió.

Justina.- Cata, señora, que peor es concedida una cosa no atenderla que no el no prometerla, porque dizen que ‘al buey por el cuerno y al hombre le tienen por la palabra’. Y pues tú le dixiste que le mandasse venir, y yo espero en Dios que será para bien, no te arrepientas de lo dicho, pues que antes no lo miraste.

Belisea.- Cata, que yo no le dixe sino que viniesse, que por la portezilla del jardín le oyría. Y aun aquello fue por escabullirme de sus importunidades.

Justina.- Pues dime , [aun]que para hablarle. Ya que te pones a ello; y él no dexará ya de venir ni ella de se lo dezir, mejor es que sea donde ni él en ser /fol. xcij v/ visto de los que passan corra peligro ni tu honra detrimento en que se sepa.

Belisea.- ¡Ay, que no es de donzellas andar a tales horas escondiendo los hombres!

Justina.- Por ninguna vía es lícito a ti, si a esto miramos. Pero ya que se haze, prudencia es hazerlo sagazmente, porque más vale que sólo sea tachada nuestra vida de sólo Dios que no de Dios y de las gentes, que nada callan y en nada perdonan.

Belisea.- Perplexa estoy, porque negarle la habla voy contra lo que prometí, y también -pues no te quiero celar cosa- no hallo sossiego en mí. Y quiero ver de dónde nascen estos mis desaboramientos, porque la sensualidad en mí ya muy mandona me persuade y aun fuerça a esto.

Justina.- Anda, señora, un día en el año déxate governar por mi mal seso y buen desseo de tu descanso y bien y honra, y aun por ventura a mayor servicio de Dios. Porque dizen que ‘si no fueres casto, sey cauto’, y con razón, porque de la honra ha de hazer el hombre gran caudal. Pero mudando plática, por mi salud que esse volante con essos pinjantes acompañado con la saboyana y verdugado de carmesí te pone tal que quisiera serme yo agora quien yo me sé para gozar de ver cosa tan bella.

Belisea.- Calla ya, bova, que no estoy para essas burlas.

Justina.- Pues esfuérçate a estarlo. Y escucha, que mi señor Lucendo está a la puerta de la quadra.

Belisea.- Pues abre presto y déxame sola, que quiero rezar las horas de Nuestra Señora.

Lucendo.- Di, Justina, ¿qué hazía mi hija?

Justina.- Señor, queda rezando.

Lucendo.- ¿Y qué tal está?

Justina.- Señor, no anda muy buena, que porque anda triste la hize vestir de colorado.

Lucendo.- Bien heziste. Pero, ¿qué siente?

Justina.- No lo alcanço. Pero devrías la demandar a solazar por el jardín algunos ratos.

Lucendo.- ¿Y quién se lo quitó nunca? Que ella se tiene la llave y sabe que me haze plazer. Pero anda, ve, di que se vista el capellán para la missa que luego salgo, que quiero ver a Belisea.
-¿Qué hazes tú, hija? ¿Nunca acabas de rezar? Cata que no te haze provecho a la cabeça.

Belisea.- Señor, poco ha que comencé las horas de la Reyna del cielo que rezo cada día, que, mal peccado, no soy tan devota como me pintas.

Lucendo.- Pues dízenme que no has dormido esta noche y aun que no has tenido sossiego en la cama.

Belisea.- Por pensar que lo ha hecho la calor, me he levantado algo tarde.

Lucendo.- Bien estoy en esso. ¿Pero para qué permites que tan de mañana te entren a quitar el sueño de la vida, en especial mugeres de fuera? Porque /fol. xciij r/ ya de mañana diz que vino a te despertar una vezina, y tú de bien acondicionada a todas das audiencia. No lo hagas, ansí te gozes. Pero dime, ¿veníate a pedir alguna cosa? Que pienso que te han olido por santera. Y si comienças a darles crédito, nunca acabarán de molestarte con lloros, diziendo que mueren de hambre, aunque a la verdad las necessidades de las gentes oy en día son grandes. Pero ay algunas personas que el darles para ayuda de passar su vida las haze holgazanas y viciosas porque, desque abren boca al pedir y los ojos cierran a la vergüença, atan las manos al trabajar y los pies a la solicitud, y ansí vienen a caer en mil inconvenientes.

Justina.- Agora os digo yo que el viejo está en la cuenta. Por mi salud, que creo que tiene tanta opinión de la hija que aunque la hallasse el galán en la cama no pensasse que era para mal. Pues échese a dormir, que quiçá quando ‘buscare tocinos no hallará estacas’.Y aun que en lugar de virginidad con que la case, le dará la hija un nieto que críe, si las cosas van adelante por los passos que Marcelia los encamina. Pero allá lo ayan. Agora me voy a lo que me mandó y no quiero escucharles más.

Belisea.- ¡Ay, señor!, como ya te he dicho que ni soy tal que me tenga por tan misericordiosa, ni aun tan poco sin tu expresso mandado no osaría disponer de cosa.

Lucendo.- Anda, hija, que como yo te ame tanto y tú sepas que lo tendré yo por bueno, basta esto para que sin scrúpulo pueda tu prudencia hazer por tres vivos y defunctos el bien que yo con occupaciones y negocios no puedo todas vezes. ¿Pero qué te quería aquella muger? ¿Y quién era?

Belisea.- Señor, es una que fue casada con un criado de casa, que agora días ha que embiudó y es una buena muger por cierto, según lo que de ella me dizen.

Lucendo.- ¿Su nombre?

Belisea.- Marcelia.

Lucendo.- Ya, ya. Conózcola como a ti. Pues éssa bien tiene por qué reconoscer servicio a esta casa, que en no sé qué mala famezilla la rastreó la justicia agora un año, y era en cosa fea. Y que no librara bien si no entendiera yo en ello. Y piensa, hija, que de éstas que ansí moças quedan viudas tienen trabajo y aun peligro, mayormente si les sabe la casa la ociosidad, madastra de las virtudes y abogada y madre de los vicios.

Belisea.- En esso ni sé cosa ni quiero tomar cargo de peccados agenos. Bástame que a todos tendré por buenos mientras no les viere fuera del camino de la virtud, y aún ay lo veré. Y si suelda tiene el defecto, lo /fol. xciij v/ tengo de interpretar a la mejor parte y no creerme por lo que el vulgo afama, por no tener que errar ni hallar de qué me arrepentir.

Lucendo.- Por tu vida, hija, ¿qué buscava?

Belisea.- Rogarme que le recibiesse una su hija.

Lucendo.- Ya creo que estará grandezilla y aun muy libre para llevar tus recogimientos. Pero allá te avén, con tanto que ésta venga las menos vezes que ser pueda a ti, y a tu cama nunca, porque éstas tienen otras oraciones que tú ni sabes ni entienes. Y, asuadas, que luego te buscasse la madre, que vosotras llamáys, y te vendiesse del ojo y otras cosas d’este jaez.

Belisea.- No uvo nada de esso. Pero a la verdad, díxome que pensava tenía algún friaje que me causava estos desasosiegos.

Lucendo.- ‘Bien conozco yo uvas de mi majuelo’. Pero, mudando plática, me di, ¿qué te ha parescido sobre lo que te hablé este día?

Belisea.- ¿Y qué, señor?

Lucendo.- Bien muestras el poco cuydado que tengas d’este mundo, ni aun me paresce mal ver las donzellas olvidadizas en cosas de casamiento. Ya tú sabes quántos te me piden y con quánta importunidad; y con ser de los principales de la corte y aun del reyno, con ninguno he concluydo por dos cosas, que ya te dixe este día: la una, por no te apartar de mí; y la otra, porque en todo te quiero consolar y complazer.

Belisea.- Ya pensé que era esso olvidado.

Lucendo.- Yo quisiera poder, hija mía, olvidarlo por no me necessitar a te acordar al fin de mis días partir de mí, visto que yo podré turar muy poco.

Belisea.- Pues el morir a ninguno perdona, Nuestro Señor querrá que para quitarte de essos cuydados yo vaya delante en essa jornada.

Lucendo.- Dexando essos juyzios a Dios, me di en esto lo que te parezca, pues ya no paresce bien ni a mí ni a ti no te buscar un marido y tal compañero con que yo gane contigo otro hijo más. Porque hemos de disponernos según la voluntad de Dios, según lo que la naturaleza pide: que yo tracte para mí de la sepultura y para ti del principio del vivir.

Belisea.- Pues suplícote que ya que essa es tu voluntad, de querer también esperar la mía, que por el de mi respuesta me esperes solos otros dos meses. Y en tanto, que no me hables del partirme de ti si quieres que de mis malas disposiciones yo sane y no ‘vaya la soga tras el calderón’, como dizen. De manera que lo vengas a perder todo con enterrarme primero.

Lucendo.- Cata que lo yerras, porque dado que para mi consolación, y aun la tuya, nos parezca bueno esso, pero no cumple a la razón sino que se haga, /fol. xciiij r/ y quiérolo hazer de mi mano.

Belisea.- Pues ansí lo confío yo en Dios. Pero tiempo ay.

Lucendo.- Pues que ansí quieres, aunque hago mal en dexarme governar por ti en esto, pero no te quiero dar más pena. Y anda acá, que nos aguarda con la missa el capellán.

Belisea.- Vamos donde mandares.


 

Argumento de la scena xxvij

 

Estando Grisindo, el paje de cámara de Lucendo, con Liberia a solas, entra Marcelia de buelta de casa de Belisea, y ella le absconde. Y estando la madre y la hija en sus razones, sobreviene el despensero. Y estando ansí juntos sobreviene Fulminato y Felisino y, sobre cierto entremés, se absconde Fulminato de miedo en el establillo.

Liberia. Grisindo. Marcelia. Dspensero. Fulminato. Felisino.

 

Liberia.- ¡Ay, señor, por tu vida, que te baste ya y me dexes y te vayas! Que pues me dixiste que quedava mi madre con Belisea no tardará ya. Y pues yo tuve resistencia en tu voluntad, no quieras tú quebrar mi honra, y especial que tengo madre y muy zelosa.

Grisindo.- Ya, por demás serán sus sospechas; ni aun la esperes acá de esta parte de vísperas, quanto más que ya te he dicho que ella dixo que yo viniesse y sabe que venía a cortar camisas.

Liberia.- Y aún la escusa será razonable, no haviendo lienço ni costura. Pero, ¡ay, mezquina de mí, que ya viene! Yo no osaré parar en casa si te ve solo.

Grisindo.- ¿Pues qué quieres que haga?

Liberia.- Que te subas aquí a la solana, y presto. ¡Mala landre me mate, que aun la escalera no cerré con tus priesas, y ya sube!

Grisindo.- Pues subo, aunque contra mi voluntad, pero por amor de ti.

Liberia.- Pues mira que por poco que te menees arriba serás sentido y yo perdida; que yo cierro esta portezilla hasta su tiempo, que tendré cuydado de abrírtela.

Marcelia.- ¿Qué hazes, hija, que paresce que estás alborotada?

Liberia.- Como te sentí subir, turbéme, que pensé que era otro y dexé la lavor.

Marcelia.- Pues, ¿por qué dexas la puerta abierta, que no sabes quién passa por tu calle? ¿Pero quién está arriba en la solaneja?

Liberia.- Se- /fol. xciiij v/ -rá algún gato a más andar, que yo no siento qué sea. ¿Pero qué traes que ansí vienes tan sobarcada?

Marcelia.- Pensé, hija, que como cerravas aquella portezuela, que venías de estarte al sol ociosa. Que, a la fe, bova, este es el saber: baratar la vida, que no tú, que nunca valdrás nada.

Liberia.- ¡A la he, bien baratas tú la vida! Y la casa anda sin dueño, que no te acuerdas que hemos de comer oy.

Marcelia.- Y dime, hija, ¿la ración de palacio no vino?

Liberia.- ¡Qué ignorancias las de mi madre, haviéndose concertado con el despensero de Floriano que se la dé en dinero!

Marcelia.- Por tu vida, que no me acordé que me avía ayer dado seys reales por esta semana

Liberia.- Pues yo seguro que gana él bien contigo, porque quando la embiava havía para cinco personas.

Marcelia.- Calla, bova, que mejores son seys reales cada semana que no aquella perdición de vianda, porque como lo avíamos de repartir con los vezinos, que a nosostros montava poco, y ellos mesmos que lo comían al cabo nos darían por gracias el juzgar de dónde o cómo viniesse, sí que mejor es que gane con nosotos el criado del que nos lo da, en especial que no se pierde nada con él. Y aun también sí, que mejor es tener con qué te comprar el chapín y el botín, el manto, la saya, la camisa, la toca y otras mil redrosacas que salen de cada día. A la fe, bovilla, ‘si no miras más de al papo, guay del saco’.

Liberia.- Bien que sea esso, pero sí que razón es que sintamos mejoría con el don del bueno. Sino que tú, como deves de untar los dientes por allá antes que vengas, con llevarte los dineros en tu bolsa quieres que espere yo a que se te antoje de me comprar el vestido; y en tanto, que me quede yo en casa royendo de la lana del almohadilla.

Marcelia.- ¡Ay, landre que te dexe, y qué brava te me pones porque me has visto el sayuelo de terciopelo a la marquesota! Porque bien vees tú que esta ropa no la he de vestir yo, y aun con el rico volante ríesete el ojo. Pues tómalo y vístelo, y asséate con ello y sea tuyo en pago de mis seys reales. Agora contento está todo el mundo; ya no ay hambre ni pariente pobre. Pues otro día sepa[s] callar y dexar hazer a la que te parió. Y guárdame essa holanda, que más ay de ocho baras y no les faltará para queé sean.

Liberia.- Pues, agora te quiero, madre, dar algo yo.

Marcelia.- ¡Ya fuesses para algo!

Liberia.- Pues otra ración ay en casa.

Marcelia.- Ya sé cuya. ¿Pero vino harto?

Liberia.- ¿Y cómo? Harto y bueno. Pero no sé quién sube.

Marcelia.- Esconde esso, presto.

Despensero.- Bien me perdonarás, que subo /fol. xcv r/ sin llamar, que pensé de hallar acá un gentil hombre.

Marcelia.- ¿Y quién era?

Despensero.- Grisindo, el que te dixe en la posada.

Liberia.- No he visto sino el moço que truxo unos aparatos de cena.

Marcelia.- Calla, bova, que cata aquí quien lo manda, porque veas quánto le devemos. Por esso apareja presto con qué le des de comer. Y ve primero [y] cier[r]a la puerta.

Liberia.- Yo voy. Pero bien piensa mi madre que no se las entiendo.

Fulminato.- Ya estamos a la puerta.

Felisino.- Pues cata, que arriba ay hombre, que yo oy la habla.

Fulminato.- Pues también, si miras, baxa no sé quién. Sube, sube, y verás quántos y quiénes son, que, porque no me sientan y se echen por las ventanas de miedo mío, me quedo en este portal para que, en baxando los que fueren, los embíe al otro mundo antes que ayan la puerta.

Felisino.- Pues yo subo luego.
-¡Cata, cata, qué buen encuentro!

Liberia.- Tú vengas en buen hora. ¡Pero está ya quedo, no me destoques

Felisino.- Por Dios, que estás hecha una reyna con essa seda y tocado.

Liberia.- A la fe, si lo estoy o no, no lo devo a ti.

Fulminato.- ¡Cata, cata, por Dios, que ay ruydo en la escalera! Encontrado se han con el pobre de Felisino. ¡Y por el armadura de Sanctiago, que le matan! Bueno es tomar la puerta y aun huyr. Pero no es cosa porque me hagan malhechor; y pasa mucha gente y de verme huyr pensarán algún mal. Cata, cata, seguro es el campo, que juegan al cubrí xixa Felisino y Liberia.

Liberia.- Anda, sube ya, pues vienes solo.

Felisino.- Antes queda Fulminato en el portal.

Liberia.- Pues, mezquina yo, sube llamando, porque está con mi madre una vezina y no holgará que la vean.

Felisino.- ¿Y están solas?

Liberia.- Un pariente de ella está allá, que la trae.

Felisino.- Yo subo a ver qué ay.

Fulminato.- La muchacha baxa sola. Asuadas, que ay cofadría, que baxa a cerrar la puerta. Quiérome asconder en este establillo. Pero, ¡doy al diablo estas puercas, que ansí hiede esta estancia!

Liberia.- Miralde vos estotro mentiroso, que me dixo que estava aquí Fulminato. Aunque con todo esso la cosa se adobara si el otro diablo baxara y le encontrara aquí.

Fulminato.- ¿Qué? ¿Qué? ¿Otro ay? Pues, descreo de los retajados, si yo no me puedo ensuziar los pies y aún más adelante en tan feo lugar porque no me encuentre él donde me ensangriente.

Felisino.- ¿Quién está por acá arriba?

Marcelia.- ¡Ay, mezquina yo, que aquél es Felisino!

Despensero.- Sea si quiera el diablo, que no me encerrarás otra vez.

Felisino.- Voyme, señora Marcelia, que no quiero ser ‘agua de por Sanct Juan’.

Marcelia.- Anda, no te vayas, que este señor es primo mío y ya se quería yr.

Felisino.- Agora no se ha- /fol. xcv v/ -vían concertado la hija y la madre en el mentir, que discordan en sus dichos. [Ap.]

Despensero.- Pues, señora, si viniere aquel mancebo, avisarle has que ando en su busca. Y quédate a Dios.

Felisino.- ¡A, gentil hombre, no os vay[ái]s por mi causa!

Despensero.- Téngooslo en merced, que no me voy por esso.

Felisino.- Pues, si mandáys algo, lo haré.

Despensero.- Que soy vuestro.

Felisino.- Por Dios, que este es el despensero de Lucendo, de quien se quema Fulminato y con razón. Y que si él está aún abaxo, que son asidos.

Fulminato.- ¡O, pesar de la vida de los condenados, y qué correr traen por la escalera abaxo! El diablo me metió oy aquí. Que bien dizen que ‘el andar con mal no puede turar’. ¡O, Nuestra Señora de Loreto, que si buelvo en mi tierra sano yo te visitaré tu santa casa! ¡Líbrame oy de muerte y deshonrra!

Liberia.- ¿Pues ya te vas?

Despensero.- No puedo más detenerme. Si aquel galán en cuyo rastro yo ando aportare por acá, por tu fe le digas, señora, que no se ande ascondiendo.

Liberia.- Sí haré. Ve con Dios.

Fulminato.- ¡Voto al chapitel de la Minerva, que este es el despensero de Lucendo y aquél que busca devía de ser yo! ¡O, hi de puta! ¿Pues, y quién le esperara y oviera subido? Y aun, que si en la calle me encontrara, me havía de necessitar a huyr, porque ‘más vale vergüença en cara que cuchillada...’ Pero ya él se fue y la Liberia se subió arriba. Quiero salir d’esta hediondez.

Marcelia.- Hija, adereza que comas y no me esperes, que voy a un poco.

Felisino.- Pues espera, subirá Fulminato que queda abaxo e yrse ha contigo.

Fulminato.- ¿Qué se tractava de mí agora?

Felisino.- ¿Dónde has estado?

Fulminato.- Detúveme en la calle con un amigo que a la sazón passava. ¿Pero dónde vas, señora?

Marcelia.- Allá, a palacio.

Fulminato.- Pues no querrás detenerte, voyme contigo.

Marcelia.- ¡Ay, quán mal huele por aquí!

Fulminato.- Pues yo no osava quexarme, pero ya no podía suffrirlo.

Liberia.- ¿Cómo no havía de oler mal? ¿Que veys quál trae los pies Fulminato?

Fulminato.- ¡O, reniego de Saturno ayuso, de todos los que en Dios no tienen parte, con justicia que tal consiente que echen en las calles!

Felisino.- ¿Pues cómo vienes ansí llena la gorra y la capa de telarañas que paresce que sales de algún establo?

Fulminato.- Que no sé lo que es. Déxame.

Liberia.- ¡Ay, por mi vida!, que agora se me aclaró el miedo que uve abaxo, que se me fantaseó que vi entrar en el establillo quando fuy a cerrar la puerta, y en el ayre me dio ser él, pero no lo podía creer.

Fulminato.- ¡Voto al sancto calçado de la Epiphanía, que pensé de encubrir mi necessidad! Pero como /fol. xcvj r/ no era cosa que podía dexar para otro día, yendo con priessa a descargar el cuerpo paréceme que cargué los vestidos. Y descreo de las Harpías infernales si no era de poner fuego en la casa que tal se suffre.

Marcelia.- Anda ya, que siempre andas gruñendo. Vete a poner fuego en tu casa o en la que tú dieres, que si ésta no te agrada busca otra perfumada, y si te paresciere antes sea oy que mañana. Porque en cada casa has de contentarte con lo que hallares, y si no, callar y huyrlo. Y nadie se ensañe donde no tiene desensañador.

Fulminato.- Ya, ya, muy tras picadura estás. ¡O, hi de puta, y quién no viniera armado de paciencia! Pero con todo, no te pese de oyr lo que deves hazer: enmendar en tu casa.

Marcelia.- Pues que yo no te mandé entrar al establo, no tengo que ver en qué tal está. Y pues tú entraste a lo que entraron otros primero, no tengas a mucho hallar lo que otros obraron. Y al fin, el establo es para aquello y para bestias, y los aposentos para los hombres. Y aquello, en ser lo que es, no paresce tan mal como esta saleta para lo que es, en estar sin tapizes.

Fulminato.- Anda, vamos y calla, que no diré más.

Liberia.- El diablo no los sacará oy d’esta casa, que ya he lástima al otro pobre, hecho atalaya en la solana. Y estotro asno acá piensa de quedarse. [Ap.]

Felisino.- ¿Qué dizes?

Liberia.- Que me espanto cómo mi madre osa yr sola con aquel diablo, sobre lo que ha passado. Y por amor de mí que te vayas con ellos sin que les digas nada, porque temo de mi madre.

Felisino.- Pues quédate a Dios, que allá aguijo por tu servicio.

Liberia.- Allá yrás, don necio. Quiero abrir al otro agora.
-Cata, ¿y cómo ay has estado?

Grisindo.- Luego me baxé y por entre las tablas de la puerta mal juntas lo he visto todo.

Liberia.- ¡Ay, mezquina yo!, que te podían muy bien advertir en ello. Pero espera, que no sé quién sube.

Grisindo.- ¡Válgala el diablo, y qué suelta es, que en dos trancos se abalançó la escalera abaxo!

Fulminato.- ¿Dónde baxas huyendo? Creo que vienes medrosa de quedar sola en casa.

Liberia.- ¡Ay, mezquina yo!, que oy no sé qué ruydo y no osé más parar.

Fulminato.- ¿Si era algún alma en pena? Pues anda arriba y verás cómo, aunque sea el diablo, te le hago que no pare más. Y sube presto que no se me cueze el pan por ver lo que es, que también endenantes sentí pisadas sobre la saleta.

Liberia.- ¡Ay!, que esso serían gatos, que saltan a la solanileja desde el tejado.

Fulminato.- Pues déxame subir, que aún me paresce que siento arriba no sé qué.

Grisindo.- ¡O, pesar de la vida, y si no es éste aquel muy afamado Fulminato el barbudo, /fol. xcvj v/ que aun con su nombre asombran los niños! Pues que yo no puedo ya huyr, quiero estar a punto y defenderle la escalera.

Liberia.- ¡O, mala landre me mate, y si no soy perdida si éste sube! [Ap.]

Fulminato.- Quítateme ya, pues, del passo.

Liberia.- ¡Ay, calla ya!, que por no te dar enojo no te lo osava dezir.

Fulminato.- Dilo, dilo. Di quántos son, porque nadie escape.

Liberia.- ¡Ay, que...!

Fulminato.- Acaba ya.

Liberia.- Sonavan muchos.

Fulminato.- ¿Qué? ¿Qué? ¿Y dónde o quiénes?

Liberia.- Por la puerta del corralejo me parescieron tres.

Fulminato.- ¿Y eran hombres?

Liberia.- Y aun con hartas armas. Y el uno dixo: .

Fulminato.- ¡O, pesar de la vida!, ¿y esso ay?

Liberia.- En oyéndolo salté desvalida, que pensé que yvan tras Felisino.

Fulminato.- ¿Qué haré? Si me abscondo en el establillo, asirme han. Quiero subirme arriba no me tomen acá la puerta, que arriba havrá do me esconda. [Ap.]

Grisindo.- Agora yo baxo con denuedo; que la muchacha lo ha tramado tan bien que él pensando que son muchos no esperará. Y al fin, si esperare, en la escalera uno por uno no le he miedo.

Liberia.- ¡Ay, triste de mí, que baxan!

Fulminato.- Descreo si más paro; no me empañen. [Ap.]

Liberia.- ¡O, cómo corre el diablo! Baxa tú, señor, de presto y toma por arriba de la calle, que él abaxo va.

Grisindo.- Pues Dios quede contigo.


 

Argumento de la scena xxviiij

 

Llegada Marcelia a casa de Floriano, llegado Fulminato, passan entre ellos y Lydorio grandes pláticas de la amicicia.

Felisino. Marcelia. Fulminato. Pinel. Lydorio. Polytes.

 

Felisino.- Agora que ya llegamos al puesto, te quiero preguntar qué tenemos de la dama de Floriano. Porque no sé si por el enojo de Fulminato o si huyendo de su mal olor, o que si porque traes buenas nuevas, tanto te he visto amiga de llegar adonde estamos que no vi sazón hasta agora de te preguntar sin miedo de mala respuesta.

Marcelia.- No fuera yo tan mal mirada contigo, pero quiero que sepas que el por qué de mi aguijar, el estómago ligero lo causava.

Felisino.- An- /fol. xcvij r/ -tes, según el dicho del vizcayno, no aviendo comido havías de venir más pesada, porque dizen que ‘tripas lleva[n] piernas, que no piernas tripas’.

Marcelia.- Ansí es, que desmaya el que no come. Pero también dize el vizcayno que ‘tripa vazía, coraçón triste’.

Felisino.- ¿A qué propósito esto?

Marcelia.- El preguntar perdiste de tiempo, porque yo no tengo gana de tristeza y ansí no tendré gana de estar mucho sin comer. Y ansí me doy priesa por ganar presto dos deudas: lo uno, a Floriano su respuesta; y lo otro, a mi estómago la vianda. Porque oy toda mi occupación ha sido en servicio de Floriano, de manera que para mi casa aun lumbre no ha avido para guisar de comer.

Felisino.- Al diablo doy tanta avaricia de muger. Bien dizen que ‘es vicio el pedir a quien se aveza a él’. [Ap.]

Marcelia.- Muy presto aprendiste de Fulminato el hablar entre dientes.

Fulminato.- ¿Qué se tractava de Fulminato, que el huelgo no me alcança por alcançaros?

Marcelia.- Ayna cayeras en el número de los que dizen: ‘al ruyn, mentalde y luego viene’. Pero quiera Dios que esse venir tan desblanquinado no proceda de algún mal recado que ayas hecho. Y con todo, guarde Dios mi casa.

Fulminato.- ¡Descreo del Cancerbero y de toda la compañía de Plutón, con muger que luego ha de adevinar!

Felisino.- Pues, dinos qué fue en dos parolas, pues sabes que la amicicia manda que trayga el amigo el coraçón descubierto.

Fulminato.- Y aun también le manda que tenga las ropas cortas porque no tarde en acorrer al amigo. Pero guaresce Dios, que sin tu acorro dexa esta valenciana quatro o seys en la cal Nueva.

Felisino.- Y aun ansí quedarán más de ocho.

Fulminato.- ¿Que también tú adevinas? Pues tantos eran, si no que los dos valiéronles los pies sueltos como la liebre.

Pinel.- Nora buena estés, señora Marcelia y la compaña. ¿Qué es esso, hermano Fulminato, que paresce que matas quatro de un golpe?

Fulminato.- Pues, boto al cinto de Dios padre, que tantos van ya en sal para la otra vida.

Lydorio.- ¿Qué es esso, Fulminato? Y tú, señora Marcelia, estés en buen hora.

Marcelia.- Beso tus manos y llega a poner paz en la ferocidad de la boca de Fulminato, que porque vean que fue solo lo representa a solas, que todos los mata arreo.

Felisino.- Todos somos sus amigos y quisiéramos hallarnos con él si algo fue.

Fulminato.- En tanto, gracias a Dios, manos mías y la bondad del espada que lo esperó.

Lydorio.- ¿Es la que te di?

Fulminato.- Sí.

Lydorio.- Pues ay verás qué amigo te soy, que en darte la tal, /fol. xcvij v/ virtualmente te he ayudado en todo lo que con ella has hecho. Porque el amigo, lexos y cerca ha de ser amigo, según lo declarava la figura de los antiguos.

Felisino.- Pues viene a coyuntura, nos declara lo que se platicava entre antiguos de la amicicia, porque lo oy apuntar a Fulminato y no le dio cabo este día.

Fulminato.- A mí pide tú las obras y al señor Lydorio las antiguallas.

Marcelia.- Pues en dezirlo nos hará merced, aunque el saberlo dezir arguye no menos saberlo obrar.

Lydorio.- Pues huelgas de oyrlo, y todos, aunque ya otras vezes lo he relatado por extenso, pero agora de passo lo diré todo. Y passa ansí: que los patricios antiguos de nuestra madre Roma a la entrada del Capitolio en el Senado la tenían pintada a la amicicia, donde de todos fuesse vista los que entrassen. Pintávanla en forma de hombre y en edad de mancebo, con alegría de rostro, con presencia robusta, la cara exempta y manifiesta y sin alguna ruga ni sobrecejo, la cabeza descubierta, la ropa corta y áspera y no rica, los pechos abiertos y con la mano diestra enseñando el descubierto coraçón. Y d’éste procedía un letrero matizado de fino oro que dezía: . Y por parte de lo baxo de los pies yva otro letrero del mesmo matiz que el de arriba que dezía: . Y quando alguno quería examinar el amigo en aquella muestra le labrava de las condiciones que havía de tener, aunque agora si no se oviesse de provar aquella invención de los antiguos, de otra manera la pintarían al moderno.

Marcelia.- Pues de todo nos harás merced en nos hazer sabidores, porque aunque no he comido no sentiré la hambre del cuerpo por tan dulce manjar del spíritu.

Fulminato.- Si no se te acordaren, señor Lydorio, los escritos, mira a mis hechos y verás qué dezir bien de la amicicia, que ¡voto al quicial de las puertas del cielo! más sé yo obrar por mis amigos que los libros pueden dar reglas en escrito. Pero con todo esso, huelgo de oyr todo buen razonamiento.

Pinel.- En tanto, señor Lydorio, nos di de los escritos antiguos para con los hechos de Fulminato contados de su boca.

Lydorio.- Pues, pintávanla a la entrada del Senado en el Capitolio porque allí todos concurrían a sus causas y también porque todos los que entravan havían de ser entre sí tales amigos que fuessen un enemigo para sus enemigos del sacro Senado romano. Y pintavan la amicicia -que aunque suena nombre de hembra- como varón, porque aunque -per- /fol. xcviij r/ -done la señora Marcelia presente- de la hembra es la inconstancia y la firmeza y inmutabilidad en el varón.

Fulminato.- Pues, voto al cuerpo del quarto elemento, que para el mal, que son ellas bien constantes y extremadas.

Marcelia.- Por no atajar tan buena plática al señor Lydorio, que ya me hizo la salva hablando en perjuyzio de las mugeres, no te respondo, Fulminato, como lo meresces. Pero procede, señor Lydorio, que no tomando en particular a ninguna muger, como quiera desseo oyr la descripción propuesta, que a Fulminato sazón tendrá mi razón guardada agora.

Lydorio.- Pues digo que la figuravan mancebo, porque siempre la amistad entre los amigos ha de ser, no juvenil por la edad sino por la representación y significación, porque ha de ser animoso, suelto, fuerte, suffridor de afanes y vengador de injurias. Donde quando interviene honra, o suya o del amigo, que ha de ser otro él. Ha de ser liberal para con el amigo, lo qual más se halla ordinariamente en el hombre mancebo que no en el viejo. Tenía más el rostro alegre, mostrando que ansí le ha de tener el amigo, en todo lo que debaxo de amicicia le pudiere pedir el otro amigo. Tenía el rostro sin ruga ni sobrecejo, entendiendo en esto que el amigo no ha de tener doblez al amigo ni le ha de ser molesto, excepto en cosas que derogan a la virtud. Porque el que no se desengaña y retrae en tal caso al amigo, por sólo dezir que no le quiere dar pena o por lo que es peor, por aprovecharse d’él, el tal más enemigo, adulador, infiel, engañador, que no amigo. Porque la amistad ha de ser en las cosas honrosas y buenas y de virtud, y que no contradigan a la ley de Dios, que es el mayor y más verdadero amigo nuestro. Tenía el aspecto robusto y no donzellil ni delicado, porque el amor del amigo no ha de hallar flaqueza ni floxedad en el amante amigo, ni ay de donde -si es amigo- busque inconveniente para que no se ponga a todo lo que virtuosmente y debaxo de tal amor de amigo le pusiere el otro amigo. La cabeça descubierta dezía que en ninguna manera ha de encubrir el amistad que tiene al amigo, agora intervenga interesse, agora peligro, agora vergüença. La ropa corta y áspera que tenía dezía el poco embaraço ni inconveniente que ha de tener el amigo en las cosas de su amigo, lo uno; y lo otro, la aspereza que es menester que muestre a de fuera el amigo al amigo por retraerle y conservarle y guardarle /fol. xcviij v/ la vestidura del alma de dentro, que son las virtudes. De tal forma que más ha de ser amigo del alma que del cuerpo, y más de la razón que de la sensualidad, y más del spíritu que de la carne. Y más de las virtudes del amigo ha de curar que de la benevolencia de fuera. Y ansí era la vestidura corta, para que no embaraçasse; áspera para que pungiesse; no rica para que no se mirasse al valor de la hazienda y se hiziesse gran caudal del valor de la virtuosa vida. Porque la amicicia, para que no usurpe este nombre, presupone tener una hermana, y muy en amistad de hermana, que es la virtud. Tenía los pechos abiertos mostrando el coraçón, etc., porque tales han de ser los pensamientos del amigo para con su amigo; que las obras buenas que figuravan la mano diestra muestren bien cómo nazca de coraçón y de claras y sanas entrañas la tal amistad. El letrero de oro procediente del coraçón mostrava la perseverancia que ha de haver en el amigo, porque el amigo ha de perseverar en la amistad en la muerte y en la vida, en los afanes y en los plazeres; y ansí mostravan las letras en ser de oro que la tal perseverancia del amigo merescía la corona del vencimiento de oro. El letrero de los pies del mesmo matiz de oro que dezía , demostrava la presteza y liberalidad que el amigo ha de tener en las cosas que algo importan al amigo, y esto ha de ser en su presencia y en su absencia, cerca d’él y alongado d’él. Por manera que aunque en los cuerpos absentes, en la voluntad -que siempre ha de ser una- siempre estén presentes los amigos. Y ansí como las otras letras de oro, dezían éstas de lo mesmo el mérito de la tal amistad ser del valor del oro, que es el más valeroso de los metales. Esta es la figura y lo que entonces figuravan en ella y entendían los antiguos de la amistad.

Marcelia.- Por cierto, ello ha sido cosa de notar y dicha por boca de sabio.

Felisino.- Ello es ansí cierto. Y aunque en ser tan verdad, ay pocos amigos en nuestra tempestad.

Lydorio.- Y aun porque creas más de veras la falta que oy tiene el orbe de amigos entre sí, oye cómo pondera el sabio al buen amigo, que dize que no ay comparación que se compare, ni precio a que se estime, ni thesoro con que se compre al fiel amigo, porque el que le halla, halla más thesoro que en el Perú hallaron en esta nuestra edad los orgullosos y cobdiciosos guerreros navegantes españoles.

Pinel.- Y aun ansí creo yo que, como ay poco the- /fol. xcix r/ -soro por gastar de lo mucho que ay descubierto, que ansí aunque se descubran a prima vista muchos amigos, que los examinados son pocos o, por mejor dezir, quedan pocos.

Lydorio.- La cobdicia del thesoro es oy mayor que hasta agora; y el posseer no quiere compañía; y la falta de compañía quita la hermandad; y la falta de la hermandad quita la paz; y la guerra encubre los amigos y manifiesta los enemigos. Y ensí es mi tema que la amicicia, si fueran los romanos que fueron entonces agora, que de otra manera pintaran aquella figura.

Marcelia.- Pues también nos lo di, porque no menos nos podrá aprovechar la sabia razón tuya que la antigua pintura suya.

Lydorio.- Pues si no saliera el paje y pidiera Floriano ya de vestir, yo dixera que la havían de pintar como muger y aun vieja por la inconctancia y avaricia; y de rico vestido al buen parescer exterior, porque esto halla y descubre oy los amigos más y más ayna; y el coraçón con treynta cobertizos, porque oy en día ni ay claridad de amigo ni amistad donde interviene interés ni ley, sino con la moneda, que ést[a] tiene oy en el mundo más amigos que Dios por la grande avaricia y peccados nuestros. Porque si el amigo sea quanto rico queráys de virtudes y aun de nobleza de sangre, si por desdicha es pobre todos le huyen, todos le baldonan, todos se desdeñan de llamarse sus amigos. Pues los pies oy en día los tiene la amicicia atados, y aun las manos mancas al obrar. Mucho avía de dezir en esta materia, pero no lo pide el tiempo agora. Yo quiero entrar a ver si se acaba de levantar Floriano. Y luego, señora Marcelia, le diré cómo le aguardas.

Marcelia.- Merced me harás a buelta de la que me has hecho con lo hablado.

Felisino.- Por Dios, altamente ha salido con todo. Y aunque en la descripción de la moderna Fortuna la pone muy al vivo de como la tractan agora las gentes; pero agora, mientras sale el camarero, nos di, Fulminato, qué es lo que tú dizes que te acontesció.

Fulminato.- ¡O, reniego de los epiciclos del primer planeta, contigo, y que ansí quieres tan de arrebato oyr mis cosas!

Pinel.- ‘A buen entendedor, pocas razones’. Deve querer que no le embaracemos, que querrá hablar a solas con la señora Marcelia.

Felisino.- Bien apuntaste. Y con su licencia nos vamos a buscar qué moflir, que Floriano ni se levantará de esta hora ni comerá d’estas tres.

Marcelia.- Mas todos os podéys yr, que yo quie- /fol. xcix v/ -ro entrar a ver a Floriano que ya se torna a salir el camarero.

Fulminato.- Pues a Dios, que desque ayas concluydo aquí nos tienes a todos. Y ve, que te llama el paje con la mano que entres, y Dios te dé tal dicha con que yo medre algo.


 

 

Argumento de la scena xxix

 

Sabiendo Floriano que Marcelia viene de hablar a su señora Belisea, habla consigo a solas al caso muchas razones. Entra Marcelia, dale relación de lo que ha hecho y sácale más dádivas antes que le diga el concierto que trae, de que vaya essa noche a hablar a Belisea.

Floriano. Polytes. Marcelia. Lydorio.

 

Floriano.- Dime, mi señora Belisea, ¿qué es lo que me embías a madar que haga de mi tan penada vida? ¿Por ventura es tu voluntad que yo muera? ¡Ay!, que no puedo persuadirme a pensar que a tanta hermosura acompañe tanta crueldad, pues que yo tuyo so[y], por ti vivo, en ti confío, tú sola eres mi señora, mi vida, mi esperança, mi gloria y mi consuelo. Por tanto, no seas engañada en el querer matarme, pues sabes que nadie deve aborrescer sus cosas, o si no ¿será possible que mis males hallen algún remedio de ti, que sola me lo puedes dar? ¡Ay!, que aunque a mí parezca que nada te merezco, muy árduo [es] este remedio y muy cuesta arriba este camino para llegar mis méritos a ti, pero a ti es muy fácil y aun a tu honra muy conveniente, porque de otra manera podrías cobrar renombre de cruel contra los pobres y de matadora de los tuyos. ¡Ay de ti, Floriano!, que d’estos dos extremos el primero temo por mi baxeza, pero házeme esforçado tu misericordia, benignidad y nobleza; y el segundo, teniendo mi acorro por impossible, no puedo no me alegrar con tu potencia que en mí y de mí puede llegarme a la muerte y llegarme a la vida. Y mira, ángel mío, quánta representación de tu majestad y potencia ay en mi entendimiento que en saber que viene la mensajera, de mí tan desseada por venir de tu parte y haver estado contigo -que en mí lo siente ya-, me alegro. Pero con esto, en representárseme tu majestad y me- /fol. c r/ -rescimiento y en tornar a mirar mi baxeza y en pensar que te embié a pedir mercedes con ella, y en acordarme que con no te merscer servir antes te he deservido, teme éste -ya tan tu llagado mi coraçón- alguna áspera respuesta. Porque aunque merescida de mi atrevida locura, pero occasionado por tu gran hermosura como discaydo con la vieja llaga de tu amor, temo nuevo golpe de disfavor con que yo muriendo no podré publicarme por tuyo, que es lo mesmo a ti, y tú serás llamada ingrata y cruel y matadora de los que no supieren que quisite que yo muriesse, y queriendo pudiste, y podiendo lo heziste, y hecho fue tu voluntad, y en ser tu voluntad es ello bien hecho, y de mí por tal acceptado desde agora. Y porque si esto de ti se dixesse, el daño de tu abatimiento era a mí muy principal; mejor será que yo me mate antes que venga mi muerte embuelta en tu áspera respuesta, porque entonces a mí sería pedida mi muerte como al que mató cosa tuya. Pero, ¿qué digo? Que yo no puedo sino confessar que tú, mi señora Belisea, me das la vida, y bien sé que yo no puedo matarme sin tú querer; y si tu querer yo hago, gano gran gloria en el premio de tu amador. Y pues yo aún no he hecho obras por donde ya presumidamente te pida gloria, quiero aparejarme a mayor tormento para que más crezca mi merescimiento. Pero sólo quiero, mi señora Belisea, que mires a que con esperar a la mensajera que espero y desseo no puedo tanto esforçar al tan llagado mi tu coraçón a que no ponga de temor grande pasmo a los interiores sentidos; y el entomescimiento que agora todos mis miembros sintiendo, no puedo servirme de más de sóla la lengua para el pregonar tu majestad y mi temor, y de los ojos para llorar mi culpa, y de los sospiros para manifestar a todo el mundo mi pena.

Polytes.- ¿No has mirado quán largo razonamiento tan dulce ha hecho? ¿Y qué razones tan sentidas? ¿Y qué plática tan bien travada? ¿Y qué sentencias tan claras pronuncia su lengua en la tan gran obscuridad de su tenebrosa pena?

Marcelia.- Todo lo he sentido y de todo me he holgado. Y conduélome de ver quán obscuro le tiene la pena que no basta la claridad exterior a le alumbrar para que ni nos aya visto ni nos verá sino le despertamos. Y pues que ya tú sabes y te he contado en lo a ti tocante todo lo que allá passé, con te haver dado respuesta de lo que me encargaste como /fol. c v/ acabas de oyr, agora será bien me dexes dar a tu señor el despacho de sus negocios, pues que aun también lo sabes ya antes que él.

Polytes.- Pues mira que tractes con él que si fuere me lleve por compañero, porque más te tenga que servir.

Floriano.- Pajes, ¿quién habla ay?

Marcelia.- Déxame, que yo quiero responderle.
-Yo soy, mi señor Floriano.

Floriano.- ¿Y quién eres, que me has despertado del sueño de la vida en la contemplación de mi gloria?

Polytes.- Mira, señor, que es Marcelia.

Floriano.- ¿Quién dizes?

Marcelia.- Calla tú, déxame con él.
-¡A, señor, óyeme! La que tu señora Belisea te manda responder.

Floriano.- ¿Belisea? Es mi esperança, es mi señora, es la que resuscita. Ya, ya, bien te veo, bien te conozco, bien sé que eres tú la mi Marcelia, la llave de mis secretos, la que me trae algún magnífico don del thesoro de mi gloria. Siéntate en esta silla par de mí y cuéntame cómo te fue en el camino. ¿Qué tanto ha que viniste? ¿Qué me traes negociado?

Marcelia.- No cures de saber el gran afán y peligro de mi persona y la afrenta y deshonra que siento verme con tan ruynes sayas parescer delante buenos. Pero porque a más que esto me obliga tu servicio, y ni tampoco ha de parar mi buena solicitud en esto, sepas que aún te vienen grandes y buenas nuevas debaxo estas tan pobres y viejas ropas que cubren estas carnes peccadoras.

Floriano.- Anda, mi buena amiga, que si tú tienes buen cuidado de cumplir tu promesa en mi servicio, yo no me olvido que te empeñé mi palabra en el gualardón, mayormente en lo que más publica tu necessidad.
-¡Pajes!, ¿quién está ay?

Polytes.- Señor, yo estoy.

Floriano.- Ve corriendo al camarero, que luego haga venir el sastre que me corta mis ropas; y al camarero que venga aquí con él y con el refino que él tiene, para que luego vistan de pies a cabeça de todas ropas a mi Marcelia a su voluntad.

Marcelia.- Señor, cata que ni yo me desnudaré mis harrapos ante ti ni tampoco ay tiempo para tanta larga, pues tú tienes en qué entender con lo que yo te diré que traygo, y aun yo harta razón de yrme a desayunar a mi casa si hallare con qué, pues desde antes que amanezca me occupan las estaciones de tu servicio.

Floriano.- En todo veo que me vences de razón. Pues anda, paje, al camarero que te dé ocho varas de refino y llevárselas has a casa d’esta dueña, y acompañarla has cuando se vaya.

Polytes.- Señor, voy a entender en ello.

Floriano.- Agora, pues, me di qué me traes, pues ya tienes /fol. cj r/ lo que tú pides.

Marcelia.- Y aun, por tanto, dilataré yo agora la cura por sacar para las mechas. [Ap]

Floriano.- ¿Qué dizes de sospechas? Y sácame de la pena si no quieres verme morir entre tus manos.

Marcelia.- Que digo, y te dezía, si no que no me entendiste, que pierdas essas penas y no tomes sospechas de ya morir, pues que de cierto tu señora queda buena. ¿Diré más?

Floriano.- Mucho es esso. Pero dime lo que me ha de dar o quitar a mí la salud.

Marcelia.- Yo fuy por tu mandado a ella, y la vi y hablé en su cámara, estando ella en su cama. ¿Quieres más?

Floriano.- ¡Ay, que si querría, hasta topar con qué me sanasses!

Marcelia.- Pues más sabrás que hize por ti, que le di tu carta en sus manos y la tomó con harta alegría y la leyó con harta advertencia.

Floriano.- Ya, ya, agora pongo dubda en lo que dizes, pues deve ser dicho para consolarme.

Marcelia.- No me hagas mentirosa, señor mío, porque si ansí me afrentas callaré lo demás, que es el todo.

Floriano.- ¿Y qué más, mi Marcelia?

Marcelia.- Que ella te ama, y con holgar de tu salud, porque no la osé dezir que no quedavas bueno, aún me mostró gran pena porque te tomé el anillo suyo, porque pensó que yo te lo avía pedido, y que aún tendrías necessidad de él.

Floriano.- ¡Ay, mira, hermana, quál estoy! No me engañes ansí con cosas tan no de creer.

Marcelia.- ¡O, perdido de hombre! ¿Y qué haze, llorar de alegría? ¿Qué hará quando se halle ante ella? [Ap]

Floriano.- ¿Pues qué me respondes? ¿Qué me hablas?

Marcelia.- Que aún traygo más.

Floriano.- Pues mátame luego, que yo te perdono, o no me detengas.

Marcelia.- De matarte me guardará Dios porque me mataría Belisea, que por tu enamorada tomo la esmeralda tuya. Y porque le dixe que la quitaste para embiársela del tu braço del coraçón, ella luego la puso a su muñeca del braço siniestro.

Floriano.- Agora te digo que me has de veras puesto con scrúpulos de tu verdad, aunque me perdones.

Marcelia.- Cata, señor, que tomes las palabras como se dizen, y que hasta agora no te he dicho cosa que desembuelta no la halles por verdad. Y aun, por la dubda que has puesto, si algo no me das no te daré otra cosa, con que veas quánto deven tus mercedes grandes a mi baxo servicio.

Floriano.- No me calles cosa, que quanto tengo es tuyo.

Marcelia.- Señor, aunque dizen que ‘quien todo lo concede, que todo lo niega’, no pienses que pretendo pedirte, sino sólo encarescerme; pues porque me pagues la hechura del vestido que me das, te diría...

Floriano.- Hazme ya bienaventurado y toma esta bolsa con lo que en ella ay, que deve ser poco.

Marcelia.- /fol. cj v/ Pues toma tú esto mucho de mí: que te manda tu señora la vayas a ver y hablar al jardín de su casa.

Floriano.- ¿Qué dizes?

Marcelia.- Que sea esta noche y muy a tu recaudo y su honra.

Floriano.- Cata que no pienses de me dezir esso por pensar que te di de mala gana la bolsa para contentarme.

Marcelia.- Si tú me la das de buena, yo lo tomo y la llevaré de mejor. Y torno a dezir que te aguardará a la una de media noche, esta que ya viene, en el su jardín con sóla su donzella llamada Justina, de quien sóla se fía. Y no quiere que entre allá contigo sino sólo aquel paje que allá sueles embiar con tus mensajes. Y doyte por seña que toques tres vezes passo a la puerta del jardín que sale al campo, y por ay te dará entrada, o si no por donde el paje, que te digo, te guiare por las paredes. Aunque te aviso que me avisaron de que son muy altas por la parte de dentro. Y en lo demás harás allá como vieres. Y Mira que no faltes.

Floriano.- Faltarme ha la vida antes. Y aun será bien asegurarte con yr, desde luego.

Marcelia.- Cada cosa tiene sazón en su tiempo. Y ansí le tendrá que tú comas agora y a mí me dexes yr a ver si hallare qué en mi casilla. Y en esto entiende luego, porque te esfuerces y reposes y estés a punto para la hora. Que, cata do viene el paje que embiaste y el camarero con él.

Floriano.- Lydorio, lleven a essa dueña el paño y váyase con ella quien la acompañe. Y denme luego de comer a mí; y a ella le mandan de comer de lo que para mí ay guisado, porque te digo que ella lo meresce mejor que no yo. Y tú, amiga, ve con Dios, que quiero obedescerte en comer.

Marcelia.- Pues hágate muy buen provecho, que yo me voy de tu licencia.
(Allá quedarás agora, que a tales empellones presto echaré yo el mal pelo)

Lydorio.- Cata ay, señora Marcelia: el paño lleva esse paje y mira si quieres más compañía, que luego te mando el comer a punto.

Marcelia.- Señor, basta este paje; y todo lo demás te tengo en merced por el cuydado de tu parte puesto con tanta liberalidad.

Lydorio.- Pues ve con Dios, que torno a entrar a Floriano.

Marcelia.- Ahora, pues, hermano Polytes, alarga el passo para mi casa, que allá te podrás quedar a comer. Y por el camino, aunque haga de mí daño, te contaré lo que passé con Justina. Aunque bien veo que tienes razón de amar tal joya como aquélla, aunque tampoco le tienes en aborrescernos acá.

Polytes.- Pues vamos por la calle, entendamos en andar, y allá entenderemos en deslindar esso.

Marcelia.- Bien dizes, andemos.

Lydorio.- Agora que es yda esta embaydora, que tal me paresce esta /fol. cij r/ muger, quiero ver qué tal queda de sus manos Floriano, que ella bien deve de yr medrada de la mano rota d’él, que más ha medrado ésta con dos passos del diablo, que ha dado con treynta embustes que le trae, que gana un fiel criado antiguo en toda su vida, echando la hiel, sirviendo honesta y christiana y lealmente. Bien paresce al descubierto la differencia de los señores de nombre del mundo al Señor de verdad del cielo, que el del cielo gualardona por justicia y misericordia a cada uno como meresce; mas los señores del mundo todo es por passión y affectión su dar, porque si ha de hazer una obra pía, una restitución, una limosna, un pagar de acostamientos reçagados y aun olvidados, nunca hallan con qué; siempre se hazen tan pobres que quiebran las alas del atrevimiento a los que les querrían pedir. E ya que les obligue la necessidad o les cargue la consciencia o se atreva el confessor a molestarlos que paguen lo que ansí deven, no darán el tercio que deven al que les pide. Y páganlo al criado al cabo de ochenta peticiones y aguardar de sazón y tiempo y oportunidad con una librança en un mercader, que con sus mohatras os lo paga en paños y al doblo de lo que valen. De manera que el señor queda el adeudado al doblo con sus cambios y recambios, y vos quedáys burlado con la ruyn paga. Y vos triste y descontento y el señor rostrituerto; y el mercader con ganancia de entramos y borrando cuentas y riéndose de los necios palacianos. Pero, saliendo de aquí, si los señores han de hazer un banquete, una justa, un serao, un mostrarse a las damas, entonces ay abundancia, entonces ay que dar a truhanes, a alcahuetas, aunque no sé cómo lo avrán con Dios, que les dio más de que den cuenta. ¡O, vanidad, tan conoscida y tan aborrescida y tan seguida! Que sean los hombres tan prestos y tan a punto al servir a un señor mundano y a Dios, cuyo es todo y quien lo da todo -lo que algo es- le sirvamos con lo menos. Y aún, un poco bien que hazemos en sus servicios es tan cacareado como el huevo que pone la gallina, y queremos que sea tenido en mucho y que nos lo loe todo el mundo, y nos lo pague Dios y muy bien pagado, aunque no sé si se compadesce con nuestra floxeza esperar gran paga de Dios con la loa del mundo. Pero, cata, cata, y qué gallardo sale Floriano. ¡Bendito sea Dios, que ya nos le dexa ver por acá!

Floriano.- ¿Qué hazes, Lydorio?

Lydorio.- Señor, allá yva a entrar, que despedí el recaudo de aquella dueña como mandaste.

/fol. cij v/

Floriano.- Bien heziste, que lo meresce muy bien. Pero, dime, ¿tienen puesta la mesa en la sala de los azulejos?

Lydorio.- Señor, sí. Y aun creo que esperan ya con los platos.

[Floriano.-] Pues vamos, que mientras como te contaré, si no ay gente de tabla, mi buena alegría. Y también para que entiendas en adereçar lo que avrá de ser necessario.

Lydorio.- Señor, presto estoy a tu servicio y voluntad. Vamos, que poca gente havrá oy de tabla, porque es ya tarde, que más es hora de començar [a] adereçar de cena que esperar aún por la comida.

Floriano.- Pues antes que sea más tarde, voy a comer, más por necessidad natural que por voluntad del appetito.


 

 

Argumento de la scena xxx

 

Estando Marcelia en secreto con Polytes, en contándole en su casa lo que le pidió por el camino, sobreviene Fulminato que le trae la comida. Vase Polytes y Fulminato, pidiendo zelos a Marcelia, vienen a mal reñir.

Polytes. Marcelia. Fulminato. Liberia. Gracilia. Despensero.

 

Polytes.- Por nuestro Señor, que me has dicho ya tanto que no puedo persudirme a no lo tener más por sueño que otra cosa ver en Belisea tal mudamiento y tan de improviso y tan no pensado ni esperado.

Marcelia.- A la fe, mayor sueño es el tractar contigo, pues no ay quien halle vado en tus desamorados descuydos. Aunque al fin, pues yo me di el golpe, soportaré el dolor.

Polytes.- No sé porqué tornas a culparme a donde yo te he respondido una vez.

Marcelia.- Que no te culpo, pues me es por demás. Pero, pues no oyo acá esta muchacha, en tanto que paresce, quitándonos del portal nos entremos en este entresuelejo.

Polytes.- Pues, aunque te entiendo la dolencia, no entiendo de curarte oy.

Marcelia.- ¡Ay, mi Polytes, y quán de mala voluntad te traen los pies adonde estoy! ¡Y quán de peor te llegas a mí! Pues aun sábete que aun no te pegaré cinquenta años ni aun quarenta.

Polytes.- Bien demuestra tu tez y hermosura [que] no deven ser treynta y aun, que según tu habla y manera de conversación, no te muestras de veinte.

Marcelia.- Pues /fol. ciij r/ aunque malicioso me llames moça en las obras, no será agora en mis palabras, pues no te parlaré lo que passé oy con Justina. Porque veas, como dizen, que ‘a boca cerrada no ensuzió mosca’, ni todo lo que se siente en el coraçón se deve encomendar a la lengua.

Polytes.- Pues ni tú devrías de mostrarte tan maliciosa en echar las simples palabras a peor sentido, ni devrías de ser tan puntosa con quien tanto acabas de dezir que amas. Ni te vendas ni muestr[e]s tan carera en lo que por buena amistad te encargaste de hazer por quien conosces bien no tener con qué pagar. En especial que no deves hazer carestía de lo que te encomiendan ageno, pues tú hazes tal barato de lo que tienes proprio.

Marcelia.- Cuytada yo, que essa pedrada meresció bien recebirla, que por tu amor se descuydó de guardar en tu pelea.

Polytes.- Pues ansí te alteras, no me deviste entender.

Marcelia.- Mucho te entiendo de mi mal, pues tan flacamente me hize tu subjecta en lo que amorosamente he hecho contigo.

Polytes.- Pues aún no me entendiste. Digo que, pues tan francamente me heziste gracia y merced con liberales dones que me has dado de tu hazienda sin [m]e lo merescer, ¿por qué no me las harás con sóla la lengua en mostrate franca contadora de lo que otros sin avaricia quieren darme de sí?

Marcelia.- ¡Mejor te cuelguen, que tal havías hablado! Pero porque veas quán tuya soy, sepas que fuera y allende de lo que yo te conté por el camino en las cosas de tu señor y en algunas tuyas, pues lo que hize por ti fue procurar traer conmigo a Justina para que acá os viérades.

Polytes.- ¿Pues no lo heziste, para qué me lo ponderas?

Marcelia.- Para que sepas mi voluntad. Pues dizen que ‘si no hazes lo que quieres, quieras lo que puedas’. Que yo lo pedí y supliqué a Belisea, pero montóme poco.

Polytes.- ¿Y qué te montava pedir la licencia a la señora donde no sabes si la aceptara la criada?

Marcelia.- Al fin, pues andas tras saberlo todo, sepas que ella me lo avía rogado ya. Pero, al fin, ya que no quajó aquéllo, qued[ó] dicho a Floriano que mandava Belisea que sólo tú entrasses con él.

Polytes.- Mucho tengo que te servir. Pero a la puerta está Fulminato. Yo me voy, porque sé que nadie le haze plazer en hablarte sino es en su presencia, mayormente después de lo que él cuenta que tú y tu hija teníades no sé quién encerrado y que tú le sacaste a él de casa para que tu hija le diesse de mano. Aunque al cabo diz que lo barruntó y le reconosció y se le escapó por pies.

/fol. ciij v/

Marcelia.- Ni esso entiendo ni a nadie devo en mi casa tributo. Pero vete por agora, siquiera porque es bien que quitemos occasiones sin por qué.

Fulminato.- Anda tú, moço, vete con esse cesto, que la plata yo la llevaré desque me vaya. Pero cata de dónde sale Polytes, del entresuelo. Este es un mal rapaz, y si no porque como gallillo no se me atreva, aquí le daría de coçes agora que no trae espada. Pero quiero dissimular, que si algo fuere, ella me lo pagará por entrambos.

Polytes.- ¿Quieres mi ayuda para esse embaraço con que vienes?

Fulminato.- Hasta aquí tráxolo un moço de despensa, y agora yo lo subiré.

Polytes.- Pues quédate a Dios, que vine a traer un recado y buelvo de priesa con la respuesta.

Fulminato.- Pues ve con Dios.
(¡O, hi de puta, y con qué denuedo me miró! Bien paresce que allá siente alas, y aun acá no sé qué ha olido, que mucho menudea esta casa con sus ydas y venidas. Ya, ya, la dueña sale del entresuelo. Agora haze que no me ha visto y se sube arriba. Pues espera, que si no ay padrinos sumaremos la cuenta).

Marcelia.- ¿Qué es esto que aún no está acá la muchacha? Quiera Dios que no sea oy aziago.

Fulminato.- ¿Qué hazes a solas a cabo de rato? Pues cómo, pesar del arnés de Sanct George, aun vengo cargado con tu provecho y ¿aún no te meneas ni me hablas?

Marcelia.- ¡O, que norabuena vengas! Que con la pena de que hallo la casa sola agora que llego, no avía mirado en tanto. Pero, ponlo sobre esta alazena.

Fulminato.- Agora que está sola quiero darla un toque para que me cobre temor. [Ap]
- Pues dime, ¿al cabo que estás con quantos rapazes ay, cómo y dónde y quánto se te antoja, agora que yo vengo me quieres por guillote dexar solo?

Marcelia.- Si estoy con rapazes, con honra mía estoy, la que no tengo contigo que me amenguas. ¡Desventurada yo, que con guardarte lealtad me deshonras más de lo que yo lo estoy contigo, que ando yo trotando calles por sustentarme y tú que me quieras llevar lo mejor y más de mi ganancia!

Fulminato.- ¿Y qué te he llevado yo? ¿Ni qué has hecho por mí? Cata que tus pecados nuevos te traen a que pagues tus viejos vicios a mis manos.

Marcelia.- ¡Ay, cuytada yo, si no se me ha de atrever en verme sola! Quiérole aplacar con darle algo. [Ap]

Fulminato.- ¡Ea, presto, dadme cuenta de lo que os ha dado Floriano!

Marcelia.- ¿Y de qué, mi amor, te daré cuenta? Que, por tu vida, quasi todo lo di luego para salir de deudas que la persona haze en esta triste vida por sustentar la honra. Pero porque /fol. ciiij r/ no digas que soy toda para mí, cata ay dos pieças de oro que tenía para pagar el censo del solar d’esta casilla. Pero llévalo, llévalo, que otro día me lo darás.

Fulminato.- Pues me ha cobrado miedo, quiérole assentar la mano agora que tengo tiempo y por qué, para que ni se ponga con rapazes a solas y también por no sé qué se ruge allá en casa de un criado de Lucendo. [Ap]
-¿Dónde te vas ya? Dime, ¿no has de hazer más mención de mí un día que otro? ¿Si fuera un rapaz, entráraste tú con él en el entresuelo?

Marcelia.- ¡Mezquina de mí, que no sé qué has, ni te entiendo qué dizes!

Fulminato.- Pues yo sé que os havré oy de entender y aun estender, si cobro un palo.

Marcelia.- ¿Qué? ¿Qué? ¡Mal mes para vos! Miralde y con qué se viene.[Ap]
-Cata, Fulminato, que ‘tanto es de gronx que no ay quien lo mange’.

Fulminato.- ¡O, reniego del rey Tártaro, con ésta peor que del burdel!

Marcelia.- Vos mentís, que soy muger de más honra que vos ni vuestro linaje.

Fulminato.- ¿Mentís en mis barbas, a Fulminato? ¡Toma, doña!

Marcelia.- ¡Justicia, aquí del rey, que me mata en mi casa por me robar este traydor!

Fulminato.- ¿Qué? ¿Qué? ¿De sólo un bofetón os sentís? Cata que aún no conoscéys mi mano. Tornaos a sentar.

Marcelia.- No quiero, sino ansí me yr delante el rey a dezir que eres un…

Fulminato.- Pues esperad. Echaré mano, que yo os diré quién soy.

Marcelia.- ¡Ay, que ha sacado el espada! Quiero hazer de necessidad virtud, pues no ay terceros. [Ap]
-¿Dónde vas? ¿Dónde vas tan furioso con la espada? ¿No te basta que me has deshonrado y quebrado las muelas? ¿Por qué no miras la poca razón que tienes de me deshonrar y maltractar en pago de muy buenas obras que has recebido en esta casa? ¡O, deshonrada de mí, sólo por quererte yo bien!

Fulminato.- Agora que me hablas manso y me quitaste de no te sacar el alma, pues fuiste cuerda en suffrirme, quiero vencer mi condición en tornar la espada a la vayna sin hazer sangre. Y pues te tornaste a asentar porque te lo mandé, digo que de bueno a bueno seamos amigos.

Marcelia.- ¡Mezquina y sola yo, no llegues a mí que me mataré, pues por serte yo buena me eres tú tan malo y cruel!

Fulminato.- Pues no llores, por mi amor, y ven a tu cámara y verás quán cruel soy de veras.

Marcelia.- Ya, ya no te burlarás más de mí.

Fulminato.- Cata que te retoçaré aquí, adonde estás.

Marcelia.- ¡Apártate allá, que ya no te puedo suffrir! ¡Anda, anda, que no soy yo la que tú meresces!

Fulminato.- Anda, que si mucho merezco, todo lo doy por bien empleado por tal perla.

Marcelia.- ¡Quítate afuera, sino por el siglo de mi madre que te dé mayor bofe- /fol. ciiij v/ -tada que tú me diste! Cruel, desvergonçado, no esperes más amor de mí. Y no ayas miedo que de mi voluntad ayas cosa de mí.

Fulminato.- Pues, si no por la tuya, háganse las amistades por la mía. ¡Y anda acá!

Liberia.- ¡A, prima!, pues son ya ydos aquellos galanes, vente conmigo que será venida mi madre y tendremos bregas.

Gracilia.- Plázeme. Pero cata que me ha hecho olvidar el comer estos embaraços.

Liberia.- Pues sí, que beviendo estavas ya quando yo vine.

Gracilia.- Esso, prima, eran los dos maravedís del alvayalde de Madrigal con que me afeyto cada mañana con un poco de vermellón de la limada, para que a solas no haga mal asiento el vino en vazío.

Liberia.- Y aun ansí dizen que ‘dixo el tocino al vino: bien vengas, amigo’. Pero pues has hecho essos afeytes ya oy, ¿para qué quieres más?

Gracilia.- Muy a ordinario deves tener tú el estómago.

Liberia.- Tanto, que nunca almuerzo.

Gracilia.- Cata, prima, que esta vida la tenemos por emprestada. Y el comer y bever gozamos en ella como lo dize la estatua de don Pero Aniago, del hospitalejo de Sanct Estevan.

Liberia.- Ansí dizen que ‘buey suelto bien se lame’. Por tanto, tú a solas te gozas y a solas hazes tu voluntad.

Gracilia.- Pues, por mi salud, que aunque es ansí que estoy sola, que si sola me gozasse y sola me acostasse, que sola me deseasse y aun sola me muriesse de hambre, porque las lavores d’estos tiempos son tan engorrosas y tan mal pagadas que ponen a la persona en necessidad -sabiendo que no lo ha de bastar el almohadilla- a que enrede la persona en el día la labor para la noche. Con que a puerta cerrada, acostándome sin blanca me levanto contenta y con ganancia para la costa del día, y aun para la semana y aun a las vezes para todo el mes, según y cuya fuere la lavor. Y aun esto es, si bien miras, tener ‘las cubas llenas y las suegras beodas’. Quiero dezir que, holgando el cuerpo y con aplazimiento de la voluntad y delectación de la sensualidad, ay con qué ande la casa harta y la persona estimada.

Liberia.- Aunque quanto al descanso presente y la vida sensual tengo esso por bueno, pero al fin no es estado de permanencia el tal, porque -como dizen- ‘yda la frisa, veréys la risa’, e yda la juventud falta el deleyte y mengua el plazer y olvida la salud. Y ansí a las vezes por descuydo del que no mira en su estado a lo de delante, pensando de adelantar camino, retarda jornada, y pensando acertar, pierde tiempo y se halla burlado.

/fol. cv r/

Gracilia.- Bien dizes, prima. Y agora bien veo que ‘bien canta Marta después de harta’. Essas consideraciones quisiera yo que ovieras hallado quando te fuy a llamar a tu casa, pues sabías qué te queríen en la mía, para que entonces mirando adelante no vinieras a lo que ya gozado blasonas en lo por venir. Porque ni tú sabes si havrá otra tal oportunidad, ni aun havida, pienso que te tornaría [a] amargar menos que ésta. Por esso, como dizen, ‘cállate y callemos’, y gózate y gozemos, ‘que sendas no tenemos’.

Liberia.- Sí, que, prima, ‘más vale caer tarde y levantarme ayna que levantarme nunca y caer siempre’. Y también, más vale caer tarde en la razón para la enmienda que nunca para la permanencia, porque ‘quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda’.

Gracilia.- Si fuera semana sancta pensara que venías de San Francisco rezién contrita y rezién confessada.

Liberia.- Pues, ¿y por qué no agora y en todo tiempo?

Gracilia.- Porque ni el nuestro cura nos dio de fiesta tu día ni aun nos mandó ayunar tu vigilia por sancta. Y ansí pienso que esas devociones las dexarás, como yo, para la Quaresma. Y aun tú de oy más, que comienças a gustar d’esta fruta que tú sabes, y sabes a qué y cómo sabe; a mí el cargo, que por no ayunar de ella, dilates la confessión quando todo el mundo tracta de ella. Porque entonces es razón conformarse la persona con los otros en el arrepentir y tractar de la enmienda, pues todas las cosas tienen su tiempo.

Liberia.- Anda acá, prima, cierra tu puerta y loemos al Señor, que ya sabes y todas sabemos que si todas las cosas tienen tiempo, que essa ley comprehende a los actos que en esta vida la humana vivienda tiene necessarios en este mundo embaraçoso. Pero las cosas de virtud, las obras por Dios, los tractos y negocios de la salvación, las meditaciones del bien soberano, las dulces hablas de cosas del cielo, no se pueden ni deven regular por refranes de viejas tras los tizones inventados, aunque sean philosophales sentencias en lo humano.

Gracilia.- Ya, ya. De oy más todo te hablo de sanctidades. Y aun lo que veo es, prima, que agora vas harta a missa. Pues quiero que agora nos vamos con que sepas de mí esto, mientras cierro mi puerta, que quando tú viniste a te asentar a este atambor, ya yo debaxo d’esta vandera era soldado viejo en esta guerra. Y no presumas ‘hurtar hogaça a quien tan a menudo cueze y amasa’. Y aun, porque sepas de mí que he passado los tex- /fol. cv v/ -tos viejos y en essa tu nueva mercaduría soy tractante viejo, mira que dize un auténtico original que ‘de cosario a cosario no ay más aventura de en las vasijas’.

Liberia.- A la fe, prima, esse original en el texto de la ley celestínica está estampado, y aun son palabras que dixo la vieja hablando con Aréusa. Y aun el verdadero trasunto del texto no [lo] dize como lo acotaste, sino que ‘de cosario a cosario no se pierde sino los barriles’.

Gracilia.- Huelgo que seamos discípulas de una facultad, y aun para la mía que tú salgas tan maestra como tu madre, que arriba habla con no sé quién. Por esso, pues estás en tu portal, me torno, porque deve haver arriba de las occupaciones acostumbradas.

Liberia.- ¡Ay!, no te me vayas hasta que hablemos a mi madre, porque vea que he estado contigo. Y también que viene allí el despensero de Lucendo, y ha venido en busca de mi madre otras dos vezes ya oy.

Gracilia.- Ya ves, prima, que trae negocios de por medio, en los quales ay más que hazer quanto más los menean.

Despensero.- Dios guarde la gentileza de las damas.

Gracilia.- Si, señor, dixeras de las hermosas, pensara mi prima que lo havías con ella. Pero ansí, ni ella ni yo tenemos qué responder, pues con poca y pobre ropa mal se muestra la galanía.

Despensero.- Bien veo que oviera de dezir ansí, pero también sabes que el gallardo y gallán arreo más consiste en hazer de lo poco mucho, y de lo pobre rico, con la hermoura de la persona, que no traer mucho y rico mal asentado y peor merescido.

Liberia.- Bien que esso no habla conmigo, por tanto me di qué mandas por acá, que paresce que te yvas arriba sin más ni más.

Gracilia.- A la fe, prima, diónos nuestro merescido a su estima, pues nos satisfizo con sola buena palabra, mostrando luego al punto que sus pensamientos no hazen presa en aves tan rastreras.

Despensero.- Graciosa eres, por el cabo.

Gracilia.- Mas por el principio, dixeras bien, pues al principio de la plática te paresce que no ay más que esperar con nosotras.

Marcelia.- ¡Ay, triste yo, que en todo tengo poca dicha contigo, que abaxo suena gente!

Fulminato.- Pues espera, espera. ¡Reniego del gran poder del turco! Yré a ver si ay con qué mi espada tenga que merendar y con qué dé ganancia a mis amigos los espaderos y cirujanos.

Liberia.- Y espera, pues, señor, no lo tomes tan de veras en no hazer mención sino de subir.
-¿Madre, mira si mandas que suba el señor despensero que está de priesa?

Marcelia.- ¡O, maldita sea aquella bova, que ansí le nombró!

Fulminato.- ¡O, pesar de la vida! Mirad, pues, qué encuentro me deparó agora el diablo a cabo de rato, que me han /fol. cvj r/ avisado que no está bien conmigo. Pues en tal caso más quiero aventurar la honra en huyr que la vida en el esperar, porque él en mi rastro deve de andar. [Ap.]

Marcelia.- ¡Qué turbado se ha el panfarrón! Pues espera, que yo te la armaré si puedo cómo me la pagues.[Ap.]

Fulminato.- Acaba ya, pues. Boquéame a dezir que baxe a te le amontar o sacar la vida si me esperare.

Marcelia.- ¡Ay, mezquina yo! Que me dizen que es un diablo arriscado y valiente y suelto; y aun diz que anda no sé quántos días ha en tu busca, y no querría que hiziéssedes algún desatino los dos oy en mi casa.

Fulminato.- De esso me guardaré si yo puedo por oy. [Ap.]

Marcelia.- ¿Qué dizes de oy?

Fulminato.- Que quisiera que tuvieras por bueno ver oy quién es Fulminato y quánto acato se le deva. Pero porque veas quánto más estimo tu honra que seguir tras mi condición, quiero sacar de madre agora mi gran desseo de andar a la espada y dando lugar a la yra, servirte con el officio de los pies en yrme por la puerta del corralejo.

Marcelia.- ¡Ay, que ya sube! Quiérole le yr a detener, que le havrán dicho que estás tú acá.

Fulminato.- ¿Qué? ¿Qué? No paro más, que mejor es que digan: por aquí se salvó bien corriendo, que aquí cayó muerto esperando como necio. Pues con la vida y salud todo lo suelda el hombre avisado después.

Marcelia.- ¡Cata, cata, qué priessa lleva el diablo del valiente! ¡O, hi de puta, y quién confiasse en su ayuda! Pero no me llamen a mí Marcelia, hija de Marcelio y de Liberina, su legítima muger, si antes de mañana a estas horas él no me tiene pagado el bofetón. Y aun que por vida del alma peccadora que me govierna estas carnes tristes y por la bendición de todo mi linaje, que yo le haga que aya menester los dos ducados que le di, como necia, para pagar cirujanos; o que si puedo, que con ellos le pague adelantado el entierro, porque el vellaco sea castigo y a otros enmienda y occasión de miramiento y leción de mejor criança. Y aun que a estotro que sube yo le halagaré el lomo, de manera que no sienta que con su mano quiero yo sacar esta castaña del fuego.
-¡O, mi señor, y qué buena venida la tuya! En buena fe, y ansí yo parezca ante el rey como tú me paresces bien, sino que vienes muy de tarde en tarde a esta casa y házenos mil mercedes cada día. ¡Ay, por amor de Dios!, que perdones mi mala criança en no haver baxado, porque he havido cierta turbación porque essa muchacha me dexa la casa sola y todo de par en par.

Gracilia.- Anda, tía, que conmigo ha estado.

Despensero.- No baxes enojada, que pensaré que lo /fol. cvj v/ has porque yo vengo a ver si ay en qué te sirvas d’esta persona.

Marcelia.- Con tales intercessores yo perdono a essa descuydada. Aunque no perdonaré el desafuero que aquel lebrón malaventurado moço de espuelas me ha hecho.

Despensero.- No llores ansí, señora. Mas dime quién es, que yo le daré su merescido oy.

Gracilia.- Asuadas, que fue el panfarrón de Fulminato, que es valiente de lengua en presencia de las mugeres, que le temen sus dichos.

Marcelia.- A la fe, para mí tuvo manos, en que a bofetadas me bañó la boca en sangre por verme sola. Y aun si no fuera por ti, señor, que aunque más le pese has de entrar en mi casa y te querré y amaré y serviré, no lo sintiera por tanto. Y agora sobre todo, me dexó amenazada, ¡desventurada de mí!

Despensero.- ¿Y el por qué? ¿Por mí?

Marcelia.- No sé, sino que no sé qué desgracia le acontesció en el establillo contigo y quiso que lo pagasse yo, desmamparada de mi honra y querida y tractada de los buenos.

Despensero.- Ya, ya no es de suffrir esto. ¿Pero qué fue lo del establillo?

Liberia.- Que por miedo tuyo, quando baxavas este día, se abscondió en el establejo; y como es el muradal de casa y aun de muchos de fuera que le hallan a mano, él se paró tal que quando salió, siendo ya ydo tú, salía qual él merescía.

Despensero.- Por Dios, que agora cayo en la razón, porque baxando sentí dentro rebullir y estuve por entrar. Pero vi tal entrada que me hizo perder imaginación que allí estaría tal galán, porque pensé que era algún puerco. Pero con todo esso, ¿él conoscióme?

Liberia.- Muy bien, porque después de tú ydo te mató en seco de boca, como él suele delante tales como nosostras bravear. Y estava tal que por una parte no le podía aplacar y por su hedor no le osava llegar.

Despensero.- Pues subo arriba a él, que agora veré yo quién él es.

Marcelia.- Anda ya, que no es hombre que ansí espera, que en saber que eras tú estava ciscado de miedo, estando de antes un león conmigo. Y en dezirle que subías, sin más ni más, toma la puerta del corralejo y allá va como un trueno.

Despensero.- Siempre aborrescí, y agora más, estos desaguaderos de puertas falsas de casas. Pero descreo de la vida que vivo si no voy a buscarle a su casa, que ya me havían dicho que parlava en mi absencia, aunque soy hombre que tarde doy crédito a chismerías.

Liberia.- ¿Y cómo, pues que dize de verdad y no acaba? Si no que en esta casa no tenemos estilo de derramar sino de acumular paz.

Despensero.- Pues voy luego, que si no ovies- /fol. cvij r/ -se castigo no andaría nadie seguro.

Marcelia.- No te has de poner por mí en esse peligro.

Despensero.- Ni tú me mandes esso ni tampoco lo mataré, o él a mí por ti, sino por lo que me toca a mí en la honra.

Gracilia.- Y calla, déxale, tía, que bien es que sea castigado el ruin, y el bueno torne por su hona.

Marcelia.- Ansí no cumple a la mía que de día se haga nada ni que este señor sea conoscido. Esta noche tiene de yr con su amo por allá hazia tu barrio, que él me dixo que se escabulliría y solo me vendría a ver. Entonces harás, señor, como vieres que cumple.

Despensero.- En esso me dexa el cargo. ¿Pero a qué hora te dixo que saldría?

Marcelia.- De dos a tres me dixo que vendría a verme.

Despensero.- ¿De media noche?

Marcelia.- De media noche. Y entonces vendrá solo, excepto si desde agora no lleva ya el miedo cobrado.

Gracilia.- Pues, por mi salud, que yo y mi prima tomemos a cargo de avisar a Pinel y a Felisino que no vengan con él.

Despensero.- Anda, vengan, que ‘a más moros más despojos’.

Gracilia.- No es bien, sino que lo pague quien lo meresce.

Liberia.- Y aun allende de esso, los otros son gente determinada y de hecho, y defenderle han si con él vienen.

Despensero.- Pues con tu licencia me voy, aunque holgaría de saber qué señas lleva, para conoscerle y haverlo con él.

Marcelia.- La capa de grana fina y cuera de carmesí que le dio su amo, pensando que yva bien empleado, me dixo que ha de traer por contentarme, y por yr con su amo bien adereçado.

Despensero.- De la yda de su amo, allá se avenga; mientras no padesciere honra la casa de Lucendo, ni me va ni me viene. Pero al de lo colorado yo le acortaré los passos, si pies y ventura no le valen o él no sale. Y tú, señora, si no pudiere venir a la cena aplazada, me perdona.

Marcelia.- Dios vaya contigo. Aunque en essotro del enojo te ruego que lo dexes.

Gracilia.- Anda, tía, mueran los malhechores, porque de otra manera cada qual sería alcalde y aun mandón en casa agena.

Liberia.- Y aun si no oviesse castigo, los mantos nos hurtarían de acuestas.

Gracilia.- Y aun porque no me le hurten del arca, me voy a mi casa, que aunque cerré la puerta y queda en el arca, oy en día no es tiempo de esperar a comedimiento de mill vagamundos que de día ojean donde roben de noche.

Marcelia.- Pues queda cerrada la puerta tuya, cerrad essa de essa escalera y subamos a comer o a merendar o a almorzar, que allí ay vianda con que yo pueda almorzar, que estoy ayuna y bien desmayada.

Gracilia.- Pues vamos, que nosotras comida y merienda /fol. cvij v/ y aun cena haremos de un golpe.

Liberia.- Ya estará todo frío. ¿Pero quién lo traxo, para ver si havrá qué guisar?

Marcelia.- Fulminato lo traxo, que dos platos de plata dexó allí llenos de buena vianda de plato de príncipe.

Gracilia.- Pues si estuviere frío, siendo bueno, ‘a vianda fría, estómago caliente’ y ‘a vianda dura, muela aguda’ y ‘a vino de mal parescer, cerrar los ojos al bever’.

Liberia.- Pues cierra la puerta antes que aya huéspedes, que ‘todos los duelos con pan son buenos’.

 


Escenas 31-35