Argumento de la scena xvi

 

Marcelia, yendo a su casa, halla la hija acabando de despedir un galán y sobre sospecha le pide zelos. Despierta Marcelia a Fulminato; vanse juntos a casa de Floriano, al qual cuenta lo que le avino con Belisea y dale el anillo, y persuádele que vaya a Prado a verse con Belisea. Floriano da un anillo rico suyo a Marcelia con otras mercedes. Y buelta Marcelia a su casa, Floriano se alegra y come, y manda adereçar para yr a Prado.

Marcelia. Liberia. Fulminato. Lydoro. Polytes. Floriano.

/fol. lvij r/

Marcelia.- ¡O, quán rica voy para mi casa! No en balde dizen que ‘a quien Dios ama, que la casa le cata’. Y si vale más ‘a quien Dios ayuda que quien mucho madruga’, más valdrán estas dos cosas juntas, que por quererme Dios a mí encaminar me hizo aceptar tan de fácil el cargo de Fulminato en la carta. Y en deliberando hazerlo, puse los pies en camino, y a pocos passos he andado gran jornada. Y ansí confío en Dios que sacará buenos fines en este negocio, aunque los principios no sean tales. Ya estoy en mi casa, loado Dios. Arriba subo de rondón; despertaré a Fulminato y luego voy a desembarcar con mi buena nueva a Floriano, que lo ha de oyr de mi boca primero que nadie, porque el alma me da que tengo abierta oy buena ventana de claridad a mi casilla.
-¿Qué hazes, hija?

Liberia.- Aquí me estoy velando el sueño a Fulminato.

Marcelia.- ¿Pues quién salió agora de casa de priesa, que le vi asomando yo a la punta de la calle?

Liberia.- No sé, madre.

Marcelia.- Ansí, hija, por tu vida que siempre mires por la honra, pues ves quánto yo ando aperreada por traer alguna ganancia. Ve, cierra la puerta, que yo entro a despertar este dormilón.

Liberia.- Ya deve mi madre venir picavienta, que avría de aver ya mal empacho de sí y no pedirme a mí zelos de lo poco que hago para la mucho que ella me enseña. Pero dichosa fuy en despedir aquel galán al punto, que a lo menos, por mucho que diga mi madre, ni me quitará ya ésta ni me llevará el realejo de a dos. Y asuadas, que si yo puedo de oy más que pocas que haga mi madre que no me las pague ni aun me lleve la delantera, si plaze a Dios, que todo es burla el estar siempre en un hito que enhada. Y el mudar de manjares más despierta el apetito al comer, si todos ellos son buenos. Yo quiero, mientras ellos salen, almorzar algún bocado, porque de oy más antes me llevará mi madre harta la missa que ayuna a las vísperas.

Marcelia.- ¡O, Jesús, y qué dormido está! Pero, al fin, quiérole quebrar el sueño.

Fulminato.- ¡O, despecho de la vida con tales burlas! ¿Y tú eres?

Marcelia.- Levántate ya, que es tarde.

Fulminato.- A la he, bien que y échaseme encima. Pues espera [Ap.]

Marcelia.- ¡O, válasme Dios, y qué pesado eres en todas tus conversaciones!

Fulminato.- Mucho vienes gruñidera. ¿Pues, qué me mandas agora?

Marcelia.- ¡Ay, Dios, y qué bonito y qué obediente! Vístete presto que ay mucho que hazer, que tú para la tierra donde no ay día eras bue- /fol. lvij v/ -no, que dormirías aposta.

Fulminato.- Pues qué quieres, que andando hombre haziendo esgrimas de noche y cargado de armas, el cansancio de la noche [h]alo de pagar el dormir de día, que la medicina manda dormir siete oras. Pero véesme apunto y aun con gana de roçabillar.

Marcelia.- Pues cúbrete y vamos a Floriano, que le llevo este anillo de la mano de Belisea y le di su carta. Que harto mal será si no nos manda dar de almorzar de alboroque, pues que yo bien lo he merescido.

Fulminato.- Vamos, vamos, pese a la vida, que con tal entrada medra tendremos entrambos con que poblemos las bolsas, si lo que dizes es verdad.

Marcelia.- De ser ello ansí no dudes tanto como en el partir mi ganancia. [Ap.]

Fulminato.- ¿Qué dizes de ganancia?, que con el gozo de la medra que espero no advertí.

Marcelia.- Digo que mi perder oy de sueño meresce buena ganancia.

Fulminato.- Anda, que para que los dos medremos algo has de perder del dormir, pues yo por contentarte pierdo mucho del reposo.

Marcelia.- Mas, oxte necio, y ‘aún no tenemos hijo y ponéysle vuestro nombre’. Pues ‘al freyr lo veréys’.

Fulminato.- ¡Qué gruñidora vas! ¡Y qué passo de frayle combidado y quán en silencio vamos!

Marcelia.- Y calla ya, que no miras los inconvenientes. Voy como de huyda, porque en verme ansí yr contigo no sé qué dirán gentes, en especial que si de la plática cogiesse algún passagero alguna razón, no nos haría provecho.

Fulminato.- ¡Qué negros escrúpulos de vergonçosa desposada! Dime ya, ¿qué heziste de la carta de Floriano y si la diste a Belisea?, para que sepa yo responder al punto sin que me halle desapercibido.

Marcelia.- ¡Por mi salud que lo adobavas! ¿Vamos por la calle y nombras las personas para manifestar los hechos?

Fulminato.- Muy secretaria vienes. Pues mándote yo que en el mensaje tú podrás saberlo sola, pero en la ganancia mi mano la primera, y aun mi porción la mayor.

Marcelia.- ¿Qué, vas enojado? Pues calla, que allá verás cómo tú y tu amo y todos vosotros me devéys mucho, pues que os dexo ya llano el camino y la guía puesta.

Fulminato.- D’essa manera ganancia avrá, que para mí es lo principal. Y lo al, vaya o venga. En casa estamos. Mira que no te entiendan lo que traes, porque no nos ganen nuestras albricias.

Lydorio.- ¡Cata, cata, qué paje trae Fulminato! Aquél deve ser el cevo de su ropa de color, que él dixo. Di, Polytes, ¿conóscesla?

Polytes.- Como a mí. Es la huéspeda y amiga del galán. Y, asuadas, que si no son alcahueterías que deven ser quexas de los que allá entran, mayormente si son de la sangre de su hija, que es a cargo Felisino según se suena. Y quiçá /fol. lviij r/ vendrá a ponerle la demanda del dote.

Lydorio.- Calla. ¡Ay, mal honra, que ésta no tiene talle de tener essos tractos!

Polytes.- En esta tierra a dos manos juegan las tales, porque de muchas partes les nazca ganancia.

Fulminato.- Nora buena estén los cavalleros.

Lydorio.- Bien vengan la señora y el galán. ¿Y qué es lo que manda por acá?

Fulminato.- Viene a hablar a Floriano.

Lydorio.- Anda, Polytes, y avisa a Floriano. Y tú, señora, me alegra con buenas nuevas, porque aunque te parezca nuevo el hablar sin conoscerte, tengo muy gran lengua de tu bondad y gentileza de los que allá entran en tu casa.

Marcelia.- Por el buen cumplimiento te beso las manos. En lo demás, vengo con un recaudo al señor Floriano con que confío en Dios de dexar toda alegría.

Lydorio.- Esse tal Señor la de a ti y a todos, que es Él poderoso.

Polytes.- Mi señor te manda entrar, señora honrada.

Lydorio.- Pue si el escudero no me lo quita, yo te quiero acompañar.

Fulminato.- Señor, como esta señora sea libre y yo sea tuyo, queriendo ella, a mí se me hará merced.

Marcelia.- Señor, beso tus manos, que ni me temo entrar sola ni soy tan vieja que no me vaya por mi pie.

Lydorio.- Pues guíala, paje.

Marcelia.- ¡O, mi señor Floriano, cómo salen cumplidos mis desseos tan antiguos de que se me offresciesse occasionada oportunidad, tan buena como agora para que, aunque con atrevimiento a lo menos sin vergüença y sin por qué de serme retrayd[a] por tu mucho merescimiento y mi mayor baxeza y pobre aparato, te pudiera venir, como vengo, a besar tus manos! Pero no lo he dexado por negar servicio a tu magnífica persona y amor grande que tengo a tu bondad, lo qual los más del mundo a mi parescer te deven con razonable título. Mas ya sabes, señor, que a la muger del estado de viudez no todo ni aun lo menos de lo que dessea le es concedido por el dezidor y maldiziente mundo, aunque sea de género suyo bueno y encaminado a la virtud. E con tanto, recibiendo mi sana voluntad a tu servicio, me perdona en lo passado con la enmienda de lo venidero. Y ansí, de oy más quiero que me culpes por remissa en tu servicio si, hallando en qué te servir de mí y manifestándome tu voluntad, hallares en la obra negligencia.

Lydorio.- Y válgala la maldición si no se pica de rhetórica.

Floriano.- Mucho te agradezco la tan buena voluntad como publicas, y perdonando mi desabrimiento que la poca salud me causa, porque tu venida no vaya sin gratificación de la honra que meresciere, me di qué es lo que me quieres pedir.

Marcelia.- ¡O, cómo se manifiesta /fol. lviiij v/ tu illustre generosidad y magnífica largueza, pues que sin esperar a saber mis servicios me combidas con las mercedes. Pero también quiero que sepas que, aunque yo pobre y tú, señor y rico, primero te vengo a buscar a tu casa para darte que para pedirte, hasta su tiempo.

Floriano.- ¿Qué me puedes tú dar?

Fulminato.- Darte ha respuesta de lo que tú mandaste, lo qual ella por te servir y a mí quitar del cuydado de las armas, me quitó del tal afán.

Floriano.- Si algo fue, haríalo por ti, que por mí no.

Marcelia.- Dado que yo deva buena voluntad a los tuyos, pero como ellos te devan servicio, ya que algo yo por ellos hiziesse sería endereçado a fin de te servir con ellos. Y porque sé que te arrepentirás de me aver occupado sin me oyr mi embaxada, mándamela dezir.

Floriano.- Aunque desconfiado de que sea cosa que me pueda dar algún contentamiento, pero por ser la primera cosa que me pides, salíos vosotros todos a la sala y dexadme con esta dueña, si ella se osa fiar de mí.

Fulminato.- Aún no del todo, voto a la consagración de mi corona, porque tu enfermedad de hambre de tal vianda es. [Ap.]

Polytes.- ¿Qué sales gruñendo? No deven contentar a Fulminato aquellas puridades.

Fulminato.- A la fe, ‘su alma en su palma’.

Lydorio.- Alto, a oyr missa, que ya no saldrá Floriano por agora a oyrla y házese tarde. Y aun el capellán ha rato que está revestido. Tú, Polytes, te queda a essa puerta para si llamare.

Floriano.- Agora estamos solos. Y antes que me digas lo que quieres, me di tu nombre.

[Marcelia.-] Llámome a tu servicio Marcelia; soy una pobre viuda amadora de los nobles y buenos. Y con tal desseo de te servir vengo a darte una embaxada.

Floriano.- ¿Cuya?

Marcelia.- Dime, señor, ¿tú no diste una carta a Fulminato?

Floriano.- ¿Y para qué?

Marcelia.- ¡O, qué grande es el poder del amor, que ansí le tiene desacordado! [Ap.]
- Que digo al punto, sin te tener suspenso el entendimiento, que Fulminato me dio en tu nombre una carta tuya para tu señora Belisea.

Floriano.- ¡O, vivífico nombre que ansí me ha tornado de las puertas de la muerte a la vida! Dime, por Dios, si ay buena nueva, que agora sé que sí. Di.

Marcelia.- Pues yo se la di en su mano.

Floriano.- ¿Que se la viste tú en su mano?

Marcelia.- Que se la vi una vez y otra vez.

Floriano.- No lo creo.

Marcelia.- Pues, porque en conoscerme que entiendo yo en tus negocios y porque tengas en poco esso, sábete que ella queda con harta parte de tu pena.

Floriano.- ¿Que sabe mi señora que yo peno por ella?

Marcelia.- E aun que penará ella presto por ti, si yo /fol. lix r/ no muero.

Floriano.- Agora me desconfiaste del todo.

Marcelia.- Pues mira que soy yo Marcelia, la que si me das palabra de tornarme lo que yo te diere quando yo te lo demande, te daré una joya suya.

Floriano.- Luego te la doy.

Marcelia.- Pues ponte tú esse anillo suyo en el dedo del coraçón que ella tiró del suyo. Y por su mano me le dio para ti, porque le dixe quán malo estavas. Pero con dos condiciones: la una, que yo se le tornasse en mejorando tú; y la otra, con que no te dixesse que ella te le embiava, sino que yo te le traya.

Floriano.- Perdóname, que dizes tanto que no puedo persuadir el entendimiento a creerte.

Marcelia.- Pues, ponle en el dedo y tráele hasta mañana, que te le tornaré a pedir. Y en el obrar verás si miento.

Floriano.- Pues ponte tú ésse, de esse diamante mío, en tu dedo, no en prenda sino por tuyo. Y estotro te le daré pidiéndomele, y no en pago de tu trabajo sino en truque de que tú me truxiste estotro. Y también, porque no es razón que ande en mi mano a la ygual de joya tan sublime.

Marcelia.- Bueno va esto, que si la piedra es fina, ‘buenas veneras llevo de mis romerías’. [Ap.]

Floriano.- ¿Qué dizes, mi hermana? ¿Qué dizes, mi amiga? ¿Por qué no me das parte de todas tus palabras, que a mí me han resuscitado? ¿Y por qué no te gozas de mi gozo? ¡O, joya, que meresciste andar en tales manos como las de mi señora, perdonad la injuria y baxeza que se os da en ser puesta en las manos d’este captivo y siervo de aquélla cuya vos soys! Y pues sé, que agora lo creo, que ella os mandó venir a mi poder, con su voluntad venistes y con su palabra me traeréys conservada vuestra virtud, y en su fe os pongo en su memoria en mi dedo. Ya, ya, sano soy; vida tengo; resuscitado he. Bien paresce aver, ¡o, joya!, otra virtud más que la tuya natural por ser tú cuya eres y querer ella que yo viva, pues tan en punto veo effectos de tu virtud en mi salud, dada por el poderío de mi señora.

Marcelia.- ¡O, qué hermoso encarescimiento y qué bien encadenado hablar! [Ap.]

Floriano.- ¿Qué dizes, almario de mis consuelos?

Marcelia.- Digo que, si me acabas de oyr, que verás quánto me deves.

Floriano.- Más que tengo fuera del coraçón. Pero di, di, ¿puedes traer más?

Marcelia.- Pues para que digas con verdad quánto estas ropas pobres te pueden dar antes que te pidan, sepas que aún te puedo dar más y más y más.

Floriano.- Que no es possible suffrirme, aunque estoy desnudo, desde la cama no te abraçar. Y perdonarme has.

Marcelia.- A /fol. lix v/ la fe, esto y lo al te perdonaría de buena voluntad. [Ap.]

Floriano.- ¿Qué dizes, thesoro de mi salud? No te me enojes.

Marcelia.- No es tiempo que reyne enojo en mí, viendo tu alegría. Pero digo que quisiera tener espacio para contarte las particularidades que passé con mi tan peligrosa y dudosa mensagería, porque viesses el peligro en que me vi, por ti bien empleado. Porque sé yo bien que te dará más plazer la buena ventura que uve que tristeza te diera mi perdimiento. Pero al fin, lo que es hecho con sana voluntad por tal señor como tú nunca se pierde.

Floriano.- La paga, dexando para después, más por dar primero alivio a mi coraçón que porque la dilación trayga en olvido lo que te devo, dime, dime, ¿cómo la viste? ¿Dónde estava? ¿Qué hazía? ¿Qué semblante mostrava oyéndote hablar de mí?

Marcelia.- Señor, ansí como sientes pena en el tardarme en te contar lo que yo hize por tu servicio, también te pesará de que con estas tardanças se te passe el tiempo para lo que has de hazer más.

Floriano.- Pues, dímelo presto.

Marcelia.- Que tu señora con sola la compañía de sus mugeres está en Prado.

Floriano.- ¿Y a qué va, mi hermana, si sabes? Y si no es venida, perdóname que a pie me voy y ansí desnudo tras ella, como tras la causa de mi vivir.

Marcelia.- Y aun por esso te dixe que era tarde. No me detengas, hasta que me oyas mi plática, con el estorvo de tus encendidos desseos. Y sepas que con gran agonía me dixo que tiene desseos de verte, pero no me dio licencia que te lo dixesse de su parte. Por tanto, siguiendo mi consejo, ve tú allá de la mía o por lo que te paresciere, que después yo me pondré a la pena por tu servicio.

Floriano.- ¿Qué es esto que oyo? ¡Moços, moços, denme de vestir, si no ansí me yré!

Marcelia.- Cata, que la próspera fortuna quiere miramiento, ansí como la adversa suffrimiento. Come, porque vayas con más color de rostro, para que muestres lo que ha obrado la virtud de su empresa; y no lleves sino poca gente y de arte, porque es muger muy sentida. Y si te vee con aparato, por no perder su gravedad, tú perderás tu ganancia y ella le saldrá en vano su desseo. Y porque no te quiero quitar la alegre ganancia de que te he vestido este mi pobre vestir, come luego e yrme a mi casa a hazer lo mesmo, si tuviere qué. Porque allende de mi pobreza, que a las vezes no ay con qué lo comprar, oy no avrá cosa ni comprada ni guisada porque entevine oy el día en tu servicio y en él no he /fol. lx r/ parado hasta agora, que he rompido más chapines que en dos meses.

Floriano.- Pues yo quiero comer luego, y no te quiero compeller a que comas conmigo. Pero espera. ¡Pajes!

Polytes.- Señor.

Floriano.- Llámame luego al camarero. Y tú, señora y amiga, por amor de Dios, que pues me has començado a curar, que no pares hasta verme sano, que la paga no será como meresces, pues allende de ser poco quanto tengo para lo que te devo, como soy forastero no te podré dar lo que pide mi voluntad. Pero no me despidiendo de te favorescer, te avrás de contentar con lo que suffriere la oportunidad.

Lydorio.- ¿Qué es lo que, señor, mandas?

Floriano.- Que luego des a esta dueña diez varas del refino que este día sacaste para mí para que se vista, y darásle para chapines veynte pieças de oro, y tendrás cuydado de mandarla cada día a su casa ración. Y en el cuydado que de ella tuvieres quiero ver la gana que tienes de hazerme plazer. Y a mí me traygan de comer luego y denme el vestido azetuní altibaxo. Y tú, señora Marcelia, ve con Dios que de mi plato te mandaré que comas agora, que no lo tendrás guisado en tu casa. Y tú, Lydorio, manda con ella dos escuderos.

Marcelia.- Por todo beso tus illustres manos. Pero basta que este paje se vaya conmigo porque me lleve el paño, que por lo demás bien me sé yr sola, pues no puedo mantener quién me acompañe. Y encomendándote a Dios, me voy.

Polytes.- Al diablo encomiendo la bagassa si no la entiendo mejor que a mí. Pero montarle han poco sus mañas por oy, si puedo. [Ap.]

Floriano.- ¿Qué sientes, Lydorio, de mi buena alegría? ¿Agora no me dirás que no como, y bien? Pero dime, ¿diste lo que te mandé a aquella dueña?

Lydorio.- Señor, todo lo lleva a su contento.

Floriano.- Bien heziste, porque más meresce aún. Y mándale luego este par de perdizes ansí calientes de presto, con otros dos platos differentes. Y mándame adereçar de brida un cavallo de los franceses, el mejor y mejor guarnescido que a ti paresciere. Y a Fulminato le darás de vestir, o luego diez ducados para ello, con que se vista a su contento. Y mándale comer luego, porque se vaya conmigo.

Lydorio.- Mira, señor, que para llevar sólo un moço avrías de yr más disfraçado.

Floriano.- Bien me acordaste, pues cavalguen los continos todos; y tú y los pajes y más gente que tú ordenares, vaya.

Lydorio.- Come, señor, con reposo, porque mejor te preste, que yo voy a que de todo ello no falte un punto, según que cumple y tu voluntad lo pide.


 /fol. lx v/

Argumento de la scena xvij

 

Ydos Marcelia y Polytes juntos a su casa de la Marcelia, luego va Felisino con el paño, que no quiso que llevasse el paje yendo con ella. Y llévale otro paje con Felisino la comida que le mandó Floriano. Felisino se convida para la cena con Marcelia. Floriano va a Nuestra Señora de Prado, donde habla con Belisea, según se dirá en la scena que se sigue tras ésta.

Marcelia. Polyte. Liberia. Felisino. Floriano. Lydorio.

 

Marcelia.- ¿Qué te paresce, mi señor Polytes, quán convertido en alegría queda por mi causa Floriano y toda su casa? Y tú vas tan mustio que paresce que te deven centeno. Cierto, que yo soy desdichada contigo en quererte como al vivir, tanto que ha podido en mí la fuerça del amor compellerme a que yo te acometa a ti en te publicar que te amo y te quiero tanto que el desseo de complazerte me prive del cuydado de la guarda de mi honestidad y honra. Y lo que peor veo en mi mal es que con hazer yo, atrevida y desvergonzadamente como muger en acometerte y requerirte, lo que tú como hombre devrieras lícita y honrosamente hazer a ley de hombre galán, amante [y] mancebo, yo me quedo con mi desvergüença y tú con mi desamor. Y mira quánta sea en mí la fuerça de tu amor que contra la ley común de mugeres, que aunque penen y mueran con dissimulado desvío aún siendo requeridas muestran no tener memoria de lo que les dessea el coraçón y les pide la voluntad, yo empero antevéngote con ruegos amorosos. Y aunque esto para una muger que quiere que la tengan en algo sea gran tormento, muy mayor es a mi ver tu desamor con que me pagas. Y la carestía de tu habla y el ceño con que me miras me ponen en una firme sospecha de tu desamor y en una sospechosa duda de que te inclinarás a quererme y en una certinidad del tu mi menosprecio, que es una de las cosas más odiosas a las mugeres.

Polytes.- Donosa, pues, viene estotra, vendiéndome su tan jugada y aun perdida honestidad, que como ya me cuesta tan caro su hambre, la he cobrado temor de entrar en su /fol. lxj r/ poder. [Ap.]

Marcelia.- ¿Qué vienes hablando, amor mío, que aun la vista y habla, que no se niega sino a los notorios enemigos, no quieres darme?

Polytes.- Al fin, entrar avremos en juego. [Ap.]
- ¿No sé por qué, señora Marcelia, condenas en mí lo que uvieras de loar por buen miramiento? Ya sabes, si amas como d’ello te precias, que el amor no sabe tener medio. Y como vamos tan en público no oso hablar, porque como tu amante temo caer en algún amoroso descuydo que sea pregonero de lo que ay entre nosotros dos. Ansí que la razón acompañada del amor que te tengo tienen en mí tal fuerça que posponen lo que quiere mi sensual desseo a lo que toca a tu honra. Que, por lo demás, ya sabes que la ley vulgar común dalo a los mancebos amantes bien empleados, aunque en ningún caso lo apruevan esto en la muger, pues siempre le da quiebra el crédito.

Marcelia.- ¡Ay, ángel mío!, que con ser como tú dizes, bien veo que me quieres hazer creer sagazmente que lo que en ti causa el desamor y olvido que me tienes me digas que es por mirar por mi honra, que yo por ti traygo muy al traste. ¿Y quiésresme tú dezir que el dexarme de hablar, que lo causa el no me amar, lo hagas por zelo de lo que a mí cumple? ¡Ay de mí, que te amo tanto que aún viéndome engañar de ti no puedo desechar tus razones, porque todo en ti me paresce bien! Pero mira cómo lo que yo digo es ansí, que agora que estamos ya en mi casa, donde no tenemos a quién dar cuenta sino a Dios, pero ni aun por esso sales de lo que tienes en la voluntad, que es no amarme.

Polytes.- Bien me culparas de veras si tu hija no baxara ya, que nos vio luego.

Liberia.- ¡O, loado Dios, que vienes, madre, a esta casa, que ni sé qué piensas de qué nos hemos que mantener, que oy no se ha callentado el hogar en esta casa.

Polytes.- ‘Picado deves tener el molino’. Mala ferias para palacio, que a las vísperas aún es temprana la comida.

Liberia.- Allá haría como allá y no se me haría grave, porque dizen que ‘en Roma como en Roma, y en palacio como tal, y en mi casa según mi ordinario’.

Polytes.- ¿Y aún porque agora sales de compás ya desmayas? Bien dizen que ‘mudar costumbres a par de muerte’.

Marcelia.- Asuadas, que no está élla para matar el sapo con la saliva ayuna.

Liberia.- Y aun mi madre canta como bien harta.

Marcelia.- Por tu vida y de todos tres, que oy no me he desayunado sino de peccados, que salen en un guiñar del ojo.

Liberia.- Pues bien ha un hora que tengo los manteles puestos.

Marcelia.- /fol. lxj v/ Por tu vida, veamos qué tendrá que nos dar, que un combidado puede combidar a otro.

Polytes.- Sentaréme sin mirar qué aya, porque veas quán de veras pretendo complazerte, mayormente en mi provecho, que ni miro a lo que se me pueda dar sino con qué voluntad.

Marcelia.- Por cierto, con la que se dará en esta casa a mi hija.

Felisino.- ¡Ea, paje, date priessa, no se enfríe esso! Y pese a tal con la bagassa -perdóneme que es mi suegra-, si después de puta no medra agora por alcahueta. Y aunque ella presto quiere, según veo, echar el pelo malo, aunque todavía algo cabrá al yerno d’este paño, que es lástima verlo condenado a cubrir tan putas carnes. Y el necio, pues, de mi amo que por mensaje de una alcahueta da lo que tiene, y por todo el sudor y vida de un criado darán un mal mes y otro para ellos; y sólo d’él: diamante y anillo, es verdad. ¡Ay, os digo yo, que como se vea con pelo, que luego se haga delicada y ociosa! Y si la ociosidad entra una vez en la casa d’estas tales mugeres, ansí solas y libres y no viejas, yo os baptizo por burdel la morada, aunque ya le lleva los tenores. Pero a la puerta estoy; llamar quiero, que en estas casas ansí cumple, porque a las vezes ay dentro quien ni ellas ni vos querríades encontrar.
-¡Ta, ta, ta!

Marcelia.- Sube, sube, Felisino, que ya eres conoscido.

Felisino.- Quiero yo tomar a este paje esto, porque no sé qué ay arriba.
-Daca, hermano, essos platos y da luego la buelta, que serás allá menester para el alçar de mesa, que yo llevaré la plata.
(¡O, hi de puta, y qué buena viene la comida! En mala pro les entre a solas).
-Buen pro haga, señoras. Cata, cata, ¿y tú eres el patrón de la casa?

Polytes.- ¿Y pésate de ello?

Felisino.- Por cierto, no me pesa a mí de todo tu bien, pero aunque vengo tarde, pues traygo cobro, bien me recebirás, señora Marcelia. Y mándame tomar esto; pesan estos platos una arroba. Y mira que te manda mi señor de su mesmo plato, aunque el vino hasta otro día lo avrás de perdonar, que allá en el bever contáronte por muger.

Marcelia.- Pues más quiero entrar en el número de los hombres en el bever vino y estar sana que andar guayando y desseando. Pero bien paresce de cuya mano viene la merced, cuya vida Dios prospere y prolongue. Y tú, hija, que me reñías por mi descuydo de no proveerte de comer. Cata, bova, que donde no anda la persona no haría tal sombra como ésta que vees, que ya se te ríe el ojo.

Liberia.- ¿Pues no te paresce que me devo de holgar con la visita, de Dios presente, que desterrará a la hambre de nuestra casa oy, y la misericordia suya que espero que adelante desterrará nuestras miserias? Pero /fol. lxij r/ acaba ya, Felisino, y descúbrelo todo.

Felisino.- La comida ya la tienes y no me combidas, y ansí no llevarás estotro hasta que se me manden albricias.

Marcelia.- Si me truxeras cosa, que ya la palabra de tu amo no uviera hecho mía, como es un poco de paño -que ha de ser diez varas para vestirme-, bien fuera que me pidieras albricias. Pero aunque esso ya lo tenía por mío antes que a ti lo diessen que lo truxesses, porque no quise que Polytes lo truxesse veniendo conmigo, y aunque de lo incierto se deven dar albricias, pero por lo aver traydo, algo avrás.

Felisino.- ¡A, pese a tal con la mercaduría! Pediste manto antes que tuviesse nada y agora que tienes para dobles vestidos, ¿házesete poco?

Marcelia.- Anda, bovillo, que toda esta casa es de vosotros, que si pedí poco, pedí según mi pobreza. Y si tu señor me dio, dióme aun poco según él quién es, aunque sea mucho a mí. Y mira que no me lo pidas antes de ver si lo he menester, porque como tú no vistes con sola la capa ni aun yo con solo manto, y allende que yo toda ando como desnuda, y no miras que essa muchacha que no me la vistes ni mantienes tú, ya que también ha menester si quiera una saboyana, míralo tú, hijo, que como a tal te tengo en esta casa, y tú, señor Polytes, juzga qué me podrá sobrar. Aunque no quiero que me conozcáys avarienta con verme pobre, tomad sendos cruzados en oro d’esto que agora me dieron para chapines, quien Dios guarde como a mí. Y pensad que lo quito de la boca, porque tiene la persona en su casa mil redrosacas que vosotros, libres y moços, Dios os guarde, no tenéys de cumplir porque no mantenéys carga de casa. Y sentaos y comencemos a comer, y no se hable más.

Polytes.- Dios te lo pague, señora. Y por vida de Floriano que no consintiera que sacaras para entramos cosa, sino por no te enojar. Y tú, Felisino, ni pidas a muger hermosa ni prometas a pobre, ni devas a rico ni tomes de nadie, no te lo deviendo más de lo que te quisiere dar de sí.

Liberia.- Asuadas, que luego se publica la virtud donde está.

Felisino.- Pues, cuerpo de tal, no quiebres tú las treguas de tu madre en obligarme a que torne por mí, que si me notas de mal cumplidor de mi palabra, yo te traeré las agujas que aun no soy muerto. Y porque agora no puedo pararme más, yo lo enmendaré todo con venir de assiento a la cena, adonde lo soldaré todo.Y con tanto, con tu perdón y licencia nos despide, pues sabes que en comiendo ha de yr a Prado Floriano.

Polytes.- Pues de essa romería ya sabes, señora Marcelia, que no puedo /fol. lxij v/ yo hurtarme, y en el tardar haremos falta. Y la falta resultaría en nuestro enojo, de que tú no holgarías. Por tanto, a Dios, hasta otro día que de más assiento nos veamos y tengas vino que bevamos.

Felisino.- Y aun la falta de esso y que estoy que me ahogo de sed me haze que sin más salvas os quedéys. A Dios.

Marcelia.- Pues no da hombre más de lo que tiene. Provee a la cena lo que agora faltó e yd con Dios.

Polytes.- ¡O, hermano, cómo te quedo en obligación, más en me aver librado de Marcelia que no por el ducado del alboroque!

Felisino.- Y aun, porque te entendí, busqué cómo te escabullir de sus uñas, que la matrona, como te halla barbiponiente, pegársete ha.

Polytes.- Ella se me puede pegar a mí, pero yo huyré de ella y ansí mal convernemos. Pues ‘do uno no quiere, dos no barajan’.

Felisino.- Alarguemos el passo, que muero de sed. Y allá se lo ayan ellas, pues nos libramos y comimos y ganamos.

Marcelia.- Agora que, hija, son ydos aquéllos, te quiero dar a entender cómo deves loar a Dios con el día de oy y hazer cuenta que oymos buena missa. Y mira, bova, quán de buen pie entró esta gente en mi casa, aunque tú pocas vezes te satisfaze cosa que yo haga, lo qual conozco que nasce en ti por falta de experiencia. Pues calla, hija, que andarás por los días y gustarás de las necessidades y cargarte han los cuydados. Y començará el mundo a abrumarte y, como el çapato te vaya mordiendo y el dolor de la miseria te comiençe a sujetar, aprenderás. Y la experiencia te mostrará cómo te devas oy en día subjectar por la ganancia a todo el mundo. Porque ésta trae a los más ricos merchanes passando los mares y andar acosados de feria en feria. Y aun verás que el mal tiempo no les haze dilatar la partida del regalo de sus casas, porque andan al son que les haze la ganancia en las ferias. Y verlos has, hija, aquí poner tiendas y por el mercado de un día desplegar sus fardeles, abrir sus caxas, estar presos a la tienda, esperando y cobdiciando a cada qual que les vaya a élla. Pues si miras en ello, verás que a todos les van, acojen y halagan; y al dicho de cada qual plega y desplega sus mercancías, aunque los menos de los que paran le dan ganancia. Ansí tú, hija, a todos los que vienen a tu casa muestra buen rostro y guarda tu hazienda, y echando tras la suya échales en el regaço una honesta risa y dales una buena palabra, porque no sabes por dónde te tiene Dios encaminado el bien. Por esso, hija, te ladro cada día que a estos criados de grandes señores les hagas solaz o ho- /fol. lxiij r/ -spedaje; porque son moços y, viéndose delante sus amos, todo lo parlan porque en algo les contenten. Y si no, míralo, hija, que Floriano sin me haver hasta oy visto ya tenía tal crédito de mí que por averle oy yo visitado, mira qué visita embió luego tras mí, con que comimos y cenaremos si a Dios plaze. E oy me visto de manto y mongilón; y para ti, por no vender mi palabra, una saboyana. Pues para la hechura y para darte botines y chapines, mira qué moneda no usada corre agora por mi bolsa. Pues tras esto, me queda este anillo, que si la piedra es la que yo pienso, que será fina. ¿Mira si con tal diamante avrá para ayuda de casarte? Que la costa de entre año ya la tenemos segura con ayuda de Dios y de Floriano y de mi industria, porque me mandó dar ración cada día. Y asuadas, que siempre sea tal, que aunque excedamos de nuestro ordinario nos sobre para ayuda de otras baratijas de por casa. Y tú ándate y no me creas, y tengas paz con todos y ‘allégate a los buenos y serás uno honrado de ellos’. Daca, daca mi anillo, que ni pienses de te me alçar con él ni comiences ya a guardarle por dote porque, aunque más se te ría el ojo, los casamientos salen como los guía Dios: tarde o temprano. ¿Qué dizes? ¿Qué me hablas, bova?

Liberia.- Que como veo suvida tan repente y tan alta y no veo escalón por donde nos ayamos encumbrado, temo y con razón mayor cayda.

Marcelia.- ¡Donosa judía de Çaragoça, que cegó llorando duelos por venir! Ansí me paresces que tú antes de gozar, llorar. Sirvamos a Dios y antes esperemos el bien que el mal, porque Dios da, y siempre da y da como quien es. Y con esto ve, cierra la puerta y dormiré un rato yo, que los cuydados del día me quitaron el sueño d’esta noche. Y tú reposa también, que ganada tenemos ya la cena; y el combidado que no faltará nos proveerá del vino que nos ha faltado.

Polytes.- Ya estamos, Felisino hermano, en casa. Ve, da los platos al repostero, que yo quiero hablar a Fulminato que nos viene al encuentro.

Felisino.- Con esse hombre, allá te avén, porque no tiene plática para que yo espere sin bever.

Polytes.- ¡A, hermano Fulminato! ¿Qué ha sido de ti, que no he tenido vagar para preguntarte qué fue lo de anoche?

Fulminato.- ¿Y qué?

Polytes.- Que según diz que anoche corrías. Ovo algunos que pensaron que yvas a tu tierra a recobrar herencia, y aun que estarías ya allá.

Fulminato.- ¿Por qué dizes esso?

Polytes.- Porque diz que corrías de suerte que bien ganarás el palio si le corres.

Fulminato.- Pues, ay verás quién es Ful- /fol. lxiij v/ -minato, que los que fueron, en sintiéndome desenvaynar y en reconosciendo ser yo, toman las viñas, de suerte que por bien que yo corro hallé anoche mi ventaja.

Polytes.- ¿Y a quién querías tú alcançar, pues los quedavas atrás?

Fulminato.- Quedáronseme a una buelta de calle y yo, quando advertí y bolví sobre ellos, sólo uno que no corrió tanto alcançé, que con humildes palabras se me escabulló de una bareada de espaldarazos.

Polytes.- Bien dizen que ‘la mansa respuesta quebrará la ira’.

Fulminato.- Mas, por vida de tu amiga, ¿quién te lo contó? Porque si no fue persona que te lo uviesse de dezir de buena tinta, tornando yo por mi honra te diga yo la verdad del caso muy de pe a pa, porque en summa es lo que yo conté.

Polytes.- Y aun ansí será. Y el resto se quede para de más vagar, porque baxa ya Floriano.

Floriano.- Ya, Lydorio, me tendrás entendida la razón en lo que quiero que allá se haga, y cómo essa gente se quede esperándome, cómo y adónde ya te dixe.

Lydorio.- Señor, entendiendo en lo que mejor te paresciere en tus negocios, puedes perder cuydado en lo que me mandaste, que se hará como mejor y más seas servido.
-Moços, llegad esse cavallo y no falte nadie. Y encaminemos a la buena ventura.

 


 

Argumento de la scena xviij

 

Començando a penar Belisea por Floriano y estando tractando con Justina de su mal, sobreviene Floriano, y finalmente se hablan, declarando Belisea a Floriano en qué manera le ha de amar. Y ansí se dividen, quedando Polytes y Justina concertados de se hablar después de media noche.

Belisea. Justina. Floriano. Polytes. Fulminato. Felisino.

 

Belisea.- ¡O, soberana madre de Dios, Virgen Sancta María, por reverencia d’este tu sancto templo te suplico me valas! ¡O, qué gran basca siento en el coraçón! ¡O, cómo me siento muy tierna en la memoria del nombre de Floriano! ¡Ay de mí, que ni sé qué mal es el mío ni sé dónde me han abscondido mis antiguos castos pensamientos! No solía yo tractar de amor de hombre, sino por Dios como a próximos. Pero agora, por la vía que aún no entiendo ni sabría dezir, me veo implicada en /fol. lxiiij r/ varios pensamientos. Quiero platicar con Justina este de mí no sabido mal, porque allende de ser honesta y sabia donzella y quererla bien, sabe oyr lo bueno para loarlo y favorescerlo y lo malo para deshazerlo y no lo descubrir.
- Ven acá, Justina, vente conmigo a la iglesia. Y esotras mugeres, desque ayan todas comido, sin salir de la ribera se espacien y tomen plazer.

Justina.- Todo está puesto en cobro. Vamos donde mandares.

Belisea.- Pues dame la mano y vámonos por en torno de la cerca d’esta huerta de los monjes, porque me congoxo a la sombra d’esta ribera.

Justina.- Y aun por cierto, mi señora, que andas tan achacosa que no sé si lo haze tu venida.

Belisea.- Antes que acá viniesse estava ya tal.

Justina.- Que no digo éssa.

Belisea.- ¿Pues quál?

Justina.- La venida acostumbrada, que es enemiga de la hermosura a las mugeres.

Belisea.- Ya te entiendo, que aun para esse mal fáltanme días.

Justina.- Pues si en algo te puedo ser buena, te suplico te me declares.

Belisea.- Por la confiança de tu buen serceto te quise comunicar los principios, que mi mal no le entiendo, y es que desque esta mañana ley una carta me siento muy otra que solía.

Justina.- ¿Cúya era o qué tenía? ¿No tuviesse, mal peccado, algunos hechizos?

Belisea.- Creo que tenía mi perdición. ¡Ay, mi Justina! ¿Qué haré? Que ya siento mi voluntad inclinada a tomar gusto y deleytarme en pensar lo que de antes aborrescía aun oyr. Ya desmayan por mi mal mis castos pensamientos y mi meditación de Dios se me deshaze. Ya los cuydados muy veleros de la honra se me han adormescido; ya, finalmente, como por fuerça de sensualidad me siento ser trayda a recrearme en vanos pensamientos. Y ansí quiero por una vía lo que siempre aborrescí por otra. Que no sabré dezirte qué quiero ni qué amo ni qué aborrezco ni qué busco conseguir y hallar ni qué desseo evitando huyr. Y esto por hallarme rodeada de mil contrariedades acerca de una sola cosa, que juntamente amo y temo y busco y huyo y desseo y aborrezco.

Justina.- ¡O, gran mudança de muger! Siempre me temí de Marcelia. Pero pues ya es hecho, y en lo hecho no ay enmienda, proveamos en lo por venir, que si su mal es de amores ella dará más señal, y si es de enfermedad otra no le faltará quien la cure, ni medicinas ni regalos. ¡O, poderoso Dios, y qué sospiros tan de las entrañas alança! ¡O, qué alteración de rostro! ¡O, qué olvido de compostura! Ya, ya, asuadas que yo adevine. Mirad qué acuerdo, que me llamó para hablar conmigo y apostaré que no se acuerda ni de sí ni de mí. Bien di- /fol. lxiiij r/ -zen que ‘mal vezino es el amor’. ¡Jesús, Jesús, y cómo se ha tendido!
-¿Qué desmayos son éssos, mi señora?

Belisea.- ¡Ay!, que de la muerte. Y lo con que más muero es desconfiar que no me matarán, porque ansí pensaría descansar, pues el morir es necessario a todos los mortales.

Justina.- ¡Ay, por tu vida, que te esfuerces! Y mira que viene gran tropel de gente.

Belisea.- Pues tornémonos a la ribera con las mugeres.

Justina.- Anda, que no ay quién nos conozca, si a dicha no son los escuderos que vienen por ti.

Belisea.- Yo dixe a mi padre que no viniessen por mí, que me bolvería como vine.

Justina.- Pues huelga, que la gente se queda atrás y viene sólo uno de a cavallo y dos de a pie; y ansí será un cavallero que vendrá a hazer oración.

Floriano.- Di, Fulminato, ¿qué mugeres son aquellas dos que allí están a la sombra de aquellas paredes del monasterio?

Fulminato.- Voya a hazerlas venir a que las conozcas. Pero si alguien que ciña espada presumiere de defenderlas, ¿dasme licencia que le saque la vida?

Polytes.- ¡O, maldito sea este panfarrón, amén! [Ap.]

Floriano.- ¿Qué dizes tú?

Polytes.- Que parescen gente de pelo. Pero ya, ya, acá está Belisea.

Floriano.- No lo creas.

Polytes.- A la una he reconoscido, que es Justina, a la qual tú eres muy en cargo porque te es muy servidora en tus negocios.

Floriano.- Pues donde éssa está, bien podré yo llegar. Tú, Fulminato, no te partas de ay por si fueres menester. Y tú, Polytes, ve a la puerta de la iglesia y mira quién entra y sale con aviso.

Fulminato.- Aun el diablo creo que aya parte oy en la venida, que aquella deve ser la dama, que las dos ya parlan entre sí. Yo seguro que ella que deve de buscar manteles, y que si el asno de mi amo me creyesse que no devría de hazer sino llegar y embarrar, porque al fin, aunque gruñen con la boca, con el cuerpo se tienden, y luego las uñas de gato. ¡Pero, pesar de la vida, si avré oy de comprar el vestido que mandó al camarero darme con perder aquí la vida! ¿No sé quién me haze a mí querer honra tan costosa y blasonar de valiente? Que Floriano para esso me llama en tales trances, pensando que dirán mis hechos con mis dichos para guardarle las espaldas. Y él está mal en la razón, porque al primer desenvaynar, y aun quiçá antes, le muestro las suelas del calçado que oy calcé nuevo con esperança de romperlo. Porque ni pare mi madre ni me parirá otra vez; ni mi amo me restaurará la vida si de nescio la pierdo por él. Y en estos palacios, si os mancáys por ellos, el alivio que /fol. lxv r/ os hazen es en el partido, que no lo dan sino a quien lo suda, y las mercedes en la sierra de Gata. Yo bien tengo por mí que tal donzella como ésta que no vino sin escuderos, con quien me guarde Dios tomar contienda de día ni aun de noche; y éstos en lo sintiendo son con Floriano. Y él, según es loco, pensará que con tenerme al lado y la dama delante que no ay más que temer; y quando mirare por mí, hallarse ha del agalla, que a la fe, pues busca la carne y solo la querrá trinchar y solo comer, que sólo la compre. Que ‘quien solo come en el plato, que solo guarde el hato’.

Justina.- ¿No has mirado, señora, qué lindezas ha hecho aquel cavallero? ¿Y qué saltos haze dar al cavallo? ¿Y qué entero anda en la silla? Que por mi vida, que algunas vezes de ver el cavallo tan enarmonado me pone pavor no le avenga algún desgayre, porque es cavallo muy desapoderado y paresce un elephante.

Belisea.- ¡Ay, guardarlo ha Dios, que holgado me he de verle! ¡Y quán sin tacha y quán gentil hombre le hizo Dios! Y aquel vestido le arma muy bien, y aquella cadena de oro le adorna mucho.

Justina.- Y aun élla, que es harto rica y grande. Pero ya sé quién es, y si no te enojas dirélo.

Belisea.- No creo que ay por qué enojarme, que él me ha parescido hasta agora bien. ¿Dime quién es?

Justina.- Es aquel gran cavalero tu servidor, Floriano. ¡Ay, por Dios, no te desmayes ansí! ¿Qué tal te sientes?

Belisea.- ¡Ay, que no sé! Pero déxame, que el lugar tan público y mi honra y mi honestidad me mandan sacar fuerças de flaqueza; y ansí me esforçaré más que puedo por no dar señales de mi mal.

Floriano.- Toma este cavallo, Fulminato, y passéale un rato.

Fulminato.- Pues si en algo más me uvieres menester, ¿mandas que le suelte?

Floriano.- Anda, que sólo yo devo tener temor por verme ante tanta majestad.

Fulminato.- Pues a la obra verás si ay temor en mí. Pero allá yrás. ¡Qué buen achaque tengo agora para escabullirme!, porque si algo fuere diré que con el passear del cavallo no lo vi, y con el rixar suyo no lo oy. Y aun si viere que son muchos, suelto el cavallo, y él por los campos a huyr de mí y yo tras él a huyr desotros. Y otra vez avisará mi amo, si escapare vivo, en no echar las cargas todas a uno. Pues esperar socorro de la gente es por demás, porque todos se han tendido por los campos a buscar sombras; que Floriano está tal que ni sabe si haze calor, si frío. ¿Ea, pues, vos, don cavallo, también tenéys el mal de vue- /fol. lxv v/ -stro amo? Quiero me yr a una sombra por aquí, donde a mi seguro pueda huyr en despertando si algo uviere; y allí dormiré a mi sabor, que Floriano y las damas ya se van encontrando y yo seguro que tiene plática para tres horas.

Justina.- Señora, el cavallero se viene hazia nosotras con su varica en la mano. Y pues os havéys visto entrambos, háblale, que la buena criança entre los más nobles reluze más. Y pues ya está cerca, yo quiero mover la causa de la plática, no como más sabia pero como más atrevida y más libre.
-¡A, cavallero!, no paséys adelante sin licencia d’esta señora, que yo os defenderé el passo.

Floriano.- Por cierto, si como es essa señora la que con justo título possee mi voluntad y tiene el sí y el no de mis obras en su querer, fuera yo el tal possedor -aunque posseyera mal-, yo os obedesciera luego. Y ansí os ruego no me tengáys a mal el esperar esse mandamiento de su boca, desacatándose mi atrevimiento a vuestro libre mandar. Y en esto no pretendo injuriar vuestro merescimiento en no me subjectar a vuestro dicho, pero por no quitar la obediencia a quien sobre todas las del mundo todo buen entendimiento de hombre conoscerá serle deuda forçosa, y a quien más que todos y sobre todos y solo entre todos amorosamente soy subjecto, y esforçadamente defenderé por solo mía la deuda de tal servicio. Y ansi, a vos, hermosa, por muchos respectos, desseo hazeros plazer fuera del presente discrimen.

Justina.- ¿Pues cómo tan ayna conoscéys quién sea cada una de nos, posponiendo a mí y anteponiendo a esta señora, aviéndoos yo hablado la primera?

Floriano.- Dexando muchas causas que me han movido en lo hecho, si algo ha sido contra vos, y respondiendo no en excusación de lo que tan acertadamente yo dixe, pero para sólo dar razón de lo que me pedís, digo que el temor reverencial que mis potencias han mostrado en mí tener a essa señora me abrió la ciega vista de mi enajenado entendimiento, y alumbradas mis potencias con rayos de tanta gloria presente, ni tanta majestad se podía ocultar a mi vista ni mi voluntad, que a élla hizo homenaje sola, permitiera hazer tal alevosía que a nadie diera otra obediencia. Y ansí, por el gozo que siento en hablar en esto, tórnome a declarar cuyo soy, porque vos veáys a quién sola devo de obedescer. Porque en llegando, la presencia desterró mi tristeza y dióme nueva alegría; y la tal alegría avivó mis /fol. lxvj r/ sentidos, despertó mi memoria, abrió la clausura de mi entendimiento. Y vi luego las prisiones de mi coraçón y el gozo de tanta gloria, haziéndome atrever a levantar de mi baxeza los ojos de mi tan irradiado e illuminoso y claro entendimiento, vi el de dónde procedía mi tal alegría. Y finalmente vi en las manos del querer de essa señora las llaves con que, quando perdí mi captiva libertad, vi aprisionar mi glorioso y libre llagado coraçón por suyo. Cuyo, desque le conoscí, le vi tan altivo y tan grandioso, y tan estimado y lleno de tanta hufanía con su prisión, y tan gozoso con su herida y tan alegre con sus mortales dolores, que ni quiere buscar cómo salir de ellos ni hazer semblante de acatamiento menos que a tanta majestad. E ansí, ni vos tendréys en mucho el no averos yo obedescido ni essa señora me culpará en ansí me aver en su presencia, como absorto y olvidado de mí, desacatado con desemboltura en el hablar y firmeza en el llamarme por suyo y a ella por mi señora; aunque ella de esto sea injuriada, pues en ello soy yo el bienaventurado y gozoso.

Justina.- ¡A, señora! Pues no oso delante d’este cavallero sino llamarte mi señora, ni yo puedo suffrir que en tu presencia tal me tracten, ni delante de quien ansí me deshaze osaré parar más, por esso me da licencia e yré por unas horas, que oyendo missa esta mañana se me quedaron en la capilla, porque viene gente y no me las tomen. Y vos, cavallero, mirad que aún no os doy entera soltura para que sin mi licencia habléys a otra dama.

Belisea.- Anda. ¡Maldita seas, chocarrera, y estáte queda!, que pensará esse cavallero que hablas de veras.

Floriano.- Ni yo sé, mi señora, con más de sola una que tiene mi coraçón tener veras, ni con vos puedo tratar debaxo de alguna burla.

Justina.- ¡Ay, señora, señora! ¡Mezquina yo, qué toro tan lleno de garrochas viene de hazia el río! ¡Huye, huye! ¡Acojámonos a la iglesia, que yo no oso parar aquí más!

Belisea.- Cavallero, por vuestra fe, que passéys vuestro camino que mi compañera se me ha ydo, e yo me voy a poner en salvo, aunque las piernas me han cortado el temor de tan feroz animal, aunque viene algo lexos.

Floriano.- Mi señora, el toro se ha passado a nado huyendo. E pues los otros en vuestra ausencia han muerto por vos, éste morirá en vuestra presencia por el que los dio a la muerte, más muer- /fol. lxvj v/ -to que ellos por vos.

Belisea.- ¡Ay, sola de mí, que soy muerta, que hazia acá encamina!

Floriano.- Más solo me hallo y más muerto sin vos, aunque me sustenta la fuerça de vuestra hermosura. Pero porque veas, mi señora, qué fuerças son las tuyas que ansí temes a un bruto animal y a mí tienes tan sin temor tal parado, suplícote veas cómo las fuerças del tu vencido quitarán la vida al que ha puesto temor a quien sóla yo tanto temo.

Belisea.- ¡Ay, por un solo Dios!, que no tomes debate por mí, que me puedo acoger a seguro, tan a tu peligro con quien no sabe hazer differencia de merescimientos.

Floriano.- Harála, aunque no quiera, del poder. Y sin te mudar, me perdona, antes que más llegue, porque se viene hazia nosotros y muy denodado.

Polytes.- Anda, anda, mi señora, que agora el temor del toro te puso en la prisión del que tú tienes tan muerto.

Justina.- Sin falta que son grandes y muy a cada passo vuestras muertes. Pero déxame, triste yo, que ni sé qué fue de mi señora, que pensé que venía tras mí. Y déxola sola, y lo hize mal. Y tampoco yo me recatava de ti.

Polytes.- Anda, mi vida, acojámonos a la iglesia, que ella allá tiene quien le va más que juramento en guardarla.

Fulminato.- ¡Cata, cata, qué fiero toro! Y por las reliquias de Sant Salvador de Oviedo, que es Floriano con él. ¡O, hi de puta, pues qué animalejo, que no ay cosa de que yo más tema en esta vida, después de temer a las superiores potestades! Pero póngome a cavallo por sí o por no, que este quatrupeo me pondrá tierra en medio. Pero, ¡o, hi de puta el diablo!, qué soltura y destreza, y coraçón y fuerça de hombre que ansí le esperó y de sólo un golpe le ha desjarretado. Pero tal mirador tiene, muerto le deve de quedar, que ya se torna limpiando la espada. Agora que sé que el toro no vendrá por acá, me torno a mi officio, ‘la barba sobre el hombro y los pies en primera’.

Belisea.- ¡O, qué hazaña y soltura de cavallero! ¡O, cómo no sé por qué vías soy violentada más y más de cada momento a le amar! Y pues él se torna para acá y no excuso rendirle gracias por lo hecho y tengo buena occasión para le hablar, quiero intentar de saber sus desseos, que tanto en todo y por todo publica ser en mi servicio.
-¡O, bendito el Señor que te libró! En merced tengo, señor, lo hecho por la parte del temor que me quitaste y pena que tenía de te ver yr a tanto peligro.

Floriano.- Nunca pensé merescer, mi señora, tanta piedad de vos ni verme tan vivo delante de quien me mata.

/fol. lxvij r/

Belisea.- ¿Y quién es la persona que ansí se ha con vos?

Floriano.- ¡Ay, ángel mío!, que si tal merced de ti me atreviera a pensar de alcançar como es el hablarme, tuviera pensado el cómo responder a tu pregunta.

Belisea.- No tengas en tanto la habla, que a nadie aborresciendo la niego.

Floriano.- Por merced grande tengo el hablarme, pero por principio de mi alivio tengo el saber que a nadie desamas, porque ansí pienso que no ha sido tu intención en lo passado que yo muriesse, pues tu clemencia a todos querría dar vida. De donde pienso que si fueras antes sabidora de mi pena y supieras el ser por ti y conoscieras el ser tú la causa, que si no por yo lo merescer, a lo menos me uvieras acorrido por tu benignidad, sentiendo pesar de la pena de mi atrevimiento. Porque a yo más acabar de morir, mi tormento atrevido fuera pregonero de mi culpa y tu innocencia.

Belisea.- Pues tan al descubierto me dizes que yo te doy pena, querría saber tu nombre para conosciéndote conoscer si tú tienes la culpa de la pena que dizes que tienes.

Floriano.- La pena que yo he padescido confiesso que ha sido merescida por el atrevimiento d’este tu Floriano. Pero pues tu hermosura dio alas a mi atrevimiento en te yo amar, suplícote -como por cartas te pedí- que en el gualardonar mis tormentos, no teniendo respecto a mi culpa, la tengas a tu misericordiosa compassión; y con ésta detengas la fuerça de tu justicia no executando tu riguroso castigo. Y si quieres castigarme más y más, si mayor castigo puede aver en las cárceles de amor, propón de me dar en el suffrimiento mío mayores fuerças tuyas para que en mí tu indignación executando seas más vengada, si tu merced en me atormentar es servida y tu benigna misericordia no injuriada.

Belisea.- Antes de agora uviera yo de conoscer, Floriano, quién fuesses, cuyo nombre tus atrevidas cartas me avían dicho. Pero mira, Floriano, que si tú como hombre buscas tu desatinado descanso, yo como donzella mamparo mi delicada honra. Y si tú buscas la consecución de tu infectionada voluntad, yo defiendo mi libertad. E si tú quieres guiar tras tus venenosos y no limpios desseos con tu amor, desamado de mi honestidad, yo tengo de cerrar la puerta a toda habla que ni a mi ánimo trayga limpieza ni a mi espíritu reposada castidad. Por tanto, como a hermano en tal amor te ruego me ames, si me amas y me quieras bien para mi bien y no de suerte que queriéndome quieras mal pata ti y peor para mí. E con hazer tú esto podrás ga- /fol. lxvij v/ -nar en mí un amor que a bienqueriente de mi honra te tendré. De otra guisa, desamarte he como a enemigo de virtud y perseguidor de mi honra, y menoscabador de mi limpieza y matador de mi innocencia en mala inclinación, y derramador de mi fama y destruydor de mi reposo, y asolador de la casa de mi padre y ensuziador de mi alta sangre. E si te han mentido de mí otra cosa, desapégala de tu imaginación. E si te han dicho que me pesa de tu mal, si tu lo entiendes como yo quiero y pretendo que lo entiendas, sey cierto que tú me tendrás que agradescer y yo occasión con que más y más te mostrar por las obras el limpio amor de mi voluntad senzilla. Y si eres hombre, yo muger, y entramos hechos para Dios y formados a su imagen y criados para gozalle y obligados a amarle; y en Él a nosotros y a nosotros por Él y para Él. Y si holgué de verte fue por desengañarte. Y en esto, concluyendo mi plática, verás quán en limpio amor te amo, que tú bien vees me he esforçado a forçarme a te hablar sola sin te haver aún conoscido. E pues te consta mi voluntad, si te guiares por ella procuraré tu salud; holgaré de tu bien, buscaré tu descanso, aceptaré tu conversación, oyré tus mensajes, responderé a tus castas peticiones. Pero de otra manera, aborresceré tus costumbres, huyré tu persona, blasphemaré tu nombre, evitaré tus hablas, quitaré tus visitas, perseguiré tus fuerças por assegurar mi flaqueza; y desamaré y olvidarme he de tu salud exterior por no perder la mía interior.

Floriano.- No menos sabia te has mostrado, mi señora, en el hablar que honesta en el rehuyrme y hermosa en el malherirme, y poderosa en el matarme y señora en el mandarme, y paciente en el oyrme y sagaz en el despedirme. Yo me doy por pago de lo que padezco con el dezir que me amáys, aunque no es el amor que yo pido, pues es más del que yo os merezco. Pero todavía te suplico que, pues ausente como a próximo necessitado me mandaste este tu anillo, cuya virtud por sólo ser tuyo me revocó de las puertas de la muerte, que agora que me has visto presente no permitas que mi gran fuego de pena me consuma, siquiera porque se vea, mi señora, que, como pudiste herirme y matarme, puedes también sanarme y darme vida. Y de oy más sustenta mi vida para que en mí executes tu saña con el castigo si otra cosa no te merezco. Y /fol. lxviij r/ esto siquiera porque, pues yo me publico por tuyo, vean los que no lo son quán bien sabe tractar a los tuyos para que todos lo cobdicien ser, aunque yo sólo lo querría tener por mío, porque solo me tuviesses por tuyo.

Belisea.- Ya te di seguro del amor que te tengo y tendré, mientras tu mal govierno no lo perdiere de mí. Y con esto te ve con Dios, que sale Justina y vendrá mi gente, y no quiero sospecha donde yo no tengo occasión ni la quiero en ti.

Floriano.- Sin más altercar a tu mandado, quiero hazer vuestra voluntad en me yr bien contra la mía, pues jamás saldrá de tu servicio, cuyas manos besando me despido de tu presencia, encomendándosete en ausencia este tu Floriano. Que agora que me encomendé a ti me voy al templo a encomendar a Dios el alma, y a ti a quien encomiendo mi coraçón.

Justina.- Anda ya, señor, que estas no son cosas para tractar en este lugar. Baste que en el jardín, y a la hora que te aplaze, hablaremos lo que queda. Y mira que viene tu amo acá; yo quiero dexarle entrar e yrme sin que me vea para mi señora.

Polytes.- Pues con esperança de la yda, me voy a la puerta de la iglesia, do él mandó esperarle.

Belisea.- ¡ Anda ya, Justina, maldita seas! ¿Y cómo me dexaste sola?

Justina.- Mi señora, fue tanto el temor que cobré al toro que con pensar también huyeras conmigo me acogí. ¿Pero, y el toro?

Belisea.- Anda, vamos a la ribera con las mugeres. Y dame la mano, porque tractemos de yrnos para casa.

Justina.- Pues si mandas, daca y vamos. Pero, ¡ay!, que está allí el toro.

Belisea.- No le ayas temor, que aquel cavallero le mató y aun muy desembueltamente.

Justina.- Pues vamonos por par de él y verémosle.

Floriano.- Di, Polytes, ¿vino gente alguna mientras allí estuve?

Polytes.- Señor, no.

Floriano.- ¿Y qué hora será?

Polytes.- Señor, sería poco más de la una quando llegamos y los monjes han dicho sus vísperas ya, y aun han dado las quatro en el relox.

Floriano.- Pues no me paresce que ha media hora que llegamos. Di a esse moço que me trayga el cavallo.

Polytes.- Señor, ya viene con él, que siempre ha estado allí cerca Fulminato.

Fulminato.- ¡Boto a la sancta Litanía que se acogieron las damas! Y helo, sale muy devoto Floriano. Allá voy con el [cavallo].

Polytes.- !Por Dios, que barrieron presto las señoras! Y Floriano no sé qué ha negociado que va mustio, y aun él que tuvo harto tiempo si fue para ello. Aunque quiçá que hizo algo. /fol. lxviij v/ No le quiero condenar para poco, pues yo fuy para harto menos. Aunque a la verdad, la reverencia del sancto lugar me ató las manos donde andava bien suelta la voluntad.

Fulminato.- ¿Cómo va hecho mudo nuestramo, di, hermano Polytes?

Polytes.- ¿Y con quién ha de yr hablando? Pues con nosotros la disparidad de las personas lo estorva.

Fulminato.- ¡O, pesar de la berbería! ¿Y cómo, no soy yo hombre que por mi persona puedo hablar con el rey? Cata que la sangre todos la tenemos bermeja, ¿pues la casta? De Adám baxamos todos, que no está en más la disparidad que llamas, sino en el tener. Sí, que el yr a cavallo y llevar ropa de seda y cadena de oro no nasció con el hombre; y como lo tiene aquél lo podía tener yo. Pues si por hazañas se gana la casta y valor, ya puede Fulminato tener más blasones que cabrán en un paramento. Pero al fin, como no me conosce ni estima el rey y el mundo, ansí me yré a pie.

Felisino.- ¡A, hermanos! ¿Qué ha passado por allá? Que yo dormido he un rato atendiendo, y aun por poco me fuera, como los más lo hizieron desque hartos de aguardar.

Fulminato.- A la fe, si tú y ellos estuviérades en vela como Fulminato guardando el cuerpo de Floriano no os enhadara la ociosidad con el cuydado de las armas y el peligro de la vida; pero al fin, todo es dicha este mundo.

Felisino.- Alguna razón tienes, pero por tanto eres de a par de el asa. Aunque si mal uviera de haver, nosotros estávamos los primeros en el passo por donde havía de venir.

Fulminato.- Essa disputa más tiempo pedía para dezirse. Pero ya estamos en casa; y entendamos en apear a nuestramo.

Floriano.- ¿Óyeslo, Fulminato? De aquí a un rato sube a mi cámara.

Felisino.- Cata, Fulminato, como yo acerté en que eras de a par de el asa. Pues alto, cada uno entienda en lo que deve.


 

Argumento de la scena xix

 

Lydorio pregunta a Fulminato lo que passó en Prado. Floriano haze gran lamentación de su pena y quiere embiar a Fulminato a su señora; el qual, escusándosele, manda llamar a Marcelia.

Lydorio. Fulminato. Floriano.

/fol. lxix r/

Lydorio.- ¿Dime, Fulminato, qué nuevas tenemos? ¿Cómo ha venido tan mustio Floriano? ¿Qué succeso uvo la yda?

Fulminato.- No sé, por Dios, porque quando solo me vi, y allá vi la dama...

Lydorio.- ¿Qué dama?

Fulminato.- La que nos trae dansantes sin son. Y digo que quando conoscí la cosa como yva se me alegró el ojo. Y juro, por las bendiciones de la Letanía, que ya me bullía la espada en la vayna; y al cabo, ‘mi gozo en el pozo’, porque no uvo persona de resistencia.

Lydorio.- ¿Y Floriano habló ya con la dama?

Fulminato.- ¿Y cómo ansí? Que bien dizen que ‘a los bovos se aparesce la Virgen María’.

Lydorio.- Calla en mal punto, no desmandes la lengua contra quien te mantiene.

Fulminato.- Dígolo porque ‘da Dios havas a quien no tiene quixadas’. Porque si en mi poder la viera, en la meytad del tiempo que él gastó con ella en circunloquios la tuviera yo en cinta; porque, al fin, yo juro por ella que le querrá ‘más buen obrador que buen parlador’, porque dizen que ‘gato miador nunca buen murador’.

Lydorio.- Mira que todas las cosas quieren sazón y tiempo.

Fulminato.- Y aun ansí es, que ‘quien tiempo tiene y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente’. Y ‘mejor es buscar suelda para lo hecho que tiempo para lo por hazer’, porque el ser mejor es en las cosas que no la potencia.

Lydorio.- Dizes bien en las bien guiadas.

Fulminato.- A la fe, todo hombre obra por el fin. Y el fin de Floriano es venir a lo que yo començara por la obra, porque excusados son rodeos donde ay llano atajo.

Lydorio.- ‘Nunca verás atajo sin trabajo’.

Fulminato.- Ni aun ‘rodeo sin desseo’. Al fin, de dos males mejor es el yerro en el hazer que no el yerro por esperar. En especial que según la troba: .

Lydorio.- Dexando, pues, esto, yo seguro que deve de haver algún alivio, pues sobre aver precedido esso te manda llamar de prisa. Ve, pues, a ver qué te quiere.

Fulminato.- Voyme a armar, que él no me querrá sino que le vaya por la dama, allá sobre noche.

Lydorio.- Lo que fuere allá lo sabrás. Entra dentro.

Fulminato.- Pues porque aya tiempo para me apercebir, voy.

Floriano.- ¡O, captivo amante, cómo ahora del todo has conoscido tu poco valor, pues tan despedido vienes de tu señora y tan sin confiar remedio en lo que esperavas! ¡O, mi señora! ¡O, mi bien! ¡O, qué gracia mostravas en la compostura de tu honesto semblante! ¡O, qué señorío en la persona! ¡O, qué gravedad y majestad en el retraerme! ¡O, qué compendio en las palabras y qué elegante facundia en las razones! ¡Ay de mí, que el tu despedirme me lleva más para /fol. lxix v/ ti, y el combidarme a la guarda de tu honestidad con tus dulces y amigables palabras me pone mayor desseo de te ser en esto enemigo! Porque o tú me tienes de acabar la tan penada vida o has de perdonar mis tan importunas querellas, porque mientras más virtudes y gracias veo en ti, más de la razón soy llevado y más la voluntad me combida quererte y adorarte y seguirte como a objecto final de mis presentes desseos. Bien puedo morir en el campo del amor, pero no dexaré, mi señora, de publicarme por dichoso tu captivo, y a ti declarar por injuriada en ser mi señora; y ansí, vida mía, huelgo que me acabes de matar, porque gane mi victoria el triumpho de mi pelea y la gloria en acabar la vida en servicio de quien me le da. Y ansí, yo muriendo haré fin a mi penar y tú, mi señora, quedarás libre de mi captiverio -que en tu prisión dulce passo-, pues ya no tendré en qué te ser molesto. Pero, ¿qué digo? ¿Qué hablo? ¿De qué me querello, de quien tanto favor me ha mostrado en quererme hablar? Perdóname, vida mía, que gozoso de tu vista se me ha desmandado la lengua a dezir lo que no dieron licencia, ni yo ingrato le uviera de dexar pronunciar.

Fulminato.- ¡O, pesar de Mahoma, con hombre tan sin acuerdo! Que haze de passear, y sin verme a mí presente habla con la otra, por aventura bien sin memoria de él que está ausente. Agora deve hablar con ella lo que ayer llevava pensado y no osó en verse delante ella. Quiero desperatarle de su olvido, si no aquí me estaré oy.
-¡A, señor! Mira que ha rato que estoy esperando tu mandado.

Floriano.- ¡O, Fulminato!, ¿Y ay estavas? Mira qual devo estar yo que aún no te avía visto. Pero, ¿qué quieres?

Fulminato.- (‘Otra vez a doze’).
-Vengo a ver para qué me llamaste.

Floriano.- Ya sé, que te llamo para ver qué sientes de mi mal y qué esperas de mi remedio.

Fulminato.- De lo primero, por sentir tanto, quisiera que me uvieras dexado libre y ansí supiera responderte a tu remedio.

Floriano.- ¿Y qué licencia quieres?

Fulminato.- Para dexarme hazer a mi modo, que allá donde estava ayer contigo te tomara la señora y te la pusiera a ancas del cavallo. Y con poco que la ayudaras a tener, ella fuera buena de aplacar; y en guardarte el passo dexárase a mí, pues ‘estas son mis missas’.

Floriano.- ¿Y tú no miras que en esso se offendía la libertad de quien a mí me aprissiona?

Fulminato.- Anda, señor, no te captives tanto, que ella como muger hecha fue para el hombre.

Floriano.- En las otras ansí es, pero a mi señora crióla Dios sólo para sí, y a mí sólo para ella. Y como Dios sapientíssimo incli- /fol. lxx r/ -na cada cosa para su fin: a la piedra en yr a lo baxo y el fuego a lo alto, y la tierra para ser pisada y el mar para habitación del pece, y el mundo para servicio del hombre y al hombre para la bienaventurança; y como para mí, por particular privilegio como por tal fin en lo d’esta vida me deputó Dios a mi señora por objecto. Ansí la amo, ansí la busco y ansí la quiero, como cada cosa busca su conservación.

Fulminato.- Ni a mí crió Dios para tantas rethóricas ni a ti para menos que Dios. Y ansí me di luego lo que quieres que haga, porque también me dio Dios por natural el poco hablar y el mucho obrar. Y si mandas, concluyda la provança, sea luego la sentencia el mandarme que te vaya por ella.

Floriano.- Esse tan libre hablar no es para contra tal poder como el de mi señora. Pero, dexando de hablar como mi pena y la razón lo pide y hablando según tu supuesto requiere, te querría me supiesses cómo queda mi señora conmigo.

Fulminato.- Bien digo yo que este hombre agora habla lo que llevava pensado entonces. [Ap.]
-Dime, ¿y quién mejor que tú sabrá esso, pues que la hablaste ayer?

Floriano.- Sí, que no luego se conosce un coraçón humano.

Fulminato.- Pues si mandas que en su retraymiento lo sepa de ella, dame licencia.

Floriano.- Pues antes que sea más tarde la noche, ve. Y sabe qué tal vino y todo lo que tú más pudieres.

Fulminato.- Bien sé yo que ella quedó descontenta si no quedó dueña, si, con todo, otro no avía ya madrugado antes. Porque al fin, ‘el que antes llega y más da, la lleva’. [Ap.]

Floriano.- ¿Qué dizes? No vayas de mala gana.

Fulminato.- Bien me has conoscido y entendido. [Ap.]
-Antes dixe que me hazes merced en lo mandado, y sería cumplida la merced en darme ya lugar, porque por el secreto cerrojo de Burgos que no escuso oy de darme a conoscer con los de su casa, que me traen ya sobreojo. Y yo, picaviento, por tener la oportunidad que agora para que del todo me conozcan y aun ayunen.

Floriano.- Pues mira que esta cosa no a de yr por vía de fuerça.

Fulminato.- Pues para ésso el paje Polytes ha de yr allá esta noche, sobre concierto de la su donzella. Pero, al fin, acudiendo a lo que haze al caso, voy hallarte a Marcelia, que ya sabes para quánto es, y auque ya ella ya no saldrá de su casa por agora, pero luego por la mañana te la hago venir dando de manos.

Floriano.- Pues ansí lo pon por obra. Y ve luego, llámame a Polytes.

Fulminato.- ¡Allá quedarás, diablo! ¡Y qué pensado tenía que avía yo de yr donde me mandava! A la fe, avise el pelo, que a mi salvo de honra y persona y ganancia, y aun sin offensa de Dios, serviréle porque me lo paga. Y en lo demás, él con /fol. lxx v/ su locura y yo con mi provecho y vida. Y pues por el presente me libró Dios d’este moledor, será bien yr a dar un ojeo a la cal Nueva, porque la presencia del hombre quita a la muger de muchas occasiones de deslealtad, pues dizen que ‘al molino y a la muger, anda sobre él’. Y después d’esto tractaré con Marcelia d’estas cosas de Floriano; y si ella, queriendo entender en ello, piensa sacar algún fructo, yo le daré soga de libertad; pero de lo que sacare a medias, y aun mi parte la primera, que si yo puedo con las manos de aquella bova sacaré yo agua con que me refresque. Que pues ya la cosa se va urdiendo, yo haré que por mal recatado no me alcançe algún torbellino. Y en lo demás, pues me tengo buen arrimo en Marcelia y aún no tan viejo que no me sustente este año todo, para el otro -si vivos somos y acá estamos- Dios proveerá de algún fresco. Y en tanto, pues, ella me guarda lealtad -que tampoco le cale menos-, pues bien ha de madrugar quien a mí engañe, porque dizen que ‘no hurtes hogaça a quien cueze y amasa’. Quiero llevarle a sobrepeyne, porque dizen que ‘el que mucho exprime saca la sangre’. Ansí yo tanto la podré acossar que me pierda el temor al castigo, la vergüença al offenderme, y entonces perderse ya rocín y mançanas, porque ‘quien todo lo quiere, todo lo pierde’. Quiero ver, pues, si Felisino querrá encaminar para allá, porque ni lo quiero aguardar para más noche ni aun sé bien si Felisino perdió bien el enojo de estotro día, que aún no me mira cathólicamente, que ‘paz querría con todos y más con las taverneras’. Y con todos querría a mí, salvo mi ganancia. Que también Pinel aún anda algo de costana, porque allí los vi estar hablando a solas los dos, y tengo por ruin señal que en verme se traspusieron. Vóylos a buscar para ver en qué ley vivimos.


 

Argumento de la scena xx

 

Belisa descubre a Justina sus bascas y mal, y entramas platican de dónde proceda el amor en el hombre. Justina descubre a su señora el concierto que entre ella y Polytes avía de hablarse essa noche. Y conciertan de que le hable Belisea al paje porque sepa de Floriano.

Belisea. Justina.

/fol. lxxj r/

Belisea.- ¡O, donzella triste y la más sin ventura de las mugeres! ¡Ay de mí, que no sé en qué ha de parar estas mis vascas, que si quiero dar alguna razón de mi mal no la conozco ni la alcanço; si propongo dissimularlo no es possible! Mi recogimiento, mi honestidad, mi limpieza me hazen no saber cómo pueda, ni ose, ni sepa hablar la lengua lo que el affligido coraçón le manda. Pues la razón, acompañada de mis antiguas virtudes, me da sofrenadas para que lo que la concupiscencia platica y representa a mi memoria mi limpia voluntad lo despida y mi castidad lo destierre y mi honestidad lo huya. Pero, ¡ay de mí!, que con la memoria de aquel cavallero me siento muy acovardada y perezosa y soñolienta a la virtud. Ya mis desseos dan lugar a mi entendimiento para que se esté cevando en su contemplación. Mis ojos lloran por verle y todos mis sentidos exteriores pierden su officio para no estorvar a las potencias interiores que se harten y ceven y sustenten en aquella meditación que la voluntad toma por final descanso. Y esta meditación y esta gloria no me proviene sino de parte de aquel cavallero, que mi voluntad ansí le ama que manda a mi memoria no partirle de sí, aunque mi honestidad algo resista, pero no como de primero, porque ya se halla muy debilitada de sus primeras fuerças. Pero grande es mi mal, pues ansí me siento affectionar a lo contrario a mi honestidad y honra; y pues ya la razón en mí predomnina, quiero obedescer y seguir tras la sensualidad y ansí sanaré lo accesorio -que es el cuerpo- con la muerte, de lo essencial -que es el alma-. Determínome de no llevar tanto mal a solas; pero descubirme [he] a Justina para que como cuerda me encubra, y como fiel y libre de tal ravia me busque algún remedio, o a lo menos aliviarme en algo, pues el mal comunicado con el amigo se disminuye, y el bien y alegría cresce.

Justina.- Grande es el mal de Belisea, pues ya discae la guarda de su honestidad. Y pues ella, como he oydo, quiere comunicarme sus cosas, quiérole salir al camino, porque yo preguntando a ella tanga occasión de me lo dezir con menos empacho.
-¡A, señora! ¿Qué hazes a solas? Por tu vida, que te pongas a esta rexa d’este jardín y oyrás el armonía de las aves con el frescorcito de la noche. Y mira que andas muy descaída y te haze daño toda soledad y tristeza, porque dizen que ‘el spíritu triste seca los huessos, y el ánimo jocundo haze la edad florida’.

Belisea.- Ni yo puedo tener atención a la armonía de las avezillas, por tener yo como /fol. lxxj v/ absortos y muy occupados los sentidos en la contemplación del suave sonido que hazen mis pensamientos en la cosa que más me deleyta. Y también no pienso que ‘ay mal que mal me haga’, pues tengo un mal, que con le tener por gran bien, me tracta de muerte.

Justina.- Véote tan agena de ti que no sé qué te diga, mi señora.

Belisea.- ¡Ay, Justina, qué gran llave de mi mal tocaste, que es no estar yo en mí! Y pues te tengo por secretaria de mis congoxas, las quales dan exterior muestra y muy clara de no ser yo la que govierno en mí mesma, excusado será callar lo que querría saber dezirte.

Justina.- Esso, pues, si mandas me aclara cómo sea ansí que no te goviernes tú a ti mesma. Aunque bien sé que Dios es general causa y concurso de todo acto de vida, y ansí Él es el que en nosotros nos govierna. Pero junto con esto, proveyó al hombre -sobre todo otro animal- de una razón discursiva que al hombre govierne como un ayo, guiándole a la conservación del natural ser y vida, y junto con esto para encaminalle en el camino de la immortalidad de gloria. Y a este amor y para este gozo inclina Dios al hombre como para el fin porque fue criado. Y ansí la concupiscible voluntad, o potencia regulada por la razón, inclina y guía y lleva al hombre para Dios por una manera de fuerça de amor.

Belisea.- Pues bien sabes tú que una de las obras de essa virtud que tú llamaste concupiscible, que al hombre inclina a buscar descanso, es el desseo. Y desseo no es otra cosa salvo un querer el hombre lo que no tiene.

Justina.- Oydo he que esta virtud concupiscible tiene obras en tres maneras, que son: desseo, gozo y amor. Y el desseo, en quanto obra d’esta virtud, encamina el bien con voluntad de delectación.

Belisea.- Tú me vendrás a lo que yo digo, por manera que el desseo ha de ser de delectación y de cosa que la persona que dessea no tenga. Y porque yo querría lo uno, y lo otro me falta, de aquí es que por buscar el tal bien con delectación o gozo, amo el olvidarme de mí por acordarme de [él].

Justina.- Dilo, dilo, mi señora, que yo también soy muger.

Belisea.- ¡Ay, Justina, que ya bien veo que ha de poder más en mí la necessidad que la honestidad! Y pues son escusados contigo rodeos, sino que sepas que ha querido mi ventura que desseo ya oyr nombrar el nombre del que tú, me trayendo algunas vezes a la memoria, fuiste retrayda de mí como perseguidora de mi libertad, la qual yo he perdido.

Justina.- ¿Cúyo nombre, mi señora? ¿El de aquel buen cavallero Floriano? ¡Ay, /fol. lxxij r/ Jesús, y cómo desmayas ansí!

Belisea.- Porque enflaquescen ya las virtuosas fuerças de mis castos y limpios desseos y firmes propósitos, y levantan su estandarte en mi homenaje muy victoriosos mis enemigos malos desseos con la memoria de esse cavallero, al qual, por una violenta fuerça que me haze la virtud concupiscible -de que me hablaste-, soy forciblemente, queriéndolo yo, llevada y compellida a le dessear y amar. Y no sé cómo, ni en dónde, ni en qué, ni por qué ni para qué.

Justina.- A la fe, esse tal concupiscible apetito no le baptizes ansí, que no se llama desseo. Porque el desseo, en quanto es obra d’esta virtud, si es guiado por la imperante razón llámase, como tú le llamas, desseo. El qual ordinariamente se toma por cosa buena y de virtud; pero quando el tal apetito le faltan estas tales condiciones, no se llama desseo ni lo es.

Belisea.- Pues yo nunca le supe en mí otro nombre.

Justina.- Pues mira, señora, que te aviso que quiero que sepas o ya que lo sabes, hablando más claro, que al tal lo llames de oy más amor; o porque mejor en ti le conozcas y conociéndole le aciertes el nombre, porque trae en ti desordenación de la voluntad y va perdiendo el amor de la virtud, también tú en ti le quita el tal nombre y llámale amores. Y perdóname, que voy poniendo la habla en singular en ti, que no lo digo sino para declarar mi intento y no para injuriarte ni darte pena.

Belisea.- Anda, que ni me das pena ni aun siento injuria, porque no sé porqué llamas a un acto solo de amar nombre de muchos, que es amores. Que aunque me paresce que aciertas a lo que yo siento, pero no me declaras lo que yo entiendo.

Justina.- Puesto que no lo podré mejor que tú dezir como más sabia ni experimentada, pero por hazer lo que me mandas, diré lo que supiere, como más libre y desembaraçada de tal dolencia.

Belisea.- ¿Y qué dolencia es ésta?

Justina.- Diz que el desorden que acarrea la declara ser una enfermedad spiritual, propriamente mal de la voluntad. Y esta ponçoña ciega endereça sus venenosos rayos contra los ojos del alma, que son el entendimiento. Y ansí diz que pintan sin vista el amor, porque uno de sus effectos y daños que haze en el paciente o herido es ceguedad de entendimiento.

Belisea.- Mucho me huelgo en te oyr hablar tan delicadamente, pero querría me declarasses más qué cosa es esse amor.

Justina.- Señora, si lo dicho no basta, la experiencia -según voy viendo- te sacará maestra en lo demás. Porque ni para entender tu mal he menester maestros ni consiento que más te /fol. lxxij v/ hagas fuerça a ti mesma en me descubrir tus penas; porque sepas que estoy muy al cabo de lo que es, y también presumo lo que ha de ser. Y ansí te prometo buscar alivio a tu mal y alegría a tu tristeza, y después tomarás tú el remedio que tu enfermedad pidiere y a ti paresciere mejor.

Belisea.- Gran consuelo es ésse. ¿Pero cómo lo cumplirás?

Justina.- Embía, señora, a llamar la que tramó la tela, que essa mesma la texerá.

Belisea.- Por tu fe, que pues no soy ya la que solía, y tú dizes que mi mal cegó el entendimiento, que no me hables por figuras lo que quisieres que te entienda.

Justina.- Digo que mandes por Marcelia, que podrá haze mucho a tu caso. Ya bien me entenderás y entiendes que te entiendo.

Belisea.- ¡Ay, mezquina yo, que ni me deves dezir lástimas ni querría me diesses pena sobre pena! Y si quieres dármela, con que más me alivies, dame la muerte. O si quieres granjearme la vida, tráeme a Marcelia y muy en secreto y muy en breve, porque no espero llegar a la luz de mañana.

Justina.- Pues tanto te congoxas por lo que luego no será possible hazerse, te quiero por alivio d’esta noche, descubriendo mis secretos, fiarme de ti, aunque como señora mía devrías castigar mis defectos. Y sabrás como a gran importunidad de aquel paje de Floriano, del qual como muy su allegado él se fía, le mandé me viniesse hablar esta noche por una d’estas rexas, y ha de ser de media noche arriba, quando el sueño asegura las partes. Entonces le podrás hablar sin que te reconozca y saber de él lo que quisieres, pues ya viste que fue con su señor a Prado.

Belisea.- ¡Ay, Justina!, que si yo, como te he dicho, me governara a mí mesma, ni tú en hazer esso sabiéndolo yo me fueras sin castigo ni aun de ti jamás confiara cosa. Pero agora, ya que yo quiera soltar la lengua en el retraerte sabiendo que hazes mal, la voluntad me mada que te dé licencia para no más del honesto hablar, con que se haga lo que tú has dicho de mí, sin quiebra de mi gravedad y dislate de mi honra.

Justina.- Anda, señora, que Dios mediante no se tractará cosa que mal lustre tenga, porque ni yo lo haría ni las rexas darían lugar a que las voluntades se comuniquen por más de las lenguas en el sólo parlar. Y tú, yendo dissimulada, sola le podrás hablar; o si no, yendo conmigo, dexa hazer a mí como allá verás.

Belisea.- Pues que ya no puedo guiarme a mí sin errar, quiero errar por tu parescer. Y hágase como tú ordenares.

Justina.- Pues tú dexa hazer a mí y éntrate a entender en cenar, porque te recojas /fol. lxxiij r/ más antes y ansí darás lugar a que las mugeres anticipen la hora del dormir y yo tenga más desembaraçado [el] lugar para lo que quiero y tú más segura tu gravedad y honra.

Belisea.- Pues que hemos de procurar evitar toda occasión de mal sospecha, quiero hazer lo que me dizes. Di que enciendan velas y entiende en que se me dé de cenar quando te paresciere hora; y mira que dexo en tu prudencia mi governación.

 


Escenas 21-25