Mas porque la historia diga por orden cómo se holgaron la princesa y sus padres de la venida del yerno, dizen qu’el almirante llegó el siguiente día en la noche a Londres y se fue derechamente a palacio. Y halló al rey y la reyna, que acabavan /74-r/ de cenar con la princesa, su hija, retraýdos, y así lo hazían los más días. Y como el almirante llamó a la puerta de la cámara le abrió Ariana, dama de la princesa, y muy querida d’ella; y como le vido venir alegre, sin dezirle palabra se entró corriendo delante d’él, y dixo:
-¡El Cavallero de la Rosa es venido!
Y en este ystante que la donzella esto dezía, el almirante entró muy regozijado y les dixo:
-Señores, ya [h]a plazido a Dios de complir vuestros desseos y los de todos; don Félix, mi señor, está en Inglaterra, y yo le he visto y hablado; y veys aquí una letra suya para la princesa, mi señora.
Y diósela. Y ella le echó los braços encima, y lo mismo hazían el rey y la reyna y todas aquellas mugeres que allí estavan, en especial Lucrata y Fulgencia. Y fue tan grande el plazer en todos que ni podían sossegar ni cessavan de preguntarle todos ellos dónde quedava y qué tal venía, y otras cosas de las que suelen pedir los que muy desseosos biven de los ausentes. Y el almirante, satisfaziendo a sus preguntas, les dixo que otro día vernía a comer, o antes, y contóles la manera de cómo le avía conoscido, y en qué ábito le avía hallado. Y dio tanta alegría en todos con aquestas nuevas quanto nunca padres y muger las oyeron de hijo y marido. Allí los unos reýan con mezcladas lágrimas, los otros preguntavan con atención, otros escuchavan de grado y todos, como atónitos de tan súbito plazer, miravan al almirante y notavan lo que dezía.
Y con esto passaron casi seys oras sin sentirlas; y al mejor tiempo que en su plazer estavan descuydados de pensar que don Félix avía de venir essa noche, llegó a la cámara y hizo qu’el paje llamasse. Y como salió Lucrata primero y le vido, la abraçó y besó, y ella se tuvo tan fuertemente abraçada con él que él no pudo passar adelante. Y como otras mugeres avisaron d’esto en esse punto a la princesa, tuvo tiempo de salir hasta allí, donde se abraçaron y estuvieron harto espacio assí como personas que tan en estremo se querían sin poder dezir palabra, sino darse muchos besos mezclados con lágrimas, que sin licencia de sus voluntades allí ocurrían a dar ocasión que de sobrado plazer no muriessen, como ya en muchas personas acaesció que de súbita alegría perdieron las vidas.
El rey y la reyna, como su hija les dio lugar, sintieron el plazer qu’el lector podrá más fácilmente considerar que ningún estilo ni pluma escrivir. Y como luego este un[i]versal bien y regozijo se estendió por toda la ciudad, maravillosos fuegos y ylluminarias essa misma noche se hizieron. Y el gran sacerdote no fue de los postreros que a don Félix visitaron, porque en el punto que don Félix se assentava y le dexavan ya los abraços y reverencias que las mugeres de la cámara y Lucrata y Fulgencia le hizieron, llegó él con las más alegres canas que pensó tener jamás; y le abraçó y besó muchas vezes, y don Félix le hizo el acatamiento que se devía a señor y a padre. Y en este mismo punto llegó Laterio, que renovó el plazer y fiesta en todos ellos, y assí se holgó don Félix de le abraçar muchas vezes, como si fuera Ponorio, su padre; y en amor casi assí le quería, por justos méritos de Laterio.
Y el rey preguntó a don Félix si avía cenado y él dixo que no, y que avía fecho gran jornada después que avía comido; pero que, donde tanta leticia andava no avíe necessidad de otro mantenimiento para la vida y el ánima. Mas luego se aparejó la cena como en casa llena, y hizo cenar consigo al almirante y a Laterio. Y con mucho plazer más que con gana de comer se acabó aquello y se dio tiempo a la noche, porque todos le desseavan dar descanso.
Y don Félix se acostó essa misma noche con la princesa,
su /64-v/ esposa, y mandó el rey dar sendos aposentos dentro en
palacio al almirante y a Laterio. Y el siguiente día que el rey
hizo fue que mandó despachar correos para recojer y que viniessen
a Londres todos los qu’el almirante havía embiado a estar en las
costas y puestos de la mar.
Capítulo LXXII: Cómo el siguiente día que vino don Félix se acordó que se celebrassen públicamente sus bodas; y de cómo Laterio magnifestó que él avía librado a la princesa de muerte.
El día siguiente no tuvo don Félix mucho cuydado de madrugar ni aún la princesa de acordarle que se levantasse, ni sus padres dexaron de yr a verlos a la cama, puesto que las bodas públicas estavan por hazer, aunque público era ser despossados en presencia del rey y de la reyna y por mano del gran sacerdote. Pero por satisfazer al reyno y al vulgo, el rey le dixo:
-Hijo, señor, levantaos y yremos al templo a hazer oración; y hablaros han todos estos cavalleros y grandes que están aguardando para daros la buena venida y la obidiencia que se os debe. Y junto con esto, quiero delante de todos traer a memoria el peligro en que vimos por vuestra ausencia nuestras honrras y la vida de la princesa, y sabréys cómo la libró Dios, y no sabemos por mano de qué cavallero.
Y ya quando el rey esto dezía Laterio entrava en la cámara, porque d’él en ningún tiempo se havía de retraer don Félix ni la princesa. Y el almirante estava fuera de la cámara con otros cavalleros y señores ingleses.
Y dicho esto, el rey se salió de la cámara. Y luego don Félix se vistió y el rey y todos fueron devotamente a dar gracias de su venida al templo. En tanto que aquesto se hizo, Laterio mandó que un hombre suyo le truxesse el yelmo y la espada que avía quitado al cavallero francés que mató en la batalla, quando la princesa fue acusada, y que lo toviesse debaxo de la capa secretamente hasta qu’él se lo pidiesse.
Y assí como fueron tornados del templo y vinieron al palacio, se entraron en una gran sala; y allí todos aquellos señores y grandes y prelados que en la corte se hallaron besaron la mano a don Félix por príncipe, porqu’el rey dezía que era esposo de su hija y padre del infante Liporento. Y allí lo hizo traer el rey y lo puso en sus braços al padre, porque hasta entonces no havía querido que se lo mostrassen; y don Félix le besó y echó su bendición. Y el rey dixo, en presencia de todos:
-Ved, señor hijo, quándo queréys celebrar vuestro público matrimonio y solemne talasio para que se junten los cavalleros y grandes qu’están al presente fuera de la corte y todos gozemos de verlo, assí como gozamos del trago de ver en disputa y puesta en la virtud de dos cavalleros nuestro onor y la vida de vuestra esposa.
Y tornó a bolver el rey su habla a los cavalleros ingleses y díxoles:
-Porque sepáys mejor quánto devemos todos a Nuestro Señor, sabed qu’el príncipe es hijo de Ponorio, hermano del emperador de Constantinopla; y es el que venció las justas, a quien llamávamos el Cavallero de la Rosa; y es el que venció los torneos de Albania, de quien tantas maravillas suenan por el mundo en loor de su fama; y ganó la Espada Venturosa; y es el que después ha sojuzgado el imperio y es verdadero heredero y subçessor legítimo en él, y de cuya mano oy está y es intitulado universal eredero del imperio de Constantinopla, y assí le avemos todos de llamar; y es a quien aquestos reynos pertenescen, con mi hija, y a quien Dios me ha dado por descanso de mi vejez y bien de todos vosotros.
Y este razonamiento del rey puso en todos los que le oyeron tanto plazer /65-r/ como era razón, y refirieron las gracias a Dios y al rey por lo que dezía. Y luego don Félix dixo al rey, su suegro, que su Alteza determinasse y mandasse quándo le pluguiesse qu’él se casasse en público y celebrasen su matrimonio públicamente para satisfación de sus reynos, y que estonces se hiziesse. Y el rey declaró que dende en ocho días, y assí se concertó y quedó assentado. Y luego don Félix dixo:
-Señora, sola una lástima tengo en esta vida, y es y será hasta que yo muera no se aver sabido quién fue el cavallero que defendió la justicia y vida de la princesa.
Y el rey le dixo:
-Por cierto, hijo, justo es lo que dezís, y yo creo que sería alguno de vuestra sangre o la mía, o a quien alguno de nos aya fecho cortesía en algún tiempo.
Y entonces, en presencia de todos, Laterio dixo:
-Señor, tenga vuestro coraçón muy entero el plazer que a todos avéys dado y perded esse cuydado y pena que tenéys por saber esso, que veys aquí el yelmo y la espada del cavallero vencido, y muchos de los presentes lo conoçerán luego. Y yo fui el vençedor, que me dolía como siervo vuestro de la vida de la princesa, mi señora, y de vuestra honrra y la de sus padres. Y esta confissión yo no la hiziera sino a vos sólo en ningún tiempo (porque pareçe mal la jatancia en los cavalleros) sino por quitar de vos essa pena que por saber esto teníades; y aún vos digo que el cavallero que la princesa acusava era uno de los que el Dalfín de Francia llevó a los torneos de Albania.
Y don Félix le abraçó y dixo:
-Por cierto, Laterio, quien como yo os conoçe no tiene nescessidad de testigos para creeros. Mucha alegría me ha dado saber esto y mucha voluntad para acordar al Dalfín que me es obligado y deudor de la palabra que no cumplió; y no dudo que él aya puesto al cavallero que vencistes en su loca demanda. El tiempo mostrará si acierta en lo que ha fecho.
Mucho contentamiento quedó en los ingleses de conoçer qu’el príncipe don Félix tenía mala voluntad al Dalfín y que assí sería como ellos capital enemigo de franceses. Y dende allí adelante mucho se dobló el amor qu’el rey y la reyna y la princesa tovieron a Laterio.
Y en esto y en gozar de don Félix passaron aquel día y
los otros siguientes, esperando el día de las bodas publicadas.
Capítulo LXXIII: Cómo el príncipe don Félix se casó con la princesa públicamente, y de las justas y fiestas que aquel día ovo.
Y assí los mantenedores como los aventureros justaron muy maravillosamente y ovo muy hermosos encuentros. Y el prescio de la justa le pusieron los mantenedores, aunque el rey no consintió que ellos le pagassen; el qual era ciertas pieças de muy rico brocado, y éstas dio el rey, que era el juez, a un cavallero que se llamava Bretaldo (el qual era griego, y de los que vinieron en las naos del almirante), porque salió muy gentil hombre y las tres carreras primeras las corrió con todos tres mantenedores y lo hizo mejor que ninguno de los otros aventureros. Y demás d’esto el rey dio muy grandes dádivas aquel día a todos los cavalleros que justaron y a otros muchos, porque día de tan buena ventura razón era que fuesse solempnizado con muchas larguezas qu’el rey y la reyna y su hija y don Félix aquel día hizieron.
Y no sólo pararon estos regozijos y fiestas entonces, porque
más de treynta días continuadamente duraron sin que cesassen
los torneos y justas y correr de sortija y otros muchos exercicios de cavallería
y muchos juegos y otras maneras de fiestas que todas las otras gentes plebeas
hazían, y no solamente en Londres, mas en toda Inglaterra. Y porque
en esto basta saber a quán buen estado truxo Dios las cosas d’este
cavallero y de la princesa para que se crea la demostración de gozo
que se podría hazer en aquella corte y reyno, no nos detengamos
en cosas d’esta calidad, sino en recontar lo que adelante suçedió.
Capítulo LXXIIII: De los casamientos en que luego entendió el príncipe don Félix y se hizieron después de sus bodas.
Y assí mismo quiso casar al almirante de Constantinopla, y parecióle que sería muy bien que casasse con madama Lucrata; y al rey plugo mucho d’ello, porque tenía con ella cercano deudo y porqu’el almirante era muy gentil cavallero y muy bien dispuesto, y gran señor. Y de más de lo que tenía le dio don Félix otro estado en el imperio, y de voluntad del almirante y de Lucrata se hizo este matrimonio.
Assí mismo se acordó de casar al Cavallero Bravo de Yrlanda, y parescióles a todos que sería bien que casasse con Ariana, dama y muy principal cerca de la princesa. Y como le fue di- /66-r/ -cho al Cavallero Bravo tóvolo en mucho, porque era muy especial muger y muy hermosa, y de las más principales de Inglaterra.
Y assí como se concertó se puso por obra, y una noche se desposaron todos tres y en los tres días siguientes se hizieron nuevas fiestas. Mas aquella misma noche de los despossorios el príncipe don Félix hizo que después de passadas las fiestas se retruxessen el rey y la reyna y la princesa y el gran sacerdote y los tres despossados con sus esposas. Y después que fueron sentados, les dixo assí:
-Después que en los torneos de Albania me dio nuestro Señor el prescio, aquél se destribuyó por mi mano con parescer del rey, mi tío, y de Ponorio, mi padre, y del gran prior del monesterio de Marte. Y en su poder están veynte y cinco mil marcos de oro que desde aquella ora yo los di y mandé qu’estoviessen para que los cinco mill d’ellos fuessen para la princesa, mi señora y muger; y otros cinco mill para que ella y yo los destribuyamos como nos paresciere, assí que esto se hará a nuestra voluntad. D’éstos, diez mill de los otros quinze mill marcos restantes mandé que se diessen los cinco mill d’ellos a Lucrata, nuestra prima, y a quien con ella casasse; y assí yo mandaré luego que se les traygan, y bien los pueden tener por suyos ella y el almirante, mi primo.
>> Y los otros cinco mill mandé que se diessen a Laterio, mi amigo y muy cercano deudo, que está presente, y que se case con la duquesa Fulgencia, porque también fue mi intención que ella los oviesse como él, y desde entonces están señalados para ellos, y también se traerán con essos otros.
>> Y los otros cinco mill restantes yo señalé para el Cavallero Bravo de Yrlanda, que presente está, y dexé ordenado que se embiassen al rey de Inglaterra, mi señor, para que de su mano se los diesse y le casasse con la muger que a su Alteza paresciesse de su sangre y casa. Y assí digo que le den estos cinco mill, porque yo le amo a él y a Ariana, su esposa, como a verdaderos hermanos.
Y dicho aquesto, los desposados y sus damas y esposas se lo tuvieron por tan señalada merçed como ello era y le quisieron besar las manos, si él se las diera, por tantas y tan largas merçedes. Y luego despachó sus letras para que aquella suma toda se le truxesse del monesterio donde había quedado y se pusiesse en cambios para Londres. Y assí se hizo, y dentro de dos meses todo se pagó enteramente en la ciudad de Londres y se dieron los quinze mill marcos a aquellas señoras y sus esposos, y los otros diez mill se pusieron en la cámara y thesoros del príncipe don Félix y de la princesa, su muger.
Aquesta largueza fue muy loada, y assí mismo la libertad que
usó en destribuyr los otros .xxv. mill marcos que avía dado
en Albania a sus primas y hermana y al príncipe de Escocia, y a
aquellos que los ovieron, en quien también fueron puestos como fueron
siempre después agradescidos.
Capítulo LXXV: Que dize cómo vinieron muchos embaxadores de muchas partes y reynos al príncipe don Félix y de cómo el rey de Francia hazía mucha gente de guerra con temor d’él.
En poco tiempo fue por mucha parte del mundo divulgado el matrimonio del valeroso príncipe don Félix y sus señaladas larguezas y liberalidad, y las proezas que su persona avía fecho, y cómo todo le avía suçedido tan prósperamente. Assí se hizo notorio por toda Europa y Assia y por lo restante del mundo, o más comarcano a esto. Y de allí adelante le vinieron muchos embaxadores de muchos reyes y príncipes.
Y el gran pontífice que abitava en el principio de /66-v/ Europa a la parte oriental embió un principal sacerdote legado, persona de grandíssima autoridad, ofresciéndole el lugar que era razón qu’el príncipe don Félix toviesse cerca de su silla, y rogándole que se fuesse a encoronar.
Y demás d’esto, el rey de Escocia, que ya avía eredado y era casado con su prima del príncipe don Félix, le embió otra gran embaxada y un grande presente, y se le ofresció de venir en persona de paz o de guerra, como le pluguiesse, para yr con él a su encoronación. Y el rey de España le embió sus embaxadores y a tratar casamiento con una hija suya para Liporento
Y finalmente todos los más, o la mayor parte de los reyes de Europa, le embiaron a dar la enorabuena de su casamiento y prosperidad y a le ofrescer sus amistades, eçebto el rey de Francia, que también lo hiziera, sino que le temía por la ruyndad qu’el Dalfín avía fecho en no complir su palabra. Y se aparejava y ponía a punto de guerra, lo qual muy bien se sabía en Inglaterra. Y no se tenía aquello en mucho, por la gran persona y valor del príncipe don Félix, por la riqueza grande de su suegro y antigua enemistad que con Francia tenían. Mas desde a poco començó don Félix y su suegro a apercebir sus gentes, aunque la guerra no se hizo luego porque descansasse en aquel reyno algunos días.
Mas aún no avía un año que era casado quando le llegó la nueva que el emperador, su tío, era muerto; y luego le vino una grande embaxada de parte de toda la universidad del imperio y de los reyes y señores a él subjetos, en que le suplicavan que fuesse a su imperio y lo gozasse, pues tan bien merescido y comprado lo tenía con sus trabajos, y pues de derecho era suyo. Y él les respondió que el año siguiente pornía en obra su camino y que entendía hazerle por tierra. Y que en tanto que esto se hazía, que la governación y justicia se estoviesse de la manera que estava hasta allí, y como él lo avía dexado ordenado. Y así se hizo, porque el rey de Egipto, qu’él avía dexado por presidente, era muy gran persona y de mucha auctoridad y consejo, y bien digno de la governación, y muy bien havía administrado aquellos estados en justicia.