Consejos
y castigos en el Valerián de Hungría
Jesús Duce García
Universidad de Zaragoza
Escrito por el notario valenciano Dionís Clemente, y financiado a medias entre éste y el impresor Fernando Díaz Romano, responsable de la impresión, el Valerián de Hungría salió a la luz en Valencia en 1540, con fecha del 2 de agosto, según reza el colofón del mismo. Recordemos que la publicación de esta obra viene autorizada por el privilegio real anunciado en su portada, además de exhibir el escudo imperial de Carlos V, impreso en mitad de la plana. La dedicatoria a doña Mencía de Mendoza, marquesa del Zenete, muestra el siguiente nivel de promoción, dado que la marquesa pertenece a una influyente familia aristócrata, y se trata de una mujer culta, ampliamente formada en el Humanismo, alumna aventajada de Luis Vives. Apuntemos asimismo que en el prólogo de la obra aparecen algunas noticias sobre Carlos V -en concreto, la famosa Dieta de Worms de 1621, donde tuvo lugar el trascendental encuentro con Lutero-, además de proyectarse el origen ficticio del Valerián en tierras del rey Fernando, hermano del emperador. Por su parte, los largos poemas encomiásticos de Andrés Martín Pineda y Miguel Jerónimo Oliver, amigos del autor, mantienen el fomento prestigioso del libro y desarrollan las razones de su beneficiosa lectura. Dichos poetas pertenecieron al grupo de artistas e intelectuales que conformaron la magnífica corte literaria y musical del duque de Calabria, a cuyo arrimo se publicaron precisamente varios libros de caballerías y otras obras de entretenimiento.El Valerián de Hungría se distingue de otros libros de caballerías por poseer un cuerpo preliminar perfectamente estructurado en secciones independientes: el íncipit, el prólogo, los versos laudatorios y la exhortación al lector. Esta última sección es en realidad un texto breve en el que Dionís Clemente, con el ropaje ficticio de atento trujamán, se dirige directamente al lector para recomendar la lectura de la obra presente, excusando de paso los defectos que en ella se puedan percibir. Entran en materia, de manera evidente, los tradicionales tópicos del exordio y la falsa modestia, los cuales vienen a repetir el tono, la intención y la mayor parte de las ideas que ya se habían suscrito en el prólogo, si bien en éste, como es obligado por las circunstancias, todos los elementos estaban subordinados a la dedicatoria dirigida a doña Mencía de Mendoza.
Al igual que otros autores se dirigen retóricamente al lector por medio de poemas de diferente extensión, Dionís Clemente, usando una alternativa menos habitual, ofrece un párrafo de veintinueve líneas donde defiende con distintos argumentos la lectura del Valerián. En primer lugar, hace referencia a las posibles vacilaciones que puedan surgirle al lector por motivo de "las vidas y hazañas de los cavalleros" y de las "hermosuras y estados de las dueñas y donzellas" que aparecen por doquier en la obra, amén de las maravillas y prodigios que quizá los más críticos quieran excluir o censurar. Clemente asegura con rotundidad que estas incertidumbres deben ser totalmente desechadas, dado que en la crónica del príncipe Valerián no hay cosa que se halle "fuera de razón y del orden natural", ni existen aspectos que no hayan sido utilizados en otras historias antiguas o se estén utilizando en las modernas. Es un libro, pues, que en principio no va a desarrollar elementos novedosos más allá de los ya conocidos por cualquier lector de caballerías, sobre todo en relación a lo asombroso o lo sobrenatural. Aunque eso sí, la relativa novedad, ya señalada por Clemente en el íncipit, se encuentra en los "saludables consejos y castigos" que surgen en el discurso, lo que, según se arguye, debería otorgar mayor credibilidad a la historia que comienza en los folios inmediatos.
Dichos consejos y castigos, en tanto que sentencias u orientaciones morales y políticas, no van a ser tan abundantes como cabría esperar. A pesar del doble anuncio efectuado a la sazón -en el íncipit y en la exhortación-, y de los trescientos treinta y ocho folios y los ciento sesenta y ocho capítulos de las dos partes que componen la voluminosa obra de Clemente, los consejos y castigos no ocupan excesivo protagonismo en la trabazón de las peripecias de caballeros andantes y doncellas enamoradas. Aunque, eso sí, casi todos ellos se plantean como elementos complementarios en el proceso de reconocimiento y ascenso social de los grandes personajes del relato.
En cualquier caso, en esta primera aproximación a la cuestión apuntada, se hace necesario establecer al menos el recuento y la tipología de los consejos que aparecen o son reconocibles como tales en las páginas del Valerián. En principio, las piezas que son denominadas así en el texto, o pueden responder en alguna medida a la calificación de consejos y castigos, presentan una extensión y contenido muy heterogéneos, además de tener distintas funciones y cometidos en la historia narrada, lo que implica una perspectiva abierta y poco definida por parte del autor.
Veamos el montante de incidencias al respecto:
I, 21: Consejo del rey Abelarín de Asiria a sus caballeros. Se trata en principio de instrucciones militares muy concretas, estrategias de defensa frente a un posible ataque inminente, pero también de una serie de orientaciones para el posterior proceso de paz con el emperador de Trepisonda y el rey Pasmerindo de Hungría. El episodio deriva posteriormente en un desafío caballeresco entre ambos dirigentes.
I, 41: Consejo del príncipe Menadoro a un extraño doncel. Ante los golpes excesivos que el joven está propinando a su montura para que ésta cabalgue a cierto ritmo, el príncipe le aconseja cambiar totalmente dicha actitud y tratar al animal con delicadeza y buenas maneras; sólo así conseguirá los objetivos que se plantea. El doncel resulta ser el sabio y mago Arismenio en una de sus habituales transformaciones con las que siempre pretende mostrar algún tipo de lección o enseñanza.
–Si esso tú esperas, bien creo yo que no lo alcançaras en tu vida, porque es cierto que antes te cansarás tú de apalearlo que él de recebir los palos, según lo veo porfiado para que passe la suya. Aunque por cierto tengo, según es de buenas maneras e paciente, que si le diesses tanta cevada como golpes, perdonándote su daño e injuria, no dexaría de complazerte en correr, según quieres.
I, 44: Consejo del príncipe Finariel de Francia al emperador griego. Extensos avisos de buen gobierno, en concreto sobre la promoción de la igualdad y la justicia y de cómo tratar a los súbditos del imperio, especialmente en lo que respecta al apartado de los castigos necesarios, donde no debe faltar el rigor y la sobriedad, aunque también la bondad y circunspección frente a los sinceros arrepentimientos. Sorprende, y así se dice explícitamente en el texto, que un joven príncipe aconseje a un maduro emperador sobre estos temas, lo que acrecienta y desarrolla de forma evidente la figura caballeresca y cortesana de Finariel.
I, 48: Consejo del sabio Arismenio al rey Pasmerindo de Hungría. Recomendaciones de buen gobierno, a modo de regimiento de príncipes, y de cómo hacer cumplir las leyes en un territorio determinado. Se insiste en la conveniencia de unificar la justicia, el ordenamiento, la sensatez y la misericordia. En la narración se avisa que poco después Arismenio aconsejará en los mismos términos a Nestarcio, príncipe de Alemania. De igual forma, el sabio recomienda encarecidamente a Pasmerindo que envíe a su hijo, el príncipe Valerián, a la exquisita corte de Nestarcio en Colonia, donde podrá ser criado y educado de la manera más apropiada para su estado y capacidad, así como para su anunciada proyección de futuro gran héroe.
II, 1: Se anuncian por primera vez los "saludables consejos y remedios" del enano Dromisto a sus señores Valerián y Flerisena, consejos que no siempre van a ser palmarios en el texto. De hecho, muchas de las veces se aludirán brevemente, sin presentar articulación alguna. Se trata por lo general de consejos relacionados con el comportamiento amoroso de los protagonistas.
II, 4: Consejo de la doncella Empiralidea al príncipe Valerián. Ante las recientes conversaciones de los jóvenes amantes, Empiralidea pide al caballero que aguarde un tiempo oportuno, invocando a la prudencia y llamando a la reflexión en torno a sus «encendidos fuegos» carnales. Se enuncian algunos dictámenes al respecto.
–Porque según lo que mi padre me contó de vuestros fechos, mi señor, es cosa conveniente prevenir vos para lo venidero, [e] vos certifico que no passaran muchos días que vos converna esforçar para passar, allende de trabajos y afanes que vos no faltarán, muy mayores cuitas y pensamientos de los que fasta aquí tuvistes, los cuales sed cierto que vos ha de aquexar tanto que, cuando por mi padre me fueron declarados, antes recibo descanso. Pues no pueden ser tan grandes que puedan igualar al menor quilate del merecimiento de aquella esclarecida princesa, la cual, no las sintiendo menores, no dexará de vos dar el mayor galardón que jamás fue otorgado, con que assí mesmo se remediará gran parte de los encendidos fuegos que comúnmente abrasarán vuestras entrañas. Por donde vos suplico, señor, que vos alegréis y esforçéis, pues en el fin ninguna cosa será por vuestro esforçado coraçón desseada que no la alcance, aunque los miedos sean no menos largos que enojosos.
II, 5: Consejo de Dromisto a Valerián. En el mismo sentido que el caso anterior, y entre diversas indicaciones y refuerzos oportunos, el enano le recomienda al héroe que sea discreto en sus peticiones amorosas y utilice siempre la cordura, la templanza y la sabiduría.
–Yo no puedo, mi señor, dezir más en estos fechos de suplicar a Nuestro Señor Dios, que así como por agora se muestra servido de lo que está entre vós y la princesa, mi señora, fecho, assí lo traiga al puerto del contentamiento y descanso que por entrambos se dessea. E juntamente que, después de darle las gracias a vós possibles, pues las devidas no sois bastante, aunque vos no diera más del ser que todos los mortales alcançan, cuanto más haviendo vos criado con tanta hermosura y dotado de tan alto estado, que cuasi sois un dechado de sus maravillas, cuando fuera de la presencia de mi señora vos falláredes todo el tiempo que turare. El cual, por breve que sea, se vos ha de representar eterno, según todas las cosas desseadas nos parece sobre cansado alcançar, vos çufráis y lo passéis con el esfuerço y discreción de que no vos fizo Dios pequeña parte, conformando vos con su voluntad. Pues allende d’esto conviene que lo assí fagáis para demostración de vuestra cordura, pues sabéis que ninguno se puede llamar sabio, sino aquél que según el tiempo ordena y después si conviene muda todas sus cosas para su mayor provecho y honra.
II, 6: Consejo de Dromisto a Flerisena. Tras le petición de ayuda de la princesa, el enano le aconseja que se apoye en la fuerza de la esperanza para superar el sufrimiento de la separación. Por otra parte, Dromisto le invita a escribir cartas para expresar su amor y mantener el contacto con su amado, lo que constituye uno de los motivos básicos de los libros de caballerías, si bien no tendrá excesivo desarrollo en la obra de Clemente.
-Por ende, mi señora, pues del vencimiento de la batalla más peligrosa los vencedores caudillos doblada corona e triumpho alcançan, y de contar los mayores peligros y fortunas, después de passadas, mayor descanso se recrece, y los fines más desseados y que más tardan en alcançarse, mayor gloria otorgan yo vos suplido, aunque no fuesse para conservación de vuestra vida, en la cual la de mi señor consiste sino para gozar del descanso y gloria que desseáis, que usando del çufrimiento y esperança que antes dixe, vos çufráis y passéis con aquel esfuerço que para tan grandes fuerças se requiere, pues sabéis que el Alto Señor a ninguno permite tentar ni afligir más de aquello que resistir y passar puede. Y a vós, mi señora, que tan señalada en este mundo hizo, no se ha de creer que se haya olvidado de vos dar la fortaleza que para passar y venir al effecto, de lo que ya está por él ordenado, es conveniente, señaladamente que sé yo muy cierto que para los poder passar vos converna embiarle algunos socorros de cartas vuestras, con que vea que no vos olvidáis de embiárselos, con igual desseo de los recebir para que la vida de entrambos se conserve, hasta venir al fin que, después de tan enojosos y contrarios medios, se espera.
II, 24: Consejo del viejo emperador Octavio a Nestarcio y Arinda. Son las últimas palabras del emperador antes de morir, a modo de testamento. Una vez sabidas las noticias del secuestro de Flerisena, el anciano dirigente les dice que no desmayen en el esfuerzo de la búsqueda, y les da también ciertos consejos de buen gobierno, especialmente con respecto a la preservación de la paz, "la cual es el más firme y verdadero fundamento de todos los bienes". Del mismo modo, les orienta en cuanto al uso de la justicia y la correcta elección de los cargos que la representan.
II, 39: Consejo del rey Zenofor a su hija Diliarda. Largo consejo de buen gobierno que aparece escrito en un libro mágico que sólo Valerián de Hungría ha conseguido abrir. Zenofor le brinda a su hija orientaciones muy precisas y meditadas sobre la correcta administración del país de Lidia. El consejo se encuentra estructurado de forma evidente en diversas áreas; primero se desarrollan las disposiciones respecto al mundo de la justicia, en las que se habla de las leyes, los consejeros, los delitos, y las penas y castigos consecuentes; acto seguido se manifiestan los hábitos y ejercicios que Diliarda debe poner en práctica para adquirir y salvaguardar la condición de dirigente ecuánime; y por último, se exponen ciertas recomendaciones sobre la crianza y educación de los hijos, siempre en búsqueda de la "provechosa doctrina". El consejo recibe un tratamiento especial en el texto, hallándose separado en un cuerpo propio. Se trata, sin duda, del consejo más extenso e importante de toda la obra, y es también el que presenta una estructura y justificación más trabada y coherente. Desde otro punto de vista, podría tratarse de un conjunto de recomendaciones que Clemente quisiera exponer a su mecenas, la distinguida marquesa del Zenete, que unos meses después de publicarse el Valerián, se convertirá en la mujer del duque de Calabria, virrey de Valencia.
II, 39: Consejo del sabio Zenofor a Valerián. Se trata en concreto de un aviso y así se denomina en el discurso. Esta especie de advertencia aparece también reflejada en el libro prodigioso que Valerián ha conseguido abrir. Por otra parte, recibe el mismo tratamiento textual que el anterior consejo, exponiéndose en un cuerpo segregado del capítulo. El aviso se centra en las indicaciones que Zenofor da a Valerián para que encuentre el castillo donde está apresada Flerisena, además de recomendarle el esfuerzo y la paciencia como impulso y gobernalle de la demanda.
II, 77: Consejo de Arismenio a Nestarcio y la corte de Colonia. El sabio aconseja que se encierre a la malvada Boralda en una torre, a la espera de que los consejeros de la corte acuerden la pena correspondiente a la grave traición que ha cometido. Se trata de un claro apunte jurídico.
Y estando en aquello vinieron a dezir a Arismenio cómo ya era ende llegada Boralda, por saber lo que se havía de hazer d’ella. Cuando el emperador lo oyó, no se dexó de conocer en su gesto la turbación de sus sentidos, según lo havía aquella falsa dueña lastimado, después de la haver librado de muerte y encomendado su única hija. Por donde rogó a Arismenio que le aconsejasse lo que hazer devía acerca de aquella dueña, porque la ira y saña que contra ella tenía no le forçassen a hazer cosa que se le tachar pudiesse. El cual le dixo que su parecer era que por entonces se pusiesse en una torre a buen recaudo, y que después con acuerdo de sus consejeros podría determinarse, pues no era razón que en sazón de tan grande alegría huviesse causas de interromperla.
II, 88: Consejo de Arismenio a Nestarcio y la corte de Colonia. Nuevas indicaciones sobre la figura de Boralda y los hechos acaecidos por su causa. Tras la intervención mediadora de la princesa Flerisena, el sabio se inclina por llevar a cabo un juicio donde la maga pueda exponer sus ideas y defenderse ante las acusaciones. El tratamiento jurídico expuesto se halla ligado visiblemente al derecho procesal.
Y de más le rogó, pues ya era razón que se entendiesse en el fecho de Boralda, porque a tan grande traición no se diffiriesse su devido castigo, que le aconsejasse lo que le parecía ser justo que se fiziesse, porque su intención era de librarla o castigar, según se hallaría por derecho. Al cual Arismenio, sabiendo en qué havía de parar tan determinado castigo, dixo que en semejantes casos más se devía regir por lo que los de su consejo le aconsejarían que fiziesse, conforme a las leyes de su imperio, que por otro cualquier alvedrío ni imaginado juizio, señaladamente siendo su voluntad y la razón de se haver con ella conforme a derecho. Por donde los devía mandar llamar y en su presencia y d’ellos venir aquella dueña, porque, vista su accusación y su buena defensa o contraria, se determinasse lo que se hallaría ser justo proveerse.
La disparidad de los consejos, como se ve, es bastante amplia. Hay consejos relacionados con el proceso amoroso de los protagonistas y orientaciones que tienen que ver con cuestiones de orden social, político e incluso legislativo, a destacar los interesantes acercamientos al derecho penal y procesal. Así las cosas, ciertos consejos son en verdad recomendaciones personalizadas sobre las cualidades que atesoran un caballero o una dama, en aras, casi siempre, de futuros enlaces matrimoniales; y otros despliegan algunas anotaciones y curiosidades, como las que se vierten sobre el adecuado trato a los palafrenes o sobre las diferentes técnicas y estrategias de guerra. También podemos encontrar sentencias y castigos de diversa índole, (1) emitidos habitualmente por figuras que simbolizan el conocimiento o la formación en ciertas materias, esto es, sabios, magos, consejeros de la corte y auxiliares específicos de los protagonistas. Asimismo, se evidencian largos parlamentos de buen gobierno, afines a la fecunda tradición de los doctrinales y espejos de gobernantes, (2) que Clemente y los demás autores caballerescos demuestran conocer bastante bien.
De todos los casos expuestos, este tipo de consejos son los más influyentes en el entramado narrativo del Valerián, en tanto que elementos que aquilatan la trayectoria de aquellos príncipes y princesas susceptibles de tomar las máximas responsabilidades sociales y políticas. Futuros emperadores y monarcas reciben orientaciones cabales sobre la dirección política de ciertos países, dictámenes frecuentemente centrados en los intersticios del sistema judicial, en el régimen de leyes, penas, castigos y beneplácitos, así como en las fórmulas para tratar a los súbditos y en la cercanía y sensibilidad que en todo momento debe mostrar el soberano con la servidumbre y con el pueblo.
Con todo, el Valerián toma lo que le conviene de cada tradición pero no representa cualitativamente a ninguna de ellas. La obra de Clemente es, por encima de cualquier consideración, un libro de caballerías al uso, nacido al calor de la cultura renacentista, aunque con evidentes huellas del pasado medieval; vinculado con claridad al modelo amadisiano de Rodríguez de Montalvo y en perfecta sintonía con las obras y series caballerescas que triunfaron en la península ibérica en la primera mitad del siglo XVI.
Eso sí: hay que resaltar la presencia de dos personajes carismáticos que se conducen en numerosas ocasiones como consejeros, asesores e incluso garantes de disposiciones varias, si bien su diferencia atributiva, su desigual peso actuante y narrativo en el relato, llega a ser muy notable. Nos referimos al enano Dromisto, escudero ocasional, y al sabio Arismenio, cronista de la historia en la que ambos se circunscriben. Los dos personajes se apoyan en modelos literarios de gran arraigo que provienen fundamentalmente de la materia artúrica, haz y envés de las fuentes del género caballeresco en el que el Valerián se inserta.
1. El enanoLa figura tradicional del enano bufonesco, de aspecto ridículo y feo, casi siempre amparado por oscuras intenciones y relacionado con el ámbito de la magia y la maravilla, aunque también centro de las risas en las salas de la corte, adquiere en el Valerián el papel de consejero amoroso y confidente de los máximos protagonistas. Desde su aparición en el capítulo sesenta y tres de la primera parte, el enano Dromisto, personaje de extracción social baja, sorprende por su sensatez y buen juicio, por sus rectas palabras y su exquisita formación. Recordemos el momento de su puesta en escena: el enano se halla pescando apaciblemente en la orilla de un río cuando asoman, inquietos, los caballeros Aspalión y Laurén, que andan buscando una manera de cruzar al otro lado. Sin ningún tipo de reparo, los caballeros se burlan de las características físicas del enano, ante lo que el aludido, sin perder la compostura, les viene a responder lo siguiente:
Por más que digáis, cavalleros, no creáis que tengo de me enojar ni menos de correr, pues lo que a mí quitó Dios de piernas y cuerpo, no lo dexó a vosotros de discreción y de seso.
Tras las excusas obligadas por parte de los paladines, que se sienten avergonzados por su mal comportamiento, Dromisto actúa de guía casi mágico y les enseña el vado secreto entre las aguas, lo que viene a representar un viejo motivo folklórico, con tintes cristianos y evidentes raíces bíblicas. A partir de estos hechos, la importancia actuante de Dromisto va creciendo por momentos; tal es así que, mientras las doncellas continúan riéndose de su aspecto y asombrándose por sus ejemplares y oportunas respuestas, el enano se transforma en el escudero fiel de Valerián y su compañero inseparable durante muchas aventuras, y lo que es más importante, en el consejero amoroso que reconforta al héroe con el recuerdo y la esperanza de los amores de Flerisena.
En parecidos términos se va a comportar con la dama, a quien también anima y predispone sentimentalmente respecto al príncipe de Hungría, recomendándole que escriba cartas donde pueda expresar con mayor libertad su pasión y el sufrimiento que le origina la lejanía de su amado. No obstante, la alusión repetida en el texto de los consejos y remedios de Dromisto se convierte pronto en una frase recurrente que no responde a un desarrollo verificable, dado que muchos de esos consejos no llegan a explicarse en medida alguna y deben sobreentenderse en el curso de la acción. En cualquier caso, frente a otros enanos del género, la figura de Dromisto se distingue por sus cualidades retóricas y su capacidad argumentativa, de las que hace gala desde el primer momento que aparece en el relato. Ni el enano Ardián del Amadís de Gaula, abocado a la comicidad, aunque también "mensajero o anunciador de las fuerzas indómitas o relacionadas con la muerte", en palabras de Cacho Blecua, (3) ni Busendo del Amadís de Grecia, que en principio es objeto de risa pero después se convierte en intermediario amoroso entre el héroe y Niquea, ni otros enanos del género de caballerías, alcanzan las coordenadas narrativas de Dromisto, el cual, sin llegar a ocupar un espacio de alto o singular protagonismo, cumple un necesario papel como amigo y asesor de Valerián y Flerisena.
2. El sabioLa otra figura, el sabio Arismenio, es un personaje de gran relevancia en el desarrollo de la historia, empezando por la responsabilidad que se le confiere de la propia materia narrada. En efecto, desde el propio arranque del libro se dice que Arismenio es el autor del Valerián, obra que escribió en latín y que Clemente ha hecho traducir para que sea leída en las dependencias de doña Mencía. También en el íncipit se ha indicado que Arismenio es el autor de los consejos y castigos que aparecen en la segunda parte, lo cual, como vemos en el resumen de incidencias, no es del todo exacto. Claro que, según creemos, Clemente puede estar aludiendo únicamente a cierta clase de consejos, en concreto a los de buen gobierno y organización de eventos, varios de los cuales, eso sí, los formula el mago y protector de los héroes del Valerián. Sin embargo, tampoco es el promotor de todos ellos, entre los que destaca el extenso y substancial consejo que aparece revelado en la aventura del libro mágico, consejo escrito por el sabio rey Zenofor, con el fin de orientar a su hija, la joven Diliarda, en el regimiento político y social del reino de Lidia.
Las raíces de la figura de Arismenio se hallan en el mítico Merlín, personaje que bebe en remotas fuentes célticas y que conforma la imagen del gran consejero y amigo del rey Arturo y los héroes de la Tabla Redonda; mago de grandes ingenios y luengos poderes, cuya evolución en la materia bretona abarca desde apariciones ocasionales hasta obras enteras dedicadas a su vida y figura. (4) La herencia de Merlín, a la que su suma el legado de Morgana, la Dama del Lago y otros personajes similares del ciclo artúrico, se traduce en una vasta comparencia de magas y sabios que abarrotan los libros de caballerías, originando encantamientos de toda índole y asesorando o protegiendo a los caballeros y damas protagonistas, según se tercie. La incorporación de esta figura articula diversas modalidades en las aventuras caballerescas, aunque en general prevalece la enseña de un mago cada vez más cercano y familiar, reorientado en el marco de la religión cristiana y formado en artes de magia blanca y positiva, además de mostrar un gran conocimiento en lenguas antiguas y modernas y en otros conocimientos de carácter potencialmente humanístico.
Arismenio revalida los nuevos ingredientes que presenta el género hispánico y continúa la estela, entre otros, de la carismática Urganda la Desconocida, maga consejera de Amadís y Esplandián, creadora de la fantástica embarcación de la Gran Serpiente y autora de múltiples profecías y transformaciones. Pero, además, Arismenio asume el importante rol de cronista de la historia, responsable, pues, en primera instancia de la materia que se está narrando, como también lo hacen numerosos sabios y magas en buena parte de las series y obras caballerescas: el médico Helisabad en las Sergas de Esplandián de Rodríguez de Montalvo; el sabio Alquife en el Lisuarte de Grecia y el Amadís de Grecia de Feliciano de Silva; la pagana Zirfea en las dos primeras partes del Florisel de Niquea, también de Silva; el moro Xartón en el anónimo Lepolemo o Caballero de la Cruz; la maga Califa en el igualmente anónimo Félix Magno; el sabio Doroteo en el Cristalián de España de Beatriz Bernal; el quijotesco Fristón en el Belianís de Grecia de Jerónimo Fernández; los sabios Artemidoro y Lirgandeo en el Espejo de príncipes y caballeros de Diego Ortúñez de Calahorra; y la fabulosa Ipermea en el Olivante de Laura de Antonio de Torquemada. (5)
El sabio Arismenio se une a todos ellos y reproduce las funciones de cronista o historiador de la fábula, lo que lleva a cabo mediante la observación directa y la participación en los acontecimientos que están relatándose, si bien la voz narradora utiliza la tercera persona como técnica de alejamiento, modelo en el que ya se habían apoyado los providenciales Dares y Dictis con sus famosas versiones de las crónicas troyanas. (6) En el suma y sigue de su particular etopeya, el cronista del Valerián materializa las facetas de mago y donante benéfico, produciendo encantamientos, transformaciones y profecías que le convierten en el representante de la magia conciliadora, frente a la magia negra y demoníaca protagonizada por la hechicera Boralda, que utiliza añagazas perversas y engaños indebidos. Pero la evolución más notable de Arismenio es la que supone su desenvolvimiento como primer consejero y asesor de príncipes y reyes, especie de camarlengo real con capacidad decisoria y organizativa. En el capítulo cuarenta y ocho de la primera parte, Arismenio habla con Pasmerindo, rey de Hungría, y le hace diversas observaciones sobre el buen gobierno de los reinos y sobre cómo deben interpretarse las leyes y ordenaciones de los mismos, siempre tomando a Dios como referencia suprema, en total acomodo con el ordo iuris medieval. Le aconseja, en fin, hacer cumplir la justicia, "acompañándola de mucha misericordia". A partir de ese momento, Arismenio va creciendo en las atribuciones de consejero y coordinador de actividades, sin dejar de cumplir por ello su misión preservadora con Valerián, ni sus orientaciones con la princesa Flerisena, lo que además hace con ayuda de Empiralidea, su hija. Tras la gran aventura en el castillo encantado de Boralda, el buen sabio organiza el regreso de los héroes, conduce al grupo en su viaje por tierras orientales y prepara posteriormente las bodas y fiestas en la admirable corte de Colonia.
Su presencia activa junto a Nestarcio, príncipe y después emperador de Alemania, es sin duda la mejor evidencia de su condición de primer ministro y consejero. Recordemos que Nestarcio representa la mayor promoción política en toda la obra, además de acaparar múltiples aventuras caballerescas y de responsabilizase de la educación y crianza del héroe protagonista. En torno a Nestarcio y su familia, la ciudad de Colonia se transforma en el ámbito cortesano por antonomasia, donde acuden caballeros y damas para participar en celebraciones de diversa índole, y donde precisamente Arismenio tiene ocasión de combinar sus variadas tareas y obligaciones. Entre otros asuntos, y ante la petición expresa del emperador, el sabio cronista organiza el proceso penal de Boralda, llegando a considerar la realización de un juicio en el que pueda oírse la defensa de la maga traidora, todo lo cual representa un oportuno y relevante apunte jurídico, nada corriente en los libros de caballerías. De esa forma, los episodios de la reclusión de Boralda, así como los dedicados a las múltiples ceremonias acaecidas en Colonia, terminan de concretar el perfil de Arismenio como factótum de la consejería de príncipes, y ello a pesar de dos excelentes lecciones de gobernación emitidas por otros personajes: el asesoramiento del joven Finariel al emperador griego, en el capítulo cuarenta y cuatro de la Parte Primera, y, especialmente, el sesudo y acabado consejo que deja escrito el rey Zenofor para su hija Diliarda, como puede verse en los episodios treinta y ocho y treinta y nueve de la Parte Segunda, destinados a la fundamental y emblemática aventura del libro encantado, de la que sale exitoso Valerián, el mejor caballero del mundo.
APÉNDICE
CONSEJOS DE BUEN GOBIERNO
De Finariel al emperador griego:
–Aunque yo, mi señor, con estos hombres y por parte del emperador Octavio, sea venido para el effecto que se vos ha dicho, y traxesse propósito de entender en ello como cualquier de los dos embaxadores que principalmente el cargo traen, y de me no dar a conocer fasta que, o por vía de cocordia o de lo contrario, fuesse despachado, agora que por ser ya conocido no puedo ni devo hazer lo que traía propuesto, pues no sería razón, siendo la emperatriz, mi hermana, y la princesa, mi sobrina, hablar yo por parte de aquel honrado emperador. Tengo, aunque no quiera de mirar, por lo que a esta otra cumple, como aquel a quien de todo vuestro bien y honra ha de caber igual parte y de lo contrario. Por donde, viniendo a lo que dezir entiendo, yo no sé, poderoso señor, ni alcanço que en este caso del cual se tracta, vós ayáis de consultar ninguno de vuestros deudos y altos hombres, porque si ante ellos se propone que el imperio griego de grandes tiempos aca no ha salido de vuestro linage, y que haziéndose este casamiento se ha de enagenar, cierto es que vós mesmo buscáis ocasión. Por donde alguno de los que de vuestro linage son, se ponga en el pensamiento que como a vuestro deudo le pertenece el imperio, y que por razón él ha de ser emperador, para cumplir lo cual no dexará de buscar todos los medios con que su mala intención e peor pensamiento pueda traer a effecto.
»E lo que más se ha de considerar es que si algún aparejo para ello viere, no atenderá el fin de vuestros días, antes al primero que trabajará de matar seréis vós, señor, haziendo cuenta que, siendo vós muerto e faltando legítimo sucessor en el imperio, y otrosí quien lo defienda, antes que se determine quién será emperador, se podrá apoderar del imperio o de la mayor parte, lo que después sería tan diffícil de cobrar como por la vía que digo fácil de perder. Por donde, señor, en este cabo de consultar vuestros deudos y los otros que dexistes, a mí parece que se debe poner silencio, pues ningún provecho puede d’ello suceder, señaladamente que como mejor que yo sabéis, los hombres a quien Dios tales estados como a vós, señor, encomendó, no han de subordinar sus voluntades en semejantes casos a sus vasallos ni deudos, siquiera porque no tomen aquella posseión que después por no perderla suelen aventurar las vidas e destruir las haziendas. Porque el amor que los prínicipes han de mostrar a sus súbditos, no ha de estenderse para más de honrarlos y no quitarles lo suyo, galardonarles sus servicios, serles liberales en las mercedes que les pidieren, pues sean justas, mantenerlos en igualdad e justicia, defenderlos de quien los quisiere dañar, pues con ellos conservan sus estados, tratarlos con humildad, y en los casos que pudieren serles tan misericordiosos cuanto en los que no devieren justicieros rigurosos, porque con lo primero se gana el amor, y con lo segundo el temor, los cuales no concurriendo en uno, agora por la parte más flaca o por la más fuerte, no pueden mucho tiempo sostenerse. Pero si allende d’esto les consienten estender las manos para que alcancen y entiendan en las cosas de voluntad, como ésta que no requiere sino la vuestra, la cual han de seguir, aunque no quieran. Si otra vez o muchas quisiéssedes usar de la libertad y señorío que Dios vos dio sin consultarlos, luego vos irían a la mano diziendo que semejantes cosas no las devéis ni podéis despachar ni determinar sin consejo e intervención d’ellos, trayendo vos en consecuencia y exemplo las que de la mesma cualidad, concurriendo el voto y assistencia d’ellos, determinastes.
»Y lo que siento peor es que cuando esto se osa dezir, ya está más aparejada la resistencia que el castigo, el cual en tales casos no se debe dexar de hazer sin mucha rigurosidad, todo lo cual pudiendo se debe escusar, porque, en fin, aunque los castigos sean provechosos en los casos que hazer se deven para conservación de los estados, todos redundan en daño de los príncipes que fazer los mandan. No digo yo, señor, que sin haver consejo vos determinéis, porque las cosas que sin acuerdo y repentinamente se hazen, por igual traen las más vezes el arrepentimiento. Pero digo que el consejo sea regulado y tomado de aquellas personas de quien necessariamente y de las otras que sabéis que con sanas intenciones vos han de aconsejar, y de cada uno por su parte y sin interposición de largo tiempo, porque en los votos no se concierten, y después que vos determinéis en aquello que principalmente viéredes ser conforme al servicio de Dios y después a vuestra honra y conservación de vuestro estado.
»Y pues con cuanto he dicho aun no he declarado mi parecer, puesto que sea atrevimiento dezirlo no me lo pidiendo, por no bolver más a esta plática, digo, señor, que por lo que yo he visto e conocido de la persona y estado del emperador Octavio, y por lo que he oído de la bondad e valor del príncipe, su hijo, y por lo que después que lo he conocido alcanço, que puesto que no precediera tan gran servicio como vos hizo en la liberación de mi sobrina, por el cual sólo le sois deudor de tanto que con todo vuestro imperio no se lo podéis satisfazer, merece no solamente a la princesa por muger, aunque mucho valga y tenga. Pero aunque sobre lo que tiene y espera se le añadiesse cuanto el Sol circuye y ve, suplico vos, señor, me perdonéis por el trabajo que para escuchar mi simple razón y parecer, vos he dado. Y otrosí por el atrevimiento que para ello he tenido, pues el desseo de serviros, junto con lo que dixe que de vuestro bien y honra, o de lo contrario me ha de caber, han dado para ello causa. (I, 44, ff. 77r-78r)
De Arismenio a Pasmerindo:Dicho aquello, passando los otros adelante para tener compañía a la princesa, Arismenio comencó de hablar al rey Pasmerindo, que con él quedava, en esta manera:
–El don que yo a vós pedí, y desseo que cumpláis, mi señor, es que, pues el Alto Señor sobre todos los otros príncipes de vuestro tiempo vos ha dotado d’estado y de otras gracias que en vos florecen, señaladamente haviendo vos elegido por padre del más hermoso fijo y esforçado cavallero que en nuestros tiempos y en muchos antes se a visto, no desconozcáis su soberano poder sino que en todos vuestros fechos vos conforméis con su voluntad, siguiendo siempre aquello que sea su servicio, desechando lo voluntario. Pues ninguna cosa ay de que más se sienta desservido que del desconocimiento e ingratitud, porque quiere principalmente que lo reconozcan por señor, y que no crean que por sí mismos, por grandes o mayores príncipes que sean, tienen cosa buena. Porque es cierto que aquellos que se goviernan por sus propias voluntades y no las sojuzgan a la razón, desconocen a quien les otorgó el poder para regir y governar, señaladamente si con la libertad que de señorear y mandar tienen, interpretan las leyes e ordinaciones a su sabor, y no según la intención del instituidor d’ellas. Porque, por grandes príncipes y señores que sean, ley tienen y ley han de guardar, y siempre que la rompieren, contravienen a la voluntad de quien la impuso, de la cual contravención se siguen los açotes, los cuales muchas vezes padecen los reinos más por culpa de sus señores que de aquellos a quien alcançan, mayormente, cuando la tal voluntad emplean en rigurosidades. Porque en tal caso sin ninguna comparación es mala y dañada, porque no ay razón para hazer creer que el cruel y riguroso pueda ante Dios fallar misericordia, a lo menos en el otro siglo, en el cual es cierto que no se pueden hazer cosas con que se satisfaga la menor de las culpas cometidas, dexada aparte la satisfación que por la penitencia se alcança.
»Y sobre todo, señor, que no vos ensobervezcáis por grandes felicidades que vos avengan, pues sabéis que ésta es la madre, la cual concibe y después pare aquellos fijos que, dando en la juventud infinitos desatientos a sus padres, los rematan en la vegez, que es la muerte, con eternas penas, sino conformando vuestra voluntad y obras con la intención del dador, que de la ley dixe, vos rijáis por la justicia, acompañándola de mucha misericordia, siempre que hazerlo pudiéredes, no siguiendo las pisadas de muchos príncipes que, teniendo en sus casas por consejeros y muy favorecidos hombres, que desirviendo a Dios y siendo de sus almas homicidas, y de todos sus pueblos, son rigurosos executores contra los baxos. Porque siendo mal regidos y peor tratados, se quexan de los que tiránicamente los goviernan, con que muestran anteponer sus honras y poder a los del Alto Señor, los cuales sin ninguna comparación devrían más zelar y hazer guardar e temer. Otrosí que vos guardéis de aquellos que conociéredes, que por aprovechar sus casas y enriquecer sus hijos y deudos porpornan la fidelidad que vos devieren y trabajarán de poner vuestra honra en condición, y vuestra alma, que es más de temer, en perpetua pobreza y miseria. Y que honréis e hagáis mercedes a los que vos irán a la mano con sanas intenciones ni saludables consejos, no curando de sus propios interesses, porque, puesto que el coraçón e intención de los hombres no se puedan en un instante conocer, por las palabras que d’ellos proceden, según a la parte que las endereçan, aunque más lo dissimulen, muy fáciles son de comprehender.
»Todo esto vos he querido dezir, poderoso rey e mi señor, no porque en vos dexe de conocer de presente vuestra voluntad como se deve regulada, sino porque el desseo que de serviros tengo, y voluntad de vos prevenir para lo venidero, me han dado para ello causa. E otrosí porque podría ser que, no teniendo cura de vos conservar en ella, cayésedes de tan alto que la subida al mesmo lugar fuesse muy diffícil. Y por dexar vuestro coraçón, en lo que a mí se otorga, satisfecho y alegre, vos certifico que allende que vuestro fijo será tan hermoso y esforçado como dixe, su ventura y maneras serán tan buenas que no menos será estremado en esto segundo. Por donde verná a señorear tan grandes estados que el vuestro, puesto que sea grande, ante los suyos es pequeña cosa. Y porque a los fijos, cuando en casa de sus padres se crían, siempre los regalos les impiden que alcançar no puedan las cosas que cumplen para su dotrina y criança, tan cumplidamente como conviene, será bien que el príncipe, vuestro hijo, cuando huviere cumplido siete años, en la cual edad mayores serán sus fuerças y saber de lo que extimar se puede, lo embíeis a la casa d’este, vuestro buen amigo, el príncipe Nestarcio. En la cual, señor, podéis ser cierto que todas las cosas de criança y virtuosos exercicios florecen, y adonde el príncipe Valerián, no con menos cura de la que vós, señor, si ende fuéssedes presente terníades, sera criado y enseñado, allende que de su criança y conocimiento nacerán los principios del bien que le está guardado. Y porque tengo de hablar a estos dos príncipes, pido vos, señor, por merced, me perdonéis mi atrevimiento, pues sabéis la causa que para ello he tenido. (I, 48, ff. 86v-88r)
De Octavio a Nestarcio y Arinda:-Y porque no sería bien que, por nos acordar tanto de nuestros fechos, nos olvidemos los de vuestros vasallos que como los propios somos tenidos de mirar. Por donde no usaríamos de la perfeta virtud de charidad, sin la cual todas las otras pueden obrar pequeños o ningunos effectos. Otrosí vos mandamos que a los vasallos que diximos, los cuales mejor dixéramos vuestros, tratéis con aquella misericordia que agora nosotros desseamos alcançar. Porque en semejante y cualquier otra jornada no temáis que vos sea negada, pues es cierto que por una regla y medida han de ser la satisfación y el castigo. Y que juntamente uséis de la virtud de la justicia, atendiendo siempre las divinas más que las humanas, pues las primeras son tan verdaderas cuanto las otras pueden ser erróneas, por la differencia de los instituidores d’ellas. Trabajando no menos de los conservar en paz, la cual es el más firme y verdadero fundamento de todos los bienes, assí para este como para el otro siglo. Y que vos contentéis con lo vuestro y aun dexando algo d’ello, sin usurpar lo ageno, porque si una vez començásedes de gustar la dulçor que el allegar thesoros trahe consigo, para aquellos que no sienten o no quieren sentir la ponçoña que dentro tienen enxerida, por ventura, aunque después quisiéssedes dexar vos d’ellos, no se vos otorgaría, assí por la pena y descontentamiento que se vos recrecería, como porque havría de preceder la gracia del Señor, sin la cual ninguna conversión de mal a bien puede hazerse, allende que se vos impornía nombre de codiciosos, que es el peor que los príncipes tener pueden.
»Y si después por quererlo perder usássedes de grandes liberalidades, no dirían sino que distribuís en público lo que robastes en secreto por ganar nombre de liberales. El cual con razón vos trocarían con el de pródigos y vanagloriosos, porque esta virtud de liberalidad tiene dos imperfeciones tan annexas consigo, a saber es de prodigalidad y vanagloria, que pocas o ningunas vezes en los semejantes se halla sin una d’ellas y aun con las dos juntas. Y sobre todo que miréis que los cargos de justicia no los tengan hombres que, allende de ser sabios, dexen de ser virtuosos y ricos, porque la ignorancia y el vicio o la necessidad no los tuerce que desvíen del derecho camino. Pues, faltando en ellos cualquier d’estas tres cosas, con gran peligro podrán bien juzgar.
»Y porque ya nos parece tiempo, según sentimos que nos queda poco, para atender en nos adereçar para lo ál que en este último camino conviene, amados fijos, quedad con Dios. Al cual plega dar vos su santa bendición, assí como vuestra madre y yo vos damos la nuestra, supplicándole vos otorgue que el tiempo que biviéredes sea con mucha paz y concordia, feneciendo en su santo servicio. (II, 24, ff. 177r-177v)
Del sabio Zenofor a Diliarda:Consejo
En el tiempo que tú, mi hija Diliarda, pascieres las yervas de la greciana selva, a todo el estremo de tus cuitas y penas serás llegada, hasta que caminando por sus veredas y sotos llegues a la cueva en que su principal guarda y pastor acogerse acostumbra con sus domésticos ganados, entre los cuales fallarás un blanco y estraño herminio, en quien las manzillas que se demostraren negras señalarán los claros señales de su tristeza, de la cual en aquella sazón havrá tomado el nombre. En cuyas blancas uñas venido el libro, que por me no doler menos de su pena de tu daño, para el remedio d’entrambos he querido dexar, por la virtud de la lealtad que sobre todas las otras animalias del Universo en él florecerá, será sin fuerça ni sabiduría abierto. Con que, pareciéndose en ti carecer de juizio en aquella sazón y punto, arremeterás para te abraçar con sus pieles, besando su rostro y manos, sin que pueda ni se lo otorgue contradezir tu alegre furia. Pero después que la razón sobrare tu movimiento y huviere oído tus justos clamores, ten por cierto que vencido de su virtud propia y de la piedad de tus penas, te leera lo que hasta aquí oíste y lo demás que agora oirás.
Otro día después de abierto el libro, trabajarás que sean cavalleros Soranter y Sedanel, tus cormanos, por mano del que havrá sido dichoso de lo abrir. Con los cuales, bolviendo lo más presto que se te otorgare a tu reino e ciudad de Lidia. A la puerta por donde vernás a entrar, hallarás un viejo con las barvas muy largas. El cual no dudará de levarte a una pobre casa, adonde sin recelo con tus cormanos podrás alvergar, contándole después de llegada tus fechos, porque con mayor brevedad puedan por consejo de aquel buen hombre venir a su devido fin. Pero cata que prevengas a tus cormanos que la noche que irán a las casas de tu mayor enemigo, que solía llamarse mi hermano, la voluntad ni la saña no los mueva a essecutar lo que levarán ordenado, hasta el punto que traherán señalado, en la cual sei cierta que el dolor de su muerte no impedirá sólo un punto la alegría con que serás recebida.
Por donde no has de olvidarte de satisfazer ni ser desagradecida a los que en aquella sazón y después te havrán servido. Pues no dexa de ser justo que antes quedes tú sin hazienda, que ellos con quexa, ni menos seas cruel contra el cuerpo de aquel que de ti no se apiadó, pues las venganças no se han de executar en los que son fuera d’esta humana vida. No destierres sus criados ni amigos, ni menos te sirvas d’ellos, porque cuanto es lo primero cruel, tanto es lo segundo peligroso. No dexes de honrar a todos conforme a lo que merecen, pues con pequeño precio alcançarás lo que no podrías con gran thesoros. No te determines presto porque menor es el trabajo del pensamiento que el dolor del arrepentimiento.
Harás la justicia igual porque no çufre excepción. No seas rigurosa porque más cierto es el galardón que los misericordiosos esperan, que los que usaron de grandes rigores. No te halaguen lisonjeros porque sus palabras no carecen de veneno. No halle en tus oídos mayor entrada el grande que el pequeño, porque no dude el pobre venirte a pedir justicia. Visita tus pueblos a menudo, remediando lo que conviene y no dexando las malas costumbres permanecer. No los rijan los que regir los dessean, sino los que por ti, precediendo verdadera información de sus vidas, nombrados fueren. No tengan cargos de justicia, hijos ni deudos de tus consegeros, porque si erraren cierto es que no te aconsejarán que los castigues, por no causar destientos ni daños a los que dessean enriquecer.
No otorgues officios perpetuos porque el continuo mandar causa sobervia al que era antes humilde y gran menosprecio si después lo perdiere. Cata que por importunidad de ruegos no hagas cosa indevida, pues con desechar los dos vezes cobrarás tanta libertad como de lo contrario fatigosa servidumbre. No seas larga en proceder contra los presos, porque no reciban dos castigos de su delito, el uno de la prisión y el otro de la pena que se les manda dar por las leyes. No salgas a menudo de tus palacios porque el pueblo te vea siempre con desseo. En los pequeños casos no muestres admiración, pues sin ella has de castigar los grandes. En tu presencia ni fuera d’ella no permitas que se atrevan a hazer a alguno injuria sin castigarlo, porque de semejantes floxezas se causan los atrevimientos que después no conviene dexarlos sin exemplar castigo. No consientas en tus tierras juegos desonestos ni blasphemias, porque de los pecados estraños no padezcas tú la pena.
Hablarás pocas vezes y aquéllas sobrepensado, porque de la velocidad de tus palabras no se te cause ser juzgada por ligera o ignorante. No muestres ser amiga de novedades, porque mayor sería el trabajo de despedirlos que con ellas te vernían que el deleite que de oírlas se te podría recrecer. No estés jamás ociosa porque el ocio es padre de los vicios, aunque otros le dizen ociosidad madrastra de las virtudes, sino que te exercites en mugeriles e honestos exercicios, o en leer libros de auctos virtuosos y de hombres sabios, porque no pierdas el tiempo que es irrecuperable. Sea tu dormir aquello y no más que según tu complexión te consejarán los maestros, porque allende que sería para tu salud dañoso, no dexarías de perder el tiempo que dixe, en el cual puedes cobrar grande doctrina.
Da siempre de lo tuyo antes que de lo ageno tomes, porque los príncipes no pueden alcançar mejor nombre que de francos ni peor de codiciosos. Favorece la iglesia sin poner mano en los que de Dios son por malos que te parezcan, pues cada pastor ha de dar cuenta de su manada. Viste tu persona y criados más honestamente que rica, porque allende que no es provehoso ni honesto pornías tu fama en peligro y tu casa en necessidad. Considera los fines antes de hazer los principios, porque no comiences sino lo que acabar pudieres. No tengas para tu servicio más criados de aquellos que sustentar pudiéredes y galardonar sus trabajos, porque de otra suerte ni tú podrás ser devidamente servida, ni ellos según sus servicios satisfechos.
No consientas en tu casa estrados ni conversaciones que no sean honestas, porque de la diffamación y sospecha la mayor parte sería tuya. No tengas tus mugeres encerradas ni oppressas, ni menos gozen de toda libertad, porque entrambos estremos son peligrosos. No atiendas para casarlas que envejezcan ni menos las cases muy moças, porque lo primero trahe consigo aborrecimiento y lo segundo orgullo y poco çufrimiento, con que, teniendo sus maridos malas vidas, no las passan ellas buenas. Trata siempre a los tuyos y estraños con amor, porque de lo contrario son mal quistos los príncipes. No tengas ni muestres en ningún caso saña, sino que forçada por las leyes lo hagas, porque allende que para lo de Dios es peligroso, siempre te sería atribuido a vengança y no a la administración y essecución de la justicia. En fin, no hagas bien sin desseo ni castigo sin pesar, pues de lo contrario no podrías sino ser castigada o sobradamente arrpentida.
Y porque mi saber e juizio no alcança que tu hayas de ser ayuntada a varón, occupado de mis dolencias no quise tomar trabajo de escribir lo que para aquel género de vida te convernía hazer. Pues cuando de casar huvieres y haver fijos, con sola obediencia que a tu marido tengas como a principal, complacencia como a amigo, conformidad como a compañero, y permaneciente voluntad de seguir la suya, no podrás sino bivir con él en mucha paz, con la cual todos los bienes no acrecientan menos que de la discordia disminuyen. De la criança de tus hijos aún más breve será la regla, pues con criarlos sin regalos y enseñarlos de personas que sus vidas son conformes a sus sciencias, no pueden sino recebir provechosa doctrina, para la cual el principal fundamento es temor, halagos lo contrario cuando los conocen. Por donde la discreción de los padres ha de sobrar al amor de los hijos, pues nunca se halló que el hijo castigado acarreasse mala vegez al padre ni el vicioso buena.
Y pues teniendo este orden y regla, con tu natural proprio, lo podrás mejor servir que yo de tan lexos aconseja. Trabaja de lo cumplir como vieres ser más conveniente, porque si te no desmandas ten por cierto que no podrás sino bivir los días d’este humano siglo muy leda, recibiendo en el fin d’ellos el galardón que a los que bien governaron esta aparejado. (II, 39, ff, 210v-211v)