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La Ilíada de Homero
Poema épico en veinticuatro cantos (804 versos hexámetros), su tema es un episodio de la
guerra de Troya, la cólera de Aquiles, que se sitúa al final del asedio a la ciudad. Agamenón, el jefe
de los aqueos, ha arrebatado a Aquiles su cautiva Briseida. Aquiles, furioso, decide abandonar los
combates y su madre Tetis consigue que la afrenta infligida a su hijo sea vengada por Zeus con la
derrota de los griegos (canto I). Tras el recuento de las fuerzas presentes, ambos bandos deciden
terminar la guerra mediante un combate singular entre Paris y Menelao. Pero Afrodita saca del
combate a su hijo Paris en el momento en que iba a ser vencido.
Al quedar roto el pacto entre troyanos y griegos, se reanuda la guerra (cantos II-IV). Ayudados
por Atenea, los griegos, y particularmente el héroe Diomedes, triunfan sobre los troyanos (canto
V). Tras un canto dedicado esencialmente al regreso de Héctor a casa y a su despedida de Andrómaca,
su mujer (VI), el combate se reanuda y consagra la victoria de los troyanos (VII-VIII). Se intenta
vanamente que Aquiles regrese al combate (IX) y Ulises realiza una expedición nocturna con
Diomedes en el campamento troyano (X).
La contienda se reanuda y en esta tercera batalla el primer papel corre a cargo de Agamenón
(XI). Los troyanos llegan hasta la flota de los griegos y les infligen una severa derrota (XII-XV).
Los cuatro cantos siguientes suelen designarse con el nombre de «Patroclia», ya que contienen
un episodio decisivo para la acción: la muerte de Patroclo. Éste, tras haber obtenido de Aquiles sus
armas, se lanza al combate y perece a manos de Héctor, que le despoja de su armamento (XVI).
Desesperado por la muerte de su amigo, Aquiles decide vengarse reanudando el combate y Tetis le
hace fabricar por Hefesto una nueva armadura, con un escudo maravillosamente adornado.
Tras haberse reconciliado con Agamenón, Aquiles se prepara para combatir (cantos XVII
-XIX). Se inicia la última batalla: Aquiles se entrega a una verdadera matanza en las filas de los
troyanos y, tras haber perseguido a Héctor alrededor de la murallas de Troya, lo mata (XX-XXII).
El canto XXIII está dedicado a los juego fúnebres en honor de Patroclo. Después, Aquiles
cede a los ruegos del viejo rey Príamo, que ha llegado para reclamar el cuerpo de su hijo Héctor, y
la obra acaba con las exequias del héroe troyano (XXIV).
A pesar de la extensión de este poema, sin embargo, forma una unidad clara y sencilla, bien
fundamentada tanto interna como externamente. La acción, narrada directamente por el poeta, ocurre
en el décimo año de la guerra de Troya.
La acción principal de la cólera de Aquiles, puesta en movimiento en el canto I, está
combinada con una acción más general, que le sirve de fondo, la de la guerra de Troya, que, aunque
ya está en su noveno año, se presenta casi con la novedad del primer día de lucha: de ahí la
enumeración de los combatientes en los dos catálogos del canto II, el duelo de Paris y Menelao
(principales interesados en la guerra) en el III, las intervenciones de otros grandes capitanes, como
Diomedes, Áyax, Ulises, Idomeneo. Y una y otra acción están entretejidas, no meramente
yuxtapuestas, con todo el aparato divino, que unas veces se mueve independientemente en el monte
Olimpo o en el monte Ida, y que otras actúa juntando los hilos de su acción a los del acontecer
humano.
El plan que para desagraviar a Aquiles concibe Zeus en el canto I no se cumple hasta el
canto XI. Pero la acción se desarrolla de modo imprevisto, pues quien interviene es Patroclo, es la
muerte de éste lo que impulsa a Aquiles a participar de nuevo en la lucha y es el propio Aquiles el
que en el canto XVII, se anticipa a la satisfacciones que quiere darle Agamenón y prefiere olvidar
lo ocurrido. La intervención de Aquiles conduce en un formidable clímax (nuevas armas forjadas
por Aquiles; llanto de sus caballos; batalla general de los dioses; el Escamandro, dios fluvial, se
enfrenta a Aquiles; Hefesto, dios del fuego, reduce al Escamandro) al punto culminante de la acción,
que es la muerte de Héctor, para luego llegarse, en los cantos XXIII y XXIV (funerales de Patroclo,
rescate del cuerpo y funerales de Héctor), a una relajación emocional que deja que, al final del
poema, prosiga la guerra contra Troya, que ha servido de fondo para la acción principal.
La tensión y la lógica con que se desarrolla la acción resultan de interés por el acontecer
humano, en el cual, no obstante la intervención divina, no debe verse como una concatenación de
culpas y castigos. Sería no comprender la
Ilíada admitir en ella un plan moral superior y creer que
Agamenón es responsable de su actitud frente a Aquiles en el canto I, que Aquiles es culpable de
persistir en su cólera, que la muerte de Patroclo fue su castigo y que el devolver el cadáver de
Héctor era reconocerse culpable de su muerte. El hombre homérico no tiene libertad, es el instrumento
manejado por fuerzas superiores que se apoderan de él.
El plan de la acción está concebido dinámicamente y esta tensión es la que Aristóteles
(Poética XXIII 1459a 30) reconocía en la
Ilíada como característica que la distinguía de los poemas
cíclicos.
El acontecer decisivo está concentrado en cuatro días, que sólo llegan a cincuenta y uno si
se les suman días vacíos de acción, como los nueve que dura la peste, los doce de estancia de los
dioses entre los etíopes, los doce de ultrajes al cadáver de Héctor y los nueve que gastan los troyanos
en acarrear leña para su pira funeraria.
Este dinamismo está conjugando con la aplicación de una técnica dilatoria, que hace crecer
la impaciencia del auditorio o del público lector y crea una situación de prolongado «suspense». El
descalabro de los griegos, previsto en el plan de Zeus del canto I, se demora hasta el XI y ello deja
sitio libre para que, en ausencia de Aquiles, otros caudillos griegos realicen grandes proezas. Al
final del canto XI está claramente concebida la intervención de Patroclo con las armas de Aquiles,
pero no se produce hasta el XVI. Muerto Patroclo en el canto XVI, la noticia de su muerte no le
llega a Aquiles hasta el canto XVIII, y, aunque la incorporación de Aquiles parece inminente, éste
no combate hasta el canto XX y sólo en el XXII tendrá lugar su duelo con Héctor.
Todo el conjunto refuerza la impresión de unidad por una serie de toques magistrales, que
confieren a ciertos personajes una auténtica grandeza trágica.
Así, hay flotando en el ambiente el presentimiento, casi certidumbre, de que llegará un día
en que Troya será destruida. Lo expresa Agamenón al contemplar la herida que Menelao ha recibido
por la flecha de Pándaro (canto IV); lo manifiesta Diomedes al rechazar la proposición de retirada
(VII) y sale de la boca del mismo Héctor en su despedida de Andrómaca (VI), para quien la suerte
de Troya se vincula cada vez más a la de Héctor.
El propio Aquiles, desde el canto I, está bajo el destino fatal de su propia muerte, que le da
grandiosidad cuando en el canto XVIII decide vengar a Patroclo, a pesar de que, dando muerte a
Héctor, acelerará la suya propia.
La figura de Héctor, el buen hijo, el defensor de su patria en una causa ajena, se hace mayor
por su conciencia de víctima. En el canto VI Andrómaca le llora como muerto y él piensa ya en la
esclavitud a la que su esposa se verá reducida. Y, sin embargo, en el calor de la lucha desoye la
triple advertencia que le hace el prudente Polidamante en los cantos XII, XIII y XVIII, de la que
sólo se acordará en el XXII, cuando se encuentra solo, entregado a su destino, frente a Aquilea.
Realizado por Enrique Celis Real
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