Para concluir, bajo la premisa de la ejemplificación y la moral cristiana, todo cuanto sucede
tiene una finalidad clara y evidente, se trata de cumplir con amenidad los propósitos culturales,
estéticos y morales de la obra. No se trata de seguir fielmente el modelo, clásico o no tanto, como
fueron sus fuentes, sino de supeditar todo a un propósito más elevado, de mayor prestigio y de
acuerdo a los cánones de la Edad Media europea y española, con una motivación didáctica y
moralizadora, ya que hay que enseñar, pero por encima de todo enseñar moral cristiana, a ser
posible, con ejemplos, que, si son clásicos, todavía tienen mayor autoridad y prestigio.
2.- Tratamiento de personajes.
En cuanto al tratamiento de personajes, conviene hacer una distinción previa: por un lado,
las divinidades y seres mitológicos; y, por otro, los humanos, héroes o no. Hecha esta diferenciación,
pasaremos al análisis.
Lo primero que destaca, ante todo, es la mezcla, consciente o no, de divinidades griegas y
romanas, incluso en un mismo episodio o fragmento de él, frente a la obra griega, donde, por
supuesto, sólo encontramos divinidades helenas. Veámoslo en una serie de ejemplos.
En el episodio de la manzana de la discordia aparecen Venus y Juno (divinidades romanas)
y Palas (divinidad griega), que, aunque en la obra griega no aparecen, recuérdese que este episodio
no existe, en el mito original eran Hera, Atenea y Afrodita. Está claro que existe una confusión
entre los nombres, ya que Hera en Roma fue identificada con Juno y Venus con Afrodita.
También encontramos lo mismo en la intervención de Venus en el juicio de Paris, al decir que su
padre es Júpiter, identificado con Zeus.
Cuando Eneas es sacado de su combate para no morir a manos de Diomedes, es Venus
quien lo realiza, no Afrodita como en el poema homérico.
Esto se podría interpretar como un descuido o, simplemente, un intento de que el lector
tenga más facilidades a la hora de reconocer a la divinidad en cuestión.
Sin embargo, se pueden observar dos hechos importantes, como son el grado de igualdad en
que están los dioses grecorromanos y Dios e, incluso, que Héctor, al orar antes de su combate
decisivo con Aquiles, se aclame al Señor, no a Zeus, como sucede en la obra griega.
En otro orden de cosas, también convendría señalar una diferencia sustancial: en el poema
homérico las intervenciones «deus ex machina» de las divinidades son más abundantes que en la
obra medieval, donde se da la de Venus en el caso del combate de Eneas con Diomedes.
En efecto se producen cinco intervenciones «deus ex machina» en la
Ilíada: Afrodita salva a Alejandro (Paris) de morir a manos de Menelao (canto III), Afrodita salva a Eneas de morir a
manos de Diomedes (canto V), Posidón salva a Eneas de morir a manos de Héctor y Apolo salva a
Héctor (canto XX) y Apolo aleja a Aquiles de la lucha con el río Escamandro (XXI).
Esto vuelve a demostrar que las divinidades no son más que otro recurso propio de la
enseñanza que los intelectuales de la época recibían a través de la lectura de importantes clásicos
griegos y latinos, pero los dioses griegos y romanos ya hacía siglos que no eran aceptados y adorados
como tales, aunque sobrevivían en la memoria de los hombres como seres reales que habían vivido
en el comienzo de los tiempos; reyes, guerreros, legisladores, acompañados de sus mujeres, fueron
considerados los dioses y diosas como seres superiores, genios depositarios de una sabiduría misteriosa
y profunda; en el fondo se trata de la doctrina evemerista que seguía campeando en esta
época.
Con respecto a los humanos la situación es completamente diferente, los nombres no aparecen
confundidos o cambiados, ya que los protagonistas, Aquiles, Héctor, Patroclo, Odiseo (en su
versión latinizada Ulises), Menelao, Príamo, Néstor, Hécuba, Andrómaca, Paris, Áyax, Eneas,
Diomedes, Idomeneo, Agamenón, aparecen tal cual en la obra medieval, aunque, como se verá, hay
cambios en su actuación y conducta.
Sucede también con los personajes secundarios, como pueden ser Tersites, Penéleo, Proteo
(Protenor), Polipetes (Plipetes), Agapenor (Agapenón), Ascálafo, Epístrofo (Epistropo), Leonteo
(Leontas), Esténelo, Eurípilo, Fidipo, Eumelo (Eumeleo), Elefenor (Elfenor), Toante (Toas), Polixo
(Polixeno), Podarces, Polidoro (Polidario), Arcesilao (Arquesilao), que, como se ha visto, con
pequeños cambios, debidos a la transcripción, aparecen igual en la obra medieval.
Finalmente, hay un grupo de personajes humanos, desconocidos por completo en el poema
homérico, como son Laeretes, Menelaón, Ascadio, Ulisero, Antifo, Triptólemo, Rodio, Textor, Eubeo,
Duliquio, Mejes, Ordifineo, Merión, Anfímaco, Alpino, Dioras, Ferontas y Umbrácides. Algunos
de ellos con nombres que suenan a gentilicios, Rodio y Eubeo, otros con cierta relación fonética
con otros ya conocidos, Menelaón y Ulisero, y el resto sin pistas de su origen, pero con resonancias
griegas, por ejemplo Duliquio, nombre de una ciudad, que en el poema griego envía naves a Troya.
Entre los protagonistas, la comparación con el poema griego en cuanto a su intervención es
muy poco favorable al poema medieval. En la Ilíada
se da una gran sobriedad en la descripción de
los caracteres, pero cada uno con una personificación bien delimitada. Así los Átridas con su
posición oficial al frente del ejército; Áyax, fuerte como un león; Diomedes, que lucha incluso contra
los dioses; Idomeneo, famoso por su lanza; Néstor y Ulises, excelentes oradores e inteligentes
consejeros; Aquiles, veloz guerrero que lucha por su gloria; Héctor, héroe que da su vida por la
patria, y así hasta caracterizar a todos y cada uno.
Sin embargo, en el Libro de Alexandre
la caracterización no es, ni puede ser tan clara, entre
otras cosas, por la menor extensión de la parte dedicada a la guerra de Troya en esta obra. Así Áyax
es descrito como señero, valiente y de gran corazón; Héctor es valiente, muy leal y atrevido; Aquiles
es sensible, de gestos lozanos y confiado; Príamo es un buen rey, desgraciado y nacido en día malo;
Diomedes es rabioso, muy fuerte, bueno y valiente caballero; Paris es cobarde y vengativo; Néstor
es viejo y de gran prudencia y Ulises es astuto.
En todos los casos se observa una caracterización muy superficial y, a veces, cayendo en los
tópicos y sin entrar en el plano moral-psicológico.
En cambio, los personajes secundarios no poseen prácticamente ninguna caracterización,
puesto que no son más que personajes de relleno, sin importancia para la acción y que, casi, se
podría prescindir de ellos, se trataría de un recurso más de ambientación y escenografía, sin embargo,
necesario para conseguir crear el ambiente exótico.
Evidente, si los personajes secundarios no son caracterizados, menos aún los que son desconocidos
en el poema griego, si bien los que aparecen en el catálogo de la composición de la flota
griega merecen, algunos, algún adjetivo designador o bien de sus dotes guerreras o bien de
características no necesariamente guerreras. Así Ascadio es un hombre muy honrado, Rodio es un vasallo
leal, Ordifineo es un hombre de valor muy entero y un fuerte guerrero, y Textor, Eubeo, Duliquio
y Mejes con naves bien cargadas de honor.
Este catálogo, considero que se trata de una copia, no muy perfecta, por cierto, del catálogo
de las naves del canto II de la Ilíada. Sin embargo existen diferencias sustanciales entre ambas.
La primera es la extensión, que en la obra medieval es de 60 versos y en la griega de 301
versos. Dejando de lado el aspecto meramente formal, destaca también la profusión de ciudades y
nombres que aparecen en la Ilíada, un total de aproximadamente 166 ciudades y 44 nombres de
caudillos de toda la geografía helena, frente a dos ciudades y 46 nombres en el
Libro de Alexandre. Creo que es muy evidente la ventaja a favor del poema homérico en este apartado, sin embargo, es
un buen intento de crear esa sensación de misterio y exotismo que lo lejano y desconocido conllevan.
En este contexto del catálogo de naves y caudillos en la obra griega se cuentan 1186 naves
y en la medieval un poco más de la mitad, 693, lo cual da idea de que es un episodio sin demasiada
importancia para su autor.
En resumen, podemos concluir diciendo que el uso de esta historia de la guerra de Troya,
siguiendo unas veces los nombres y caracteres clásicos y, otras, inventando, no es más que un
elemento y recurso para el plan de toda la digresión: por un lado el hecho de que Alejandro anime
a su ejército a seguir el ejemplo de los héroes de la antigüedad, y por otro, para el plan de toda la
obra que debe servir como ejemplo de moral y comportamiento.
3. Conclusiones
Una idea salta a la mente después de este análisis realizado: el hecho de que la obra del
autor medieval es una paráfrasis, fiel en unos casos y muy libre en otros, de la
Ilias latina, no de la Ilíada. El núcleo principal (estrofas 417-719) proviene de esta obra, sobre el cual se han insertado
otros materiales.
Las estrofas 321-334 y 762-773 proceden de la
Alexandreis y sirven de enlace entre la guerra de Troya y la aventura de Alejandro. Higinio y el
Mitógrafo Vaticano I, combinados, se relacionan con el juicio de Paris; Ovidio
(Metamorfosis y Heroidas) con la profecía de Calcas y
Estacio con el ardid de Ulises para descubrir a Aquiles en el convento.(2)
Esta obra es un aderezo de recuerdos de diversas lecturas del autor o el empleo de alguna
compilación mitológica o, incluso, un ejemplar del
Pindarus ampliado y comentado por un clérigo
de la época.
Sin embargo, aunque no he citado a Homero entre las fuentes, el propio autor en 323c,
419c, 441b y 531b se remite directamente al épico griego, cuando quiere autentificar algún dato
que podría parecer inverosímil o exagerado. Es decir, de alguna forma se siente deudor del maestro
Homero y es para él la autoridad indiscutible.
No obstante, no podemos perder de vista la verdadera intención del autor al incluir la guerra
de Troya en su obra: por encima del hecho de guerrero, la historia de Alejandro Magno es, sobre
todo, la historia de un fascinante viaje a través de tierras exóticas, una peregrinación en busca de lo
desconocido y maravilloso.
Los primeros historiadores alejandrinos hicieron ya énfasis en las maravillas que iban hallando
a su paso, en la impresión que les producía lo nunca antes visto por ellos. Evidentemente,
todo esto excitó su imaginación y, en consecuencia, fantasearon y exageraron a su gusto y antojo.
Además se encuentra por toda la obra la finalidad didáctica, o mejor, moralizadora y
moralizante. El autor pretende enseñar moral cristiana y buen comportamiento de acuerdo a unas normas
establecidas y aceptadas por toda la gente de su época. Porque este autor es un hombre de su
época, con todo lo que ello significa.
Hay que respetar a la iglesia católica por encima de todo, y esto se debe hacer mediante
ejemplos que ilustren y que muestren y demuestren la «mos maiorum», si los antiguos griegos han
actuado de determinada manera y han tenido tal esplendor, actuando como ellos se puede obtener
lo mismo.
Pero dejando estas reflexiones para los sociólogos y antropólogos, desde el punto de vista
filológico y, más concretamente, desde la perspectiva, objeto de este trabajo, la conclusión
es bastante pesimista.
Reconozco que, cuando leí por primera vez el
Libro de Alexandre, enseguida me vinieron a la memoria mis lecturas de la
Ilíada, pero ya le noté algo, que entonces no me expliqué ni casi me
planteé. Ahora que he tenido la oportunidad de analizar un poco más en profundidad esta obra y
observar la relación entre las dos obras, lo veo con claridad.
El autor medieval no consultó directamente el modelo griego, porque, o bien su griego
clásico no era muy bueno o bien, simplemente, porque no le fue fácil acceder a la obra original. Y
el resultado fue que se nota que hay dos niveles de transmisión, uno el del original, que no se leyó,
y otro el de la persona, que se supone que sí lo leyó, y da su interpretación; o sea se trata de una
interpretación de la interpretación original, lo que supone pérdida de calidad y de riqueza en todos
los aspectos.
Con esto no quiero decir que la obra en cuestión no tenga calidad, que sí la tiene, sino que
si hubiera ido directamente a las fuentes la obra podría haber sido mejor. Está claro que las fuentes
que manejó eran correctas, adecuadas e, incluso de cierta calidad, pero tenían un serio problema:
estaban en otra lengua, francés, sobre todo. Así se añade otro elemento distorsionador en la
transmisión de la obra clásica, el griego clásico fue traducido (interpretado) y, según el dicho «tradutore
traditore», traicionado al francés o al latín y, posteriormente, al castellano.
A pesar de todo, el anónimo autor tiene el mérito de haber consultado toda la «bibliografía»
sobre el tema, antes de componer su obra. Sin embargo, no copia para plagiar, sino que traduce
unas veces, otras amplía y otras reduce, según se solía hacer en su época.
Además se puede rastrear el aporte de fuentes orales, de origen popular y otro cariz,
más difíciles de precisar, que proceden de las notas que en los márgenes de los manuscritos
medievales comentaban o aclaraban palabras, referencias e historias del texto, las llamadas glosas.(3)
Es decir, su gran logro fue aunar en una obra literaria la tradición culta y popular, oral y
escrita, que circulaba en su época sobre la figura de Alejandro y la guerra de Troya.
El otro gran acierto de esta obra está en lo que se ha llamado la «medievalización» de
acciones y personajes, pero sin caer en el anacronismo. Se trataba de acercar las acciones, personajes,
comportamientos y actitudes de la narración a los lectores, de manera que no se produjera el
distanciamiento, sino que el lector potencial se encontrara a gusto con la lectura, porque todo le
fuera inteligible, comprensible y próximo. A partir de ahí, el éxito de una obra está asegurado,
porque era lo que el público esperaba en una obra de estas características.
Es más, este autor gusta de intervenir decidida y repetidamente en la acción, puesto que se
sentía autor-protagonista. Toma partido a veces, otras da su opinión sobre personajes o actuaciones,
pero, sobre todo, manifiesta claramente sus sentimientos en relación a sus personajes. Con esto
consigue exaltar los valores más característicos y admirados de su época y reprobar la transgresión
del código moral de los hombres de entonces.
En resumen, el autor medieval hizo una obra tal y como se esperaba que la hiciera, usando
el material disponible, aunque sin ir a la fuente originaria, Homero, y empleando el tema de la
guerra troyana como paradigma ilustrativo de conducta a seguir, al contrario que Homero, que
pretendía contar un pasado legendario, pseudo-histórico, para su lucimiento personal y para
transmitirlo y darlo a conocer a los demás.
Para acabar este trabajo, con el cual debo reconocer que he disfrutado, yo me haría una
pregunta que no sé si alguna vez se podrá contestar: ¿Cómo hubiera sido esta obra si su autor
hubiera consultado directamente la fuente griega homérica?.