En esta novela, Azurmendi, investigador reputado en materia de brujería, otorga forma narrativa a su exhaustiva indagación acerca de los factores que pudieron conducir a la caza de brujas que desembocó en el Auto de 1610 de Logroño. Lo hace de manera magistral, creando al personaje ficticio de Martín Larralde, que supuestamente él ha conocido porque el maestro Caro Baroja le entregó un manuscrito de este monje, en el que se reflejan todos sus descubrimientos acerca de la secta de las brujas, asunto en el que se centró desde 1607 hasta 1614.
Martín Larralde encarnaría a una figura que, según el autor, debió de existir, cuya función sería la de abrir los ojos al inquisidor Alonso de Salazar y Frías. Todos los demás personajes que pueblan las páginas del texto son reales, por lo que la tarea de documentación ha sido colosal.
El escritor llena los huecos haciendo uso del género de la novela histórica y va desgranando sucesivamente todas sus teorías al respecto, pues son varios los factores que debieron de confluir para que se iniciara una persecución como la que se conoció en Urdax, Zugarramurdi y zonas aledañas.
Finalmente, Salazar y Frías, asistido por Martín Larralde, se dará cuenta de que no existe una sola prueba de la existencia de la brujería y conseguirá que la Suprema detenga la persecución y dé una serie de pautas para afrontar este tipo de casos. En el momento en que se deja de predicar sobre las brujas, en que se cesa de hablar de este tema, la obsesión desaparece.
Para el autor, son varias las razones que pudieron combinarse para que tuviera lugar el Auto de Fe de Logroño de 1610, desde la conspiración consciente (que habría tenido sus antecedentes) de los señores de Urtubi-Alzate y Sant-Per, para recuperar el poder perdido y vengase de quienes les habían arrebata su lugar en San Juan de Luz; hasta la gran influencia de la tratadística, pasando por la participación en todo ello del abad de Urdax, como respuesta a la desanexión de Zugarramurdi; la discriminación de los agotes, la importancia de la predicación, la trascendencia de las acusaciones por parte de niños y adolescentes, y el problema que se genera cuando se abandona la iglesia de la aldea para dirimir conflictos vecinales y se hace intervenir a la Inquisición.
Se trata de una novela histórica con mayúsculas, pues se utiliza la literatura como medio para reconstruir una realidad, a través de un hilo conductor y un personaje central ficticio, pero con una mayoría de elementos reales y de actantes históricos.