En esta obra de Alonso de la Vega, el nigromante que comparece no lo hace bajo nombre y apellidos, sino de una forma anónima en cuanto a su identidad. Se le llama "Nigromante", lo cual señala que estamos ante todo un arquetipo. Se presenta de forma burlesca, pues lo vemos hablando con otros personajes en un latín deteriorado, plagado de imperfecciones, en un intento de asumir una selecta formación que, sin duda, no ha recibido.
En la escena tercera, le es encomendado el caso de Tholomeo, que, supuestamente, mantiene una relación amorosa con su hermana, Argentina, quien está embarazada. El joven pide al mágico que la asista en el parto y entorpezca el casamiento que está concertado con otro hombre.
Así sucede, el nigromante se hace cargo, y no solo ayuda a Argentina en el parto y con la criatura, sino que envía un endriago para que arranque a la novia de los brazos de su esposo el día del enlace.
Por otra parte, el bebé que parió Argentina se encuentra a salvo, pues el nigromante se lo quitó de las manos a un viejo que pretendía echarlo al río.
Finalmente, descubre a Cosme Alexandrino, el padre de los enamorados que sus hijos están en Armenia, y para que lo crea realiza una demostración de su poder. Invoca a Plutón y aparece Asmodeo en su nombre, al que solicita que le envíe a Orfeo y Medea.
Para concluir, desvela el secreto de los hermanos, que no son tal, y todo termina felizmente.
El nigromante, aunque susceptilble de burla, es aquí eficiente, poderoso. No obstante, vemos que sus servicios son requeridos para un caso de amores, en el que podría haber intervenido una celestina cualquiera. Claro está que esta última no habría obrado los prodigios que este nigromante ha ejecutado.