En las tierras septentrionales, había un hombre llamado Catillo que era un experto en nigromancia. Este tenía un discípulo llamado Gilberto, que creía superar al maestro. Su maestro, ofendido, le liga los pies y manos solo con palabras y lo metió en una cueva muy honda, y allí sigue vivo y recibe la visita de mucha gente, por verle y saber cosas por él. Pero según Luis eso no es posible, Gilberto debió de morir y el resto es obra del demonio.