Antonio relata esta vez una historia que le contaron por muy cierta. Un hombre letrado, cuyo vecino es brujo, desea iniciarse en los misterios de la secta y conciertan un viaje al aquelarre. Vuelan hasta lejanas tierras y se reúnen con varios hombres y mujeres. Allí, en un trono, está el macho cabrío, al cual deben adorar y besar en sus partes pudendas. El letrado no puede soportar tal situación y clama por Dios y la Virgen. Como resultado de ello queda solo e inconsciente. Por la mañana despierta en un lugar que no identifica, pues se halla muy lejos de su hogar. Tarda tres años en regresar y cuando lo hace no duda en acusar de brujería a su vecino y otras personas que identificó en el conventículo.
Extraña encontrar el caso de un brujo, pues suele ser más común hallar a mujeres como las integrantes de esta secta.
Torquemada recurre en esta ocasión a una experiencia que le ha hecho llegar una tercera persona, la cual afirma haber leído, incluso, las actas del proceso que se inició tras las acusaciones del letrado.