Del puerco del Sendebar (cuento 11) al perro de Écija: transformaciones de género (cuento-refrán-canción) de un relato de origen oriental 

José Manuel Pedrosa
Universidad de Alcalá

 

     Uno de los cuentecillos más interesantes del Sendebar o Libro de los engaños, la versión castellana puesta por escrito en el siglo XIII del llamado Liber de Septem Sapientibus (Libro de los Siete Sabios), que hunde sus raíces en viejísimas tradiciones cuentísticas orientales, es el número 11 de la colección. Reza así:

Dígote, señor, que era un puerco, e yazía sienpre so una figuera e comía sienpre de aquellos figos que caién d'ella. E vino un día a comer e falló ençima a un ximio comiendo figos. E el ximio, quando vido estar al puerco en fondón de la figuera, echól'un figo, e comiólo e sópole mejor que los qu'el fallava en tierra. E alçava la cabeça a ver si le echaría más; e el puerco (e el), estando así atendiendo al ximio, fasta que se le secaron las venas del pescueço e murió de aquello [1]

     María Jesús Lacarra, erudita editora del Sendebar castellano, ha resumido de este modo el complejo panorama de fuentes y de paralelos de este cuentecillo: 

Es una de las pocas narraciones comunes a las dos ramas del Sendebar, pese a que aquí esté considerablemente abreviada. En su forma más completa, el argumento suele contar cómo un pastor, al ir tras una pieza perdida, descubre un oso. Atemorizado, se refugia en un árbol, pero el animal se detiene al pie. El pastor consigue primero adormecerlo arrojándole fruta y luego darle muerte. En la rama oriental (textos persas, siriaco, griego y árabe, a excepción del hebreo que no lo incluye), el protagonista es un mono, y no un hombre, y varía la muerte del animal. En unos, como en el Sindibad-Nameh, choca violentamente contra el tronco; en otros, muere por estar largo tiempo en una postura forzada a la espera de que caiga la fruta. Entre las versiones occidentales, la rama H presenta una variante notable, muy próxima a los cuentos maravillosos, al prometer el emperador que entregará la mano de su hija a quien mate al animal y el pastor obtiene la recompensa. Según H. Krappe, en el arquetipo original el héroe sería un hombre y no un mono, con lo cual tendríamos un raro caso de teriomorfismo. Posiblemente las dos versiones sean de origen indio, ya que se recogen todavía en el folclore de ese país fábulas análogas.
Es España se conservan tres versiones, traducción del Scala Çeli por Diego de Cañizares (núm. 3), Siete Sabios de Roma (núm. 3) y el Erasto (núm. 4), todas ellas derivadas de la rama occidental del Sendebar, que permiten comprobar lo anteriormente expuesto. En el texto de Diego de Cañizares, el papel del mono lo representa un pastor, quien logra adormecer al jabalí arrojándole bellotas, para luego darle muerte. En los Siete Sabios, el emperador pregona la captura del jabalí con la mano de la princesa como recompensa. La difícil adecuación entre este relato y los intereses de la narradora hace que la aplicación a la historia principal sea cada vez distinta. En todas, la muerte del jabalí se identifica con el final que espera al Rey, pero en unos casos el pastor equivale a los privados, quienes tratan de adormecer al Rey con sus cuentos, y en otras al Infante [2]. 

     Vamos a conocer una de las tres ramas textuales tardías del cuento, concretamente la de la versión de los Siete Sabios de Roma impresa por Juan de Junta en Burgos en 1530 matriz de otras veintitrés ediciones posteriores, todas los cuales coinciden en atribuir la muerte del jabalí no al accidente de que se secase esperando la comida que había de caerle desde lo alto, sino justamente al hecho contrario: al de haberse saciado de la comida que le arrojaba desde lo alto de un árbol un hombre que utilizó tal estratagema para adormecerlo y matarlo: 

Era un Emperador que tenía una selva grande donde avía un muy gran puerco que a quantos passava matava, y el Emperador, queriendo proveer esto, fizo pregonar por todo el Imperio que si alguno este puerco matasse, después de sus días le daría a su hija, que no tenía más, con todo su Imperio. Hecho el pregón, no se halló ninguno que a esto se dispusiesse. Entonces avía un pastor de ovejas que pensava entre sí: "Por cierto, si yo matasse este puerco no solamente aprovecharía a mí, mas a todos los míos ensalçarçía". Y tomó su cayado y entró con él en la selva y quando el puerco lo vio volvió para él y el pastor subióse a un árbol y el puerco royó el tronco del árbol tanto que parecía al pastor que estaba el árbol para dar en el suelo. Y avía en el árbol mucha fruta y el pastor cogió de la fruta y echóle al puerco tanta que el puerco se hartó e se echó a dormir.
Viendo esto, el pastor decendió poco a poco e con la una mano fregó al puerco e con la otra teníase al árbol, y viendo que reziamente dormía, sacó su cuchillo y matóle e tomó por muger la hija del Emperador e después de su muerte alçáronle por rey.
Y entonces dixo la Emperatriz:
Señor, ¿avéisme entendido?
Respondió él:
Por cierto, sí, muy bien.
Y ella declarando le dixo:
Este puerco tan fuerte significa vuestra persona contra quien ninguno resistir puede y el pastor con el cayado es la persona de vuestro hijo maldito que comiença con el bastón de su sciencia de os engañar, como el pastor que rascava al puerco y le hizo adormir e después le mató. Dessa manera mesma los maestros de vuestro hijo vos detienen con falsos exemplos hasta que vuestro hijo vos mate porque reinar pueda.
E dixo el Emperador:
Guárdeme Dios que hagan a mí como al puerco y, por ende, ten por cierto que mi hijo será oy ahorcado.
E dixo ella:
Si assí lo hizierdes haréis sabiamente [3]

     Antes de continuar con nuestro análisis, es necesario insistir en que, según la síntesis de la evolución del cuento que hace Mª Jesús Lacarra, la variante protagonizada por el cerdo que muere porque "se le secaron las venas del pescueço", es decir, debido a la posición forzada en que espera que caiga de arriba la comida que ansía, tiene viejos paralelos en la rama oriental del Sendebar, en la que el protagonista es un mono. Sin embargo, las otras tres tardías ramas textuales hispánicas posteriores "todas ellas derivadas de la rama occidental del Sendebar" y, por tanto, posiblemente, más modernas hacen morir al animal no porque se quede seco mientras espera, sino a manos de un ser humano más o menos astuto o más o menos heroico.
     Lo lógico sería, pues, pensar que el cuentecillo del temprano Sendebar castellano es un curioso islote, aparecido casi por sorpresa en la tradición occidental, de una rama de versiones de origen y difusión ciertamente oriental que apenas cundió fuera de su ámbito de origen. Una excepción, en consecuencia, frente al resto de las versiones hispánicas, que tienen elementos narrativos el rey y la promesa de entrega de su hija de algunas versiones y desenlaces el hombre que mata al animal tras arrojarle comida desde lo alto bien diferentes.
     Pues bien, la tradición oral, que por tantos vericuetos ignotos acostumbra a transitar, y que tantas sorpresas suele dar a los estudiosos, va a venir a desmentir enseguida esta impresión, aunque para ello hayamos de seguirla hasta épocas bien alejadas del siglo XIII en que fue puesto por primera vez por escrito nuestro sorprendente cuentecillo, y aunque para ello tengamos también que buscar entre géneros muy diferentes, en principio, del cuentístico en el que nos habíamos centrado.
     En el año 1549, el Libro de refranes de Pere Vallès incluía una paremia, sin duda sacada de la tradición oral de su época, que volvía a recuperar, tres siglos después de su primera aparición en España, el viejo argumento del Sendebar. Y de forma que resulta absolutamente inconfundible pese a las muy profundas divergencias que hay entre ambos tipos de textos gracias justamente al muy significativo detalle de que tanto el puerco del cuento medieval como el perro del refrán renacentista encontrasen la muerte al secarse mientras esperaban que la comida les lloviese de lo alto: 

Alli os podeys quedar: como el perro de ecija: q[ue] mirando la luna: se seco pensando: que era manteca [4]

     Décadas después, en 1627, el maestro Gonzalo Correas confirmaba, en su monumental Vocabulario de refranes y frases proverbiales, el carácter oral y tradicional de la paremia al anotar estas otras dos preciosas versiones: 

El perro de Ézixa, ke mirando la luna se sekó, pensando ke era manteka. 
El perro de Ézixa, ke mirando la luna kedó seko, pensando ke era keso [5]. 

     Lo que resulta todavía más sorprendente y curioso es que, en un inédito Baile de èl Carreteiro que se halla anotado en un muy desatendido Manuscrito 16292 de la Biblioteca Nacional de Madrid, encontremos una cancioncilla cantada dentro de una secuencia que engloba otras estrofas líricas, sin duda tradicionales en la época que vuelve a insistir sobre el tópico argumental que ya conocemos:

Cayoselè el ojo al gato,
mirando Casi a la Luna,
q[u]e pensò, que era asadura
q[u]e colgaba del Garabato [6].

     Tres géneros diferentes el cuento, la paremia, la canción lírica inserta dentro de una obra dramática han albergado versiones de lo que pudiéramos definir como el tipo narrativo común del animal que se seca o al que se le cae "el ojo" mientras espera que le caiga comida de lo alto. Tres animales diferentes el puerco del Sendebar, el perro de Écija de Vallès y Correas, el gato de la canción barroca se han convertido en protagonistas de cada una de las ramas. Y tres épocas diferentes la medieval, la renacentista y la barroca han servido de cauces de transmisión del mismo cuento. Una vez más, la potencia dinámica de la tradición se nos revela capaz de dejar su siembra fecunda en épocas, en géneros y en argumentos de apariencia ciertamente diferentes, pero indudablemente, también, emparentados y conectados por su hilo sutil e irrenunciable.
     Aún podríamos añadir, para apreciar aún mejor la ductilidad verbal y la potencia narrativa de la tradición, que el tópico del animal que se queda esperando a que "le llueva la comida del cielo" goza de una difusión que va mucho más allá del argumento concreto de nuestro cuento, y que suele expresarse en tantas ramas y tipos de anécdotas como modos de resolución logre alcanzar. ¿Cómo no recordar, a este respecto, la fábula famosísima de La zorra y las uvas (número 59 del catálogo tipológico de Aarne y Thompson), en que el animal contempla con ansia las uvas que cuelgan de una parra, y, tras esperar en vano a que caigan, se aleja simulando desdén hacia ellas?
     Muchas otras fábulas de este tipo abundan en tradiciones de toda época y lugar. De la conocidísima colección griega de Esopo es la que reproduzco a continuación: 

Un grajo hambriento se posó en una higuera. Pero al encontrar que los higos no estaban aún maduros, esperó a que lo estuvieran. Una zorra, que le vio eternizarse, quería que le explicara el porqué, y dijo: "Pues estás equivocado, amigo, al fiarte de la esperanza, que sabe alimentar las ilusiones, pero de ninguna manera dar de comer".
La fábula es adecuada para el mentiroso [7]

     El cuento VI del Libro II del Panchatantra contiene también analogías muy sugerentes con el relato que hemos estado analizado hasta ahora. En realidad, se trata de una preciosa versión del cuento de El zorro espera en balde que se le caigan los testículos al toro, que tiene el número 115 en el catálogo tipológico de Aarne y Thompson: 

En cierto lugar vivía un gran toro llamado Tikxnavixana, que por su excesivo vigor había abandonado el rebaño; y destrozando con sus cuernos las márgenes del río, vivía independiente y salvaje comiendo puntas de césped semejantes a esmeraldas. Vivía también en aquel bosque un chacal llamado Pralobhaka. Un día que éste se hallaba echado viciosamente junto a su esposa en la orilla del río, bajó Tikxnavixana a beber agua a un vado del mismo río. La chacala que vio entonces colgantes los dos compañones de éste, dijo a su marido:
Dueño mío, mira qué dos bolas de carne colgantes lleva ese toro; están para caer, si no ahora mismo, dentro de un ratito. Con esta inteligencia síguele, pues.
Querida contestó el chacal, no se sabe si las bolas caerán o no. ¿Por qué, pues, me obligas a tan inútil fatiga? Aquí, sin temor ninguno, voy devorando contigo los ratones que vienen a beber al río, pues éste es su camino; pero si te dejo sola y me voy detrás de ese toro de penetrantes cuernos, vendrá otro y se aposentará en este sitio. Por esto no conviene que me vaya, pues se ha dicho:
137. Quien dejando lo seguro se va en pos de los dudoso, pierde lo seguro y no alcanza lo dudoso.
¡Ay! dijo la chacala; ¡qué cobarde eres!; que con un poquito que alcances te quedas satisfecho... Además, estoy hastiada de la carne de ratón y esas dos bolas están por caer; por eso se ha de hacer lo que digo y no otra cosa.
El chacal, que oyó esto, dejó el sitio donde cazaba ratones y se fue detrás del de agudos cuernos...
Así el chacal y su esposa fueron largo tiempo vagando detrás de aquél y las bolas no caían. Desesperado ya a los quince años, dijo aquél a su mujer:
145. Flojos o bien atados, quince años ya, querida, que voy mirando si caen o si no caen.
Y no es de esperar que caigan en adelante; vayámonos, pues, a nuestro lugar. Por eso he dicho yo:
146. Flojos o bien atados, quince años ya, querida, que voy mirando si caen o si no caen [8]. 

     Esopo, Aviano, Sebastián Mey o La Fontaine fueron recreadores de otra vieja fábula, la de La vana esperanza del lobo, que tiene el número 75 en el catálogo tipológico de Aarne y Thompson, y que, en una versión tradicional recogida en León, presenta también coincidencias sumamente interesantes con el tipo de cuento que estamos analizando: 

Dicen que iba un arriero por un camino. Y llevaba un borrico que iba muy mal mantenido y no andaba casi. Y llevaba una caja de sardinas. Y entonces, el arriero:
¡Arre, burro, que te mato! ¡Arre, burro, que te mato!
Y la zorra iba detrás acechándolos y tal.
¡Qué buen lote me voy a dar hoy! ¡Qué buen lote me voy a dar hoy!
Y entonces, ya que anduvo un pedazo de tiempo como de aquí a Astorga o así, pero que... el burro no lo mataba el arriero: ¡la leche! Y dice la zorra:
¡De pico mata el arriero al borrico [9]! 

     El motivo del animal que espera ansiosamente una apetitosa comida y que muere en su intento por alcanzarla conoce muchas más expresiones en tradiciones folclóricas de todo el mundo y de muchas épocas. Lo ejemplifica también, por ejemplo, el cuento 34 del catálogo de Aarne y Thompson, que suele presentar a un lobo que se tira y se ahoga en un lago o en un pozo en el que contempla el reflejo de la luna, que él confunde con un queso.
     Aunque, en este caso concreto, la comida no se espera que caiga "de arriba", sino que se cree que está "abajo", las analogías con nuestro complejo de fábulas permiten entenderlas, a ésta y a todas las demás, en un panorama de argumentos y de ideas común, y dentro de un marco literario que trasciende cualquier límite geográfico y temporal, e incluso también cualquier frontera de género literario.


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1. Véase el Sendebar, ed., Mª J. Lacarra (Madrid, Cátedra, 1989) p. 112, Cuento 11 (Enxenplo de cómmo vino al quinto día la muger, e dio enxenplo del puerco e del ximio).

2. Véanse los comentarios de Mª J. Lacarra en Sendebar pp. 113-114. Sobre las fuentes orientales del cuento y de la colección en la que se enmarca, véase H. Krappe, "Studies on the Seven Sages of Rome", Archivum Romanicum, VIII.4 (1924), pp. 390-398.

3. Véase el Capítulo Octavo. Cómo, por exemplo de un puerco montés y de un pastor, persuadió la Emperatriz al Emperador que matasse a su hijo, en Los siete sabios de Roma, ed., V. de la Torre, Madrid, Miraguano, 1993, pp. 33-34.

4. Pere, Libro de refranes, Zaragoza, en Casa de Juana Milian, 1549, f. 14r.

5. Gonzalo Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed., L. Combet, Burdeos, Université, 1967, p. 108.

6. Baile de èl Carreteiro, en el Manuscrito 16292 (Sainetes de los dos mexores Yngenios) de la Biblioteca Nacional de Madrid, pp. 196-199.

7. Esopo, Fábulas. Vida de Esopo, trad., P. Bádenas de la Peña, Madrid, Gredos, reed. 2000, núm. 126.

8. Panchatantra, trad., J. Alemany Bolufer, Barcelona, Círculo de Lectores, reed. 2001, pp. 212-214.

9. Julio Camarena, Cuentos tradicionales de León, 2 vols., Madrid-León, Seminario Menéndez Pidal-Universidad Complutense de Madrid-Diputación Provincial de León, 1991, núm. 44.