La oratoria como ‘speculum regum’ en la Crónica de Enrique IV

de Diego Enríquez del Castillo

 

José Manuel Nieto Soria
(Universidad Complutense de Madrid)

 

  

     Además de ser una de las crónicas de la época trastámara con mayor difusión manuscrita [1], la Crónica de Enrique IV de Diego Enríquez del Castillo pasa por ser uno de los textos cronísticos con mayor carga de reflexión política de aquel tiempo, tal como ya se puso de relieve en un trabajo pionero al respecto en los años setenta [2], así como, más recientemente, en la edición que hoy día merece más fiabilidad y a la que nos remitiremos para la cita de los fragmentos a los que aquí se aludirá [3].

     Tal valoración tomó, por otra parte, especial relieve ya, sobre todo, en el transcurso del siglo XVII, con motivo de las inquietudes políticas del reinado de Felipe IV, en cuyo contexto tomó enorme presencia la valoración de un reinado, como el de Enrique IV, en el que, por muchos conceptos, se percibieron múltiples estrechas concomitancias con las circunstancias históricas de aquella época de los Austrias, siendo muchos los historiadores que desde la corte, o desde su entorno, se interesaron por la obra del cronista de Enrique IV [4].

     El propio devenir político del reinado de Enrique IV, así como la condición de Diego Enríquez del Castillo como capellán real [5], además de miembro del Consejo Real de este monarca [6], potenciarían un interés por la dimensión político-didáctica-ejemplarizante que tanto contribuyó al éxito posterior de la obra de este cronista. Naturalmente, esta proximidad al monarca y la consideración que, en alguna ocasión, manifiesta sin ambages de que este monarca favorecía especialmente a los miembros de su capilla real [7], serían, ademas, factores que, unidos al concepto que tenía del ministerio regio como expresión de una forma de vicariato divino o de señorío divinal, favorecerían su posición especialmente propicia a reconducir esa amplia presencia de la reflexión teórico-política para reivindicar a su monarca en el contexto de confrontación política que se vivió durante buena parte de su reinado.

     Desde el punto de vista formal, supone un aspecto particularmente rotundo de esta crónica la amplísima presencia que en ella tienen los discursos y piezas oratorias, siendo precisamente con tal motivo cómo se introduce una buena parte de sus reflexiones sobre los ideales políticos que defendía el cronista. A ello se añade que muchos de estos discursos parecen bastante sospechosos de ser resultado total o parcial, según el caso, de la propia invención del cronista, por lo que bien puede plantearse la hipótesis de su utilización como una forma de introducir el mensaje político que quería destacar en cada caso, conectándolo con circunstancias de conflicto concretas.

     Teniendo en cuenta las consideraciones que se acaban de enumerar, lo que pretendo ahora plantear es, en definiva, la interpretación de algunas de esas piezas oratorias como el instrumento mediante el cual Enríquez del Castillo, al hilo de la memoria de los acontecimientos por él descritos, consiguió hilvanar un desarrollo discursivo que, por sus contenidos, bien se puede identificar como una especie de speculum principum o speculum regum, cuya lógica expositiva interna trataré de dejar planteada mediante la consideración sistemática de sus contenidos.

     De acuerdo con este criterio de valoración como tal discurso especular, las piezas oratorias de la crónica quedarían organizadas en torno a cuatro asuntos tópicos de este tipo de obras políticas:

1. Los fundamentos de legitimidad del poder real.
2. Las cualidades regias.
3. Los deberes hacia el rey de oficiales y caballeros.
4. Los deberes hacia el rey de los vasallos.
1. LOS FUNDAMENTOS DE LEGITIMIDAD DEL PODER REAL

     La perspectiva predominante en este punto sitúa a Enríquez entre los autores bajomedievales más decididamente partidarios de la reivindicación de un concepto monárquico fuertemente teologizante, en donde el origen divino del poder real se convierte en la piedra angular de toda su concepción de lo que debe ser el sistema político.

     a) Vicariato divino del rey: "Que los rreyes rreynan en lugar de Dios sobre la tierra, que ansy representan su poderío divinal. Todos los súbditos dévenles fidelidad, lealtad, temor, obidençia y rreverençia, de donde se sigue que an de ser leales y no traydores, porque rresistir al poderío terrenal de los rreyes es rresistir a Dios, que los ponen en su lugar, para que manden y señoreen" (Cap. 5, p. 142).

     A través de esta alocución que dirige el rey al almirante de Castilla y a otros nobles caballeros se vincula estrechamente la idea del vicariato divino del rey con el deber de obediencia de los súbditos.

     b) Protección divina de su vicario: "Decid a hesos perlados y cavalleros que acá vos enbiaron, que yo más los juzgo por çismáticos, que por católicos christianos, y que sy ellos por sus pasyones desonestas y afiçiones ynteresales se movieron livianamente a cometer tan grave ynsulto y quisieron usurpar el ynfinito poderío de Dios a quien solamente pertenesçe quitar e poner rreyes quando quiere, que no sólo tengo de aprovar y consentir que lo hagan antes castigallos como usurpadores de la potençia divinal, cuyas vezes yo como su vicario tengo sobre la tierra, presidiendo en la sylla de San Pedro. Por tanto, dezilles que yo los mando, so pena de anatema, que se tornen presto a la obediemçia de su verdadero rrey y señor natural y que se guarden de seguir más al príncipe, porue Dios los llamara presto y los que syguieren se verán avergonçados y confusos" (Cap. 107, p. 295).

     Aquí se pone en boca del papa Paulo II la misma idea del vicariato y de las implicaciones de sumisión y obediencia que debía tener para todos los súbditos, planteándose en un contexto bastante delicado como era el de la sublevación de los seguidores del príncipe don Alfonso y su intento de alcanzar el respaldo pontificio. Esta intervención pontificia, constatable documentalmente [8], ofrecía la posibilidad de dar una interpretación en términos de pecado (anatema) la rebelión contra el rey.

     c) Protección divina para el primogénito real: "Quanto sea grande la preminençia de los primogénitos rreales, las leyes divinas e umanas, lo disponen, porque asy como es cosa de mucho peligro morir los rreyes syn dexar suçesión, en quien suçeda el señorío" (Cap. 40, p. 186).

     En este caso, con motivo de la convocatoria para jurar a la princesa Juana 1462, cuyo reconocimiento ya se planteó problemático desde el principio [9], se sitúa al primogénito real en el marco de salvaguarda de las leyes divinas, proyectando también sobre él la sombra protectora del vicariato divino.

2. LAS CUALIDADES REGIAS

     Núcleo central de este speculum regum que bajo forma de alocuciones oratorias se esconde semioculto en la Crónica de Enrique IV, según la hipótesis aquí propuesta, es aquél que, como no podía ser de otro modo en los textos especulares, se refiere a cuáles deban ser las cualidades, actitudes y comportamientos más característicos de los buenos monarcas.

     a) Rey clemente: "Suele algunas vezes el gran poderío mover a los que rreynan antes a mal hazer que a bien hobrar, y el absoluto señorío de rreynar a los altos prínçipes, usar más del furor que de la graçiosa mansedunbre y por esto es neçesario a los que en tan alta cunbre susçceden, sy quieren mirar a nobleza y ser por tales, que ayan de ser rrebestidos de clemençia y çeñidos de piedad, que el mando y la potençia en la persona rreal, el rrigor y governar en el virtuoso rrey, solamente a de ser para hazerlo magnánimo o graçioso, benigno, olvidador de las enjurias y galardonador de los serviçios, de donde se sygue que los rreyes es dado y a ellos propiamente conbiene ser agenos de la yra, apartados del rrencor y muy despojados de toda enemistad" (Cap. 2, pp. 136-137).

     Tal como ya señalé en otro lugar, la reivindicación del perdón y de la clemencia regia se convierte en un verdadero hilo conductor de todo el texto cronístico de Enríquez [10], lo cual, si pudo responder, por una parte, al concepto personal que del ministerio regio tuviera el cronista, también, ciertamente, se puede constatar como fue una cuestión, esta del perdón real, que estuvo en el mismo centro de los debates políticos de la época [11] y en la propia práctica política de los monarcas que, si por un lado parecían adoptar una posición de debilidad al perdonar a sus rivales, contribuían también a obtener un plus de poder puesto que el perdón, en tanto que práctica vinculada al ejercicio de la gracia real, contribuía a legitimar la reivindicación del poderío real absoluto, tan amplia y continuadamente demandado por los monarcas castellanos del siglo XV.

     Por todo ello, seguramente, no es casual que el primer texto oratorio que encontramos en la crónica se refiera precisamente a la reivindicación por el rey mismo de su cualidad como rey clemente y que el cronista escoja precisamente como una de las primeras decisiones políticas del monarca recién entronizado la del perdón de algunos nobles de levantiscos especialmente notorios, como eran Fernán Alvarez de Toledo y Diego Manrique; sin que falten nuevas ocasiones para que el cronista alabe la clemencia como cualidad princial del buen monarca, cuya presencia reivindica repetidamente en la persona de Enrique IV (Cap. 5, p. 142 y Cap. 113, pp. 305-306).

     b) Rey pacificador: "A los rreyes pertenesçe mitigar los escándalos e ecusar las muertes, porque son padres de sus rreynos, y como tales, an de buscar el sosyego y procurar la vida de sus súbditos" (Cap. 110, p. 299).

     En gran medida, se plantea esta cualidad regia como una consecuencia de la anterior, remitiendo una y otra vez a la acción regia en su función de bálsamo que sosiega las tensiones del reino. Es precisamente en esta misma perspectiva en la que se inserta la propia valoración que se hace, una vez más atendiendo a las leyes no sólo humanas, sino también divinas, de la necesidad e importancia que el matrimonio tiene para reyes y príncipes, introduciendo tal cuestión cuando alude a la preparación de la boda de Enrique IV con doña Juana de Portugal: "Quanto sería justa e devida cosa, que los rreyes ayan de ser casados, las leyes devinas e umanas lo disponen y lo mandan; pues, sy aquesto es conbenible entre todos los estados, porque la generaçión del linaje umanal vaya de gentes en gentes y los nonbres de los padres rreçivan en los hijos, mucho mayor e más neçesario y convenible es en los estados rreales; porque, quando en ellos falta la subçesión, cresçen muchos divysiones, ay grandes escándalos y travajos, y los rreynos donde tal acahesçen, son danificados con sobra de gran detrahimiento" (Cap. 13, p. 154).

     c) Rey liberal: "Yo tengo de obrar como rrey, en quien como espeso (espejo), todos se an de mirar y tomar dotrina; porque sabida cosa es que a los enxenplos del rrey se conforman los del rreyno, así que sy bien consyderamos la dignidad rreal y como Dios la hizo para señorear los del mundo por el bien universal de todos y quiera la utilidad de los muchos, ca de otra guisa más se podría llamar tiranía y más cobdiçia desordenada que señal de vondad, para que los buenos rreyes ansy an de ser amigos de sus súbditos parciales de la franqueza, que no ansy mesmos, mas que a todos ayuden y se alegren quando dieren, y, pues, no es magnanimidad dar y perder, salvo perder y dar, quiero y mando que dedes de comer a unos, porque me syrvan y a otros, porque no hurten ni mueran deshonrrados. Tanpoco me plaze que mis pueblos por esto sean despechados, ni les ynpongan tributos, que, pues por la graçia de Dios, que me lo dio, tengo rrentas y tesoros para ello, gran synrrazón sería fatigallos o pedilles más de lo que justamente deven" (Cap. 20, p. 163).

     Esta respuesta, en términos, una vez más de grandilocuencia oratoria, difícilmente creíble en el contexto que se sitúa, era la que se daba, supuestamente, por parte del rey al contador Diego Arias, al hacerle observar éste que "vuestra alteza tiene muy eçcesivos gastos sin provecho, porque syn dubda manda dar de comer a muchas gentes que ny syrven, ni lo mereçen; y sería bien que le diese otra forma y es que solamente sean pagados los que syrven y no los que son syn provecho" (Cap. 20, p. 163).

     d) Rey guerrero: "Entre los varones rromanos syenpre fue la paz más peligrosa que la guerra, porque con ella, puestos en ociosidad, se dieron más a los deleytes que a la exerçiçión de las harmas, procurando sus particulares yntereses, menospreçiaron la fama, propusyeron (pospusieron) el bien común de la patria y perdieron el señorío universal del mundo, que como yndustriosos guerreros alcançaron y poseyan. Mientras les duró la guerra fueron syenpre virtuosos, señorearon la monarchía, vençieron sus enemigos, sotuvieron la rrepública, multiplicaron el bien de aquella y quedaron rrenonbrados. Pues, sy tales y tantos bienes suelen naçer de la guerra, justa y muy neçesaria cosa es que nosotros, los católicos, como fieles christianos la queramos enprehender" (Cap. 8, p. 146).

     De acuerdo con la crónica de Enríquez, este fragmento formaría parte del discurso pronunciado por el rey en unas supuestas Cortes de Cuéllar. Lo cierto es que de tales Cortes, nada se puede afirmar con seguridad, ni siquiera que tuvieran en efecto lugar. Sí se puede, en cambio, constatar, la existencia de una convocatoria regia, por la que en el transcurso del mes de febrero de 1455, tendrían lugar distintos ayuntamientos del rey con los procuradores del reino a fin de promover el comienzo de una campaña contra Granada [12]. Cabe dudar por tanto de la existencia de un discurso solemne de apertura de Cortes, tal como nos lo presenta Enríquez, pareciendo más verosímil considerar este fragmento, como un instrumento al servicio de la introducción en el texto cronístico de la justificación de la guerra contra los moros, según el concepto del propio cronista y bajo la forma de reivindicación de un cierto modelo regio, tal como venimos observando en otros casos representativos de esta metodología especular que tratamos de hallar entre líneas.

     Este supuesto discurso del rey daría pie a una respuesta por el marqués de Santillana, también en forma de pieza oratoria, sobre lo que éste consideraba como las tres cualidades necesarias para que el rey alcance la victoria: liberalidad en el pago a los que vienen a servir al rey, elección de buenos capitanes, dulzura, benignidad y humanidad en el ejercicio del mando (Cap. 8, pp. 146-147). Con ello se completa lo que bien podría ser un capítulo típico dedicado al concepto del rey como guerrero, propio de cualquier espéculo para la enseñanza de los reyes.

     e) Rey afortunado y esforzado: "Muchas veses avemos visto, asy mesmo leydo, que altos prínçipes, altas e grandes enpresas se les suelen ofreçer, a unos, con grand trabajo, y a otros, con poca fatiga; e de aquí es que aquellos se jusgan ser más famosos que con mayor coraçón las osan enprender, porque como los antiguos poetas dixeron ‘la fortuna es de tal condiçión conpasada que a cada uno de los varones se le presenta delante, cogidos los braços y descabellada la cabeça, para que aquel que mejor la supiese asir de los cabellos y tener que, no se le vaya, aquella señoree e triunfe con victoria syn temer sus adversidades’ E pues agora se me ofrece señalada prosperidad syn fatiga, señorío syn trabajo, vasallos que se me dan syn yr a conquistallos, herror manifiesto sería y covardía de coraçón dexar de rreçibillos" (Cap. 44, p. 192).

     En este caso se trata de un discurso que el rey pronunciaría en Segovia, seguramente en 1462, como consecuencia de la demanda de los catalanes para acudiese en su apoyo en su levantamiento contra Juan II. Resulta, una vez más,difícilmente creíble un discurso tan florido en boca de un rey como Enrique IV. Por su mediación, bien se produjera en la realidad, bien, como parece más probable, sea otro aporte de la creatividad oratoria del cronista, Enríquez del Castillo, introduce el tan traído y llevado por entonces tema de la fortuna, planteando, en este caso, cómo no basta que ésta se ofrezca a los reyes, sino que es necesario que éstos se esfuercen en perseguirla y aprovecharla cuando les llegue, conciliando así la figura del rey afortunado con la del rey esforzado.

3. LOS DEBERES HACIA EL REY DE OFICIALES Y CABALLEROS

     Teniendo en cuenta las circunstancias del reinado, con continuas desafecciones hacia el monarca de algunos de sus servidores más directos y con repetidos levantamientos nobiliarios, pocos temas podrían tener más interés en la caracterización del oficio regio para Diego Enríquez del Castillo como el referente a los deberes de los oficiales reales y de sus nobles y caballeros. Naturalmente, la inquebrantable lealtad del cronista hacia su monarca, por un lado, y la propia concepción teocrática de la que parte, en cuanto al fundamento de legitimidad del ministerio regio, aboca inevitablemente a que sus reflexiones sobre este asunto se deslicen con rotundidad hacia la reivindicación de la lealtad sin fisuras hacia el rey y sin ofrecer posibilidad de disculpa alguna hacia cualquier desviación hacia tal actitud.

     a) Los oficios de la casa real: "No dubdo que la muerte del rrey, mi señor, que aya santa gloria, no vos aya puesto gran dolor y tristeza, asy por la pérdida de su rreal persona con que estávades anparados y con favor defendidos, como porque podrá ser que teméys o rreçeláis de perder los ofiçios, con que teníades cabida en su casa rreal y segura sustentaçión de la vida, mas porque de aquesta sospecha seáys seguros y conoscáys que las tales novedades han de ser muy ajenas de los rreyes, mayormente de mi condiçión y que, si aquello se fiziese, pareçía más crueldad que manifiçencia y más poquedad que rrealeza. Quiero y es mi voluntad determinada que todos quedéys en vuestros ofiçios, segund quelos teníades del rrey, mi señor, que Dios aya, syn que novedad alguna en ellos se haga y aquesto por dos rrasones: la primera para que syntáys que, sy en él perdistes señor, en mí rrecobráys señor y defensor; segundo, para que con el mesmo amor y lealtad me syrváys que syrvistes a su señoría, quando era bivo y, por ello, merescáys otras mayores merçedes. Por tanto, yo vos mando que desde agora, cada uno de vosotros, me syrva en el ofiçio que tiene y vebid alegres y contentos" (Cap. 3, pp. 138-139).

     Con este discurso, Enrique IV, resuelve la continuidad de los oficiales regios de Juan II, recién fallecido, a su servicio. Así, a la vez que se ponen de relieve diversos aspectos esenciales de los oficiales regios con respecto a su significado en el concepto de monarquía, se destaca el carácter de los oficiales regios como criaturas del rey que hace y deshace al respecto con libérrimo criterio, y se recomienda la conveniencia de continuidad de estos oficiales por el propio beneficio de la casa real, recordando el deber personal que tienen con respecto al propio monarca y el papel de éste como protector y mantenedor de sus oficiales.

     b) Deber de lealtad de los caballeros: "Por çierto, señores condes, feo apellido pareçe aqueste que traes el día de oy, que fiándose vuestro rrey de vosotros y sallendo seguramente a verse con vosotros como súbditos naturales e vasallos, deseando paçificar vuestras discordias, vengáys contra disoluto y peligroso pensamiento de querer prender a vuestro rrey. Pareçería mejor por çierto presumir de servillo con lealtad que perseguillo syn causa, mayormente acordando vos de las merçedes e bienes selados que hizo a vuestros padres (...) De tanto vos aseguro, pues con tanta yngratitud syn causa ninguna vos movéys a perseguillo, que antes se hallara su altesa cavalleros que los syrvan y sygan con lealtad, que vosotros un tal rrey que haga tales merçedes" (Cap. 63, p. 220).

     En este caso, la alocución regia se plantea al hilo de los primeros indicios de levantamiento de una parte de la nobleza a favor del príncipe don Alfonso en 1464. Con ella se incide en la idea de los caballeros y nobles como hechuras del rey que reciben sus mercedes a cambio de su lealtad y servicio, por lo que no cabe justificar las deslealtades que en este episodio de la crónica se anuncian.

     c) Condiciones guerreras de los caballeros: "Que vuestra rreal magestad tenga de contino en su hueste, prudentes capitanes y diligentes cabdillos que sepan governar las vatallas, syn hazer jamás herrada, que la guerra y sus astuçias son de tal calidad, de tal proporçión conpuestas, que luego dan la pena del herror que se hiziese; que son tan animosos, tan sufridores de miedo, con tal presunçión de esforçados que se arrean de vençer y jamás nunca huyr; que se apreçien y aperçivan más en la fuerça de sus manos que en la lijereza de sus pies" (Cap. 8, pp. 147-148).

     Queda claro en esta alocución del marqués de Santillana, ya antes aludida, ante el rey, el valor decisivo de los caballeros en la defensa del reino y, por tanto, en la necesidad que el propio monarca tiene de ellos, siempre que respondan a los rasgos ejemplares aquí descritos.

4. LOS DEBERES HACIA EL REY DE LOS VASALLOS

     Este aspecto típico de cualquier tratado de teoría política de la época tiene una amplia presencia en todo el conjunto de la crónica, por cuanto una de las moralejas esenciales que encierra, en definitiva, es la reivindicación de la lealtad hacia el monarca en toda circunstancia y el aviso de los efectos de disolución del propio reino que conlleva cualquier forma de ruptura de este deber. Sin embargo, es sin duda, a raíz de los acontecimientos que siguen al levantamiento de los seguidores del príncipe Alfonso, entre 1464 y 1468, cuando la incidencia de tal asunto se hace especialmente presente en el texto.

     Buen ejemplo de ello es una de las raras manifestaciones que se encuentran en la crónica en que el propio autor, Diego Enríquez del Castillo, adquiere protagonismo personal para ser él mismo el que pronuncia un discurso que tiene como argumento central el de la lealtad de los vasallos a hacia el rey: "Tanto los leales se deven preçiar de su lealtad, quanto más limpiamente bibieron en ella, por quanto a los traydores desdora su trayçión, tanto los arrea y conpone su mucha firmeza. De aquí es que tres cosas son las que mayor dolor e sentimiento suelen poner en los coraçones de los buenos: primero, quando los libres nasçidos en libertad son privados de aquella e puestos en la sobjuçión de los tiranos. Segunda, quando los leales son mandados y enseñoreados por los traydores. Terçera, e más grave, quando los prínçipes e rreyes poderosos son vinidos en servidumbre de los syervos que criaron" (Cap. 91, pp. 267-268).

     El discurso del capellán real continúa más por extenso ahondando en el tema de la deslealtad y de la traición como amenazas temibles para la supervivencia del reino y como motivos de la mayor subversión. Con su planteamiento, queda bien lejos de los principios inspiradores que por aquellas fechas habrían de defenderse, al termino de la guerra, en la Cortes de Ocaña de 1469, en la que se reivindicaba el papel del rey como mercenario de su pueblo al que se le pagaba soldada de acuerdo con un, así llamado, contrato callado, cuyo incumplimiento justificaba la deposición del monarca [13].

*****

     En conclusión, tal como se ha intentado aquí poner de relieve, Diego Enríquez del Castillo, apeló al reiterado uso de la introducción de manifestaciones oratorias, muchas de ellas atribuidas al propio monarca, seguramente, también muchas de ellas inventadas, para dejar presente su propio pensamiento sobre el concepto monárquico. La puesta en conexión de esas distintas alocuiones oratorias acabaría alumbrando una cierta suerte de speculum principum, que emerge como una especie de tratadito troceado en múltiples fragmentos, insertos en el desarrollo del propio texto cronístico.

 


NOTAS

[1]Se enumeran cerca de un centenar de manuscritos de esta obra en Carlos ALVAR y José Manuel LUCÍA MEGÍAS, Diccionario filológico de literatura medieval española, Madrid, 2002, pp. 432-445.

[2] José Luis BERMEJO CABRERO, "Las ideas políticas de Enríquez del Castillo", Revista de la Universidad Complutense de Madrid, 86 (1973), pp. 61-78.

[3] Crónica de Enrique IV de Diego Enríquez del Castillo, edición de Aurelio Sánchez Martín, Valladolid, 1994, pp. 34-42. Las citas de capítulos y páginas se harán de acuerdo con la crónica recién citada.

[4] Una tesis doctoral en curso de realización sobre este tema en la Universidad Complutense por Javier Fernández Aparicio.

[5] Información al respecto en ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS, Quitaciones de Corte, leg. 2, fols. 235-237.

[6] José Manuel NIETO SORIA, Iglesia y génesis del Estado Moderno en Castilla, 1369-1480, Madrid, 1994, p. 161.

[7] El propio Enríquez, con relación a la actitud de Enrique IV hacia sus capellanes señala que "De contino los sublimaba, á unos para obispos, y á otros en grandes dignidades é rentas; por manera que se animaban á ñe hacer agradables servicios sin enojo. E no solamente aquesto, mas siempre les mandaba hacer mercedes é socorros para sus gastos; de guisa que con aquestos vivían tan ricos como con la renta que la Iglesia les daba". Ibid., pp. 379-380.

[8] José Manuel NIETO SORIA, "Enrique IV de Castilla y el Pontificado (1454-1474)", En la España Medieval, 19 (1996), pp. 167-238.

[9] Luis SUÁREZ FERNÁNDEZ, Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia política de Castilla en el siglo XV, Valladolid, 1975, p. 199.

[10] José Manuel NIETO SORIA, "Los perdones reales en la confrontación política de la Castilla Trastámara", En la España Medieval, 25 (2002), pp. 222-223.

[11] Ibid., pp. 213-266.

[12] Ver al respecto de estos hechos: César OLIVERA SERRANO, Las Cortes de Castilla y León y la crisis del reino (1445-1474). El registro de Cortes, Burgos, 1986, p. 69.

[13] Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla, Madrid, 1866, vol. III, pp. 765 y ss.