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El Libro de Alexandre.

a. Alejandro Magno, personaje histórico(1)

Alejandro Magno nació en el mes de julio del año 356 a.C. en Macedonia, entonces un pequeño reino situado en la parte continental noroeste de la península griega, donde su padre, Filipo, era el rey. A él se debía la sorprendente transformación de su país semibárbaro en una potencia militar temible, que llenó de intranquilidad a los cultos habitantes de la ciudades-estado de la Grecia peninsular, especialmente Tebas y Atenas. Filipo, que en su adolescencia había vivido en Tebas, conoció allí el sistema de la falange tebana, y de regreso a Macedonia la perfeccionó hasta convertirla en la «falange macedónica», formidable máquina humana de guerra.

Dispuesto a hacerse dueño de toda Grecia, Filipo se enfrentó con las ciudades-estado, tomando como pretexto la protección de los santuarios de Apolo y Delfos. También Demóstenes, orador ateniense, le combatió con famosos discursos (Filípicas) en los que alentaba a los griegos contra la supremacía macedónica, pero de nada le sirvió su elocuencia, pues, declarada la guerra, Atenas y Tebas sufrieron una espantosa derrota en la batalla de Queronea (338 a.C.). Filipo reunió después un congreso en Corinto donde fue proclamado con el título de de toda la Hélade. Dos años más tarde (336 a.C.) fue asesinado por un noble macedonio llamado Pausanias.

Muerto Filipo, Alejandro fue rey de Macedonia y de toda Grecia. Tenía veinte de años de edad y reunía en él la elegancia, cultura y sabiduría griegas (su maestro había sido el filósofo Aristóteles), y el coraje y destreza macedonios. Adiestrado en el arte de la guerra por su padre, resultaría un genial estratega. Por otra parte, llevaba en sus venas la sangre ardiente de su madre, Olimpia, princesa del Épiro, bella, inteligente, temperamental y ambiciosa. A la herencia genética de su madre Olimpia, se debía, tal vez, la manifestación de tres cualidades (ansia de gloria), (deseo incontenible por lo misterioso, lo desconocido, lo inexplorado) y (desmesura y ambición insaciables).

Iniciado su reinado, tuvo que enfrentarse con las rebeliones de Tebas y Atenas, sublevadas a la muerte de Filipo. Con Atenas empleó su talento de diplomático, pero con Tebas se comportó inmisericorde, arrasó la ciudad y vendió como esclavos a sus habitantes. Luego, regresó a Macedonia y se dispuso a cumplir su más ferviente deseo: liberar Grecia del yugo persa.

Alejandro deseaba una Grecia libre y señora de sus destinos y para conseguirlo la Hélade no podía ser un conjunto de pequeños estados, era precisa una unión de todos los helenos. Una vez que consiguió esa unión, con la única excepción de los espartanos, Alejandro se dispuso a iniciar su gran aventura.

En la primavera del año 334 a.C. cruzó el Helesponto con un ejército de 35.000 hombres entre infantes y jinetes. Ante las ruinas de Troya hizo un sacrificio a los dioses, conmovido por el recuerdo de aquella guerra inmortalizada por Homero en la Ilíada, que Alejandro conocía de memoria. Cerca de la antigua Ilión tuvo lugar su primera batalla contra los persas, la del río Gránico (334 a.C.). Allí derrotó a Memnón, fue su primera victoria en tierras de Oriente. De ahí en adelante nunca sería vencido.

En Asia Menor comenzó el acoso del poderoso ejército persa, cien veces mayor que el suyo, compuesto por gentes de distintas razas, costumbres y usos, aunque falto de jefes capaces de con trarrestar el genio militar de Alejandro.

En Persia reinaba Darío III Codomano, un hombre débil y bondadoso, prototipo de monarca decadente, irresoluto y cobarde, y Alejandro, después de la batalla del Gránico, se dirigió hacia el sur, bordeando las costas del Egeo. En su marcha fue ocupando las ciudades de Éfeso, Sardes y Mileto, varias de ellas simpatizantes de los griegos. Mientras tanto, Darío reunía un ejército colosal.

En noviembre del 333 a.C., los dos ejércitos se enfrentaron, cerca de Isso, en la costa egea. Las disciplinadas falanges de Alejandro, bien concertadas con los jinetes macedonios, arrollaron por segunda vez al colosal ejército persa.

Presa del pánico, el rey Darío huyó antes de que la batalla estuviese decidida. Tras de sí dejó cientos de carros cargados de riquezas y a su madre, esposa e hijos. Sin embargo, Alejandro se comportó lleno de gentileza y generosidad con las cautivas, pero, cuando más tarde Darío envió emisarios con grandes sumas para el rescate de la familia real persa, Alejandro rechazó el canje, ya que se consideraba el amo de Persia y sólo admitía la sumisión total del imperio.

Prosiguió el avance hacia el sur, Tiro, Sidón y Gaza cayeron en su poder y, finalmente, entró en Jerusalén.

En el otoño del año 332, Alejandro entra en Egipto, donde es recibido como libertador, y en la desembocadura del Nilo funda la primera ciudad que llevará su nombre: Alejandría. Peregrina al oasis de Siwa, donde existía un templo muy venerado consagrado al dios Amón, y allí sus sacerdotes le recibieron con todo honor.

Mientras tanto, Darío había reclutado un numerosísimo ejército y se produjo el nuevo enfrentamiento entre los dos bandos. En la llanura de Gaugamela, cerca de Arbela, en octubre del 330 a.C. se encontraron los dos ejércitos. Alejandro, según su costumbre, rompió las filas enemigas montando en su caballo Bucéfalo; las falanges macedónicas le siguieron, avanzando sobre el ejército persa. Por segunda vez Darío huyó, pero esta vez los nobles persas le asesinaron esperando ganarse con esa traición el favor de Alejandro. Luego las principales ciudades persas abrieron sus puertas al vencedor: Babilonia, Ecbatana y Persépolis.

Empezó entonces una política de unificación de las culturas griega y persa. Alejandro dejó a los gobernantes y príncipes persas en posesión de sus tierras, manifestando su respeto a su religión y costumbres, incluso alentó los matrimonios de sus soldados y generales con mujeres persas, dando él mismo ejemplo al casarse con Roxana, princesa sogdiana, y, más tarde, con Estatira, hija mayor de Darío.

Sin embargo, los soldados de Alejandro empezaban a estar descontentos, ya que, vengada la humillación de Grecia y conquistado el imperio persa, deseaban volver a sus hogares. Los soldados fueron convencidos, pero los hombres más próximos a Alejandro se sentían agraviados y resentidos porque los nobles persas vencidos eran tratados igual que los griegos, además Alejandro había adoptado costumbre e indumentarias persas. El descontento produjo conspiraciones muy graves que cortó con mano dura, ajusticiando los sediciosos.

Finalmente decidió avanzar hasta los límites de la tierra conocida y llegar hasta donde ningún hombre había llegado jamás. En el 327 comenzó su última campaña: la expedición a la India. Junto al río Hidaspes, un afluente del Indo, luchó contra el rey Poro (326 a.C.) y lo venció en combate personal ante sus dos ejércitos.

Continuó su avance hacia el Este, pero llegó un momento en que su fiel ejército no pudo más, pues en la aventura los sufrimientos aumentaron y ya nadie comprendía la razón de este avance. Alejandro tuvo que volver y murió en la ciudad de Babilonia en junio del 323 a.C., sin que se haya podido saber con seguridad si fue víctima de una conspiración o pereció debido al paludismo. Tenía treinta y tres años.

Muerto sin sucesión, sus generales se repartieron el gran imperio, quedando vencedores los más fuertes y astutos. Fundaron reinos importantes, algunos de los cuales fueron modelos de cultura y prosperidad, el más importante fue el de Egipto, al mando de Tolomeo y sus sucesores.

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b. Historiadores de Alejandro Magno en la Edad Media(2)

Aunque la aventura de Alejandro Magno nunca fue olvidada y el encanto de su personalidad perduró a través de los siglos, fue la Edad Media la que popularizó su historia, haciendo que llegara su conocimiento no sólo a grupos escogidos de gentes doctas, como había sucedido en el pasado, sino también a personas de cultura media y hasta a analfabetos. En este caso, las arte plásticas hicieron su papel: en tímpanos de fachadas de iglesias y catedrales, en capiteles de columnas románicas y góticas se representaron escenas de la vida de Alejandro.

Quien desencadenó el interés y el fervor por la historia de Alejandro en la Edad Media europea fue el arcipreste Leo de Nápoles en el siglo X. Hacia el año 950 viajó a Constantinopla en misión diplomática, cuando acabó su tarea, se dedicó a leer libros recomendados por sus amigos en la corte del emperador bizantino; de este modo conoció un manuscrito griego que contenía la historia del Pseudo Calístenes, de la cual hizo una copia y se la llevó a Nápoles. Esta copia fue un regalo a sus señores los duques Juan II y Marino II, la cual a petición del primero fue traducida al latín titulándola Nativitas et victoria Alexandri Magni, aunque con el tiempo fue conocida con el escueto nombre de Historia de proeliis. De esta traducción se hicieron muchas copias que en más de cuatro siglos fueron poblando los anaqueles de bibliotecas, conventos y abadías. De esta obra sólo han llegado a nosotros manuscritos que acusan numerosas variantes e interpolaciones.

Los copistas de Historia de proeliis, imbuidos de un afán moralizador, comenzaron a transformar «pro domo sua» la historia de Alejandro, vistiendo sus personajes a la manera medieval y haciendo de Alejandro un dechado de rey, acorde con los ideales de la Europa del siglo XI.

La Historia de proeliis, del arcipreste Leo de Nápoles sirvió como fuente histórica a los colaboradores de Alfonso X el sabio, quienes tradujeron partes muy importantes de esa obra, intercalándolas en la General Estoria del siglo XIII.

En la Francia de finales del XIII las múltiples copias de la Historia de proeliis sirvieron de fuente común a dos obras famosísimas en la Europa medieval: Le roman d´Alexandre de Lambert Le Tort y Alexandre de Bernay y la Alexandreis de Gautier de Châtillon.

Le roman d´Alexandre es un poema de veinte mil versos alejandrinos, atribuida a los autores antes citados. Compusieron por separado, incluso sin conocerse, su historia de Alejandro. Las copias se multiplicaron, se rehacían los dos textos, se introducían nuevos episodios, hasta que en 1846 Michelant publicó en Stuttgart los veinte mil versos, resultado de ese ciclo de tema alejandrino. Lo que sí parece deberse a uno de sus primeros autores, Alexandre de Bernay, es la forma métrica del verso francés de doce sílabas, que, por haberse empleado en el Roman d´Alexandre, recibió el nombre de alejandrino.

En cuanto a la Alexandreis de Gautier de Châtillon, su historia bibliográfica no tiene la complejidad de su precedente. Su autor fue un clérigo bien conocido en su época. Nacido en Lille hacia 1135, estudió en París y Reims, se ganó el afecto y consideración de personajes importantes como el rey Enrique II; vivió en Inglaterra, fue maestro en Châtillon, donde parece que empezó a escribir tratados doctrinales y versos satíricos de intención moral; viajó por Italia y, finalmente, vino a morir en Amiens en las postrimerías del siglo XII. Su Alexandreis (Alejandríada), heredera de la vieja Historia de Alejandro Magno del latino Quinto Curcio Rufo, fue compuesta en hexámetros latinos entre 1178 y 1182. De nuevo cientos de copias manuscritas inundaron los centros europeos, porque la obra de Châtillon se adoptó como libro de texto. Fue, sin duda, el texto básico traducido en el Libro de Alexandre.

A éstos, por supuesto habría que añadir al anónimo autor del Libro de Alexandre español, objeto de este trabajo.

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c. El "Libro de Alexandre" como obra literaria

El Libro de Alexandre (o Alixandre), el poema más perfecto del Mester de Clerecía anterior al Libro de Buen Amor, es la obra de un autor desconocido y, sin duda, erudito, cuya fecha de composición también es incierta, aunque suele proponerse como tal la primera mitad del siglo XIII, y que celebra con aliento novelesco, épico y caballeresco la vida de Alejandro de Macedonia.(3)

La primera de sus peculiaridades es su extensión: tiene exactamente diez mil setecientos versos, distribuidos en 2.675 estrofas monorrimas, de cuatro versos cada una, llamadas «cuadernas».

Se conoce este libro por dos manuscritos medievales, uno de ellos está en la Biblioteca Nacional de Madrid y recibe el nombre de Manuscrito O, porque procede de la Biblioteca de la Casa Ducal de Osuna, está escrito en pergamino, es una copia del siglo XIV y tiene rasgos dialectales leoneses. El otro manuscrito pertenece a los fondos españoles de la Biblioteca Nacional de París, se le conoce con el nombre de Manuscrito P, está escrito en papel, tiene rasgos dialectales aragoneses y/o riojanos y se suele datar en el siglo XIV. Ninguno es del siglo XIII, que fue la época a que pertenece el Libro de Alexandre.

También nos han llegado tres fragmentos del Libro, uno hallado por el erudito Paz y Meliá en el archivo ducal de Medinaceli en 1892: en una hoja de pergamino aparecieron escritas las seis primeras cuadernas y tres versos de la cuarta. Este pergamino es también del siglo XIV.

El segundo fragmento es mucho más largo (17 cuadernas) y está inserto, escrito como prosa, en la crónica del siglo XV titulada El Victorial o Crónica de don Pero Niño, escrita por Guiterre Diez de Games.

Finalmente, también aparecen fragmentos del texto (cuadernas 787-93, 851 y 1167-1168b) en un estrambótico libro del siglo XVII, escrito por Francisco Bivar con el fin de exponer la teoría de una lengua original española. Esta obra se titulaba Marci Maximi Caesar augustani viri doctissimi continuatio Chronici omnimodae Historiae ab Anno Christi 43 usque ad 612 quo maximus pervenit [...].

Fue el erudito Tomás Antonio Sánchez en el siglo XVIII, quien publicó por primera vez el Libro de Alexandre, transcribiendo el Manuscrito O de la Biblioteca Nacional de Madrid. En el siglo XIX Florentino Janer lo reeditó en la Biblioteca de Autores Españoles.

Sin embargo, el paso más fecundo fue la publicación del texto completo de los dos manuscritos, debida al hispanista norteamericano Raymond Willis.

En España la edición que ha popularizado esta obra ha sido la del profesor de la Universidad de Extremadura Jesús Cañas Murillo.

En cuanto a su datación, se puede afirmar que es anterior al Poema de Fernán González y a Berceo, porque aparecen con frecuencia en la obra y la fecha del Poema oscila entre 1240 y 1250. También se puede asegurar que el autor es el inventor de la métrica en cuaderna vía y, por tanto, es anterior a todos cuantos libros fueron escritos con esta estructura. Así pues, se podría aceptar como margen de fechas las comprendidas entre 1230 y 1250, como propone Nicasio Salvador.(4)

Sobre el autor se puede empezar por decir que es anónimo, a pesar de que no hayan faltado intentos para adjudicarle un nombre. La cuestión se planteó ya cuando Tomás Antonio Sánchez publicó por primera vez el Manuscrito O, en cuya última cuaderna se afirma que el autor era un tal Johan Lorenzo Segura de Astorga, aunque posteriormente se comprobó que, lo que se pensaba apellido era «natural de Astorga», además se usa el verbo «escribir», lo cual implica que éste era un mero copista.

Al aparecer en 1888 el Manuscrito de París, se observó que en su cuaderna final se atribuía a Gonzalo de Berceo. Sin embargo son muchas las razones en contra de esta autoría.

La cultura de Berceo no era tan amplia ni tan europea como se pone en evidencia en el Libro de Alexandre; por otro lado, al autor del Libro le gustan las lances guerreros, interviniendo frecuentemente en el relato y además con gran sentido del humor, en cambio todo esto no se encuentra en los libros de Berceo; sí encontramos gran predilección por los temas marianos, mientras en el otro autor no aparece ningún interés por ese tema. En suma, Berceo se preocupó de que sus libros llevaran su nombre y, aunque en el manuscrito de París aparezca, lo cual puede ser atribuido a un copista, es difícil aceptar su autoría.

Pese a que no sabemos el nombre del autor, sí conocemos detalles de su personalidad, cultura e, incluso, carácter.

Se trata de un hombre muy culto, era evidente que había leído en latín y en francés. Era clérigo o el equivalente a lo que hoy entendemos por «hombre culto» o «intelectual». Compuso su obra basándose en múltiples lecturas, que unas veces traduce, otras amplía y otras reduce, según la costumbre de su época. Además, apreciaba las historias contadas por los juglares y la manera de ser contadas por ellos.

Por toda la obra las continuas intromisiones e intervenciones del autor demuestran hasta qué punto se sentía autor-protagonista. En éstas manifiesta sus sentimientos en relación con los personajes; por ejemplo, es notable el afecto y consideración con trata a algunos personajes.

Hombre de su siglo, exalta los valores más característicos y admirados de la época: el coraje de los guerreros, la fidelidad al señor natural, la creencia en Dios, la piedad religiosa, etc. Igualmente reprueba todo cuanto significaba la transgresión del código moral de los hombres de su siglo: cobardía, deslealtad y pecados mortales.

También es interesante saber qué es lo original de este libro, que, siguiendo a Ian Michael,(5) lo serían las seis primeras cuadernas, las quejas de Alejandro ante su maestro Aristóteles (estrofas 38-47), el discurso de Alejandro después del relato de la Guerra de Troya (762-772), la moralización a propósito de la sociedad de su tiempo (1805-1830), el poema de Mayo (1950-1954) y la conclusión de la obra (2668-2675).

La línea principal argumental la constituye el relato de la vida de Alejandro Magno: su infancia y educación a cargo de Aristóteles, sus primeras aventuras tras ser armado caballero (derrota de Nicolao, pacificación de Armenia, victoria sobre Pausanias), su subida al trono a la muerte de Filipo y pacificación de Grecia, su invasión de Asia y sucesivas guerras con Darío y Poro, y, finalmente, su castigo y muerte como consecuencia de su insaciable sed de aventuras, dominio y saber.

Esa línea principal aparece sucesiva y repetidamente quebrada por la inserción de numerosísimos episodios secundarios, digresiones sobre muy distintos temas que remansan la secuencia de las hazañas del héroe. Se puede dividir en siete partes: Nacimiento, educación y adolescencia; inicio de la campaña contra el rey Darío; la guerra de Troya contada por Alejandro; campaña contra el rey Darío; Alejandro decide continuar en Asia; campaña contra el rey Poro de la India; y la soberbia de Alejandro (de la gloria humana a la muerte). Entre las digresiones resaltan la de la Guerra de Troya (428 estrofas); la descripción de Babilonia (estrofas 1460-1533), en la que inserta el poeta una enumeración sobre las propiedades de las piedras preciosas y las aves y plantas exóticas; la descripción del infierno (2334-2424); la descripción de la tienda de Alejandro (2538-2595), y otras menores, como la descripción geográfica del mundo (276-294), las armas de Darío, la caza de elefantes (1976-1980), etc.

Todo ello presta al poema una original y compleja estructura, en la que alterna la línea narrativa con esa infinidad de excursos, que llegan a ocupar más de la tercera parte de la totalidad del poema. Las digresiones, sin embargo, no constituyen un mero añadido gratuito e innecesario, sino que, por el contrario, se funden estrechamente con la acción y el tema principal de la obra y se cargan de sentido y funcionalidad.

Por lo demás, el poeta castellano explota la leyenda a partir de varios niveles interpretativos, que también dificultan la dilucidación del sentido último del poema. El poeta manifiesta simultáneamente su doble sentir de admiración y de enjuiciamiento moral ante la también doble condición del protagonista, escindido en hombre de acción y en hombre sabio, que alimenta una insaciable aspiración de saber que le empuja a las más sorprendentes empresas, como la aventura submarina en una cuba de vidrio para conocer «e meter en escripto los secretos del mar», o la expedición aérea en alas de dos grifos hambrientos con el fin de «veer todél mundo cóm yazié o cuál er». Ese afán de saber, de «conquerir las secretas naturas», que el poeta equipara al pecado de soberbia («nunca mayor sobervia comició Luçifer»), es el que precipita la condena de Alejandro:

«Pesó el Criador que crió la Natura,

hovo de Alexandre saña et grant rencura,

dixo «Este lunático que non cata mesura,

yol tornaré el gozo todo en amargura...» (estr. 2329).(6)

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d) Fuentes literarias del "Libro de Alexandre"

La historia de Alejandro Magno se transmitió a la Edad Media en dos tradiciones literarias principales. De un lado, la leyenda poética, formada sobre la obra griega del Pseudo Calístenes, compuesta por un natural de Alejandría, que se difunde en Occidente hacia el siglo IV con la traducción de Julio Valerio, Res Gestae Alexandri Macedonis, divulgada en el siglo IX por el Epitome Julii Valerii y en el siglo X por la Historia de Proeliis, atribuida al arcipreste Leo de Nápoles; la popularidad de esta tradición poética llega también a las literaturas en lengua vulgar y deja en el Roman d´Alexandre francés (siglo XII) su fruto más representativo. De otra la tradición histórica, derivada de los historiadores latinos, especialmente de los Gesta Alexandri Magni de Quinto Curcio, bajo el reinado de Augusto, que produce en el siglo XII uno de los poemas latinos más singulares de la Edad Media, la Alexandreis de Gautier de Châtillon, basada principalmente en Quinto Curcio.(7)

La historia de Troya fue mejor conocida en el período medieval por la Ilias latina y por el De excidio Troiae historia (siglo VI), falsamente atribuido a Dares de Frigia. La Ilias latina data del período neroniano y es una paráfrasis condensada del poema de Homero, pero más de la mitad de él se remonta a los primeros cinco cantos del poema griego.

La Alexandreis, escrita entre 1178 y 1182, cuenta la vida de Alejandro Magno en diez libros en hexámetros latinos y constituye un intento de imitar la épica clásica. A su vez, la principal fuente de Gautier es la obra de Quinto Curcio Gesta Alexandri Magni.

La Historia de Proeliis apareció en el siglo X como una traducción del Pseudo-Calístenes, atribuida al arcipreste Leo de Nápoles. Una nueva recensión fue hecha en el siglo XI, que incorporaba los Tratados indios y la Epistola ad Aristotelem. En el siglo XII se volvió a realizar una recensión que contenía las interpolaciones adicionales de Orosio, Valerio Maximo, Josefo, etc.

El Roman d´Alexandre es un poema francés del siglo XII derivado también del Pseudo- Calístenes, del cual se conocen cuatro versiones diferentes.

Se ha discutido la posibilidad de que también le deba algo a las Metamorfosis de Ovidio, sin embargo, es más creíble, como dice Alarcos (8) que el poeta pueda haber recordado variados libros que leyó o que tenía a mano un compendio mitológico o una copia de la Ilias latina amplificada y anotada por un colega clérigo. Además el poeta español conoció, a veces de segunda mano, obras como los Disticha Catonis, el Physiologus, el Epithome de Julio Valerio, las Etimologías de San Isidoro, las Antigüedades judaicas de Josefo, y Quinto Curcio.

El texto básico que, como ha revelado la crítica, le sirve de modelo para entramar las sucesivas peripecias de la historia, es el poema de Gautier de Châtillon. Sigue su obra en lo que constituye la línea argumental del poema, aunque no deja de contrastarlo y amplificarlo en diferentes lugares con la Historia de Proeliis, sobre todo, y el Roman d´Alexandre. En cuanto a las demás fuentes, ajenas a la leyenda, destacan la Ilias latina (utilizada para el largo episodio sobre la guerra de Troya), las Etimologías de San Isidoro, las Antigüedades judaicas de Josefo, el Physiologus, los Disticha Catonis, las Metamorfosis de Ovidio y, naturalmente, la Biblia, especialmente, el Génesis y el Éxodo.

Conocida, interpretada y juzgada a partir de esos textos, la figura de Alejandro vino a alcanzar la condición de lugar común en la literatura occidental de la Edad Media y aun de épocas posteriores. Reelaboraciones de la leyenda o escuetas referencias a ella se encuentran en las obras más diversas, tanto cultas o vulgares como profanas o piadosas, desde el «roman» al sermón o desde el tratado teológico a la historia. Las interpretaciones que, en consecuencia, recibió la leyenda fueron también muy diversas, conforme al medio intelectual en que era reelaborada. Al lado de la más extendida concepción caballeresca, que hacía de Alejandro un trasunto del caballero feudal caracterizado por sus virtudes de valor y largueza, cundió la concepción clerical, que exaltaba sus ansias de saber y fama o la interpretación moral, que lo condenaba por su soberbia y su desmesurado afán de poder y riqueza.

La concepción caballeresca de Alejandro es típica de Francia, donde ese ideal surge dentro de su especial marco social, y arraiga profundamente en las artes y otras manifestaciones culturales, mientras que Alemania e Italia, aunque atraídas a la órbita francesa, muestran su modalidad propia; la primera, en una adusta actitud moralizante, hostil al héroe; la segunda, en una actitud intelectual que comienza por reproducir exactamente las fuentes latinas y acaba por parodiar con bonhomía irónica la fantasía caballeresca.(9)

Al lado de todo ello hay que señalar que la leyenda de Alejandro, como ha dicho Carlos García Gual,(10) reunía los atractivos de ese Oriente fabuloso, en el que había penetrado más lejos, riquezas desmesuradas, viajes (...). Además de los episodios de batallas, elefantes y amazonas, líricos jardines con misteriosos pájaros y el perfume exótico de algunos episodios, ofrecían a la curiosidad del público medieval un mundo maravilloso comparable al de Julio Verne o al de la ciencia ficción.

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e) La Guerra de Troya

Es un largo discurso-relato que Alejandro dirige a su ejército, recién desembarcado en Asia, ante las ruinas de Troya. Allí cuenta a sus hombres la historia del famoso conflicto «por alegrar sus gentes ferles buen coraçon». Su motivo principal es, pues, que los guerreros griegos se enardezcan con el ejemplo de hazañas valerosas y comprendan que ganar requiere pasar por malos trances y que la victoria final llega si el ánimo no decae aun en las peores situaciones. El gran premio es la fama imperecedera.

Es la más larga digresión insertada en el poema, ocupa 1.716 versos y cubre el 60% de la obra completa y casi el 45% de todo el material digresivo. Se trata del primer relato completo del sitio de Troya que se escribió en castellano.(11)

Se encuentra en un punto inmediatamente anterior a las más importantes campañas de Alejandro. Su autor no se basa en una única fuente para este material, aunque el núcleo es provisto por la Ilias latina, que el poeta refiere como si de «Omero» se tratara.

Las fuentes de este pasaje pueden dividirse en dos: hasta la disputa de Aquiles y Agamenón sería la Crónica Troyana impresa; después sigue a Homero a través del compendio latino del Pindarus Thebanus, por lo menos hasta la muerte de Héctor. En el juicio de Paris se encuentra una mezcla de detalles tomados de Higino, del Mitógrafo Vaticano I, más datos de Ovidio. Incluso Solalinde ve semejanzas con el juicio de Paris de la General Estoria de Alfonso X el sabio.(12)

La oportunidad de insertar la historia de Troya viene de la narración de Gautier, cuando Alejandro visita las ruinas de Troya y descubre la tumba de Aquiles, entonces empieza a contar la historia de la guerra.

Existe un gran paralelo entre el episodio troyano y el poema completo: el poeta empieza el poema con un resumen del contenido, casi como una disertación universitaria moderna; exactamente del mismo modo realiza un prefacio de la historia de Troya con un resumen de sus principales acontecimientos. Así consigue mantener a sus lectores en suspense sobre el resultado de la historia.(13)

En su discurso antes de la invasión de Asia, Alejandro se refiere a Hércules y a Jasón, pero no alude a la guerra troyana. En cuanto acaba la digresión, da la conclusión a la manera de un predicador. Esto se podría entender como la conclusión de un sermón medieval, en el que el evangelio era el tema; así la historia de la guerra de Troya se convierte en el equivalente laico del tema del sermón.

La historia de Troya no se menciona de nuevo hasta que todas las conquistas militares se han realizado. Después del sitio de Sudrat y antes de su inmersión en el mar y su vuelo, Alejandro exige a sus hombres la búsqueda de más conquistas, en particular uno de los siete mundos creados por Dios, y compara su situación a la de Aquiles.

Para hacer un relato tan completo (abarca desde el nacimiento de Paris hasta la entrada de los griegos en Troya y su total destrucción) utilizó el autor materiales muy diversos, ya citados. Sin embargo, los antecedentes de la guerra y lo que acontece después de la muerte de Héctor, la muerte de Aquiles, la estratagema de Ulises (el caballo) y, finalmente, el incendio y saqueo, pertenecen a un conjunto de relatos épicos muy dispersos y contradictorios, los llamados poemas homéricos. Es evidente que el autor no tuvo acceso a este material literario, tal como está hoy recopilado,(14) por tanto, hay que suponer que lo conoció a través de muy diferentes fuentes latinas y francesas, que aún no han sido identificadas.

El relato comienza con las bodas de Tetis y Peleo, cuyos nombres no se citan, y el banquete a que asisten todos los dioses (estrofas 335-338), entre los que «el pecado» siembra la discordia por medio de la manzana que se disputan las tres diosas hasta que comparecen ante Paris (339-345).

Sigue la narración del nacimiento e infancia de Paris (346-361) y el desarrollo del juicio de las tres diosas (362-387); los consejos de Venus a Paris para conseguir a Helena y su éxito (388-399).

Menelao celebra consejo para tomar una decisión (400-404); se producen entonces las pro fecías de Calcas (405-409).

Continúa con la crianza de Aquiles y su descubrimiento por parte de Ulises (410-416). Después viene la disputa de Aquiles y Agamenón (417-422), los malos consejos de Tersites y los buenos de Néstor (423-433).

Empiezan las acciones bélicas con el relato de que las fuerzas griegas se hacen a la mar (434) y se dan los nombres de los caudillos griegos y la cantidad de naves que mandan (435-450). Así llegan a Troya y el rey Príamo se entera de esto (451-453).

Empieza el combate y Paris huye ante Menelao siendo recriminado por Héctor (463-471); viene el enfrentamiento de Paris con Menelao (472-491), tras el cual Helena increpa a Paris (492-495). Sigue la ira de Menelao por el incumplimiento del acuerdo a que se ha llegado (496-497), Pándaro hiere a Menelao (498-499) y viene de nuevo la batalla general (500-565), que acaba con la retirada troyana (566-568).

Héctor y su mujer se despiden (569-572) y Héctor se enfrenta con Áyax (573-593). Se produce un nuevo consejo troyano y un intento de paz (594-601), que fracasa y se produce una nueva batalla y la derrota griega (602-609).

Ante el resultado los griegos mandan mensajes a Aquiles para regresar al combate (610-615). Diomedes y Ulises salen de expedición y matan a Dolón y Reso (616-627). Nueva batalla y derrota griega (628-635) y muerte de Patroclo a manos de Héctor y Aquiles lamenta la muerte de su amigo (636-651).

Aquiles regresa al combate y para ello recibe sus nuevas armas (652-665) y se enfrenta con Héctor (666-709), muerto éste, se produce gran alegría entre los griegos y tristeza entre los troyanos (710-719); sigue la venganza de Paris que mata a Aquiles (720-735).

Sigue la idea de la construcción del caballo por parte de Ulises (736-745), su entrada en Troya, el simulacro de retirada griega y la invasión y destrucción de la ciudad (746-761).

Acaba con los consejos morales derivados de la narración (762-771) y el consiguiente enardecimiento de sus soldados, objeto del relato (772).

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Realizado por Enrique Celis Real

NOTAS

(1).- STRUVE, V.V., Historia de la Antigua Grecia, Madrid, 1981, pp. 781-802.
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(2).-Libro de Alejandro, Versión de Elena Catena, Editorial Castalia, Madrid, 1985, pp.20-24.
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(3).- VILLARRUBIA, A., «Motivos mitológicos clásicos en la poesía española de los siglos XII y XIII», Conferencia del VIII Coloquio Internacional de Filología Griega: Influencias de la mitología clásica en la literatura española, Madrid, UNED 20-23 marzo 1996.
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(4).- «Mester de Clerecía, marbete y caracterización de un género literario»,
Revista de Literatura
, XLI- 82, 1979, pp. 5-30.
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(5).- The Treatment of Classical Material in the Libro de Alexandre, Manchester, 1970, pp.287-293.
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(6).- Historia de la literatura española de la Edad Media y Siglo de Oro, Madrid, Material didáctico de la UNED, 1982, pp.153-154.
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(7).- MICHAEL, I., Op. cit., p. 12.
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(8).- ALARCOS LLORACH, E., Investigaciones sobre el Libro de Alexandre, Madrid, 1948, p.93.
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(9).- Historia de la literatura española de la Edad Media y Siglo de Oro, ed. cit., pp. 152-153.
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(10).- Primeras novelas europeas, Madrid, 1974, p. 110.
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(11).- ALARCOS LLORACH, E., Op. cit., p. 95.
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(12).- SOLALINDE, A.G., «El juicio de Paris en el «Alexandre» y en la
General Estoria
», RFE, .XV, p. 5-13.
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(13).- MICHAEL, I., Op. cit., pp. 256-259.
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(14).- RUIZ DE ELVIRA, A., Mitología clásica, Madrid, 1975, pp. 393-443.
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