fonso de pogio y de otros en la forma siguiente.
La primera fábula en que Alfonso amonesta las personas a la sabiduría y verdadera amistad.
l
sabio Lucano de Arabia dixo a su hijo:
-No deves soportar que sea la hormiga más sabia que tú, la qual ayunta en el estío dónde biva en el invierno; no sea el gallo mejor velador que tú, el qual vela a las mañanas e tú duermes; ni sea más fuerte que tú el qual rige nueve mugeres, porque siquiera tú puedas regir una; e no sea más noble de coraçón el perro que tú, el qual siempre se acuerda del bien que recibe e tú no te acuerdas d' él. No menosprecies a ningún enemigo por pequeño que sea ni te parezca mucho tener mil amigos.
E otra vez, el sabio mismo de Arabia, quasi estando a la muerte, llamó a su hijo, del qual preguntó quántos amigos avía adquirido fasta aquel día. Respondió el hijo:
-Según pienso, ya tengo mas de cient amigos.
Dixo el padre:
-Cata que no tengas por amigo a ninguno fasta que lo ayas provado, porque primero nací yo que tú y apenas alcancé un medio amigo, aun éste tal con gran trabajo, y maravíllome de cómo tu podiste aver tantos amigos. Por ende, dévelos provar porque verdaderamente conozcas quáles d' ellos sean amigos.
Respondió el hijo:
-Padre, ¿cómo los devo provar?
Dixo el padre:
-Pruévese d' esta manera: mata un bezerro y mételo en un costal, el qual ensangrentado de fuera llévalo a algún tu amigo, e dile que es un hombre muerto, al qual por tu gran fortuna mataste; por ende, que le ruegas como amigo especial que él te lo quiera encubrir y te lo sotierre, porque este tu mal no sea sa- /f. LXIv/ -bido, pues él lo puede hazer sin sospecha y tú por su amistad te puedas salvar d' este peligro.
El hijo puso por obra quanto el padre le aconsejó e mandó. Y el primero amigo a quien fue con el cuerpo, rogado por él en la manera e forma que el padre le avía consejado, respondióle assí:
-Amigo, ten allá tu hombre muerto, no me entres con él en casa. Si mal cometiste, párate a la pena.
E después, yendo a otro amigo y a otros muchos, requiriéndolos uno a uno por la misma orden y palabras, todos le respondían por un modo diziendo:
-Amigo, el caso es grande y peligroso y tal, que no conviene que entres en nuestras casas con tal cosa como essa. Allá te repara por ti como podrás, pues que mal cometiste por ti solo, no nos metas en peligro.
El hijo, vista y conocida la poca amistad que halló en sus amigos, tornóse para su padre y contóle todo lo que avía contecido. El qual dixo a su hijo:
-Ya has esperimentado por verdadero al philósopho, el qual dize: "Que muchos son los amigos de nombre, mas pocos son de obra en la necessidad". Pues llega a aquel medio amigo y pruévale qué te dirá.
El hijo se fue para él y relatóle el caso por parte de su padre según que a los amigos suyos diziendo que era hombre muerto etc. El qual le dize:
-Entra en casa ca este secreto no conviene manifestar a los vezinos.
Y después hizo echar de casa a su muger y a toda su compaña, y assí secretamente cavó en un lugar más convenible que avía en su casa para enterrar a aquel cuerpo. E assí estando presto y dispuesto para enterrarlo allí, el fijo descubrió todo el fecho verdaderamente a aquel medio amigo de su padre. Al qual dando muchas gracias, se tornó para su padre, a quien por estenso manifestó las palabras y obras de su medio amigo. Entonces dixo el padre:
-D' este tal amigo fabla el filósofo: "Aquél es buen amigo, el qual te ayuda quando todo el mundo te falta".
E preguntó el hijo al padre:
-¿Viste por ventura a alguno que alcançasse amigo entero?
Responde el padre:
-No vi, mas oy dezir.
Ruégale el hijo:
-Recuéntamelo si podré alcançar en algún tiempo tal amigo entero.
Dixo el padre:
-Lo que oy contar fue de dos mercaderes, de los quales el uno era en Egipto y el otro bivía en Baldac, que se conocieron solamente por oydas y mensajeros y cartas que embiava el uno al otro, por los quales contratavan vendiendo y comprando y en otras diversas maneras. E assí, corriendo el tiempo, acaesció que aquel mercader de Baldac se fue a negociar a Egipto. Oyendo el egipciano cómo su amigo venía, con gran alegría salió a su camino y lo recibió con cara alegre en su casa, sirviéndole como es costumbre entre amigos por siete días y mostrándole en este tiempo todos sus bienes, riquezas y secretos, los quales passados, començó a caer en enfermedad grave el de Baldac. De lo qual aviendo grande pesar y sentimiento, su amigo buscó quantos físicos avía en la provincia y escogiendo los mejores de entr' ellos, fízolos venir a su casa porque a su amigo lo socorriessen, sanándolo de su enfermedad. Mas los físicos, tocándole el pulso, vista y examinada su orina, no pudieron entender que oviesse enfermedad alguna en su cuerpo, salvo que era aquella su dolencia de la parte intellectual y de la ánima, porque su mal era de encendimiento de amor y cobdicia. E conociendo esto su amigo, se fue para él y preguntóle rogando con fiuzia que le dixesse si avía en su casa alguna muger por cuyo amor fuesse assí encendido y enfermo. A esto respondió el enfermo: "Muéstrame todas las mugeres de tu casa. Si veré entre ellas a ésta que tanto ama la mi ánima, yo te diré la verdad". E luego hizo poner ante él todas /f. LXIIr/ las mugeres y servientas de su casa mas no plugo a él alguna d' ellas. E después le traxo las fijas, empero tampoco era alguna de entr' ellas. Era en casa una moça que el mercader avía criado por gran tiempo, porque conociesse su costumbre, la qual tenía para tomar por su muger, y ésta fue en fin trayda para que al viesse el enfermo. La qual vista, luego dixo: "D' esta depende la mi vida o muerte". Oydas estas palabras, sin dilación luego le entregó por muger aquella moça que era noble e muy hermosa, con gran dote, a la qual tenía para recebir por su propia muger el mesmo egipciano. E assí fue sano luego. E acabada su negociación, tornóse para su tierra con esta muger.
"Dende a tiempo acaesció que aquel mercader de Egipto perdió sus bienes por muchas e varias fortunas e assí, caydo en pobreza, deliberó de se yr para aquel amigo que tenía en Baldac, porque él aviendo misericordia de él, le hiziesse alguna ayuda o reparo. E assí se va para él medio desnudo e hambriento, el qual llegó a la noche en Baldac. E repugnávale la vergüença a yr luego para casa de su amigo assí desnudo e no limpio, e no menos se recelava de yr para él a tal hora porque dexasse de lo recebir no lo conociendo. Por lo qual deliberó de entrar en el templo e passar la noche allí. Donde rebolviendo e passando muchas cosas entre sí, se enojó de estar allí e salió dende por causa de quitar sus pensamientos andando fuera. E saliendo del templo encontró con dos hombres en la calle, el uno de los quales mató al otro e huyó escondiéndose por essa cibdad. Los ciudadanos, oyendo el estruendo y golpes, salieron a ver qué cosa era e hallaron un hombre muerto. Y ellos buscando por una parte e por otra al matador para lo prender no hallaron a otro sino aquel egypciano, el qual preso por ellos fue preguntado si avía muerto a aquel hombre. Este hombre assí caydo en pobreza, codiciando que su mengua y mala fortuna fuesse cubierta y siquiera por muerte feneciesse, dixo: "Yo lo maté". Y assí fue preso y puesto en cárcel aquella noche. Otro día siguiente fue traydo ante los juezes y sentenciado a que fuesse enforcado. E mucha gente, según que es costumbre, se fue a ver la execución de la justicia al lugar donde lo avían de enforcar, entre los quales vino aquel su amigo de Baldac, por cuya causa el sentenciado oviera venido en aquella ciudad. E como lo vio, mirándolo más agudamente el mercader, su amigo lo conoció, e vio cómo aquél era estrangero y su amigo de Egipto, del qual avía recebido mucha honra y a su muger con dote grande y otros beneficios y bienes muchos. Y acordándosele de todo aquello y considerando cómo el hombre es tenido y obligado a regraciar y remunerar por los beneficios recebidos en esta vida a su amigo, como no los pueda pagar después de muerto, deliberó y determinó de recebir la muerte por aquel su amigo. E començó a llamar con gran clamor y boz: "¡O, malos juezes! ¿Por qué condenastes y queréys matar a quien no tiene culpa? Por quanto éste que queréys enforcar no mereció la muerte, e yo soy el que merezco la pena, ca yo maté a esse hombre, el qual se le reputa a ésse averlo matado". Los juezes oydas estas palabras, prendieron a él e condenáronlo a muerte, y soltaron al egipciano que fue primero condenado. El matador verdadero, oyendo e viendo todas estas cosas, rebolviendo en su coraçón el mal e crimen que avía cometido, e considerando el grande amor y fe de aquellos amigos, cómo el uno por el otro querían tan de buenamente morir, pensando /f. LXIIv/ assí mismo que era justicia y más razonable que él, seyendo culpante y merecedor, muriesse, que no alguno de los otros, los quales eran sin culpa e inocentes, començó a llamar con grande instancia y bozes diziendo assí: "¡Oyd, juezes y esecutores de la justicia! Verdaderamente Dios es justo juez, el qual no dexa algún mal ni delito sin punir. Y porque Dios este mi pecado no mande punir y castigar más duramente en el otro mundo, yo me conozco y confiesso que soy el verdadero matador del hombre, y por el mal que cometí yo so presto de padescer la pena. Por ende, dexad y largad a esse que no tiene la culpa y condenad a mí que soy culpante". Los juezes, no poco maravillándose d' esto, prendieron a éste, y dudando qué devían juzgar en el caso, embiaron y remitieron a todos tres al rey con relación verdadera de qué manera y forma todo avía passado, y no menos dudava el rey del caso. E finalmente, el crimen del homicidio, el qual de mera y libre voluntad avía seydo confessado, por concorde consejo y determinación de todos los sabios fue perdonado. E assí, todos tres fueron perdonados y dexadas declaradas las causas y razones porque el uno por el otro quería recebir la muerte, y assí fueron todos en paz. El mercader de Baldac traxo para su casa al egipciano, y viendo su pobreza y mengua, le començó confortar d' esta manera: "Si tú quieres estar en mi compañía, todas las cosas que yo tengo serán tuyas como mías y comunes a entrambos. Y si d' esta manera no quieres, partamos todo quanto yo tengo en partes yguales y toma la una parte e yo soy contento con la otra". El mercader de Egipto, induzido y movido por la inclinación y dulçor de la tierra de su nascimiento, recibió la parte de los bienes que le dio su amigo y así se fue para su tierra.
Con todas estas cosas, dixo el hijo al padre:
-Tal amigo como ésse, apenas o jamás pienso y espero aver y alcançar.
La .II. de la pecunia encomendada.
omo
un español passasse para Meca, llegó en Egypto y
conosciendo que avía de andar por tierras despobladas y
desiertas, temiendo los peligros del camino y robos, deliberó
de dexar encomendada la pecunia que tenía de más y
allende de lo que era necessario para yda y venida a un hombre de fe
en la tierra de Egypto, el qual era de buena fe y leal y de grandes
perfeciones, según fama de todos. A cuya fe encomendó
veynte marcos de plata. Y assí se fue a Meca, donde
acabó todos sus fechos. E tornando de ella, pidió su
plata de aquél a quien la avía encomendada. El guarda y
depositario, lleno de engaño, negó el depósito,
diziendo que nunca avía solamente visto tal hombre. El
español, oydo esto, se fue muy triste para sus
compañeros con quien vino, de los quales demandava consejo,
por quanto le era negado el depósito de la plata por el buen
hombre mucho leal. Oyendo esto los vezinos y los com- /f. LXIIIr/
-pañeros, en ninguna forma lo querían creer diziendo
que aquel hombre era de muchas bondades e virtudes e muy verdadero, y
que en ninguna manera negaría tal cosa. Por lo qual el
español se fue otra vez para él con mucha humildad y
reverencia, creyendo que assí le induziría a le tornar
su plata, mas el engañador, quanto más le rogava, tanto
gelo negava, amenazándolo y denostándolo porque de
aquella manera lo infamava. Lo qual viendo el español, se
tornava más triste. Y encontró con una vieja vestida en
ábito de religiosa, la qual andava sobre un bordón.
Esta vieja viendo aquel estrangero turbado e gemiendo, movida de
misericordia le preguntó qué mal avía por que
estava assí atribulado. El qual le recontó toda su
fortuna por estenso, según y como le avía acaescido con
aquel hombre de gran fama y leal. La buena vieja le
començó esforçar diziendo que tuviesse buena
esperança porque con la ayuda de Dios, si verdad era lo que
él dezía, ella le entendía de reparar. El
español le preguntó:
-¿Cómo puede ser esso?
Respondió ella d' esta manera:
-Tráeme un hombre de tu tierra, de quien tú te fies.
Él le traxo un su compañero, al qual dixo la vieja que hiziesse hazer quatro caxetas pintadas y por defuera muy bien adereçadas y apostadas de plata y de seda, y las hinchesse dentro de pedrezuelas pequeñas e que las hiziesse traer por algunos a la casa de aquél que negava los marcos, las quales hiziesse levar una a una, dando a entender que las quería poner en su poder y guarda.
-E quando ellos entraren en su casa con aquellas caxetas, tú yrás allá y demándale tu plata, la qual mediante Dios conseguirás.
El español se fue y ordenó y cumplió todas las cosas assí como la vieja le aconsejó. Y entrando su compañero con los que trayan las caxas en casa del que negó el depósito, en uno con aquella vieja, dixeron a aquel engañador:
-Señor, aquí están unos mercaderes españoles que traen thesoros de piedras preciosas y de oro y plata, los quales querían passar para Meca. Han oydo de tu honestad y lealtad y buena diliegencia. Ruégante que les guardes estas quatro caxas hasta que se buelvan porque no las osan levar consigo por temor de ser robadas en esse desierto. E no menos te rogamos que por respeto nuestro les quieras otorgar esta gracia, y esto sea muy secreto entre nos mesmos porque ellos son hombres que no se querrían descubrir de tan gan thesoro como traen.
Ellos estando en esta habla, subiendo las caxas suso a una cámara, sobrevino aquel primero español a le pedir su plata con gran fiuzia, según que la vieja le avía ya dicho. El depositario y guarda que avía negado la pecunia, viendo al español, temió que fiziesse mala relación d' él a los que trayan las caxas, o que se quexasse delante ellos, por lo qual de sí mismo le dixo:
-¡Amigo, cómo avéys tardado tanto no podiendo la plata que tengo de vos en guarda, ca yo soy ya harto de la guardar tanto tiempo!
E assí, ge la mandó luego entregar porque ovo miedo que si él negasse lo que avía d' él recebido en guarda, que las caxas del thesoro no fiarían d' él ni ge las encomendarían. E como vio la vieja que avía reparado aquel pobre hombre, encomendó al engañador las caxas y no curó más de bolver por ellas. Y d' esta manera, por otro engaño y sotileza, hizo recaudar al español su plata.
La .III. de la sotil invención de sentencia en una casa escura del azeyte encomendado. /f. LXIIIv/
n
su fin y muerte, un hombre dexó una casa sola sin más
bienes algunos a su hijo. El qual buscando su vida con trabajo de sus
manos muchas vezes padescía hambre, y porque oviesse memoria
de su padre, antes quiso soportar grandes menguas y trabajos que
vender la casa. E un vezino suyo que era rico, con codicia
desordenada, procurava de le sacar y aver aquella casa para
sí, moviendo muchos partidos injustos a aquel moço. Lo
qual sintiendo, él fuya de su compañía quanto
podía por no ser engañado d' él, que lo
conocía por ingenioso y artero. El rico, conociendo que
él no le quería vender la casa, llegóse para
él diziéndole por palabras dulces que pues no le
quería vender aquella casa, lo qual aun en alguna manera ge lo
reputava a virtud, que a los menos le alquilasse un pedaço o
parte de aquélla para tener ende diez toneles de olio, los
quales dixo que estarían en su encomienda y que d' ello
avría provecho y no daño alguno. Por estas palabras
induzido, el moço alquilóle una cámara de su
casa, aunque contra su voluntad, no pensando que lo engañasse
en ello. E como el moço fue a negociar lo que le
cumplía, el rico hizo cavar la tierra, donde puso cinco
toneles llenos de azeyte y otros cinco medio llenos. E assí
venido el moço, recibió d' él las llaves de la
cámara y de los toneles, las quales primero el moço
oviera entregado al rico. E díxole:
-Buen mancebo, a ti encomiendo mis toneles con el azeyte y en tu guarda los pongo.
Y assí partió d' él saludándolo. El mancebo, no sospechando de algún engaño, creyó que todos los diez toneles fuessen llenos, los quales recibió en su guarda. Dende a tiempo, como el azeyte valiesse buen precio, dixo el rico al moço:
-Saquemos para vender el azeyte que está en tu guarda, y como es justicia tomarás tu gualardón por tu trabajo y alquile.
El moço se fue con él e, llamados los compradores, hallaron cinco toneles llenos y otros cinco medio llenos. Lo qual visto el rico engañoso, dixo:
-Amigo, ¿Cómo me has assí defraudado en la guarda del azeyte que te encomendé? Ruégote que tornes y emiendes lo que falta.
Y el mancebo negava el engaño ni fraude aver cometido en ello. Por lo qual él fue ant' el juez acusado del crimen. El moço, respondiendo a la acusación, dixo que no negava aver recebido en guarda los toneles del azeyte, mas que él era sin culpa del crimen contra él acusado, y pidió término para deliberar y responder y defender su derecho. El qual, dentro del término por el juez assignado, fue a consejarse de un filósofo que era virtuoso varón, abogado de los pobres, del qual humilmente pidió favor e ayuda de su consejo, declarándole toda la verdad del fecho, afirmándolo por juramento que él era no justamente acusado. El filósofo, oyda la limpieza y puridad del moço, movido de misericordia, dízele:
-Fijo, tomo buen coraçón. Yo te ayudaré porque la verdad deve ser preferida al engaño.
Y assí, en el primero día siguiente se fue en juyzio con el filósofo, el qual era establecido por acessor del consejo e juyzio /f. LXIIIIr/ del rey. Y como fuessen oydas las razones de la una parte y otra, dixo el rey al filósofo:
-Quiérote cometer esta causa porque con justa sentencia la determines.
El filósofo, obedeciendo el mandamiento del rey, dize en esta manera:
-Aquel hombre rico es de buena fama y no es de pensar que pida sino lo que le falta verdaderamente. Y no menos es de presumir y creer que este mancebo, que no es fasta agora corrompido de mala fama, haya hurtado el azeyte. Mas porque parezca la verdad, mírese primero el azeyte de los cinco toneles llenos y sus hezes apartadamente, y después sea medido también el azeyte de los toneles medio llenos y sus hezes cada uno por sí. Y sea visto y considerado si las hezes de los toneles medio llenos y de los llenos son yguales, pienso que se provará suficientemente ser furtado el azeyte. Mas si en los medio llenos no oviere sino la mitad de las hezes que en los llenos, en tal caso el acusador deve ser suelto.
Y assí fue hallada la mitad de las hezes en los cinco medio llenos y doblado en los otros, por que el mancebo fue librado de la falsa acusación del rico, por esta sentencia del filósofo. Al qual haziendo gracias, se fue en paz para su casa.
La .IIII. sentencia de la pecunia hallada.
n
mercader rico, andando por una cibdad, perdió un saquillo con
mil florines en una calle. El qual falló un hombre pobre y lo
llevó para su casa y lo dio a guardar a su muger, la qual con
alegría dixo:
-Lo que a mí viniere no echaré fuera. Si el señor nos dio estos bienes, guardémolos.
Otro día, pregonóse por la cibdad de cómo un hombre avía perdido mil florines y que prometía al dueño .c. florines de fallazgo al que los restituyesse. El hombre que falló los florines dixo a la muger:
-Tornemos estos mil florines y avremos cient florines sin pecado y cargo, los quales bien ganados, más nos aprovecharán que todos mil con mal título.
Y aunque la muger por todas maneras quisiera retenerlos, empero a su pesar d' ella, el marido restituyó los mil florines y pidió el hallazgo de los cient florines. Mas el rico, desque vio sus mil florines en poder suyo, dixo al pobre:
-Aún no me has tornado todo lo que fallaste, por quanto faltan quatrocientos florines, e trayéndomelos tú, yo so presto de te pagar tus cient florines.
Sobre lo qual contendiendo, se fueron ante el rey, en cuyo poder depusieron los florines todos. E fue mandado por el rey que fuesse examinada e determinada por un filósofo esta quistión, el qual se llamava "Ayuda de los pobres". Ante quien fue propuesta la petición y respuesta de la causa. El juez, movido de piedad, dize al pobre:
-Dime la verdad, si alguna cosa tienes que pertenezca a este rico hombre, si le has restituido todo lo que era suyo.
Responde el pobre:
-Sabe Dios que restituy todo quanto fallé.
Entonces dixo el filósofo:
-Este hombre es rico y de gran crédito, y muchos testimonios trae. Ni es de cre- /f. LXIIIIv/ -er que demandasse sino lo justo e aquello que realmente oviesse perdido, y pues afirma con juramento que ha perdido mil e quatrocientos florines, de creer es que dize verdad. Item, este otro pobre, aunque sea pobre, es de buena fama, al qual no menos se deve creer, mayormente aviendo restituido estos mil florines, los quales pudiera tener si quisiera encargar su ánima, y lo afirma también con juramento aver restituydo todo lo que falló. Por ende, muy alto rey, mi juyzio es que tal sentencia deve ser pronunciada: que se guarden en depósito estos mil florines, de los quales se den ciento a este pobre, porque bien parece que estos mil florines no son los que perdió este hombre honrado, pues jura que perdió mil e quatrocientos, e pareciendo aquél que los perdió serán para él guardados. E si por ventura alguno fallare los mil e quatrocientos florines que dize aver perdido este hombre rico, aquéllos se mandarán restituyr a éste.
Esta sentencia plugo al rey e a todos los que eran presentes. Oyda esta sentencia, el rico, con gran arrepentimiento del engaño que cometió, pidió y suplicó misericordia del rey, diziendo:
-¡O, muy alto príncipe, ave misericordia y merced de mí! Yo conozco mi pecado y engaño que cometí y quiero conocer la verdad. Por cierto, estos mil florines son míos, mas yo quería defraudar a este pobre por no le dar los cient florines que le prometí.
El rey, usando de clemencia, mandó que le fuessen tornados los mil florines, de los quales le dio ciento al que los halló. E assí fue librado de la falsa demanda del rico este pobre con ayuda del justo e buen juez.
La .V. de la fe o engaño de los tres compañeros.
uchas
vezes cae el hombre en el lazo que arma a otro, según se
contiene en esta siguiente fábula.
Tres compañeros, de los quales los dos eran mercaderes e cibdadanos, el terçero aldeano, por causa de devoción, yvan en romería a la casa de Meca. A los quales faltó la vianda en el camino, de manera que no tenían cosa de comer, salvo una poca de harina que solamente bastava para hazer d' ella un pequeño pan. Los burgueses engañosos viendo esto, dixeron entre sí:
-Poco pan tenemos y este nuestro compañero es gran comedor. Por ende, es necessario que pensemos cómo sin él comamos este poco de pan.
Y amasando el pan y puesto a cocer, los mercaderes, buscando manera para engañar al rústico, dixeron:
-Durmamos todos, e aquél que viere más maravilloso sueño entre todos tres coma el pan.
Concertada e consentida esta composición entr' ellos, echáronse a dormir. El aldeano, entendiendo el engaño de los compañeros, sacó el pan medio cocho e assí lo comió solo y tornó a dormir. Dende a poco, el uno de los mercaderes, como espantado de un maravilloso sueño, se començó levantar, al qual preguntó el compañero:
-¿Por qué te espantas?
Respondió él:
-Soy espantado y pavorescido por un maravilloso sueño. Parecíame que dos ángeles, abriendo las puertas del cielo, me levavan ante el trono del señor Dios con gran gozo.
Dízele el compañero:
-Maravilloso sueño es esse. Mas yo he visto otro más maravilloso: porque yo vi dos ángeles que me llevaban por tierra firme al infierno.
El aldeano, oyendo todo esto, fazía que dormía, mas los cibdadanos queriendo acabar su engaño despertáronlo. Y el rústico arteramente, como espantado, respondió:
-¿Quáles son éstos que me llaman?
Ellos le dizen:
-Tus compañeros somos.
Él les pregunta:
-¿Cómo vos bol- /f. LXVr/ -vistes?
Responden:
-Nunca nos partimos de aquí, ¿cómo fablas de nuestra tornada?
Dixo el rústico:
-Parecióme que dos ángeles, abriendo las puertas del cielo, llevaron al uno de vosotros ante el señor Dios, y al otro rastrando por tierra al infierno. Y pensé que nunca acá bolviéssedes, como fasta aquí no he oydo que alguno aya tornado del parayso ni del infierno. Y assí me levanté e comí el pan solo.
Muestra esta fábula que a las vezes, pensando de engañar a otro ignorante, del tal es él mismo engañado.
La .VI. del avezilla y del rústico.
enía
un aldeano una huerta con sus fuentes corrientes limpias e muy
ornadas de yervas y flores, por que muchas vezes venían
allí las aves. Y él se fue como avía de
costumbre a holgar a la huerta, sintiéndose cansado por
recrearse ende, y se assentó debaxo de un árbol, sobre
el qual cantava una avezilla muy suavemente, cuyo canto tan
deleytable oyendo el rústico, armóle un lazo en el qual
la tomó. La avezilla, viéndose assí presa,
dízele:
-¿Por qué tanto trabajaste por tomar a mí, pues que no puedes conseguir de mí provecho alguno?
Responde el rústico:
-Yo te he prendido porque tu canto dulce alegre mi coraçón.
Dize el avezilla:
-En vano has trabajado, ca no te cantaré por precio ni por ruego.
El aldeano le dize:
-Si no me cantas, yo te mataré y te comeré.
Respondió el ave:
-¿En qué manera me comerás? Si cozida en agua, el bocado será bien pequeño, de forma que no me sentirás en tu boca; si me assas, mucho menor seré. Mas déxame bolar e avrás gran provecho de mí porque te daré tres doctrinas de sabiduría, las quales amarás más que a tres bezerros para comer.
Y como el avezilla estas cosas le prometiesse, él la dexó bolar. Y puesta ella en su libertad, dízele:
-Ésta sea la primera enseñança: que no creas a todas las palabras que oyeres, señaladamente a aquéllas que no parecen verdaderas; la segunda doctrina, que guardes lo que es tuyo; la tercera e final, que no te duelas de las cosas perdidas, las quales no puedes recobrar.
Y acabadas estas palabras, el ave subió en el árbol y cantó dulcemente aquesta oración:
-¡Bendito sea el señor Dios qu' el sentido d' este caçador encubrió e cegó, e le quitó su prudencia porque no me tocasse ni me mirasse con los ojos ni entendiesse con su entendimiento la piedra preciosa llamada jacinto, del peso de una onça que traya en mis entrañas, porque si él supiera que yo traya tal cosa, yo muriera en sus manos y él fuera rico!
El rústico, como oyó esto, turbado en sí, pesándole muy fuerte porque avía dexado el avezilla con dolor, llorando dixo assí:
-¡O, desaventurado de mí! ¿Por qué crey las palabras del avezilla engañosa e no fue para guardar lo que tenía?
Al qual responde ella:
-¡O, loco! ¿Por qué te atormentas? ¿Tan ayna has olvidado la dotrina que te di? ¿Piensas que una ave tan pequeña como yo, que toda entera no peso una drama, que es tan- /f. LXVv/ -to como un dinero, puede traer en mis entrañas una onça de jacinto? ¿No te acuerdas que te dixe que no creyesses a todas palabras? E si tuya era, ¿por qué no me guardaste? E si tú perdiste la tal piedra, pues no la puedes cobrar, ¿por qué te dueles contra las tres dotrinas que te di?
Estas cosas dichas escarneciendo del rústico, se fue su vía el avezilla.
La .VII. del metrificador y del giboso.
ixo
un sabio a su hijo:
-Quando en alguna cosa fueres agraviado e pudieres desagraviarte por poco, no entres sobre ello en quistión ni lo dexes alargar más; lo más presto que podrás te libra y desagravia, porque no venga otro enojo o agravio mayor.
Sobre lo qual le relató tal fábula:
-Ante un excelente rey fueron presentados por un retórico e metrificador unos metros continentes grandes alabanças e proezas de aquel rey, el qual, queriendo remunerar al retórico su servicio, díxole: "Pide lo que querrás con fiuzia, que te será otorgado". El metrificador suplicó al rey que lo fiziesse portero de la su cibdad por un mes con esta condición: que qualquier que oviesse algún defeto corporal y passasse por aquella puerta, que le pagasse por cada defeto o tacha un dinero, agora fuesse el tal sarnoso, o tiñoso, o potroso, o defectuoso de ojos, o en otra manera cualquiera. El rey, estando muy contento de sus metros, le otorgó todo quanto le suplicó, sobre lo qual le mandó dar un privilegio sellado. Y como el rethórico e metrificador, usando de su nuevo officio de portero, estuviesse assentado a la puerta, passada la puente llegó a la puerta un giboso bien cubierto de su capa, con un cayado en la mano, queriendo entrar por la puerta. Del qual el portero pidió un dinero diziendo que era giboso. Él no queriendo pagar el dinero, el metrificador le quitó e tomó la capa, y mirándolo más diligentemente vido cómo era tuerto, e assí le dixo: "Dos dineros me has de pagar porque no tienes más de uno ojo, pues no quisiste pagar un dinero". El caminante, no menos rehusando de pagar los dos dineros, el portero le tomó el bonete de la cabeça, en la qual le pareció la tiña, e assí le dixo: "Tres dineros deves porque aun eres tiñoso". Él no los queriendo pagar, como el portero le quisiesse tomar los tres dineros por fuerça, el giboso alçando e arremangando las mangas para se defender, mostró los braços arrugados y sarnosos, e assí le dixo: "Quatro dineros me has de pagar". Y sobre esto el portero, queriéndole fazer pagar por virtud del privilegio los dineros, y el giboso rehusando la paga, diziendo que le fazía injuria, vinieron a las manos; y como el giboso cayesse en tierra, le pareció y descubrió una potra, al qual dixo el portero: "Cinco dineros deves, por quanto aun eres potroso, allende de las otras tachas". Y assí finalmente vino a pagar cinco dineros porque no quiso pagar al principio un dinero pacíficamente.
Por ende, quando algún peligro pu- /f. LXVIr/ -dieres escusar pagando alguna poca cosa, no dudes de dar lo poco por escusar quistiones y porfías en que podrías mucho más perder.
n
discípulo que mucho se deleytava en oyr fábulas
pidió a su maestro que le recontasse una larga fábula,
al qual dixo el maestro:
-Guarda, no nos acontezca según que a un rey acaesció con su fabulador.
Dixo el discípulo:
-Buen maestro, declárame esso cómo fue.
El qual le recontó en esta forma:
-Un rey tenía un fabulador, componedor de exemplos y fábulas que cada vez que el rey quería holgar, le avía de contar .v. fábulas con que él se recreasse y alegrasse. Acaeció que una noche el rey estava muy ymaginativo y cuydadoso, de manera que no podía dormir, por que mandó al sabio que le contasse más fábulas allende de las cinco acostumbradas. El qual inventó e relató otras tres bien breves. El rey dixo: "Muy breves son estas fábulas. Cuéntame alguna que sea grande y assí dormirás después de espacio". El fabulador començó de contar en esta forma: "Era un aldeano que alcançó mil libras de dineros, el qual fue a una feria y compró dos mil ovejas. Él tornando con las ovejas para su casa, assí crecieron los ríos que no podían passar las ovejas por la puente ni menos por el vado, por lo qual estava con gran cuydado y pensamiento cómo passaría sus ovejas. Finalmente él falló una barqueta en que podía passar él una oveja o dos con gran apretura, y assí començó passar las ovejas de dos en dos". E diziendo estas palabras, començava a dormir el fabulador. Mas el rey, despertándolo del sueño, rogávale que le acabasse. Respondió él: "Muy alto rey, este río es grande y la barca pequeña, e las ovejas sin número, y tú, rey de innumerables ovejas, dexa passar al rústico las ovejas y después acabaré la fábula començada". E assí, con estas palabras donosas contentó al rey que estava cobdicioso de fábulas.
Por ende dixo el maestro al discípulo:
-Fijo, si de aquí adelante me enojares con muchas fábulas, yo te haré recordar d' este exemplo porque te contentes de las que dixere y contare.
La .IX. del lobo, del rústico y del raposo y del queso.
as
cosas no son de dexar por esperança de las no ciertas, como el
lobo fizo, y assí mismo no deve hombre poner sus negocios en
poder de juez falso, porque los malos juezes con poca cosa se
corrompen, como el raposo aquí, de lo qual fabla este
exemplo.
Era un labrador que tenía unos bueyes, los quales con gran trabajo fazía arar derechamente. Muchas vezes decía:
-¡Agora vos comiessen los lobos porque no queréys andar sino tuertamente!
Un lobo oyendo esto, estava todo un día es- /f. LXVIv/ -perando quándo ge los daría el labrador. Mas como vino la noche, vio el lobo que embalde avía esperado, ca el labrador desuñó los bueyes y los embió para su casa. Y assí dixo al labrador:
-Pues tantas vezes me has prometido los bueyes, ésta cumple lo que me prometiste e yo estó presto para los rescebir.
Respondió el labrador:
-Por palabra general te los prometía, la qual no me obliga pues no afirmé con juramento.
Al qual dize el lobo:
-No te partirás de aquí si la fe no me guardas.
Sobre lo qual contendieron largamente. Mas en fin acordaron a que su quistión se viesse por árbitros e juezes de yguala e composición. Ellos yendo buscando sus árbitros encontraron con una raposa, la qual les pregunta:
-¿Dónde es, amigos, vuestro próspero viaje y camino?
Por los quales le fue todo el fecho y quistión recontado por estenso. Ella les dize:
-Para esto no devéys buscar juezes ni árbitros, por quanto yo misma juzgaré entre vosotros muy bien. Y porque yo sea mejor informada y determine mejor y más brevemente la quistión vuestra, quiero fablar con cada uno de vosotros apartadamente. Y si esto vos plazerá, otorgadlo; donde no, ay vos queda que busquéys después otro árbitro.
Respondieron ellos que eran contentos. La raposa començó fablar primero con el labrador, al qual dize:
-Tú me darás un par de gallinas para mí y para mi compañero, e yo faré que tus bueyes sean seguros y tú quedes salvo del prometimiento.
Y como el labrador consintiesse esto, dixo al lobo a su parte:
-Óyeme, amigo, porque yo só en cargo a ti por las buenas obras que de ti he recebido en el tiempo passado, yo he trabajado con el labrador y lo he induzido a que te aya de dar un queso porque desistas de la actión y derecho que has contra él sobre los bueyes y lo dexes en paz.
A la qual no menos otorgó el lobo, agradeciéndogelo mucho. La raposa, mandando al labrador yr con sus bueyes, dixo al lobo:
-Yrás comigo y levarte he a un lugar donde fallarás el queso escogido.
Y assí levó al lobo por una parte y por otra por diversos lugares en tanto que la luna pareciesse. Y salida la luna, lo levó a un pozo donde le mostró la sombra de la luna dentro en el agua, y díxole:
-Amigo, cata aquí un buen queso grande y escogido. Deciende por él y sácalo contigo.
Respondió el lobo:
-¡O, hermana, tú me deves presentar el queso en mi poder! Por ende deciende tú. Si no pudieres con él subir, yo te ayudaré.
La raposa consintió en esto con engaño. Estavan sobre el pozo dos herradas atadas en una soga con que sacavan agua de tal modo, que quando la una abaxava, la otra subía. Y como la raposa entró en la una herrada, decendió en ella dentro en el pozo y allí estuvo buen espacio. A la qual preguntava el lobo:
-Dime, amiga. ¿Por qué tardas tanto y no sacas el queso?
Y sospechava que la raposa sola quisiesse comer el queso, al qual ella responde:
-Tan grande es que no le puedo sacar sola. Por ende, cumple que entres en la otra herrada y deciendas acá para me ayudar.
El lobo, entrando en la herrada, començó de abaxar y, porque él era más pesado que la raposa, fizo subir la otra ferrada con la raposa. Y desque se vio ella a la boca del pozo, con mucho gozo saltó den- /f. LXVIIr/ -de, dexando al lobo dentro en el pozo. E assí, porque el lobo dexó el bien presente por el venidero e incierto creyendo al falso medianero, perdió los bueyes y el queso no alcançó.
Por ende, no quieras dexar lo cierto por lo no cierto, y no pongas tus fechos en poder de malos juezes o medianeros.
La .X. de la muger moça y su marido y de la suegra y del adúltero.
ue
los engaños de las mugeres sean sin número, se prueva
d' esta fábula.
Un mercader partiendo para una feria, dexó en guarda de la muger a su suegra porque ge la tuviesse honesta y castamente. Mas esta muger del mercader, consintiendo en ello su madre, recibió por enamorado no honestamente a un hombre moço. Y para tratar su amistad, vino el mancebo a la posada d' ella combidado. Y después que fue aparejado de comer, estando este joven y la madre y la fija comiendo con gran plazer, he aquí donde vino el mercader de la feria y llamó a la puerta. Como no oviesse lugar donde se acoger ni esconder, estava el mancebo, y no menos la muger, en gran congoxa no sabiendo lo que devían hazer. Mas la suegra, que era vieja artera, por reparar el peligro, consejó prestamente al mancebo que tomase un espada sacada y que se parase baxo a la puerta, donde llamava el marido, mostrando ferocidad y braveza, y que no respondiesse cosa alguna salvo que fiziesse ademanes como que quería ferir al que llamava a la puerta. Lo qual todo cumplió el joven, según la vieja le avía consejado. En tanto, la muger tiró de un cordel que estava atado con la cerradura de la puerta e abrió el postigo de la casa, de manera que el marido pudiesse entrar. El qual començando entrar por el postigo, vio estar aquel hombre con la espada desnuda en la mano, y assí cesó la entrada preguntándole:
-¿Quién eres tú?
Y él no respondió nada, por lo qual causó en sí más miedo. La suegra, viendo esto, dixo:
-Calla, mi amado fijo.
Mas maravillándose el mercader d' esta cosa tal, dixo:
-Mi amada señora madre, ¿qué es esto?
Responde ella:
-Fijo honrado, el caso es éste: aquí vinieron tres hombres tras este hombre que está a la puerta queriéndolo matar. Nosotros lo dexamos aquí entrar con la espada en la mano assí porque entonces estava la puerta abierta. Y él piensa agora que tú eres alguno d' ellos, y por miedo que ha, no te responde.
A la qual dixo el mercader:
-¡O, cómo avéys mucho bien obrado en escapar este hombre de la muerte!
E assí, seguramente entrando en casa, saludó aquel mancebo y lo fizo assentar consigo. Y fablando de gran amistad con él, lo embió en paz, tomándolo por amigo conocido para adelante.
La .XI. de la vieja que engañava la muger casta con la perrilla. /f. LXVIIv/
ecuéntase
que un noble hombre tenía una muger casta y fermosa.
Él, queriendo yr a Roma a visitar las sanctas reliquas, no
quiso diputar otra guarda a su muger, salvo a sí misma,
considerando en sus buenas y aprovadas costumbres. Esta muger,
después que su marido partió, bivió casta y
honestamente en todas las cosas. La qual, viniendo de cierta
negociación para su casa, fue vista por un hombre mancebo, y
en tanto grado començó de caer en sus amores
aquél, que el día que no la veya, parecía que no
estava en sí. Ella, seyendo requerido por él por muchos
medianeros con muchas joyas que le embiava, jamás quiso
consentir a sus ruegos, por lo qual el mancebo, viéndose del
todo menospreciado d' ella, tan gran ansia y dolor le tomó que
cayó en gran enfermedad. Empero assí enfermo y como
podía, muchas vezes yva e andava cerca de la casa de su amada,
mostrándose triste y doloroso en tanto grado que a las vezes
llorava de sus ojos. El qual andando assí encontró una
vieja honesta de cara con ábito de religiosa, de la qual fue
preguntado la causa de su tristeza y lloro. Él, no queriendo
descubrir el secreto a la vieja, ella le dize:
-El enfermo que no quiere mostrar su enfermedad al físico más adolecerá.
Oyendo esto y considerando que era persona grave, él le descubre la causa de su mal por estenso, demandando d' ella consejo e ayuda. La vieja le consuela diziendo:
-Confórtate, ca, si no me engaño, en breve avrás las cosas por ti desseadas.
Ella se partió d' él dexándolo con esperança. Y assí tornada a su casa, encerró una perilla en una cámara e la fizo estar tres días sin comer y después le dio un pan amassado con mostaza. Como la perrilla comió con la hambre del pan, començáronle a correr las lágrimas de los ojos con la agudeza y amargor de la mostaza. La vieja llevó a la perrilla assí llorando a la casa de la muger casta, la qual recibió a esta religiosa con cara alegre, teniéndose por muy contenta en ser visitada d' ella porque era reputada y avida por persona de religiosa vida. Ellas fablando entre sí, vio aquella casta muger cómo llorava aquella perrilla, y preguntava de la causa de su lloro. La vieja, aguzando sus engaños, le dixo:
-¡O, amiga amada, no quieras renovar mis dolores faziéndome contar la causa de las lágrimas d' esta perrilla, porque en ello avría mi coraçón tanto dolor que podría ser que ante que acabasse de contar feneciesse mi vida!
E como la muger casta le rogase más afincadamente, comiença la vieja malvada a recontar con un gesto llorable y triste d' esta manera:
-Esta perrilla que aquí está llorando fue mi fija propia, la qual en otro tiempo era muger muy fermosa y casta, y fue amada y procurada de un hombre joven. Allende de lo que se puede dezir, el mancebo, viéndose d' ella desamparado porque ella presumía mucho de su continencia, cayó en enfermedad incurable por el dolor y afición que recibía de sus amores. Por lo qual, los dioses, aviendo [mina] d' este hombre, por la culpa que mi fija ovo en no consentir en sus ruegos, la tornaron en perrilla según que agora veys. Ca tan aceptablemente rogó y suplicó el mancebo llorando ante los dioses que cumplieron todo aquello /f. LXVIIIr/ que les rogó y suplicó.
Y d' esta forma recontó la vieja la causa, mostrando en ello gran pesar y tristeza, de manera que apenas podía acabar las palabras. Responde sobre esto la honesta muger:
-¡O, muy amada! Miedo me has causado en mi coraçón y turbación, sobre lo qual no puedo saber qué me diga, por quanto yo misma he incurrido en otro semejable crimen y delito: ca un hombre mancebo, con tanta afición y amor me requiere y tantas vezes, que paresce que por mi amor se quiere morir. Mas por amor de la castidad y por el amor que he a mi marido, yo he menospreciado d' él todos sus ruegos.
Dize la vieja:
-Amiga, yo te aconsejo que lo más presto que puedas, oyas sus ruegos porque te puedas salvar que no seas tornada en otra fechura, assí como mi fija fue tornada en perrilla.
E dize la muger:
-Yo me guardaré porque no sea contraria a los dioses, ca si él me requiere, no le negaré el oficio de amor e, caso que no me pida, yo misma me le ofreceré si le podré fablar.
E con tanto, la vieja regradeció a la muger honesta y, tornándose para su casa, levó al mancebo nuevas a su apetito concordes, y assí ayuntó al amante con la amada e adquirió e ganó la gracia de entrambos.
La .XII. del ciego y del adolescente adúltero.
ra
un ciego, el qual tenía una muger muy fermosa. Éste
guardava con gran diligencia la castidad d' ella con grandes celos
que avía. E acaeció un día que estando entrambos
en una huerta, debaxo de un peral a la sombra, que ella, con su
consentimiento, subió suso en el peral a cojer de las peras.
Mas el ciego, como era sospechoso, porque no subiesse otro ninguno
arriba en tanto que la muger estava suso, abraçóse con
el tronco del peral. Mas como el peral era de muchas ramas, estava
escondido un mancebo que avía subido antes suso en el
árbol, esperando la muger del ciego, donde se ayuntó
con gran alegría, de manera que vinieron a jugar el juego de
Venus. Ellos en esto ocupándose, el ciego oyó el sonido
y estruendo, y con gran dolor comiença a llamar:
-¡O, muy malvada mujer! ¡Aunque yo carezca de vista, ni por esso cesso de sentir e oyr, mas antes los otros sentidos son en mí más intensos e forçosos, de manera que yo siento que tienes ende contigo algún adúltero! ¡D' esto me querello al soberano Dios Júpiter, el qual puede reparar con gozo los coraçones de los tristes e dar vista a los ciegos!
Estas palabras assí dichas, fue luego restituyda la vista al ciego e dada luz natural. E mirando arriba, el ciego vio estar aquel mancebo adulterando con su muger, por lo qual llamó súbitamente:
-¡O, mujer falsíssima y engañosa! ¿Por qué me cometes estos engaños e fraudes como yo te tenga por casta y buena? ¡Guay de mí, porque de aquí adelante no espero aver contigo algún día bueno!
Mas ella, oyendo cómo la increpava el marido, aunque primero se espantava, con una cara alegra inventando de presto una malicia engañosa, respondió al marido con boz alta sonante:
-¡Gracias hago a los dioses todos que /f. LXVIIIv/ han oydo mis oraciones y tornaron la vista a mi amado marido! Ca sepas, caro señor, que la vista que recebiste, que te es dada por mis ruegos y obras, por quanto como fasta agora yo aya espendido en balde muchas cosas, assí en físicos como en otras muchas maneras. Finalmente yo me torné a rogar y hazer infundir pregarias e oraciones por tu vista a los dioses, y el Dios Mercurio, por mandado del soberano Júpiter, apareciéndome entre sueños, me dixo que subiesse en un árbol llamado peral, donde jugasse el juego de Venus con un mancebo, e assí sería restituyda a ti la luz de tus ojos. Lo qual yo he cumplido por tu bien y salud, por que deves dar gracias a los dioses, y en especial deves agradescer a mí, pues has por mí recobrado tu vista.
El ciego, dando fe y creencia a las palabras engañosas de su muger, la reconcilió y recibió por buena, conociendo que su reprehensión fuera no devida, por lo qual le dio muchas gracias e la remuneró con grandes dones como por servicio señalado.
La .XIII. de la astucia y arte de la muger contra su marido viñadero.
a
muger engañosa muy prestamente inventa razones fraudulentas y
engañosas con que cubra sus maldades, como declara esta
fábula.
Un aldeano, como fuesse a vendimiar su viña, la muger suya, pensando que tardaría mucho, según que otras vezes solía, embió a llamar a su amigo. El qual viniendo y estando ellos comiendo e tomando plazer con desseo illícito de se contratar a su apetito y desseo, sobrevino súbitamente el marido de la viña con un ojo quebrado de una rama llamando a la puerta. Al qual sintiendo la muger, espantada de miedo, escondió el amigo en una cámara, y assí abrió al marido la puerta. Él entrando en casa triste y con gran dolor del ojo, mandó a la muger que le aparejasse la cama en aquella cámara para folgar. Mas ella, temiendo que entrando en ella viesse aquel su amado que estava ende, dixo al marido:
-¿Por qué te quieres tan aquexadamente echar en la cama? Dime primero la causa de tu turbación y qué mal has avido.
El marido le contó el caso de su desaventura. E dixo ella:
-Déxame, señor, que repare y confirme tu oyo sano por una manera y arte que yo sé, en forma que d' esse otro ojo quebrado no se te perturbe y dañe, según que muchas vezes acaesce, y porque assí mismo mis ojos no padezcan algún mal, de lo qual sé que no menos te pesaría que de tus cosas propias, como a ti e a mí todas las cosas sean comunes.
E d' esta forma, ella simulando y dándole a entender que le bendezía, con la boca le cubrió el ojo sano calentando y recreándogelo con el aliento en tanto grado que el amigo salió de la cámara y se fue seguramente sin que fuesse sentido del marido. Y desque fue puesto en salvo, dize la muger:
-De aquí adelante, mi buen marido, seguro serás del daño que te pudiera venir al ojo sano del lisiado. E assí, quando te plazerá podrás passar /f. LXIXr/ a la cámara.
E con esta fraudulenta arte, muy prestamente hallada, engañando al marido embió a su enamorado sin peligro.
La .XIIII. de la muger del mercader y de su suegra vieja.
e
una vieja muy engañosa que no quería que su hija
guardasse castidad se dize esta fábula.
Un mercader que yva de tierra en tierra a negociar, dexó la muger en guarda a su suegra. Ella, como era muy moça, cayó en amores de un mancebo e descubrió su secreto a la madre, la qual consintiendo a su hija en sus illícitos amores, fue llamado el mancebo a que viniesse a ser combidado d' ellas. El joven, conociendo que la madre consentía a su propósito y apetito, tomando en sí gran plazer, se fue para ellas, y él recebido con alegría en la posada, començaron todos tres con plazer a comer e bever pensando de esecutar su apetito a su querer. Estando ellos comiendo, he do viene el marido, llamando a la puerta. La muger, escondiendo al amigo, assaz espantada, se fue abrir la puerta. Y el marido, luego como entró, mandóle que le adereçassen la cama para holgar porque venía cansado. Mas la muger, turbada d' esto, sabiendo que estava el amigo cerca de la cama escondido, no sabía qué fazer. E la madre, viendo a la fija assí turbada e dudosa, díxole:
-Hija, déxate de fazer la cama en tanto que mostramos a tu marido, mi fijo amado, la sávana que fezimos.
Y luego descendió la vieja un lençuelo de la percha y alçándolo ella por un cabo mandó a la fija que lo alçasse por el otro. Y d' esta manera, poniendo la sávana entre el marido y ella, fizieron salir al mancebo, a menos que fuesse sentido, engañando al mercader. Y assí dixo la vieja:
-Agora puedes estender sobre el lecho la sávana que es limpia, texida e cosida con nuestras manos.
El marido, regradeciéndolas, dixo:
-¡Benditas seáys que tan bien enseñadas soys en esta arte!
E dizen ellas:
-Otras cosas sabemos fazer mejores que éstas, las quales si quieras ver, prestamente te las mostraremos. E d' esta manera illuso fue el mercader a folgar a la cama.
La .XV. de Pogio: de la muger y del marido encerrado en el palomar.
a
astucia e agudeza de las mugeres faze osados a los temerosos,
según que se contiene en esta fábula.
Un hombre que avía nombre Pedro tenía trato de adulterio con la muger de un labrador ignorante, siendo todos de una parentela. Este labrador, por miedo de la justicia que lo quería esecutar por cierta deuda, dormía muchas vezes en el campo. E como una vez el Pedro entrasse a su muger según que otras vezes, el marido vino a la noche para su casa. Ella viendo esto, puso el amigo debaxo de la cama y començó de retraer al marido diziéndole que bien merescía que fuesse preso porque en aquel punto partían los esecutores de la justicia catando toda /f. LXIXv/ la casa por lo prender y que también dezían que avían de tornar allí fasta que lo hallassen. El labrador oyendo esto, buscava manera como saliesse de casa fuera al campo. Mas como las puertas de la villa eran cerradas, cessó d' ello. Y dízele la muger:
-Desaventurado, ¿qué fazes? Si te toman, claro es que nunca saldrás de la cárcel.
Y como el cuytado del labrador pidiesse consejo de la muger, ella presta a engaño díxole:
-Sube en este palomar donde podrás ser seguro esta noche, porque yo cerraré la puerta y quitaré las escalas porque no puedan sospechar que estés ende.
Este hombre fizo como la muger le aconsejava y assí se encerró en el palomar cerrado de fuera, de manera que no pudiesse salir, a menos que la muger le abriesse. Y fecho esto, ella sacó a su amigo debaxo de la cama, el qual fingiendo como que fuesse algún esecutor y alguazil, dende a poco començó hablar con gran ímpetu e bozes con la muger. Y preguntando por el marido y buscándolo por casa, de tal modo quel cuytado del marido que estava encerrado quedó bien espantado. Mas, como no cessaron las bozes y ademanes, fuéronse ambos a dormir despacio según que lo avían en desseo. Y assí quedó aquel hombre engañado de su muger teniéndose por contento de dormir en el estiércol de las palomas pues escapava de la justicia.
La .XVI. de la muger que parió un niño por la gracia de Dios seyendo el marido absente.
omo
los que moran en la cibdad de Gayeta buscan la vida navegando por las
mares, un maestro de nave que era vezino de aquella cibdad, como
fuesse pobre, partió dende, dexada la muger moça en
casa, a otras partidas a buscar su vida, donde tardó por
muchos días. E passado el quinto año, él se
bolvió para su casa a visitar su muger. La qual, como
él oviesse tardado tanto tiempo, con desesperança de su
tornada, acostumbrava con otro. El marido, entrando en casa,
hallóla reparada y mejor arreada que él la dexó
en su partida. Y maravillávase porque él avía
dexado a su muger poco axuar como aquella su casilla mal reparada,
avía ella assí adereçado e adornado.
Respóndele la muger:
-Señor, no te maravilles d' esto, ca la gracia de Dios me ha ayudado como faze a muchos grandes mercedes.
Dize el marido:
-¡Bendito sea Dios que assí nos ha ayudado!
Viendo assí mismo la cámara e lecho más /f. LXXr/ ornado y todo el arreo de casa bien limpio y adereçado, preguntava a la muger dónde tanto bien avía adquirido y alcançado. Ella responde que la gracia e misericordia de Dios ge lo avía dado. Y assí de cabo el marido faze grandes loores a Dios porque tan liberal ha seydo con ellos y no menos por todas las otras mejorías que fallava en casa, alabava a la magnificencia de Dios. Finalmente paresció en casa un bonico niño gracioso que passava de tres años, el qual, según que es costumbre de niños, falagava a la madre. Visto el niño preguntó el marido qué niño era aquél. La muger dize:
-Mío es.
Él maravillándose d' esto, dixo:
-¿E dónde vino este niño yo seyendo absente?
Afirma la muger muy osadamente que la misma gracia e misericordia de Dios ge lo avía dado. Entonces dixo el maestro de nave con gran saña:
-¿Cómo la gracia de Dios entiende en procrear e hazer en mi muger hijos? Por esta gracia muy poco le agradezco, porque me parece que demasiadamente se entremetía en mis fechos, ca bastava que me ayudasse en otras cosas. Mas en hazer hijo en mi muger en mi absencia, no es cosa de le agradescer.
La .XVII. del diablo y de la vieja mala.
l
que en bien e paz segura dessea acabar sus días,
guárdese de la compañía e conversación de
las malvadas y falsas viejas, porque so el cielo apenas fue criada
cosa más vil y engañosa que las semejantes viejas.
Empero, no quiera Dios que por alguna cosa que en esta fábula
se contiene entienda yo de reprehender a la condición de las
mugeres honestas y castas, las quales son dignas de toda honra y
reverencia, mas antes en alabança d' ellas y porque se guarden
de semejantes viejas diabólicas, que por la su
conversación no sean tomadas en maldad engañadas por
ellas, se ordenó esta fábula en esta forma.
Un honrado hombre, esclarecido por su buena vida y honesto de costumbres, tomó una muger con la qual por muchos años bivió en paz y amor, en manera que jamás entr' ellos fue discordia alguna, en tanto que todos los vezinos se maravillassen de su concordia tan honesta. Mas el diablo, que sabe infinitas artes y es enemigo de todas las buenas obras, viendo esta tan buena compañía de marido y muger, él se dolía más de lo que se puede dezir, e de noche y de día sembrando zizania con todas sus fuerças insistía cómo el amor, unidad y concordia con que se amavan el uno al otro pudiesse destruyr e pervertir. Mas como por largo tiempo assí por sí como por sus fatores y medianeros atentasse esta concordia por tornar en discordia e no aprovechasse ni acabasse su propósito, ya quitada su esperança toda, manifestó esta cosa a una vieja barbuda, rogándole que le ayudasse en alguna cosa. La qual dize:
-Esso es a mi industria cosa ligera de fazer muy brevemente. Por poca cosa cumpliré, si te plaze, porque tales assechanças e zizania por- /f. LXXv/ -né entr' ellos quales hasta oy día no fueron puestas entre marido y muger, de manera que será mayor la malquerencia entr' ellos que el amor jamás aya seydo.
A la qual habló el diablo:
-Pues, ¿qué quieres que te dé por este trabajo?
Ella dize:
-Por cierto, a mí será poco trabajo. Por ende, no pido sino un par de çapatos que me des.
A la qual dize el diablo:
-No solamente un par, mas quantos te basten por un año te daré.
Entonces se fue la vieja para la buena muger. Y después que con ella hablasse muchas cosas, dízele:
-Por cierto, con tanta tribulación y pena he passado esta noche que apenas lo podrías creer.
Y preguntada por la honesta muger qué causa era aquélla de que avía seydo tanto atribulada, respondió la vieja:
-Ruégote que no digas nada a tu marido de lo que te quiero dezir, ni te muestres a él triste ni turbada, mas alegremente lo recibe. La causa de mi tribulación fue ésta: él tiene una manceba cuyo nombre callo por honra y reverencia suya, la qual es cada día visitada por él. Y ésta es cosa muy secreta, e si no temiesse que él por ventura te tratasse la muerte, por no te molestar e perturbar no te avía dicho cosa d' esto. Empero, si tú quieres usar de mi consejo, yo te daré orden y modo que él no ame a otra alguna salvo a ti.
Respondió la buena muger, turbada de coraçón y de spíritu, diziendo assí:
-Hasta agora alguna cosa de mal o que fuesse desonra d' él no he hallado en mi marido. Mas, si son verdaderas las cosas que dizes, en esso podrás a mí, cuytada, ayudar, y me avrás para adelante por tuya en todo quanto mandares de mí.
Dize la vieja entonces:
-Tu marido tiene un pelo a la garganta, el qual, assí como durmiere si le pudieres cortar, sin duda no podrá amar otra alguna sino a ti.
La qual, como la buena muger creyendo otorgasse de complir su consejo, después de recebidas muchas gracias, partióse d' ella la vieja, e fuese prestamente para donde el marido estava, tratando e faziendo sus hechos, y entre otras muchas cosas díxole estas palabras:
-¡O, hombre de buena condición e criança! Yo he compassión e misericordia de ti porque tu muger, la qual es de buena e honrada parentela e sé que la amas como a ti mismo, no solamente ama a otro, mas tiene concertado cómo te pueda matar por se yr con él. E yo sé que es concluydo entr' ellos que ella te corte la garganta con la navaja. E si por ventura no crees a mí, finge que duermes entre día e verás por esperiencia que yo te hablo la verdad. Mas guárdate diligentemente del sueño e tú te podrás vengar a tu plazer.
El marido, espantado d' esta cosa tan horrible, gemiendo dize:
-Por cierto, de mi muger no sentí hasta oy día cosa no lícita, ni tales cosas nunca me son dichas de persona alguna. Mas, si verdade es de lo que me avisas, mucho te terné que agradescer e del tu consejo diligentemente usaré.
E assí tornando el marido a su casa, después que comió començó como quien dormía a estar echado, abaxada la cabeça sobre el escaño, y según el consejo de la vieja mostrava que dormía fuertemente. La buena muger, creyendo que él dormía, tomó la navaja que tenía aparejada y quería cortarle el pelo de la garganta. Mas el marido, pensando que lo quería degollar, tomóle la navaja por fuerça e con ella misma mató a su muger.
Después que la vieja, por su engaño y astucia, acabó este fecho tan malo, dixo al diablo:
-Dime, los çapatos que me prometiste, ¿parécete que los aya merescido?
El qual le respondió:
-Mucho más que los çapatos mereces. Mas, pues excedes y sobrepujas a todos nosotros por malicia y engaño e ingenio, no quiero ni es /f. LXXIr/ razón que te llegues más cerca de mí de lo que estás, o que me toques e palpes con tus manos.
E dichas estas palabras por el diablo, por miedo que aun a él mismo le engañasse o le emponçoñásse con su malicia, en un palo atados los çapatos en el cabo, teniendo un seto entre medias, ge los dio, diziendo assí:
-¡O, vieja pestífera e vil, recibe tu alquile o merced e apártate allá donde querrás! Porque quanto más lexos fueres de nosotros, tanto más amada serás de nos, por quanto, puesto que seamos malos e mezquinos e aborrecidos de todos, aún no te queremos recebir en nuestra compañía porque eres llena de engaño e maldad e no nos podrías fazer sino mal.
E assí pereció aquel honrado hombre con su muger por el consejo de la vieja, porque quienquiera deve fuyr d' ellas, ni creer ligeramente a sus palabras, ca más son inclinadas a mal que a bien. Mas antes devemos creer a aquéllas cuya fama, fiuzia y obras avemos provado y experimentado.
La .XVIII. del sastre maestro y del rey y de sus criados.
etribuyr
e tornar un engaño por otro común cosa es. Lo que no
querrías que te fiziessen no lo fagas a otro, sobre que se
cuenta tal fábula.
Un rey tenía un maestro sastre muy bueno. El qual sabía bien cortar las ropas y vestiduras a qualesquier tiempos y personas convenibles de todas maneras. Y tenía muchos discípulos de su arte, entre los quales tenía uno que se llamava Nedio. Éste excedía a todos en coser. E acercándose la siesta, el rey llamó al maestro e mandóle que le hiziesse vestiduras preciosas e convenibles para sí e para los suyos. E porque esto se hiziesse más prestamente, deputó e mandó a su camarero, llamado Eumicus, que administrasse e diesse las cosas necessarias al maestro con sus discípulos, mandándoles de proveer de viandas abundantemente. Un día, como les hiziesse dar pan caliente con miel, mandó que guardassen de aquella miel para Nedio, que era absente. Y dixo el maestro:
-No come este Nedio miel.
Y assí, comieron toda la miel. Después de comer, vino aquel discípulo e dixo:
-¿Por qué comiste sin mí? E aun parece que no me guardastes mi parte.
Respondió el camarero:
-Tu maestro dixo que no comías miel y, por tanto, no te la guardamos.
El calló, pensando entre sí cómo a su maestro le pudiesse hazer otra semejante burla. Y un día, estando el amo absente, preguntó el camarero al Nedio si en algún tiempo avía visto mejor cortador que su maestro. Respondió él:
-Señor, muy buen maestro sería si aquella su mala enfermedad no le impidiesse y atormentasse.
El camarero preguntó qué enfermedad tuviesse. Nedio responde:
-Mi amo es frenético en tanto grado que quantos están presentes, quanto lo toma, quiere ferir y matar.
Dize el camarero:
-Si supiesse quánto le tomasse su mal, yo lo faría atar, por- /f. LXXIv/ -que no fiziesse mal ni daño.
Dixo el discípulo:
-Quando tú vieres que él mira el tablero y a una parte y a otra firiendo el tablero con las manos, y se levanta de su assentamiento y toma de esso que ende halla, sepas que entonces está con su mal y locura, por que si no te guardas no menos te ferirá que a nosotros.
Responde Eumicus:
-¡Tú seas bendito que me avisas! Ca yo guardaré a mí e a vosotros d' él.
El día siguiente Nedio escondió las tigeras de su maestro secretamente. Él buscando sus tigeras y no las hallando, comiença a ferir en el tablero mirando de una parte a otra, y levántase de su assentamiento dando golpes con las manos. E como viesse esto el camarero, luego mandó a sus criados que atassen al maestro porque no hiriesse alguno, y fazíale dar de palos a manera de castigo. El maestro, viendo este mal que le cometían, no sabiendo la causa, a grandes bozes se quexava diziendo por qué lo ferían sin razón y sin culpa. Ellos no dexavan de ferir y dar en él, entendiendo que estava loco, por reduzirlo a su sentido. Después que fueron cansados de lo apalear, desatáronlo. El qual, con grandes sospiros y quexas començó de preguntar al camarero por qué tan cruelmente lo avía fecho ferir. Fuele por él respondido que por su gran bien lo avía mandado, por quanto Nedio, su discípulo, le avía informado cómo algunas vezes se enloquecía y le tomava frenesía, de manera que si no le atavan e castigavan, no cessaría de hazer mal y ferir a los que eran presentes, e que no sanava de aquel mal a menos que fuesse atado, açotado y castigado. E por tanto, lo avía assí mandado porque sanasse. Entonces dixo el maestro al discípulo:
-¡O, muy malvado y cruel! ¿Quándo me viste a mí enloquecer?
Responde el discípulo:
-Entonces te vi yo que te tornavas loco, quando tú conociste que yo no comía miel.
El camarero y todos los presentes que oyeron estas palabras, con gran risa juzgaron que con suficiente razón el maestro avía padescido todo el mal. Porque quien burla de otro, de razón espera de ser engañado y burlado.
El que quiere no recebir mal engañado, no quiera hazer a otro lo que no querría que hiziessen a sí mismo.
La .XIX. del loco y del cavallero caçador.
ómo
usar y exercitar officio y arte en que mayores son los gastos que las
ganancias y rentas es de reprovar y dexar, se prueva por esta
figura.
En la cibdad de Milán avía en un tiempo un famoso phísico, el qual tenía cargo de sanar y reperar qualquier locura e insania. Él tenía esta manera en sanar los locos: avía en casa un corral donde era una laguna o balsa de muy viscosa y fediente agua, donde atava a un pilar cada loco que quería curar desnudándolo y poniéndolo en aquel cieno fasta las rodillas o más alto, según que convenía a la natura y qualidad de la locura, y fazíalos estar allí con gran dieta fasta que él sentía que eran sanos. A este médico fue traydo un loco entre /f. LXXIIr/ otros muchos, al qual puso en aquella balsa fasta los muslos. Este loco, como estuviesse ende quinze días, fue reduzido en su sentido y sanidad, y assí començó a rogar al físico que lo sacasse de allí pues era bien sano. El maestro lo sacó de aquella agua y tormenta en que estava, mas defendióle que no saliesse del corral. Él estando obedeciente por algunos días, según que le era mandado, el físico, aviendo piedad, le dexó salir. Dende mandóle que anduviesse dentro en casa en tal que no saliesse a la puerta. Este loco, assí sanado, con gran gozo andava por toda la casa guardando bien el mandamiento de su maestro. Estando una vegada el loco a la puerta, vio venir un hombre a cavallo con un falcón y dos o tres galgos y podencos, al qual llamó movido de aquella novedad que veya porque no se acordava de lo que en otro tiempo antes avía visto. Llegado el del cavallo a él, preguntóle el loco:
-¿Tú quién eres? Escúchame un poco, si te plaze. Dime, esto en que tú vienes, ¿qué cosa es y para qué lo has?
Respóndele:
-Cavallo es, y tráygolo por causa de no cansarme.
Item le preguntó:
-Y este otro que traes en la mano, ¿qué es y para qué lo traes?
Responde el cavallero:
-Es falcón y es bueno para caçar perdizes e garças.
Mas le preguntó de los perros, y no menos le dixo cómo eran cosas necessarias para el uso de la caça. E pregúntale el loco:
-¿Qué puede valer quanto tú caças con todos tus perros y aves en un año?
Responde el cavallero:
-No te podría responder de cosa cierta, mas pienso que menos valdrá de quatro o cinco libras de oro.
E demandóle el loco:
-¿Quánto puedes gastar con tu cavallo y falcones y perros en un año?
El del cavallo le dize:
-Puedo despender más de .l. libras gastando regladamente.
Entonces, maravillándose de la locura del cavallero, dixo el loco:
-Ruégote que te vayas prestamente de aquí y aun bolando si puedes, porque no te vea el físico, nuestro maestro. Ca si te falla aquí él, y sabe d' esta tu gran locura, él te pondrá en la balsa del agua con los otros locos y aún, a mi creer, más dentro que a estos otros porque tu locura es mayor.
Significa esta fábula que el uso y exercicio de la caça o de otros officios en que mayor es el gasto que la ganancia, son de desamparar y dexar si quiere hombre ser avido y reputado por discreto y cuerdo.
La .XX. del sacerdote y de su perro e del obispo.
os
dones y servicios dadivosos, aun a los lugares violados, sin
cerimonia reconcilian, según se puede mostrar por esta
fábula.
En Toscana era un sacerdote ignorante más bien rico. Éste enterró un perrillo muy preciado que tenía en el cimenterio. Como esse su excesso vino a noticia del obispo, sintiendo que el clérigo era rico, agraviando mucho el delito suyo, hízolo llamar ante sí personalmente para que fuesse punido. El sacerdote, que conocía que más mi- /f. LXXIIv/ -rava el obispo en rapar de las pecunias que por corregirle ni punir corporalmente por penitencia saludable, tomó cien pieças de oro y fue con ellas ante el obispo. Como el clérigo fuesse por el obispo mucho redarguydo e increpado por esta sepultura del perrillo, finalmente mandó que fuesse levado a la cárcel para ser castigado y punido. Viéndose el sacerdote en este rigor, dize al obispo:
-¡O, señor padre! Si conociesse de qué prudencia era aquel perrillo, no te maravillarías por yo averlo enterrado entre los hombres, ca por cierto él excedía en agudeza todo ingenio humano, assí en la vida como en el artículo de la muerte.
El perlado, maravillándose d' esto, preguntó:
-¿Qué es eso que dizes?
Responde el sacerdote:
-Él fizo testamento en su fin, y considerando cómo estavas en necessidad de dineros por los grandes gastos que fazes por la yglesia de Dios, cien pieças de oro mandó para tu cámara. Las quales traxe aquí comigo.
Y de fecho ge las dio. El obispo, aprovando el testamento y la sepultura, mandó que fuesse guardado el dinero para las cosas necessarias y dio por libre y quieto de todo crimen y excesso al sacerdote.
Significa claramente que la pecunia es gran medianera para impetrar perdón y venia de muy graves delitos.
La .XXI. del ximio y de las nuezes.
or
el grande y continuo trabajo muchas vezes se gana y alcança
mucho galardón, si de la obra començada no desiste el
hombre por la gravedad y trabajo que falla en ella mas
continúa fasta el fin, según esta fábula nos
enseña.
Un ximio estando debajo de un nogal preguntó del valor y del nombre del fruto d' él. Y como le fuesse dicho que aquel frutal produzía y dava las nuezes muy sabrosas de meollos, començó aver gran plazer, pensando entresí en qué manera podía usar de aquellas nuezes a su talante. Mas, como el árbol fuesse grande y alto sin más ramas fasta la meytad, de manera que el mono no lo podía cercar ni saltar encima del árbol, él se fue a una casa que era cerca de aquel nogal, donde rogó a un hombre que le prestasse una escalera, porque mediante aquélla pudiesse subir al árbol a comer de las nuezes. La qual como le fue prestada, él la traxo con gran trabajo hasta el frutal y allí, con exquisitas maneras e ingenios, la puso y adereçó de tal forma que pudiesse subir arriba. Y allí con gozo subió y, tomando una nuez, la mordió entera con su corteza verde. Y como sintió el amargor de la corteza, lançóla a mal. Y provando otras tres o quatro, no las hallando de mejor sabor sino amargas como la primera, él las echava con gran enojo y no curó más de buscar el meollo que dentro tenían. Por lo qual, lleno de dolor y tristeza, después de muchos gemidos y sospiros dixo:
-¡Malditos sean aquéllos que me amostraron estas nuezes y me las alabaron, o me dieron favor y ayuda o consejo que comiesse d' ellas! Porque en todos los días de mi vida nunca vi tan grandes trabajos /f. LXXIIIr/ tomé y soporté, y no he fecho otra cosa en ello sino espender mi tiempo en vano sin provecho, ca el dulçor del fruto que me dezían que era, en amarga es tornado.
Y assí dichas estas palabras, gimiendo y sospirando se partió de allí.
Significa esto que ninguno deve desamparar la obra començada por trabajosa que sea, mas deve pensar el fin que es el galardón del trabajo, el qual si diligentemente quisiere mirar la obra, sin gran dolor acabará. Ca según dize el proverbio: «Dulcia non mervit qui non gustavit amara», que quiere dezir: «No mereció las cosas dulces el que la amargura no gustó».
La .XXII. del padre y del hijo que yvan a vender el asno.
l
que a todos quiere complazer y seguir los consejos y dichos de todas
las personas no puede fuyr daño ni menosprecio ni conserva su
estado por largo tiempo, según se colige d' esta figura.
Un padre con su fijo que yvan a una feria a vender un asno, levándolo delante sí vazío, sin carga, los quales encontraron con una compañía de hombres que fablavan sobr' ellos assí:
-¡O, cómo son locos y ignorantes éstos! ¿Para qué dan de comer al asno, pues que no se aprovechan d' él? Pudieran yr cavalgando a vezes en él y assí dieran recreación a sus miembros y escusar también de romper los çapatos, y el asno no sintiría en ello trabajo según que parece que es fuerte y rezio, quanto más que es éste su officio y naturaleza, y no es él para otra cosa sino para fazerle trabajar.
El padre, oyendo estas palabras, fizo cavalgar al fijo en el asno caminando él mismo a pie. Y andando ellos assí, llegaron otros que venían de la cibdad cerca d' ellos, diziendo d' esta manera:
-¡Qué manifiesta locura es ésta! Este hombre es viejo en tanto grado que de flaqueza no puede mover los pies. Y él, dexando de venir cavalgando en el asno a su fijo, que podría tras él correr como un gamo, le trae en el asno. Mala criança y costumbre le da esto, puede ser causa que le faga perezoso y folgazán.
El buen viejo, conociendo que era buen consejo éste, fizo decender a su fijo y cavalgó él en el asno. Y assí començó de andar su vía siguiéndole el fijo detrás a pie. Él fue de cabo visto de otros caminantes, los quales no menos començaron de lo reprehender por este modo:
-¡O, cómo es cruel y fuerte de coraçón este padre contra su fijo! El asno es assaz bastante para levar al padre y fijo, y parece que ha mayor piedad del asno que de su hijo, al qual faze trabajar en demasía andando a pie con este calor. Podrá ser que se debilite y enflaquezca el cuerpo y miembros de manera que se lisie y torne coxo para que ande en la vejez por los hospitales.
El padre, sintiéndose mucho d' estas palabras, luego fizo cavalgar al fijo en las ancas del asno. Y assí yva el asno cargado de entrambos. Ellos yendo assí encontraron con otros caminantes, de los quales fueron mucho más reprehendidos /f. LXXIIIv/ que de los otros, diziendo:
-Mirad aquí dos hombres sobre un asnillo. Bien podemos dezir que están dos asnos sobre un asno. El cuytado no puede tenerse sobre los pies de cansado. Y ellos, no mirando en esto, por cierto mejor les sería que ellos ambos levassen a él a cuestas, si quieren no lo ver muerto luego.
El padre, pensando estas cosas entre sí, dize al fijo:
-Bien me parece que han razonado estos hombres. Porque no muera este asno mas se retorne en sí, atémoslo de los pies y manos con una soga y metamos un palo en ella, y levarémoslo entrambos a cuestas fasta la cibdad. Lo qual podremos fazer sin gran trabajo y en ello alcançaremos loor del pueblo común, de piadosos que somos, aun de los animales irracionales. Y assí descansará y lo venderemos recibiendo y consiguiendo provecho dende.
Ellos levando el asno atado de pies y manos a cuestas, he aquí donde sobrevienen muchos viandantes que comiençan a reyr d' ellos diziendo:
-¿Quién jamás oyó que un asno alcançase tanta industria que ordenase debaxo de sí otras bestias que lo levassen a cuestas, seyendo él bastante para levar a ellos con todo su axuar? Ellos lo lievan a él y le dan de comer. Mejor les sería, pues no se sirven d' él según que lo devieran hazer, que él no es fecho para otra cosa sino para servir a los hombres, que lo dessollassen y dexando su carnaza que se aprovechassen del cuero, que no yr cargados d' él padeciendo tanta vergüença por que todo el mundo se reyrá d' ellos.
El padre, entendiendo todo esto, movido de gran yra, tomando el bastón en que lo levavan a cuestas, da un gran golpe al asno en la cabeça, de manera que lo echó muerto en tierra. Y assí lo començó de desollar, diziendo:
-¡Quántas injurias avemos padecido oy por este asno! Agora creo que avrán fin nuestras desonras e injurias.
Acabando de lo dessollar, él tomó su cuero y lo echó en el hombro para levar a la cibdad siquiera para ayuda de las espensas y gastos. Y entrando en la cibdad se fue para el mercado donde se puso a vender el cuero. Los rapazes, viendo cómo estava aquel viejo con el cuero del asno ensangrentado y mojado a cuestas, según su mala costumbre que han de siempre fazer más mal que bien, començaron de travar de la piel, unos por una parte y otros por otra, trayéndola por el lodo, y al viejo ensuziando y enlodando abiltadamente en cara de tal manera que parecía espantajo. Y assí escapó este buen hombre medio muerto y con daño de su fazienda, porque quería conplazer a todos.
Enséñanos esta fábula que no ay hombre en el mundo, grande o pequeño, de qualquier estado y condición, que no sea reprehendido, detraydo y murmurado en sus fechos e actos. Y lo que los unos alaban en él, reprehenden otros. Mas ni por esto deve hombre dexar de seguir la razón por complazer a todos, ca deve considerar quál sea la reprehensión o detración, si es justa o injusta; si es justa, recebirla y emendar su vida; si la reprehensión es frívola e injusta e vana, no curar d' ella, porque como todos seamos diferentes en las voluntades e inclinaciones, a unos parece bien y agrada una cosa, y a otros aquella misma desplaze e desagrada, por que parece que no puede alguno a todos complazer.
Por ende, creo de no escapar sin reprehensión en esta traslación d' este libro en lengua castellana, assí por la obra no ser tan elegante como palpable para los vulgares e nod dotos, para solaz y doctrina de los quales fue la intención d' ella. Como porque comúnmente todos somos más inclinados a corregir los fechos agenos y desseosos del propio loor, que a defen- /f. LXXIIIIr/ -der y soportar lo tolerable y defendible no propio, suplico a los prudentes y letrados oyan el tratado con ánimo benívolo inclinado a defensión más que a reprehensión y ofensión porque cerca del juez que juzga sin testigos san juzgados con misericordia e piedad.