Veturia


Capítulo liij: De Veturia, noble dueña romana, cuyo caso y fazaña scrive Tito Livio por muy insigne. Ca su fijo Coriolano, caudillo esforçado romano, nascida una discordia entre los ciudadanos, fazía la guerra a Roma, el qual no podiendo por fuerça ni por ruegos ser quitado de su propósito, finalmente amonestado por los ruegos de su madre Veturia cessó.


Veturia, noble mujer romana ya vieja, con obra loable traxo en una perpetua verdor sus años. Tenía ella un fijo llamado Gneo Marcio, mancebo de mucha virtud, en las manos y en el consejo muy prompto. Y como peleando los romanos y combatiendo a Coriolos, ciudad de los volscos, fuesse preso por su noble proeza, pusiéronle nombre Coriolano. Y alcançó tan gran favor de nobleza y esfuerço que todas las cosas osava, assí en las palabras como en fechos. Por lo qual, estoviendo Roma muy trabajada de fambre, y los senadores hoviessen mandado traher mucha provisión de Sicilia, defendió con un razonamiento muy grave y severo que no se repartiesse al pueblo ante[s] que hoviesse dexado a los nobles las honras, que poco antes apartado al Sacromonte havía quitado por la tornada. En el qual el pueblo indignado, como estava muy fambriento, hoviera puesto las manos si el Tribuno muy convenientemente no le assignara día para razonar esta causa. El qual, indignado y sañoso, como no obedesciesse y acudiesse, fue condempnado a destierro. Y passóse a los volscos, poco antes enemigos de los romanos, de los quales fue benigna y honradamente recebido. Ca en qualquier lugar es muy estimada la virtud.

A los quales volscos, éste, assí con su astucia y engaño como de Actio Tullio. volsco, tornó a fazer la guerra a los romanos. Y fecho capitán de la guerra por ellos, levó la hueste a las fuessas Cluillas, quatro millas de Roma. Y traxo la República de Roma a esto, que embió el Senado a él, desterrado, embaxadores a recabar paz con leyes y pactos yguales, los quales con cruda respuesta despidió Marcio para su patria. Por lo qual fueron otra vez embiados, mas no recebidos. Fueron tercera vez los pontifices cubiertos con sus coronas y con sus insignias y arreos muy humildes, mas en vano se tornaron. Y ya los ánimos de los romanos estavan desesperados de cada parte, quando ya vinieron las dueñas romanas muchas, y quexándose a Veturia, madre de Coriolano, y a Volumina, su mujer, y recabaron que la madre, mujer muy vieja, fuesse al real de los enemigos con su mujer, y con ruegos y lágrimas llorasse delante de su fijo, pues que veyan que no se podía defender con armas la República de los enemigos. Y no fallesció compaña grande que las seguía. Cuya venida como supo Coriolano, ahunque toviesse muy alterado el coraçón, empero derribado y amollecido por la venida de la madre, levantóse de la silla y salió de su tienda para recebirla. Y Veturia, toviendo de una parte la mujer y de otra los fijos de Coriolano, no vio ante a su fijo que, dexada la caridad y amor de madre, se encendió en yra; y como de primero humilde havía salido de la ciudad para venir al real de los enemigos, fízose reprehensora. Y levantadas nuevas fuerças en su coraçón viejo y cansado, dixo: "Tente allá, mancebo malquisto. Querría saber antes de abraçarte si vienes siendo enemigo a recebir a tu madre o a tomarla por cativa. Yo, desventurada, sábete que me reputo por enemiga tuya. ¿A esto me [ha] trahído la vejez por todos desseada que te viesse condemnado por destierro y después enemigo de la republica? ¿Dime, yo te ruego, conosces quiçá en qué suelo estás armado enemigo? ¿Conosces qué patria tienes adelante de ti? Yo, por cierto, creo que sí; y si no lo sabes, esta es la tierra en donde fueste engendrado; ésta en donde nasciste; ésta en donde con mi trabajo has sido nudrido y criado. Pues dime, ¿con qué ánimo, con qué pensamiento, con qué consejo y a cuyo induzimiento has podido fazer contra ella la guerra y tomar armas como enemigo? Dime, ¿quando entraste no se te representaron delante la honrra devida a la madre, el amor de la mujer, la caridad de los fijos y la reverencia de la patria? ¿No movieron estas cosas tu fuerte coraçón? ¿No podieron quitar y abaxar todas estas cosas la saña ahun justamente [fol. 61r] causada? ¿No te vino en la memoria luego quando viste el adarbe, allí está mi casa, allí están mis dioses y de mi patria, allí está mi mujer y mis fijos, ende está por su desventura y por causa mía mi desventurada madre? Vinieron los padres del Senado, vinieron los pontífices y no pudieron mover tu coraçón de piedra para que fiziesses rogado lo que devieras haver fecho de tu voluntad. Yo, por cierto, conosco ser bien desventurada quando veo que mi parto ha sido enemigo a la patria y a mí; quando me pensava haver parido fijo y ciudadano, veo haver salido de mi vientre un abhominable y duro enemigo que amollecer ni doblegar o inclinar no se puede. Por cierto, mejor fuera no haver concebido, ca siendo yo mañera podía estar Roma sin guerra, y podiera yo pobre y desdichada vieja morir en patria líbera y a ninguno sometida. Empero no puedo ya padescer cosa alguna que sea para mí más desdichada ni para ti más fea; ni puedo estar en el mundo mucho tiempo para ser muy desventurada. De éstos, tus fijos, mira lo que te cumple, a los quales si passas adelante en tu mal propósito está aparejada o muerte súbita o muy luenga servidumbre".

Después destas palabras y razones siguiéronse luego lágrimas, y después los ruegos de la mujer y de los fijos, y abraçados de los unos con los otros, y bozes de dueñas que lloravan y rogavan. Con cuyas palabras y con cuyos gemidos y lágrimas acahesció que -lo que la magestad de los embaxadores y la reverencia de los sacerdotes no havían podido- por veneración y acatamiento de la madre se amansasse y apaziguasse la saña de tan duro capitán, y se inclinasse y bolviesse el propósito. E abraçados y dexados los suyos, se levantasse el cerco y real de la ciudad.

De lo qual se siguió que porque la ingratitud no quitasse algo de la honrra desta mujer, que el Senado fizo en el mismo lugar donde Veturia havía amollescido la yra de su fijo un templo de ladrillo cocho en memoria suya perpetua, y un altar a la fortuna y prosperidad mujeril. El qual edificio, ahunque muy viejo, en ninguna cosa menoscabado o diminuydo, tura fasta hoy. Y ordenó y stableció más, que a las mujeres que passassen -a las quales fasta entonces ninguna honrra o pequeña fazían los hombres- se levantassen y diessen lugar para passar. Lo qual en nuestra patria, a fuer antiguo, se guarda fasta hoy. Y que podiessen levar arracadas aquel antiguo arreo de las mujeres, y vestido colorado de púrpura, y fevillas y manillas de oro. E no fallescen quien affirmen haver sido en el mismo decreto del Senado añadido que -lo que ante no les era permetido- podiessen alcançar herencias de qualquiere. El merecimiento desta matrona, si es a los maridos más aborrecible que a las mujeres plaziente y gozoso, piensan algunos no ser cosa determinada, la qual empero yo tengo por muy cierta, ca la hazienda de los maridos se destruye con los tales arreos, y las mujeres andan luzidas como reynas; los maridos se empobrecen quitándoles las herencias de sus antepassados, y las mujeres se enrriquecen alcançándolas, y son honradas las que son generosas y nobles y las que no lo son. De lo qual se han seguido a ellos muchos daños y a ellas provechos mayores.

Yo maldeziría a Veturia por la sobervia en que se han alçado las mujeres por estas cosas, si no se hoviesse conservado la libertad romana con sus ruegos. Mas con todo, aquella mucha liberalidad del Senado y aquel costumbre dañoso que ha turado tantos siglos, no puede loarle, ca de menor don se hovieran contentado. Gran cosa parecía haver dedicado templo a la fortuna y prosperidad de una mujer, empero como el mundo y arreo todo es mujeres, assí los hombres son mujeriles. E lo que es a los hombres contrario: la edad que ha consumido muchas cosas útiles, no ha podido consumir ésta, ni ha podido apoquecer o diminuir a las mujeres su derecho, guardándole ellas con tenacidad y perseverancia.

Por ende, alégrense ellas y toquen palmas a Veturia, y honren y fagan acatamiento a su nombre y merescimiento quando quier que se vieren luzidas con ricas piedras preciosas y rosados y colorados vestidos y fevillas de oro, y quando, ellas passando, se levantan los hombres en pie, y quando alcançan alguna herencia.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 60 r. y ss.