Capítulo lxxviiij: De una Sempronia romana, la qual dize este auctor
que fue mujer muy docta y eloquente, y se mezcló en la conjuracion de
Catilina. Empero Salustio
dize haver sido una Aurelia Horestilla muy letrada que
se casó con Catilina, y esto es más de creer porque en el numero de los conjurados
nunca fue contada aquélla Sempronia.
Muchas vezes me recuerda haver leydo que Sempronia, otra y diversa de aquélla
de quien scrivimos en el Capítulo lxxvj, fue mujer de grande ingenio, empero muy
inclinada a cosas vellacas y no de dezir. Ésta fue mujer entre las romanas de
claro linaje y muy fermosa, y de marido y de fijos asaz bien fortunada. De cuyos
nombres como yo no me recuerde, verné a las cosas de que suele una mujer ser loada,
o de qué resplandeció su nombre, y aquéllas quiero que occupen primero mi scriptura.
Fue, pues, ésta de un ingenio tan prompto y tan general que luego entendía y
remidava en esperimentar por obra qualquiere cosa que hoviesse visto alguna vez
a otros fazer o dezir. E como no solamente hoviesse deprendido el latín -mas ahun
el griego osó-, no mujerilmente, mas ahun docta fazer tan garridos versos quando
quería que se maravillavan quantos los leyan; y tovo una cosa egregia y loable
para qualquier docto varón, que estava en su mano -quando quería- el fablar en
seso y en burlas y mover a risa con sus donayres, y excitar la gente a su mollez
y delicadez y a festejarla. E lo que es más, fue de tan dulce costumbre en su
hablar que en qualquiere cosa que fablasse todo parecía a los oydores lleno
de gracia, dulce y donoso.
Allende desto, supo gentilmente dançar y baylar, las quales cosas en la mujer
son quiçá mucho de alabar, usando dellas sana y discretamente. Empero ella, como
rellena y cargada de muchas maldades, usó dellas mucho en otra manera. Ca ella
movida de mucha osadía vino a cometer casos ahun para hombres muy espantosos; y
como el cantar y baylar, instrumentos por cierto y aperos de luxuria, hoviesse
convertido en mollez y dissolución, quemando de luxuria -por fartar la
concupiscencia-, posposada toda la vergüença de castidad, más vezes requería ella
los hombres que fuesse por ellos requerida. Del qual mal, que en algunas vemos
tan rezio, aquéllas pienso haver sido las rayzes. Ca yo no quiero condenar la
natura, la qual puedes levar donde quisieres con poco trabajo, mas lo natural si
es menospreciado y desechado siempre va en peoría. Ca -a mi ver- por el mucho
pompar que fazen los padres a las fijas han sido muy deprivadas y peoradas las
condiciones de las donzellas, las quales declinando -según se faze muchas vezes-
a luxuria y desorden, poco a poco se va y da lugar la tibiez y floxez feminil,
y se levanta luego una osadía y atrevimiento acrescentado por una loca opinión,
con la qual affirman y porfían dezir lo que les plaze. Y después que una vez
han venido a infectionar y ensuziar la honrra virginal y han desechado la
verguença del rostro, en vano tomamos trabajo para retraherlas, mayormente
después de caydas. Y dende viene que no solamente se offrecen a la vellaquería
requeridas, mas ahun provocan y convidan a los hombres.
Después desto, Sempronia fue en demasía codiciosa de oro. Y assí como por
alcançar riquezas se ponía y convidava a suzias ganancias, assí en qualesquier
pecados y vildades era pródiga en gastar, tanto que no tenía medida alguna en
la avaricia y prodigalidad. Mal es y muy pestífero en la mujer el desseo y
codicia del oro, y muy manifiesto testimonio del ánimo corrupto, y esso mismo
la detestable prodigalidad, la qual quando entra en el pensamiento de la mujer
-que de suyo es avarienta- no tiene sperança alguna de su salud salvo la
pobreza, y luego pierde su honestad y fazienda, ca no paran ni cessan fasta
venir en un extremo vituperio y grave miseria. La templança del gastar es
propio de las mujeres, y a ellas conviene guardar con lealdad dentro de las
puertas de su casa lo que los maridos ganan y trahen; la qual templança tanto
es de alabar quanto es de condenar la dañada cobdicia del oro y la desmesurada
prodigalidad, como sea ella -ahunque poco a poco- la acrescentadora de las
haziendas, y salud egregia de las cosas domésticas, y testigo del pensamiento
bueno, y solaz de los trabajos, y fundamiento firme de la noble y clara
posteridad.
E porque en una palabra y extrema concluyamos todas las maldades desta
mujer, estoviendo encendida aquella pestifera facha de aquel péssimo y
bollicioso hombre Lucio Catilina, y continuando con iniquos consejos de
acrescentar sus fuerças con el número de los conjurados para destruyr
perenalmente la República de los romanos, esta fazañosa mujer por haver mayor
licencia y lugar para sus dissoluciones, desseando aquello que a hombres
perdidos y desesperados hoviera puesto espanto, mesclóse con los conjurados, y
de su voluntad los secretos lugares y las más secretas entrañas de su casa
fueron siempre abiertas a los crudos parlament[o]s y consejos. Empero Dios,
que contrasta las maldades, descubiertas las assechanças y descubiertos tanbién
los engaños de los conjurados por medio y industria de Marco Tulio Cicerón,
el cónsul, como se hoviesse apartado Lucio Catilina a Fésoli, estimo que ella
cayó en el mal de los otros burlada. De lo qual, ahunque podamos alabar su
ingenio y por esto e[nxa]lçarla, empero necessario es que condenemos el exercicio
y fecho tan malo. Ca ella, ensuziada la scuela de las dueñas con muchas
dissoluciones, fizo y causó que fuesse muy conocida en grande vituperio suyo,
en lo qual si hoviera guardado su templança y modestia, hoviera podido salir y
levantarse gloriosa.
Dezir es del Aristótiles quel varón quanto
más sabe tanto -si malo fuere- puede mas empecer. ¿Pues qué dires de la mala
mujer, que no sólo sabe, mas sabiendo dessea, desseando enbravece en cumplir su
desorden? Y en responder tan al revés a los bienes, gracias y arreos que le dio
la naturaleza, que todo lo enplea en daño de todos; de los dones de fermosura
faze redes del vicio, de los falagos de la gracia faze lazos de la maldad, y de
los bienes faze males, fasta pervertir toda ley.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 81 v y ss.