Paulina


Capítulo xci: De Paulina, mujer romana, la qual fue de tanta simplicidad que, creyendo haver que fazer con el dios Anubes, en fin se acordó y conoció haver sido conocida de su enamorado. Lo qual divulgado, ella anduvo por lengua de toda la ciudad.

Paulina, mujer romana, con una simplicidad suya digna de risa alcançó quasi un renombre perpetuo. Ca reynando Tiberio César, emperador, assí como ella en la fermosura de la boca y graciosidad del cuerpo era tovida por insigne mujer, assí después de casada fue havida por todos como un spejo y enxemplo de noble castidad. E no tenía otro cuydado alguno special fuera de su marido sino cómo podría servir a Anubis, dios de los egipcianos, al qual tenía ella en veneración special y acatamiento, y de cómo podría recabar y haver su gracia. E como en qualquier lugar sean las fermosas muy deseadas y amadas por los mancebos, y mayormente aquéllas que tienen diligente cuydado de guardar su castidad y honrra, acaheció que un romano, llamado Mundo, començóla [a] festejar afincadamente con ruegos, lisonjas, con acatamientos, enamorados gestos, donayres, promesas y dádivas, por si quiçá podiera obtener y recabar lo que desseava, ardiendo de amores. Mas la casta mujer, dedicada a su marido solo, desechava como viento todas sus offertas y promesas.

El qual, porfiando en su empresa y conosciendo claramente que la constancia de esta mujer le dava empacho y le quitava toda la carrera de su propósito y fin, bolvió y inclinó su ingenio a pensar engaños. E como acostumbrava Paulina yr todos días al templo de Ysis y placar al dios Anubis con sacrificios continuos, lo qual sabido por este mancebo romano, que estava della tan perdido, mostrándogelo el amor, pensó una malicia nunca oyda. Ca sabiendo que los sacerdotes de Anubis podían mucho aprovechar a sus deseos, fuese a ellos y con grandes dádivas y ruegos inclinólos a su propósito. Y acaheció que él mostrándogeles primero y avisándolos que el más anciano y honrado dellos con voz muy mansa y gesto muy auctorizado a Paulina dixiesse que Anubis de noche le tenía revelado y mandado que a ella dixiesse cómo él de su devoción y pregarias havía tomado mucho plazer, por lo qual en remuneración él deseava en aquel templo de noche y con reposo fablar con ella. Lo qual oydo, Paulina pensando esto nacer y proceder de su discreción y sanctidad, alegróse mucho consigo de la tal embaxada y creyó que era verdad, assí como si el mismo dios Anubis ge lo hoviesse dicho, y recitólo todo a su marido. El qual siendo más vano y necio que su mujer, dióle licencia de trasnochar en el templo. E assí aparejada una cama muy rica y digna de dios en el templo, sin saberlo alguno salvo ella y los sacerdotes, y llegando ya la noche, entró Paulina en el templo y apartados todos, esperando después de las oraciones y sacrificios al dios, fue a la cama y acostóse. Y como ya estoviesse durmiendo en lo más rezio del sueño, ponen dentro los sacerdotes a Mundo, cubierto y vestido con los arreos y vestidos de Anubis. Allegóse a ella y besó a la que tanto amava, y mandóle -después de despierta como espantada- que estoviesse con buen coraçón y toviesse buena confiança, y esforçándola díxole que él era Anubis, al qual ella tanto tiempo con tantos sacrificios y devociones havía servido; por ende, él era descendido del cielo para dormir con ella, porque dellos se engendrasse un otro dios a él semejante, en gualardón de sus devociones. La qual ante de otras cosas le preguntó si podían los dioses o havían acostumbrado ayuntarse con las personas mortales, a l[o] qual respondió luego Mundo en forma de [A]nubis que sí, y que Júpiter por el tejado, cahído en la falda de Daphnes nos havía dado enxemplo de ello, y que de aquel ayuntamiento fue engendrado Perseo, que después fue assumido en el cielo. Las quales cosas oydas, Paulina muy leda fue contenta de le complazer y servir, y assí Mundo entró desnudo en la cama en lugar de Anubis y llegó a su fin deseado; y como ya amaneciesse, quando se fue díxole que havía concebido un fijo. Después, ya claro el día, quitada luego la cama del lugar por los sacerdotes y buelta a su casa Paulina, con mucho plazer y alegría recitó a su marido todo lo que havía passado, y el nescio, creyéndolo todo, y aconsoló y alegróse mucho con su mujer porque havía de parir dios. Y no hay duda que ambos esperaran el tiempo del parir si el mancebo que estava tan encendido y perdido de sus amores no hoviesse descubierto la maldad indiscretamente.

El qual, quiçá pensando que ella vernía con mucha voluntad y más deseo a ayuntarse con él si mostrando y descubriéndole la astucia y engaño con que él se havía echado con ella, y que de aquella manera podría usar della cada vez que quisiesse. E como fuesse Paulina al templo, Mundo le salió al delante callandito y díxole: "Bienaventurada eres, Paulina, que has concebido de mí que soy el dios Anubis". Empero de otra manera le fue tomada esta palabra de lo que él pensava, ca espantándose Paulina y pensando consigo muchas cosas de lo que havía passado, luego conoció el engaño y maldad, y muy alterada con vergüença y mucha saña bolvió a su marido y descubrióle el engaño de Mundo y de los sacerdotes, según que ella lo havía apercebido. De lo qual se siguió que el marido se quexó a Tiberio, el qual sabido el engaño fizo dar graves penas y crueles castigos según lo merecían a los sacerdotes y desterrar a Mundo. Y assí burlada Paulina, era como una consejuela en el pueblo romano, más conocida por su simplicidad que por la devoción de Anubis, ni por haver guardada su castidad con la discreción que deviera.


Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 91 v y ss.