RECOPILACIÓN
SIMA JORNADA QUE LA CA-
thólica Real Magestad del Rey don Phelipe, nuestro señor, hi-
zo en la conquista del Reyno de Portugal, ansí en la cosas de
la guerra como después en la paz antes que volviese a Casti-
lla. Siendo Capitán General el Excellentíssimo don Fernán
Álbarez de Toledo, Duque de Alva. Compuesta por An-
tonio de Escobar, vezino y natural de la villa de Valladolid,
que se halló presente en toda aquella guerra, sirviendo a su
Magestad con su persona y armas, criados y cavallos.
Dirigida a su Cathólica Real Magestad.
/[1v]/ [en blanco]
/2/ Lo Rey, y per sa Magestat
on Francisco de Moncada, Compte
de Aytona y de Osona, Vizcompte de Cabrera y de Bas, gran Senescal de Aragó,
Loctinent y Capitá general en lo present Regne de Valencia.
Per quant Antonio de Escobar, vehí de la vila de Valladolid en los Regnes de Castella, nos ha referit que seguint personalment la jornada que la prefata Real Magestat feu los anys proppassats en lo Regne de Portugal, feu de tot lo succés de la dita jornada y guerra una molt particular recopilació, suplicant-nos humilment fos de nostra mercé donar-li, e concedir-li llicencia, permis y facultat per a poder imprimir la dita obra e llibre, dirigit a la dita Real Magestat, ab prohibició que ningú altri puga imprimir aquell per temps de quinze anys, atesos los treballs que en fer dit llibre ha tinguts.
E nos, considerat
que es molt bé que de dita jornada y succés reste la memoria que es rahó, y que
per a dit effecte vos ha donat llicencia lo Ordinari, ho havem tingut per bé en
la manera infrascripta. Perçó, per tenor de les presents expressament, y de certa
sciencia per la real auctoritat de que usam, donam y concedim llicencia,
permis, y facultat al dit Antonio de Escobar per a que aquell, o la persona que
son poder tindrà, y no altra alguna, per temps
de deu anys, contadors del dia de la data de la present nostra llicencia en
avant, puxa imprimir lo dit llibre e /[2v]/ obra, y vendre aquell
publicament, sens encorriment de pena alguna per totA lo temps dels dits deu anys, prohibint que
ningú altri sino el dit Antoni de Escobar, o qui son poder tindra (com esté
dit) puguen, dins lo dit temps, imprimir ni vendre lo dit llibre sots
pena de perdició de aquells, y de cinch cents florins de or de Aragó,
als cofres reals aplicadors.
Diem perçó, y manam
a tots y sengles officials y subdits de la Magestat, dins lo present Regne
constituyts y constituydors, al qual, o als quals, les presents pervindrán, y
en qualsevol manera presentades ferán, que la present real e nostra llicencia
guarden y observen guardar, y observar facen, si la gracia de la Magestat tenen
cara, y en la pena sobredita desijen no encorrer.
Dat. en lo Palacio
Real de Valencia, a cinch dies del mes de Octubre, del any M.D.Lxxxiij.
EL CONDE DE AYTONA
V.
Pasqual R. V.
Salzedo
Profisci
Advocato
Guillelmus
Nicolaus Dehona
In
diverforum x lij. fol. Xxvj.
Sellado
con el sello de las armas Reales de la Corona de Aragón.
os, don Joan de Ribera, por la
gracia de Dios y de la Sancta Yglesia de Roma, Patriarcha de Antiochía y
Arçobispo de Valencia, del consejo de su Magestad.
Por el tenor de la
presente damos licencia para que en este nuestro Arçobispado se pueda imprimir
un libro intitulado De la jornada que la Cathólica Real Majestad del Rey don
Phelipe, nuestro señor, hizo en la conquista del Reyno de Portugal,
compuesto por Antonio de Escobar, vezino de la villa de Valladolid, que por
nuestro mandado ha sido visto, examinado y aprobado por el maestro Jayme
Ferruz, doctor d’esta Universidad de Valencia. Dada en Valencia a dos días del
mes de Setiembre del año de mil y
quinientos y ochenta y tres.
El
Patriarcha Arçobispo de Valencia.
Por
mandado del Patriarcha mi señor.
Figueroa
Secretario.
/[3v]/
o, maestre Jayme Ferruz, he visto y reconocido por mandado del
Illustríssimo y Reverendíssimo señor don Joan de Ribera, Patriarcha de
Antiochía y Arçobispo de Valencia, del Consejo de su Magestad, el presente
libro De la conquista que hizo su Magestad del Reyno de Portugal,
compuesto con mucho cuidado y no menos loable prudencia por Antonio de Escobar,
vezino de la villa de Valladolid. Soy de parecer que debe ser admitido y por
quanto en él no he hallado cosa que repugne a nuestra Sancta fe cathólica, ni a
los decretos de nuestra Sancta Madre Yglesia. Ansí lo firmo de mi nombre en
Valencia, a 22 de Agosto 1583 años.
Maestro Jayme Ferruz.
/4/
Soneto de un cavallero Va-
lenciano que embió al auctor estando
en Valencia, rogándole que im-
primiese la presente
obra.
Lustre y honor del reyno castellano,
De quien la fama suena tan
gloriosa,
Que le aventaja en escrivir en
prosa
El suceso del reyno lusitano.
Se pide que la guerra tenebrosa
De Portugal saquéys, pues
qualquier cosa
Que en ello nos diréys es claro
y llano.
No permitáys que en hecho tan famoso
No alargue la ligera fama el
buelo,
Y vuestra pluma diga al mundo
todo,
No haverse jamás visto bellicoso
Exército, ni gente en este suelo,
De tan sabio consejo esfuerço, y
modo.
/[4v]/
Al auctor, soneto de un a-
migo suyo Valenciano.
Con hierro agudo y con veloze pluma,
Con ánimo que de uno
a otro polo
Puede llamarse
justamente solo,
Pues no hay quien ygualársele
presuma.
Con eloquencia do las demás suma,
Pues más la envidia
a quien del sacro Apolo
Alcança parte, que
del río Pactolo
El oro y plata que
possee sin suma.
Con un dezir y hazer que a todo excede,
Dando debaxo de la
real diestra
Rindida a Lusitania,
y su Dios Marte.
Al fin con quanto dessear se puede,
En esta historia
verdadera muestra
Antonio de Escobar
su esfuerço y arte.
/5/
De Honorato Ulzina, va-
lenciano, al auctor, soneto.
La que está el propio coraçon royendo,
De sierpes y de
bíboras crinada;
Y la que de ojos y
alas va adornada,
Unos loando y otros
abatiendo,
Siento venir con espantoso estruendo,
Blandiendo ora la
lança, ora la espada;
Mas ésta a la otra
da una cuchillada,
Que yo asseguro no
se yrá riendo.
Las sierpes le cortó, que en la cabeça
Llevava para daño de
las gentes,
Y para emponçoñar
nuestro auctor doto.
Y rindida la embidia, a poca pieça
Confessó en alta
boz, y no entre dientes,
Que la fama y autor
su fuerça han roto.
/[5v]/
Soneto del licenciado Hie-
rónymo
Blas de Cutanda, valenciano, en
alabança del auctor.
Gran gloria merecéys y gran renombre,
Antonio de Escobar,
de coronista,
Pues también
escrivistes la conquista
Del lusitano reyno
porque assombre
El estendido poder, valor y nombre
Del invincible
Philipe, que en la lista
Le pusiera Anníbal,
y es cosa vista
De gran guerrero, y
más temido hombre.
Y si el fuerte Achilles y sus hechos,
Gran gloria de
Homero y grande lustre,
Por ser buen
escriptor han alcançado,
Los bethicanos y sus fuertes pechos,
El temido rey y su
caudillo illustre,
No pierden por aquí
lo que han ganado.
/[6r]/
C. R. M.
rande fue el cuydado (muy
poderoso señor) que los antiguos tuvieron de la honra y estimación de su
patria, pues como vemos por sus historias, procuraron siempre que la
pluma fuesse instrumento para que la fama de sus claras hazañas viviesse hasta
la consumación d’este siglo, contando d’ellas el verdadero discurso. Y
por gozar de tan gran premio, muchos valerosos Príncipes aventuraron sus
personas adonde perdieron las vidas.
Y esta loable
costumbre ha durado hasta el día de oy, y d’ello tenemos buen exemplo en el muy
valeroso don Sebastián, rey de Lusitania, el qual imitando a muchos príncipes y
reyes (de quien tenemos noticia) quiso postponer como ellos su sosiego por la
perpe-/[6v]/-tuydad de su gran esfuerço, y ansí desamparó su reyno, siguiendo
la guerra contra los africanos, donde perdió la vida.
Y por haverme
hallado presente a toda esta jornada, codicioso de servir a V. M., y con desseo
de que mi patria y nación gozasse el premio que la immortal fama promete a los
que con mucha voluntad procuraron con su sangre servir a Dios, y a V. M. en
ella, y para que reciban el agradecimiento que se debe a aquellos excellentes
varones, que continuando la virtud militar, dieron illustre nombre a su
naturaleza. Por cuya ocasión quise aventurar el pequeño caudal de mi ingenio en
escribirla, siendo para ello persuadido de mis amigos, y ansí tuve por bien
acceptarlo por obedecer la mucha instancia con que me importunaron, postpuestas
las ocupaciones que a la sazón en seguir la guerra me tenían muy constriñido, y
principalmente lo acepté porque no quedasse a [e]scuras un tan raro e
importantíssimo successo procedido de las manos de V. M.
He tenido por
dichoso mi trabajo en haver sido medio de que esta historia fuesse de mi mano a
las de los leyentes, aunque temeroso de que suelen algunos contradezir
las escrituras movidos por /[7r]/ secretas pasiones, otros de la rabiosa embidia,
otros que por ser mordazes hallan deleyte en su dañado gusto, otros a quien
faltó ingenio en el verdadero entendimiento de la escritura, y ocasiones para
escrivir cosas dignas de ser a todos communicadas. Y ansí, los unos como los
otros procuran con dañados intentos contradezir lo escrito, por derribar
la opinión que a los auctores por su trabajo y buen zelo que tuvieron se les
debe.
¿Pues en tanta
confusión quién podrá sin favor divino hazer obra que venga bien a la medida de
tanta diversidad de voluntades? Reciba V. M. este servicio, que no se puede
llamar pequeño, sino de los mayores y más levantados de quanto pueden
offrecerle a un tan insigne Rey; y la razón d’esto es porque nuestra historia
trata las cosas de la guerra que fueron hechura de vuestras manos. Por donde
digníssimamente merece la obra el premio de ser admitida, y ansí como cosa tan
grande no fue possible dedicarlo menos que a vuestra grandeza, debaxo de cuyo
amparo yrá seguro de todos inconvinientes, passando por la tormenta de la imbidiosa
murmuración, y también para que resplandezca la gran prudencia y buen
go-/[7v]/-vierno que tuvo en esta jornada [el] Excellentíssimo Duque de Alva, a
quien por muy justas causas se deve el renombre de gran capitán.
Y para que visto el premio
que de aquí se me sigue otros tomen ánimo para emplearse en escrivir lo que
desde aquí adelante se offreciere, que por haver sido en esto de
escrivir nuestra nación descuidada, se han escurecido y olvidado muchas
y muy claras hazañas y victorias que los Cathólicos Reyes de nuestra España
tuvieron, de las quales no nos ha quedado más de alguna breve noticia confusa,
y aún ésta los menos la alcançan, por la falta que ay de escriptura, en la qual
otras naciones nos han hecho tanta ventaja quanto la nuestra a las demás
en sujetar reynos y provincias.
Y si los antiguos y
modernos auctores dedicaron sus obras a príncipes, fue con ánimo de servirlos y
de que los tales fuessen muro para su defensa, y por estas ocasiones le tuve a
imitarlos para dedicarlo a V. M. y también por la brevedad que huvo en escrivir
tan solamente las cosas más essenciales de la jornada, por el más breve estilo
que fue possible, cercenando algunas, que aunque se pudieran poner, no eran de
mucha substancia, y por ventura algunos /[8r]/ pudieran enfadarse en leer cosas
que no lo fueran.
Y porque al auctor
en escrivirlo le costó mucho trabajo a causa de faltarle tiempo, estando a la
contina en la jornada, ya la lança en la mano, ya la pluma, de más de haver
procurado fuesse la historia cabal y verdadera, para que con este título
pueda yr segura, siendo favorecida de V. M., cuya vida, con aumento de mayor
estado, Nuestro Señor por largos tiempos prospere.
/[8v]/
/1/
VERDADERA
RECOPILACIÓN DE LA
FELICÍSSIMA JORNADA QUE
la Cathólica Magestad del rey don
Felippe, nuestro señor, hizo en la
conquista del reyno de
Portugal.
CAPITULO I. DEL FUNDA-
mento que tuvo la guerra y las cantidades que
formaron el exército.
n el año del nacimiento de
nuestro Salvador Jesú Christo de mil y quinientos y ochenta años, presidiendo
en la Yglesia Cathólica nuestro muy santo padre Gregorio XIII, en el año nono
de su pontificado, reynando en España la Magestad del rey don Felippe, nuestro
señor, segundo d’este nombre, hijo primogénito del invincible César, Emperador
de Romanos, Carlo Quinto, y de la muy alta y muy poderosa Emperatriz doña
Isabel, hija que fue del rey don Ma-/[1v]/-nuel de Portugal, sucedió que
aviendo sido muerto en batalla por Maluco, Rey de Marruecos y Capitán
General de los Africanos, el Rey don Sebastián de Portugal, hijo del Príncipe
don Juan y de la sereníssima Princesa doña Juana, hija del Emperador Carlo
Quinto, fue visto en justicia a quién pertenecía la sucessión del Reyno
de Portugal, por haver muerto el Rey Sebastián mancebo y sin heredero, y
teniendo la pretensión del reyno la Magestad del Rey don Felippe, nuestro
señor, y don Antonio, hijo no legítimo del Infante don Luys, que fue hijo del
Rey don Manuel, y el Duque de Bergança, (aunque no quiso declarar su pretensión
pareciéndole que era mejor derecho el de su Magestad).
Y visto el que cada
uno tenía, fue declarado por sentencia por el Rey Cardenal don Henrrique, hijo
que fue del Rey don Manuel, y sucedió en el reyno al Rey Sebastián, que este
derecho convenía de justicia por línea recta después de sus días a la Magestad
del rey don Felippe, su sobrino. Y visto por su Magestad que la sucessión de
aquel reyno era suya, imbió por su embaxador al reyno de Portugal al Duque de
Usuna. Yvan en su compañía del Consejo supremo los /2/ doctores Rodrigo Vázquez
y Molina, para tratar las cosas de justicia acerca de la sucessión. Y aviendo
estado en debates con los portugueses un año después de la muerte del Rey don
Enrique, haziéndoles grandes partidos, por no llegar con ellos en rompimiento,
havida consideración a que eran cathólicos, y con todo esto no quisieron
allanarse a recebir por rey pacífico y natural (como lo era) el Rey de
Castilla.
Por el qual, vista
la rebelión de los portugueses, acordó de entrar con mano armada, tomando
possessión en su Reyno de Portugal. Para lo qual fue necessario juntar sus
huestes por mar y tierra y nombró por Capitán General de su exército (en el
qual estuvo su Real persona) a don Fernán Álvarez de Toledo, Duque de Alba; y
en su lugartiniente al Prior de san Juan, don Fernando de Toledo, su hijo; y
por general de la mar con gruessa armada a don Álbaro de Baçán, Marqués de
Santa Cruz; y por general de la artillería don Francés de Álaba; por maestre
del campo general a Sancho de Ávila.
Yvan en este
exército los cien continos de la casa de su Magestad, de que era Capitán don
Álbaro de Luna; onze compañías de hombres de ar-/[2v]/-mas, y por capitanes en
ellas el Conde de Buendía, y por él, su Alférez Temiño; el Marqués de Dénia, y
por él, su tiniente Juan de Guzmán, (estos dos capitanes no passaron por
entonces delante de Badajoz con el exército, porque estavan ocupados en
servicio de su Magestad.); el Conde de Cifuentes, el Conde de Pliego, el
Marqués de Montemayor, y por estar ocupado fue por él su Alférez don Juan
Ossorio; el Adelantado de Castilla, don Beltrán de Castro; don
Bernaldino de Belasco, don García de Mendoça, señor de Argete, don Henrrique
Henrríquez, señor de Bolaños, don Diego Henrríquez por don Fadrique Henrríquez,
su padre; tres compañías de cavallos ligeros, y por capitanes el Marqués de
Pliego, que por estar ocupado fue su tiniente Antonio de Torres, y lo mismo don
Alonso Fernández de Córdova, y por él fue su tiniente Terrazas, don Luys de
Guzmán; cinco compañías de arcabuceros de cavallo, y por capitanes don Martín
de Acuña, don Sancho Brabo, don Diego Ossorio Barba, Estevan Illán,
Diego de Añaya; quatro compañías de ginetes, y por capitán d’ellas don Pedro de
la Gasca.
E yva el tercio de
Nápoles, y en él por /3/ maestre de Campo, don Pero Gonçález de Mendoça de la
Cruz, grande hijo del Marqués de Mondéjar; y el tercio de Lombardía, y
por maestre de campo don Pedro de Sotomayor; y el tercio de ytalianos, y por
general d’él don Pedro de Médicis, hermano del Duque de Florencia; y en este
tercio havía tres Coroneles, cada uno d’ellos por su tercia parte, en la una
d’ellas Vicencio Garrafa, Prior de Ungría de la Cruz grande, y del otro
Próspero Colona, y del otro Carlos Pinelo, en el qual yvan muchos
ventureros. También yva el tercio de los alemanes tudescos, y por Coronel el
Conde Gerónymo Ladrón, y siete tercios de bisoños[1], y en
ellos por maestres de Campo don Gabriel Niño, don Martín Dargote, don Luys
Henrríquez, Pedro de Ayala, Antonio Moreno, don Diego de Córdova, don
Rodrigo çapata. Yva por Vehedor
general d’este exército Pero Bermúdez de Castro; Proveedor general por el
Marqués de Auñón, el Dotor Pareja; Auditor general el Licenciado Ochoa de
Villanueva; por Contador general Bernabé de Pedrosa; Pagador Francisco
de Portillo. Yvan más de doze mil carros de mulas y bueyes, y en ellos las
municiones y vituallas y otros /[3v]/ pertrechos de guerra, y veynte y dos
pieças gruessas de batir[2] y
culebrinas[3],
sacres[4]
y esmeriles[5],
que serían por todas más de ciento; y tres mil gastadores[6], y
otro mucho número de gente que yva para el servicio del exército.
Traýa el Marqués de
Santa Cruz en el armada sesenta y quatro galeras reales y veynte y una nao de
alto borde, sesenta y tres chalupas[7], nueve
fragatas para descubrir. Venía por Vehedor general en esta armada Luys de
Barrientos; yva por general de veynte galeras del reyno de Nápoles don
Juan de Cardona, y por general de diez galeras de Sicilia don Alonso de Leyua,
y treynta y quatro de España por el Marqués de Santa Cruz, y él mismo por
general de toda el armada, y en ella Andrés Dalba por proveedor general; venía
por general de las naos y chalupas don Rodrigo de Benavides, cuñado del marqués
de Santa Cruz.
CAPITULO II. DE CÓMO FUE SU
Magestad y la Reyna al campo de Cantillana
para ver entrar al exército.
/4/ Estando las
cosas de la guerra en este punto, fue su Magestad a la ciudad de Badajoz, que
está una legua de la raya que divide a Portugal con Castilla, donde llevó
consigo a la Reyna doña Ana señora nuestra, su muger, hija del Emperador
Maximiliano, Rey de Bohemia, y de la Emperatriz doña María, su hermana, y al
Príncipe don Diego, su universal heredero, y a las Infantas sus hijas doña
Isabel Eugenia de Austria y doña Catalina, hijas de la Reyna doña Isabel, que
fue hija del Rey Henrrique de Francia, y al Cardenal don Alberto, hijo del
Emperador Maximiliano. Y a los treze de junio de aquel año tenía su Magestad
plantado su real a la vista de Hielbes, primera ciudad del reyno de Portugal,
en la deesa[8]
de Cantillana, ribera del río Gébora. Este día vinieron su Magestad y la Reyna,
Príncipe e Infantas desde Badajoz al Real, que una legua de allí estava, con
toda su Corte para ver entrar el exército, y puestos en una enrramada començó
por buena orden de mañana a entrar en el campo la gente de guerra que se
avía juntado por delante de sus Mage-/[4v]/-stades.
Y haviendo entrado
algunos tercios que llegaron primero de la infantería de Nápoles y Lombardía, y
algunos de bisoños, començó a entrar la cavallería, armados de todas pieças.
Entró don Álvaro de Luna con los cien continos de la casa de su Magestad, de
quien él era capitán, e yvan tan luzidos de armas, galas y cavallos, que no
huvo cosa que tanto fuesse de ver en todo el exército, de que su
Magestad quedó muy satisfecho; y luego fueron entrando las onze compañías de
hombres de armas y tres de cavallos ligeros, quatro de ginetes y cinco de
arcabuceros de cavallo, y los demás tercios que havemos contado en el capítulo
antes d’este, que serían por todos treynta y cinco mil de pelea. Y en hazer
esta entrada se tardó todo el día, y venida la noche su Magestad y la Reyna se
bolvieron a Badajoz, y al tercero día por la mañana se echó un bando en el Real
apregonando la guerra con Portugal a fuego y sangre.
Y a los diez y siete
de Junio, una hora antes del día, en el real tocaron arma, y al punto la
cavallería y infantería se armaron y pusieron en sus esquadrónes con mucho
ruydo de trompetas y caxas. Y como acudiesen los capitanes /5/ de la cavallería
y maestres de campo a las tiendas donde el Duque estava para tomar orden de lo
que havían de hazer, le toparon a cavallo que salía a ver el apercibo
que en el real se hazía. El qual como huviesse visto lo que pasaba y que
toda la gente havía salido armada con gran presteza, holgó mucho y mandó que se
sossegassen, y les dixo como havía sido orden suya que se diesse arma falsa,
para ver si la gente estava bien apercebida, y mandó que se tomasse luego
muestra general a todo el exército para que fuesse pagado.
CAPITULO III. CÓMO DON AN-
tonio fue levantado por Rey, y qué pueblos
le obedecieron.
Siendo muerto el Rey
Cardenal don Henrrique, se juntaron a cortes los procuradores de las ciudades
del reyno de Portugal, y en ellas fueron nombrados cinco Governadores de aquel
reyno, en el entre tanto que se averiguava el derecho de la sucesión d’él,
por-/[5v] /-que como le pretendía la Magestad del Rey don Felipe,
nuestro señor, y don Antonio, Prior de Ocrato, de la orden de sant Juan,
hijo no ligítimo del Infante don Luys, que fue hijo del Rey don Manuel, y
aunque el Duque de Bergança pretendía tener algún derecho, nunca quiso
declarar su pretensión, visto que su Magestad la tenía mejor, y que don Antonio
no le tenía. Con todo esto, las cortes no declararon Rey, y nombraron
por Governadores al Arçobispo de Lisboa, don Jorge de Almeyda; y a don
Juan Tello, justicia mayor; Diego López de Sosa Diablo; don Juan Mascareñas;
Francisco Dessa de Meneses, los quales como vieron que su Magestad yva tomando
por fuerça possessión en el Reyno y que ligítimamente le pertenecía por
derecho, se declararon por leales vassallos de su Magestad, y le fueron a dar
la obediencia a la ciudad de Badajoz los tres d’ellos en nombre de todos cinco,
por estar impedidos el Arçobispo y don Juan Tello.
Lo qual visto por
don Antonio, que a la sazón estava en Santerén, començó a tratar con los de
aquella villa sobre el caso, y después de haver passado sobre ello muchas
razones, unas a favor, y otras en contra, poniendo delante los /6B/ grandes inconvenientes que de allí se podrían
recrecer, pudo tanto la malicia y ambición que, pospuesto el desservicio de
Dios que resultaría, y el temor de la fuerças humanas a quien tocava la defensa
de tan ynorme delito, se resolvieron con inducimientos que les fueron
hechos en que tomasse título de Rey, sin que para ello uviesse más acuerdo ni
nuevas contradicciones, y luego le començaron a besar la mano como a Rey a los
quinze de Junio de aquel año; y este día, le juraron por su Rey, y le llevaron
a la Yglesia con mucho ruydo llamándole Rey de Portugal, y ansí le traxeron por
las calles de la villa para que todos lo entendiessen.
Y partió de allí y
anduvo visitando otras villas y ciudades de aquel reyno, dándoles a entender
que ya tenía título de Rey, con el qual se proveýa de gente y de las demás
cosas que le parecían ser convenientes para sustentar guerra, defendiendo su
título, con el qual proveyó muchos oficios, dignidades y encomiendas. Y de aý
partió para Extremoz, y halló en el castillo, que allí hay, por alcayde
a don Juan de Azebedo puesto por mano de los Governadores, al qual encargó la
defensa de aquel castillo, y partió de allí para Mon-/[6v]/-temor Nobo, y luego
fue a las villas de Setúbar y Palmeda, que están muy vezinas, y poniendo en
Setúbar veynte y cinco compañías de
soldados para que ayudassen a defender la villa, y ochocientos en Palmeda, y
dozientos cavallos, puso por alcayde en el castillo de Otán, en la
marina, una legua de los muros y a la vista de Setúbar, al Capitán Bendamota, y
en el castillo de Palmeda a Basqui Hiañes Pacheco, a los quales recibió
pleyt’omenaje. Y de allí se embarcó para Cascaes, adonde puso por alcayde en el
castillo a Henrrique Pereyra de la Cerda con ochenta soldados, y de aý
fue atrincherando en la marina dos sitios adonde los castellanos pudieran tomar
puerto, y en ellos puso mucha cantidad de pieças de batir embevidas en las
trincheras con mucho número de soldados. Y de aý fue a sant Gián de Hueras,
donde puso por alcayde en el castillo al Capitán Tristán Baes de la Vega, con
seyscientos soldados. Y de aý se partió a poner en cobro la torre de Belén, y
dar orden en formar su campo, tomando para ello sitio junto al río Alcántara,
media legua de Lisboa, para esperar batalla al Duque de Alba si hasta allí
llegasse.
/7/
CAPITULO IIII. CÓMO SU MAGE-
stad començó a hazer trato con los de Hiel-
bes, primera ciudad de Portugal, y
se rindieron.
Como estuviessen las
cosas de la guerra en el estado que avemos dicho, començó su Magestad a hazer trato
con la ciudad de Hielbes, e imbió a ella con embajada a don Pedro de Velasco,
corregidor que a la sazón era de Badajoz, para que les offreciesse algunos
partidos y les persuadiesse fuessen leales a la Corona de Castilla, dándoles
a entender que si ansí lo hiziessen, se tendría gran cuenta con hazerles
merced, y lo contrario haziendo, les batirían la ciudad. Y haviéndoles sido
propuesto el caso, huvo entre los de Hielbes grandes contradicciones, aunque
muchos d’ellos estavan por Castilla; mas como vieron el gran peligro en que se
vían, acordaron de hazer sus capítulos, pidiendo grandes partidos, e
imbiáronlos a su Magestad, de los quales algunos d’ellos fueron por su Magestad
aceptados. Y vi-/[7v]/-sto por los de Hielves que no se les concedían todos, porfiavan
a no rendirse, y su Magestad les imbió a dezir últimamente que dentro de
segundo día entregassen la ciudad, y no lo cumpliendo se la pondrían por
tierra, lo qual siendo por ellos entendido temieron, y visto que entregándose
hazían lo que de justicia devían, y confiados que su Magestad les haría más
merced, plugo a la divina providencia
que las parcialidades fuessen conformes. Y a los diez y ocho de Junio se rindió
la ciudad y el castillo, y vinieron a Badajoz a besar la mano a su Magestad,
como a Rey de Portugal, toda la justicia y regidores de Hielves, y con
ellos Antonio de Melo, alcayde del Castillo, y entregaron las llaves d’él y de
la ciudad, y fueron por su Magestad muy bien recebidos, y les mandó volver la
llaves y varas de justicia en su nombre, y ellos en él las recibieron y lo
juraron, y luego levantaron en la torre del omenaje de Hielves una vandera por
su Magestad, diziendo a bozes: «Portugal por el rey de Castilla», y la vandera
se quedó fixa en la torre.
Hizieron aquella
noche en las ciudades de Hielves y Badajoz grandes alegrías con músicas y
luminarias, tañendo las campanas, y los cavalle-/8/-ros bien adereçados a
cavallo con hachas encendidas, corriendo a las puertas de palacio, y por las
calles haziendo gran regozijo, y los ecclesiásticos dieron muchas grazias a
nuestro Señor en los templos, de que plugo mucho a su Magestad y a la Reyna; y
luego vinieron a dar la obediencia a su Magestad las villas de Campomayor y
Olivencia, que estavan comarcanas a Hielves, la qual es muy fuerte de cercas y
muros, y también lo es el castillo, y todo estava bien artillado y con
mucha gente de pelea. Tiene la ciudad tres mil vezinos.
CAPITULO V. CÓMO DON ÁL-
baro de Luna y Sancho de Ávila ganaron
a Villaviciosa y Villabuýn.
Aviendo sucedido las
cosas de Hielves en la forma que avemos contado, a don Álvaro de Luna le creció
tanto el desseo de pelear, que importunó con la mayor instancia que pudo
al Duque, le hiziesse merced de emplear su persona en alguna /[8v]/ ocasión
buena, donde su Magestad entendiesse la gran voluntad que tenía cerca de las
cosas de su servicio. Y visto por el Duque su buen zelo, acordó de imbiarle en
conpañía de Sancho de Ávila, maestre de campo general, sobre
Villaviciosa y Villabuýn, que eran del Duque de Bergança, el qual aún no se
havía declarado por pretensor del reyno ni por servidor del Rey de Castilla, y
con ellos los cien continos armados de todas pieças con quatro compañías de
ginetes, y con ellos don Pedro de la Gasca, y dos compañías de
arcabuceros de a cavallo, y con ellas don Martín de Acuña, y don Diego Ossorio
Barba, y dozientos mosqueteros del tercio de Nápoles.
Y a los diez y nueve
de Junio a media noche, salieron todos juntos del real con una trompetilla
sorda que los guiava, y caminaron sin parar diez leguas dentro en Portugal.
Hasta que a los veynte y dos del dicho, quando quería amanecer, llegaron a
Villaviciosa, y haviendo imbiado delante aquella noche sus espías y ginetes
para que corriessen la tierra y la reconociessen, por descubrir si havia
algunas emboscadas de enemigos a causa de ser la tierra muy encubierta, por
estar lo más d’ella plantada de /9/ grandes y espesos olivares, llegaron con
buena orden sobre la villa, la qual era bien cercada y tenía tres mil vezinos;
y luego por el alcayde del castillo fue sentida la cavalgada, y començó a
mosquetear desde lo alto d’él, el qual era muy fuerte y artillado, y poniéndose
nuestra cavallería frontero del castillo en una ladera, començaron a tocar sus
trompetas, y la infantería de Nápoles dando una ruciada al castillo, echaron
las escalas a los muros de la villa y la entraron, y luego abrieron la puerta y
Sancho de Ávila dio bozes, diziendo: «Sanctiago», y «Arremeta a
la puerta la cavallería», la qual diziendo «Sanctiago», arremetió
con grande ímpetu porque no lo defendiessen los de la villa, y luego los
mosqueteros acudieron con gran priesa a echar las escalas al castillo y
subieron por ellas, y en este punto el alcayde Tobar dio bozes que él rindía el
castillo y la villa a su Magestad y a los capitanes que allí venían en su
nombre. Y luego los del tercio de Nápoles levantaron una vandera en el castillo
diziendo: «Portugal por el Rey de Castilla», y don Álvaro de Luna y Sancho de
Ávila con los demás capitanes subieron al castillo, y el alcayde les entregó
las llaves d’él, los quales las tomaron /[9v] / y recibieron pleyt’omenaje a un
Gaspar Gómez, por su Magestad, hasta que fuesse su voluntad, y en este nombre
lo aceptó, y poniendo de guarnición en el castillo los dozientos mosqueteros, y
dexando el artillería que en él havía en buena orden, se baxaron a la villa y
dieron libertad a ochenta presos que estavan en la cárcel, y se volvieron con
la cavallería; y la causa de que en la villa morían de peste, y que por el
campo se topavan con los cavallos algunos cuerpos muertos que no los querían
enterrar, antes los echavan allí, arrastrándolos con sogas por no llegar a
ellos.
Se partieron luego
don Álvaro de Luna y Sancho de Ávila y los demás capitanes con la cavallería
sin dar cevada a los cavallos, aunque lo tenían harta necesidad por haver
caminado toda la noche en alerta, sin quitarse las celadas, por tierra muy
áspera de cuestas peñas y valles, y sin parar caminaron la buelta de Villabuýn
otras cuatro leguas, adonde como vieron que havía sido ganada Villaviciosa, los
salieron a recebir los clérigos revestidos con la cruz y el agua bendita,
offreciendo, de parte del alcayde del castillo que allí havía, las llaves d’él,
y luego le abrieron, y don Álbaro de Luna /[...]C
11/y el Duque con el exército caminó la vía de Estremoz, a donde hizo asiento
legua y media antes de llegar a la villa, y luego imbió a don Álvaro de Luna al
castillo de Estremoz, donde estava por alcayde con gente de pelea don Juan de
Azebedo, Almirante de Portugal, el qual tenía su artillería asestada a la parte
donde havía el real de hazer su asiento, y que tratase lo mismo que con el
Almirante, con la justicia y regidores de Estremoz, y les dixesse de su parte
entregassen a su Magestad la villa y castillo, y don Álbaro fue con doze
continos en primero de Julio.
Y como estuviesse en
el Ayuntamiento con la justicia y regidores de la villa, les persuadió con
razones muy bivas le entregassen la villa en nombre de su Magestad, y que si
ansí lo hiciessen, harían lo que devían con su Magestad, como a señor y Rey
natural del reyno de Portugal, y se tendría cuenta con hazerles merced; y no lo
cumpliendo, los muros de la villa se pondrían por tierra en breve espacio,
passando a cuchillo los moradores d’ella. Lo qual oýdo por el Ayuntamiento,
respondieron a don Álbaro les diesse término para tomar acuerdo sobre el caso y
que entonces responderían. Y don Álbaro les /[11v]/ replicó que él no podía dar
ningún término ni tenía orden del Duque para poderlo hazer, sino que luego se
resolviessen en su respuesta, y vista la brevedad con que don Álbaro yva, le
pidieron dos horas de término para
responder, y por ser tan breve don Álbaro se le concedió, y luego se fue
de allí al castillo, y el Almirante mandó que le abriessen, y don Álbaro le
dixo lo que havía dicho a los de la villa y que lo mismo se haría con él; y el
Almirante le respondió que no entregaría el castillo al Rey don Felipe ni a don
Antonio, Rey que se dezía ser de Portugal, sino a los governadores del reyno de
cuya mano le tenía, y a quien él havía hecho pleyt’omenaje, y que en su linage
nunca havía havido ningún traydor, ni ello havía de ser, sino que havía de
defender su castillo hasta morir, y que en hazerlo ansí él entendía que no se
lo tendría a mal el Rey de Castilla.
Vista su obligación,
y a cabo de una gran pieça que havían dado el uno al otro sus razones, visto
por don Álbaro que no aprovechava con él, se fue del castillo bien mohino,
diziendo: «Si este no se rinde, luego le han de echar el castillo a cuestas». Y
volvióse a tomar respuesta de los de la villa, por ser pasa-/12/-das las dos
horas del plazo que les havía dado, los quales le respondieron que ellos
se davan muy de voluntad al Rey don Felipe, como a Rey de Portugal, y don
Álbaro les pidió las varas de justicia, y todos los que las tenían se las
pusieron en la mano con grande acatamiento, y él las recibió, y les tomó
juramento de parte de su Magestad que le ternían por señor y Rey natural,
obedeciendo siempre sus mandamientos y de sus successores, y ellos lo juraron
en forma, en presencia de todos los que allí estavan y por ante el escrivano de
su Ayuntamiento, de que dio fe, la qual llevó don Álbaro al Duque, haviéndoles
buelto las varas por su Magestad y siendo por ellos aceptadas en su
nombre. Y de allí fue don Álbaro a la cárcel donde halló más de ochenta
presos, y mandó abrir las puertas y les dio libertad. Y luego fue a la Yglesia,
donde los sacerdotes le salieron a recebir, diziéndole que davan muchas gracias
a Dios en haverles dado por señor al Rey de Castilla. Vinieron acompañando a don
Álbaro todos los del Ayuntamiento, y muchas mugeres cantando y tañendo folías[9],
pidiéndole las amparasse, y haviendo hecho oración se bolvió a donde el Duque
estava /[12v]/ y le contó lo que havía passado.
Y otro día por la
mañana, el Duque se acercó a la villa con el exército y con ánimo de batir el
castillo si luego no se rindiesse, y de allí bolvió a imbiar a don Álbaro al
castillo para que si el Almirante no se diesse, le sitiassen el castillo y le
batiessen. Y visto por el Almirante lo que passava, y lo que don Álbaro le
havía dicho, le prometió de entregarle el castillo el día siguiente, y con esta
palabra se bolvió don Álbaro. Y después visto por el Duque otro día siguiente
que el Almirante no cumplió la palabra que havía dado a don Álbaro, de que él
estava bien enfadado, y tanto que no quiso bolver allá, acordó el Duque de
imbiar a don Juan Maldonado, su capitán de la guarda, para que dixesse
al Almirante que luego rindiesse el castillo, y si no lo cumplía, que se le
echarían por tierra, y que este sería el postrer recado que venía de su parte.
Y visto por el Almirante la determinación que el Duque tenía, y que havía
echado un bando junto al castillo, que los que en él estavan lo oyeron desde
las almenas, que pena de la vida todos los que en él estavan se saliessen
fuera, y que no lo cumpliendo luego serían dados por traydores. De lo qual los
del /13/ castillo temieron, y un frayle portugués que dentro estava los animava
mucho para que peleassen, y los andava confessando, y lo mismo havía hecho toda
la noche. Y el Almirante, visto que ningún remedio tenía para poder defenderse,
determinó de entregar el castillo, y repondió que traxessen un escrivano
para hazer los autos de la entrega. Y haviendo venido, por ante él entregó las
llaves del castillo a don Juan Maldonado, de que el escrivano dio fe, y luego
don Juan abrió las puertas del castillo y echó fuera todos los soldados
que en él havía, y luego fue dicho al Almirante que le faltava de hazer una
estación, que era yr a donde el Duque estava, y no le plugo esta razón al
Almirante, y replicó que si bastaría que fuesse en su lugar otra persona,
porque él estava mal dispuesto. A lo qual le fue respondido por don Juan que quien estava bueno poco antes para
pelear que también lo estaría para yr a besar las manos al Duque, y ansí se
fueron luego juntos al Duque. El qual no le quiso ver, antes por no aver
cumplido la palabra que havía dado a don Álbaro de Luna le mandó prender, y que
le llevassen al castillo de Villaviciosa, donde por entonces quedava.
Y enten-/[13v]/-diose
de los soldados que estavan en el castillo que, quando le quiso entregar, el
Almirante havía llorado, y que la noche antes se havía confesado para morir en
la defensa, mas el Duque se apoderó del castillo y puso en él guarnición; y
luego el castillo de Montemayor, que estava de allí media legua, y era del
Duque de Bergança, se rindió, y guarnecióle el Duque.
CAPITULO VII. CÓMO partió
el exército desde Estremoz la vía de Évora,
y porque se entendió havía en ella pe-
ste guiaron a Montemor
Nobo.
Lunes por la mañana
a tres de julio partió el real la vía de la ciudad de Évora, e hizo alto
aquella noche en un monte a dos leguas de donde havía partido, y en
llegando salieron dos compañías de nuestros ginetes a reconoscer la tierra,
y a media legua toparon un correo portugués que le imbiava don Antonio al Duque
con una carta, /14/ y d’este correo se entendió a lo que dixo ser imbiado, y
era que don Antonio imbiava a dezir al Duque haver llegado a su noticia que en
nombre del Rey de Castilla se yva entrando por el reyno de Portugal, diziendo
ser suyo, y que le pidía no lo hiziesse, pues a él ningún derecho tenía, y no
lo cumpliendo ansí él le defendería la entrada; y vista por el Duque su
embaxada respondió que el reyno de Portugal era del Rey de Castilla, y que con
este intento passaría hasta destruyr a quien se lo defendiese.
Y como los ginetes
passassen adelante toparon otro correo que imbiava el Duque de Bergança con una
carta, el qual dixo de palabra que estava muy llano y leal vasallo del rey de
Castilla, y que le serviría con su persona y hazienda en todas las ocasiones
que se ofreciessen, y lo mismo dezía la carta. Y hasta este punto nunca el
Duque de Bergança se havía declarado, y luego algunos de nuestros ginetes le llevaron
al duque, y los demás bolvieron a media noche, diziendo no haver topado rumor
de otra cosa.
Y al amanecer se
partió el real a otro monte, dos leguas de allí, y es de saber que hasta este punto
no se havía consentido saquear ningún pueblo ni ca-/[14v]D/-serías por donde el exército passava, ni
tomarles los ganados ni esclavos, aunque havía muchos, ni las mieles del trigo,
ni lo que tenían en las eras, salvo las cevadas en caña, segadas y por
segar, para los cavallos, carros y vagajes. Este día se vinieron a entregar al
Duque los lugares de la comarca: la villa de Ebramonte, del Duque de Bergança,
y las villas de Arrahiolos y Bimiero, de don Francisco de Faro, y Pavía del
Conde de Redondo, y la ciudad de Hiebra, que es de la corona de Portugal.
Y haviendo caminado
el exército dos días la vía de Évora, y estando ya cerca, se entendió que en
ella morían de peste, y
dexándola a mano yzquierda, siguieron la vía de la villa de Montemor Nobo, adonde
hizo alto el exército en unos grandes olivares junto a la villa, y luego la
justicia y regidores vinieron a entregar las llaves d’ella y del castillo al
Duque el mismo día, en el qual sucedió que el Capitán Bolea Barrachel, general
de campaña, quiso ahorcar un tudesco, y por esta ocasión se amotinó contra él
todo el tercio de los tudescos para matarle, y viéndose en tanto aprieto tuvo
por remedio dar alarma para que juntándose el exército le librassen. Y como se
co- [...]D
/16/
CAPITULO VIII. CÓMO LLEGó
el exército a Montemor Nobo, y de lo que
allí acaeció.
Llegó el exército a
nueve de julio junto a la villa de Montemor Nobo, donde hizo alto, porque la
villa estuvo de paz, no embargante que era el primer lugar que hasta allí havían
topado de los que havían jurado por Rey a don Antonio. Esta villa es bien
edificada y con muy buena y fuerte cerca; tiene con los arravales mil y
seyscientos vezinos, y la tierra que le está sugeta otros tantos. Y
visto por ellos que tenían ausente a don Antonio para su defensa, y que el
Duque estava sobre la villa con el exército, y ellos no tenían fuerças para
resistirle, acordaron de venir adonde el Duque estava, diziendo que ellos no
querían hazer ninguna resistencia, y que ante huvieran venido a
entregarse, sino fuera porque don Antonio se lo havía estorvado.
Y quando esto
passava, havía quatro días que don Antonio havía sacado de allí sesenta carros
con polvora y arca-/[16v]/-buces y algunas pieças de batir, de las que en el
castillo estavan, y dinero, y lo llevaron a Setúbar, donde se dezía estar por
entonces don Antonio, y el Duque tomó el castillo pacificamente, y la
villa estava tan sola que de tres partes de la gente que en ella vivía faltavan
las dos, y las calles estavan desamparadas y llevado lo que en ellas havía, por
haver tenido noticia que marchava para allá nuestro exército. Y ansí se havían
ydo huyendo de ocho días aquella parte, unos a los lugares desviados del paso,
otros a las caserías y cortijos donde tenían haziendas. Y los que en la villa
quedaron contavan que don Antonio havía recogido de todos los pueblos, que le
havían jurado por Rey, gran cantidad de dinero que le havían offrecido para
seguir la guerra, con las armas y gente que más pudieron.
Y este día juraron
los de la villa por Rey a su Magestad, y al Duque en su nombre, y levantaron
pendones en la villa y castillo por su Magestad, adonde el Duque puso
quinientos arcabuceros de guarnición, y con ellos a los Capitanes Alonso
Nieto y Pero Nieto. Y no se haze aquí minción del alcayde del castillo don
Martín Rodríguez, por haver tres años que era muerto, y /17/ entregó las llaves
un escudero suyo en su nombre, en cuyo poder estavan, y este día la justicia y
regidores de la villa vinieron a besar las manos al Duque, y le presentaron un
libro de las ordenanças y costumbres con que su villa se governava, diziendo
que suplicavan a su Excelencia las mandase ver y examinar, añadiendo o
menguando lo que bien visto le fuesse, o les diesse otras leyes por donde
viviessen y governassen su República. El Duque les agradeció el buen
comedimiento de que havían usado, y les dixo que tenía tanta satisfación de sus
personas, que entendía estarían sus leyes qual convenía para su buen gobierno.
Y que desde aý adelante usassen d’ellas por la misma orden, y que si fuesse necessario
su aprovación desde luego las confirmava, de que los portugueses fueron
muy contentos y se volvieron a la villa.
CAPITULO IX. CÓMO fue mar-
chando el exército desde Montemor Nobo,
la vía de Setúbar.
/[17v]/
Partió el exército
desde Montemor Nobo al amanecer a los doze de julio, y fue a hazer alto a dos
leguas de allí, a un gran monte de alcornoques, junto a un pequeño río donde
estuvo aquella noche; y a la mañana se partió hasta un raso, dos leguas más
adelante, donde hizo alto; y por la tarde vinieron hasta donde el real estava
dos compañías de arcabuceros de a cavallo, que el Duque havía imbiado
con trezientos infantes, dos días havía, con orden que llegasen hasta la mar,
cinco leguas d’este alojamiento, y descubriessen lo que havía en aquella tierra.
Y acaecioles que
haviendo llegado a la villa de Alcáçar, que está junto al agua, los de
la villa se les rindieron y recibieron a los nuestros, los quales estuvieron
aquella noche dentro de la villa, aunque con cuydado, haziendo sus centinelas.
Y a la mañana pusieron de los trezientos arcabuceros que tenían, los ciento y
ochenta de guarnición en un castillejo que allí havía, poco fuerte y
aportillado. Y como los demás de los nuestros dieron la buelta al real para dar
cuenta al Duque de lo /18/ que passava, y los de la villa lo entendieron, al
punto se rebelaron y començaron a pelear con los nuestros que estavan en el
castillo. Los quales, visto lo que passava, imbiaron a dar aviso al Duque,
pidiéndole socorro. El qual teniendo entendido que se podrían defender hasta
que el real llegasse a segundo día, no los quiso socorrer, y luego partió el
exército a Setúbar, a los catorze del dicho, y este día imbió el Duque
quatrocientos arcabuceros de socorro al castillo de Alcáçar, y quando llegaron
luego los de la villa se tornaron a rindir, y no por haverse rebelado el Duque
les mandó hazer ningún daño, aunque havían embarcado el artillería que tenían,
y guiándola a don Antonio.
Y el Duque puso de
guarnición al Capitán Villagómez, del hábito de Sant Juan, con ciento y
ochenta arcabuceros del tercio de don Grabiel [sic] Niño. Y como el exército
huviesse caminado dos leguas, llegó a tomar alojamiento en un gran monte de muy
altos fresnos, ribera de un río, donde estuvieron aquel día. Y el siguiente
caminaron una legua, y llegaron dos de Setúbar, y aquel día como el real estava
ya a vista del enemigo pareciole al Duque cosa conveniente que huviesse /[18v]/
dos cuerpos de guardia y centinelas de la cavallería media legua delante del
real, y mandó que se encargasse a los continos el trabajo de aquella noche, los
quales partieron del real a puesta de sol, y llegados al sitio donde havían de
hazer la guardia, era un muy espesso monte de carrascos y espinos tan altos
como un hombre, y el suelo era muy áspero de cuestas y hoyadas, sitio
bien dificultoso para pelear, adonde se dividieron los continos en dos partes:
la una hizo allí plaza de armas, y los diez d’ellos puestos en ala atravesando
la campaña, hizieron sus centinelas, uno en cada puesto, y apartados un gran
tiro de piedra uno de otro, haviendo tomado por nombre a Sant Andrés, los
quales estuvieron en aquella orden el tercio de prima; y cuando llegó el de la
modorra se mudaron al cuerpo de guardia, saliendo la mitad de los que en él
havía, los quales se pusieron en el mismo puesto que los primeros havían
tenido, hasta que fue hora de que la otra tercia parte entrassen al tercio del
alba; y la otra mitad de los continos passaron medio quarto de legua más
adelante, y por la orden que havemos contado hizieron lo mismo.
Era la disposición
de la tierra tan frago-/19/-sa que, si el enemigo llegara, los cavallos no
podían pelear sin grandíssima difficultad, y si viniera infantería, aunque
fuera poca, con facilidad pudieran aprovecharse de nuestra cavallería, a causa
de la grande espessura y aspereza de sitio, y también porque no tenían de su
parte ningunos arcabuceros que respondiessen a los del enemigo. Y en aquella
noche no se sintió gente portuguesa en toda la campaña, y siendo ya el sol
fuera, los continos se volvieron al real.
CAPITULO X. CÓMO LLEGó el
exército a Setúbar y la puso cerco.
Los diez y seys de
julio partió el exército a media noche y, marchando la cavallería a media rienda, llegó en siendo de día
a vista de la mar sobre la villa de Setúbar, la qual tiene tres mil vezinos, y
es muy fuerte de cercas y muros, en los quales, por la una parte bate la mar,
donde havía para defensa de aquella playa veynte y cinco naves, y las cinco de
alto borde y todas bien artilladas, /[19v]/ y en ellas mucha gente de pelea, y
tres gruessos galeones, y en las torres de la villa tenían levantadas quatro
banderas de guerra. Y como huviessen tenido noticia en aquellos días que yvan
los Castellanos, havían embarcado para Lisboa muchas mugeres, niños y viejos,
oro, plata, dineros y buena ropa; y otros que vivían en los arravales se
entraron en la villa con su gente y haziendas, de modo que havía quedado poca
que no fuesse de pelea en la villa, y bien proveýda de municiones.
Y en una montaña muy
alta junto a Setúbar, a la mano derecha, estava una villa con un gran castillo
en lo más alto, que se llama Palmeda; tiene mil y quinientos vezinos, donde
havía dozientos ginetes y quatrocientos soldados, sin la gente de la villa, en
la qual y su castillo havía mucha artillería assestada a la parte donde hizo
assiento nuestro exército, y Setúbar tenía su artillería puesta por la misma
orden. Y el real se plantó en medio de las dos baterías, de Palmeda y Setúbar,
que las pieças de ambas partes podían hazer su tiro adonde nuestro real estava.
Y como huviessen llegado primero nuestros ginetes a reconocer, quiso uno
d’ellos acercarse tanto a los muros de Setú-/20/-bar que salieron ginetes
portugueses y le cautivaron, llevándole con tanto estruendo como si huvieran
vencido un exército, y cautivaron quatro soldados de quatro compañías que con
nuestros ginetes havían llegado; y haviéndolos interrogado los portugueses para
saber el número que traýa nuestro exército, los dexavan andar por la villa, y
diéronse tan buena maña que se libraron y vinieron al real.
Y el ginete que
havía estado cautivo tuvo tanta astucia que haviéndole preguntado el
número de nuestro exército, les dixo que no venían más de quatro mil hombres,
como fuesse verdad que venían de pelea más de treynta y cinco mil. Y con esto
que el ginete les dixo se animaron mucho y mostravan gran esfuerço, y nuestros
ginetes les cautivaron ocho viñaderos que guardavan muchos pagos de viñas que
allí havía, y de noche servían de espías; y con ellos un negro que dixo ser de
don Antonio, plático, y para negro buen soldado, venía a la gineta[10]
con un arcabuz, el qual con los demás cautivos llevaron al Duque. Y luego que
llegó la cavallería al puesto que havemos contado, se puso en esquadrón y los
continos que yvan en vanguardia se quedaron en /[20v]/ ella junto a Setúbar y a
vista de las naves, dexando por las espaldas a Palmeda y su castillo, en el
qual havía quatro banderas de guerra levantadas en lo más alto, y allí
estuvieron los nuestros con mucho ruydo de trompetas.
Y luego mandó el
Prior, don Fernando de Toledo, que en un montaña que estava en frente de la
cavallería subiesse el tercio de Nápoles, y luego que subieron dieron
una ruciada a los de Setúbar que estavan en lo alto de los muros,
y ellos repondieron con otra, y haviéndose mosqueteado gran pieça, cessaron, y
toda nuestra infantería, formados los esquadrónes, començaron a
plantarse en muchos cerros y montañas que alrededor havía, de las quales,
aunque estavan fuera de tiro, con facilidad podían llegar a hazerle, siendo
tiempo. Y ansí estuvieron todos por la dicha orden en sus puestos hasta las
cinco de la tarde, y havía dos días que los cavallos no comían cevada, que no
la huvo por donde havían caminado, y de lo que se havían sustentado era lo que
roçavan en el campo algún breve rato; ni tampoco huvo agua para darlo a bever
en más de treynta horas; ni la gente havían tenido qué comer sino
alguna fruta y uvas por madurar que topavan, porque /21/ el carruaje del
bastimento quedava muy atrás. Y estando los hombres y cavallos tan
necessitados, tomando alojamiento en las viñas, començó a baxar gente de
cavallo colada de Palmeda, los quales venían tan encubiertos con mucha
espessura de grandes fresnos y olivos, que quando fueron sentidos de los
nuestros, ya baxavan por una gran ladera con ánimo de llegar si pudieran a los
carros de nuestra pólvora que cerca de allí estavan, para darles fuego.
Y como fueron
sentidos se dio arma, y luego acudió nuestra cavallería, e ývala siguiendo la
infantería, todos con tanta presteza que los enemigos dieron en huyda, y
como se emboscassen por una ladera de la montaña, sobre que estava el castillo,
y no pareciesse nadie, nuestra cavallería se sossegó, y dejando buena guardia y
centinelas a los carros de la pólvora, començó a dar la buelta hazia donde el
real havía hecho su asiento, y en muy breve rato por otro lado se
devisaron los enemigos, y començó otra arma, y nuestra cavallería bolvió las
riendas con grande ímpetu hazia la parte donde los havían descubierto. Y como
los enemigos lo entendieron, se tornaron huyendo a lo alto donde estava el
castillo, en el /[21v]/ qual se recogieron, y los nuestros se bolvieron a tomar
alojamiento.
Es de saber que
luego como llegó el real este mismo día a Setúbar, como está dicho, se
acercaron a los muros quatro mosqueteros del tercio de Nápoles, tanto que pudo
llegar la palabra, los quales dixeron a los que estavan en lo alto que porqué
no se rindían, pues vían venir sobre sí la fuerça de Castilla, de lo qual los
portugueses hizieron gran escarnio y respondieron a bozes: «Allegaos aquí
todos, castellanos perros, que aquí está la forneyra que os lo dirá, y primero
que lo veáys hemos de bardar[11]
nuestras viñas de huessos de castellanos». Esta respuesta causó en los nuestros
gran risa y no les quisieron replicar. Y los Portugueses despacharon luego a
don Antonio una caravela de aviso a Lisboa con lo que passava, la qual por
tener el viento contrario amaynó velas y navegó a remo, y con este alboroto
unas monjas de la orden de sant Juan, que en Setúbar havía, desampararon el
monesterio y fuéronse con doña Madalena Girón, Duquesa de Avero, y hermana del
Duque se Usuna, a un lugar suyo que llaman Acitón, dos leguas de allí, y el
Duque se aposentó en el monesterio, donde hallaron mu-/22/-cha ropa de camas y
axuares, todo lo qual mandó guardar y que se lo bolviessen a las monjas.
Y este día los del
castillo de Palmeda mataron desde lo alto dos cavallos a nuestros ginetes, y
los de Setúbar quatro soldados desde los muros, de los quales los nuestros
derribaron cinco portugueses; y una bandera, de quatro que se parecían en lo
alto, cayó de un mosquetazo. Y quando los nuestros se desviavan de los muros
salían de la villa ginetes y andavan junto a ella escaramuçando en seco, sin
tener allí con quien pelear, y en esto anochecía, y tocando a recoger, pusieron
cuerpos de guardia y centinelas, y la cavallería estuvo aquella noche en alerta
sin desarmarse, y los cavallos sin quitar las sillas.
CAPITULO XI. CÓMO SE EM-
barcó para Lisboa la gente que havía de-
xado en guarnición de Setúbar
don Antonio, y se rindió
la villa.
/[22v]/El Duque con
gran silencio hizo romper aquella noche una casa del arraval de Setúbar por un
lado, y por allí fueron abriendo otras casas, al cabo de las quales plantaron el
artillería cerca de los muros con ánimo de dar a la mañana la batería, y
aquella misma noche la gente que havía dejado don Antonio de guarnición en
Setúbar, como havían visto nuestro exército, no tuvieron ánimo para defenderse
d’él, y acordaron de embarcarse para Lisboa, a donde se havía ydo desde allí
don Antonio de diez días a aquella parte con diez mil infantes y dozientos
cavallos, y havía dejado allí los que se embarcaron a buscarle a Lisboa, que
fueron veynte y quatro compañías de portugueses y una de franceses, por General
de los quales havía quedado un Pedro Barreto, y por maestre de campo a un Diego
Botello.
Y el día siguiente a
diez y ocho de julio, temerosos los de Setúbar que los castellanos les havían
de ganar y saquear la villa, y aun teniendo sospecha que les agraviarían las
mugeres, acordaron de rindirse y levantaron banderas de /23/ paz, y luego
vinieron al Duque y le entregaron las llaves y la villa, de que pesó mucho a la
gente de guerra, porque quisieran que peleara por saquealla, que en toda la
jornada se havía offrecido hasta allí ocasión en que la gente de guerra
tuviesse algún apovechamiento. Y luego el Duque mandó que se abriessn dos
puertas de la villa, la una hazia el real, y otra a la parte de la marina, en
las quales puso guardia con orden que no dexassen entrar sino a la gente de
lustre, de quien se tuviesse satisfación que no harían daño, y las demás
puertas estavan tapiadas de cantería; y por cima de las murallas y casas que
junto a ellas havía, tenían mucha cantidad de piedras para arrojar a los que se
acercassen a la muralla; y havían recogido a la villa muchos negros, que havía
en el arraval, a los quales havían puesto con los demás de pelea en lo alto de
los muros con arcabuces, espadas y rodelas. Y como los nuestros llegassen a los
arravales y marina, yvan cautivando algunos negros que andavan desmandados de
la villa y sus arravales, y otros que se havían quedado de la gente de pelea
que aquella noche se havía embarcado para Lisboa, de los quales tan solamente
que-/[23v]/-daron por cautivos los de la gente que se havía embarcado, y los
demás el Duque los mandó volver a sus dueños, y que pena de la vida dentro de
veynte y quatro horas los que los huviessen cautivado, les diessen libertad.
Y los arravales,
quintas y cortijos comarcanos fueron saqueados y lo mismo fuera de la villa, si
el Duque no la defendiera. Y a todas estas cosas los de Palmeda y su castillo
estavan tan rebeldes que no se podía tener orden con ellos para que se
rindiessen. Lo qual visto por el Duque mandó les avisassen que si en todo aquel
día no se rindiessen les batirían otro día siguiente el castillo. Y la misma
rebelión tenían los de un gran castillo que llaman torre de Otán, el qual
estava una legua de Setúbar, que desde allí se parecía al pie de una muy alta y
áspera montaña, y por delante del castillo le bate el mar, en la qual junto al
castillo havía tres gruessos galeones bien artillados, y con ellos una nao de
alto borde para defensa del castillo y para que si el alcayde se viesse en
mucho aprieto, se pudiesse librar por mar, embarcándose en la nao para Lisboa,
y este remedio le dava mayor ánimo de pelear.
/24/
CAPITULO XII. CÓMO SE DE-
xó de dar batería al castillo de Palmeda
por darla al de Otán.
No se dio la batería
al castillo de Palmeda el día siguiente porque le pareció al Duque ser cosa más
conveniente darla al castillo de Otán, donde estava por alcayde un
portugués, que se llamava Bendamota. Y aquel día imbió el Duque a ponerle cerco,
para lo qual salieron del real el tercio de Nápoles, Lombardía e Italia, y dos
mangas de bisoños. Y como uviessen llegado por tierra a subir a lo más alto de
la montaña, en un lado de la qual por la parte de la mar estava el castillo
adonde hizieron alto hasta que se les diesse orden de pelear, luego los
Ingenieros ordenaron se subiesse aquella noche el artillería a lo alto, de
donde se havía de dar la batería, y la assestaron al castillo, cerca del qual
estava don Pedro de Médicis con su tercio de italianos, los quales le
començaron a dar ruciadas y mataron alguna gente del castillo, aunque poca, y
echaron /[24v]/ a fondo una barca con la gente que traýa; y los del castillo
mataron treynta italianos, y los demás de nuestros soldados que havían subido a
la montaña con los italianos estavan puestos en cerco al castillo para pelear
de refresco quando más conviniesse.
Y a este tiempo los
del castillo de Palmeda por la parte de tierra disparavan y matavan algunos
soldados nuestros, que andavan sin orden, fuera de la guardia y centinelas, las
quales también se hazían de día como de noche. Y como algunos de nuestro
soldados se demandavan y salían del real para saquear las fincas
y cortijos, y lo entendió el Duque, recibió en ello gran pesadumbre, y mandó a
los que hazían la guardia que a todos los soldados que bolviessen de fuera al
real les quitassen toda la ropa que traýan saqueada y la quemassen, a causa de
que en las caserías y cortijos se havía recogido gente portuguesa con heridas
de peste, aunque ya en los pueblos por do el real passava no la havía, y ansí
se hizo. Estava el exército alojado en las viñas, huertas y olivares de Setúbar
y Palmeda, las quales eran muchas y buenas, con mucho fruto, y dexáronlo todo
tan maltratado, quando el real se levantó para /25/ marchar, que no solamente
gastaron el fruto, mas havían cortado gran cantidad de los árboles para hazer
enrramadas, donde pudiessen ampararse del sol y también para guisar de comer.
Hay en Palmeda un
convento de fraylesE de
la orden de Santiago, donde van a hazer professión los cavalleros de la orden.
Y a los veynte de julio amanecieron en lo alto de la montaña cerca del
castillo de Otán hechas trincheras, ansí para los tercios como para el
artillería, la qual se plantó en ellas aquella noche. Y como Bendamota, alcayde
del castillo, lo vio, y que nuestros tercios le tenían puesto cerco, luego
començó a disparar gruessas pieças, y los nuestros también a batir el castillo,
ansí el artillería como los tercios, los quales se havían puesto bien cerca de
un costado para darle por allí el assalto, en estando aportillado algún lienço.
Y los galeones que tenía el castillo cabe sí peleavan con mucho ánimo,
disparando con todas sus pieças bien apriessa, y los del castillo no se
descuydavan, ni tampoco cessava la batería de los nuestros, y el galeón más
gruesso de los tres, que llamavan Sant Mattheo, era el que hazía mayor resistencia
y daño. Esta batería jamás cessava /[25v]/ de todas partes, y quando fueron las
cinco de la tarde començó a descubrirse nuestra armada, en que venía el Marqués
de Santa Cruz de ganar el Algarbe, y por tenerla a punto para quando fuesse
necessario embarcar en ella nuestro exército para seguir la vía de la parte que
más conviniesse.
Y como los enemigos
la reconocieron, en ese punto el galeón que llamavan Sant Matheo abatió sus
banderas de guerra y levantó una de paz, y volviendo la proa començó a navegar
desamparando su castillo, y passose a Setúbar, donde estava nuestro exército. Y
quando vieron los del castillo que el galeón se les yva, le dispararon al
passar con ánimo de echalle al fondo, y acertáronle un gran balazo que le abrió
un boquerón y otro que le rompió el mástil. Y como llegó a la marina de
Setúbar, mandó el Duque al Coronel de gastadores de Italia entráse en el galeón
con quarenta soldados italianos y prendiesse los que en él venían, quedándose
por entonces allí de guarnición. Este día degollaron por mandado del Duque en
el arraval de Setúbar un cavallero italiano que se llamava Mucio, capitán de
infantería italiana, porque salió del real con algún número /26/ de soldados a
saquear las caserías de la tierra, estando echado bando que pena de la vida
nadie flaqueasse. Hizo mucha lástima esta justicia por ser un cavallero moço,
gentil hombre y estrangero, cuya cabeça pusieron en lo alto de
una pica con un letrero que dezía la causa de aquella justicia.
CAPITULO XIII. CÓMO PARTIÓ
el Marqués de Santa Cruz con el armada des-
de Cáliz para Setúbar, adonde le estava e-
sperando el Duque para embarcarse, y
de cómo a la venida ganó el Al-
garbe de Portugal.
Partió el Marqués de
Santa Cruz con el armada desde Cáliz para Setúbar, adonde el Duque le estava
aguardando para embarcarse, a ocho de julio del dicho año. Y llegó a la barra
de Ayamonte a los treze del dicho, y la villa de Castromarin, primer lugar del
Algarbe que allí estava, se rindió luego al Marqués, el qual tomó la possessión
por /[26v]/ su Magestad, y dexando la justicia puesta de su mano, y los demás
officios que convenían, partió de allí, y a los diez y nueve llegó a Faro, y
aquel día no se quiso rindir, mas el día siguiente lo hizo. Y dexando allí dada
la orden que convenía, se partió y fue a Villanueva de Pórtima, y dos leguas
antes que llegasse el armada, la salió a recebir una caravela con banderas de
paz, y venía haziendo salva a la armada, lo qual visto por el Marqués mandó se
la hiziessen con todas pieças, y que tocassen los clarines y menestriles[12],
y como la caravela llegasse a la armada, se juntó a la galera capitana donde el
Marqués venía y le entregó las llaves de Villanueva, las quales recibió por su
Magestad, y en el mismo nombre se las bolvió a dar. Y como el armada llegasse a
Villanueva mostró hazer grandes alegrías, y el Marqués fue de passo dos leguas
más adelante y llegó a la ciudad de Lagos, y a segundo día se rindió, de que
huvo en ella y en el armada muchas alegrías, disparando el artillería y sonando
la música de las galeras y las campanas de la ciudad.
Y luego partieron
hasta llegar dos leguas del cabo de Sant Vicente, adonde estava una muy gran fortaleza,
que llaman Sa-/27/-cres, fuerte y bien artillada; tenía dentro dozientos
soldados, los quales se mostraron muy leales a su Magestad, porque en el punto
que el armada llegó se entregó al Marqués, el qual entró en ella y estuvo allí
tres días, al cabo de los quales la bolvió a entregar a los mismos que la tenían
para que la defendiessen por su Magestad. Y de allí partió, el Algarbe abaxo,
noventa millas, sin dar fondo hasta que llegó a Setúbar. Y de lo contenido en este capítulo, el
autor no depone de vista, porque quando esto passava, él yva marchando en el
exército, y quando llegó el armada a Setúbar le dieron esta relación algunos
capitanes de galera y otras personas que en ellas venían, a quien se devía dar
crédito.
CAPITULO XIIII. CÓMO SE FUE
acercando el armada a tiro del castillo de Otán,
donde se havía descubierto, viniendo
del Algarbe.
Es de saber que antes que nuestra armada se descubriesse a vista del castillo de Otán, como está dicho en el capítulo doze, imbió el Marqués de Santa Cruz al /[27v]/ Duque una caravela de aviso, haziéndole saber cómo venía, y pidiéndole la orden que havía de tener; y el Duque le imbió a dezir que luego se descubriesse a vista del castillo de Otán, sin pelear con él hasta que se le imbiasse orden para ello; y el Marqués se fue acercando, haziendo con el armada media luna dentro de la qual quedavan cercados los dos galeones enemigos y la nao que cerca d’ellos estava, y el castillo de Otán, a tiro del qual dieron fondo, y a todo esto estava presente el Duque a cavallo en lo alto de la marina junto a Setúbar, y el Prior de Sant Juan, don Fernando de Toledo, y muchos cavalleros y capitanes, con gran número de gente de guerra. Y la batería del castillo, que desde allí se parecía, no cessava, y como se viniesse acercando la noche le quedó el armada en la forma que havemos contado, hasta que el día siguiente le imbiasse orden al Duque para pelear con el castillo, galeones y nao.
Y con todo esto,
estava tan pertinaz Bendamota que havía dicho aquel día que si le ponían en
tanto aprieto que no pudiesse defenderse, havía de salir del castillo y a vista
de los castellanos arrojarse en el mar antes que rindirse, que ansí lo havía
prometido /28/ a don Antonio su Rey. Y haviendo el Duque encomendado el assalto
del castillo a don Pedro de Médicis, estando las cosas en este punto baxaron de
la villa de Palmeda los alcaldes y regidores con bandera blanca de paz, y
llegando al real se fueron donde estava el Duque y dixeron que se le
diesse a entender cómo ellos havían llegado allí con desseo de hablar a su
Excelencia, a quien suplicavan lo permitiesse; lo qual entendido por el Duque
mandó que los dexassen entrar, y echándose a sus pies le pidieron la mano y que
usasse con ellos de clemencia, diziendo que siempre ellos havían estado por el
Rey de Castilla y que Vasqui Hiañes Pacheco, alcayde de su castillo, era el que
les havía hecho fuerça para que no se rindiessen hasta entender si este
derecho era de su Magestad y de don Antonio, el qual, como Rey que se
dezía ser de Portugal, le havía entregado el castillo; y que ya el alcayde
estava bien satisfecho de que pertenecía a su Magestad la successión de
aquel reyno, y ansí tenía por bien de rindir el castillo en su nombre como a
verdadero Rey de Portugal. Y el Duque les dixo que agradecía el buen acuerdo
que havían tomado, y que a su tiempo /[28v]/ serían por el Rey bien
satisfechos, y con esto se despidieron del Duque y se bolvieron a Palmeda con
orden de hazer los autos de la entrega el día siguiente.
CAPITULO XV. CÓMO PROSI-
guió la batería y se rindió el Castillo
de Otán.
Víspera de la
Madalena, a los veynte y uno de Julio, prosiguió la batería sobre el castillo,
y Bendamota se defendía peleando con mucho ánimo, aunque su artillería
ya no podía jugar tan libremente como lo havía hecho hasta allí, a causa de que
aquella noche don Francés de Álaba, general de la artillería, havía hecho subir
en la punta más alta de la montaña, que sujetava el castillo, seys esmeriles,
con los quales hazía gran estorvo al enemigo porque le dava con las balas en
medio de su artillería, que no le dexava llegar a disparar. Y con todo este
peligro Bendamota no afloxava, aunque no disparava tan a menudo /29/ como solía
a causa de los esmeriles. Y al mediodía imbió un marinero al Duque con un plato
en la mano, y en él un cuchillo y una soga, el qual de su parte le dixo que él
tenía aquel castillo de mano del Rey don Antonio y que si no fuesse por su
orden no le entregaría a nadie, y que entendiesse su Excelencia que él era
soldado y tan viejo que ya naturalmente su vida era corta, y que él estava
determinado de acabarla peleando, como a su Rey lo havía prometido, porque él
estava muy cierto de que si caýa en manos de su Excelencia le havía de quitar
la vida. Y que siendo esto ansí, que allí le imbiava cuchillo y soga para que
usasse con él de lo que más pluguiesse, pudiendo haverle en sus manos.
El Duque respondió
que hazía mal en no rendirse, mas que siguiesse la opinión que le
pareciesse, que él haría lo mismo. Y a esta hora estava ya el castillo muy aventanado,
y la batería de todas partes no cessava, y el galeón que havía quedado junto al
castillo peleava con gran puxança. Y nuestros tercios no dexavan assomar
a nadie por las almenas que no le matassen. Era el castillo de peña viva hasta
el medio, y de allí para arriba de muy gruessa muralla, con un fosso de agua
/[29v]/ a la redonda por la parte de tierra, y por adelante le bate la mar. Mas
con toda su fortaleza, quando fueron las tres de la tarde en el mismo día, ya
los omenajes y obras muertas estavan gran parte d’ellas por tierra, y en
los lienços grandes boquerones. Lo qual visto por Bendamota y que con tanta
pujança le tenían cercado y le batían, aunque nuestra armada no havía començado
a pelear, desmayó tanto que imbió a dezir al Marqués de Santa Cruz que por
aquel día no le batiesse con el armada para que pudiesse tomar acuerdo en lo
que havía de hazer, y que de allí podría resultar haver de rindir el
castillo. Y el Marqués túvolo por buena señal y lo aceptó, supuesto que tenía
ya desarboladas todas las galeras y abatidos los trinquetes[13],
y los cañones de cruxía[14]
puestos en proa cargados con las demás pieças que traýa para dar su batería al
castillo, si no fuera por el concierto que havían hecho; y como la batería por
tierra no cessava, y siempre hazía mayor abertura en el castillo, tuvo creýdo
Bendamota que muy presto le podrían dar assalto, lo qual estava ya de apercibo
para que le diesse don Pedro de Médicis al amanecer; y como fuesse a puesta de
sol, abatieron /30/ los del castillo las banderas de guerra que tenían
levantadas en lo alto y pusieron otras blancas de paz, y lo mismo hizo el
galeón y nao que havían quedado junto al castillo, amaynadas las velas, y luego
de todas partes començaron a hazer salva el castillo a la armada, la qual con
todas sus pieças la hizo al castillo, y luego se fue cerrando con él, cogiendo
en medio el galeón y la nao, tocando muchos menestriles, y también nuestra
artillería que estava en la montaña, y los tercios de infantería hizieron a un
mismo tiempo su salva.
Y luego el Prior de
San Joan y don Pedro de Médicis entraron con mucha gente en el castillo, y
Bendamota salió luego a besar las manos al Prior, suplicándole fuesse su
amparo, pues qualquier buen soldado debe cumplir su pleyt’omenaje. El Prior le
recibió muy bien y se apoderó en el castillo, y no consintió saquearle, antes
puso guardia en él y en lo que dentro havía, y mandó poner a recado a Bendamota
y sus soldados, y en las naves y gente que en ellas havía, y el Prior se quedó
allí aquella noche. Y al punto ya que anochecía començó el armada a navegar a
Setúbar, que estava una lengua de allí, con el galeón y nao que havían ganado
en me-/[30v]/-dio del armada, y venían siempre haziendo salva a Setúbar con
todas las pieças que traýan, ansí en el armada como en el galeón o nao, sonando
los menestriles. Y acabado de anochecer llegaron con esta victoria a la marina
de Setúbar, donde el Marqués de Santa Cruz saltó luego a tierra y fue a besar
las manos al Duque.
Y otro día por la
mañana Bendamota fue con el Prior a Setúbar, y queriendo besar las manos al
Duque no quiso que le viesse, y mandó poner de presidio en el castillo
dozientos soldados, y de guarnición en cada uno de los galeones quarenta.
CAPITULO XVI. CÓMO JURÓ
Palmeda a su Magestad, y de una cabalga-
da que fue a los negros que don Anto-
nio tenía haziendo bizcocho.
En veynte y dos de
julio, día de la Madalena, la justicia y regidores de Palmeda y Vasqui Hiañez
Pacheco, alcayde de su castillo, vinieron al exército con las varas de justicia
levantadas, y el al-/31/-cayde con las llaves del castillo en la mano. Y se
fueron a donde el Duque estava, el qual los recibió con palabras de que se
tuvieron por contentos, y luego entregaron al Duque las llaves del
castillo y hizieron la solenidad y entrega d’él y de la villa jurándole en
nombre de su Magestad, y se constituyeron por tenedores de la villa y castillo
de su mano.
Y porque estava
Palmeda junto a Setúbar no se pusieron en ella más de ochenta soldados de
guarnición. Y a los veynte y tres de julio, salieron quatro compañías de
ginetes a correr la tierra, y aviendo caminado dos leguas reconocieron
que havía enemigos en ella, y bolviéronse al real a dar aviso al Duque, el qual
mandó que a la noche saliessen a la sorda tres compañías de cavallos ligeros y
una de hombres de armas, dos de arcabuceros de a cavallo, y fuessen a la
parte donde los havían reconocido. Y como llegaron al mismo sitio, se fueron
entrando hazia ellos y descubrieron mil y quinientos negros que don Antonio
havía dexado allí haziendo bizcocho, los quales, como sintieron nuestra
cavalgada, se armaron de arcabuzes, espadas y lanças y començaron a
disparar en los nuestros, los quales hizieron lo mismo. Y a /[31v]/ cabo de
poco rato, dieron los negros en huyda
corriendo hazia la mar, que cerca de allí estava, donde se embarcaron los que
más pudieron en muchos barcones que tenían aparejados para semejante
necessidad. Y como fue tan repentina la huyda, no fue possible que todos
pudiessen embarcarse, y los que vieron que no podían, acogiéronse a ciertas
espessuras que cerca de allí havía. Y los nuestros los siguieron de mata en
mata como quien anda a caça de liebres, y a los que descubrían los cautivaron,
hasta en cantidad de setenta, y algunas bestias y dozientas cargas de harina y
bizcocho, todo lo qual traxeron al real. Y el Duque declaró ser havido de buena
guerra, y que las compañías que lo ganaron lo repartiessen por yguales partes.
CAPITULO XVII. DE CÓMO EM-
barcó el Duque con el exército en Setúbar
para Cascaes.
En veynteF y seys de julio huvo consejo de guerra,
donde resultó que se pusiesse gente de presidio en Setúbar y el Duque se
embarcasse para Cascaes, y llevasse /32/ consigo los capitanes de hombres de
armas y de cavallos ligeros, y se quedassen allí sus compañías, las quales quedaron,
y embarcassen con el Duque los continos, y dos compañías de ginetes y toda la
infantería. Y haviendo puesto el Duque de presidio en Setúbar tres compañías
del tercio de Antonio Moreno, mandó, antes que se embarcasse, que el exército
partiesse por tierra la vía de Santerén, donde se entendió que estava don
Antonio. Y luego por la mañana començaron a marchar los tercios de Nápoles y
tudescos, haziendo escolta a la artillería. Y luego partieron los tercios de
bisoños y todas las compañías de hombres de armas, cavallos ligeros y
arcabuceros de a cavallo, y quedaron con el Duque los continos y el tercio de
Lombardía y ginetes, que no convenía partiesse por entonces el Duque a causa de
ser ardid el que usava en imbiar toda aquella gente la vía de Santerén. Y ansí
mandó que el mismo día se bolviessen a Setúbar todos los que havían
partido, y tornassen consigo el artillería que havían llevado, porque el
disinio de haverlo mandado marchar la vía de Santerén havía sido por
desmentir las espías al enemigo, para que acudiesse /[32v]/ allí al socorro, y
luego embarcarse el Duque para Cascaes, por tomar allí puerto antes que don
Antonio llegasse.
Y el día siguiente
por la mañana, el Duque mandó se quedassen en Setúbar todas las compañías de
hombres de armas y cavallos ligeros, arcabuceros de cavallo, y dos de ginetes,
y se diesse aviso a los continos y a las dos compañías de ginetes restantes
para que a la media noche se pusiessen a cavallo y fuessen a la marina, donde
el miércoles veynte y siete de julio se embarcaron en las galeras. Y el Duque
lo andava mirando a cavallo por la marina, y todo aquel día y el siguiente,
hasta bien tarde, se tardó en embarcar la dicha cavallería y toda la
infantería.
Y a los veynte y ocho
de julio, al mediodía, se embarcó el Duque, y con él el Prior y el Marqués de
Santa Cruz en la capitana de España con mucha música, y todas las galeras
havían tendido sus pendones y gallardetes. Y a cabo de una hora que se havían
embarcado el Duque mandó a leva, y al punto disparó una pieça en su galera, y
luego todas cogieron sus áncoras y començaron a navegar con buen tiempo.
Y los dos galeones y la nao que se havían ganado con el castillo de Otán se
quedaron en Se-/33/-túbar para la guarda de aquel puerto, en el qual, por orden
del consejo de guerra, quando el armada de allí partió, se quedava haziendo un
fuerte en lo alto de la marina para que
tuviesse sugeta la entrada por mar, y también señoreasse la villa. En este
fuerte se davan gran priessa los ingenieros con mucha gente para que con la
brevedad possible se plantasse en él mucha artillería, que para este effeto
estava aparejada, y huviesse siempre en él gente de presidio, porque con
esto y con los navíos que allí havía, y con estar a una legua al passo en la
marina el castillo de Otán, estara por aquella parte bien defendida la tierra y
mar.
CAPITULO XVIII. CÓMO EL AR-
mada tuvo tormenta, y passó adelante de Cas-
caes por el mucho reparo que allí havía.
A los veynte y ocho
de julio, como el armada fuesse navegando, se levantó a puesta de sol
una gran borrasca, de tal manera que las fuerças de remeros no podían
contrastar el viento sin gran trabajo porque da-/[33v]/-va en proa, y andavan
las galeras barlonteando tanto que, si avivara algo más el viento, diera con
ellas en alta mar. Y duró en esta forma dos horas, en las quales se hizo tanta
diligencia que llegaron a dar fondo a un abrigo de altas rocas, donde
passaron parte de la noche, y dos horas antes que amaneciesse la
capitana de España tocó a leva, y luego que fueron recogidas las áncoras partió
el armada con bonança, aunque yva el viento en proa, y llegó una hora el sol
fuera a la villa de Sisimbra en la costa, donde dio fondo, y luego las galeras
echaron esquifes a la mar para hazer aguada.
Era Sisimbra una
villa de buen edificio, tenía seyscientos vezinos, y bate en ella la
mar. Tiene, en lo alto de una gran montaña, un castillo, el qual con la villa
eran del Duque de Avero, y estavan de paz. Y como la gente de los esquifes
proveyeron en la villa las cosas de que tenían necesidad, a cabo de dos horas,
viernes veynte y nueve de julio, començó el armada a navegar con gran bonança,
y esta fue la causa de haver partido de allí tan presto. Y haviendo navegado
seys millas, imbió el Duque una caravela a todas las galeras con orden para los
patrones d’ellas que proveyessen luego de /34/ pólvora y cuerdas de fuego a
toda la infantería, y que el armada bolviesse atrás las seys millas que havía
navegado, y que allí diessen fondo hasta la noche, y de aý luego partiessen
para que al amanecer llegassen a tomar
puerto en la villa de Cascaes.
Y el haver buelto
atrás las seys millas fue porque el enemigo no sintiesse que yva el armada y
passasse encubierta con la noche. Y aquella tarde havía el Duque imbiado en una
fragata a llamar a todos los capitanes de galeras para hazer con ellos consejo
de guerra, del qual resultó que convenía partir de allí el armada a las diez de
la noche para que el día siguiente por la mañana tomasse tierra a pesar del
enemigo, el qual tenía, quando llegaron, dos desembarcaderos que allí havía
poco antes de Cascaes bien trincherados y con mucha gente, y gruessas pieças
embevidas en las trincheras, y el castillo de aquella villa estava bien
guarnecido.
Y don Antonio de
Castro, señor d’ella, venía con el Duque desde Setúbar, que havía ydo a
offrecerse en el servicio de su Magestad. Y como sabía bien aquella tierra,
como natural d’ella, y la prevención del enemigo, y que no era possible llegar
a tierra por ninguno de los dos de-/[34v]/-sembarcaderos sin demasiado peligro,
a causa del gran reparo que en ellos y en el castillo havía, dio orden con el
Duque para que el armada se desviasse el mar adentro y passasse delante de
Cascaes bien otras seys millas, adonde havía un boquerón de muy fragosas y
altas rocas, en el qual con mucho trabajo le podría tomar puerto. Y en él
ningún reparo havía porque los portugueses tenían por cierto que los
castellanos no tendrían noticia de aquel boquerón, en el qual jamás los navíos
acostumbraron tomar puerto a causa de su demasiada aspereza de sitio, y ansí no
havían puesto en él ninguna defensa.
Y en siendo de día,
como el armada passasse a vista de Lisboa y de la torre de Belén, aunque lexos,
y cerca de Sant Gián de Hueras, y los portugueses que allí havía la
reconocieron, començaron a disparar sus pieças desde el castillo contra
ella, y lo mismo hazían los de las trincheras que estavan en los dos
desembarcaderos, y el tiro que hazían no llegava a la armada, la qual por esta
causa no quiso disparar, sino seguir su viage, hasta llegar seys millas de allí
adonde estava el boquerón en que havía de tomar puerto. En el qual, como
llegasse la orden que se tuvo en desembarcar /35/ conforme a la dispusición del
áspero sitio, fue que de seys en seys fuessen desembarcando las galeras por el
boquerón, las capitanas delante, y luego las patronas con la Porfiada de
España, en la qual yva el autor.
Y ansí, por esta
orden, desembarcasse toda el armada, y que los esquifes de las que primero
desembarcassen acudiessen con gran priessa a desembarcar las demás, y ansí por
esta orden hasta que toda el armada desembarcasse. Y como don Diego de
Meneses, Coronel general de don Antonio, que allí hazía cabeça, vio que nuestra
armada havía passado delante de Sant Gián de Hueras y de los dos
desembarcaderos que él tenía bien reparados, caminó con su cavallería e
infantería por la marina a vista de nuestra armada para ver a donde yva a
parar, y a defenderla qualquier desembarcadero que pretendiesse, y como vio que
havía dado fondo junto al boquerón, començaron a disparar algunas pieças que
havía llevado hasta allí, y luego nuestras galeras respondieron con su
artillería, la qual yva bien aprestada, y al punto se fueron descubriendo
muchas más banderas de cavallería e infantería portuguesa que
junto a la marina corrían a defender el desembarcadero.
/[35v]/
CAPITULO XIX. CÓMO EL AR-
tillería de nuestras galeras hizo retirar de
la marina a don Diego de Meneses
para que los nuestros desem-
barcassen.
Visto que don Diego
de Meneses pretendía que nuestro exército no saliesse a tierra, se dieron
nuestras galeras tan gran priessa a disparar que la cavallería e
infantería portuguesa començó a yrse retirando de la marina, porque los
balazos les davan en medio de sus esquadrónes, y como llegasse una gran bala y
diesse al medio de su cavallería, se entendió desde las galeras que les havía
hecho notable daño, porque al punto se juntaron con gran corrida de
cavallos a la parte donde havía herido el balazo. Y como ellos vieron que ya
yva muy de veras, desde aquel punto començaron a recoger su cavallería e
infantería, que havía andado hasta allí atravessando la campaña de una parte a
otra, y hizieron alto, embeviendo sus esquadrónes y atalayando lo que en la
tierra y /36/ mar de nuestra parte passava. El artillería de las galeras no
cessava de disparar para que los portugueses no pudiessen llegar a la marina a
estorvar que los castellanos dexassen de desembarcar, y luego las galeras
començaron a echar esquifes a la mar y a entrar en ellos nuestra infantería, y
los del primer esquife que tomaron tierra fueron el Capitán Rodrigo de Baldes,
del tercio de Nápoles, con cinquenta mosqueteros, los quales envistieron luego
a ganar una serreta alta y redonda, que cerca de la marina estava, y al subir
como yvan disparando, mataron dos portugueses de a cavallo y tres de a pie, que
yvan huyendo a juntarse en sus esquadrónes, y estos que cayeron avían llegado a
reconocer.
Y como yvan
desembarcando los nuestros, se yvan juntando y subiendo la serreta, en la qual
como llegassen a lo alto, començaron a mosquetear y hazerse fuertes en ella
porque los portugueses no se la ganassen, que según pareció havía hecho punta
la cavallería portuguesa para subirla. Y como vieron que ya los nuestros
estavan en lo alto y los que más yvan desembarcando subían con mucha ligereza,
dexaron de acometer a ganarla, y en poco espacio la serreta /[36v]/ estava
llena de nuestra infantería, la qual desde allí descubría toda la campaña, y se
devisavan bien claro todas las banderas de los portugueses, ansí las de
la cavallería como infantería. Y como los nuestros se diessen gran priessa a
desembarcar, yvan formando sus esquadrónes y marchando hazia los contrarios,
unos por la marina y otros por la campaña, dándoles caça y mosqueteando, los
quales mataron quatro de a cavallo y prendieron dos y los traxeron al Duque. Y
como los portugueses vieron que los acometían con gran ímpetu, temieron de
manera que dieron en huyda sin querer travar escaramuça con los nuestros, antes
corrían con gran furia la buelta de Cascaes, que dos leguas de allí estava, y
fue de manera que en espacio de dos horas no parecía un portugués en campo, y
los nuestros quedaron por señores d’él.
Y es de notar que en
haviendo desembarcado al parecer no más de hasta seyscientos soldados,
no pudo suffrir el Duque a estar más en las galeras y pidió un esquife con el
qual en esse punto saltó a tierra, acompañado del Prior y de don Fernando de
Toledo, su sobrino, al qual se yva arrimando, e yva Sancho de Ávila, el Conde
de Pliego y el de Ci-/37/-fuentes, don Álvaro de Luna, don Henrique Henríquez,
don Bernaldino de Belasco, don García de Mendoça, don Beltrán de Castro,
y otros cavalleros. Y luego fueron desembarcando los continos a buelta de la
infantería y siguiendo al Duque, el qual yva a pie por una sierra arriba muy
áspera de subir hasta que se cansó, y allí pidió una silla de mano, en la qual
yva siguiendo su gente que marchava hazia una gran hermita, que media legua de
allí estava junto a la marina, en la
qual se alojó el Duque aquella noche, y en torno los continos e infantería que
pudieron desembarcar en aquel día, y luego se començó a yr assentando el real,
y poner cuerpos de guardia y centinelas.
CAPITULO XX. CÓMO ACABÓ
de desembarcar nuestro exército y
passó a Cascaes.
A los treynta de
julio acabaron de desembarcar antes de mediodía, tan libremente que no uvo
quien se lo contradixesse, y se fueron luego hazia donde estava el Duque en la
hermita, la /[37v]/ qual tenía una talaya que servía de lanterna, toda por lo
alto aventanada de vidrieras para que los navegantes de noche vean de lejos la
lumbre y no se pierdan. Estava en la hermita un hermitaño de buena vida con la
barba y cabello casi hasta la cinta, el qual tenía cuydado de acender en
aquella lanterna cada noche que hazía escuridad una hacha, que para ello tenía
renta la talaya.
Y como los de
Cascaes havían visto que don Antonio de Castro, señor de la villa, se havía ydo
a Setúbar y offrecídose al servicio de su Magestad, parecioles que con el gran
reparo que los portugueses tenían en los castillos de su costa y en los dos
desembarcaderos, no serían poderosos los castellanos a tomar tierra por aquella
parte, y que don Antonio de Castro, por ventura, ya no entraría más en sus
tierras. Acordaron de rebelarse, ansí por esta sospecha como porque vieron
todos los castillos de aquella costa rebeldes y que por ellos pudieran
ser destruydos, que sólo esto los desculpava. Y quando nuestra armada passó a
la vista de Cascaes, el castillo disparava sobre ella, y ansí fue forçado passar
adelante a desembarcar a la parte donde have-/38/-mos contado, lo qual
entendido por los de Cascaes, y que el Duque con el exército havía hecho
assiento en la hermita, y que otro día les podría sitiar la villa, acordaron de
venir a darse al Duque aquella noche, y el castillo no se dio, el qual es de la
corona de Portugal.
Y otro día siguiente
como acabassen de desembarcar los nuestros y llegassen a la hermita donde el
Duque estava, les mandó dar orden para que luego marchasse todo el exército a
Cascaes, y en acabando de arrancar partió el Duque, y con él los continos, y
entraron en Cascaes adonde alojaron en las casas, y la infantería en campaña. Y
la gente de Cascaes se havía ydo huyendo a Lisboa antes que el exército
llegasse, con temor de ser saqueados y que acaso les harían algún mal
tratamiento los castellanos. Y llevaron consigo lo que más pudieron de sus
bienes, y luego la infantería començó a saquear lo que havía quedado, y no se
saquearon muchos bienes que don Antonio de Castro havía recogido en la yglesia
suyos y de otras personas que se los havían encomendado, porque el Duque mandó
que no llegassen a ellos, ansí por estar en la yglesia como por ser bienes
puestos por /[38v]/ mano de don Antonio de Castro, a quien era cosa justa se
tuviesse consideración de hazerle merced por la lealtad con que servía a su
Magestad.
Y aunque todas estas
cosas que havemos contado passaron a vista de los que defendían el castillo,
que junto a Cascaes havía, en el qual bate la mar, nunca se havían querido
rindir a partido, antes disparavan sus pieças, y havían muerto algunos
soldados, aunque pocos.
CAPITULO XXI. CÓMO SALIE-
ron de Cascaes Sancho de Ávila y los
continos a una cavalgada de
portugueses.
Luego, el domingo a
la tarde, postrero de julio, assomaron a una legua de Cascaes al parecer
más de trezientos portugueses de cavallo, y con ellos docientosG arcabuceros, y luego que por los nuestros fueron
sentidos, dieron aviso al Duque, el qual mandó que saliessen a ellos Sancho de
Ávila, don Álvaro de Luna y los continos, y don Pedro /39/ de la Gasca con
veynte ginetes. Y al punto se armaron y salieron a buscar la cavalgada
portuguesa, y como llegaron cerca de donde los nuestros la havían reconocido,
hallaron ciento y cinquenta arcabuceros de los nuestros que hazían en
una casa de un cerro cuerpo de guardia, y fueron en retaguarda de los continos,
los quales passaron adelante por la costa hasta que descubrieron los contrarios
en un gran cerro, que media legua de allí estava, y sin parar se fueron
marchando hazia ellos, campeando con su estandarte.
Era toda la tierra
por aquella parte de grandes valles y cerros, y como los continos subieron en
uno d’ellos, estuvieron en lo alto parados un rato por ver si los contrarios
que allí havían venido querían pelear con ellos. Y como Sancho de Ávila y don
Álvaro de Luna vieron que los portugueses no baxavan hazia ellos, començaron a
yr adonde los portugueses estavan, los quales como lo vieron se fueron
retirando, y se repartieron en dos cerros, que más adelante havía. Y luego los
continos puestos en otra serreta que cerca de allí estava, se estuvieron
quedos, mirándose los unos a los otros
un buen rato, y luego los continos se derriba-/[39v]/-ron por la serreta abaxo,
y al punto los contrarios se fueron retirando a unas montañas, y desampararon
en la costa nueve pieças gruessas que allí havían puesto con sus trincheras,
haviendo entendido antes que nuestra armada llegasse, que havía de venir a
desembarcar por aquella parte, y como passó a tomar puerto más adelante adonde
los portugueses nunca pensaron, no huvo lugar de hazer effecto con las nueve
dichas pieças.
Y como vio Sancho de
Ávila que los contrarios no havían querido pelear y que la noche se acercava, y
estavan casi dos leguas de Cascaes, donde havían partido, mandó tocar a recoger
los ginetes que andavan de dos en dos, atalayando y reconociendo la tierra. Y
como se recogieron al esquadrón de los continos, luego todos juntos dieron la
buelta para Cascaes por las trincheras donde estavan las nueve pieças, en las
quales puso guardia Sancho de Ávila. Y como passaron adelante hallaron que los
del castillo de Cascaes havían disparado luego que por allí passaron los
continos a la yda, y havían muerto dos soldados del tercio de Nápoles en una
senda que yva por una gran peña arriba, la qual era passo forçoso, que /40/ no
havía otro, en el qual como los continos llegassen y hallaron los dos soldados
muertos, y vieron que alcançava allí el tiro que hazía el castillo, dio Sancho
de Ávila orden que baxassen por la senda a lo largo uno de otro tres cuerpo de
cavallo, porque no pudiessen del castillo hazer puntería más de a uno sólo, y
ansí passaron sin que el castillo les disparasse, y entraron en Cascaes, adonde
por la mañana se traxeron las nueve pieças por mandado del Duque con gran regozijo
de los nuestros.
CAPITULO XXII. CÓMO HEN-
rique Pereyra de la Cerda no quiso entregar
el castillo de Cascaes, y le batieron.
En primero de agosto
por la mañana imbió el Duque a dezir a Henrique Pereyra de la Cerda, alcayde
del castillo de Cascaes, que luego le rindiesse a su Magestad, el qual
respondió que no lo haría por cosa del mundo, y fuele dicho por parte del Duque
segunda vez que, si luego no lo cumplía, le batirían el castillo /[40v]/ hasta
ponelle por tierra, y el alcayde replicó que no haría otra cosa más de lo que
primero havía respondido. Lo qual visto por el Duque mandó plantar el
artillería y que luego le batiessen, lo qual se puso por obra. Y en tanto
que esto passava, don Antonio de Castro, señor de Cascaes, que con el Duque
havía venido en el armada desde Setúbar, imbió de su parte a dezir a Henrique
Pereyra con un religioso de la orden de Sant Francisco, el qual yva con un
crucifixo en la mano, que le pidía por aquella insinia de Jesu Christo
crucificado a la hora se rindiesse, porque no lo haziendo, dentro de breve
espacio le batirían el castillo, con tanta puxança que forçosamente se le
derribarían, y los passarían todos a cuchillo.
Y haviendo el
religioso dado el recado de don Antonio de Castro al alcayde, y persuadiole con
otras muchas razones, estuvo tan pertinaz que jamás lo quiso hazer, antes
respondió que havía de morir peleando. Y el religioso bien desconsolado de no
haver hecho algún effecto se bolvió a don Antonio de Castro, y le contó lo que
con el alcayde havía passado. Y quando fueron las diez del día ya estava sitado
el castillo y començada la batería con /41/ gran priessa, y nuestra infantería
puesta en cerco al castillo, desde sus trincheras también le batía, matando a
los Portugueses que assomavan en lo alto. Y como fuessen las seys de la
tarde, viéndose el alcayde en mucho aprieto, y que ya le tenían abiertos los
lienços del castillo por el lado de la batería y derribado gran parte de las
obras muertas, temió de manera que tuvo por bien de querer darse a
partido, aunque harto contra su voluntad, y luego abatió dos banderas de guerra
que en lo alto del castillo tenía levantadas y las arrojó de alto a baxo para
que las cobrassen los nuestros, los quales las recogieron. Y en esse punto
pareció en lo más alto del castillo una bandera blanca de paz, diziendo que se
darían a partido.
Lo qual visto por el
Duque, y la rebelión que hasta allí el alcayde havía tenido, no le quiso
admitir, y respondió que ya era tarde y mandó que la batería no cessasse, lo
qual se cumplió de tal manera que si hasta allí se havía dado a priessa la
batería, desde aý adelante se dio mucha más. Y como la infantería estava junto
al castillo, un mosquetero asestó al portugués que tenía levantada en la mano
la bandera blanca, y dio con él y con la ban-/[41v]/-dera en el muro, que le
passó el balazo de parte a parte, y luego otro portugués tomó la bandera y la
levantó en alto, y a este tiempo la batería havía muerto otros dos portugueses.
Y el alcayde, viendo que ningún remedio podía tener para salvar su vida y de
los que con él estavan, porque la batería le yva siempre aportillando más al
castillo y se vía cercado por tierra y mar, aunque nuestra armada no peleava,
acordó de aventurarse a que el Duque usasse de clemencia con él y con los suyos
y rindió el castillo al Duque, el qual le recibió con que el alcayde no
pidiesse ningún partido, sino que libremente el Duque havía de disponer a su
voluntad ansí del castillo como de la gente y aver que en él estava; y el
alcayde lo aceptó, y abrió las puertas d’él, y entraron don Fernando de Toledo
y don Luys Henrríquez, maestre de campo, con algunos de sus capitanes, y
prendieron a Henrique Pereyra de la Cerda, alcayde de aquel castillo, y a los
portugueses que con él estavan.
Y don Diego de
Meneses estava de secreto dentro del castillo, desde que se retiró quando
nuestro exército yva desembarcando, y dio aviso a Henrique Pereyra y a todos
los que con él estavan que /42/ no le descubriessen, y escondiose en la
parte más secreta del castillo, teniendo entendido que aquella noche podría
salir por la mar sin que fuesse sentido, y aportar al real de don Antonio. Y un
portugués de los que estavan presos dixo que si le davan libertad él
descubriría un gran secreto, y haviéndosela prometido dixo que buscassen bien
el castillo y que en él hallarían bien escondido a don Diego de Meneses, que
havía ydo allí a ayudar a pelear a Henrique Pereyra, desde que se retiró quando
tomaron puerto los castellanos. Y como buscassen el castillo, le hallaron
escondido en la parte más baxa que en él havía, y luego fue preso, y si el
castillo no se rindiera aquella noche pudiera salvarse don Diego por una puerta
falsa que salía a la mar. Si no que temeroso el alcayde del gran daño que en el
assalto esperava, acordó de rindirse, aunque ya fue muy tarde, según las
persuasiones que de parte del Duque le havían hecho. Y aquella noche se quedó
en guarda del castillo y de los presos que en él havía don Luys Henríquez con
dos compañías de su tercio.
/[42v]/
CAPITULO XXIII. CÓMO IMBIÓ
don Antonio refresco al castillo de Cascaes,
y se dieron la villa de Cintra y Co-
lares.
La misma noche que
se havía ganado el castillo de Cascaes, succedió que a las dos horas depués de
media noche llegó junto al castillo por mar una caravela que imbiava don
Antonio desde Lisboa, que cinco leguas de allí estava, y en ella venían treze
portugueses, los quales como no supiessen que el castillo era ya ganado, se
llegaron junto a él por la mar, y dando bozes dezían: «A del castillo». Y como
don Luys Henríquez lo sintió, puso entre las almenas un portugués de los que
tenía presos, al qual mandó que respondiesse, y como los de la caravela
entendieron en la respuesta que era portugués el que la dava, dixeron: «¿Quién
bive?». Y el portugués que estava en las almenas dixo que el Rey don Antonio, y
ellos como lo oyeron se asseguraron y pidieron que les abriessen las puertas
del castillo, /43/ que venían con refresco. Y luego se desembarcaron y fueron
cargados a entrar en él con aves, pan, vino, y otros bastimentos que les traýan,
para que se entretuviessen y peleassen. Y como entraron pensando que estavan
entre los suyos, al punto los castellanos los prendieron.
Y el día siguiente
vinieron al Duque doze cavalleros portugueses, y traýan delante un guión
blanco, y venía con ellos mucha gente de a pie a entregar la villa de Cintra,
que tres leguas de allí estava, y era de la corona Real, la qual sugetava don
Antonio, y en ella tenía un buen castillo artillado con gente de pelea y
trezientos vezinos. El Duque los recibió muy bien y los honrró. Y dada orden en
que se hiziessen los autos de la entrega, se despidieron del Duque, el qual a
segundo día imbió a don Álvaro de Luna con veynte continos y doze ginetes a
tomar los autos y possessión de la villa de Cintra y su castillo, lo qual cumplió
don Álvaro como convenía. Y el día siguiente por la mañana se bolvió al real y
entregó la possessión al Duque, y aquel día se vino a dar otro pueblo que
llaman Colares, de quinientos vezinos, que también estava por don Antonio. Lo
qual sabido /[43v]/ por él, y enojado d’esto, imbió allá cantidad de gente de a
cavallo para que les hiziessen daño, porque se havían entregado al Duque. Y
como llegassen a entrar en Colares, toparon a la entrada de una calle un
portugués, honrado vezino del pueblo, y diéronle una lançada por el coraçón de
que al punto murió, y maltrataron a otros muchos vezinos del pueblo, el
qual despachó luego un hidalgo portugués a más correr de su cavallo, dando
aviso al Duque de lo que passava. Y entendido por los nuestros que estavan en
la guardia de Cintra, acudieron a socorrerlos y pelearon con ellos, y les
mataron siete, y de los nuestros ninguno murió, sólo dos quedaron heridos, y
los portugueses huyeron.
CAPITULO XXIIII. CÓMO AHOR-
caron a Henrique Pereyra de la Cerda, y
degollaron a don Diego de Me-
neses.
Martes por la
mañana, dos de agosto, mandó el Duque ahorcar a Henrique Pereyra de la Cerda,
alcayde del castillo de Cascaes, que le tenía por don Antonio, /44/ porque no
havía querido entregar el castillo haviéndole sido dicho muchas vezes de su
parte que lo hiziesse. Y con él ahorcassen dos artilleros portugueses, los
quales eran los que más havían persuadido al alcayde para que no se rindiesse,
y luego se notificó lo mandado por el Duque al alcayde y a los dos artilleros portugueses,
que con él havían de morir, para que dentro de dos horas se confessassen
y ordenassen sus ánimas. Lo qual oýdo por el alcayde se asió reziamente de la
barba diziendo: «¡O traidor!, don Diego de Meneses, que si tomaras mi consejo
pelearas hasta que no quedara piedra en el castillo, y porque yo te lo
aconsejaba me diste con tu daga esta herida que tengo en el rostro». Y
luego preguntó le dixessen qué muerte havía de morir, y fuele dicho que le
havían de ahorcar de una almena de las que él tenía en lo más alto del
castillo, lo qual sintió en demasía, y respondió que mayor pena le dava la
desonrrada muerte que perder la vida; y luego le dieron un frayle que le
confessasse, y a los dos artilleros que con él havían de morir, lo mismo. Y
confessados y ordenadas sus ánimas los subieron a lo más alto del castillo
donde los ahorcaron, al /[44v]/ alcayde de una almena, y a los dos artilleros
de dos gruessas pieças de las que allí havía, a la parte de afuera del omenaje,
para que toda la gente los pudiesse ver desde Cascaes.
Los demás
portugueses que en el castillo havía, que serían cinquenta, quedaron presos en
él, con los treze que vinieron en la caravela a traelles el refresco que don
Antonio les imbiava, como está dicho en el capítulo veynte y tres, lo que fuere
d’ellos adelante se dirá. Y después de executada esta justicia, en aquel día
mandó el Duque degollar a don Diego de Meneses, Coronel general de don Antonio,
porque havía defendido que nuestra armada no tomasse puerto, y desde que él de
allí se retiró, havía estado encubierto peleando en el castillo de Cascaes y
persuadiendo a Henrique Pereyra de la Cerda que no le entregasse, y después fue
de contrario parecer, aunque tarde. Y ansí por estas razones, como por otras
muchas causas que al Duque le movieron, mandó que la sentencia se executasse, y
siéndole dicho que la voluntad del Duque era que muriesse por ello, y haviendo
cumplido con las cosas tocantes a su alma, le sacaron a degollar desde
el castillo cavallero en una mula y vestido de lu-/45/-to con una cruz en la
mano. Venían con él dos frayles y dos clérigos, y cantidad de arcabuceros
tudescos. Y como llegassen a la plaça donde le estavan aguardando junto a un
cadahalso, en que se havía de executar la justicia, todos los piqueros del
tercio de los tudescos, y los demás arcabuceros que en él havía, se apeó de la
mula, y subió con buen ánimo como valiente capitán al cadahalso, donde estuvo
espacio de media hora hablando con los sacerdotes. Y luego le dixeron
que se hincasse de rodillas para morir, y ello hizo, y un tudesco que junto a
él estava le asió y començó a desabruchar. Y quando le tuvo el cuello bien
descubierto le abajó la caperuça, hasta que con ella le tapó los ojos, y
desembaynando un gran alfange[15] le
dio por la cerviz un tan gran
golpe que cercén[16] le
derribó la cabeça
de los ombros, la qual cayó en
el cadahalso rebuelta en su sangre. Y luego el tudesco derribó el cuerpo y le
cubrió con la capa de luto que tenía cubierta, y la cabeça quedó a los pies del
cuerpo. Era hombre de mediana estatura y buen rostro, edad de sesenta años.
/[45v]/
CAPITULO XXV. CÓMO BOL-
vieron las galeras a Setúbar por más arti-
llería y municiones.
Haviendo partido las
galeras, en primero de agosto, desde Cascaes a Setúbar para traer el artillería
que allí havía quedado con otras municiones y pertrechos, excepto diez galeras
que para reforçar el exército quedaron junto al castillo de Cascaes y para que
huviesse con qué salir a las cosas que entre tanto se offreciessen, de aý a
seys días bolvieron, y como viniessen a la vista de Sant Gián de Hueras, los de
aquel castillo les disparavan gruessas pieças y muy a menudo, mas no las
hizieron ningún daño porque el tiro no las alcançava. Y quando llegaron a tomar
puerto en Cascaes quedavan seys millas atrás nuestras naos, chalupas y
barcones, cantidad de dozientas velas, que con las galeras havían partido de
Setúbar y no havían llegado con ellas por no haver tenido próspero viento, las
quales venían cargadas de bizcocho, tocino, queso, vino, cevada, y otras muchas
muni-/46/-ciones. Y como los del castillo de Sant Gián, que a la sazón estava
por ganar en aquella costa, legua y media de Cascaes, vieron que havían passado
adelante nuestras galeras y reconocieron las naos que atrás quedavan, salieron
a ellas por un lado quatro galeras portuguesas para ver si podrían hazerles
algún daño. Y como desde Cascaes los nuestros descubrieron las quatro galeras
de los contrarios, salieron a ellas diez de las nuestras, y en siendo por los
portugueses reconocidas al punto se retiraron, y todas nuestras naves tomaron
puerto en Cascaes, y no las dexaron de disparar quando pasaron a vista del
castillo de Sant Gián, mas ningún daño les hizieron.
Y porque en el
capítulo antes d’este havemos citado el sucesso de los soldados portugueses que
huvo de pelea en el castillo de Cascaes, y de los treze que por mar vinieron a
traelles refresco la noche que se havía ganado, es de saber que otro día
después que don Diego de Meneses fue degollado, mandó el Duque echarlos a las
galeras, y estando el autor en la Capitana de Sicilia vio traer en esquifes a
las galeras todos los dichos portugueses, y estuvo hablando con ellos quando
llegaron, los quales /[46v]/ se desculpavan diziendo que don Diego de Meneses
por mandado de don Antonio los havía traýdo desde la villa de Cintra para
pelear en aquel castillo.
CAPITULO XXVI. CÓMO SALIÓ
a correr la tierra Sancho de Ávila, y ma-
taron el cavallo a don Sancho
de Luna.
En siete de agosto
salió del real a correr la tierra Sancho de Ávila y el Conde de Cifuentes, don
Beltrán de Castro, don Bernaldino de Velasco, don García de Mendoça, don Sancho
de Luna, don Fernando de Toledo, don Luys de Guzmán y don Pedro de la Gasca con
sesenta ginetes, mil arcabuceros. Y como huviessen reconocido cavallería
portuguesa en cantidad de trezientos, se fueron marchando para ellos, y don
Sancho de Luna y otros cavalleros salieron por un lado, con orden de
Sancho de Ávila para descubrir si havía más gente de los contrarios /47/
emboscada. Y vieron tres de a cavallo, los quales se fueron huyendo hazia unas
caserías, que a un lado desde allí se parecían.
Y como llegaron a
ellas entraron por un callejón angosto, que entre las caserías havía, detrás
del qual estavan escondidos tres piqueros portugueses que havían salido fuera
de la orden de los suyos. Y como vieron yr a los nuestros, pensando remediarse
procuraron encubrirse lo más que pudieron, y fue de manera que los nuestros por
entonces no los vieron, y al passar por el callejón, como los tres
piqueros se vieron sin remedio que no era possible dexar de morir,
determináronse de vender sus vidas lo mejor que pudiessen, y como
estavan encubiertos dexaron passar a los tres portugueses de cavallo que yvan
huyendo y atravessaron las picas al passar de los nuestros, que los yvan siguiendo,
y dieron por los pechos al cavallo de don Sancho de Luna, que le passó el golpe
a lo hueco. Y el cavallo cayó luego en tierra, y don Sancho le batió tan recio
las espuelas que se levantó, y anduvo un poco peleando, y como la herida era
penetrante desangrava de manera que le faltó el aliento y cayó muerto, y don
Sancho a pie, y los que con él /[47v]/ se hallaron, mataron los seys
portugueses porque no quisieron rindirse. Y los trezientos que al principio
havían sido descubiertos huyeron, y los nuestros de a cavallo los fueron
siguiendo un buen rato, y como vieron que ya yvan muy delanteros dexaron de
seguirles el alcance, y haviendo cobrado sus arcabuceros se bolvieron al real.
Y aquel día mandó poner el Duque guarnición en el castillo de Cascaes al Capitán
San Juan Verdugo, el qual quedó en él con duzientos arcabuceros del tercio de
don Luys Henríquez.
CAPITULO XXVII. CÓMO PAR-
tió el real desde Cascaes a Sant Gián
de Hueras.
A los ocho de agosto
partió el real desde Cascaes a Sant Gián de Hueras, que a la sazón estava por
don Antonio, y junto a este pueblo havía un gran castillo en la marina,
el qual es el más fuerte y artillado que hay en todo Portugal, porque de un
/48/ lado le bate la mar y tiene la muralla muy gruessa y de buen edificio,
está terrapleno de una banda a otra que parecía inexpugnable, y por la parte
más alta rodeado de cestones junto a las almenas. Tenía este castillo veynte y
dos pieças gruessas de batir, que algunas tenían por junto al fogón dos varas
de medir de gruesso, y havía más de cien sacres y esmeriles, y mucha cantidad
de ingenios de fuego en barriles con pólvora, pez y alcrevite[17],
todo confacionado para arrojar de arriba quando le quisiessen dar asfalto. Y al
tiempo que llegó el exército a este pueblo hallole solo porque los moradores d’él y la gente de
pelea que andava por aquella campaña, como vieron que yvan los castellanos no
quisieron aguardarlos, y llevando consigo lo que más pudieron de sus bienes
desampararon el pueblo y se fueron
huyendo al real de don Antonio, y a Lisboa. Y los castellanos saquearon lo que
en él havía quedado, y luego que el Duque llegó no quiso entrar en su posada
sino passar adelante del pueblo a reconocer la tierra porque estava ya cerca de
don Antonio, y con él yvan el Prior de Sant Juan y Sancho de Ávila, y los
capitanes de la cavallería y continos, y lle-/[48v]/-garon a unos altos cerros
de donde se descubrió la torre de Belén, la qual está fundada sobre una gran
roca dentro del mar y a tiro de ballesta de la orilla, y por delante de la torre
havía treynta y siete galeones y naos de alto borde con mucha artillería y gran
cantidad de gente de pelea.
Y el Duque anduvo de
una parte a otra, mirando la dispusición de tierra y mar, y quando lo huvo bien
reconocido para dar la traça que convenía en las cosas de la guerra era ya
puesta de sol, y bolviose a Sant Gián donde se aposentó, y los que con él
venían. Y haviendo assentado el real en la campaña y puesto cuerpos de guardia,
centinelas y talayas, se recogieron aquella noche, y en toda ella no huvo rumor
de los contrarios que desassossegasse, aunque estavan cerca. Y luego por la
mañana el galeón portugués llamado Graxao, que era el más gruesso de toda su
armada, y traýa sesenta pieças en quatro hileras, dos por cada banda, començó a
disparar con todas sus pieças, ansí a nuestra armada como a la infantería que
andava cerca de la marina y del castillo, que por entonces nuestra artillería
no havía llegado de Cascaes.
Estava el tercio de
Nápoles en cerco del /49/ castillo con buenas trincheras, de donde le
mosqueteava para entretener hasta que llegasse de Cascaes nuestra artillería. Y
a este tiempo, el Marqués de Santa Cruz imbió por un lado del castillo,
arrimados, los tres galeones que havían sido ganados en Setúbar junto al
castillo de Otán, los quales llegaron tan junto al castillo de Sant Gián que
d’él ninguna pieça les podía hazer daño, por estar tan arrimados, y desde allí
pelearon con los galeones de Portugal que estavan un gran trecho primero que
los demás vaxeles de su armada, hasta que los hizieron retirar con ellos, y
nuestros galeones se bolvieron a su armada. Y el tercio de Nápoles siempre
mosqueteava a los del castillo, que a nadie dexavan asomar por las almenas, y a
muchos derribaron en ellas de los que salían a hazer su tiro, y las pieças del
castillo mataron aquel día en la campaña dos soldados del tercio de Lombardía,
y otro quedó malherido.
CAPITULO XXVIII. CÓMO SE
plantó nuestra artillería y començó a batir
el castillo de Sant Gián, y una es-
caramuça de los continos.
/[49v]/ Día de Sant
Lorenço, a los diez de agosto, amaneció nuestra artillería plantada sobre el
gran castillo de Sant Gián de Hueras, y en esse punto començó la batería con la
puxança possible, y los del castillo hazían lo mismo, tenían en lo alto levantadas
dos banderas, y el tercio de Nápoles que cerca d’él estava hazia gran estorvo y
daño a los arcabuceros que de lo alto disparavan. Y estando en esto, disparó el
castillo una gran pieça con la qual mató cinco mosqueteros del tercio de
Nápoles, que a los dos d’ellos les llevó las cabeças, y a otro le dio por una
hijada que le despedaçó el medio cuerpo, y la misma bala llevó a otro una
pierna por la rodilla, y a otro un
braço, de que murieron. Y como fuessen ya las diez del día dieron arma en el
real por haver descubierto en la campaña cavallería p[o]rtuguesaH, y luego nuestros tercios se pusieron en
esquadrónes y començaron a marchar, e yvan adelante el Prior y Sancho de Ávila,
don Álvaro de Luna y los continos, el Conde de Cifuentes, don Bernaldino de Velasco,
don Fernando /50/ de Toledo, don García de Mendoça, don Luys de Guzmán, don
Pedro de la Gasca con sesenta ginetes.
Y haviendo caminado
tres quartos de legua, la infantería hizo alto, y la cavallería havía passado
adelante a buscar los contrarios, y a un quarto de legua los descubrieron y se
fueron acercando a ellos, siguiendo a Sancho de Ávila que yva en la vanguardia,
y el Prior se havía quedado en un puesto con dos mangas de arcabuceros para
socorrer en pidiéndolo Sancho de Ávila, que estas dos mangas havían passado
delante de los esquadrónes quando hizieron alto. Y como los contrarios vieron
yr hazia ellos nuestra cavallería, no quisieron aguardarla sino yrse retirando;
y los nuestros marchando hazia ellos, y visto que no aguardavan, hizo alto Sancho
de Ávila, por ver si los portugueses le hazían. Y como ellos vieron que los
nuestros le havían hecho, al punto le hizieron y se estuvieron un rato
mirándolos de la una y otra parte los unos a los otros. Y como Sancho de Ávila
tuvo entendido que no aguardarían, acordó de cogerlos con astucia, de tal
manera que nuestra cavallería hiziesse que se bolvía, subiendo por una gran
cuesta arriba por /[50v]/ donde havía venido, y que en trasponiendo se quedasse
allí, porque los contrarios viniessen a la cuesta para atalayar el camino por
donde les parecía que los nuestros yvan. Y como se hizo ansí, y los portugueses
creyeron que los nuestros se yvan retirando, vinieron a subir por la cuesta
donde los castellanos se havían traspuesto, y quando llegaron a lo alto para
descubrir, halláronse tan cerca de los nuestros que Sancho de Ávila levantó la
boz, diziendo: «Ea cavalleros, Santiago» y «A ellos». Y los nuestros, como lo
oyeron, envistieron con tanta presteza invocando a Santiago que en un punto se
mezclaron con ellos y mataron a lançadas tres cavalleros portugueses, el uno
del hábito de Christo, y otro que era sobrino de don Diego de Meneses, el que
havía degollado el Duque en Cascaes, y el otro estando caydo en tierra y
herido, dezía: «Matadme, que en servicio del Rey don Antonio, mi señor, muero»,
y allí le acabaron. Y hirieron otros dos y los traxeron presos al Duque.
Y aunque Sancho de
Ávila, antes que diesse el «Santiago», se havía dado gran priessa a dezir:
«Vengan arcabuceros, y passe de mano en mano la palabra», no passó porque
estavan desviados, y fue /51/ dicho que un contino fuesse por ellos, el qual
los traxo, y quando llegaron ya era tarde, porque los contrarios havían buelto
las riendas y huýan con tanta velocidad que parecía yvan por el ayre, y
los nuestros les siguieron gran rato el alcance. Y porque nuestros ginetes
havían reconocido dos emboscadas, donde se entendió que havía enemigos, no
passaron más adelante, y porque no havían llevado consigo ningunos arcabuzeros
y los contrarios los traýan de pie y de cavallo, los quales havían disparado
desde el principio de la escaramuça bien a menudo, y no hizieron ningún daño en
los nuestros, que fue cosa de grande admiración; y la falta que allí hizieron
nuestros arcabuzeros por aver llegado tarde se sintió de manera que fue parte
para que no se pudiesse hazer mayor effecto. Y sucedió antes que la escaramuça
se travasse, que andando nuestros ginetes repartidos por la campaña para
reconocer la tierra, se acercaron tres d’ellos a una casería donde estavan tres
cavalleros portugueses peleando a cavallo con quatro soldados nuestros, que sin
orden havían salido a saquear aquella casería. Y como nuestros ginetes vieron
antes de llegar que estavan allí pe-/[51v]/-leando los tres portugueses,
envistieron con ellos y los hizieron huyr, y yéndoles en el alcance dieron dos
lançadas al uno d’ellos y le prendieron, y llevaron al Duque, y el día
siguiente murió de las heridas.
CAPITULO XXIX. CÓMO PRO-
siguió la batería en el castillo de Sant Gián,
y de las centinelas perdidas que ha-
zía la cavallería.
Haviendo durado la batería día y medio sin haver echo ningún effecto a causa del terrapleno, fue el Duque a reconocer el castillo y llevó consigo los ingenieros, y acordó de mudar la batería. Y a los once de agosto, quando amanecía, estava nuestra artillería duzientos passos más cerca del castillo por un lado a la parte de la marina para tentar por allí si estava también terrapleno, y batiole todo aquel día con veynte pieças. Y a puesta de sol, el Duque salió a ver la batería y a reconocer otra vez por aquella parte el castillo, del qual vino una gran bala /52/ que dio junto a donde el Duque estava, y quando anocheció tenía abierto el castillo por la parte alta de un gran lienço, que por aquel costado tenía, un boquerón que llegava ya del medio abaxo, y de ancho bien ocho varas de medir.
Y el día siguiente,
en siendo el alva, prosiguió la batería por la misma parte y le yva derribando
y abriendo más abaxo, de manera que se descubría una plaça de armas, que en
medio del castillo havía, encima del terrapleno, y también le havían derribado
por una esquina otro gran pedaço. Y entendiose que la noche antes havían
sacado del castillo dos barcas cargadas de muertos y heridos y los llevaron a
Belén. Tenía el castillo una puerta falsa pequeña del otro cabo de la batería
que salía a la marina, por la qual algunas vezes salían arcabuzeros por detrás
de unas peñas y disparavan y bolvíanse al castillo. Y estando algunos de los
nuestros junto a él, echaron de lo alto ingenios de fuego con que quemaron tres
soldados de diez que havían ganado una peña que a una esquina d’él estava
dentro en el mar, para ayudar a defender mejor desde allí que no le entrasse
socorro ni pudiessen salir los de dentro.
Y el Capitán Tristán
Baes /[52v]/ de la Vega, portugués, alcayde de aquel castillo, havía estado tan
rebelde que jamás havía querido admitir embaxada de parte del Duque, aunque le
havía imbiado cavalleros y trompetas diversas vezes, ni los dexava llegar al
castillo, antes les disparava quando vía que yvan, aunque por lo alto,
diziéndoles que se bolviessen, sino que mandaría a sus arcabuceros abajar la
mano, y con esto nadie osava llegar con embaxada del Duque y se bolvían a
contar el recibimiento que el alcayde les hazía. Lo qual visto por el Duque,
mandó que la batería se diesse gran priessa, pues por allí se havía de
amansar la braveza del alcayde, y si hasta allí le batían a priessa, desde aý
adelante mucho más.
Estava otro castillo
frontero d’este dentro del mar, a tres millas, en una ysleta, el qual se llama
San Miguel de Barra, y también estava rebelde. Éste defendía la entrada de la
barra para que nuestras naves no tuviessen passo para llegar a pelear con el
armada portuguesa, que estava cinco o seys millas más abaxo junto a la torre de
Belén. Y en todo este tiempo, desde que nuestro exército desembarcó en Cascaes
hasta que se dio la batalla de Lisboa, se hazían cada noche centinelas
per-/53/-didas de a cavallo, sin darles nombre, las quales hazían los continos
y ginetes, que no havía embarcado desde Setúbar más cavallería con el Duque.
Estas centinelas se hazían media legua fuera del real, bien adelante de los que
estavan de posta, sin que tuviessen consigo ningunos arcabuzeros, aunque las
hazían a la frente del enemigo, donde se ponían veynte y quatro continos y diez
ginetes que atravessavan desde la marina toda la campaña por donde el enemigo
venía de la parte de Lisboa, y estavan apartados uno de otro un buen tiro de
piedra. Y estas centinelas duravan desde puesta del sol hasta el día siguiente.
CAPITULO XXX. CÓMO SE RIN-
dió el castillo de Sant Gián de Hueras.
Vinieron este
día dos mugeres portuguesas al Duque suplicándole las hiziesse merced de darlas
un passaporte para llevar dos hijos suyos que se los havían traýdo entre otros
a pelear en el castillo por ma-/[53v]/-ndado de don Antonio, que si el
passaporte se les dava ellas tendrían forma con el alcayde para que las diesse
sus hijos. Y el Duque las respondió que si pensavan tener tan de su parte al
alcayde que fuessen al castillo, y que si se los diesse él lo tendría por bien
y las daría el passaporte, y que le dixessen se diesse luego y que sus cosas
serían bien tratadas, donde no, que echasse de ver quán aportillado tenía el
castillo la batería, por donde muy en breve se le podría dar el assalto. Y con
esto las mugeres se fueron al castillo y el alcayde mandó que abriessen las
puertas, y ellas le dixeron la demanda que traýan, y después le dieron el
recado del Duque. Lo qual siendo entendido por el alcayde, estuvo un rato
suspenso y las bolvió a imbiar al Duque para que le dixessen que mandasse
cessar la batería y darle licencia para yr a besarle las manos y tratar lo que
más conviniesse debaxo de palabra, que sino se concertassen le havía de dexar
bolver libremente a su castillo. Y el Duque lo tuvo por bien y prometió de lo
cumplir, y certificado el alcayde que le cumpliría el Duque lo prometido, mandó
ensillar un cavallo y salió en él del castillo con sólo un criado.
Y lue-/54/-go se
juntó con don Antonio de Castro, señor de Cascaes, que le estava aguardando con
otros cavalleros. Y vinieron a mediodía a casa del Duque, y como entraron en un
gran patio se apartaron a un lado solos, sin apearse, el alcayde y don Antonio
de Castro, el qual estuvo persuadiéndole con la mayor fuerça que pudo no saliesse
de la voluntad al Duque. Y al parecer el alcayde estava rezio y muy entero, que
era buen soldado, esforçado y valiente, y a cabo de un rato se apearon y
subieron al Duque, y con ellos muchos cavalleros. Y el alcayde se fue a echar a
los pies del Duque, el qual le recibió haziéndole mucha cortesía, y començaron
a hablar solos acerca del concierto. Y después de haverle persuadido que
rindiesse el castillo, el alcayde respondió que se le havían entregado los
cinco governadores que fueron señalados por capítulo de cortes en nombre de
todo aquel Reyno después que murió el Rey don Henrique, y después havía ydo
allí don Antonio diziendo que ya él era Rey de Portugal jurado, como era
notorio, que recibiesse el castillo de su mano y le hiziesse pleyt’omenaje, y
que ansí él se le havía hecho, visto que los gobernadores no parecían.
/[54v]/ Y que como vio que a don Antonio le havían jurado por Rey, ansí
havía recebido desde entonces el castillo de su mano. Y visto por el alcayde
que por tierra le tenía cercado el Duque y por mar el Marqués de Santa Cruz, le
ponían todas estas cosas temor, y ver que el castillo estava hasta el medio
abierto de alto a baxo y que presto se le podría dar assalto, y que don Diego
de Meneses estava degollado por otro tanto y lo mismo podría ser d’él, acordó
de salvar la vida y las de seyscientos soldados que en el castillo tenía, y
offreciole al Duque, con que saliessen libres él y los suyos, con todas sus
armas y lo que en él tenían. Y el Duque lo aceptó y le dixo le haría buen
tercio con su Magestad, y que se quedasse allí a comer con don Antonio de
Castro, y el alcayde lo hizo.
Y si entonces no se
rindiera, ya estava determinado que todo aquel día durasse la batería para que
rompiesse más baxo y que a la noche, cubiertos los nuestros con rodelas y
arrimando tablones al castillo para defensa del daño que de arriba les podían
hazer, y jugando el artillería a lo alto y lo mismo los tercios, llegassen a
echar faxina[18]
hasta ygualar con lo abierto para dar el assalto /55/ quando quisiesse amanecer.
Lo qual si a estos términos llegara, no fuera possible dexar de morir mucha
gente de ambas partes. Viose en esta jornada que muchos religiosos procuraron
encender siempre la guerra con mucha instancia, acudiendo a los castillos y
residiendo en ellos, animando a los alcaydes y soldados, y otros que quando
subían a predicar en los pueblos dexavan el Evangelio y predicavan que huviesse
guerra, dándoles a entender con razones falsas que aquella guerra era justa de
su parte, a cuya causa tenían obligación por la defensa de su patria, y también
los animavan con traerles a la memoria la batalla de Aljubarota.
CAPITULO XXXI. CÓMO EN-
tró el Prior en el castillo de Sant Gián y puso
en libertad la gente que en él
havía.
El día mismo después
de haver comido, el Duque mandó que fuesse el Prior al castillo, y con él
Sancho de Ávila, don Álvaro de Luna y los continos, y sacassen todos los
soldados portugueses que /[55v]/ estavan en él, y muchas mugeres que allí se
havían recogido, y los llevassen fuera del real donde les diessen
libertad para que se fuessen a do les pluguiesse. Y luego el Prior se puso a
cavallo, al qual acompañavan Sancho de Ávila, don Álvaro de Luna y los
continos, y fueron al castillo y sacaron seyscientos soldados portugueses, que
en él havía, y cantidad de mugeres, las quales se recogieron aquella noche en
el lugar para caminar el día siguiente a otros pueblos comarcanos. Y los
continos llevaron los seyscientos soldados portugueses por la marina hazia el
camino de Lisboa, que tres leguas de allí estava, los quales salieron con todas
sus armas y ropa, y quando estuvieron fuera de nuestras centinelas, se
despidieron de los continos con mucha criança, diziendo que los perdonassen por
haver sido soldados de don Antonio, el qual los havía hecho sacar de sus casas
para la defensa de aquel castillo, y con esto se alargaron, y los continos
bolvieron al real.
Y el alcayde Tristán
Vaes de la Vega se quedó aquella noche en el castillo, en compañía de don
Grabiel [sic] Niño, maestre de campo, el qual tenía consigo quatrocientos
arcabuceros de su tercio. Y a la mediano-/56/-che vinieron por mar dos barcas
en que imbiava don Antonio refresco desde Lisboa a los del castillo, que aún no
le havía llegado la nueva de cómo le havía perdido. Y como don Grabiel [sic]
Niño entendió que las barcas venían, hizo salir a ellas a Vázquez, su Sargento,
en una caravela con gente, y prendiola una barca, y la otra se le fue huyendo a
dar la nueva de lo que passava a don Antonio. Y este día el Nuncio de Portugal
y el Arçobispo de Lisboa imbiaron a visitar al Duque con sacerdotes y
cavalleros comendadores, pidiendo les hiziesse merced de imbiarles
salvaguardia, porque estavan temerosos de que quando el exército llegasse a
Lisboa havía de ser saqueada, y el Duque se la imbió.
CAPITULO XXXII. CÓMO NUE-
stra armada entró por la barra de San
Miguel.
A los treze de
agosto por la mañana començaron nuestras galeras a entrar la barra de San
Miguel, tendidos todos sus pendones. Y quando llegaron cabe el /[56v]/ castillo
de San Gián, que el día antes havía sido ganado, le començaron a hazer salva,
disparando toda su artillería y sonando sus clarines, y el castillo también la
hizo con toda su artillería, y lo mismo en el real con la suya que havía batido
el castillo, que aún no la havían mudado de las trincheras, y con veynte sacres
de galera que estavan más abaxo en la marina, y passaron arrimadas al castillo,
e yvan en vanguardia las tres capitanas de España, Nápoles, y Sicilia, y luego
las patronas, y las demás yvan a quatro por hilera, y traýan en retaguarda
sesenta caravelas a la vela cargadas de vitualla. Y como huvieron acabado de
entrar la barra, se pusieron en esquadrón con las galeras y passaron en esta
orden hasta ponerse a tiro de los galeones de Portugal, que estavan en
vanguardia de su armada, los quales como vieron que se les yva acercando
nuestra armada, se fueron retirando hasta que se arrimaron con la suya junto a
la torre de Belén. Y nuestras galeras se quedaron allí guardando el passo, para
que el armada portuguesa no pudiesse huyr, la qual estava metida en tanto
estrecho que ya no tenía mar por donde navegar sino salía por medio de nuestra
armada, y si /57/ más se retirava, estavan cerca Bagios, y por allí yvan a
entrar en el río Duero, que corre desde Castilla.
Y el día mismo,
treze de agosto en la tarde, començaron nuestros galeones y naos a entrar la
barra, y junto a ella encallaron dos naos y acudieron con galeras para
sacarlas, las quales con gruessas maromas se aferraron con ellas, y a vela y
remo con difficultad sacaron la una, de la qual primero havían descargado todo
lo que traya, y haviendo hecho lo mismo con la otra, estava encaxada entre unas
peñas, de las quales no fue possible sacarla, y allí quedó hecha pedaços. Y
como acabaron de entrar la barra, hizieron salva al castillo de San Gián, y el
castillo y nuestra artillería y los veynte sacres que en la marina estavan se
la hizieron, hasta que huvieron acabado de passar a donde nuestras galeras
estavan, y allí dieron fondo, haziéndoles la retaguarda. Y como los del
castillo de San Miguel de Barra, que de la otra parte estava en una ysleta,
vieron que los nuestros havían ganado el castillo de San Gián y que nuestra
armada havía entrado libremente la barra por junto a él, parecioles que luego
havían de acudir a ellos los castellanos y passarlos a cuchillo por la
rebe-/[57v]/-lión que hasta entonces havían tenido, y començaron a desamparar
su castillo, y fuéronse embarcando en fragatas y barcas y dándose a la
vela, que tenían buen viento, se alargaron por la costa de la otra banda, hasta
que se juntaron con su armada cabe la torre de Belén.
CAPITULO XXXIII. CÓMO SA-
lieron los ginetes a correr la tierra, y de una
escaramuça que tuvo el Capitán
Eredia.
A los dichos treze
de agosto por la mañana, salieron de San Gián nuestros ginetes a correr la
tierra, y llegaron por un lado a legua y media de Lisboa, donde
prendieron un portugués que yva solo con una requa de treynta y tres machos y
rocines cargados de trigo para don Antonio; y otros portugueses que yvan con el
preso, havían huydo como sintieron desde lexos a los ginetes, los quales
traxeron al real el preso y la requa. Y /58/ el Duque mandó lo repartiessen
ygualmente entre los que lo havían ganado.
Es de saber que
Lisboa se provee de acarreo por tierra y mar, y estando las cosas de la guerra
en el punto que havemos contado, resulta de aý tener por entonces Lisboa
quitada la entrada a los bastimentos por mar de todo punto, y por tierra no le
quedava sino hazia Santerén y Coymbra, que estavan a la otra parte de la
ciudad. Y a los quince de agosto se supo que de los cavalleros portugueses, que
pelearon el día de Sant Lorenço con los continos, murieron en Lisboa de las
heridas que de allí sacaron otros siete, lo qual se entendió por cartas de
Lisboa. Y a los diez y siete del dicho, salió del tercio de Nápoles el Capitán
Eredia y con él sesenta mosqueteros y noventa arcabuzeros para recoger los
soldados que havían ydo sin orden a saquear las quintas y ganados que
hallassen. Y toparon con duzientos portugueses de cavallo con lanças y adargas,
y con ellos cien arcabuzeros, con los quales travaron escaramuça al cabo de la
qual los nuestros les havían ganado mucha tierra y una serreta que allí tenían,
donde se pudieran hazer fuertes, y muértoles dos portugueses, y ellos no
hirie-/[58v]/-ron ningún castellano, y el daño que les hizieron fue quitarles
un bagaje cargado de gallinas de las Indias y ansarones[19],
que havían recogido nuestro soldados, los que andavan fuera de orden, y con
esto se contentaron los portugueses y se retiraron.
Y en otra parte a la
misma hora, setenta portugueses de cavallo tuvieronI cercados en una casería a veynte arcabuzeros
nuestros, desde las tres de la tarde hasta puesta de sol, y los arcabuzeros les
disparavan con tanta priessa que no los dexavan llegar. Lo qual visto por los
portugueses y que ya era tarde, considerando que a los nuestros les podría
llegar socorro se retiraron, y los nuestros se bolvieron al real.
CAPITULO XXXIIII. CÓMO IM-
bió don Antonio embaxada al Duque y se em-
barcaron los hombres de armas que ha-
vían quedado en Setúbar.
A los diez y siete
de agosto por la mañana vino al Duque, de parte de don Antonio, el Prior
del monasterio de Belén, de la orden de san Gerónymo, a suplicarle que
diesse orden como se viessen /59/ juntos en la mar para tratar las cosas de la
pacificación de aquel reyno. Y el Duque le recibió con alegre rostro,
diziéndole palabras de mucha cortesía, y el Prior començó a proponer, pidiendo
encarecidamente al Duque señalasse sitio en que don Antonio pudiesse tratar con
su Excelencia la ocasión de su embaxada. La qual, vista por el Duque, le embió
a dezir que para el día siguiente, a los diez y ocho de agosto en la noche,
partiessen el camino y se viessen en la mar, donde tratarían lo que más
conviniesse. Y con esto el Prior se partió del Duque y se fue a despedir del
Prior de Sant Juan, el qual mostró holgarse mucho con él, y se le offreció con
palabras de obligación. Y el frayle, haviendo dado cuenta al Prior de lo
que con el Duque havía passado, partió a llevar la respuesta a don Antonio.
Y antes que esto
passasse, a los quinze de agosto avía llegado a Setúbar orden del Duque para que
luego partiessen de allí a San Gián de Hueras, donde el Duque estava, todas las
compañías de hombres de armas, cavallos ligeros, arcabuzeros de cavallo, y
siete compañías del tercio de don Martín Dargote, que con ellos avían quedado
quando el Duque allí se embarcó. Y luego, /[59v]/ a los diez y seys partió toda
esta gente desde Setúbar para San Gián por tierra, y haviendo caminado quatro
leguas salieron a reconocer setenta portugueses de pie y de cavallo, los quales
como los huviessen reconocido, al punto huyeron dando arma como gente que yvan
a cobrar algunas emboscadas, para que los nuestros con este pensamiento
dexassen de acometerlos. Y luego los nuestros mandaron recoger sus bagajes a un
alto que allí havía, y la cavallería envistió con los contrarios llevando en la
retaguarda las siete banderas de infantería que con ellos yvan. Y los
contrarios se entraron en una gran casa fuerte que adelante estava con una
torre, y quando se acabaron de recoger en ella ya los nuestros les
havían muerto a lançadas quatro de a cavallo y cobrado los cavallos. Y como los
nuestros vieron que allí se hazían fuertes, acordaron de dexarlos, porque
estavan en parte que fácilmente les pudiera venir socorro, y recogiendo sus
bagajes marcharon.
Y como llegassen,
puesto el sol, a la marina a vista de San Gián de Hueras, donde nuestra armada
estava a la otra orilla, quatro millas de travessía, aquella noche los de la
torre de Belén que de la otra parte estava, los recono-/60/-cieron y les
dispararon muchas pieças, aunque el tiro no alcançava, y llegáronse por la
mañana a nuestras galeras que allí los estavan aguardando, donde se embarcaron
para San Gián de Hueras, sin ser possible hazer contra ellos ningún effecto los
de la torre de Belén. Y el día siguiente a diez y ocho de agosto, quando los
nuestros desembarcaron en San Gián, también los de Belén les disparavan con
pieças, aunque al ayre, porque su tiro no llegava a nuestras naos, las quales
estavan en medio de la torre y de nuestras galeras, las que estavan
desembarcando nuestra gente, a la qual con la que en el real estava provocavan
a risa en ver disparar de la torre no teniendo a quien alcançasse su
tiro, que por estar tan lexos, aun nuestras naos y algunas galeras que con
ellas havían quedado y estavan al medio, nunca quisieron responderles con
pieça.
CAPITULO XXXV. CÓMO EL
Duque estuvo una noche en la mar aguardando
a don Antonio, sobre concierto,
y no fue.
/[60v]/ A los diez y
ocho de agosto por la tarde salió el Duque del real en una silla de mano, e yvan
con él el Prior y Sancho de Ávila, don Fernando de Toledo y otros cavalleros,
y el Capitán Estevan Yllán con su compañía de arcabuzeros de cavallo, y
llegando a las galeras que cerca de allí estavan, se embarcó a puesta de
sol con la gente que le yva acompañando, y partió hasta llegar al sitio que con
don Antonio tenía concertado, quando lo embió a pedir con el Prior de
Belén, como está dicho en el capítulo antes d’este. Y dentro de media hora
después que el Duque partió, començaron en el real a dar el arma, y estando ya
toda la gente recogida en sus quarteles y armada para salir a formar los
esquadrones, sin que por entonces se entendiesse quién havía de hazer cabeça
por haverse embarcado el Duque y llevado consigo al Prior y a Sancho de Ávila,
començó a calmar el arma, porque llegaron al real algunos de nuestros ginetes de
los que andavan corriendo la tierra, los quales dixeron que se sosegassen que
no havía necessidad de salir por-/61/-que ellos venían de correr la campaña y
no havían descubierto ningunos portugueses. Y con esto la gente del real
se sossegó y desarmó sin que se entendiesse de dónde o porqué ocasión se
havía dado el arma. La qual holgaron fuesse falsa, porque faltava el Duque y el
Prior y Sancho de Ávila.
Y el día siguiente a
las diez de la mañana, el Duque se desembarcó y bolvió al real bien mohino porque
don Antonio no fue como tenía concertado. Embió a dezir al Duque, con un
cavallero, le perdonasse por no haver ydo y que no lo havía dexado por falta de
voluntad sino porque los suyos se lo havían estorbado, diziendo que le matarían
si allá yva, y que por esta ocasión lo havía dexado. Que suplicava a su
Excellencia embiasse en su lugar adonde él estava al Prior, el qual haría el
mismo efecto. Y al Duque no le plugo esta respuesta, ni quiso que el
Prior fuesse, y sin replicar sobre el caso se bolvió al real, haviendo primero
reconocido desde la mar el armada de don Antonio y la torre de Belén. Y a la
hora que llegó, se echó un bando para que otro día domingo marchasse el
exército, y que so pena de la vida ningún soldado, ni otra persona de
qualquier calidad que fuesse, no saliesse de su esqua-/[61v]/-drón sin orden de
su capitán, porque como estavan cerca los contrarios matarían los que de los
nuestros topassen fuera de orden. Y también para que toda nuestra gente
estuviesse junta para lo que se offreciesse.
Y luego, el domingo
a los veynte de agosto, partió el Duque por la mañana con todo el
exército por la marina de San Gián, camino derecho a la torre de Belén, y
aposentose aquella noche cerca d’ella en unas caserías, abrigando el exército
en unas grandes laderas que allí havía encubiertas del tiro que hazía la torre,
aunque las balas que d’ella salían yvan algunas por lo alto de las laderas y
passavan por cima de algunos de nuestros esquadrónes bien adelante. Y al
tiempo que llegó el exército a este sitio, dieron arma porque nuestros ginetes,
que andavan corriendo la tierra, descubrieron cantidad de cavallería e
infantería portuguesa. Y luego el Duque dio orden que saliessen por delante las
tres compañías de cavallos ligeros, las cinco de arcabuzeros de cavallo, y que
toda la demás gente nuestra estuviesse queda y apercebida para si fuesse
necessario salir de refresco a socorrer.
Y como llegassen
adonde estavan los contrarios, al punto, una manga de arcabuzeros de cavallo
/62/ que los portugueses trahían dio una ruciada, y no hirieron ninguno de los
nuestros, los quales dándoles otra se juntaron todos los de la una y otra
parte, y a lançadas y cuchilladas anduvieron media hora. En la qual los
nuestros mataron cinco portugueses y les cobraron los cavallos, y hirieron más
de otros veynte, de los quales traxeron tres presos y malheridos. Y de los
nuestros ninguno faltó ni traxo herida, sino que uno que era cavallo
ligero, vezino de Burgos, y se llamava Obregón, de la compañía de don Alonso de
Córdova, cerca del qual dio una bala de pieça de la torre de Belén, junto a su
esquadrón, y haviendo hecho el golpe primero en tierra levantó hazia arriba, y
tópole a soslayo en un lado junto a los pechos, y le hundió de tal manera las
armas que él y todos entendieron le havía muerto, porque le hazía
echar gran cantidad de sangre por la boca, y luego llegaron a él sus amigos y
le apearon del cavallo, diziéndole que se animasse, pues la herida no era de
muerte, que presto sería muy bien curado y proveýdo de todo lo necessario, el qual
les respondió: «El ánimo no me falta, aunque sé que estoy muerto, denme
confessión». Y luego de allí le llevaron a curar y sanó, aunque /[62v]/ tenía
quebradas dos costillas. Y los portugueses, arrojando muchos d’ellos en tierra
las escopetas por quedar más ligeros, dieron en huyda, y los nuestros les
fueron siguiendo el alcance media legua y se bolvieron al real.
CAPITULO XXXVI. CÓMO SA-
lió el Duque a buscar a don Antonio a la cam-
paña, por donde andava.
A los veynte y uno de
agosto por la mañana el Duque partió de las caserías que diximos en el capítulo
antes d’este, y llevó consigo todo el exército a buscar a don Antonio que cerca
de allí estava. Y como los de la torre de Belén vieron que nuestro exército
atravessava su campaña, començaron a disparar con pieças, y sus galeones que la
guardavan, lo mismo, y no hazían ningún daño a los nuestros, porque estavan
algo fuera de tiro. Y luego se començó a trincherar el puesto de donde se havía
de batir la torre de Belén, y como los gastadores hiziessen las trincheras para
plantar en ellas nuestra artillería, los de la torre se lo defendían, más /63/
con todo esso los gastadores hazían su effecto a causa de estar algo desviados,
aunque dentro del tiro.
Y a este tiempo
llegó nuestro exército a vista de los contrarios que andavan en la campaña, los
quales como los vieron y que determinadamente les yvan representando
batalla, no la quisieron esperar y fuéronse retirando a donde tenían el sitio
de su exército. Lo qual visto por el Duque, y que se havían encerrado de la
otra parte de sus trincheras y artillería, y que no havían querido por entonces
aceptar allí batalla, mandó que nuestra artillería (que atrás quedava)
marchasse por la marina hasta ponerse a tiro de la torre de Belén, y que fuesse
disparando contra cinco galeones y otras naves portuguesas que havían quedado
de su armada en guarda de la torre, porque toda la demás armada que tenían ya
estava de la otra parte de la torre dentro de la canal de Lisboa. Y como los
galeones y las demás naves portuguesas que allí havía vieron yr disparando
hazia ellos nuestra artillería por la marina adelante, luego se retiraron la
canal a dentro disparando hasta que se juntaron con su armada, dexando
desamparada la torre, la qual siempre disparava.
Y como fuesse ya
tarde, el Du-/[63v]/-que se aposentó en una gran casa, que cerca del monesterio
de Belén havía, porque los frayles de allí estuvieron tan rebeldes que por
entonces no le quisieron recebir en el Monesterio. Y luego, el día siguiente,
como echassen de ver que havían usado término indevido, le embiaron a suplicar
se aposentasse en el monesterio, y el Duque lo tuvo por bien y se mudó luego, y
los frayles salieron a recebirle, al parecer, bien contra su voluntad. Y el
exército se alargó un poco más adelante a vista de la torre de Belén y del
exército de don Antonio, que estava de la otra parte de un río llamado
Alcántara. Estuvo todo este día nuestra cavallería delante del real pidiendo a
don Antonio escaramuça, el qual nunca quiso abaxar el repecho del río
Alcántara, donde estavan sus trincheras, a darla. En las quales tenía su
artillería para defender el passo de Lisboa
a los castellanos, que su principal intento más era éste que salir a dar
batalla, sino le acometían.
Y como saliessen
aquella tarde por un lado de nuestro real las compañías de arcabuzeros de
cavallo de don Martín de Acuña y don Sancho Bravo a reconocer, descubrieron por
una quebrada cavallería portuguesa, entre la qual venían arca-/64/-buzeros de
cavallo, que al parecer serían por todos más de duzientos, y los nuestros los
acometieron dándoles una carga, y a la segunda envistieron con ellos, y quedó
la escaramuça bien travada que duró más de media hora, en la qual mataron los
nuestros nueve portugueses sin que hiriessen más de un castellano, el qual no
murió. Y como estuviesse no muy lejos de allí cantidad de cavallería
portuguesa, que andava descubriendo tierra, fueron a caer donde passava
la escaramuça, y como la descubrieron aguijaron a socorrer. Lo qual visto por
los nuestros, y que ellos no le tenían, acordaron de yrse retirando y disparando,
y bolviéronse adonde el exército estava.
CAPITULO XXXVII. CÓMO SE
ganó la torre de Belén.
En veynte y tres de
agosto, quando quería amanecer, estava nuestra artillería assestada a la
torre de Belén a buen tiro, y a este punto començó a darle la batería con
tanta pujança que al cabo de dos horas la tenía hechos dos boquerones, y la
/[64v]/ torre siempre havía disparado con todas sus pieças, que eran
muchas, aunque no havía hecho ningún daño. Y nuestras galeras, que cerca de
allí estavan, aún no havían començado a pelear con la torre hasta que se
entendiesse ser necessario, supuesto que desde el día antes havían quedado
desarboladas y los cañones de cruxía puestos en proa para ayudar a la batería,
en teniendo orden del Duque para ello. Y aunque los de la torre pelearon con la
furia y priessa possible hasta las diez del día, visto el daño que en pocas
horas havían recebido, temieron de manera que siendo certificados de no ser
poderosos a defenderse del gran aprieto en que estavan acordaron de
hazer lo que el día antes no havían querido, aunque el Duque se lo havía
embiado a pedir, que era rendirse. Y luego sacaron por una ventana de la torre,
hazia la parte de la batería, bandera de paz, y abatieron la que tenían de
guerra en lo más alto de la torre, y luego Nicolao Rodríguez de Sequeyra,
alcayde d’ella, embió a dezir al Duque le hiziesse merced de darle libertad y a
los que en su compañía estavan, y que luego se rindiría.
Y el Duque le embió
a dezir que ya era tarde para embiar a pedir partido, que se diesse /65/ a
merced, y sino que la batería haría su officio. Y visto por el alcayde la
determinación del Duque, se rindió como le fue pedido, y luego passaron
a la torre en esquifes don Gabriel Niño y don Martín de Acuña con dozientos
arcabuzeros, los quales prendieron al alcayde y a ochenta soldados que con él estavan, y los traxeron al
Duque, el qual mandó ponerlos a buen recado, aunque después les dio libertad,
haviendo primero puesto guarnición en la torre. Y después de mediodía el Duque
embió a Sancho de Ávila para que campeasse hazia el real de don Antonio, y
llevasse consigo las compañías de ginetes y arcabuzeros de cavallo para
escaramuçar con los cavalleros portugueses que quisiessen salir a ellos. Y
haviendo llegado a la vista de don Antonio, y reconocídose los unos a
los otros, no quisieron los portugueses en toda la tarde aceptar la escaramuça.
Lo qual visto por Sancho de Ávila se bolvió al real.
Y al tiempo
que llegó, quando anochecía, uno de los galeones que estavan en el armada
portuguesa, se passó a la nuestra con bandera de paz. Y como le vieron
yr los de su armada començaron con gran priessa a disparar sobre él con ánimo
de echalle a fondo, y aunque le acertaron algunos balaços no le /[65v]/
hizieron notable daño, y al fin se juntó a nuestra armada donde fue bien
recebido. E inmediatamente pareció una galera portuguesa, que las hondas
del mar la traýan sin gente, velas, ni remos, desarbolada, la qual fue a parar
donde nuestra armada estava, y sabida la verdad del caso, fue cosa de maravilla
lo que Dios allí havía obrado contra un ardid que don Antonio havía hecho con
gran silencio, lo qual si Dios no remediara, recibiera nuestra armada mucho
daño, porque el caso estava bien oculto. El qual fue que para haver de entrar
nuestra armada la barra que dizen de Sant Miguel, siguiendo a don Antonio,
havían de yr nuestras naves entrando una a una, porque la entrada era tan
estrecha que no dava más lugar a causa de que a los lados d’esta entrada havía
debaxo del agua unas muy grandes rocas, que los portugueses llaman en aquella
parte los cachopos, en medio de los quales atravessando la entrada, havía
puesto don Antonio aquella galera sin xarcia[20]
cargada de piedra, atravessada por debaxo del agua, desde el un cachopo al
otro, de tal manera que no se podía echar de ver que allí estava, para que al
tiempo que nuestras naves fuessen entrando por aquel estrecho forçoso se /66/
hiziessen pedaços, topando en la galera que debaxo del agua estava atravessada
y cargada, y con este inconviniente nuestra armada no passasse a seguir
su intento. Y fue Dios servido que sin que se entendiesse de nuestra parte
aquel secreto, se levantó la misma galera que estava encubierta debaxo del agua
y cargada de piedra, y la llevaron las hondas del mar a vista de nuestro
exército hasta dar con ella junto a Belén, donde nuestra armada estava. La
qual, el día siguiente por la mañana, entró por la barra y cachopos sin hallar
inconviniente, hasta que dio fondo a vista de la armada portuguesa. Y
luego que el Castillo de Almada, que de la otra parte de la canal estava, vio
que nuestra armada havía entrado la barra tan libremente, a la hora se rindió
levantando banderas de paz. Y el Duque le guarneció.
CAPITULO XXXVIII. CÓMO SE
rindieron algunos pueblos, y la
disposición del
Monesterio y torre de Belén.
Rindiéronse las
villas de Villafranca y Torres con todos los pueblos a ellas comarcanos,
y vinieron a Belén a dar la /[66v]/ obediencia al Duque, y juráronle en nombre
de su Magestad, visto que ya era ganada la torre de Belén, la qual es muy galán
edificio y fuerte, está a tiro de ballesta dentro en la mar, edificada sobre
una gran roca, tiene arrimado a ella un castillo fuerte con mucho número de
pieças de batir, y la torre lo mismo para en guarda de la mar, poque no puedan
enemigos entrar la canal hasta Lisboa. Y esta torre está media legua adelante
del Monesterio. Tiene de la otra parte de la canal, la qual se ha de entender
que es un estrecho, otro castillo frontero en tierra y a la otra orilla, que
llaman Torre Bella de Sant Sebastián. Y en él estava por alcayde un Diego
García con gente de pelea. Junto a este castillo está un gran lugar que
llaman Caparica. Este alcayde, Diego García, aunque vió que el Duque havía
ganado la torre de Belén, no dexava de disparar bien a menudo, y quando vió que
el galeón portugués (de quien havemos contado en el capítulo antes d’este) se
passava a nuestra armada, quiso echalle a fondo y le disparó muchas pieças,
aunque con todas le hizo poco daño. Y como el galeón vió que el alcayde le
ponía en aprieto, diose la mayor priessa que pudo a navegar hasta que se arrimó
a la tor-/67/-re de Belén donde se tuvo por seguro, porque allí estava fuera
del tiro que el alcayde le hazía.
Y a este tiempo, el
artillería que estava en el real de don Antonio, cerca de allí, siempre
disparava, aunque de espacio y al ayre para entretener, porque los
nuestros no se le arrimassen, los quales no tenían orden del Duque por entonces
para poderlo hazer.
Y es de saber que el
Monesterio de Belén es de la orden de Sant Hierónymo. Está fundado en la
marina, frontero de los dos castillos de Torre Bella y Almada que están en la
otra orilla de la canal, y junto al monesterio ay un pueblo suyo de dozientos
vezinos. Y el monesterio es edificio grande y muy costoso, el qual edificaron
los reyes de Portugal, y en él tienen su entierro en la capilla mayor por las
paredes de los lados, y en ellas ocho muy sumptuosos arcos, y dentro de
cada uno d’ellos un edificio de rico mármol de colores de jaspe labrado a modo
de pirámideJ, y en lo más alto un sitial y
almohadas de lo mismo, y encima d’ellas la corona real, y en la parte más baxa
de cada uno dos elefantes del mismo mármol, sobre que estava fundado el
edificio. Y sobre los Elefantes una gran caxa de mármol blanco, en las quales
estavan los cuerpos se-/[67v]/-pultados, en la frontera de las quales, los tres
arcos d’ellos tenían epigrammas en la forma siguiente. El primero de mano
derecha era del Rey don Manuel, agüelo del Rey don Phelippe, nuestro señor, y
dezía:
Littore ab occiduo, qui primi ad lumina
Solis
Extendit
cultum, notiamque Dei,
Tot Reges domiti cui submisere tiaras,
Conditur
hoc tumulo maximus. Emmanuel.
Lo qual buelto en Romance quiere
dezir:
Quien desde el Occidente al Sol
primero,
El servicio, y honor de Dios
estiende,
Y a quien se sujetaron tantos
Reyes,
Aquí yaze magnánimo Manuel.
Y
en el segundo arco estava otro epigrama que dezía:
María Fernandi catholici, cast.
Regis F.
D.
Emanuelis Lusit. Regis, P. F. Invicti coniux.
Mira in Deum pietate insignis, ac
bene de
Repub.
Semper merita, H.S.E.
Es de notar para entendimiento
d’este epigram-/68/-ma que en el cabo del primer verso tiene una “F.” que
quiere dezir filia, y luego una “D.” que quiere dezir domini, y
una “P.” pia, y una “F.” felix, y en lo postrero, una “H.S.E.”
que quieren dezir: Hic sita est, y todo el epigramma quiere dezir:
María, hija del cathólico
Fernando Rey de Castilla,
De Manuel Rey de Portugal,
muger, dichosa y pía,
Insigne en piedad y de la
República amparo,
H.S.E. Aquí yace.
Y
a la mano yzquierda otro que dezía:
Pace domi, belloque foris,
moderamine miro,
Auxit
loannes tertius imperium.
Divina excoluit, Regno
importavit Athenas.
Hic
tandem situs est Rex, patriaéque parens.
Que
quiere dezir:
En paz y en guerra con gentil
gobierno
Augmentó Joan Tercero su
Reynado,
Sirvió a Dios y plantó en su
reyno sciencias,
Y yace aquí el Rey de patria
padre.
/[68v]/ Estava toda la
capilla con estos ocho arcos por los lados, y los cinco no tenían epigrammas, y
junto a las gradas del altar mayor havía unas barandas, y fuera d’ellas
a los lados unos poyos en que estavan nueve cofres pequeños de tela de oro y
cerraduras doradas con llave, adonde estavan cuerpos de infantes niños e
infantas, y encima de cada cofre una letra que dezía quien estava dentro.
Y como el Duque
estuviesse aposentado en Belén, salió de allí a los veynte y tres de agosto y
fue a reconocer el real de don Antonio, por ver la orden que se havía de tener
en darle la batalla. Y como lo huviesse todo bien considerado y señalado el
sitio donde se la havía de representar, se bolvió aquel día a Belén y allí hizo
luego consejo de guerra, del qual salió la orden que los maestres de campo y
capitanes de cavallería e infantería havían de guardar en dar la batalla,
señalándoles a cada uno su sitio, y en el que se havía de plantar el artillería
y esquadrónes, y la parte donde havía de estar el armada para que hiziesse su
effecto. Y luego el día siguiente se plantó el artillería en unos altos, bien a
tiro de donde tenía la suya don Antonio. Y quando fue hora de mediodía ya
estava bien puesta, y nuestros galeo-/69/-nes començaron a entrar la canal, y
el castillo de Torre Bella, que frontero estava en la otra orilla, disparava
por impedirles la entrada, más ningún daño les hazía. Y luego fue entrando toda
nuestra armada, arrimándose a la torre de Belén por alargarse de tiro al
castillo de Torre Bella. Entravan haziendo gran salva a la torre de Belén con
todas pieças y música, y la torre hazía lo mismo, hasta que passaron por
delante d’ella y se pusieron cerca de la armada portuguesa, aunque fuera de
tiro, dondeK dieron fondo y estuvieron allí
aquella noche.
Y otro día por la
mañana, quando quería amanecer, el Marqués de Sancta Cruz puso toda la armada
en esquadrón para dar aquel día batalla a la armada portuguesa, porque el Duque
havía de darla por tierra el mismo día, y todo havía de ser a un tiempo, que
ansí estava acordado en el consejo de guerra que el Duque aquel día havía
hecho.
BATALLA
CAPITULO XXXIX. CÓMO SE
dio la batalla a don Antonio media legua
antes de Lisboa.
/[69v]/ Es de saber
que su Magestad siempre asistió su Real persona en esta jordana en las
ciudades de Badajoz y Hielves de Portugal, dando orden en las cosas de la
guerra hasta que la acabó, y en que de Castilla se llevassen municiones con
gran abundancia al exército. Y a los veynte y quatro de agosto, a la tarde,
juntó el Duque todos los capitanes de la cavallería y maestres de campo, a los
quales de parte de su Magestad encargó tuviessen especial cuydado de hazer lo
que como buenos devían acerca de su servicio, en la ocasión que de presente se
offrecía, en desbaratar el exército que don Antonio tenía puesto junto a la
ciudad de Lisboa, en el qual asistía con su persona, y ganarle la ciudad, y que
con la confiança que tenía de sus personas estava determinado de darle el día
siguiente batalla por mar y tierra, y que para conseguir tan buen effecto
convenía que cada qual llevasse orden de lo que le tocava cumplir acerca d’esta
empresa. Y luego mandó les diessen por escrito lo que en consejo de guerra
aquel día se havía determinado para que el día siguiente lo pusiessen por la
obra. Y con esto, encomendán-/70/-dolo al apóstol Santiago, los despidió para
que fuessen a poner en buena orden su gente con todas las demás cosas que
fuessen convenientes para semejante ocasión. En la qual se ha de advertir, por
la cosa más notable que ha sucedido en esta jornada ni se ha visto cosa
semejante, que aquí se vieron dos exércitos formados por tierra, a vista el uno
del otro para romperse, y dos armadas por mar junto a ellos, con un
mismo designio y a un mismo tiempo.
Y luego, el día
siguiente, jueves veynte y cinco de agosto, a las dos horas antes que
amaneciesse, començó a tocar por todos los quarteles de la cavallería una
trompetilla sorda para que se armassen y pusiessen a cavallo, siguiendo
cada qual su estandarte, y en estando juntos començassen a marchar sobre
el real de don Antonio, rey que se dezía ser de Portugal. Yvan en
nuestro esquadrón mil y ochocientos cavallos, y faltaron las compañías del Conde
de Buendía y Adelantado de Castilla, porque quando el exército havía marchado
dos jornadas delante de Hielves, se bolvieron allí con orden de su
Magestad para que estuviessen junto a Hielves. Y a la misma hora que
havemos dicho començó a marchar la infantería, cada tercio por su parte y todos
sin to-/[70v]/-car caxas, bien proveýdos de armas y munición en cantidad de
diez y ocho mil infantes pocos más, porque los demás que el exército tenía el
Duque los havía dexado de presidio en los pueblos y castillos que hasta allí
havían sido ganados, y muchos d’ellos que havían muerto de enfermedad, y otros
que havían quedado malatos. Y dos tercios de bisoños a la propia hora se
embarcaron en las galeras, porque allí eran necessarios. Y la traça de la
batalla era que se havía de dar por tres partes: la cavallería sobre la
mano derecha del enemigo, y la infantería y artillería a la frente, y por el
lado siniestro el Marqués de Sancta Cruz con su armada contra la del enemigo.
Y llegó la
cavallería a su sitio en siendo de día e hizo alto en una gran ladera, tocando
todas sus trompetas a vista de don Antonio, y tan cerca que los balaços
de su artillería alcançavan al esquadrón de nuestra cavallería, de tal
manera que la hizo desviarse un poco a un lado. Y una gran pieça que ellos
tenían, y se llamava el tiro de dio, la cargaron tanto que sobrepujava por lo
alto del esquadrón de nuestra cavallería. Andava el Prior y Sancho de Ávila de
una parte a otra dando la orden que convenía y en este derecho estava a la mano
/71/ derecha plantada nuestra artillería bien trincherada en un alto, a tiro
del contrario, y su artillería y nuestra infantería hizo alto cada tercio en su
esquadrón a las espaldas de la artillería, y encubiertos de los contrarios con
unos grandes cerros que allí havía, porque no pudiesse assestarles el
artillería de don Antonio hasta que fuesse necessario a los nuestros yrse
descubriendo. Estava el Duque junto a los tercios de Nápoles y Lombardía, y
alguna cantidad de soldados nuestros assomavan por lo alto en descubierto, por
las puntas de los esquadrónes. Y por la mano derecha tenían la marina,
en la qual estava junto el Marqués de Sancta Cruz con la armada bien a punto de
pelear. Estava don Antonio con su exército, duplicadas las trincheras y en
ellas mucha y gruessa artillería, media legua de Lisboa, con veynte y
cinco mil infantes que él tenía en campo. Y al parecer havía bulto de doblada
gente, porque havían venido de Lisboa y sus arravales y comarca a ver la batalla, y entre ellos havía número de
religiosos, los quales encendieron siempre la guerra.
Havía por delante de
las trincheras un alto repecho de peña biva muy áspera de subir, y tanto que
entendía don Antonio estar allí la fuerça de su exército, y /[71v]/ por la
parte de abaxo de las trincheras passava un río que se llama Alcántara, el qual
a la sazón no corría por ser en agosto, aunque por algunas partes
tenía balsas de agua. Y allí havía una puente que llaman de Alcántara,
en la qual havía mucho número de soldados portugueses que la guardavan,
y a la entrada d’ella tenían puestas pieças de batir. Estava con don Antonio un
Moro llamado Muley Nacer, hermano del Xarife, con setenta moros en su compañía,
los quales se havían pasado de su campo al del Rey don Sebastián en Arzila, en
la jornada de África última, a causa de estar los dos hermanos moros divisos. Y
la cavallería e infantería de don Antonio estava emboscada en unos grandes y
espessos olivares a las espaldas de su artillería, la qual era mucha y buena, y
en ella havía una pieça (de la qual hemos hecho mención) demasiadamente
gruessa, y de veynte y un pies de largo, que llaman el tiro de dio, porque le
ganaron los portugueses en Indias, en la ciudad de Dios, en una batalla que
allí tuvieron. Venía por general d’este exército don Francisco de Portugal,
Conde de Bimioso, hijo que fue del Conde don Alfonso de Portugal. Y el que
principalmente hazía cabeça en este exército era don /72/ Joan de Portugal,
obispo de la Guarda, su tío, y hermano del Conde don Alfonso. Tenía su
armada a la mano yzquierda, y por general de las galeras a un Diego López de
Sequeyra. Y de las naos y galeones, Gaspar Brito, por haver quitado este
officio a don Jorge Tubra quinze días antes de la batalla, porque tuvo
sospecha que sería a favor de su Magestad, por cuya ocasión le prendió. Y Luys
Sefar, proveedor de los almacenes, lo era de toda el armada.
Este obispo de la
Guarda andava siempre con don Antonio a su lado, y era el que hazía mayor
instancia con él para que siguiesse la guerra, la qual estando de ambas partes
en la forma que havemos contado, y por el Duque representada la batalla,
començó a jugar la artillería de don Antonio y la bala de la primera pieça cayó
de alto a baxo y acertó en medio del tercio de Nápoles, aunque estava
encubierto, y mató tres soldados y un alférez. Y otro soldado que junto
a él estava, como le vió caýdo, levantó su bandera, y este balaço hirió otros
quatro soldados. Y luego se bolvió a cerrar el esquadrón por aquella parte, y
estuvo disparando el artillería de don Antonio más de media hora primero que la
nuestra començasse, y no dejava /[72v]/ de hazer algún daño, aunque poco,
porque nuestra infantería aún no estava descubierta, más de las puntas
de los esquadrónes. Y los que d’ellos se descubrían siempre havían disparado a
pie quedo y la causa de no haver disparado en media hora nuestra artillería fue
porque toda la gente portuguesa, ansí cavallería como infantería, estava
encubierta en las emboscadas de los olivares que allí tenían. Y los que por
entonces se podían ver eran pocos, los quales como vieron que el Duque estava
quedo, hasta que ellos representassen, començaron a salir a la vista, y su
cavallería por un lado con muchas banderas se descubría en cantidad de dos mil
y quinientos cavallos, y su infantería, en número de veynte y cinco mil, salió
de las emboscadas con gran ruydo, y entonces començó nuestra artillería a jugar
bien apriessa, y la primera pieça que disparó se dixo haver dado junto a
don Antonio, que le hizo dar un bufido a su cavallo.
CAPITULO XL. DE LA SE-
gunda parte de la batalla.
/73/ Luego, nuestra infantería,
visto que los contarios havían representado, se fue descubriendo en lo alto del
río Alcántara y començaron a darles carga, y los portugueses hazían lo mismo, y
el artillería de ambas partes no cessava haciéndose siempre daño; y la
cavallería portuguesa a este tiempo baxava por unas laderas de los olivares
donde havían estado emboscados, los quales traýan cantidad de arcabuzeros de
cavallo, y escaramuçando davan su carga a nuestra infantería y luego se
bolvían a subir por donde havían baxado, y se tornavan a emboscar para
hazer otra carga, y d’esta manera peleavan sin parar, alçando grande alarido. Y
nuestra cavallería estava queda en su puesto, conforme a la orden que tenía,
que no era possible arremeter a la cavallería portuguesa por aquella parte, a
causa del alto repecho de peña biva que el río Alcántara tenía, por donde no
era possible subir cavallos ni aun infantes, sino con su gran difficultad, ansí
por la peña del río como por estar encima d’ellas las trincheras de don
Antonio, y también porque estava dada orden que quando se diesse el /[73v]/
«Sanctiago» para dar assalto la infantería al repecho y trincheras, havía de yr
nuestra cavallería dando cerco al enemigo por el costado y envestir con él por
allí. Y a este tiempo las dos armadas siempre havían disparado la una contra la
otra, haziéndose el daño que podían, aunque no llegaron por entonces a cerrar.
Y la cólera de todas partes andava ya tan encedida que todos peleavan lo que
más podían, desseando algún reconocimiento de victoria. Y como durasse la
batalla en esta forma hasta las diez del día, se dio orden por mandado del
Duque para envestir con la puente de Alcántara, donde estava el tercio
de Ytalia, el qual envistió con ella dos vezes, y ambas le dieron tanta priessa
los portugueses que le hizieron retirar. Lo qual, visto por el Prior, arrimó al
tercio con orden de su padre dos mangas de bisoños, y mándoles envestir tercera
vez, y luego ganaron la puente, y los portugueses que la defendían se retiraron
a las trincheras de don Antonio, y en aquel alcance cayeron algunos
portugueses.
Y como el Duque vio
ganada la puente mandó que los tercios diessen assalto a las trincheras de don
Antonio, y luego el tercio de Nápoles començó a subir, y los demás
ter-/74/-cios le siguieron. Y el Duque diziendo «Santiago», y «la
Magdalena», y «Arremeta la cavallería», la qual con gran furia lo hizo luego,
invocando al apóstol Sanctiago y a la Magdalena sobre mano derecha para coger a
don Antonio en medio de los nuestros, y allí cerrar. Y los tercios con grandíssimo
ánimo començaron a subir el repecho y trincheras peleando esforçadamente con
gran presteza, y los portugueses hazían lo mismo defendiéndose con mucho
cuydado. Mas como vieron los que estavan con don Antonio que se havían juntado
a ellos los suyos que havían quedado en guarda de la puente, y que la
havían perdido, desmayaron, aunque no por esso dexavan de pelear. Y
visto por ellos que con gran priessa se les dava el assalto, y que
nuestra cavallería havía arremetido con la furia possible, dando la buelta en
torno del repecho por unos baxos que sobre mano derecha estavan para cogerlos
en el medio, viéronse perdidos y no tuvieron esfuerço para aguardar a que
nuestra cavallería llegasse a darles el encuentro. Y desampararonL su artillería, la qual hasta allí nunca havía
cessado de disparar, y la nuestra lo mismo. Bolvieron la riendas y dieron en
huyda, y don Antonio con ellos, /[74v]/ malherido, siguiéndolos
toda su infantería; y los castellanos diziendo «Victoria, cierra España», les
fueron siguiendo el alcance todos a un tiempo, la cavallería por la parte que
havemos contado, y la infantería por dentro de las trincheras de don Antonio,
hiriendo y matando por todo el campo y marina, y entrando por las calles de los
arravales hasta encerrarlos en Lisboa, la qual recibió a don Antonio y a todos
los que le seguían por las puertas de Sancta Cathalina, a los lados de
las quales havía dos fuertes muros, y otros muchos por la cerca no muy
apartados los unos de los otros, y en ellos gente de pelea con pieças y arcabuzes
disparando, y por las almenas de la cerca mucha cantidad de arcabuzeros que
hazían lo mismo, para que quando llegassen los castellanos hallassen
resistencia, y entretanto fuesse entrando en la ciudad el tropel de los
portugueses que yvan desbaratados, a los quales los castellanos yvan siempre
siguiendo y derribando.
Y como los que
estavan en los muros y almenas vieron que los castellanos yvan en el alcance a
los suyos por las calles de los arravalles, y que prestro llegarían a
las puertas de la ciudad, temieron que se les entrarían por ellas y que en
vién-/75/-dose dentro harían el daño que pudiessen en los de la ciudad y la
saquearían. Y como el tropel a las puertas era tan grande de los que yvan entrando,
no sabían qué remedio tener para poder cerrarlas, porque no hubiera fuerças
humanas que lo pudieran hazer, y tomaron por remedio que los de los muros y
almenas arcabuceassen rostro a rostro a los suyos para que se detuviessen y no
entrassen en la ciudad, porque huviesse lugar de poder cerrar las puertas, que
con dejar fuera seys o siete mil portugueses al perdido remediavan la ciudad. Y
por ello usaron de este ardid, de tal manera que no solamente los arcabuceavan,
mas arrojávanles mucho número de cantos que quitavan de las almenas y
obras muertas que por lo alto de las puertas y muros havía, y este remedio les
aprovechó. De manera que aunque mataron alguna gente de los suyos, fueron parte
para que se pudiessen cerrar las puertas, y los que no pudieron entrar, como se
vieron sin remedio, acudieron a la marina a los que sabían nadar,
y arrojáronse a la mar guiando hazia su armada que cerca de allí estava, en la
qual muchos se salvaron, y otros se ahogaron antes que llegassen a ella. Y los
que no sabían nadar dieron la buel-/[75v]/-ta alrededor de la ciudad,
por el otro lado a la parte de tierra. Y los nuestros los siguieron hasta que
passaron gran trecho de la otra parte, donde derribaron muchos, y se
bolvieron, porque tenían orden de no passar adelante.
Y si no huvieran
tenido los contrarios el acogida tan cerca, sin duda les mataran mucho mayor número de gente, mas por gran
priessa que se dieron a entrar en la ciudad quedaron muertos desde su real
hasta que les dexaron de seguir el alcance más de tres mil portugueses. Y
quedaron con muchas heridas más de otros mil, de los quales los más
d’ellos murieron, unos en el campo que no les dieron lugar para passar adelante,
otros en los pueblos de la comarca y hospitales. Tardaron tres días los de la
ciudad en enterrar los muertos. Y halláronse muchas mugeres muertas por las
calles de los arravales y cerca de las puertas de la ciudad, y algunas con sus
niños en los braços muertos, que como yvan huyendo a valerse en la ciudad y era
tan grande el tropel de los portugueses, entre ellos caýan y se ahogavan sin poderse
valer, y sus criaturas con ellas, de las quales que huyeron mucho número se
salvaron en la ciudad porque tuvieron más ánimo que las otras /76/ y
hizieron más diligencia, aunque las más que bivían en los arravales se havían
recogido a la ciudad antes que se diesse la batalla. Y otras aquella misma
mañana como vieron lo que en el campo passava.
Y no se puso aquí
mayor número de los portugueses que murieron porque no parcesiesse que
el auctor se alargava, antes quiso quedar corto, supuesto que fue opinión de
muchos capitanes y soldados que havían
sido muchos más. Y en todo este rompimiento, después que huvo
reconocimiento de victoria, no se halló que muriesse nigún castellano, porque
los portuguese más atención tenían, viendo ya la batalla rota, a huyr con
ligereza, arrojando en tierra los arcabuzes, picas y cosoletes por salvar la
vida que a bolver el rostro para pelear, salvo los que de los nuestros
havían muerto en la batalla hasta que los portugueses bolvieron
las espaldas, que serían treynta, y otros tantos heridos. Y visto por el
Duque el rompimiento, y que don Antonio por haver tenido el acogida tan cerca
se le havía escapado huyendo al punto que fue desbaratado, embió a dezir a
Lisboa se rindiesse a su Magestad, y que si pensava pelear más se declarasse,
que ya él tenía la espada en la mano y no pensa-/[76v]/-va dexarla, ni el sitio
que avía ganado aquel día, hasta dar fin a lo començado.
Lo qual oýdo por el
Ayuntamiento de la ciudad, embió a dezir al Duque que ellos rendían la ciudad a
su Magestad y a su Excellencia en su nombre. Y luego levantaron en las torres y
muros gran cantidad de banderas blancas de paz, de que pesó mucho a
nuestra gente de guerra, la qual quisiera que pelearan y saquealla. Fueron a
besar las manos al Duque todos los del Ayuntamiento de la ciudad, y le
entregaron las llaves de todas las puertas d’ellas, en las quales el Duque
luego puso cuerpos de guardia con orden que no dexassen entrar a nadie de la
infantería, sino fuesse a los personages, porque no se rebolviessen con los portugueses
ni les hiziessen nigún daño. Y que toda la gente portuguesa saliesse y entrasse
libremente, y en siendo una hora de la noche se cerrassen hasta otro
día, y siempre se guardasse esta orden, y huviesse centinelas por junto a las
murallas y en las calles de los arravales hasta el día. Y como los de la armada
portuguesa vieron que Lisboa se havía rendido y levantado banderas de
paz, en esse punto las levantaron en el armada, y con todo esso no se tuvieron
por seguros, a /77/ causa de haver peleado hasta aquel punto, y fueron entrando
en esquifes y otros navichuelos y acogiéronse a la ciudad los que pudieron.
Y el Marqués de
Sancta Cruz envistió con el armada portuguesa, y entrando en ella hallola con
poca gente porque con el temor se havían retirado, y como tuviesse juntas las
dos armadas, repartió en entrambas su gente. Y luego començó la infantería a
saquear los arravales de Lisboa, y el Duque como lo entendió, dio orden que la
cavallería hiziesse alto en esquadrón, guardando el abrigo de sus estandartes
junto a los arravales en un grande olivar que allí havía, por assegurar de que
si acaso havía quedado encubierta en las emboscadas de los olivares alguna
cavallería portuguesa, saliesse de allí la nuestra a pelear con ella, y también
porque el Duque no quedasse solo, a causa de aver entrado la infantería a
saquear, y ansí estuvieron hasta las quatro de la tarde. Y a esta hora se mandó
tocar a recoger, porque la infantería saliesse del saco, y juntamente
con la cavallería tornassen atrás la buelta de Belén, donde aquel día por la
mañana havían salido a dar la batalla. Y esto se hizo porque no se atreviessen
aquella noche (si allí quedaran) a subir los /[77v]/ muros de Lisboa
para saquealla y rebolver la ciudad que estava ya rendida. Y el Duque se bolvió
a esta hora para Belén, y el exército con él, dexando la guardia que convenía
en la ciudad, hasta otro día por la mañana que se permitió a todo el exército
bolver a saquear los arravales de Lisboa por espacio de tres días, donde
huvieron el aprovechamiento que a cada qual guió su ventura.
CAPITULO XLI. CÓMO EL DU-
que mandó alojar la cavallería en los arrava-
les de Lisboa, y lo que saquea-
ron en ellos.
El día siguiente,
viernes a los veynte y seys de agosto, el Duque mandó que toda la cavallería se
alojasse en los arravales de Lisboa y la guardassen de día y de noche, ansí por
lo que convenía a la seguridad de la ciudad como para que si acudiesse alguna
gente de la tierra, sediciosa y rebelde, que pretendiesse de noche hazer daño a
los castellanos que estavan de guar-/[78]M/-dia,
peleassen con ella, y si fuesse necessario diessen arma para que nuestra
infantería, que entonces estava alojada en Belén, acudiesse. Y que
aquella noche hiziessen centinela los continos en las calles de los arravales
hasta el día, los quales se armaron y pusieron a cavallo con orden de
desbalijar y prender a los que topassen, aunque fuessen de los nuestros, y
matar a los que se resistiessen. Y ansí anduvieron toda la noche por las calles
hasta las puertas de Lisboa y por la marina, hasta que fue de día, sin haver
topado ninguna gente portuguesa, sino fueron algunos soldados castellanos que
andavan sin orden buscando algún aprovechamiento, a los quales prendieron y
entregaron a sus capitanes.
Y aquel día partió
el Duque de Belén y se fue a aposentar al arraval de Lisboa para dar
orden desde allí a la gente de guerra, y el Prior dentro en la ciudad
para determinar las cosas de justicia. Y algunos de los de nuestra cavallería e
infantería, como acabaron de saquear los arravales, començaron a correr la
tierra y saquearon las caserías, quintas y cortijos, y los pueblos de la
comarca, bien quatro leguas a la redonda de Lisboa, que lo havían bien menester
porque la gente yva gastada y aunque /[78v]/ havían saqueado el
arraval de Setúbar. Y después que huvieron desembarcado, también saquearon a
Cascaes y a Sant Gián de Hueras, fue poco el provecho que de allí huvieron,
porque lo bueno que havía ya los portugueses lo havían desviado a otros pueblos
y lo tenían escondido so tierra quando los castellanos llegavan. Y los del
arraval de Lisboa havían recogido la mejor parte de lo que tenían a los
monesterios de la ciudad. Y de lo que más hallaron fue ropa y axuares de casa,
y mercaderías pesadas como trigo, cevada, vino, azeyte, palo de la India,
brasil, y otras semejantes mercaderías. Y d’este aprovechamiento quien
huvo la mejor parte el día de la batalla fueron los que de la infantería no
tenían por principal presupuesto el honor, que los que le tenían yvan siguiendo
la victoria y por entonces sin género de codicia, y los que la tenían
dexavan de cumplir con su obligación, por executarla, entrándose en las casas a
saquear.
Y como aquel día por
la tarde se bolvió nuestra cavallería a Belén, y no tornó a Lisboa hasta el día
siguiente a tomar alojamiento, havía ya poco que saquear quando
bolvieron, porque la infantería, que havía ydo más de mañana, havía llevado lo
/79/ mejor de lo que dexaron el día antes, y ansí la cavallería se aprovechó
poco. Ansí por esta razón como porque el día de la batalla ninguno quiso salir
de orden después de la rota, aunque bien pudieran desviarse
algunos d’ellos de sus estandartes, que sin se echara de ver, porque los
olivares donde hizieron alto eran grandes y muy espessos, y quisieron
más ganar honra que provecho. Huvo nueve capitanes de infantería reformados,
los quales como no tenían gente ni cosa de obligación a qué acudir más que los
aventureros, que d’estos huvo alguna cantidad, ansí los unos como los otros se
pudieron aprovechar porque no tuvieron quien se lo impidiesse.
CAPITULO XLII. CÓMO SE
fue don Antonio haviendo perdido
la batalla.
Don Antonio se fue
desbaratado de su real huyendo a Lisboa y con él el Conde de Bimioso, su
Capitán General, y el Obispo de la Guarda, su tío, y otros muchos
cavalle-/[79v]/-ros, y un rico mercader que llamavan Duarte de Castro, el qual
era fama que havía prestado a don Antonio cantidad de dinero para ayuda de
seguir la guerra; y lo mismo havíanN
hecho los pueblos que le havían obedecido, y otro mucho número de personas
particulares, yglesias, y monesterios. Yvan delante d’ellos mucha de su
cavallería e infantería, y la demás le yva siguiendo, y como llegaron a
la puerta de Sancta Cathalina de Lisboa la hallaron abierta, y que con gran
priessa yvan entrando por ella todos los que de los suyos pudieron llegar. Y
passando don Antonio por la rua Nova, que está en el medio de la ciudad, salían
a las ventanas las mugeres dando gritos y llorando, diziéndole: «Rey don
Antonio, ¿qu’es de tu Reynado?». Y él, con mejor semblante de lo que la ocasión
requería, aunque perdida la color del rostro, les dezía dando de mano: «Paciencia
que ya todo es perdido». Y esto se entendió ser assí de soldados
portugueses que junto a él se hallaron y de los vezinos de la rua Nova que lo
vieron.
Y como passasse
adelante, mandó que fuessen a sus galeras y diessen libertad a los forçados que
en ellas havía porque no se sirviesse d’ellos el Rey de Castilla, y luego se
hizo y passó adelan-/80/-te, y llegó a la cárcel de la ciudad donde
mandó abrir las puertas, y dio libertad a más de mil presos que allí havía. Y
sin parar salió de la ciudad la vía de Santerén, que catorze leguas de allí
estava, y como llegasse dos de Lisboa a una pequeña barquilla que en un río
havía, se apeó y entró en ella, en la qual por ser tan pequeña no pudo passar
ningún cavallo. Y como llegó a la otra parte del río y se halló sin cavallo, le
subieron en un macho de albarda que el barquero tenía y en él fue media legua;
y el Obispo de la Guarda y el Conde de Bimioso, y los demás que con él yvan
a pie, le llevaron hasta llegar a un lugar que llaman Secabén, donde le
dieron un cavallo, y otros al Conde y Obispo, y siguieron la vía de Santerén,
adonde como llegaron, y se entendió de la manera que yvan, no los querían
recebir. Mas al fin lo hizieron y dieron orden como don Antonio no parasse más
allí, ni el Duque le pudiesse aver, y diéronle favor para que se pusiesse en
cobro y caminasse adelante, el qual se fue para Coymbra, donde le recibieron.
Y allí tuvo acuerdo
con el Obispo de la Guarda, que fue el que más encendió siempreO la guerra, y se halló a su lado desde el
principio de sus pretensiones, persuadiéndo-/[80v]/-le que porfiasse a
ser Rey de Portugal; y este Obispo fue principalmente el que no dio lugar a don
Antonio para que se viesse con el Duque en la mar, como tenían concertado antes
de la batalla de Lisboa, de lo qual tenemos hecha mención en el capítulo
treynta y cinco. Y aquí le pareció al Obispo y a los demás consejeros que no
era sufficiente la fuerça que tenían en Coymbra para resistir al Duque, y que
pues Coymbra los havía recebido quando a ella llegaron que lo mismo haría la
ciudad de Oporto, la qual era muy más fuerte, y que allí esperarían, y como lo
acordaron lo pusieron por obra, y desamparando a Coymbra se fueron a la
ciudad de Oporto, que está diez y ocho leguas más adelante, adonde entendieron
ser la parte en que él pudiesse estar más seguro. El qual como llegasse halló
cerradas las puertas de la ciudad, y puesta en arma no le quiso recebir, y
respondió que no conocían por su Rey a don Antonio ni al Rey de
Castilla, sino a quien d’ellos viniesse por Rey pacífico de Portugal, que aquella
ciudad no quería seguir parcialidades, y con esta respuesta se indignó don
Antonio de manera que la puso cerco y la batió quatro días con solas quatro
pieças, que no te-/81/-nía más, y con la gente que le siguió quando fue
desbaratado en la batalla de Lisboa, y con más cantidad que se le havía llegado
de los pueblos por donde havía passado, que serían por todos al parecer treze
mil hombres de pie y de cavallo, a los quales prometió el saco de la ciudad
luego que fuesse ganada.
Y ansí la entró por
fuerça de armas con mucha difficultad, y luego se apoderó en ella, y queriendo
saquearla fueron a él unos frayles de Sant Francisco de parte de la ciudad
pidiéndole que no lo hiziesse, y que se la rescatarían a dinero, al qual le
plugo de lo hazer, y por ello le dieron gran cantidad con que se rehizo en la
ciudad, ansí de gentes de pelea de aquella comarca como de las más
municiones que pudo para esperar allí a quien le siguiesse. Y como havía
prometido a su gente que les daría el saco de la ciudad y no lo cumplió, esto
fue parte para que se le fuesse la mitad de la que havía llevado, visto que les
havía quitado aquel aprovechamiento. Y es de saber que los de SanterénP (quando de allí partió don Antonio desbaratado,
para yr a Coymbra) entraron en su Ayuntamiento para dar orden en lo que les convenía
hazer acerca de su sossiego, y acordaron que no se-/[81v]/-ría bien burlarse
más con el Rey de Castilla y que bastava lo passado en haver levantado a
don Antonio por Rey primero que ningún pueblo de todo aquel reyno, y que
les convenía yr luego a dar la obediencia al Duque en nombre de su Magestad, y
entregarle la villa, y ansí lo hizieron, y lo mismo los pueblos de la
comarca. Y el Duque lo tuvo por bien y les tomó juramento.
CAPITULO XLIII. DE CÓMO JU-
ró Lisboa a su Magestad, y levantó
pendones.
A los doze de setiembre
vinieron al Duque todo el Ayuntamiento de Lisboa, y con ellos los cavalleros
hijosdalgo de la ciudad con trompetas y atabales, y subieron a la sala del
Duque, el qual como lo entendió salió luego, y cada uno d’ellos por la orden
que le tocava llegaron a besarle las manos, y recibiolos con alegre
rostro, haziéndoles mucha cortesía. Y el más preeminente d’ellos tomó la mano
en hablar, proponiendo cómo la ocasión /82/ de su venida era que Lisboa,
en nombre de todo aquel reyno como cabeça d’él, querían jurar por Rey a su
Magestad por razón de que le pertenecía de justicia el reyno por muerte del Rey
don Henrique, su tío, último posseedor, y aora Lisboa por estar certificada en
esta successión tenía por bien de hazer aquel juramento, y el Duque
respondió que le plazía de le recebir en nombre de su Magestad. Y luego, el
secretario de la Cámara de Lisboa puso en un bufete, que delante del Duque
estava, un libro con los Evangelios, y teniéndole abierto llegaron los de la
Cámara, que es el Ayuntamiento de Lisboa, por su antigüedad, y poniendo la mano
derecha en ellos dixeron al secretario que hiziesse su officio, el qual començó
a dezir en altas bozes que juravan a Dios Nuestro Señor y a las palabras
de los Evangelios que tendrían y recebían desde aquel día en adelante
para siempre jamás, y los que d’ellos viniessen por señor y Rey natural a la
Magestad del Rey don Phelipe y a sus successores, obedeciendo siempre sus
mandamientos como lo deven hazer los leales vassallos con su Rey, y ahora en
nombre de su Magestad, por estar ausente de allí su real persona, obedecerían
en su lugar hasta /[82v]/ que otra cosa les fuesse mandado al Excellentissimo
señor don Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alva, que presente estava.
A lo qual todos
respondieron: «Sí juro», y el Duque dixo que acceptava su juramento, y
les dio de parte de su Magestad muchas gracias por ello. Y haviéndose todos
despedido del Duque se bolvieron por la orden que havían venido. Y
luego, el día siguiente la Cámara de Lisboa salió de su ayuntamiento después de
mediodía acompañada de todos los nobles de la ciudad, con mucha música de
menestriles, trompetas y atabales, y fueron por las calles, las quales
estavan muy entoldadas, y llevaron tendidos delante de sí dos pendones:
el uno de damasco carmesí guarnecido de oro, por el un lado las armas de
Castilla y del otro las quinas[21] de
Portugal; éste yva más preminente. Y delante d’él yva el de la cámara de
Lisboa, el qual era de damasco blanco guarnecido de oro y del un lado
tenía las quinas1 y del otro una nao, y encima del pendón, fixado en el asta,
un cuervo de bulto, el qual trae Lisboa en su escudo de armas.
Y un cavallero
portugués llamado Antonio de Silva que le traýa, al tiempo que salieron del
Ayuntamiento después de haver sonado la /83/ música, levantó la boz y, estando
todos quitadas las gorras, dixo estas palabras: «Real, Real, Real, muy poderoso
Rey don Phelipe, Rey de Portugal» y luego sonava la música con la qual
anduvieron acompañando los pendones por muchas calles las más
principales de Lisboa, y en llegando a parte donde huviesse plaça o encrucijada
se paravan y allí se hazía la solemnidad de palabras que havemos contado, y
ansí llegaron al Castillo de la ciudad, donde en lo más alto que en él
havía pusieron el pendón colorado con las armas de Castilla y Portugal, y allí
hizieron la misma solemnidad. Y en este punto nuestra armada, que desde allí se
parecía, le hizo salva disparando con todas sus pieças y sonando sus
menestriles. Y dexándole fixo y tendido, se bolvieron con el pendón
blanco de la ciudad al Ayuntamiento donde la havían sacado, y le dexaron allí
en una ventana a la parte de afuera. Y el día siguiente, por orden del
Duque, toda nuestra infantería que estava en campaña se alojó en los arravales
de Lisboa, repartida por quarteles, en los quales se hazían cuerpos de guardia,
y de noche centinelas.
/[83v]/
CAPITULO XLIIII. CÓMO
embió el Duque gente desde Lisboa sobre Coymbra,
donde estava don Antonio.
Entendido por
el Duque cómo don Antonio, después que fue desbaratado en la batalla de
Lisboa, se havía ydo a valer en la ciudad de Coymbra, que está treynta y
cinco leguas de Lisboa, pretendiendo reforçarse allí para llevar adelante su
intento, fue necessario embiar alguna gente que le siguiesse; y a los veynte y
dos de setiembre partió Sancho de Ávila desde Lisboa para Coymbra, y con
él una compañía de hombres de armas y tres de cavallos ligeros, dos de
ginetes, quatro de arcabuceros de cavallo, el tercio de Lombardía, y cien
mosqueteros del tercio de Nápoles, quatro compañías de tudescos, el tercio de don
Rodrigo çapata, quatro pieças de
batir, mucha cantidad de municiones, quinientos gastadores. E yvan con
orden de sitialle la ciudad y batírsela con la priessa posible, antes que
cargassen las aguas del invierno. Y de aý a quatro días que esto passó,
le pareció /84/ al Duque cosa conviniente embiar a Sancho de Ávila cantidad de
dinero para pagar la gente de guerra que con él havía ydo, y hizieron al dinero
escolta los continos.
Y a los veynte y
seys de setiembre mandó el Duque subir mucha cantidad de artillería al Castillo
de Lisboa, y la pusieron en él assestada hazia todas las partes de la ciudad, y
quedaron en el castillo de presidio el tercio de Nápoles y el de don Gabriel
Niño, los quales entraron desde el arraval por la ciudad en orden, bien
armados, tendidas todas sus banderas y sonando sus caxas, disparando por
todas las calles hasta entrar en el castillo, el qual está en un alto y tiene a Lisboa sujeta, porque
está fundada alrededor d’él, en un sitio bien áspero de subir de donde señorean
la mar. Y son pocas las calles que están llanas en la ciudad, la qual tiene
treynta mil vezinos, y otros tantos los arravales. Ay en ella muchos y
sumptuosos templos y monesterios, en los quales con grandíssima curiosidad y
devoción se celebran los divinos officios. Es muy rica de tratos y
merancías, bate en ella la mar y las armadas que vienen de la India llegan a
desembarcar junto a Palacio, y allí están los almacenes reales donde
descargan todo lo que /[84v]/ viene de la India, y junto a ellos están las
armerías del Rey, donde havía en lo baxo mucha cantidad de artillería
gruessa que no havía salido de allí para esta guerra, y por lo alto muy grandes
salas de armas, de donde havía sacado el Rey don Sebastián todas las que tuvo
necessidad para la jornada de África donde se perdió, y ningunas de aquellas
bolvieron a Portugal, y don Antonio havía sacado todas las que huvo menester
para esta guerra.
Y quando el Duque se
apoderó en Lisboa, se hallaron en las armerías que havían sobrado diez y
seys mil cuerpos de armas, en que havía arneses, cosoletes, jacos de
malla[22],
coracinas, y mucha cantidad de armas offensivas: como espadas, montantes,
maças, hachas de armas, lanças, ginetas y de ristre. Y como acabassen de
assentar en el castillo el artillería, dio orden el Duque a don Joan de Cardona
que partiesse con sus veynte galeras y se fuesse al Reyno de Nápoles, el qual
partió a los treynta de setiembre. Y luego, a dos de octubre, también
partió don Alonso de Leyva con las diez galeras de Sicilia para invernar con
ellas en el gran puerto de Sancta María, y quedaron en la canal de
Lisboa las treynta y quatro galeras de España, junto con el armada /85/ que se
havía ganado a don Antonio. Y luego embió el Duque, a los veynte de octubre, de
socorro a Sancho de Ávila, ochocientos mosqueteros y arcabuzeros del
tercio de Nápoles, y quatro pieças de batir y dos culebrinas.
CAPITULO XLV. CÓMO FUE
puesta en las puertas de Lisboa una pro-
visión de su Magestad.
A los quinze de
octubre de aquel año fue puesta en las puertas de Lisboa una provisión
de su Magestad en lengua portuguesa del tenor siguiente:
«DON PHELIPE por la
gracia de Dios Rey de Portugal, de los Algarves, de Aquende, y de aliende el
mar en África, señor de Guinea, e de la conquista navegación, comercio de
Ethiopía, Arabia, Persia, e la India, &c. Hago saber a los que esta mi
carta vieren que yo soy informado cómo don Antonio, hijo no legítimo del señor
Infante don Luys, mi tío, que Dios tiene, después de escapar huyendo desbaratado
en los /[85v]/ arravales de Lisboa por el Duque de Alva, mi primo, del mi
Consejo de Estado y mi Capitán General, siguiendo su rebelión se fue a la
comarca de la Vera, con alguna gente sediciosa y rebelde que le siguió,
y otra que se ha juntado a fin de robar, anda por algunos lugares del reyno
haziendo insultos, robos y estragos, mucho contra el servicio de Dios y
mío, y con mucho escándalo y perjuyzio del pueblo.
Y queriendo en esso
proveer por todas vías possibles, puesto que para el mismo effecto tengo
embiados algunos capitanes de pie y de cavallo, he por bien y me plaze
que qualquiera persona de qualquiera calidad y condición que sea pueda
prender al dicho don Antonio, y a qualquiera que ansí lo hiziere y le diere
preso (supuesto que por sí no le prenda) he por bien de perdonar, ansí a él
como a todos los que consigo llevaren para el dicho effecto toda
y qualquier culpa que tuvieren en el mismo caso de su rebelión. Y los
restituyo, y he por restituydos a sus haziendas y officios, beneficios,
dignidades y preminencias, como si en tal caso no huvieran delinquido. Y
allende de esso, ansí a ellos como a qualesquier otros culpados no fueran en la
dicha rebelión, confirmaré qualesquier /86/ privilegios, mercedes y libertades
que tuvieren de los señores reyes mis predecessores. Y prometo, sobre mi fe y
palabra, de les hazer las más mercedes que justo fuere, conforme a la calidad
de cada uno de las personas que intervinieren en le prender o dar a
prisión, como dicho es, de manera que queden bien satisfechos del
servicio que en ello me hizieren.
E si en alguna
ciudad, villa o lugar que le ansí entregare preso, o le diere en prisión,
allende de le confirmar todos los privilegios, franquezas e libertades que
tuvieren de los dichos señores reyes, y les concederé otros de nuevo en
utilidad pública para ellos y sus descendientes. E a las personas
particulares que en esso intervinieren, haré todas las mercedes arriba
declaradas. Por ende, succediendo que en el conflito de la prisión el dicho don
Antonio sea muerto por la persona, o personas que lo pretendieren prender, he
por bien y me plaze que hayan aquellas mismas mercedes, entregándole
bivo o muerto.
Y para que venga a
noticia de todos, mande passar esta carta por mí firmada con el sello de mis
armas reales de la dicha corona de Portugal, y mando que el traslado d’ella
impresso y sellado con el dicho sello, y refrendada /[86v]/ por Nuño Álvarez
Pereyra, mi secretario, se dé tan entera fe y crédito como a esta propria. Dada
en la ciudad de Badajoz, a cinco de octubre de mil y quinientos y ochenta.
YO EL REY.
Nuño Álvarez Pereyra.»
CAPITULO XLVI. CÓMO SAN-
cho de Ávila yva marchando con [su] campo,
siguiendo a don Antonio la buel-
ta de Coymbra.
Haviendo partido
Sancho de Ávila de Lisboa, siguiendo a don Antonio, como está dicho en el
capítulo quarenta y quatro, llegó con su campo a la villa de Torres
Vedras, ocho leguas de Lisboa, la qual tenía dos mil vezinos y un castillo
fuerte. Y en llegando Sancho de Ávila le dieron la obediencia villa y castillo,
y confirmoles sus /87/ officios. Y de allí fue marchando a la ciudad de Leria,
que quinze leguas de allí estava, y como llegasse [a] una de la ciudad, hizo
alto porque no salían a darle la obediencia, y como le vieron tan cerca
salieron a dársela y entró en la ciudad, y confirmó a las justicias sus
officios; y el Marqués de Villa Real, que era alcayde de un castillo que allí
havía, le rindió luego y entregó las llaves, el qual siempre se havía declarado
por leal a su Magestad. En cuyo nombre, Sancho de Ávila le recibió
pleyto homenage, y se le bolvió, y de aý partió con el campo a Montemor Bello,
que havía siete leguas, el qual estava tan de parte de su Magestad que no
solamente se rindió luego, mas offreció de avituallar nuestro campo, y Sancho
de Ávila se lo agradeció mucho.
Y partió de allí la
buelta de la ciudad de Coymbra, que tiene cinco mil vezinos, y halló que ya era
ydo de allí don Antonio, y aunque Sancho de Ávila ya estava cerca no quisieron
salir los de Coymbra a recebirle; y en llegando la banguardia de nuestro campo
les pareció a los de la ciudad que era cosa muy acertada rendirse, y ansí lo
hizieron. Y Sancho de Ávila tomó possessión de la ciudad y castillo por su
Magestad, y mu-/[87v]/-dó todas las justicias, y puso en el castillo al alférez
Castro, del tercio de Lombardía, con sesenta soldados. Y marchó a la ciudad de
Avero, que diez leguas de allí estava, y tiene tres mil vezinos, a la
qual havía saqueado don Antonio después que fue desbaratado junto a Lisboa. Y
allí recibieron a Sancho de Ávila con grande alegría y pusieron en orden muchas
vituallas para el servicio de nuestro campo, al qual como de allí partió, se
las yvan cada día embiando a las partes donde llegava, e hizo alto dos días a
quatro leguas de allí y cinco de la ciudad de Oporto, en la villa que llaman la
Rifana de Sancta María, a los diez y siete de octubre, y se le rindió el
Castillo de Feria, que cerca de allí estava.
CAPITULO XLVII. CÓMO SAN-
cho de Ávila dava orden en que se buscassen bar-
cas para passar a Duero, después que
se huviesse ganado el bur-
go de Oporto.
Estava Sancho de
Ávila en la Rifana con mucho cuydado, porque se vía estar a cinco leguas de don
Antonio, y le fal-/88/-tavan alguas vituallas y barcas para passar a Duero,
depués que huviesse ganado a Vilanova, que es el arraval de Oporto. Y es de
saber que el río Duero va por aquella tierra muy hondo, y tan ancho a
causa de que quando allí allega se le han juntado tanto número de ríos que
sería cosa impossible hazerle puente; y de la una parte del río hazia la Rifana
está el arraval de Oporto, y del otro cabo la ciudad, por manera que el río
divide la ciudad y su arraval, y ningún remedio havía para traer barcas,
porque aunque en Avero, diez leguas de allí, las havía, no se podían
traer porque havían de venir forçosamente por tierra, y no havía carros en qué
traerlas, porque en aquella tierra nunca los huvo, ni podrían rodar a causa de
ser la tierra muy áspera.
Y don Antonio havía
mandado quemar y echar a fondo muchas barcas que havía en la orilla de la
ciudad de Oporto, y que pena de la vida ninguno passasse de la otra parte de
Duero al arraval. Y estando Sancho de Ávila por este respeto suspenso y
detenido, acordó de embiar al Capitán Serrano con treynta ginetes a un lugar
comarcano que llaman Ranela, el qual es de un Conde que dizen de
Feria, para que allí buscasse si ha-/[88v]/-vía algunas barcas, porque havía
sido informado que las solía haver. Y el Capitán Serrano, con esta orden, fue
al dicho lugar de Ranela, y quando llegó havía poco rato que era partido de
allí el Conde de Feria con cinco barcas que allí havía, en las quales yvan con
él a la ciudad de Oporto su madre y una hermana, y toda su casa, por desviarse
del daño que le pudieran hazer en ella los soldados de Sancho de Ávila; y si el
Capitán Serrano acertara a llegar antes que el Conde partiera, sin duda le
procurara quitar las barcas y llevarle preso con toda su gente. Y visto que
no havía más barcas de las que el Conde havía llevado, le fue forçoso bolverse
al campo, y también porque havía reconocido cavallería de los portugueses, que
llaman africanos, de los que estavan con don Antonio, los quales le dieron
carga como vieron que se yva retirando.
Es de saber que estos
africanos son un género de hidalgos portugueses que ganan la hidalguía
sirviendo quatro años al rey en las fronteras de África, a su costa, conforme a
una antigua costumbre que d’ello ay en aquel Reyno. Y como llegó al campo y
huvo dado cuenta a Sancho de Ávila de lo que havía acaecido, se dio otra
orden, /89/ y fue que luego bolviesse el río abaxo con diez y ocho
arcabuzeros a buscar si havía barcas, y tomando una guía partió a un lugar tres
leguas de Oporto, que llaman Carboera, porque tuvo nueva que estava allí una
barca que solía passar gente. Y como llegasse cerca de Duero puso los diez y
ocho arcabuzeros cerca de la orilla en emboscada, con orden de que si oyessen disparar un pistolete, que él
llevava escondido debaxo del braço, al punto acudiessen. Y luego él y otro
soldado se desnudaron de sus vestidos y se pusieron unos sayos de pobres y sin
camisas, con çaragüelles muy rotos, sin llevar medias calças, ni çapatos, y las
cabeças sin sombreros, se allegaron a la orilla de Duero, en frente de
donde vieron estar la barca, y con cautela, fingiendo que venían huyendo
de los castellanos, porque los havían desvalijado y tratado mal, fingiendo como
ellos fingían para con los de la barca ser portugueses, y assí hablavan su
lengua, dándoles a entender que por esta causa yvan desnudos, y ansí davan
grandes bozes a tres portugueses que estavan dentro de la barca de la otra
parte de Duero que viniessen a passarlos, porque venían en servicio del
Rey don Antonio.
Y los tres
portugueses re-/[89v]/-spondieron que no querían yr a passarlos, y el
Capitán Serrano bolvió a importunarlos, offreciéndoles por ello buena
paga, y los portugueses de la barca con la codicia del interés, y pareciéndoles
que no venían más de dos, acordaron de yr con la barca y passarlos, y como llegaron
a la orilla, en esse punto el Capitán Serrano disparó el pistolete y se entró
en la barca, y en pos d‘él se entró su compañero, y gritando: «Aquí del Rey»,
asió el Capitán Serrano de un remo, y los portugueses quisieron tomar sus
espadas, mas no les dieron lugar para ello porque el capitán dio a uno con el
remo un tan gran golpe que dio con él dentro del río. Y a este tiempo llegaron
los diez y ocho arcabuzeros que havían quedado emboscados, y tomaron la barca y
no quisieron matar a los portugueses.
CAPITULO XLVIII. CÓMO
fallecío la Reyna doña Anna señora nue-
stra en la prosecución d’esta jorna-
da estando en la ciudad
de Badajoz.
/90/ Haviendo
estado su Magestad y la reyna desde el principio de la guerra en esta jornada
en la ciudad de Badajoz, a causa de hallarse siempre cerca del exército
para dar la orden que convenía en las cosas de la guerra, fue Dios servido que
a principio del mes de octubre en el mismo año de ochenta la Reyna se sintiesse
indispuesta, y la ocasión por entonces no se sospechava ser cosa en que
pudiesse haver peligro de muerte, aunque en pocos días la fue poniendo en
aprieto una calentura, la qual se dixo haver succedido sintiéndose preñada de
pocos meses, y fue creciendo de manera que la inquietó con otros muchos
accidentes que pudieron ser parte para debilitar la naturaleza, de tal manera
que a cabo de diez y siete días plugo a la providencia divina de llevarla para
su sancto Reyno.
Esta muerte, con muy
justa causa, hizo gran lástima en todos sus Reynos, ansí por haver muerto de
muy poca edad y por el gran sentimiento que su Magestad mostró tener en
perderla, como por haver muerto en esta jornada de guerra. Y luego con el
aparato que convenía conforme a /[90v]/ su real persona, fue su cuerpo llevado
a sepultar al monesterio de San Lorenço en el EscorialQ, y su Magestad se quedó en Badajoz.
Y haviendo passado
algunos días mandó llamar a cortes en el Reyno de Portugal, y que viniessen a
ellas, a la villa de Tomar, los grandes y titulares de aquel reyno: arçobispos
y prelados, los nobles y procuradores de cortes de las ciudades. Y quando
estuvieron juntos en Tomar fue allí su Magestad, y se celebraron las cortes,
como adelante más particularmente se dirá en el Capítulo cincuenta y dos. Y no
convenía que su Magestad por entonces passasse más adelante, a causa de que
havía peste en aquel reyno. Y acabadas las cortes, acordó su Magestad de passar
adelante, tomando possessión en el Reyno con su real persona hasta entrar en
Lisboa, y aunque no havía cessado la peste en muchos pueblos d’él, no por esso
dexó de yr prosiguiendo su jornada por la parte que havía menos sospecha, y
partió luego la buelta de Santerén.
/91/
Soneto en Eco a la muerte de la Reyna.
Mucho a la Magestad sagrada agrada,
Que entienda a quien está el
cuydado dado,
Qu’es el reyno de acá prestado estado,
Pues es al fin de la jornada nada.
La silla Real por affamada amada,
El más sublime, el mas pintado hado,
Se vee en sepulchro encarcelado elado,
Su gloria al fin por desdichada echada.
El que ver quanto acá se adquiere quiere,
Y quánto la mayor ventura tura[23],
Mire que a Reyna tal sotierra tierra.
Y si el que ojos oy tuviere viere,
Pondrá (¡o mundo!) en tu locura cura,
Pues el que fía en bien de
tierra yerra.
CAPITULO XLIX. CÓMO EL
Capitán Serrano fue a buscar barcas
del otro cabo de Duero.
Haviendo el Capitán
Serrano ganado la barca (de que en el Capítulo antes d’este se hizo mención)
fue con ella del /[91v]/ otro cabo de Duero con el mayor silencio que pudo a
buscar por la ribera si havía algunas barcas para procurar ganarlas y traellas
d’esta otra parte, y fue tal su ventura que topó atrechos en la ribera algunas
casas que tenían barcas para su servicio, y fuelas recogiendo y llevando con
sus arcabuzeros el río abaxo. Y a la entrada de algunos riachuelos en Duero,
halló también algunas, que serían por todas veynte barcas, y como no
pareciessen más en toda la ribera se recogió con ellas junto a una casa,
donde se atrincheró con los diez y ocho arcabuzeros que tenía. E imbió a dar
aviso a Sancho de Ávila, y a pedirle gente para guardarlas, el qual visto lo que
passava se holgó mucho y le embió dos compañías de arcabuzeros del tercio de
Lombardía, la una era del Capitán don Claudio de Biamonte, y la otra del
Capitán Miguel Benítez, y cincuenta mosqueteros del mismo tercio, los quales
llegaron a buen tiempo adonde el Capitán Serrano estava con las barcas, y allí
estuvieron hasta que llegó Sancho de Ávila.
Y a los diez y ocho partió
el campo, y llegó a legua y media de la ciudad de Oporto, y otro día por la
mañana partió de allí en buena orden, por estar ya muy cerca de don /92/
Antonio, y entrando de golpe se apoderó en el arraval de Oporto y su castillo,
en que havía cantidad de gente de pelea, la qual en breve fue
desbaratada, y el burgo saqueado, los muertos fueron pocos. Y no consintió
Sancho de Ávila que aquel día se alojasse allí su gente, antes mandó que
estuviessen con mucho cuydado porque estavan tan cerca de don Antonio
que no havía en medio más que el río Duero, y puso cuerpos de guardia y
centinelas. Y a los veynte del mes mandó poner a punto las veynte barcas, para
que otro día siguiente por la mañana començassen a passar a Duero. Y luego a
los veynte y uno de octubre, después de
haver puesto las barcas en buena orden, amaneció a la orilla de Duero y
començó a embarcar su gente con orden de que como fuessen desembarcando
hiziessen alto de la otra parte del río, tomando los puestos mejores que
hallassen y affirmándose en ellos hasta que fuessen desembarcando más cantidad
y se pudiesse formar esquadrón.
CAPITULO L. CÓMO HAVIEN-
do desembarcado, el campo envistió con don
Antonio y le desbarató.
/[92v]/ Luego, a los
dichos veynte y uno de octubre, como huviesse passado el campo a la otra parte
de Duero, començó Sancho de Ávila a formar sus esquadrónes, e imbió al
Capitán Serrano con diez arcabuzeros a reconocer una casa y trinchera que desde
allí se parecía, y que le fuesse siguiendo de socorro el Capitán don Fernando de
Ágreda, del tercio de Lombardía, con su compañía y con cien mosqueteros
del tercio de Nápoles. Y como el Capitán Serrano llegasse con los diez
arcabuzeros cerca de la casa y trinchera de los contrarios y la huviesse
reconocido, la qual era cuerpo de guardia, y en ella y su trinchera havría cantidad
de trezientos portugueses, envistieron con ella él y don Fernando de
Ágreda con su gente, y gritando: «cierra España», dieron luego los
portugueses en huyda. Y aviéndolos seguido un poco, se bolvieron y
tomaron la casa y trinchera que havían desamparado los portugueses, en la qual
estuvieron de mampuesto[24]
aguardando a que llegasse nuestro campo. Y entretanto que esto passava,
don Rodrigo Çapata, maestre de campo, que /93/ yva con su tercio por otra
parte, reconoció cantidad de portugueses, los quales con sus pieças estavan
guardando aquel passo, y don Rodrigo envistió con ellos y con sus pieças, y en
breve rato los desbarató. Y los portugueses desamparando su artillería se
fueron retirando hasta que llegaron junto a la ciudad de Oporto, donde estava
don Antonio con toda su gente de pelea dividida en dos puestos, el uno junto
a la puerta de la ciudad, que dizen de la Oliva, y el otro en una montañuela
que cerca de allí estava.
Y don Rodrigo Çapata
puso guardia a la artillería que havía ganado, y siguió la vía por donde yva
Sancho de Ávila, el qual yva marchando con su campo hazia la parte donde
estava don Fernando de Ágreda y el Capitán Serrano, los quales estavan
aguardando en la casa y trinchera que havían ganado a que el campo llegasse, y
luego llegaron mangas de arcabuzeros y el esquadrón del tercio de Lombardía, y
por otra parte don Rodrigo Çapata. Y luego llegó Sancho de Ávila con toda la
demás gente que tenía, y allí dio orden de acometer luego a don Antonio, y
dividió su gente en dos partes: la una embió a pelear con los que guardavan
la ciudad por la puerta de /[93v]/ la Oliva, y él fue con la otra mitad a los
que estavan en la montañuela; y a un tiempo començaron todos a pelear
con sus pieças e infantería, haziéndose el daño que pudieron, aunque no
fue muy grande, porque con mucha brevedad fueron desbaratados los portugueses,
ansí los de la montaña como los de la puerta, los quales acudieron a la
ciudad, y los de la montaña por de fuera.
Y d’este successo mostraron
haverse holgado muchos vezinos de la ciudad, ansí por verla en poder de su
Magestad como por el mal tratamiento que don Antonio les havía hecho quando se
la ganó. Y como los nuestros fuessen siguiendo la victoria, ganáronles la
puerta, y los vezinos de la ciudad como lo vieron, unos gritavan diziendo
«paz», y otros arcabuzeavan a los nuestros, y otros les disparavan con algunos
cañones de los que en guarda de la ciudad tenían dentro; y los nuestros estavan
con gran determinación de saquearla, mas los capitanes se lo estorvaronR, porque ansí era orden de Sancho de
Ávila. Y luego entraron en la puerta de la Oliva los Capitanes Miguel Benítez y
don Claudio, y pusieron allí cuerpo de guardia, entretanto que llegava
Sancho de Ávila que estava en el desbarate de la montaña, /94/ el qual llegó
luego y entró en la ciudad y tomó possessión en ella, poniendo de su mano las
justicias por su Magestad, y levantando sus pendones.
Y no se halló
presente a esta discordia el Conde de Bimioso porque se havía ydo de allí
aquella mañana muy malo, y no se entendió adonde estava; y el Obispo de la
Guarda tampoco estuvo allí porque havía ydo a la ciudad de Braga, que ocho
leguas de allí estava, de donde havía socorrido a don Antonio con quatro mil
hombres, los quales havían llegado un día antes de la rota. Y según pareció,
tenía don Antonio nueve mil hombres de pelea, y los nuestros no llegavan
a quatro mil, porque nuestros alemanes havían quedado con el
artillería y en guarda de un fuerte que atrás quedava, que dizen Piedra
Salgada. Y con las vituallas de nuestro campo que junto a él estavan havía
quedado otra cantidad de arcabuzeros. Cautivaron a un hijo de don Antonio, que
se llamava don Alonso, de edad de quatorze años, y una hija que se llamava doña
Luysa, de diez y ocho, y tomarónsele algunos bienes de su casa y cinco navíos
que junto a la ciudad estavan cargados de açúcar. Y luego se rindió el
castillo que llaman de San Gián, y puso en él Sancho de /[94v]/ Ávila de
guarnición al Capitán don Luys de Ribera con su compañía. Y como los pueblos de
aquella comarca vieron que la ciudad estava ganada, vinieron a dar la
obediencia a Sancho de Ávila en nombre de su Magestad, entregándole las
llaves de los pueblos y fortalezas, todo lo qual quedó bien guarnecido.
Saqueáronse algunas casas dentro de la ciudad sin poderlo remediar, porque
algunos de nuestros soldados, que entraron de tropel siguiendo los contrarios,
tomaron algunas casas y se aprovecharon en ellas lo que pudieron, y ganáronse
algunos prisioneros. Y luego Sancho de Ávila puso cuerpos de guardia y
centinelas, y alojó toda su gente en el arraval, y nuestra cavallería corrió
por aquella parte hasta la raya de Castilla, y quedó por entonces todo
muy pacífico.
Y don Antonio no
pareció más, ni se supo que fue d’él por entonces. Lo que ay que considerar es
que los castellanos corrieron y sujetaron todo el reyno de Portugal, estando
rebelde, y le reduxeron a la obediencia de su Magestad, y de aý a pocos
días llegó correo con orden para el Duque de su Magestad, por la qual mandava
que se fuessen las galeras de Nápoles y Sicilia, y partieron como está dicho,
/95/ y la cavallería a Castilla, la qual partió de Lisboa a los veynte y nueve
de deziembre, y el mismo día se embarcó el tercio de Italia, y se fue para
Italia. Y se vendieron en Lisboa todas las mulas que movían el
artillería y pertrechos, como cosa de que ya no havía necessidad. Y parece cosa
clara que si la guerra por entonces no se tuviera por acabada, no diera su
Magestad licencia para que se fueran las galeras ni la gente de guerra.
CAPITULO LI. CÓMO SU MA-
gestad pacíficamente fue tomando possessión con su
real persona en el reyno de Portugal, haviendo prime-
ro llamado a cortes de grandes y prelados, y procura-
dores de las ciudades a la villa de Tomar,
y allí juró los fueros de aquel rey-
no, y le juraron por
Rey.
Partió su Magestad
de Badajoz a quinze de abril de ochenta y uno, y fue entrando de paz por la
raya de Portugal, y llegó a la ciudad de Hielves, donde fue recebido con palio,
y todos muy regozijados en ver /[95v]/ su Rey, aunque como yva rezién viudo
dexaron de hazer muchas alegrías. Y salieron con el Ayuntamiento los
nobles de la ciudad y toda la demás gente popular con otra mucha que de la
comarca se havía juntado para el mismo effecto. Y los que eran personas
de cuenta llegaron a besar la mano a su Magestad y fueron acompañándole
a la Yglesia, donde los ecclesiásticos vestidos con capas de choro salieron con
la cruz al recebimiento, cantando el psalmo de Te Deum laudamus. Y
haviendo su Magestad hecho oración, salió de la Yglesia y fue dando buelta por
las calles hasta palacio, donde estuvo tres días, y estos fueron por dar
contento a los de la ciudad y porque tuviessen lugar de hablarle para negociar
las cosas que les convenía. Y aunque el tiempo fue corto, no lo fueron las
mercedes que les hizo, y quando su Magestad entendió que havían acabado de
negociar, se partió a cortes para la villa de Tomar, que seys leguas de allí
estava, donde también le recibieron con palio y con la mayor solemnidad
y aplauso que fue possible por la mesma orden que havían tenido los de Hielves.
Y se aposentó en un monesterio, que es cabeça de la orden de Christo.
Y como su
Ma-/96/-gestad huviesse mandado algunos días antes dar aviso a los
grandes y señores de aquel reyno: arçobispos y perlados y a los procuradores de
cortes de las ciudades, dándoles a entender que su voluntad era de celebrar con
todos ellos las cortes de aquel reyno en la villa de Tomar, donde les
juraría sus fueros y ellos de obedecerle por su Rey, y luego que su Magestad
llegó a la dicha villa, se fueron juntando allí a las cortes como les
havía sido mandado a todos los de quien aquí hemos hecho mención.
Entró el Duque de
Bergança y el Duque de Barcelos, su hijo, y fueron a palacio. Y el día de la
junta, el Duque yva vestido de calça y jubón carmesí, con telas de oro y gorra
adereçada con pieças de piedras, y capa castellana guarnecida, espada, daga y
talabartes dorado. Y el Duque de Barcelos, su hijo, de blanco y capotillo de
raso negro a la castellana, forrado en tela de oro, y gorra adereçada, pluma
blanca, espada, daga, talabartes dorado. Ývanlos acompañando los hijos del
Conde de Tintúbar y del Comendador Mayor de Christo, y otro cavallero que se dezía
don Rodrigo Dalén Castro, todos vestidos de colores y capotillos de raso negro
forrados en telas con botones de /[96v]/ oro, gorras adereçadas con plumas de
la color del vestido. Yvan los Duques a la gineta, con ricos jaezes, y en
apeándose fueron encubertados los cavallos con telizes de differentes
colores, los quales traýan sobre los ombros dos negros en cuerpo. No huvo en
esta junta Duque de Avero, porque se perdió con el Rey don Sebastián en la
jornada de África, y no quedó hijo varón, sino una hija. Y vinieron a esta
junta los señores de título muy galanes, respeto de las pocas galas que se usan
en Portugal, y aunque pudiera dezir aquí de la manera que venían, lo dexaré por
no ser prolijo, baste por agora haver contado las galas de los Duques de Bergança
y Barcelos.
Vinieron el Marqués
de Villareal y un hijo suyo, el Conde de Castañares, el Conde de Matusinos, el
Conde de Linares, el Conde de Portalegre, el Conde de la Villigueyra.
Faltó en esta junta el Conde de Tintúbar, aunque havía venido a ella de
los primeros, y havía estado en Hielves quando estuvo allí su Magestad, y traýa
consigo dos hijos; díxose que havía estado malo por cuya causa no se halló en
la junta. Entró el Arçobispo de Lisboa bien acompañado, y con él algunos
cavalleros del hábito de Christo. El Arço-/97/-bispo de Braga, que era frayle
dominico, el Arçobispo de Évora, todos bien acompañados, el Obispo de Coymbra,
el Obispo de Portalegre, el Obispo de Leria, el Obispo Capellán Mayor del
Consejo de aquel reyno, el Obispo de Viseo, el Obispo de anillo[25],
limosnero mayor, frayle carmelita, el Obispo de Alamego, el Obispo de Miranda,
el Obispo electo del Algarve. El Obispo de Oporto havía venido de los primeros,
y diole un gran mal de que murió allí muy en breve. Entraron muchos
cavalleros de aquel reyno, officiales de los Consejos, desembargadores de la
hazienda y patrimonio real, almotacén[26]
mayor, los alcaydes de los castillos y tenencias, todos los procuradores de
cortes de aquel reyno, de los quales tuvieron el primer assiento en la junta
los de Lisboa y Évora, y los demás por su antigüedad.
CAPITULO LII. DE LA FORMA
del theatro donde se hizo la junta, y del
assiento que cada uno
tenía.
/[97v]/ Domingo en
la tarde, a diez y seys de abril de mil y quinientos y ochenta y uno, vinieron
a la junta todos los que avían sido llamados para ella, y fueron al
monesterio donde su Magestad estava aposentado. Y en lo primero d’él havía una
puerta por la qual entravan a una gran plaça, que aquel día estava bien llena
de gente, y al cabo estava puesta una balla de madera, y al un lado tenía la
entrada en guarda de la qual, y dentro de toda la balla, estavan los de la
guarda española y tudesca. Y luego havía diez gradas de piedra estante que
atravessavan de la una parte a la otra, por las quales subían todos los que
yvan a la junta, y en acabándolas de subir entravan en un gran patio
enlosado, a los lados del qual havía gran cantidad de bancos cubiertos para los
procuradores de cortes. Y desde los bancos hasta las gradas del theatro, donde
estavan los grandes y perlados, havía por cada lado seys reyes de armas[27]
con ropas de tela de plata, y en ellas escudos con las armas de Portugal
y castillos por orla, con maças de plata doradas en las manos. Y luego estavan
/98/ las gradas del theatro, el qual tenía cincuenta y seys pies de largo, y de
ancho quarenta y cinco, y por delante subían siete gradas, y en lo alto a cada
lado havía otras siete. Y en las de mano derecha estava en el primer lugar
assentado el Duque de Barcelos, y luego para los arçobispos y prelados conforme
a sus dignidades, y en las de mano yzquierda estavan los señores de título, y
en subiendo las dichas siete gradas que havía por delante estava en la punta de
mano derecha el alférez mayor de aquel reyno en pie, con un estandarte
cogido en la mano, y levantado en alto.
Y a la otra punta
de mano yzquierda del theatro estavan un notario y un rey de armas que llamavan
por su orden a todos los de la junta quando yvan a hacer el juramento. Y en la
cabecera d’este theatro estava un tablado quadrado, que subían a él con tres
gradas a la redonda, en el qual estava un rico dosel, y debaxo d’él havía una
silla cubierta con una cortina de tela de oro, y a los pies de la silla dos
almohadas de brocado. Y en una esquina d’este tablado, a la mano derecha,
estava el Duque de Bergança con un estoque[28] al
hombro, cubierta la cabeça, y a la otra esquina yzquierda un bufete con
un missal y una /[98v]/ cruz para hazer el juramento. Y abaxo d’este tablado de
tres gradas estava un secretario de la puridad que recitava en alta boz el
juramento, y en lo baxo del theatro de siete gradas a mano yzquierda havía
quatro gradas estantes de piedra, y en ellas cavalleros portugueses, señores de
vasallos y alcaydes, y otros nobles, y los frayles de aquel convento, y otros
ecclesiásticos. Y la entrada d’estas quatro gradas era una puerta, y en ella
estavan los archeros, y abaxo d’estas quatro gradas havía un tablado con música
de trompetas y atabales, y chirimías[29] y
sacabuches[30].
Y al medio del patio, donde estavan sentados los procuradores de cortes
frontero de su Magestad, havía cinco ventanas en lo alto, en las quales estavan
el Principe Cardenal don Alberto, sobrino de su Magestad, y los demás
señores y cavalleros castellanos, consegeros y secretarios, que seguían a su
Magestad, el qual salió de su aposento y fue a la junta vestido con una ropilla
algo larga, en lugar de sayo, y ropa rozagante con falda y manga de punta hasta
el suelo de brocado, y el tusón de pieças sobre los ombros por cima de la ropa,
gorra llana de rizo negro, por el luto de estar viudo desde principio de
octubre del /99/ año de mil y quinientos y ochenta; traýa camisa con
lechuguilla de cadeneta, guantes de ambar blanco, acompañado de todos los
grandes, y señores portugueses que havemos contado en el capítulo antes d’este.
E yva el duque de
Bergança delante con el estoque desnudo al ombro, como justicia mayor de
aquel reyno, y un cavallero que se llamava don Jorge de Meneses yva delante con
un guión de damasco blanco, con las quinas1 por ambas partes con castillos de
plata bordados por orla, y en lo alto un hielmo, y por remate un dragón. Y
entre ellos con un bastón de junco, el Conde de Portalegre, y delante el
portero mayor, y allí los reyes de armas. Y detrás de su Magestad yvan
los señores y cavalleros castellanos, y por esta orden se allegó al
theatro donde los perlados estavan aguardando, sentados en sus gradas, los
quales se pusieron en pie, y su Magestad se assentó, y luego fueron
todos a tomar sus lugares. Y estuvieron castellanos detrás de la persona Real:
el Conde de Buendía, don Diego de Córdova, don Rodrigo de Mendoça, don
Antonio de Toledo, don Alonso de çúñiga,
don Pedro de Velasco, don Christoval de Mora, portugués. Y su Magestad
bol-/[99v]/-vió el rostro a los perlados e hizo señal al Obispo de Leria, a
quien estava cometido que hiziesse allí un parlamento, y el obispo
passando por delante de su Magestad, con humilde acatamiento, fue a la
esquina del tablado donde estava el estandarte cogido y començó a
proponer al reyno en la forma siguiente.
CAPITULO LIII. DEL PARLA-
mento que hizo en la junta el Obispo
de Leria.
«La divina
providencia que tanto y tan grande cuydado tiene del género
humano, permitió para la reparación d’este reyno viniesse a suceder en él, por
derecho y legítima successión, el mayor monarcha y señor de todo el
mundo, Rey de tantos y tan grandes reynos, y d’este su poderoso reyno siendo
columna de la fe, amparo y defensa de la christiandad, que es el muy
alto y muy poderoso don Phelipe Rey y señor nuestro natural. El qual, con su
amoroso celo deS tan christianíssimo Rey, ha pretendido
quie-/100/-tar y pacificar este reyno, manteniéndole en justicia y verdad, como
lo hizieron los reyes sus predecessores, a quien succede por derecho y ligítima
successión por muerte del Rey Sebastián, y como hijo mayor de la
Emperatriz su madre señora nuestra, hija del rey don Manuel, y como varón mayor
y heredero más derechoT y
propinquo del Rey don Henrique, último posseedor d’este reyno.
Y para mostrar el
entrañable amor que tiene, ha querido con su real presencia hazer la
entrada en él, mostrando la largueza de su libre liberalidad, haziendo a todos
muchas y muy grandes mercedes. Y para ello ha querido juntar los pueblos,
llamándolos a esta junta y a las cortes que aquí les quiere hazer, obligándose
en este acto presente con solemne juramento que les mantendrá en
justicia y les guardará sus privilegios y costumbres, como se las guardaron y
acostumbraron guardar los reyes sus antecessores, jurando como aquí jurarán los
señores d’este reyno, perlados y cavalleros, y procuradores de cortes de los
pueblos, de que le serán tan leales, humildes y verdaderos vassallos quanto
siempre lo han sido y fueron a los reyes sus predecessores, jurándole y
teniéndole /[100v]/ por su Rey y señor natural como lo es». Y haziendo
reverencia se bolvió a su lugar.
CAPITULO LIIII. DEL JURA-
mento que hizo su Magestad, y el de los Seño-
res e perlados y procuradores
de cortes.
Luego que huvo acabado
el Obispo de Leria su razonamiento, traxo el repostero mayor un paño de tela de
oro, y con él puso a los pies de su Magestad un sitial con una almohada
de brocado, encima de la qual el capellán mayor puso un missal abierto por los
evangelios y una cruz del lignum crucis. Y los tres arçobispos salieron
de sus assientos e hincándose de rodillas delante de su Magestad le pusieron
los evangelios y cruz allí junto. Y su Magestad, quitada la gorra y haviendo
descalçado el guante derecho, puso la mano sobre los evangelios y cruz,
y el secretario Miguel de Mora dezía las palabras contenidas en el juramento
que su Magestad hazía, /101/ que eran de guardar el servicio de Dios y las
leyes, fueros y privilegios, usos y costumbres, franquezas e libertades
que los Reyes de Portugal (a quien succedía por derecho) havían tenido y
guardado, y de los amparar manteniéndoles en verdad y justicia, y defenderlos
de sus enemigos como lo deven y acostumbran hazer los Reyes naturales con los
que son sus verdaderos vassallos. Y su Magestad dixo: «Sí juro».
Y esto acabado, se
levantaron los arçobispos, y haziendo su acatamiento se bolvieron a su puesto,
y luego el repostero mayor subió al estrado y, a una esquina del tablado en que
estava, mudó el sitial en que su Magestad havía hecho el juramento, bolviendo
los evangelios y cruz a la parte de afuera por donde havían de llegar los que
yvan a jurar. Y el Duque de Bergança con el estoque al ombro passó por delante
de su Magestad y fue a donde estava puesto el sitial, e hincándose allí de
rodillas, puso la mano encima de los evangelios y cruz, donde hizo
juramento de tener, y obedecer por señor y Rey natural a la Magestad del Rey
don Phelipe, nuestro señor, y a los que d’él vinieren y succedieren en aquel
reyno. Y levantándose de allí fue a besar la mano a su Ma-/[101v]/-gestad, y
luego le echó su Magestad los braços al cuello, riéndose con él, y el Duque se
levantó y bolvió a su puesto.
Y luego el Duque de
Barcelos, su hijo, se levantó y fue por la misma orden que havía ydo su padre,
y haviéndo jurado se puso de rodillas a besar la mano a su Magestad, el qual le
abraçó; fue cerimonia que no la usó sino con los dos Duques. E luego fueron
a jurar e a besar la mano a su Magestad los Condes y Marqueses, y luego
los tres Arçobispos y los demás perlados que están referidos en el capítulo 51.
Y como llegassen a besar la mano, su Magestad no se la dio por ser sacerdotes y
echó los braços a los arçobispos, y con los demás perlados estuvo en esto algo
más escaso. Y luego juraron los officiales de su casa de aquel reyno, los del
Estado y Cámara, governadores, alcaydes, guardas mayores y otros officiales. Y
luego juraron los procuradores de cortes, siendo llamados por la antigüedad de
sus partidos de dos en dos, començando por los de Lisboa, y acabado el
juramento, el alférez mayor descogió el estandarte y le tendió.
El uno de los reyes
de armas dixo en alta boz: «Obis, obis, obis» que quiere dezir «Oyd, oyd, oyd».
Y el alférez dixo, levantando la boz, /102/ otras tres vezes: «Real, Real,
Real, por el muy alto y muy poderoso don Phelipe Rey de Portugal y señor
nuestro». Y luego sonó toda la música, y quando cessaron, baxose el
alférez las tres gradas abaxo del tablado donde su Magestad estava, y puesto en
medio del theatro bolvió a levantar la boz e dixo las mismas palabras que antes
havía dicho, y bolvió a sonar la música, y su Magestad se levantó acompañado
d’esta corte, llevando delante tendido el estandarte. Y el Duque de Bergança
con el estoque, como havía estado siempre; y junto a una puerta en el
monesterio tenían puesto un sitial de tela de oro, adonde salieron a recebir a
su Magestad doze prelados de Pontifical, cantando Te Deum laudamus, y
respondía la capilla real a versos en canto de órgano. Y su Magestad les quitó
la gorra e yendo en pos d’ellos en prucissión entró en la capilla del
monesterio e hizo oración, y de allí se fue a su aposento, donde estuvo
hablando con aquellos señores y cavalleros, haziéndoles mucha merced.
Y como desde aý en
adelante se fuessen continuando las cortes, les concedió en ellas perdón
general de la rebelión que algunos pueblos y personas particulares de aquel
reyno havían tenido /[102v]/ en el levantamiento de don Antonio, exceptando
algunas personas que por haver sido caudillos no gozan d’él.
CAPITULO LV. DEL PERDÓN
general que su Magestad concedió en las Cortes
de Tomar al reyno de Portugal,
después que fue jurado
por Rey.
«Don Phelipe, por la
gracia de Dios Rey de Portugal e de los Algarves, de Aquende y de Allende el
mar en África, señor de Guinea e de la conquista navegación, comercio de
Ethiopía, Arabia, Persia e la India, &c. A los que la presente carta
de perdón vieren, hago saber que siendo yo el verdadero Rey, y ligítimo
successor d’estos reynos y señoríos de la corona de Portugal, por fallecimiento
del señor Rey don Henrique, mi tío, que Dios tiene, por d’él no haver quedado descendientes y yo ser
el varón ligítimo mayor en edad que tenía y dexó al tiempo de su /103/ muerte,
y viniendo a tomar possessión de los dichos reynos y señoríos para los regir y
governar y proveer en todo aquello que al bien común d’ellos convenía conforme
a mi obligación.
Don Antonio, Prior
de Ocrato, hijo no ligítimo del infante don Luys, mi tío, que Sancta gloria
haya, no teniendo derecho alguno en la succesión, antes siendo él
notoriamente incapaz, a juntado a sí algunos hombres sediciosos de su
parcialidad, y se hizo levantar en la villa de Sanctaren, usurpando
tyránicamente el nombre de Rey. Haziéndose llamar y levantar por Rey, teniendo
tales modos con que algunas ciudades, villas y lugares d’estos reynos tomaron
su boz, y muchas personas de differentes qualidades le sirvieron y acompañaron,
dándole consejo y ayuda y favor en su levantamiento y tyranía, en muy grande
perjuyzio de mi servicio.
Y siendo contra la
sentencia que el dicho señor Rey mi tío dio y mandó publicar en su corte e
todos estos reynos, por la qual los desnaturalizó y huvo por desnaturalizados
d’ellos, privándolos de todas las honras, preminencias, privilegios e verdades,
gracias e mercedes, porque tenía mandado que persona alguna no le
siguiesse, favo-/[103v]/-reciesse ni acompañasse, so las penas en la dicha
sentencia declaradas, como en ella más largamente se contiene. Con el
qual levantamiento, favor e ayuda que se le dio, se perturbó e
inquietó la paz y sossiego d’este reyno, e dio causa a tantas muertes y
robos, e insultos e otros excessos que se cometieron como es notorio. Por lo
qual me fue necessario para tomar la dicha possessión, e cumplir con mi
obligación, y para remediar los dichos males y librar mis vassallos que estavan
tyranizados y oprimidos con tantas vexaciones y trabajos, entrar en estos
reynos con mano armada, de que se siguieron otros daños que la guerra
trae consigo, de que tengo el dolor y sentimiento que es razón.
Y puesto que assí
las dichas ciudades, villas y lugares, que la boz del dicho don Antoni tomaron,
como las personas que le siguieron y ayudaron y favorecieron en su
levantamiento y tyranía sean dignas de tan graves penas en las vidas, honras y
haziendas, como tan grandes culpas merecen, haviendo respecto a los grandes
trabajos que estos mis reynos de algunos años a esta parte tienen
padecido, y al mucho amor que a mis vassallos tengo, e la lealtad y fidelidad
con que espero siempre me servirán, /104/ y al Príncipe mío sobre todos, muy
amado hijo, y a los reyes mis successores, y con el que siempre sirvieron a los
mis antepassados reyes. Haviendo también respecto que la mayor parte de
los que siguieron a don Antonio fueron forçados y oprimidos, con miedo que los
matassen, robassen y saqueassen sus casas, inducidos con fingimientos e falsas
razones. Inclinándome más a piedad que los reyes deven tener y usar, que al
grave castigo que el caso merecía, usando de mi natural clemencia de mi propio
motu, e cierta sciencia, poder real absoluto, de que en esta parte quiero usar,
y uso como Rey y señor natural soberano, e que en lo temporal no reconozco
superior.
Por esta presente
carta perdono, y he por perdonado, a todas las dichas ciudades, villas y
lugares que la voz del dicho don Antonio tomaron, y a todas las personas
de qualquier condición y calidad que sean, ansí seglares como
ecclesiásticas, religiosas naturales d’estos reynos, debaxo la intención con
que le siguieron y acompañaron y aconsejaron, o en su favor tomaron armas, o
por qualquiera otra vía le dieron favor o ayuda hasta el día de la data d’esta
presente carta, y no más. E les remito, y he /[104v]/ por remitidas, todas las
penas civiles y criminales en que por el dicho caso por derecho las dichas
ciudades, villas y lugares, y las dichas personas incurrieron, puesto que sean
condenadas por sentencia, no teniendo parte que las accuse, ni
demande. E que puedan usar de sus honras, fueros, privilegios y
libertades, y he por bien que las dichas personas sean restituydas en sus
bienes y haziendas, que por los dichos casos les son tomadas y embargadas y
secrestadas, y sean pagados de los juros y tenencias que tuvieren comprados de
mi hazienda, que por razón de las dichas culpas hasta agora no les han
sido pagados.
E quanto a los
officios que les fueron quitados, en que otras personas fueron proveýdas, me
podrán requerir para en esso proveer, como me pareciere bien. Y he por bien que
los officiales de la justicia de la hazienda, y otras qualesquier personas que
del dicho don Antonio acceptaron officios, cargos o otras mercedes, o hábito de
qualquier de las Órdenes, aunque gozen d’este perdón no sirvan los tales
officios, ni cargos que de antes tenían, puesto que agora los estén sirviendo,
ni puedan ser proveýdos de otros algunos sin mi particular licencia y
merced, ni go-/105/-zen de las dichas honras e mercedes o hábitos, so pena de
proceder contra ellos, como fuere justicia.
Y declaro que no es
mi intención por la generalidad d’este perdón, ni por qualesquier cláusulas
d’él, perjudicar al derecho de las partes damnificadas, no offendidas, porque
podrán requerir su justicia sobre los daños y pérdidas que recibieron, e
injurias que les fueron hechas civil y criminalmente contra qualesquier
personas particulares que pretendieren tener, de qualquiera calidad y condición
que sean, aunque sean officiales de la justicia y de la hazienda de los
que en aquel tiempo andavan en la compañía de don Antonio, o executavan
sus mandamientos, lo qual mandaré hazer con toda brevedad. Y no es mi intinción
perdonar ni remitir lo que se tomó de mi hazienda, que luego se dé orden con
que se cobre, y haya todo de las personas que lo tuvieren y en ello fueren
culpadas, por lo qual mando al regidor de la Casa de Suplicación y al regidor
de la Casa de lo Civil, y a todos los mis desembargadores, corregidores,
oydores, juezes, justicias e officiales, a cuyo conocimiento perteneciere, que
ansí lo cumplan y guarden, e hagan enteramente cumplir y guardar, como
en /[105v]/ esta mi carta de perdón se contiene.
E que los que
están presos por estos casos sean sueltos, no estando por otra cosa
presos, y más no se proceda contra ellos, no teniendo parte que les
accuse ni demande, ni siendo de las personas exceptadas d’este perdón. E mando
que no se vaya más adelante por las deudas que sobre este caso se
mandaron perdonar, ni por ellas sean presos los culpados ni se proceda
contra ellos, no siendo de los exceptados que d’este perdón no gozan.
Entiéndese que por
agora no han de gozar d’este perdón el dicho don Antonio y algunas personas de
las que siguieron su levantamiento, y fueron en él notablemente
culpados.»
Los nombres de los
quales pudiera el auctor poner aquí, y pareciole bien dexarlo para los
cronistasU de su Magestad.
CAPITULO LVI. DE LA EN-
trada que hizo su Magestad en Santerén, y
después en Villafranca, y
Almada.
/106/ Haviendo su
Magestad acabado las cortes en la villa de Tomar quiso yr a Santerén, que está
catorze leguas antes de Lisboa. Tiene cantidad de más de siete mil
vezinos, y entró en ella a dos de junio de ochenta y uno, donde le tenían
aparejado solemne recebimiento, con invenciones y danças. Y entró por el
arraval llevando a su lado al Príncipe Cardenal don Alberto, su sobrino, y ansí
llegó hasta la villa, donde a la puerta le recibieron con palio de brocado,
debaxo del qual entró por las calles, llevando las varas de los regidores. Y
llegando a la plaça se paró a oýr a un sacerdote que llamavan el Prior, el qual
de parte de aquella villa le dio la norabuena de su venida, y luego passó
adelante atravessando la villa hasta que llegó a palacio.
Y el domingo
siguiente salió a missa a una Yglesia que dizen El Milagro, y a la tarde huvo
toros y juego de cañas. Y el día siguiente se partió a una casa de plazer, que
los reyes de Portugal tienen junto a la villa de Almerín, donde se holgó con la
gran recreación que allí havía. Y de aý partió y fue a Villafranca, que está
cinco le-/[106v]/-guas de Lisboa, y allí mandó al Marqués de Santa Cruz
que luego fuesse por las galeras de España, que estavan junto a Lisboa, para
embarcarse la buelta de Almada a los diez de junio. Y bolvió el Marqués a
Villafranca con las galeras y llegó a mediodía haziendo su entrada con
música, tendidos los pendones y gallardetes, con gran salva a su Magestad, que
lo estava mirando desde las ventanas de palacio. Y hecha esta entrada, salió el
Marqués de Santa Cruz a tierra, donde estavan aguardando muchos cavalleros
castellanos, y fueron con él adonde estava su Magestad, que con su venida se
holgó y le dixo que havía sido muy buena entrada y que el día siguiente quería
embarcarse a buena hora, para poder llegar sobre Lisboa a tiempo que pudiesse
costear su ribera y desembarcar en Almada antes que anocheciesse. Y el Marqués
repondió que por passar los baxos que allí havía con mar llena convenía
embarcarse a las diez de la mañana y comer en galera, y su Magestad le mandó
que la misma hora de las diez le tuviesse aparejada galera que se quería
embarcar y comer en ella.
Y el día siguiente,
a los catorze de junio, su Magestad se levantó de mañana y fue a oýr /107/
missa a un Monesterio de descalços, y desde allí a embarcarse donde estava
aguardando el Marqués de Santa Cruz con las galeras. Y en llegando su Magestad
entró en un rico vergantín, que la ciudad de Lisboa le havía embiado, y fue en
él hasta entrar en la galera capitana, y en estando en ella fue saludado trez
vezes con trompetas, y luego sonaron los menestriles y se hizo una gran
salva con toda el artillería, y su Magestad, dando a entender que aquellas
cosas le davan gusto, mandó tocar a leva. Y començando a navegar la Capitana
con mucha música y gran regozijo, la siguieron las demás. Y como
huviessen passado con mar llena todos los baxos en la parte por donde el
Marqués havía dicho que surgiría, preguntó a su Magestad si quería que diessen
allí fondo para comer, y respondió que más quería comer navegando. Y luego el
Marqués y los de la cámara llevaron la comida. Y como llegasse su Magestad a
vista de más de duzientas naves que estavan en la canal de Lisboa, dio orden el
Marqués que se les hiciesse cierta seña, que antes les tenía dada, para que en
viéndola hiziessen salva a su Magestad, y luego fue hecha con todas
pieças, y al mismo tiempo hizo tam-/[107v]/-bién su salva don Francés de
Álaba con el artillería que tenía por tierra en la ribera de Lisboa, de la otra
parte de la canal.
Y su Magestad yva
costeando por la ribera mirando a Lisboa, y el Marqués y don Antonio de Castro,
señor de Cascaes, le yvan diziendo las particularidades que desde allí se
devisavan en la ciudad, hasta que llegó a la boca del río Alcántara donde le
mostraron el sitio en que se dio la batalla a don Antonio, y particularmente
dónde tuvo sus esquadrónes, artillería y armada, y también el sitio en
que estuvo el Duque de Alva dándole la batalla, y la parte por donde fue rota y
de donde havía envestido el Marqués de Santa Cruz aquel día contra el armada de
don Antonio, y otras muchas particularidades con que su Magestad recibió gran
gusto. Y haviéndolo visto le dixo el Marqués que ya era hora de tornar la
buelta de Almada, y su Magestad le mandó que lo hiziesse, y allegó a dar fondo
a puesta de sol, donde su Magestad desembarcó y tomó cavallo hasta que
entró en el Castillo de Almada, que está d’esta parte en la ribera de la canal
de Lisboa, dos millas en medio de travesía. Y el Marqués se bolvió en galera,
retirándose para hazer luminarias /[108]V/y
disparar el artillería. Y luego que anocheció levantó Lisboa grandes fuegos y
luminarias, que parecía desde el Castillo de Almada quemarse la ciudad, de que
su Magestad que lo estava mirando tuvo gran regozijo, y el Marqués bolvió con
las galeras delante de palacio a tiempo que su Magestad havía acabado de cenar,
y como era de noche parecían muy bien con la gran claridad
que traýan de luminarias, ansí en popa como en proa, bandas y entenas, y los
forçados con hachas encendidas y gran ruydo, ansí de menestriles como de
la gente de galera, que parecían gallardamente, y como huviessen llegado debaxo
de la ventana en que su Magestad
estava, hizieron gran salva
con todas pieças. Y estuvo en aquel castillo su Magestad catorze
días despachando negocios con la gente portuguesa, que desde Lisboa passava
estrecho de la canal, entretanto que Lisboa acabasse de aparejar algunas cosas
que faltavan para la solemnidad y entrada que su Magestad havía de hazer
en ella.
/[108v]/
CAPITULO LVII. DE LA EN-
trada que su Magestad hizo en Lisboa, y en
qué tiempo bolvió a Castilla, después de
haver hecho que jurassen al
Príncipe don Phelipe
señor nuestro.
En veynte y nueve de
junio, día de San Pedro, embarcó su Magestad en Almada, haciéndole salva
las galeras y todos los demás navíos que estavan en la otra orilla dos millas
de travessía, donde desembarcó en la ribera de Lisboa junto a la ciudad, y allí
todas las naves luego hizieron otra gran salva, y repondíales el Castillo de
Lisboa con muchas pieças, y también disparava toda la infantería que en él
havía, estando por lo alto tendidas todas las banderas que tenían. Y a
este tiempo don Francés de Álaba, general de la artillería, la tenía junto a la
marina disparando con todas pieças, y esto duró gran rato, de tal manera
que si como era en regozijo fuera guerra, pareciera que se assolava la
ciudad.
Y allí junto tenían
los mercaderes de /109/ Flandes y Alemaña un sumptuoso arco en que havía muchas
historias y versos, y en lo más alto la figura de su Magestad de bulto, armado
con una espada en la mano, y a su lado derecho estava una figura de
cavallero de bulto con el mundo en las manos, entregándole a su Magestad. Y al
otro lado le estava entregando la mar el Dios Neptuno con mucha música de
bozes, y a la entrada d’este arco salió la cámara de Lisboa acompañada de toda
la nobleza que allí se avía juntado a recebir a su Magestad, donde le
entregaron las llaves de la ciudad, y su Magestad con alegre rostro las
recibió, y se las bolvió luego agradeciéndoselo, y allí le recibieron con
palio, donde llegaron todos a besarle la mano. Y don Antonio de Castro, señor
de Cascaes, servía de nombrar los que llegavan. Y su Magestad los hablava mostrándoles
mucho amor, de que todos quedaron muy regozijados.
Y desde aý llegó a
las puertas de la ciudad, donde havía dos grandes arcos y en ellos muchas y
buenas invenciones, y ansí a trechos havía otros muchos arcos bien
costosos con muchas figuras de bulto y pintura, significando cosas muy
notables, las quales passarán aquí en silencio por evitar proli-/[109v]/-xidad.
Y como llegasse su Magestad a la Yglesia mayor le salió a recebir el arçobispo
de Lisboa, bien acompañado de obispos y de otros muchos ecclesiásticos, vestido
de pontifical con una cruz de oro en las manos en que havía grandes
reliquias, a la qual su Magestad se humilló, y entró en la yglesia donde hizo
oración. Y fue de allí a palacio por la rua Nova, en la qual havía gran
regozijo con muchas invenciones, cánticos y danças, y lo mismo havía por las
demás calles y plaças por donde su Magestad passava, las quales todas estavan
ricamente entoldadas. Y en estas cosas se detuvo hasta las siete de la tarde en
llegar a palacio, y allí estuvo bien regozijado con todos los señores y
cavalleros portugueses que havían acompañado su real persona. Y estuvo en
aquella ciudad entendiendo en la gobernación del reyno donde hizo merced y
digna satisfación a costa de su real patrimonio a todos los portugueses de los
daños que durante la guerra y después d’ella se les havían recrecido, y
honrándolos con officios, hábitos y encomiendas, hasta que bolvió a Castilla en
fin de março de ochenta y tres, haviéndo primero hecho jurar en Lisboa, en
primero de he-/110/-brero[sic] de aquel año, por Príncipe y universal heredero
de aquel reyno a su único hijo varón, el Príncipe don Phelipe señor nuestro,
que a la sazón era de edad de cinco años, el qual succedió por muerte del
Príncipe don Diego.
Y si algunas cosas
más de las en este volumen referidas han succedido, o succedieren en el reyno
de Portugal y sus señoríos, el auctor se offrece a escrivirlas por segunda
parte d’este libro.
Soli Deo honor, & gloria.
Antonio de Escobar.
/[110v]/ Para los que la presente
historia leyeren puedan más facilmente hallar lo que quisieren buscar, pónese
aquí tabla de todo lo en ella contenido por el número de los capítulos.
Capítulo j. Del fundamento que tuvo la guerra y las cantidades que formaron el exército. Fol. I.
Cap. ij. De cómo fue su Magestad
y la Reyna al campo de Cantillana para ver entrar el exército. 3.
Cap. iij. Cómo don Antonio fue
levantado por Rey, y qué pueblos le obedecieron.
5.
Cap. iiij. Cómo su Magestad
començó a hazer trato con los de Hielves, primera ciudad de Portugal, y
se rindieron. 7.
Cap. 5. Cómo don Álvaro de Luna
y Sancho de Ávila ganaron a Villaviciosa y Villa Buyn. 8.
Cap. 6. Cómo se levantó
el real para yr a Estremoz, y de la representación de batalla que hizo. 10.
Cap. 7. Cómo partió el exército
desde Estremoz la vía de Évora, y porque se entendió havía en ella
peste, guiaron a Montemor Novo. 13.
Cap. 8. Cómo llegó el exército a
Montemor Novo, y de lo que allí acaeció. 16.
Cap. 9. Cómo fue marchando el exército
desde Montemor Novo la vía de Setúbar.
17.
Cap. 10. Cómo llegó el exército
a Setúbar, y la puso cerco. 19.
Cap. 11. Cómo se embarcó para
Lisboa la gente que ha-/[111]/-vía dexado en guarnición de
Setúbar don Antonio, y se rindió la villa. 22.
Cap. 12. Cómo se dexó de dar
batería al Castillo de Palmeda por darla al de Otán.
24.
Cap. 13. Cómo partió el Marqués
de Santa Cruz con el armada desde Cádiz para Setúbar, adonde le estava
esperando el Duque para embarcarse, y de cómo a la venida ganó el Algarve de
Portugal. 26.
Cap. 14. Cómo se fue acercando
el armada a tiro del Castillo de Otán, donde se avía descubierto, viniendo
del Algarve. 27.
Cap. 15. Cómo prosiguió la
batería, y se rindió el Castillo de Otán. 28.
Cap. 16. Cómo juró Palmeda a su
Magestad, y de una cavalgada que fue a los negros, que don Antonio tenía
haziendo vizcocho. 30.
Cap. 17. Cómo embarcó el Duque
con el exército en Setúbar para Cascaes. 31.
Cap. 18. Cómo el armada tuvo
tormenta, y passó delante de Cascaes, por el mucho reparo que allí havía. 33.
Cap. 19. Cómo el artillería de
nuestras galeras hizo retirar de la marina a don Diego de Meneses para que los
nuestros desembarcassen. 35.
Cap. 20. Cómo acabó de
desembarcar nuestro exército, y passó a Cascaes. 37.
Cap. 21. Cómo salieron de
Cascaes Sancho de Ávila y los continos a una cavalgada de portugueses. 38.
Cap. 22. Cómo Henrique Pereyra
de la Cerda no quiso entregar el Castillo de Cascaes, y le batieron. 40.
/[111v]/
Cap. 23. Cómo embió don Antonio
refresco al Castillo de Cascaes, y se dieron la villa de Cintra y Colares. 42.
Cap. 24. Cómo ahorcaron a
Henrique Pereyra de la Cerda y degollaron a don Diego de Meneses. 43.
Cap. 25. Cómo bolvieron las
galeras a Setúbar por más artillería y municiones. 45.
Cap. 26. Cómo salió a correr la
tierra Sancho de Ávila, y mataron el cavallo a don Sancho de Luna. 46.
Cap. 27. Cómo partió el real
desde Cascaes hasta Sant Gián de Hueras. 47.
Cap. 28. Cómo se plantó nuestra
artillería y començó a batir el Castillo de Sant Gián, y una escaramuça de los
continos. 49.
Cap. 29. Cómo prosiguió la
batería en el castillo de Sant Gián, y de las centinelas perdidas que hazía la
cavallería. 51.
Cap. 30. Cómo se rindió el
Castillo de Sant Gián de Hueras. 53.
Cap. 31. Cómo entró el Prior en
el Castillo de San Gián y puso en libertad la gente que en él havía. 55.
Cap. 32. Cómo nuestra armada
entró por la barra de Sant Miguel. 56.
Cap. 33. Cómo salieron los
ginetes a correr la tierra, y de una escaramuça que tuvo el Capitán Heredia. 57.
Cap. 34. Cómo embió don
Antonio embaxada al Duque, y se embarcaron los hombres de armas que havían
quedado en Setúbar. 58.
Cap. 35. Cómo el Duque estuvo
una noche en la mar, aguardando a don Antonio sobre concierto, y no fue. 60.
Cap. 36. Cómo salió el Duque a
buscar a don Antonio a la /[112]/ campaña por donde andava. 62.
Cap. 37. Cómo se ganó la torre
de Belén. 64.
Cap. 38. Cómo se rindieron
algunos pueblos, y la dispusición del monesterio y torre de Belén. 66.
BATALLA.
Cap. 39. Cómo se dio la batalla
a don Antonio media legua antes de Lisboa. 69.
Cap. 40. De la segunda parte de
la batalla. 72.
Cap. 41. Cómo el Duque mandó
alojar la cavallería en los arravales de Lisboa, y de lo que saquearon en
ellos. 77.
Cap. 42. Cómo se fue don Antonio
haviendo perdido la batalla. 79.
Cap. 43. Cómo juró Lisboa a su
Magestad, y levantó pendones. 81.
Cap. 44. Cómo embió el Duque
gente desde Lisboa sobre Coymbra adonde estava don Antonio. 83.
Cap. 45. Cómo fue puesta en las
puertas de Lisboa una provisión de su Magestad.
85.
Cap. 46. Cómo Sancho de Ávila
yva marchando con campo siguiendo a don Antonio la buelta de Coymbra. 86.
Cap. 47. Cómo Sancho de Ávila
dava orden en que se buscassen barcas para passar a Duero, después que se huviesse
ganado el burgo de Oporto.
Cap. 48. Cómo falleció la Reyna
doña Anna señora nuestra, en la prosecución d’esta jornada, estando en la
ciudad de Badajoz. 89.
Cap. 49. Cómo el Capitán Serrano
fue a buscar barcas del otro cabo de Duero. 91.
/[112v]/
Cap. 50. Cómo haviendo
desembarcado el campo, envistió con don Antonio, y le desbarató. 92.
Cap. 51. Cómo su Magestad
pacíficamente fue tomando possessión con su real persona en el reyno de
Portugal, haviendo primero llamado a cortes de grandes y perlados, y
procuradores de cortes de las ciudades, a la villa de Tomar, y allí juró los
fueros de aquel reyno, y le juraron por Rey. 95.
Cap. 52. De la forma que tenía
el theatro donde se hizo la junta, y del assiento que cada uno tenía. 97.
Cap. 53. Del parlamento que hizo
en la junta el Obispo de Leria. 99.
Cap. 54. Del juramento que hizo
su Magestad, y el de los señores y perlados y procuradores de cortes. 100.
Cap. 55. Del perdón general que
su Magestad concedió en las cortes de Tomar al reyno de Portugal después que
fue jurado por Rey. 102.
Cap. 56. De la entrada que hizo
su Magestad en Santerén, y después en Villafranca y Almada. 106.
Cap. 57. De la entrada que su
Magestad hizo en la ciudad de Lisboa, y en qué tiempo bolvió a Castilla,
después de haver hecho que jurassen al Príncipe don Phelipe su hijo, y señor
nuestro. 108.
Impressa
en Valencia, en casa de la viuda de Pedro
de
Huete, en la plaça de la yerva.
Año
M.D.Lxxxvj.
A La [t] final de “tot”es ilegible
[1] Dicho de la tropa o de un soldado: nuevo ( principiante).
[2] Pieza de batir: antigua boca de fuego que servía para embestir murallas y otros lugares fuertes.
[3] Piezas de artillería, largas y de poco calibre.
[4] Piezas de artillería, que eran el cuarto de culebrina y tiraban balas de cuatro a seis libras.
[5] Piezas de artillería pequeñas, algo mayores que el falconete.
[6] Soldados que se aplicaban a los trabajos de abrir trincheras y otros semejantes, o bien a franquear el paso en las marchas, para lo cual llevan palas, hachas y picos.
[7] Embarcaciones pequeñas, que suelen tener cubierta y dos palos para velas.
[8] Dehesa: Tierra generalmente acotada y por lo común destinada a pastos.
B en el texto el folio está numerado como 9
C faltan los folios 10 y 10v (que corresponden a las páginas B2r y B2v), donde empieza el capítulo VI
[9] Música ligera, generalmente de gusto popular. Baile portugués de gran ruido, que se bailaba entre muchas personas. O bien tañido y mudanza de un baile español, que solía bailar alguien solo con castañuelas.
D faltan los folios 15 y 15v (que corresponden a las páginas B7r y B7v), donde acaba el capítulo VII
[10] Arte de montar a caballo que, según la escuela de este nombre, consiste en llevar los estribos cortos y las piernas dobladas, pero en posición vertical desde la rodilla.
[11] Poner bardas (vallados).
E en el texto “freyles”
[12] Instrumento de viento.
[13] Palo de proa, en las embarcaciones que tienen más de uno.
[14] Espacio de popa a proa en medio de la cubierta del buque.
F en el texto “veyente”
G en el texto “ducientos”. Doscientos aparece en el texto indistintamente como “duzientos” o “dozientos”, siempre con “z”, ésta es la única ocasión en que aparece escrito con “c”.
[15] Especie de espada ancha, corta y corva, que tiene corte sólo por un lado.
[16] Enteramente y en redondo.
[17] Azufre
H en el texto “Pertuguesa”
[18] Haz de ramas delgadas muy apretadas que usaban los ingenieros militares especialmente para revestimientos. También las había para coronar, incendiar, etc.
[19] Gansos
I en el texto “tuvierron”
[20] Aparejos y cabos de un buque.
J en el texto “piremide”
K “dondo” en el texto
L en el texto “desamparando”
M en el texto este folio aparece con el número 79, igual que el folio siguiente.
N en el texto “havien”
O en el texto “simpre”
P en el texto “Santaren”
[21] Armas de Portugal, que son cinco escudos azules puestos en cruz, y en cada escudo cinco dineros en aspa.
[22] Cotas de malla de manga corta, que no pasaban de la cintura.
Q en el texto “Escurial”
[23] Del verbo turar, que significa durar.
[24] Desde un parapeto, a cubierto.
R en el texto “estarvaron”
[25] Prelado sin jurisdicción propia, con título in pártibus, que se nombra algunas veces para que ayude en sus funciones a algún obispo o arzobispo.
[26] Mayordomo de la hacienda del rey.
[27] Caballeros que en las cortes de la Edad Media tenían el cargo de transmitir mensajes de importancia, ordenar las grandes ceremonias y llevar los registros de la nobleza de la nación.
[28] Espada estrecha, que por lo regular suele ser más larga de lo normal, y con la cual solo se puede herir de punta.
[29] Instrumento musical de viento, hecho de madera, a modo de clarinete, de unos siete decímetros de largo, con diez agujeros y boquilla con lengüeta de caña.
[30] Instrumento musical metálico, a modo de trompeta, que se alarga y acorta recogiéndose en sí mismo, para que haga la diferencia de voces que pide la música.
S en el texto “de”está repetido
T en el texto “drecho”
U en el texto “coronistas”
V en el texto este folio aparece con el número 103