/[Ai v]/

      Introito

 

Doy al diabro a q[ui]en me ha puesto
en este encombro y error;
yo no se hablar más que cesto (1)
y han me echo embaxador.
Pero quiero ensayarme aquí primero
cómo haré la rebelencia,
no piensen soy majadero
que no tengo sofecencia (2).
¡He, esperá!
Esta pierna puesta allá.
No stá bien; si stá, pardios;
no stá; si stá. Arre aquá,
ahun me cayga mala tos.
¡Pese al cielo!
La punta ha de star al suelo,
¿qué diabros hazia yo?
No ha destar son cara el cielo,
aosadas otra le dio.
Bien fue agora.
¡Sus, yo me aburro en bonora!
¡O, cómo la arma tan bien!
Qu'os guarde Muestra Segñora
de daros salud, amén.
Por San Pego
que, aunque no so pallaciego
bien me se entiende de todo;
no es todo star tras el huego,
ni alçar con la taça el codo.
Sí, a la, he,
pues si todo lo que sé
os mostrasse aquá dehuera,
juriamí que apostaré
que pensáys que soy quinquiera.
¡Boto al cielo!
que no estiman en ung pelo
estos hidalgos pelados
sono a los del terciopelo
porque van muy bien peynados.
¡Sant Antón!
que van con más presonción
estos loquillos hambrientos
porque lleban de rondón (3)
los guantes muy olorientos.
Otras temas
les toman a tan estremas
de hecharse atrás las gorretas
que parescen diademas
de aqu[e]stas d'estos prophetas.
Y, en después,
han sacado otro entremés
que parrescen todos patos
que se ponen en los pies
una suerte de çapatos,
no sé cómo,
que ni es de punta, ni romo,
los cantos como empanada
de porteta ni de tomo.
Doos al diabra si halláys nada.
Y el sayón
con tanto trepelejón (4),
ribretes de par en par;
y las mangas del jubón
como aquestas de pescar.
Una risa
es miralles de qué guisa
passean al trempezillo;
y el collar de la camisa
hasta arriba al colodrillo.
Mal llogrados,
que sus collares labrados
parescen d'estos malsines
a los collares herrados
que hechamos a los mastines.
Pues las capas
en las capillas mil trapas
atadas con bidrezitos
y aquá delante unas chapas
que parescen sambenitos.
Las espadas
¡boto a san! más rabialçadas,
ansina desta manera,
que ningún perrillo aosadas
no les pixara la contera (5).
Otros d'ellos
lleban más tiesos los cuellos

/Aij r/

que parescen alfileres
y enxabonan los cabellos
como si huessen mujeres;
más roxitos
hos lleban los cabellitos
pintados como una ganga,
y los peynes y espegitos
aqullá siempre en la manga.
Otros, trajes
trahen de dos mil visajes,
unos faytos de grillos
y unos modos de lenguajes
que may podréys percebillos.
Y atajando
porque me están aguardando
y ha mucho que me detengo;
creo que estaréys dubdando
si no os dixere a qué vengo.
Muy despacio,
uno d'estos del pallacio
me sopricó quo's dixesse
que os trahen un gran solacio
y que presto me volbiesse.
Bien pesadas
sus palabras y notadas,
daros han contentamiento
y en solas cinco jornadas
os empuxo ell argumento.
Lo primero,
Vidriano, un cavallero
penado por Leriana
con Secreto, su escudero,
y Carmento una mañana,
razonando,
veréys el cómo y el quándo
le descubre la manera
y los dos moços hablando
darán fin a la primera.
Gil lanudo,
un pastor no mucho agudo
va y viene a cas de la dama,
hija de un hombre no rudo
que Lepidano se llama,
con Carmento
passará un razonamiento
su moça, dicha Cetina,
y con triste sentimiento
la segunda se termina.
Sin tardar
veréys a Secreto entrar,
diligente como un gamo,
a la habla concertar
entre la dama y su amo.
Y hablarán
y mil cosas passarán
con habla muy lastimera
y en passión acabarán
concluyendo la tercera.
Lepidano,
con su muger de la mano,
que es Modesta que lo aguija,
hablan ambos, aunque en vano,
sobre casar a su hija,
por tal tino,
que Perucho, un vizcayno
ortolano del jardín,
sobre cierto desatino
con algo más dará fin.
Muy apuesta,
Leriana con Modesta
hablan sobre una querella
y en después desto Oripesta,
que es de la dama donzella,
lo sabrá
y del daño avisará
a Vidriano con dolor.
Y ante d'esto se verá
Perucho con el pastor,
por tal norte
que el pesar buelve en deporte
como el processo lo pinta
y con este mesmo corte
cortarán jornada quinta.
Muy atentos
dad vuestros entendimientos,
porque, si en nada no erramos,
creo quedaréys contentos.
Hora con bien nos veamos.