Capítulo lvj: De Virginia, donzella romana, la qual quiso por
fuerça y engaño desonrar Claudio Appio, romano,
uno de los diez presidentes de Roma, a la qual, no podiendo defender el padre,
la mató de su mano. De cuya muerte se siguió que Roma otra vez fuesse librada.
Y andando después el tiempo, el mismo padre, tribuno de los menudos, emplazó
a Claudio y le fizo poner en la presión, en donde después murió.
Virginia, de nombre y de fecho virgen romana, es de honrar con piadosa
memoria. Ca fue muy honrada y acatada, ahunque fija de Aulo Virginio,
hombre honesto ahunque de baxa condición. La qual, puesto que fuesse de notable
criança, empero no fue tan clara por su constancia quanto por la maldad y
atrevimiento de su vil enamorado, y por la fazaña de su mismo padre. De lo
qual se siguió la libertad de los romanos.
Ésta, toviendo en el año segundo la presidencia en Roma los diez varones,
el padre la desposó con Lucio Icilio, uno del
orden de los tribunos y muy esforçado; acaso dilató sus bodas por gente de
armas, que havían despachado los romanos para el monte Aventino, con los
quales andava Virginio. E como Appio Claudio, uno de los diez, con
Appio el Borde, se havía solo quedado para guardar
la ciudad, estando los otros sus compañeros en la hueste, acahesció, por
desdicha de Virginea, que tanto plugo su fermosura a Appio que por ella
llegó quasi fuera de seso. Cuyos falagos y lisonjas, como la ternezita
virgen hoviesse desechado y tovido en poco, y no podiesse traher a su
apetito con dádivas grandes ni ruegos ni menazas aquel coraçón y pecho
lleno de sanctidad, Appio se encendió tan locamente que imaginando en su
decahído coraçón diversas cosas, y rebolviéndolas entre sí, y como no
fallando cosa alguna segura, como pensasse no poderle fazer fuerça
públicamente y bolviesse su ánimo a engaño, tractó que Marco Claudio
-al qual él de esclavo havía fecho libre-, hombre de mucha osadía, como
passasse alguna vez la donzella cabe la plaça que la tomasse. Y luego que
falló ocasión y oportunidad la tomó, diziendo que era esclava que se le havía
fuydo, y la levó a su casa; y si alguno le dixiesse sobre ello algo, que
luego le traxiesse delante d'él en juyzio. A la qual, como pocos días
después con atrevimiento la hoviesse tomado el dicho liberto y dixiesse
ser suya, dando bozes la donzella y resistiendo con todas sus fuerças a
aquel vellaco, ayudándole a ella otras dueñas con quien ella yva, ayuntáronse
luego muchos, entre los quales vino y se allegó Ytilio. Y passadas muchas
razones, en fin vinieron delante de Appio, el juez enamorado, el qual ciego
de sus amores apenas çufrió dilatar la sentencia ni el juyzio fasta otro día.
En la qual, no aprovechando cosa alguna el engaño de Appio, el qual havía
embiado al real que no dexassen venir a Virginio a Roma ahunque
quisiesse; y antes que llegasse al real fue avisado por otra parte el
padre, el qual vino con sus amigos y con Ycilio, el esposado, al juyzio.
En el qual, por la contra, no oydo Virginio, el juez vellaco ajudicó a
Virginea como esclava fugitiva a Marco Appio, que la pidía. La qual,
queriendo Marco tomar, hoviéndole dicho Virginio muchas palabras, ahunque
en vano, recabaron con él, empero muy sañoso y alterado, que le pudiessen
él y su ama fablar primero un poquito antes que se la levasse, porque
fallando quiçá la verdad del viejo error, él le otorgasse su esclava con
menos daño. Y como ella se hoviesse apartado con su padre y ama a las
botigas clolcunas, en vista empero de la corte, arrebató el padre un
cuchillo de un carnicero y dixo: "Amada fija, por la vía que puedo te
gano la libertad". Y puso el cuchillo por los pechos a su fija, con gran
dolor de los que lo vieron; de la qual ferida la donzella desventurada
murió.
E assí la suzia sperança de Appio luxurioso no hovo lugar mediante la
muerte de esta innocente, y mediante Virginio y Ycilio apartada la gente
popular segunda vez de los padres del Senado. Acaheció que los diez varones
forçados echaron de sí el Imperio, y dexaron al pueblo romano la libertad
que primero havían occupado. E no mucho después, procurándolo Virginio,
tribuno del pueblo, fue dado plazo a Appio Claudio. El qual, como viniendo
a razonar su causa por mandamiento de Virginio fuesse levado a la presión
y puesto en cadenas, por escapar y fuyr de la desonrra que merecía y de la
pena que como criminoso devía pagar a la innocente Virginea, o con cuchillo
o con poçoña él mismo se quitó la vida. Empero el atrevido Marco Claudio,
su criado, no pagó la pena por donde la merecía, ca fuyendo se defendió y
lloró su pena en destierro, confiscada empero su hazienda y la de su amo
para la República.
No hay, por cierto, en el mundo cosa peor que el mal juez, ca siempre que
sigue el imperio de su mal propósito es cosa necessaria que se pervierta todo
el orden del derecho y se dissuelva el poderío de las leyes, y la obra de la
virtud pierda su vigor y se afloxen las riendas a la maldad, y brevemente
qualquier bien público venga a caer. E si no paresce en otra manera farto
malvado el pecado de Appio y su scelerada empresa, muéstranlo las cosas que
de aquél han salido a luz. Ca no poniendo el freno a su apetito vellaco fizo
de libre, esclava; y de virgen quiso fazer adúltera; y de sposa, manceba, mediante
el engaño de su liberto; y con su detestable sentencia acaheció que el padre
se armó contra su fija y se bolvió el amor y piedad en crueza; y porque el
vellaco hombre no gozasse de su desseo alcançado por engaño, ella sin culpa
fue muerta. E hovo en la ciudad gran tumulto y vozes, y en el real mucha
confusión, y ende nació el apartarse el pueblo de los padres del Senado, y
quasi todo el stado de Roma se puso en peligro.
¡O noble presidente y egregio fazedor de leyes, lo que él deviera
punir en otros con cruda pena no dudó de acometer! ¡Guay de mí, quántas
vezes los hombres peligramos de este peste! ¡Quántas vezes sin mereçerlo
somos trahídos a graves peligros, y somos gravemente subjugados y somos
despojados y muertos, forçándolo el mal! ¿Qué mal es este? ¿No han
quiçá miedo ni vergüença los presidentes que lo que se falló para templar y
refrenar la luxuria, aquéllo sin temor alguno de Dios y sin espanto tomen
para licencia de cometer maldades? E como convenga al presidente el tener
los ojos y el ánimo egualmente casto, y la fabla mansa y humilde, y tener
graves y sanctos costumbres, y las manos vazías de qualquiere dádiva, no
solamente con los ojos mas ahun con loco pensamiento fazen dissoluciones y
no siguen los juhizios de las leyes, mas de los rufianes; ensobérvecense y
no se amansan ni apaziguan, sino que les mande una rameruela, o el oro les
amanse la saña. E no solamente reciben dones, mas pídenlos. Mercan y roban,
y fasta fazer fuerça si de otra manera fazer no se puede lo que cobdician.
Encendidos de furia no paran; y assí la luxuria por una parte y el dinero
por otra, fechos excellentes interpretadores de las leyes, en vano demanda
hombre justicia, sino que una de las dos cosas suso dichas de socorro y
ayuda.
Virginio, como quier que plebeyo y de baxo suelo, el coraçón tovo tan
grande que antes quiso matar a su fija virgen que ser padre della desflorada.
Y assí ganó fama de más virtuoso usando de crueldad que perdonando de piadoso,
y restituyó no la sola libertad a su patria, mas nombre de inmortal a su fija
y a los suyos memoria perpetua.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 63 v. y ss.