Capítulo vij: De Venus, fermosa diosessa fija de Júpiter, la qual o por
su fermosura tomó el nombre del planeta o lo dio al planeta, cuya ymagen ha sido
muy honrada, señaladamente en Chipre. Empero en Grecia y en Roma fueron muchas
ymágines suyas havidas en gran veneración.
Algunos tovieron opinión que Venus fue de Chipre. Empero de sus padre y
madre dudan algunos. Ca unos dizen haver sido fija de uno llamado Cyrio
y de Siria, otros de Cyrio y de Dyon[e], mujer de Chipre. Hay
otros que, a mi creer, por mucho alabar la nobleza de su beldad, affirman haver
sido fija de Júpiter y de Dyon[e] susodicha. Empero de qualquier de los
susodichos haya sido fija, más la puse entre las claras mujeres por su
illustre beldad que por la vellaquería y suziedad inventada por ella. La
qual tovo tan fermosas faciones y tanto sobró las otras en la fermosura del
cuerpo que muchas vezes se engañava la opinión de los que la miravan. Ca
unos dezían ser ella aquel luzero o strella que llamamos Venus. Otros dezían
ser ella mujer celestial y haver cahído del seno de Júpiter en la tierra;
y brevemente, todos offuscados de una escura niebla, la qual sabían haver
sido causada por una mujer mortal, affirmavan ser ella immortal diosessa.
Y con todas sus fuerças dezían ser ella madre del amor desventurado, al
qual llamavan Cupido. Y a ella no le fallescían artes para engañar
con diversos gestos los pensamientos de los nescios y sandíos que la
miravan.
Con los quales merescimientos llegó a que, no embargante sus vicios
y suziedades (las quales no empero todas luego scriviré), fue havida por
fija de Júpiter, y una de las diosessas más que reverenda[da]. E no solamente
en Paphos, antigua cibdad del reyno de Chipre, le fizieron sacrificio con
solo incienso (ca pensavan que mujer tan carnal después de fallecida se
delectava con los mismos olores que viviendo se perfumava y rebolvía en
el público), mas ahun otras naciones; y los romanos le fizieron el mismo
sacrificio, los quales en tiempos passados le edificaron un templo intitulado
de la madre Venus y con otras insignias. Y por no detenerme mucho, créese
ella haver havido dos maridos. Empero quál fue el primero no es bien cierto,
mas según algunos quieren, primero casó con Vulcano, rey de los Lemnios
y fijo de Júpiter el de Candia; después del qual fallecido, casó con
Adon[is], fijo de Cynares y de Mirra, reyes de Chipre.
Lo qual me parece más versemblante que si dixiéssemos haver sido Adon[is]
el primer marido porque, quier acaesciesse por vicio de su complexión o
por infectión de la tierra y región, en la qual mucho pareçe que puede la
carnalidad y luxuria, quier por malicia de su corrupto y dañado pensamiento,
fallescido Adon[is] ella dio en tan gran comezón y dissolución de luxuria
que ensuzió desvergonçadamente toda la claridad de su fermosura con las
públicas dissoluciones y públicos desórdenes de ayuntarse con muchos.
E como esto fuesse notorio a las regiones comarcanas, dízese que Vulcano,
su primer marido, la fallo buelta con su paje de la lança, de lo qual se
cree hovo origen la fictión y fábula del adulterio de Mares y de ella.
Finalmente, porque paresciesse haverse alimpiado de su desvergonçado y
deshonesto rostro una poca de vergüença, y por otorgarse mayor licencia de
vellaquear, pensada una suziedad (no de dezir), fue la primera que falló
(según dizen) los deshonestos logares de las públicas mugeres. Y fizo
retrahimientos apartados para ellos, y forçó algunas dueñas que fuessen
acullá. De lo qual ha fecho testimonio el maldito costumbre de los chipriotes
por muchos siglos guardado, los quales acostumbraron mucho tiempo, y solían
embiar sus fijas donzellas a los puertos y orilla de la mar porque diessen
sus cuerpos a los estrangeros, y pagasse[n] desta manera del precio que
dello ganarían a Venus la salva de su castidad venidera, y ganar desta
guisa dotes para sus bodas. La qual abominable locura después passó y
llegó fasta a los italianos, como se lea las locrenses haver fecho lo
mismo alguna vez.
No sé por cuyos yerros más se deva llamentar y tomar espanto, o por
aquéllos de los griegos o por estos otros de los romanos; adorar la
sapiencia [o] adorar los que procuraron algún público beneficio, como
Pallas, Ceres y otras illustres damas lo fizieron. Yerro, por cierto,
es, porque las honras divinas a solo Dios, público y soberano bienfechor de
todos, pertenescen, mas adorar las maldades, adorar los públicos maleficios,
los nefandos y pavorosos crímines, los homicidios de infinitas gentes, no
le oso llamar sólo yerro mas espantoso, dolorido y más que llamentable yerro.
Adoraron en Grecia no solamente a la pública mujer del partido, Leemna,
que dezimos acá Lehona, mas a la inventora del público logar, que
fue Venus. En Roma, bien que adorassen a Flora, que al mismo
deshonesto partido ganó quanto tenía, y por dexar al Senado heredero
le instituyeron templo, sacrificios y juegos florales que no son de nombrar,
tan feos eran. Mas nunca lehí que a la inventora de tales maldades
adorassen tan ciegamente como adoraron los griegos. Verdad es que fasta
el Augustino recuenta que adoravan en Italia el mismo vergonçoso
instrumento de la generación, y con él puesto en las manos de la más honesta
matrona fazían pública y solemne processión, y después coronado por mano de
la misma señora le ponían en público púlpito o cadahalso, y ahí le festejavan
obra de un mes. ¿Quién no llorará los engaños de aquel tiempo tan vil y
corrupto? E porende, ¿quién no se spantará o gozará más que
maravillosamente de la honestidad, virtud, sanctidad y poderío de Christo,
que assí pudo alimpiar el mundo de tan espantosas y abominables fealdades, y
címines tan apoderados y puestos en costumbre, y en pueblos y en senados
tan poderosos y sabios, como fueron los griegos y después los romanos?
Los otros crímines déxolos por no ensuziar el papel y por no enconar el
ayre con ellos.
Johan Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus,
Alemán de Constancia, 1494, fo. 13 r y ss.